COMENTARIOS SOBRE EL VIVIR

KRISHNAMURTI

COMENTARIOS
SOBRE EL VIVIR


ÍNDICE


Devoción y adoración 
Interés
Educación e integración 
Castidad 
El miedo a la muerte 
La fusión del pensador y sus pensamiento
La busca del poder 
¿Qué es lo que os embota? 
Karma 
El individuo y el ideal 
Ser vulnerable es vivir, retirarse es morir 
Desesperación y esperanza 
La mente y lo conocido 
Conformidad y libertad 
Tiempo y continuidad 
La familia y el deseo de seguridad 
El “yo” 
La naturaleza del deseo 
El propósito de la vida 
Valoración de una experiencia 
Este problema del amor 
¿Cuál es la verdadera función de un maestro? 
Vuestros hijos y su éxito 
El impulso a buscar 
Escuchar 
El fuego del descontento 
Una experiencia de bienaventuranza 
Un político que quería hacer el bien 
La competidora manera de vivir 
Meditación - Esfuerzo - Conciencia 
El psicoanálisis y el problema humano 
Limpieza del pasado 
Autoridad y cooperación 
Mediocridad 
Enseñanza positiva y negativa 
Ayuda 
El silencio de la mente 
Contento 
El actor 
El camino del conocimiento 
Convicciones - Sueños 
La muerte 
Evaluación 
Envidia y soledad 
La tempestad en la mente 
Control del pensamiento 
¿Existe un pensar profundo? 
Inmensidad 
¿Empieza por conclusiones el pensar?
¿Autoconocimiento o autohipnosis? 
La evasión de lo que es 
¿Puede uno saber lo que es bueno para el pueblo? 
“Quiero encontrar la fuente del gozo” 
Placer, hábito y austeridad 
“¿No queréis ingresar en nuestra sociedad protectora de animales?”
El condicionamiento y el impulso a ser libre 
El vacío interior 
El problema de la búsqueda 
Revolución psicológica 
No hay pensador; solamente pensamiento condicionado 
“¿Por qué nos había de ocurrir a nosotros?” 
Vida, muerte y supervivencia 



DEVOCIÓN Y ADORACIÓN

Una madre está maltratando a su hijo, y se oyen dolorosos gritos. La madre está muy irritada y, mientras lo golpea, le habla con violencia. Cuando volvemos al poco rato, está acariciando al niño, abrazándolo como si quisiera ahogarlo. Tiene ella lagrimas en los ojos. El niño está un poco desconcertado, pero sonríe a la madre.

El amor es una cosa extraña, y ¡cuán fácilmente perdemos su cálida llama! La llama se pierde y queda el humo. El humo nos llena los corazones y las mentes, y pasamos los días llorando y amargados. Se olvida el canto y las palabras han perdido su sentido. El aroma se ha disipado y tenernos las manos vacías. Nunca sabemos la manera de tener la llama limpia de humo, y el humo siempre sofoca a la llama. Pero el amor no es de la mente, no está en la red del pensamiento. No puede buscarse, cultivarse, acariciarse o fomentarse; está ahí cuando la mente se halla en silencio y el corazón se ha vaciado de las cosas de la mente.

La sala daba al río y el sol se alzaba sobre las aguas.

No era tonto en modo alguno, pero estaba lleno do emoción, un exuberante sentimiento que debía deleitarle porque parecía darle gran placer. Estaba ansioso por hablar y, cuando un ave verde-dorada le fue señalada, desvió su sentimiento y lo derramó sobre ella. Luego habló de la belleza del río y cantó una canción sobre él. Tenía una voz agradable, pero la sala era demasiado pequeña. Al ave verde-oro se juntó otra, y las dos estaban posadas una muy cerca de la otra, arreglándose las plumas.

“¿No es la devoción un camino hacia Dios? ¿No es el sacrificio de la devoción la purificación del corazón? No es la devoción una parte esencial de nuestra vida?”

¿Qué queréis decir con la palabra devoción?

“El amor de lo más elevado; la ofrenda de una flor ante la imagen, el símbolo de Dios. La devoción es absorción completa, es un amor que supera al amor carnal. He estado sentado durante muchas horas seguidas, entregado por completo al amor de Dios. En ese estado no soy nada y no conozco nada; en ese estado toda vida es una unidad. El barrendero y el rey son uno. Es un estado prodigioso. Seguramente que tenéis que conocerlo”.

¿Es amor la devoción? ¿Es algo aparte de nuestra existencia cotidiana? ¿Es un acto de sacrificio consagrarse a un objeto, al conocimiento, al servicio o a la acción? ¿Es autosacrificio el que vos os perdáis en vuestra devoción? Cuando os habéis identificado por completo con el objeto de vuestra devoción, ¿es eso abnegación de sí mismo? ¿Es ausencia de egoísmo el absorberos en un libro, en un cántico, en una idea? ¿Es devoción el adorar una imagen, una persona, un símbolo? ¿Tiene algún símbolo la realidad? ¿Puede representar jamás un símbolo a la verdad? ¿No es estático el símbolo? Y ¿puede representar jamás una cosa estática a aquello que es viviente? ¿Sois vos vuestro retrato?

Veamos lo que queremos decir con la palabra devoción. Pasáis varias horas al día en lo que llamáis el amor, la contemplación de Dios. ¿Es eso devoción? El hombre que entrega su vida a la mejora social es un devoto de su trabajo; y el general cuya tarea es proyectar la destrucción, también siente devoción por su trabajo. ¿Es eso devoción? Si se me permite decirlo, pasáis el tiempo intoxicándoos con la imagen o idea de Dios, y otros hacen lo mismo en forma diferente. ¿Hay distinción fundamental entre los dos? ¿Es devoción lo que tiene un objeto?

“Pero esta adoración de Dios consume toda mi vida. No me doy cuenta de nada que no sea Dios. El llena mi corazón”.

Y el hombre que rinde culto a su trabajo, a su jefe, a su ideología, se consume también en lo que le ocupa. Vos llenáis vuestro corazón con la palabra “Dios”, y otro con actividad; y ¿es eso devoción? Vos sois feliz con vuestra imagen, vuestro símbolo, y otro con sus libros o con música; y ¿es eso devoción? ¿Es devoción el perderse en algo? Un hombre se consagra a su esposa por varias razones satisfactorias, y ¿es devoción la satisfacción? Identificarse con el país de uno es muy embriagador; y ¿es devoción la identificación?

“Pero al entregarme a Dios no hago daño a nadie. Al contrario, me aparto a la vez del daño propio y no hago daño a otros”.

Eso es algo, por lo menos; pero aunque podáis no hacer ningún daño exteriormente, ¿no es dañosa la ilusión en un nivel más profundo, tanto para vos como para la sociedad?

“No me interesa la sociedad. Tengo muy pocas necesidades; he dominado mis pasiones y me paso los días a la sombra de Dios”.

¿No es importante averiguar si esa sombra tiene tras de sí alguna sustancia? Rendir culto a la ilusión es aferrarse a la satisfacción propia; ceder al apetito, en cualquier nivel, es ser sensual.

“Sois muy perturbador y no estoy nada seguro de querer continuar esta conversación. Como veis, yo vine a adorar en el mismo altar que vos; pero veo que vuestro culto es totalmente diferente y que lo que decís me es incomprensible. Me gustaría sin embargo saber cuál es la belleza de vuestro culto. Vos no tenéis cuadros imágenes ni ritos, pero tenéis que adorar. ¿De qué naturaleza es vuestra adoración?”

El que adora es el adorado. Rendir culto a otro es rendir culto a sí propio; la imagen, el símbolo, es una proyección de nosotros mismos. Al fin y al cabo vuestro ídolo, vuestro libro, vuestra plegaria, es el reflejo de vuestro trasfondo; es vuestra creación aunque esté hecha por otro. Escogéis con arreglo a vuestra satisfacción; vuestra elección es vuestro prejuicio. Vuestra imagen es lo que os intoxica, y está esculpida por vuestra propia memoria; vos os estáis adorando por medio de la imagen creada por vuestro propio pensamiento. Vuestra devoción es el amor de sí mismo recubierto por el cántico de vuestra mente. El cuadro sois vos mismo, es el reflejo de vuestra mente. Semejante devoción es una forma de autoengaño, que no conduce más que al dolor y al aislamiento, que es la muerte.

¿Es devoción la búsqueda? Buscar algo no es buscar; buscar la verdad es no encontrarla. Escapamos de nosotros mismos por medio de la búsqueda, lo cual es ilusión, en todas las formas tratamos de huir de lo que somos. ¡En nosotros mismos somos tan mezquinos, tan esencialmente nada! Y la adoración de algo mayor que nosotros mismos es tan mezquina y estúpida como nosotros. La identificación con lo grande sigue siendo una proyección de lo pequeño. El más es una extensión del menos. Lo pequeño en busca de lo grande sólo encontrará aquello que es capaz de encontrar. Las evasiones son muchas y variadas, pero la mente en su huida sigue siendo temerosa, estrecha e ignorante.

Comprender la evasión es librarse de lo que es. Lo que es sólo puede comprenderse cuando la mente ya no busca una respuesta. Buscar una respuesta es escapar de lo que es. Esta búsqueda recibe diversos nombres, uno de los cuales es la devoción; mas, para comprender lo que es, la mente tiene que estar en silencio.

“¿Qué queréis decir con ‘lo que es’?”

Lo que es, es aquello que existe de momento a momento. Comprender todo el proceso de vuestro culto, de vuestra devoción a lo que llamáis Dios, es daros cuenta de lo que es. Pero vos no deseáis comprender aquello que es; porque vuestro escape de lo que es, que llamáis devoción, es una fuente de mayor placer, y por eso la ilusión llega a ser de más importancia que la realidad. La comprensión de lo que es no depende del pensamiento, porque el pensamiento mismo es una evasión. Pensar sobre el problema es no comprenderlo. Sólo cuando la mente está en silencio es cuando la verdad de lo que es se revela.

“Yo estoy contento con lo que tengo. Soy dichoso con mi Dios, con mi cántico y mi devoción. La devoción a Dios es el cántico de mi corazón, y mi felicidad está en ese cántico. El vuestro puede ser un cántico más claro y abierto, pero, cuando yo canto, mi corazón está lleno. ¿Qué más puede pedir un hombre que tener el corazón lleno? Nosotros somos hermanos en mi cántico y a mí no me perturba el vuestro”.

Cuando la canción es real, no hay vos ni yo, sino solamente el silencio de lo eterno. El canto no es el sonido sino el silencio. No dejéis que el sonido de vuestro canto os llene el corazón.



INTERÉS

Era él un director de colegio, con varios grados académicos. Había estado muy vivamente interesado en educación y también trabajado asiduamente a favor de varias clases de reforma social; pero ahora, decía, aunque aun era muy joven, había perdido el aliento de la vida. Continuaba atendiendo sus deberes casi mecánicamente, discurriendo por la rutina diaria con cansado fastidio; no había aliciente en lo que hacía, y había desaparecido por completo el impulso que había sentido una vez. Tuvo inclinaciones religiosas y se había esforzado en efectuar ciertas reformas en su religión, pero eso también se había secado. No veía valor alguno en ninguna acción determinada.


¿Por qué?


“Toda acción lleva a la confusión, creando más problemas, más mal. He tratado de actuar con reflexión e inteligencia, pero ello lleva invariablemente a alguna clase de trastorno; las diversas actividades en que me he empeñado me han hecho sentir deprimido, ansioso y cansado, y no me han conducido a ninguna parte. Ahora temo actuar, y el miedo de hacer más daño que beneficio ha hecho que me retire de todo, excepto el mínimo de acción.


¿Cuál es la causa de este temor? ¿Es el miedo a hacer daño? ¿Os retiráis de la vida por causa del miedo a producir más confusión? ¿Teméis la confusión que podríais crear o la de vuestro propio interior? Si hubiera claridad en vuestro interior y de esta claridad surgiera acción, ¿temeríais cualquier confusión externa que vuestra acción pudiera crear? ¿Teméis a la confusión interna o a la externa?


“No lo he considerado en esta forma hasta ahora, y tengo que reflexionar sobre lo que decís”.


¿Os importaría provocar más problemas si tuvierais claridad en vos mismo? Nos gusta escapar de nuestros problemas, por cualesquiera medios, y por eso no hacemos más que aumentarlos. Exponer nuestros problemas puede parecer que crea confusión, pero la capacidad de hacer frente a los problemas depende de la claridad con la que los afrontéis. Si tuvierais claridad, ¿serían confusas vuestras acciones?


“No tengo claridad. No sé lo que quiero hacer. Yo podría adherirme a cualquier ‘ismo’ de la izquierda o de la derecha, pero esto no produciría claridad de acción. Puede uno cerrar los ojos a los absurdos de un ‘ismo’ determinado, y trabajar a favor de éste, pero sigue en pie el hecho de que esencialmente hay más daño que bien en la acción de todos los ‘ismos’. Si yo estuviera muy claro en mí mismo, me enfrentaría con los problemas y trataría de aclararlos. Pero no estoy claro. He perdido todo incentivo para la acción”.


¿Por que habéis perdido el incentivo? ¿Lo habéis perdido al gastar en exceso una limitada energía? ¿O habéis agotado haciendo cosas que no tienen para vos fundamental interés? ¿O es que aun no habéis descubierto en qué estáis auténticamente interesado?


“Mirad, después de dejar el colegio, me interesé mucho en la reforma social, y ardientemente trabajé en ello durante algunos años; mas empece a ver su mezquindad, de modo que lo dejé y me consagré a la educación. En verdad, trabajé firmemente sobre educación cierto número de años, sin preocuparme de ninguna otra cosa; pero esto también lo dejé al fin, porque la confusión iba aumentando en mí. Era ambicioso, no para mí mismo, sino de que triunfase la obra; pero la gente con la cual trabajaba siempre estaba disputando, era celosa y personalmente ambiciosa”.


La ambición es una cosa rara. Decís que no erais ambicioso para vos mismo, sino sólo para que triunfase la obra. ¿Hay alguna diferencia entre la ambición personal y la llamada ambición impersonal? No consideraríais personal o mezquino el identificaros con una ideología y laborar ambiciosamente a su favor; a eso lo llamaríais una ambición digna, ¿no es así? Pero, ¿es cierto esto? Seguramente que lo único que habéis hecho es sustituir una palabra par otra, “personal” por “impersonal”; pero el impulso, el motivo, sigue siendo el mismo. Queréis el éxito de la obra con la cual os habéis identificado. La palabra “yo” la habéis sustituido por la palabra “trabajo”, “sistema”, “país”, “Dios”, pero vos seguís siendo importante. La ambición sigue actuando, implacable, celosa, temerosa. ¿Es porque la obra no triunfaba por lo que renunciasteis a ella? ¿La habíais continuado si hubiera tenido éxito?


“No lo creo. La obra tuvo regular éxito, como lo tiene cualquier obra si uno le consagra tiempo, energía e inteligencia. La abandoné porque no conducía a ninguna parte; produjo cierto alivio temporario, pero no hubo cambio fundamental y duradero”.


Vos teníais el impulso cuando estabais trabajando, y ¿qué ha sido de él? ¿Qué le ha pasado al ansia, a la llama? ¿Es ese el problema?


“Sí, ese es el problema. Tuve la llama en un tiempo, pero ahora se ha ido”.


¿Está latente, o se ha apagado por el mal uso, de modo que sólo quedan cenizas? Acaso es que no habéis encontrado vuestro interés real. ¿Os sentís frustrado? ¿Estáis casado?


“No, no creo estar frustrado, ni siento la necesidad de una familia ni la compañía de una persona determinada. Económicamente, me contento con poco. Siempre me he sentido atraído hacia la religión en el hondo sentido de la palabra, pero supongo que querría tener ‘éxito’ también en ese campo”.


Si no os sentís frustrado, ¿por qué no estáis contento simplemente de vivir?


“No soy precisamente un joven, y no quiero enmohecerme, vegetar”.


Vamos a plantear el problema de modo diferente. ¿En qué estáis interesado? No en qué deberíais estar interesado, sino la realidad.


“Realmente no lo sé”.


¿No os interesa descubrirlo?


“Pero ¿cómo voy a descubrirlo?”


¿Creéis que hay un método, una forma para encontrar aquello en que estáis interesado? Es realmente importante descubrir por vos mismo en qué dirección reside vuestro interés. Hasta ahora, habéis probado ciertas cosas, le habéis consagrado vuestra energía e inteligencia, pero no os han satisfecho profundamente. Os habéis consumido haciendo cosas que no eran de fundamental interés para vos, o bien vuestro interés real está aún latente, esperando ser despertado. ¿Cuál es, pues?


“Tampoco esto lo sé. ¿Podéis ayudarme a descubrirlo?


¿Es que no queréis conocer por vos mismo la verdad de la cuestión? Si os habéis consumido, el problema requiere ser acometido de cierta manera; pero si vuestro fuego está aún latente, entonces es importante despertarlo. ¿Cuál es pues la situación? Sin que yo os diga cuál es, ¿no queréis descubrir su verdad por vos mismo? La verdad de lo que es, es su propia acción. Si os habéis consumido, entonces se trata de curar, recuperar, de descansar creadoramente desocupado. Esta creadora desocupación sigue a la acción de cultivar y sembrar; es inacción para la acción futura completa. O puede ser que vuestro real interés aun no haya sido despertado. Escuchad, por favor, y descubrid. Si existe la intención de descubrir, descubriréis, no por la indagación constante, sino por ser claro y ardiente en vuestra intención. Entonces veréis que durante las horas de vigilia hay una vigilancia alerta en la cual recogeréis toda intimación de ese latente interés, y que los sueños también desempeñan un papel. Dicho en otras palabras: la intención pone en marcha el mecanismo del descubrimiento.


“Pero ¿cómo voy a saber qué interés es el verdadero? He tenido varios intereses, y todos ellos han ido disminuyendo hasta desaparecer. ¿Cómo voy a saber que lo que descubra será mi verdadero interés, no irá también disminuyendo hasta desaparecer?”


No hay garantía, desde luego; pero como os dais cuenta de esta desaparición, habrá una alerta vigilancia para descubrir lo real Si se me permite expresarlo de esta manera, no estáis buscando vuestro verdadero interés; pero, estando en una actitud de pasiva vigilancia, el verdadero interés se mostrará por sí mismo. Si tratéis de descubrir qué es lo que realmente os interesa, escogeréis un interés en contra de otro, pesaréis, calcularéis, juzgaréis. Este proceso no hace más que desarrollar la oposición; gastáis vuestras energías preguntándoos si habéis escogido acertadamente, etc. Pero cuando existe el darse cuenta pasivo, y no un positivo esfuerzo por vuestra parte para encontrar, entonces en esa alerta percepción surge el movimiento del interés. Experimentad con esto y lo veréis.


“Si no soy demasiado precipitado, creo que estoy empezando a sentir mi interés genuino. Hay una reanimación vital, un nuevo impulso”.


EDUCACIÓN E INTEGRACIÓN


Era un bello atardecer. El sol se ponía tras enormes nubes negras, contra las que resaltaba un grupo de altas y esbeltas palmeras. El río se habla vuelto dorado y las distantes colinas brillaban con el sol poniente. Se ola tronar, pero hacia las montañas el cielo estaba claro y azul. El garlado volvía de pastar, y un muchachito lo conducía a la casa. No podría haber tenido más de diez o doce arios, y aunque se había pasado todo el día a solas, volvía cantando y, de vez en cuando, arreando a los animales que se sanan de la manada o que se rezagaban. Sonreía y su oscuro rostro se iluminaba. Deteniéndose por curiosidad, y con esquivo anhelo, empezó a hacer preguntas. Era un niño aldeano y no iba a la escuela; nunca sabría leer y escribir, pero ya sabía lo que era estar a solas consigo mismo. No sabía que estaba solo; probablemente nunca se le ocurrió esto siquiera, ni estaba deprimido por ello. Simplemente estaba solo y contento. No estaba contento de algo, sino simplemente contento. Estar contento de algo es estar descontento. Buscar contento por medio de la relación es hallarse en el temor. El contento que depende de la relación no es más que satisfacción. El contento es un estado de no-dependencia. La dependencia siempre trae conflicto y oposición. Tiene que haber libertad para estar contento. La libertad está y siempre tiene que estar en el principio; no es un fin, una meta que haya de alcanzarse. Nunca puede uno ser libre en el futuro. La libertad futura no tiene realidad, no es más que una idea. La realidad es lo que es; y el darse cuenta pasivo de lo que es, es el contento.


El profesor dijo que había estado enseñando durante muchos años, desde que se graduó, y había tenido a sus órdenes un gran número de muchachos en una de las instituciones gubernamentales. Preparaba estudiantes para que pudieran aprobar sus exámenes, que era lo que querían el gobierno y los padres. Claro que había chicos excepcionales a los que se daban oportunidades especiales, se les concedían becas, etc., pero la gran mayoría de ellos eran indiferentes, lerdos, perezosos y un tanto traviesos. Había unos que llegaban a algo, sea el que fuere el campo en que entrasen, pero sólo muy pocos eran los que tenían la llama creadora. Durante todos los años en que él había enseñado, habían sido muy raros los chicos excepcionales; de vez en cuando surgía uno que tal vez tenía la cualidad del genio, pero lo que generalmente ocurría era que también él resultaba aplastado por su ambiente. Como maestro, había visitado muchas partes del mundo para estudiar esta cuestión del muchacho excepcional, y por todas partes ocurría lo mismo. No seguiría ahora con la profesión docente, porque después de todos estos años se sentía un poco entristecido por todo este asunto. Por muy bien que se educase a los muchachos, en general resultaban ser un conjunto estúpido. Algunos eran listos o decididos y alcanzaban altos puestos, pero tras la pantalla de su prestigio y dominio eran tan mezquinos y tan llenos de ansiedad como los demás.


“El sistema educativo moderno es un fracaso, ya que ha producido dos guerras devastadoras y una espantosa desdicha. Evidentemente no basta con aprender a leer y escribir y adquirir diversas técnicas, que es cultivar la memoria, porque ello ha producido indecible dolor. ¿Qué es lo que consideráis como el fin de la educación?”


¿No es el producir un individuo integrado? Si ese es el “propósito” de la educación, entonces debemos aclarar si el individuo existe para la sociedad, o si la sociedad existe para el individuo. Si la sociedad necesita y utiliza al individuo para sus propios fines, entonces no estará interesada en el cultivo de un ser humano integrado; lo que quiere es una máquina eficiente, un ciudadano sumiso y respetable; y esto requiere sólo una integración muy superficial. Mientras el individuo obedezca y esté dispuesto a dejarse condicionar completamente, la sociedad lo considerará útil y gastará tiempo y dinero en él. Mas si la sociedad existe para el individuo, entonces ha de ayudarle a liberarse de la influencia condicionante de ella misma. Tiene que educarlo para que sea un ser humano integrado.


“¿Qué queréis decir con un ser humano integrado?”


Para responder a esa pregunta hay que abordarla negativa e indirectamente; no puede uno considerar su aspecto positivo.


“No comprendo lo que queréis decir”.


Afirmar positivamente lo que es un ser humano integrado, sólo sirve para crear una norma, un molde, un ejemplo que tratamos de imitar; y ¿no indica desintegración la imitación de un modelo? Cuando tratamos de copiar un ejemplo, ¿puede haber integración? Seguramente que la imitación es un proceso de desintegración; ¿y no es esto lo que está ocurriendo en el mundo? Nos estamos volviendo todos muy buenos discos de fonógrafo; repetimos lo que nos han enseñado las llamadas religiones, o lo que ha dicho el último jefe político, económico o religioso. Nos sumamos a ideologías y asistimos a reuniones políticas de masas; hay goce en masa del deporte, culto en masa, hipnosis en masa. ¿Es esto señal de integración? La conformidad no es integración, ¿verdad?


“Esto conduce a la cuestión muy fundamental de la disciplina. ¿Os oponéis a la disciplina?”


¿Qué queréis decir con la palabra disciplina?


“Hay muchas formas de disciplina; la disciplina en una escuela, la disciplina ciudadana, la disciplina de partido, las disciplinas social y religiosa, y la autoimpuesta. La disciplina puede ser con arreglo a una autoridad interna o una externa”.


Fundamentalmente, la disciplina implica cierta clase de conformidad, ¿no es así? Es conformidad a un ideal, a una autoridad; es el cultivo de la resistencia, que por necesidad engendra oposición. La resistencia es oposición. La disciplina es un proceso de aislamiento, tanto si es el aislamiento dentro de un grupo determinado, como el aislamiento de la resistencia individual. La imitación es una forma de resistencia, ¿no es esto?


“¿Queréis decir que la disciplina destruye la integración? ¿Qué ocurriría si no tuviéramos disciplina en una escuela?”


¿No es importante comprender el significado esencial de la disciplina, sin saltar a conclusiones y sin tomar ejemplos? Tratamos de ver cuáles son los factores de desintegración, o qué es lo que impide la integración. ¿No es la disciplina, en el sentido de conformidad, resistencia, oposición, conflicto, uno de los factores de desintegración? ¿Por qué nos conformamos o ajustamos? No sólo por la seguridad física, sino también por el consuelo psicológico, la psicológica seguridad. Consciente o inconscientemente, el miedo de estar inseguro contribuye a la conformidad, tanto externa como internamente. Todos tenemos que tener cierta clase de seguridad material; pero es el miedo a quedar psicológicamente inseguros lo que hace que la seguridad material sea imposible, excepto para los pocos. El temor es la base de toda disciplina: el temor de no tener éxito, el de ser castigados, el de no ganar, y así sucesivamente. La disciplina es imitación, represión, resistencia, y, tanto si es consciente como inconsciente, es el resultado del miedo. ¿No es el miedo uno de los factores de la desintegración?


“¿Con qué sustituiríais la disciplina? Sin disciplina habría aun mayor caos que ahora. ¿No es necesaria para la acción alguna forma de disciplina?”


Comprender lo falso como falso, ver lo verdadero en lo falso, y ver lo verdadero como verdadero es el principio de la inteligencia. No se trata de sustituir. No podéis sustituir el temor con alguna otra cosa, si lo hacéis, el temor está aun ahí. Podréis lograr encubrirlo o huir de él, pero el temor persiste. Es la eliminación del temor, y no el hallarle un sustituto lo que es importante. La disciplina, en cualquier forma que sea, nunca podrá librarnos del temor. El temor tiene que ser observado, estudiado, comprendido. El miedo no es una abstracción; existe sólo en relación con algo, y es esta relación lo que tiene que ser comprendido. Comprender no es resistir ni oponerse. ¿No es, pues, la disciplina, en su más amplio y hondo sentido, un factor de desintegración? ¿No es el temor, con su consiguiente imitación y represión, una fuerza desintegrante?


“Pero ¿cómo se va uno a librar del temor? En una clase de muchos alumnos, a menos que haya alguna especie de disciplina o, si lo preferís, miedo cómo puede haber orden?”


Teniendo muy pocos estudiantes y la acertada clase de educación. Esto, desde luego, no es posible mientras el Estado esté interesado en ciudadanos producidos en masa. El Estado prefiere la educación en masa; los gobernantes no quieren estimular el descontento, pues su posición pronto sería insostenible. El Estado ejerce el control de la educación, interviene y condiciona la entidad humana para sus propios fines; y la manera más fácil de hacer esto es mediante el temor, mediante la disciplina, mediante el castigo y el premio. Librarse del temor es otra cuestión; el temor hay que comprenderlo y no resistirlo, reprimirlo o sublimarlo.


El problema de la desintegración es muy complejo, como cualquier otro problema humano. ¿No es el conflicto otro factor de desintegración?


“Pero el conflicto es esencial, porque de lo contrario nos estancaríamos. Sin esforzarse, no habría progreso, adelanto, cultura. Sin esfuerzo, sin conflicto, aun seríamos salvajes”.


Acaso lo seamos aun. ¿Por qué saltamos siempre a conclusiones o nos oponemos cuando se sugiere algo nuevo? Es evidente que somos salvajes cuando matamos a millares por una causa u otra, por nuestro país; el matar a otro ser humano es el mayor salvajismo. Pero sigamos con lo que estábamos diciendo. ¿No es el conflicto un signo de desintegración?


“¿Qué queréis significar por conflicto?”


Conflicto en todas las formas: entre marido y mujer, entre dos grupos de personas con ideas contradictorias, entre lo que es y la tradición, entre lo que es y el ideal, el debería ser, el futuro. El conflicto es pugna interna y externa. Actualmente hay conflicto en todos los diversos niveles de nuestra existencia, el consciente tanto como el inconsciente. Nuestra vida es una serie de conflictos, un campo de batalla, y ¿para qué? ¿Comprendemos por medio de la contienda? ¿Puedo comprenderos si estoy en conflicto con vos? Para comprender tiene que haber cierto grado de paz. La creación sólo puede tener lugar en la paz, en la felicidad, no cuando hay conflicto, porfía. Nuestra constante lucha es entre lo que es y lo que debería ser, entre la tesis y la antítesis; hemos aceptado este conflicto como inevitable, y lo inevitable ha llegado a ser la norma, lo verdadero —aunque pueda ser falso. ¿Puede lo que es ser transformado por medio del conflicto con su opuesto? Soy esto, y pugnando por ser aquello, que es lo opuesto, ¿he cambiado esto? ¿No es lo opuesto, la antítesis una proyección modificada de lo que es? ¿No tiene siempre lo opuesto los elementos de su propio opuesto? Por medio de la comparación ¿hay comprensión de lo que es? ¿No es cualquier conclusión sobre lo que es un obstáculo para comprender lo que es? Si queréis comprender algo, ¿no tenéis que observarlo, estudiarlo? ¿Podéis estudiarlo libremente si tenéis prejuicio a favor o en contra de ello? Si quisierais comprender a vuestro hijo, ¿no tendríais que estudiarlo, sin identificaros con él ni condenarlo? Seguramente que si estáis en conflicto con vuestro hijo, no hay comprensión de él. Y así, ¿es indispensable el conflicto para la comprensión?


“¿No hay otra clase de conflicto, el conflicto de aprender a hacer una cosa, adquirir una técnica? Puede uno tener una visión intuitiva de algo, pero tiene ello que manifestarse, y el llevarlo a cabo es contienda, implica mucho trastorno y dolor”.


En cierto grado, es verdad; pero ¿no es la creación misma el medio? El medio no está separado del fin; el fin es según los medios. La expresión es según la creación; el estilo concuerda con lo que tenéis que decir. Si tenéis algo que decir, esa misma cosa crea su propio estilo. Mas si uno es simplemente un técnico, entonces no hay problema vital.


¿Produce comprensión el conflicto en cualquier campo? ¿No hay una continua cadena de conflicto en el esfuerzo, la voluntad de ser, de llegar a ser; tanto la positiva como la negativa? ¿No se convierte la causa del conflicto en el efecto, que a su vez se convierte en la causa? No se libra uno del conflicto hasta que no hay comprensión de lo que es. Lo que es nunca puede comprenderse a través de la pantalla de la idea, tiene uno que abordarlo como cosa nueva. Como lo que es nunca es estático, la mente no debe estar ligada al conocimiento, a una ideología, a una creencia, a una conclusión. En su naturaleza misma, el conflicto es separativo, como lo es toda oposición; y ¿no es la exclusión, la separación, un factor de desintegración? Cualquier forma de poder, tanto si es individual como del Estado, cualquier esfuerzo para llegar a ser más o llegar a ser menos, es un proceso de desintegración. Todas las ideas, creencias, sistemas de pensamiento, son separativos, exclusivos. El esfuerzo, el conflicto, no puede bajo ninguna circunstancia traer comprensión, por lo cual es un factor de degeneración en el individuo, lo mismo que en la sociedad.


“¿Qué es, entonces, la integración? Comprendo más o menos cuáles son los factores de la desintegración, pero eso es sólo una negación. Mediante una negación no puede uno llegar a la integración. Yo puedo saber lo que es malo, lo cual no significa que sepa lo que es bueno o acertado”.


Ciertamente, cuando se ve lo falso como falso, existe lo verdadero. Cuando uno se da cuenta de los factores de degeneración, no simplemente de manera verbal, sino profundamente, ¿no hay entonces integración? ¿Es estática la integración, algo que haya de ganarse y con lo cual se haya de terminar? A la integración no puede llegarse; llegar es morir. No es una meta, un fin, sino un estado de ser; es una cosa viviente, y ¿cómo puede una cosa viviente ser una meta, una finalidad? El deseo de ser integrado no es diferente de ningún otro deseo, y todo deseo es causa de conflicto. Cuando no hay conflicto, hay integración. La integración es un estado de atención completa. No puede haber completa atención si hay esfuerzo, conflicto, resistencia, concentración. La concentración es una fijación; es un proceso de separación, exclusión, y no es posible la atención completa cuando hay exclusión. Excluir es estrechar, y lo estrecho o limitado nunca puede darse cuenta de lo completo. La plena y completa atención no es posible cuando hay condenación, justificación o identificación, o cuando la mente está oscurecida por conclusiones, especulaciones, teorías. Cuando entendemos los obstáculos, sólo entonces hay libertad. La libertad es una abstracción para el hombre encarcelado; pero la vigilancia pasiva deja al descubierto los obstáculos, y al librarse de estos, surge la integración.


CASTIDAD


El arroz estaba madurando, el verde tenía un matiz dorado, y sobre él se derramaba el sol vespertino. Había largas y estrechas zanjas, y el agua que las llenaba recogía la luz del atardecer. Las palmeras se inclinaban sobre los arrozales a todo lo largo de su borde, y entre las palmas había casitas, oscuras y alejadas. La callejuela serpenteaba perezosamente por entre los arrozales y las palmeras. Era una senda muy musical. Un chico estaba tocando la flauta frente al arrozal. Tenía un cuerpo limpio y sano, bien proporcionado y delicado, y sólo estaba cubierto con una tela blanca. La luz del sol poniente le daba en la cara, y sus ojos sonreían. Estaba practicando la escala, y cuando se cansaba de ésta, tocaba una canción. Realmente estaba disfrutando con ello, y su gozo era contagioso. Aunque yo estaba sentado sólo a corta distancia, nunca dejaba de tañer. La luz vespertina, el mar verde dorado del campo, el sol entre las palmeras y el niño tocando su flauta, parecían dar al atardecer un encanto raramente sentido. De pronto dejó de tocar, se acercó y se sentó a mi lado; ninguno de los dos dijo una palabra, pero él sonrió y su sonrisa pareció llenar los cielos. Su madre lo llamó desde alguna casa oculta entre las palmeras; no respondió inmediatamente, pero a la tercera llamada se levantó, sonrió y se marchó. Más allá, a lo largo de la senda, una joven estaba cantando al son de algún instrumento de cuerda, y tenía una voz bastante agradable. A través del campo, alguien recogió la canción y cantó a plena voz con desenvoltura, y la niña interrumpió su canto y escuchó hasta que la voz masculina hubo terminado. Ahora ya iba oscureciendo. El lucero de la tarde estaba sobre el campo, y las ranas empezaban a llamar.


¡Cómo queremos poseer la nuez del cocotero, la mujer y los cielos! Queremos monopolizar, y las cosas parecen adquirir mayor valor mediante la posesión. Cuando decimos “es mío”, el cuadro parece volverse más bello, más digno de tenerse; parece adquirir mayor delicadeza, mayor profundidad y plenitud. Hay una extraña cualidad de violencia en la posesión. En el momento en que uno dice “esto es mío”, se convierte en una cosa que hay que cuidar, defender, y en este mismo acto hay una resistencia que engendra violencia. La violencia siempre está buscando éxito; la violencia es culminación de uno mismo. Triunfar es siempre fracasar. La llegada es la muerte y el viajar es eterno. Ganar, ser victorioso en este mundo, es perder la vida. ¡Cuán ansiosamente vamos tras un fin! Pero el fin es perpetuo y así es el conflicto de su persecución. El conflicto es un continuo conquistar, y lo que se conquista ha de ser conquistado una y otra vez. El vencedor siempre está atemorizado y la posesión es su oscuridad. El derrotado, anhelando la victoria, pierde lo ganado, y de este modo es igual al vencedor. Tener el cuenco vacío es tener la vida que es inmortal. 


Llevaban casados sólo corto tiempo y aun no tenían hijos. Parecían muy jóvenes, muy distante de la rutina diaria, muy tímidos. Querían hablar de sus cosas serenamente, sin que se les precipitase y sin la sensación de que estaban haciendo esperar a otros. Era una pareja de lindo aspecto, pero había tensión en su mirada sonreían fácilmente, pero tras la sonrisa había cierta ansiedad. Eran limpios y juveniles, pero había un vislumbre de lucha interna. El amor es una extraña cosa, y ¡qué pronto se marchita! ¡Qué pronto el humo sofoca la llama! La llama no es vuestra ni mía; es simplemente llama, clara y suficiente; no es personal ni impersonal; no es de ayer ni de mañana. Tiene un color vivificante y un perfume que nunca es el mismo. No puede poseerse, monopolizarse ni retenerse en la mano. Si se sujeta, quema y destruye, y el humo invade nuestro ser; y entonces ya no hay sitio para la llama.


Decía él que llevaban casados dos años y que ahora vivían tranquilos no lejos de una población algo grande. Tenía una pequeña granja, veinte o treinta acres de arroz y frutas, así como algo de ganado vacuno. El estaba interesado en mejorar la raza, y ella en algún trabajo del hospital local. Sus días estaban llenos, pero no se trataba de la plenitud del escape. Nunca habían tratado de escapar de nada, excepto de sus parientes, que eran muy tradicionales y un poco fatigosos. Se habían casado a pesar de la oposición familiar, y estaban viviendo solos con muy poca ayuda. Antes de casarse habían hablado sobre el asunto y decidido no tener niños.


¿Por qué?


“Ambos comprendíamos en qué tremenda confusión se encuentra el mundo, y producir más bebés parecía algo así como un crimen. Los niños casi inevitablemente se convertirían en funcionarios burocráticos, o esclavos de alguna especie de sistema económico-religioso. El ambiente los volvería estúpidos, o listos y cínicos. Además, no teníamos bastante dinero para educar debidamente a nuestros hijos”.


¿Qué queréis decir con la palabra “debidamente”?


“Para educar los hijos adecuadamente, tendríamos que mandarlos a escuelas, no solamente aquí, sino en el extranjero. Tendríamos que cultivar su inteligencia, su sentido del valor y de la belleza, y ayudarlos a vivir rica y felizmente, de modo que tuvieran paz en sí mismos; y, desde luego, habría que enseñarles alguna clase de técnica, que no destruyera sus almas. Además de todo esto, considerando lo estúpidos que éramos nosotros mismos, a los dos nos parecía que no debíamos transmitir nuestras propias reacciones y condicionamiento a nuestros hijos. No queríamos propagar ejemplares modificados de nosotros mismos.


¿Es que queréis decir que vosotros dos habéis pensado todo esto tan lógica y brutalmente antes de casaros? Elaborasteis un buen contrato; pero, ¿puede llevarse a cabo tan fácilmente como se elaboró? La vida es un poco más compleja que un contrato verbal, ¿no es así?


“Esto es lo que vamos descubriendo. Ninguno de nosotros ha hablado sobre todo esto a ninguna otra persona, antes ni después de nuestro matrimonio, y eso ha sido una de nuestras dificultades. No conocíamos a nadie con quien pudiéramos hablar libremente, porque la mayor parte de los viejos se complacen con demasiada arrogancia en desaprobarnos o en darnos palmaditas en la espalda. Oímos una de vuestras pláticas y los dos quisimos venir a discutir nuestro problema con vos. Otra cosa es que, antes de nuestra boda, prometimos no tener nunca ninguna relación sexual el uno con el otro”.


De nuevo... ¿Por qué?


“Los dos somos de inclinaciones muy religiosas y queríamos hacer una vida espiritual. Siempre, desde niño he anhelado el no ser mundano, vivir la vida de un sannyasi. Solía yo leer muchísimos libros religiosos, lo cual sólo fortalecía mi deseo. Y efectivamente, llevé puesta la túnica azafranada durante cerca de un año”.


¿Y vos también?


“Yo no soy tan inteligente ni tan instruida como lo es él, pero tengo una fuerte tradición religiosa. Mi abuelo tenía un empleo bastante bueno, pero él abandonó a su esposa e hijos para hacerse sannyasi, y ahora mi padre quiere hacer lo mismo; hasta ahora mi madre lo ha impedido, pero un buen día también él puede desaparecer, y yo tengo el mismo impulso de llevar una vida religiosa”.


Entonces, si se me permite la pregunta, ¿por qué os habéis casado?


“Queríamos cada uno la compañía del otro”, replicó él; “nos amábamos y teníamos algo en común. Habíamos sentido esto siempre desde nuestra más temprana juventud, y no encontrábamos razón alguna para no casarnos oficialmente. Pensamos en no casarnos y en vivir juntos sin relación sexual, pero esto habría causado innecesario trastorno. Después de nuestro matrimonio, todo fue bien durante un año aproximadamente, pero nuestro recíproco anhelo se volvió casi intolerable. Al fin tan insoportable que yo solía marcharme; no podía hacer mi trabajo, no podía pensar en otra cosa, y tenía sueños absurdos. Me volví caprichoso e irritable, aunque no se cruzaba una palabra dura entre nosotros. Nos amábamos y no podíamos hacernos daño el uno al otro, con palabras o actos; y el fin decidimos venir a hablar de ello con vos. Literalmente, no puedo continuar con el voto que ella y yo hemos hecho. No tenéis idea de lo que ha sido esto”.


¿Y vos qué decís?


“¿Qué mujer no quiere tener un hijo del hombre que ama? Yo no sabía que fuera capaz de semejante amor, y también he tenido mis días de tortura y noches de agonía. Me volví histérica y lloraba por la menor cosa, y durante ciertos días del mes esto se volvía una pesadilla. Esperaba yo que ocurriera algo, pero aun cuando hablamos sobre el asunto, no sirvió de nada. Luego empezó a funcionar un hospital cerca de aquí y me pidieron ayuda, y yo estaba encantada de alejarme de todo esto. Pero tampoco sirvió de nada ¡Verlo tan cerca todos los días...!” Ahora lloraba ella, de todo corazón. “Hemos venido, pues, a hablar sobre todo ello. ¿Qué decís?”


¿Es una vida religiosa el castigarse a sí mismo? ¿Es la mortificación del cuerpo o de la mente señal de comprensión? ¿Es el torturarse a sí mismo un camino hacia la realidad? ¿Es la castidad negación? ¿Creéis realmente que podéis llegar lejos por medio de la renunciación? ¿Creéis que puede haber paz mediante el conflicto? ¿No importa el medio infinitamente más que el fin? El fin puede ser, pero el medio es. Lo efectivo, lo que es, ha de ser comprendido y no aplastado por las determinaciones, los ideales y las ingeniosas racionalizaciones. El dolor no es el camino hacia la felicidad. Lo que se llama pasión tiene que ser comprendido, y no reprimido ni sublimado, y es inútil encontrarle un sustituto. Hagáis lo que hiciereis, sea el que fuere el recurso que inventéis, no hará otra cosa que fortalecer a aquello que no ha sido amado ni comprendido. Amar lo que llamamos pasión es comprenderla. Amar es estar en unión directa, y no podéis amar algo si lo resistís, si tenéis ideas, conclusiones sobre ello. ¿Cómo podéis amar y comprender la pasión si habéis hecho un voto contra ella? Un voto es una forma de resistencia, y aquello que resistís al fin os conquista. La verdad no es para ser conquistada; no podéis asaltarla; se os escapará de las manos si tratáis de agarrarla. La verdad viene silenciosamente, sin que lo sepáis. Lo qué conocéis no es la verdad, es sólo una idea, un símbolo. La sombra no es lo real.


Seguramente, nuestro problema es comprendernos a nosotros mismos, y no destruirnos. Destruir es relativamente fácil. Tenéis una norma de acción que esperáis os lleve a la verdad. La norma es siempre de vuestra propia hechura, se ajusta a vuestro propio condicionamiento, como también ocurre con el fin. Vosotros hacéis la norma y luego formulais el voto de cumplirla. Este es un escape final de vos mismo. Vos no sois esa norma autoproyectada y su proceso sois lo que efectivamente sois, el deseo, el anhelo. Si realmente queréis trascender el deseo y quedar libre de él, tenéis que comprenderlo por completo, sin condenarlo ni aceptarlo; pero ese es un arte que solamente llega mediante la vigilancia templada por la honda pasividad.


“He leído algunas de vuestras conferencias y puedo seguir lo que queréis decir. Pero ¿qué es lo que efectivamente debemos hacer?”


Es vuestra vida, vuestra desgracia, vuestra felicidad, y ¿se atreverá otro a deciros lo que debéis o no debéis hacer? ¿No os lo han dicho ya otros? Los otros son el pasado, la tradición, el condicionamiento del cual vosotros sois también parte. Habéis escuchado a otros, a vosotros mismos, y os encontráis en este apuro; y ¿todavía buscáis consejo de otros, que es como si fuera de vosotros mismos? Escucharéis, pero aceptaréis lo placentero y rechazaréis lo doloroso y las dos cosas atan. Vuestro voto contra la pasión es el comienzo de la desdicha, lo mismo que la indulgencia con ella; pero lo importante es comprender todo este proceso del ideal, del voto, de la disciplina, del castigo, todo lo cual es una honda evasión de la pobreza interna, del dolor de la interna insuficiencia y soledad. Este proceso total sois vos mismo.


“Pero, ¿qué nos decís sobre los hijos?”


Tampoco aquí hay “sí” o “no”. Buscar una respuesta por medio de la mente no conduce a ninguna parte. Utilizamos los hijos como peones en el juego de nuestra vanidad, y acumulamos desdicha; los utilizamos como otro medio de escape de nosotros mismos. Cuando los hijos no son utilizados como un medio, tienen una significación o importancia que no es la significación que vos, o la sociedad, o el Estado puede darles. La castidad no es cosa de la mente; la castidad es la naturaleza misma del amor. Sin amor, hagáis lo que queráis, no puede haber castidad. Si hay amor, vuestra pregunta encontrará la verdadera respuesta


Siguieron en aquella habitación en completo silencio, durante largo rato. No hubo más palabras ni gestos.



EL MIEDO A LA MUERTE


En la roja tierra frente a la casa había cantidades de flores en forma de trompeta, con corazones dorados. Tenían grandes pétalos malva y un delicado aroma. Serían barridas o arrastradas durante el día, pero en la oscuridad de la noche cubrían la tierra roja La trepadora era fuerte, con hojas dentadas que resplandecían bajo el sol mañanero. Algunos niños pisaban descuidadamente las flores, y un hombre que se dirigía precipitadamente a su coche ni siquiera las miró. Un transeúnte tomó una, la olió y se la llevó para dejarla caer luego. Una mujer, que debía ser una sirvienta, salió de la casa, cortó una flor y se la puso en el cabello. ¡Cuán bellas eran aquellas flores, y cuán rápidamente se marchitaban al sol!


“Siempre me ha perseguido cierto temor. De pequeño era yo muy tímido, medroso y sensible, y ahora me atemorizan la vejez y la muerte. Sé que todos tenemos que morir, pero ninguna suma de razonamientos parece calmar este miedo. Me he adscripto a la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, he asistido a algunas sesiones, y he leído lo que han dicho los grandes instructores sobre la muerte; pero el temor a ella sigue presente. Incluso he ensayado el psicoanálisis, pero tampoco esto ha servido. Este miedo se ha convertido en un gran problema para mí; me despierto en medio de la noche con terribles sueños, y todos ellos, de una manera u otra, se relacionan con la muerte. Me asusta extrañamente la violencia y la muerte. La guerra fue una continua pesadilla para mí, y ahora me siento realmente muy preocupado. No es una neurosis, pero comprendo que podría llegar a serlo. He hecho cuanto me ha sido posible para someter a control este temor he tratado de escapar de él, pero al fin de mi evasión no he podido desprenderme del mismo. He escuchado algunas conferencias bastante estúpidas sobre reencarnación, y he estudiado un poco de hindú y de literatura budista. Pero todo esto ha sido muy insatisfactorio, al menos para mí. No tengo sólo un temor superficial a la muerte, sino que hay un miedo muy profundo de ella”.


¿En qué forma abordáis el futuro, el mañana, la muerte? ¿Tratáis de hallar la verdad del asunto, o es que buscáis que se os tranquilice, que se os dé una satisfactoria aserción de continuidad o aniquilación? ¿Queréis la verdad, o una respuesta consoladora?


”Presentado de esa manera, realmente no sé de qué siento temor; pero el temor sigue siendo apremiante”.


¿Cuál es vuestro problema? ¿Queréis estar libre del temor, o es que estáis buscando la verdad con respecto a la muerte?


“¿Qué queréis decir con ‘la verdad con respecto a la muerte’?”


La muerte es un hecho inevitable; hagáis lo que hiciereis, es irrevocable final y verdadera. Pero ¿queréis saber la verdad de lo que hay mas allá de la muerte?


“Por todo lo que he estudiado y por las pocas materializaciones que he visto en las sesiones, existe evidentemente cierta clase de continuidad después de la muerte. El pensamiento continúa en alguna forma, cosa que vos mismo habéis afirmado. Lo mismo que la radiación de canciones, palabras y escenas requiere un receptor en el otro extremo, así el pensamiento que continúa después de la muerte necesita un instrumento a través del cual pueda expresarse. El instrumento puede ser un ‘médium’, o bien puede el pensamiento encarnar en otra forma. Todo esto está bastante claro y puede ser experimentado y comprendido; pero aunque he profundizado bastante en este asunto, sigue habiendo un temor insondable que creo está definitivamente relacionado con la muerte”.


La muerte es inevitable. La continuidad puede terminarse, o bien puede ser alimentada y mantenida. Lo que tiene continuidad nunca puede renovarse, jamás puede ser lo nuevo, nunca puede comprender lo desconocido. La continuidad es duración, y aquella que sea permanente no es lo atemporal. Por medio del tiempo, de la duración, no existe lo atemporal. Tiene que haber terminación para que lo nuevo sea. Lo nuevo no está dentro de la continuación del pensamiento. El pensamiento es movimiento continuado en el tiempo, este movimiento no puede encerrar dentro de sí un estado del ser que no sea del tiempo. El pensamiento se funda en el pasado, su ser mismo es del tiempo. El tiempo no es sólo cronológico, sino que es pensamiento, en cuanto es movimiento del pasado a través del presente hacia el futuro; es el movimiento de la memoria, de la palabra, el cuadro, el símbolo, el registro, la repetición. El pensamiento, la memoria, son continuos a través de la palabra y la repetición. La terminación del pensamiento es el comienzo de lo nuevo; la muerte del pensamiento es vida eterna. Tiene que haber constante terminación para que lo nuevo sea. Aquello que es nuevo no es continuo; lo nuevo solamente es la muerte de instante en instante. Tiene que haber muerte todos los días para que lo desconocido sea. Terminar es empezar, pero el miedo impide el terminar.


“Sé que tengo miedo, y no sé qué es lo que hay más allá de él”.


¿Qué queremos decir con la palabra miedo? ¿Qué es el miedo? El miedo es una abstracción, no existe independientemente, en aislamiento. Sólo aparece en relación con algo. En el proceso de la relación el temor se manifiesta; no hay temor aparte de la relación. Ahora bien, ¿qué es lo que os amedrenta? Decís que os atemoriza la muerte. ¿Qué queremos decir con “muerte”? Aunque tenemos teorías, especulaciones, y existen ciertos hechos observables, la muerte sigue siendo lo desconocido. Sea lo que fuere lo que sepamos sobre ella, la muerte misma no puede llevarse al campo de lo conocido; extendemos una mano para agarrarla, pero no está ahí. La asociación es lo conocido, y lo desconocido no puede volverse familiar; el hábito no puede capturarlo, y por eso hay temor.


¿Puede jamás lo conocido, la mente, comprender o contener lo desconocido? La mano que se extiende sólo puede recibir lo conocible, no puede retener lo incognoscible. Desear experiencia es dar continuidad al pensamiento; desear experiencia es fortalecer el pasado; desear experiencia es fomentar lo conocido. Queréis experimentar la muerte, ¿no es cierto? Aunque estáis viviendo, queréis saber lo que es la muerte. Pero ¿sabéis lo que es vivir? Conocéis la vida sólo como conflicto, confusión, antagonismo, gozo y dolor pasajeros. Más ¿es eso vida? ¿Son vida la lucha y el dolor? En este estado que llamamos vida queremos experimentar algo que no está en nuestro propio campo de conciencia. Esta pena, esta pugna, el odio que va incluido en el gozo, es lo que llamamos vivir; y queremos experimentar algo que es lo opuesto de lo que llamamos vivir. Lo opuesto es la continuación de lo que es, acaso modificado. Mas la muerte no es lo opuesto. Es lo desconocido. Lo cognoscible anhela experimentar la muerte, lo desconocido; pero, haga lo que hiciere, no podrá experimentar la muerte, y por lo tanto está atemorizado. ¿Es eso?


“Lo habéis expuesto claramente. Si yo pudiera saber o experimentar lo que es la muerte durante la vida, entonces seguramente que cesaría el temor”.


Porque no podéis experimentar la muerte, os da miedo de ella. ¿Puede lo consciente experimentar ese estado que no puede surgir a través de lo consciente? Aquello que puede ser experimentado es la proyección de lo consciente, lo conocido. Lo conocido sólo puede experimentar lo conocido; la experiencia está siempre dentro del campo de lo conocido; lo conocido no puede experimentar lo que está más allá de su campo. Vivenciar es totalmente diferente de experimentar. La vivencia no está dentro del campo del experimentador; pero en cuanto la vivencia se disipa, surgen el experimentador y la experiencia, y entonces la vivencia es traída al campo de lo conocido. El conocedor, el experimentador, anhela el estado de vivencia, lo desconocido; y como el experimentador, el conocer no puede entrar en el estado de vivencia, tiene miedo. El es miedo, no está separado de él. El experimentador del temor no es un observador de él; es el temor mismo, el propio instrumento del miedo.


“¿A qué os referís con la palabra ‘miedo’? Sé que me atemoriza la muerte. No tengo la sensación de ser yo el miedo, pero estoy amedrentado de algo. Temo, y estoy separado del temor. El temor es una sensación distinta del ‘yo’ que lo está mirando, analizando. Yo soy el observador, y el temor es lo observado. ¿Cómo pueden el observador y lo observado ser uno solo?”


Decís que sois el observador, y que el temor es lo observado. Pero ¿es así? ¿Sois una entidad separada de vuestras cualidades? ¿No sois idéntico a vuestras cualidades? ¿No sois vuestros pensamientos, emociones, etc.? No estáis separado de vuestras cualidades, pensamientos. Sois vuestros pensamientos. El pensamiento crea el “vos”, la entidad que se supone separada; sin pensamiento, el pensador no existe. Viendo la impermanencia de sí mismo, el pensamiento crea al pensador, como lo permanente, lo duradero; y el pensador entonces se convierte en el experimentador, el que analiza, el observador separado de lo transitorio. Todos anhelamos alguna especie de permanencia, y, viendo a nuestro alrededor la impermanencia, el pensamiento crea al pensador, el que se supone que es permanente. El pensador entonces procede a edificar otros y más elevados estados de permanencia: el alma, el atman, el yo superior, y así sucesivamente. El pensamiento es la base de todo este edificio. Pero esa es otra cuestión. Lo que nos concierne es el temor. ¿Qué es el temor? Veamos lo que es.


Decís que os atemoriza la muerte. Como no podáis experimentarla, le tenéis miedo. La muerte es lo desconocido, y lo desconocido os atemoriza. ¿Es eso? Ahora bien, ¿podéis tener miedo a algo que no conocéis? Si algo os es desconocido, ¿cómo podéis tenerle miedo? Os atemoriza realmente, no lo desconocido, la muerte, sino la pérdida de lo conocido, porque eso podría causar dolor o quitaros el placer, la satisfacción. Es lo conocido lo que produce temor, no lo desconocido. ¿Cómo puede causar temor lo desconocido? No es medible en términos de placer y dolor: es desconocido.


El temor no puede existir por sí mismo, viene en relación con algo. Os atemoriza efectivamente lo conocido en su relación con la muerte ¿no? Como os aferráis a lo conocido, a una experiencia, os asusta lo que podría ser el futuro. Pero “lo que podría ser” el futuro es meramente una reacción, una especulación, lo opuesto de lo que es. Es así, ¿verdad?


“Sí, eso parece acertado”.


¿Y conocéis lo que es? ¿Lo comprendéis? ¿Habéis abierto el armario de lo conocido y mirado en su interior? ¿No os asusta también lo que podríais descubrir allí? ¿Habéis inquirido alguna vez en lo conocido, en lo que poseéis?


“No, no lo he hecho. Siempre he dado por sentado lo conocido. He aceptado el pasado como uno acepta la luz del sol o la lluvia. Nunca lo he tomado en consideración; es uno casi inconsciente de ello, como lo es de su propia sombra. Ahora que habláis de esto, creo que también tengo miedo de descubrir lo que pueda haber ahí”.


¿No tenemos miedo, la mayoría de nosotros, de mirar en nosotros mismos? Podríamos descubrir cosas desagradables, de modo que preferimos no mirar, queremos mejor ignorar lo que es. No sólo tenemos temor de lo que puede haber en el futuro, sino también de lo que puede haber en el presente. Tememos conocernos como somos, y esta evasión de lo que es, nos hace temer lo que podría ser. Nos acercamos a lo que se llama conocido con temor, y también a lo desconocido, la muerte. Eludir lo que es, es deseo de satisfacción. Estamos buscando seguridad, reclamando constantemente que no haya perturbación; y es este deseo de no ser perturbados lo que nos hace eludir lo que es y temer lo que podría ser. El miedo es la ignorancia de lo que es, y nuestra vida se gasta en un constante estado de temor.


“¿Pero, cómo se va uno a librar de este miedo?”


Para libraros de algo tenéis que comprenderlo. ¿Hay miedo, o sólo el deseo de no ver? Es el deseo de no ver lo que trae el miedo; y cuando no queréis comprender el pleno significado de lo que es, el miedo actúa como un preventivo. Podéis llevar una vida satisfecha, evitando deliberadamente toda indagación sobre lo que es, y muchos lo hacen; pero no son felices, ni lo son los que se divierten con un estudio superficial de lo que es. Tan sólo los que investigan en serio pueden darse cuenta de la felicidad; únicamente para ellos hay libertad del temor.


“Entonces, ¿cómo va uno a comprender lo que es?”


Lo que es hay que verlo en el espejo de la interrelación, de la relación con todas las cosas. Lo que es no puede comprenderse en el retiro, en el aislamiento; no puede entenderse si existe el intérprete, el traductor que niega o acepta. Lo que es puede sólo comprenderse cuando la mente está por completo pasiva, cuando no está actuando sobre lo que es.


“¿No es sumamente difícil el darse cuenta pasivamente?”


Lo es, mientras hay pensamiento.




LA FUSIÓN DEL PENSADOR Y SUS PENSAMIENTOS


Era un estanque pequeño, pero muy bello. La hierba cubría sus orillas y unos pocos escalones bajaban hasta él. Había un pequeño templo blanco a un extremo, rodeado de altas y esbeltas palmeras. El templo estaba bien construido y cuidado; estaba inmaculadamente limpio, y a aquella hora, cuando el sol estaba muy oculto tras del palmar, no había nadie allí, ni siquiera el sacerdote, quien cuidaba el templo y lo que contenía con gran veneración. Este pequeño y decorativo templo daba al estanque una atmósfera de paz; el lugar estaba muy silencioso, y hasta las aves estaban en silencio. La leve brisa que movía las palmeras estaba cesando, y unas pocas nubes flotaban a través del cielo, radiante en el sol vespertino. Una culebra nadaba por el estanque, entrando y saliendo por entre las hojas de loto. El agua estaba muy clara, y había lotos rosa y violeta. Su delicado aroma flotaba sobre el agua y las verdes orillas. Nada se movía ahora, y el encanto del lugar parecía llenar la tierra. Pero ¡qué hermosas eran aquellas flores! Estaban muy quietas y algunas empezaban a cerrarse para la noche, dejando fuera la oscuridad. La culebra había cruzado el estanque, subido la orilla y pasaba cerca; sus ojos eran como brillantes y negras cuentas, y su bífida lengua jugaba ante ella como una llamita, abriéndole el camino.


La especulación y la imaginación son un obstáculo para la verdad. La mente que especula nunca puede conocer la belleza de lo que es; está presa en la red de sus propias imágenes y palabras. Por lejos que pueda vagar en su fabricación de imágenes, sigue dentro de la sombra de su propia estructura y nunca puede ver lo que está más allá de sí misma. La mente sensible no es una mente imaginativa. La facultad de crear cuadros limita a la mente; tal mente está ligada al pasado, al recuerdo, que la embota. Sólo la mente en calma es sensible. La acumulación en cualquier forma es una carga; y ¿cómo puede una mente ser libre cuando está cargada? Sólo la mente libre es sensible; lo abierto es lo imponderable, lo implícito, lo desconocido. La imaginación y la especulación impiden lo abierto, lo sensible.


Había él pasado muchos años, dijo, en busca de la verdad. Había andado alrededor de muchos instructores, muchos gurús, y, estando aun en su peregrinación, se había detenido aquí para inquirir. Bronceado por el sol y enflaquecido por sus viajes, era un asceta que había renunciado al mundo y había dejado su propio remoto país. Por medio de la práctica de ciertas disciplinas, había aprendido con gran dificultad a concentrarse, y había subyugado los apetitos. Como intelectual, con facilidad para las citas, sabía discutir bien y —era rápido en sus conclusiones. Había aprendido el sánscrito, y las resonantes frases de éste le resultaban fáciles. Todo esto había dado cierta agudeza a su mente; pero una mente agudizada no es flexible, libre.


Para comprender, para descubrir, ¿no tiene la mente que ser libre en el principio mismo? ¿Puede ser jamás libre una mente que esté disciplinada, reprimida? La libertad no es una meta última; tiene que existir en el principio mismo ¿no es así? Una mente que esté disciplinada, bajo control, es libre dentro de su propio molde; pero eso no es libertad. El fin de la disciplina es la conformidad; su sendero lleva a lo conocido, y lo conocido nunca es lo libre. La disciplina, con su temor, es la codicia del logro.


“Estoy empezando a ver que hay algo fundamentalmente malo en todas estas disciplinas. Aunque he pasado muchos años tratando de dar forma a mis pensamientos de acuerdo con el modelo deseado, encuentro que no llego a ninguna parte”.


Si el medio es la imitación, el fin tiene que ser una copia. El medio hace el fin, ¿no es verdad? Si la mente está moldeada en el principio, también estará condicionada al fin; y ¿cómo puede ser nunca libre una mente condicionada? El medio es el fin, no son dos procesos separados. Es una ilusión creer que, mediante un mal medio, puede alcanzarse lo verdadero. Cuando el medio es la represión, el fin tiene que ser también un producto del temor.


“Tengo una vaga impresión de lo inadecuado de las disciplinas, aun cuando yo las practique, como aun lo hago; ahora no son más que un hábito inconsciente. Desde la niñez, mi educación ha sido un proceso de conformidad, y la disciplina ha sido en mí casi instintiva desde que me pose por primera vez esta túnica. La mayoría de los libros que he leído, y todos los gurús a los que he acudido, prescriben el control en una u otra forma, y no tenéis idea de cómo me consagré a ello. Así que lo que decís parece casi una blasfemia; realmente es para mí, una sacudida, pero es evidente que eso es verdadero. ¿Habré desperdiciado mis años?”


Habrían sido desperdiciados si vuestras prácticas impidieran ahora la comprensión, la receptividad a la verdad, es decir, si estos impedimentos no fueran sabiamente observados y profundamente comprendidos. Estamos tan atrincherados en nuestro propio artificio, que la mayor parte de nosotros no nos atrevemos a mirarlo o mirar más allá de ello. El ansia misma de comprender es el comienzo de la libertad. ¿Cuál es, pues, nuestro problema?


“Estoy buscando la verdad, y he convertido en medios para tal fin las disciplinas y prácticas de varias clases. Mi más profundo instinto me impulsa a buscar y encontrar, y no estoy interesado en nada más”.


Empecemos cerca para llegar lejos. ¿Qué queréis decir con la palabra búsqueda? ¿Estáis buscando la verdad? Y ¿puede encontrarse buscando? Para buscar la verdad tenéis que saber lo que ella es. Buscar implica un conocimiento previo, algo ya sentido o conocido, ¿no es esto? ¿Es la verdad algo que deba ser conocido, acumulado y retenido? ¿No es su formulación una proyección del pasado y no la verdad en absoluto, sino un recuerdo? La búsqueda implica un proceso hacia fuera o interno, ¿no? Y ¿no tiene que estar en calma la mente para que la realidad sea? La búsqueda es el esfuerzo para ganar lo más o lo menos, es adquisitividad positiva o negativa; y mientras la mente sea la concentración, el foco del esfuerzo, del conflicto, ¿puede jamás estar en calma? Puede la mente estar en calma por el esfuerzo? Puede clamarse por medio de la compulsión, pero lo que se hace puede deshacerse.


“Pero ¿no es indispensable esfuerzo de alguna clase?”


Vamos a verlo. Vamos a inquirir sobre la verdad de la búsqueda. Para buscaré tiene que haber el buscador, una entidad separada de aquello que él busca. Y ¿existe semejante entidad separada? ¿Es el pensador, el experimentador, diferente o separado de sus pensamientos y experiencias? Sin inquirir en todo este problema, la meditación no tiene sentido. Debemos, pues, entender la mente, el proceso del ego. ¿Qué es la mente que busca, que escoge, que teme, que niega y justifica? ¿Qué es el pensamiento?


“Nunca he abordado el problema en esta forma, y me siento ahora un poco confuso; pero, por favor seguid”.


El pensamiento es sensación, ¿verdad? Mediante la percepción y el contacto surge la sensación; de ésta nace el deseo, deseo de esto y no de aquello. El deseo es el principio de la identificación, lo “mío” y lo “no mío”. El pensamiento es sensación verbalizada; el pensamiento es la respuesta de la memoria, la palabra, la experiencia, la imagen. El pensamiento es transitorio, cambiante, impermanente, y está buscando permanencia. Así es como el pensamiento crea al pensador, que entonces llega a ser lo permanente; asume el papel del censor, el guía, el que ejerce el control, el moldeador del pensamiento. Esta ilusoria entidad permanente es el producto del pensamiento, de lo transitorio. Esta entidad es el pensamiento; sin el pensamiento, no existe. El pensador está hecho de cualidades; sus cualidades no pueden separarse de él mismo. El controlador es lo controlado y en este juego él se está engañando a sí mismo. Hasta que lo falso sea visto como falso, la verdad no existirá.


“Entonces, ¿quién es el vidente, el experimentador, la entidad que dice, ‘comprendo’?”


En tanto exista el experimentador recordando la experiencia la verdad no existirá. La verdad no es algo para recordarse, almacenarse, registrarse, y luego exhibirse. Lo que se acumula no es la verdad. El deseo de experimentar crea el experimentador, que entonces acumula y recuerda. El deseo contribuye a la separación del pensador de sus pensamientos; el deseo de llegar a ser, de experimentar, de ser más o de ser menos, contribuye a la división entre el experimentador y la experiencia. Darse cuenta de los caminos del deseo es conocimiento de sí mismo. El autoconocimiento es el principio de la meditación.


“¿Cómo puede haber fusión del pensador con sus pensamientos?”


No mediante la acción de la voluntad, ni por la disciplina, ni por ninguna forma de esfuerzo, control o concentración, ni por ningún otro medio. El uso de un medio implica un agente que esté actuando ¿no? Mientras haya un actor, habrá división. La fusión ocurre sólo cuando la mente está en completa calma, sin tratar de estar en calma. Existe esta calma, no cuando el pensador termina, sino sólo cuando el pensamiento mismo ha desaparecido. Hay que estar libre de la respuesta del condicionamiento, que es el pensamiento. Cada problema se resuelve sólo cuando no existe la idea, la conclusión; la conclusión, la idea y el pensamiento, son la agitación de la mente. ¿Cómo puede haber comprensión cuando la mente está agitada? El fervor debe estar atemperado con el veloz juego de la espontaneidad Encontraréis, si habéis oído todo lo que se ha dicho, que la verdad vendrá en momentos en que no la estáis esperando. Si me permitís decirlo, sed abierto, sensible, daos plena cuenta de lo que es de instante en instante. No levantéis en torno vuestro un muro de pensamiento impermeable. La gloria de la verdad llega cuando la mente no está ocupada en sus propias actividades y luchas.




LA BUSCA DE PODER


La vaca estaba en los dolores del parto, y las dos o tres personas que atendían con regularidad su ordenamiento, alimentación y limpieza estaban ahora con ella. Ella las contemplaba, y si una se iba por algún motivo, la llamaba suavemente. En este momento crítico, quería que todos sus amigos estuviesen en derredor suyo; habían venido y ella estaba contenta, pero su parto era difícil. Nació el animalito y resultó una belleza, una ternerita. La madre se levanté anduvo dando vueltas en torno de su nuevo bebé, tocándolo suavemente de vez en cuando; sentía tal gozo, que nos apartaba a un lado. Siguió así largo tiempo, hasta que por fin se cansó. Nosotros le acercamos el animalito para que mamase, pero la madre estaba demasiado excitada. Al fin se calmó, y entonces no quería que nos marchásemos. Una de las señoras se sentó en el suelo y la nueva madre se tendió y poso la cabeza en su regazo. De repente había perdido el interés por su ternera, y sus amigos eran más ahora para ella. Había hecho mucho frío, pero al fin se levantaba el sol más allá de las colinas y empezaba a hacer más calor.


Era él miembro del gobierno y se daba cuenta tímidamente de su importancia. Hablaba de su responsabilidad para con su pueblo; explicó cómo su partido era superior a la oposición y podía hacer cosas mejores; cómo estaban tratando los suyos de poner fin a la corrupción y al mercado negro, pero cuán difícil era encontrar personas incorruptibles y a la vez eficientes, y cuán fácil era para los que estaban fuera, criticar y censurar al gobierno por las cosas que no se hacían. Continuó diciendo que cuando las personas llegaban a su edad, deberían tomar las cosas con más sosiego; pero que la mayor parte de la gente anhelaba el poder, aun los ineficientes. Decía que en lo más profundo todos éramos desdichados y nos interesábamos en nuestro provecho, aunque algunos de nosotros nos ingeniábamos en ocultar nuestra desdicha y nuestro anhelo de poder. ¿Por qué existía este afán de poder?


¿Qué queremos expresar al decir poder? Todo individuo y grupo va en busca del poder; poder para sí mismo, para el partido, o la ideología. El partido y la ideología son una prolongación de uno mismo. El asceta busca poder mediante la abnegación, y lo mismo hace la madre mediante su hijo. Existe el poder de la eficiencia con su crueldad, y el poder de la máquina en manos de unos pocos; existe la dominación de un individuo por otro, la explotación del estúpido por el astuto, el poder del dinero, el poder del nombre y la palabra, y el poder de la mente sobre la materia. Todos queremos alguna clase de poder, sobre nosotros mismos o sobre otros. Este afán de poder trae una especie de felicidad, una satisfacción que no es demasiado pasajera. El poder de la renunciación es como el poder de la riqueza. Es el anhelo de satisfacción, de felicidad, que nos impulsa a buscar poder. Y ¡cuán fácilmente nos satisfacemos! La facilidad de lograr alguna forma de satisfacción nos ciega. Toda complacencia ciega. ¿Por qué buscamos este poder?


“Yo supongo ante todo que es porque nos da comodidades materiales, una posición social, y respetabilidad en las cosas tradicionales”.


¿Existe el anhelo de poder en un solo nivel de nuestro ser? ¿No lo buscamos en lo interior, lo mismo que exteriormente? ¿Por qué? ¿Por qué rendimos culto a la autoridad, ya sea de un libro, de una persona, del Estado o de una creencia? ¿Por qué existe ese afán de aferrarse a una persona o a una idea? En un tiempo fue la autoridad del sacerdote la que nos retenía, y ahora es la autoridad del experto, del especialista. ¿No os habéis fijado en cómo tratáis a un hombre con un título, un hombre de posición, al poderoso jefe ejecutivo? El poder, en alguna forma, parece dominar nuestras vidas: el poder de uno sobre muchos, la utilización de uno por otro, o la utilización mutua.


“¿Qué queréis decir con la utilización de otro?”


Esto es bastante sencillo, ¿no es así? Nos utilizamos el uno al otro para satisfacción mutua. La actual estructura de la sociedad que es nuestra relación de uno con otro, se basa en la necesidad y la utilización. Necesitáis votos para alcanzar el poder; usáis a las personas para lograr lo que queréis, y ellas necesitan lo que vosotros prometéis. La mujer necesita al hombre y el hombre a la mujer. Nuestra relación actual se basa en la necesidad y el uso Semejante relación es inherentemente violenta, y por esto es violenta la base misma de nuestra sociedad. Mientras la estructura social se basa en la necesidad y la utilización mutuas, tiene que ser violenta y destructiva; en tanto que yo use a otro para mi personal satisfacción, o para la realización de una ideología con la cual yo esté identificado, sólo podrá haber temor, desconfianza y oposición. La relación es entonces un proceso de autoaislamiento y desintegración. Todo esto es dolorosamente evidente en la vida del individuo y en los asuntos mundiales.


“Pero ¡es imposible vivir sin necesidad mutua!”


Yo necesito al cartero, pero si lo utilizo para satisfacer algún interno afán, entonces la necesidad social se convierte en necesidad psicológica, y nuestra relación habrá sufrido un cambio radical. Es esta psicológica necesidad y utilización de otro lo que contribuye a la violencia y a la desdicha. La necesidad psicológica crea la búsqueda de poder, y el poder es utilizado para nuestra satisfacción en diferentes niveles. El hombre que es ambicioso para sí o para su partido, o que quiere alcanzar un ideal, es evidentemente un factor desintegrante en la sociedad.


“¿No es inevitable la ambición?”


Es inevitable sólo mientras no haya transformación fundamental del individuo. ¿Por qué hemos de aceptarla como inevitable? ¿Es inevitable la crueldad del hombre para con el hombre? ¿No queréis darle fin? ¿No indica completa irreflexión el aceptarla como inevitable?


“Si no sois cruel hacia otros, algún otro lo será hacia vos, de modo que tenéis que manteneros sobre los demás”.


Estar por encima de los demás es lo que tratan de hacer todos los individuos, todos los grupos, todas las ideologías, y así sostienen la crueldad, la violencia. Sólo puede haber creación en la paz; y ¿cómo puede haber paz si hay utilización humana? Hablar de paz es completo disparate mientras nuestra relación con uno o con muchas se base en la necesidad y el uso. La necesidad y la utilización de otro tienen qué llevar inevitablemente al poder y a la dominación. El poder de una idea y el poder de la espada son semejantes; ambos son destructivos. Idea y creencia ponen al hombre contra el hombre, lo mismo que lo hace la espada. La idea y la creencia son la antítesis misma del amor.


“Entonces ¿por qué nos consume consciente o inconscientemente este deseo de poder?”


¿No es la persecución del poder una de las reconocidas y respetables evasiones de nosotros mismos, de lo que es? Cada uno trata de escapar de su propia insuficiencia, de su pobreza interna, de su soledad, aislamiento. Lo actual es desagradable, pero la evasión fascina e invita. Considerad lo que pasaría si estuvierais a punto de ser privado de vuestro poder, de vuestra posición, de vuestra riqueza difícilmente ganada. Lo resistiríais, ¿verdad? Os consideráis indispensable para el bien de la sociedad, y así os resistiríais con violencia, o con argumentación racional y astuta. Si voluntariamente fuerais capaz de dejar de lado todas vuestras muchas adquisiciones en diferentes niveles, seriáis como nada, ¿no es verdad?


“Supongo que si, lo cual es muy depresivo. Desde luego, yo no quiero ser como nada”.


Tenéis pues toda la apariencia exterior, sin la sustancia interna, el incorruptible tesoro interior. Queréis vuestra apariencia externa, y lo mismo le pasa a otro, y de este conflicto surgen el odio y el miedo, al violencia y el deterioro. Con vuestra ideología, sois tan insuficiente como la oposición, y así os estáis destruyendo uno a otro en nombre de la paz, de la suficiencia, del adecuado empleo, o en nombre de Dios. Como casi todos anhelan estar por encima de los demás, hemos edificado una sociedad de violencia, conflicto y enemistad.


“Pero ¿cómo va uno a desarraigar todo esto?”


No siendo ambicioso, codicioso de poder, de nombre, de posición; siendo lo que sois, sencillo y un nadie. El pensar negativo es la más elevada forma de inteligencia.


“Pero la crueldad y la violencia del mundo no pueden ser detenidas por mi esfuerzo individual. Y ¿no invertiría un tiempo infinito el cambio de todos los individuos?”


El otro sois vos. Esta pregunta surge del deseo de evitar vuestra propia transformación inmediata, ¿no es así? Estáis diciendo, en efecto: “¿de qué sirve que yo cambie si todos los demás no cambian?” Tiene uno que empezar cerca para llegar lejos. Pero vos realmente no queréis cambiar; queréis que las cosas sigan como están, especialmente si estáis en lo alto, y así decís que se tardará tiempo infinito en transformar el mundo a través de la transformación individual. El mundo sois vos, vos sois el problema; el problema no está separado de vos; el mundo es la proyección de vos mismo. El mundo no puede ser transformado hasta que lo seáis vos. La felicidad está en la transformación y no en la adquisición.


“Pero yo soy moderadamente feliz. Claro que hay muchas cosas en mí que no me gustan, pero no tengo tiempo ni inclinación para ocuparme de ellas”.


Sólo un hombre feliz puede producir un nuevo orden social pero no es feliz el que está identificado con una ideología o una creencia, o que se pierde en cualquier actividad social o individual. La felicidad no es un fin en si misma. Viene con la comprensión de lo que es, Solo cuando la mente está libre de sus propias proyecciones puede haber felicidad. La felicidad que se adquiere es meramente satisfacción; la felicidad mediante la acción, el poder, no es otra cosa que sensación; y como la sensación pronto se marchita, existe el anhelo de más y más. En tanto que el más sea un medio para la felicidad no es un recuerdo; es ese estado que surge con la verdad, siempre nuevo, nunca continuo.





¿QUÉ ES LO QUE OS EMBOTA?


Tenía él un pequeño empleo, con un salario muy bajo; vino con su esposa, que quería hablar sobre el problema de ambos. Los dos eran muy jóvenes y, aunque llevaban casados varios años, no teman hijos, pero ese no era el problema. La paga de él apenas bastaba para ir viviendo en estos difíciles tiempos, pero como no tenían hijos era suficiente para subsistir. Nadie sabía lo que reservaba el futuro, aunque difícilmente podría ser peor que el presente. Él no se inclinaba a hablar, pero su esposa indicó que él tenía que hacerlo. Lo había traído casi a la fuerza, según parecía, porque él había venido de muy mala gana; pero allí estaba, y ella se alegraba. No podía él hablar con facilidad, dijo, porque nunca había hablado sobre sí mismo a nadie excepto a su mujer. Tenia pocos amigos, y ni aun a estos abría nunca su corazón, porque no lo habrían comprendido. A medida que él hablaba, se iba haciendo más comunicativos y la esposa escuchaba anhelosa. Explicó él que su trabajo no era el problema; era bastante interesante, y en todo caso les daba de comer. Eran personas sencillas, sin pretensiones, y ambos habían estudiado en una de las universidades.


Por fin ella empezó a explicar el problema de ambas. Dijo que desde hacía un par de años su marido parecía haber perdido todo interés en la vida. Cumplía su labor de la oficina, y eso era prácticamente todo; se iba a trabajar por la mañana y volvía al atardecer, y sus jefes no se quejaban de él.


“Mi labor es cuestión de rutina y no reclama demasiada atención. Me interesa lo que hago, aunque todo ello es en cierto modo forzado. Mi dificultad no está en la oficina ni en la gente con quien trabajo, sino que está en mi interior. Como ha dicho mi esposa, he perdido el interés en la vida, y no sé bien qué es lo que me pasa”.


“Siempre fue entusiasta, sensible y muy afectuoso, pero durante el año pasado, o algo más, se ha vuelto apagado e indiferente para todo. Solía mostrarse amante conmigo, pero ahora la vida se ha vuelto triste para los dos. No parece preocuparse de si estoy o no, y ha llegado a ser una desdicha vivir en la misma casa. No es adusto ni nada de eso, pero sencillamente se ha vuelto apático y por completo indiferente.


¿Es porque no tenéis hijos?


“No es eso”, dijo él; “nuestra relación física es acertada, más o menos. Ningún matrimonio es perfecto, y tenemos nuestros altos y bajos, mas no creo que este embotamiento sea el resultado de ningún desajuste sexual. Aunque mi esposa y yo no hemos tenido relaciones sexuales desde hace cierto tiempo debido a este embotamiento mío, no creo que sea la falta de hijos lo que lo ha producido”.


¿Por qué decís eso?


“Antes de que me invadiese este embotamiento, mi mujer y yo comprendimos que no podíamos tener hijos. Ello nunca me ha preocupado, aunque ella llora muchas veces por esto. Quiere hijos, mas al parecer uno de nosotros es incapaz de procrear. Yo he sugerido varias cosas que podrían permitirle a ella tener un niño, pero no quiere probar ninguna de ellas. Quiere tener un hijo mío o no tenerlo en absoluto, y se siente muy trastornada por ello. Al fin y al cabo, sin el fruto, un árbol es meramente decorativo. Nos hemos desvelado inútilmente hablando sobre todo esto, pero esa es la cosa. Comprendo que uno no puede tenerlo todo en la vida, y no es la falta de hijos lo que ha producido este entorpecimiento, por lo menos yo estoy bastante seguro de que no ha sido esto”.


¿Se debe a la tristeza de vuestra esposa, a su sentimiento de frustración?


“Como veis, señor, mi marido y yo hemos penetrado en esta cuestión bastante a fondo. Estoy más que triste por no haber tenido hijos, y ruego a Dios que se me permita tener uno algún día. Mi marido quiere que yo sea feliz, desde luego, pero su apatía no se debe a mi tristeza. Si tuviéramos un hijo ahora, yo sería supremamente feliz, mas para él sería meramente una distracción, y supongo que ello ocurre con la mayoría de los hombres. Esta pesadez lo ha ido invadiendo desde hace dos años, como si fuera alguna enfermedad interna. Solía hablarme sobre todas las cosas, sobre las aves sobre su trabajo de la oficina, sobre sus ambiciones, sobre su consideración y amor hacia mí; me abría su corazón. Pero ahora el suyo está cerrado y su mente está lejos, en alguna parte. Le he hablado, pero no sirve de nada”.


¿Os habéis separado uno del otro durante algún tiempo para ver qué efecto tenía esto?


“Sí. Yo me fui con mi familia durante unos seis meses, y nos escribíamos, pero esta separación no hizo variar las cosas, o, si las hizo variar, fue para peor. El guisaba su propia comida, salía muy poco, se mantenía apartado de sus amigos y estaba cada vez más abstraído. En todo caso, nunca ha sido demasiado sociable. Aun después de esta separación, no pareció más animado”.


¿Creéis que este embotamiento es una protección, una “pose”, una evasión de algún anhelo interior no realizado?


“Temo no entender bien lo que queréis decir”.


Podéis tener un anhelo intenso de algo que necesita realización y como ese anhelo no encuentra salida, tal vez estáis escapando de su dolor mediante la apatía.


“Nunca he pensado sobre cosa semejante, nunca hasta ahora se me ha ocurrido. ¿Cómo voy a descubrirlo?”


¿Por qué no se os ha ocurrido antes? ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué os habéis vuelto apático? ¿No queréis saberlo?


“Es extraño, pero yo nunca me he preguntado cuál es la causa de este estúpido embotamiento. Nunca me he formulado esa pregunta”.


Ahora que os la hacéis, ¿cuál es vuestra respuesta?


“No creo tener ninguna. Pero estoy realmente conmovido al notar lo muy apático que me he vuelto. Nunca fue así. Me abruma mi propio estado”.


Bien mirado, es bueno saber en qué estado se encuentra uno realmente. Por lo menos eso es un principio. Nunca hasta ahora os habéis preguntado por qué estáis apagado, letárgico; os habéis limitado a aceptarlo y a seguir tirando, ¿no es verdad? ¿Queréis descubrir qué es lo que os ha hecho así, o bien os habéis resignado a vuestro estado actual?


“Yo creo que se ha limitado a aceptarlo sin luchar nunca contra él”.


Queréis efectivamente vencer este estado, ¿verdad? ¿Queréis hablar sin la presencia de vuestra esposa?


“Oh, no. No hay nada que yo no pueda decir frente a ella. Sé que no es una falta ni un exceso de relación sexual lo que ha provocado este estado, ni hay tampoco otra mujer. Yo no podría ir a otra mujer. Ni es la falta de hijos”.


¿Pintáis o escribís?


“Siempre he querido escribir, pero nunca he pintado. En mis paseos, solían ocurrírseme algunas ideas, pero ahora aun eso se ha disipado”.


¿Por qué no tratáis de consignar algo al papel? No importa lo tonto que sea; no tenéis que enseñárselo a nadie. ¿Por qué no tratáis de escribir algo?


Pero, volvamos a lo que íbamos. ¿Queréis descubrir qué es lo que ha producido este estancamiento, o es que queréis seguir como estáis?


“Me gustaría irme a alguna parte yo solo, renunciar a todo y encontrar alguna felicidad”.


¿Es eso lo que queréis hacer? ¿Entonces por que no lo hacéis? ¿Vaciláis por causa de vuestra esposa?


“Yo no le sirvo de nada a mi esposa tal cono soy; soy simplemente un fracasado”.


¿Creéis que encontraréis la felicidad retirándoos de la vida aislándoos? ¿No os habéis aislado ya bastante? Renunciar con el fin de encontrar no es renunciación en absoluto; es sólo un astuto regateo, un intercambio, una jugada calculada para ganar algo. Abandonáis esto para conseguir aquello. La renuncia con un fin en vista es sólo un abandono que persigue ulterior ganancia. Más ¿podéis tener felicidad a través del aislamiento, por la disociación? ¿No es la vida asociación, contacto, comunicación? Podéis retiraros de una asociación para encontrar felicidad en otra, pero no podéis retiraros por completo de todo contacto. Aun en el completo aislamiento, estáis en contacto con vuestros pensamientos, con vos mismo. El suicidio es la forma completa de aislamiento.


“Desde luego que yo no quiero cometer suicidio. Quiero vivir, mas no quiero continuar como estoy”.


¿Estáis seguro de que no queréis seguir como sois? Como veis, esto bastante claro que hay algo que os embota, y queréis escapar de ello hacia un nuevo aislamiento. Escapar de lo que es, es aislarse. Queréis aislaros, acaso temporalmente, esperando la felicidad. Pero ya os habéis aislado, y bastante a fondo; un nuevo aislamiento, que llamáis renunciación, es sólo retirarse aun más de la vida. Y ¿podéis tener felicidad mediante un aislamiento cada vez más profundo? La naturaleza del yo es aislante, su cualidad misma es el exclusivismo. Ser exclusivo es renunciar con el fin de ganar. Cuanto más os retiráis de la asociación, mayor el conflicto, la resistencia. Nada puede existir en el aislamiento. Por dolorosa que sea la relación, tiene que ser paciente y ampliamente comprendida. El conflicto, contribuye al embotamiento. El esfuerzo para llegar a ser algo sólo trae problemas, conscientes o inconscientes No podéis ser apático sin alguna causa, pues, como decís, en un tiempo fuisteis alerta y despejado. No habéis estado siempre embotado. ¿Qué es lo que ha producido este cambio?


“Vos parecéis saberlo, y, ¿no haríais el favor de decírselo?”


Podría hacerlo, pero ¿de qué serviría? El lo aceptaría o lo rechazaría con arreglo a su humor y placer; pero ¿no es importante que él mismo lo descubra? ¿No es esencial que él deje al descubierto todo el proceso y vea su verdad? La verdad es algo que no puede decirse a otro. El tiene que ser capaz de recibirla, y nadie puede prepararlo para ello. Esto no es indiferencia por mi parte; pero él tiene que venir a ella abiertamente, libre e impensadamente.


¿Qué es lo que os está embotando? ¿No deberíais saberlo por vos mismo? El conflicto, la resistencia, contribuyen a la confusión. Creemos que por medio de la lucha comprenderemos, que por la competencia nos volveremos brillantes. La lucha ciertamente contribuye a la agudeza, pero lo que es agudo pronto se vuelve romo; lo que está en constante uso pronto se gasta. Aceptamos el conflicto como inevitable, y construimos nuestra estructura de pensamiento y acción sobre esta inevitabilidad. Pero ¿es inevitable el conflicto? ¿No hay una manera diferente de vivir? La hay si podemos comprender el proceso y el significado del conflicto.


Repito, ¿por qué os habéis embotado a vos mismo?


“¿Me he embotado yo mismo?”


¿Puede nada embotaros si vos no estáis dispuesto a que os embote? Esta disposición puede ser consciente u oculta. ¿Por qué habéis consentido volveros apático? ¿Existe un conflicto profundo en vos?


“Si existe, estoy totalmente ignorante de él”.


Pero ¿no queréis saber? ¿No queréis comprenderlo?


“Estoy empezando a ver hacia dónde os dirigís”, intervino ella, “pero tal vez yo no pueda decirle a mi marido la causa de esta pesadez porque yo misma no estoy muy segura de ella”.


Podéis ver o no la forma en que esta pesadez ha venido sobre él; pero ¿le estaríais realmente ayudando si se lo señalaseis verbalmente? ¿No es indispensable que él lo descubra por sí mismo? Os ruego veáis la importancia de esto, y entonces no estaréis impaciente o ansiosa. Uno puede ayudar a otro, pero únicamente él ha de emprender el viaje del descubrimiento. La vida no es fácil; es muy compleja, pero debemos abordarla sencillamente. Nosotros somos el problema; el problema no es lo que llamamos la vida. Podemos comprender el problema que somos nosotros mismos, sólo si sabemos la manera de abordarlo. La manera de acercarse a él es de la mayor importancia, y no el problema.


“Pero ¿qué vamos a hacer?”


Tenéis que haber escuchado todo lo que se ha dicho; si lo habéis hecho, entonces veréis que sólo la verdad trae libertad. No os preocupéis, pero dejad que arraigue la semilla.


Pasadas unas semanas, los dos volvieron. Había esperanza en sus ojos y una sonrisa en sus labios.




KARMA


El silencio no es para ser cultivado, no se le ha de producir deliberadamente; no se le ha de buscar, ni pensar o meditar sobre él. El cultivo deliberado del silencio es como el disfrute de algún placer anhelado; el deseo de silenciar la mente no es otra cosa que la búsqueda de sensación. Semejante silencio es sólo una forma de resistencia, un aislamiento que conduce a la decadencia. El silencio que es adquirido, es cosa del mercado, en el cual hay el ruido de la actividad. El silencio llega con la ausencia del deseo. El deseo es veloz, astuto y profundo. El recuerdo intercepta el al cauce del silencio, y una mente aprisionada en la experiencia no puede estar en silencio. El tiempo, el movimiento del ayer que fluye al hoy y al mañana, no es silencio. Con la cesación de este movimiento hay silencio, sólo entonces puede surgir aquello que es innombrable.


“He venido a hablar sobre el karma con vos. Claro que yo tengo ciertas opiniones sobre ello, pero me gustaría conocer las vuestras”.


La opinión no es la verdad; tenemos que dejar a un lado las opiniones para encontrar la verdad. Hay innumerables opiniones, pero la verdad no es de este grupo o de aquél. Para la comprensión de la verdad, tienen que desprenderse todas las ideas, conclusiones, opiniones, como las hojas secas caen de un árbol. La verdad no ha de encontrarse en libros, en el conocimiento, en la experiencia. Si buscáis opiniones, no hallaréis ninguna aquí.


“Pero podemos hablar sobre el karma y tratar de comprender su significado; ¿no?”


Ese, desde luego, es un asunto diferente. Para comprender, tienen que cesar las opiniones y las conclusiones.


“¿Por qué insistir sobre eso?”


¿Podéis comprender ninguna cosa si ya habéis hecho vuestra opinión sobre ella, o si repetís las conclusiones de otro? Para hallar la verdad de esta cuestión, ¿no tenemos que acercarnos a ella como si fuera de nuevo, con una mente no nublada por el prejuicio? ¿Qué es más importante, estar libre de conclusiones, prejuicios, o especular sobre alguna abstracción? ¿No es más importante hallar la verdad que disputar sobre lo que la verdad es? Una opinión sobre lo que es la verdad, no es la verdad. ¿No es importante descubrir la verdad con respecto al karma? Ver lo falso como falso es empezar a comprenderlo, ¿no es así? ¿Cómo podemos ver la verdad o lo falso si nuestras mentes están atrincheradas en la tradición, en palabras y explicaciones? Si la mente está atada a una creencia, ¿cómo puede llegar lejos? Para viajar lejos, la mente tiene que estar libre. La libertad no es algo que deba ganarse al fin de un largo esfuerzo, tiene que estar en el principio mismo del viaje.


“Quiero descubrir qué es lo que significa para vos el karma”.


Señor, vamos a emprender juntos el viaje del descubrimiento. Repetir meramente las palabras de otro no tiene hondo significado. Es como tocar un disco de fonógrafo. La repetición o la imitación no trae libertad. ¿Qué queréis decir con “karma”?


“Es una palabra sánscrita que significa hacer, ser, actuar, etc. Karma es acción, y acción es el resultado de lo pasado. La acción no puede existir sin el condicionamiento del trasfondo. A través de una serie de experiencias, a través del condicionamiento y del conocimiento, se crea el trasfondo de la tradición, no sólo durante la actual vida del individuo y del grupo, sino a lo largo de muchas encarnaciones. La constante acción e interacción entre el trasfondo, que es el ‘yo’, y la sociedad, la vida, es karma; y el karma ata a la mente, al ‘yo’. Lo que he hecho en mi vida pasada, o ayer mismo, me retiene y me configura, produciendo dolor o placer en el presente. Hay karma de grupo o colectivo, lo mismo que del individuo. Tanto el grupo como el individuo están sujetos por la cadena de causa y efecto. Habrá dolor o gozo, castigo o premio, según lo que yo haya hecho en el pasado”.


Decís que la acción es resultado del pasado. Tal acción no es acción en absoluto, sino sólo una reacción, ¿no es así? El condicionamiento, el trasfondo, reacciona a los estimulas; esta reacción es la respuesta de la memoria, que no es acción, sino karma. Por el momento no nos interesa lo que es la acción. El karma es la reacción que surge de ciertas causas y produce ciertos resultados. Karma es esta cadena de causa y efecto. Esencialmente, el proceso del tiempo es karma, ¿no es verdad? En tanto haya un pasado, tiene que haber el presente y el futuro. Hoy y mañana son los efectos de ayer; ayer, en conjunción con hoy, hace el mañana. El Karma, tal como generalmente se lo entiende, es un proceso de compensación.


“Como decís, el karma es un proceso del tiempo, la mente es el resultado del tiempo. Sólo los pocos afortunados pueden escapar de las garras del tiempo; los demás estamos ligados al tiempo. Lo que hemos hecho en el pasado, bueno o malo, determina lo que somos en el presente”.


¿Es el trasfondo, el pasado, un estado estático? ¿No está sufriendo una constante modificación? Hoy no sois el mismo que erais ayer; tanto fisiológica como psicológicamente hay un constante cambio en marcha, ¿verdad?


“Desde luego”.


Así que la mente no es un estado fijo. Nuestros pensamientos son transitorios, cambian constantemente; son la respuesta del trasfondo. Si yo he sido criado en cierta clase de sociedad, en una definida cultura, responderé al reto, a los estímulos, de acuerdo con mi condicionamiento. En la mayoría de nosotros, este condicionamiento está tan profundamente arraigado que la respuesta casi siempre se ajusta a la norma. Nuestros pensamientos son la respuesta del trasfondo. Nosotros somos el trasfondo, ese condicionamiento no es separado ni es diferente de nosotros. Con el cambio del trasfondo, cambian también nuestros pensamientos.


“Pero seguramente que el pensador es enteramente diferente del trasfondo, ¿no?”


¿Lo es? ¿No es el pensador resultado de sus pensamientos? ¿No esta compuesto de sus pensamientos? ¿Existe una entidad separada, un pensador aparte de sus pensamientos? ¿No ha creado el pensamiento al pensador, no le ha dado permanencia en medio de la impermanencia de los pensamientos? El pensador es el refugio del pensamiento, y el pensador se coloca en diversos niveles de permanencia.


“Veo que esto es así, pero me cuesta bastante admitir las tretas que el pensamiento se juega a sí mismo”.


El pensamiento es la respuesta del trasfondo, de la memoria; la memoria es conocimiento, el resultado de la experiencia. Esta memoria, mediante sucesivas experiencias y respuestas, se vuelve más dura, mayor, más afinada, más eficiente. Una forma de condicionamiento puede sustituir a otra, pero sigue siendo condicionamiento. La respuesta de este condicionamiento es Karma, ¿no es así? A la respuesta de la memoria se la llama acción, pero no es más que reacción, esta “acción” engendra nueva reacción, y así hay una cadena de lo que llamamos causa y efecto. Pero ¿no es la causa también el efecto? Ni la causa ni el efecto son estáticos. Hoy es el resultado de ayer, y hoy es la causa de mañana; lo que era la causa se convierte en el efecto, y el efecto en la causa. Uno afluye al otro. No hay momento en que la causa no sea también el efecto. Sólo lo especializado está fijo en su causa y por tanto en su efecto. La bellota sólo puede convertirse en un roble. En la especialización hay muerte: pero el hombre no es una entidad especializada, puede ser lo que quiera. Puede irrumpir a través de su condicionamiento: y tiene que hacerlo si quiere descubrir lo real. Tenéis que dejar de ser lo que se llama un Brahmin para realizar a Dios.


Karma es el proceso del tiempo, el pasado avanzado a través del presente hacia el futuro: esta cadena es el camino del pensamiento. El pensamiento es el resultado del tiempo, y sólo puede existir aquello que es inconmensurable, eterno, cuando ha cesado el proceso del pensamiento. La quietud de la mente no puede ser inducida, no puede producirse por medio de ninguna práctica o disciplina. Si hacemos la mente tranquila, entonces, sea lo que fuere lo que venga a ella, será sólo una autoproyección, la respuesta de la memoria. Con la comprensión de su condicionamiento, con el darse cuenta sin selección, de sus propias respuestas en forma de pensamiento y sentimiento, la tranquilidad viene a la mente. Esta ruptura de la cadena del Karma no es cuestión de tiempo; porque mediante el tiempo, no existe lo atemporal.


El karma debe comprenderse como un proceso total, no meramente como algo del pasado. El pasado es tiempo, como el presente y el futuro. El tiempo es memoria, la palabra, la idea. Cuando la palabra, el nombre, la asociación, la experiencia, no existe, sólo entonces está la mente en calma, no meramente en las capas superficiales, sino por completo, íntegramente.



EL INDIVIDUO Y EL IDEAL


“Nuestra vida aquí en la India está más o menos destrozada; queremos rehacerla de nuevo, pero no sabemos por donde empezar. Comprendo la importancia de la acción de la masa, y también sus peligros. He seguido el ideal de la no-violencia, pero ha habido derramamiento de sangre y desgracia. Desde la Partición, este país se ha ensangrentado las manos, y ahora estamos incrementando las fuerzas armadas. Hablamos de no-violencia y sin embargo nos preparamos para la guerra. Me siento tan confuso como los jefes políticos. En prisión, solía yo leer mucho, pero eso no me ha ayudado a aclarar mi propia posición.


“¿Podemos ir por partes y ahondar algo en cada una de ellas? Ante todo, vos dais mucha importancia al individuo; pero ¿no es necesaria la acción colectiva?”


El individuo es esencialmente lo colectivo, y la sociedad es la creación del individuo. El individuo y la sociedad están interrelacionados, ¿verdad? No están separados. El individuo, construye la estructura de la sociedad, y la sociedad o el ambiente moldea al individuo. Aunque el ambiente condiciona al individuo, este siempre puede librarse, romper con su trasfondo. El individuo es el hacedor del ambiente mismo al cual se esclaviza; pero tiene también el poder de romper con él y crear un ambiente que no embote su mente o espíritu. El individuo es importante sólo en el sentido de que tiene la capacidad de librarse de su condicionamiento y comprender la realidad. La individualidad que meramente se endurece en su propio condicionamiento, construye una sociedad cuyos cimientos se apoyan en la violencia y el antagonismo. El individuo existe solamente en interrelación, de lo contrario no existe; y es la falta de comprensión de esta interrelación lo que engendra conflicto y confusión. Si el individuo no comprende su relación con las personas, con la propiedad y con las ideas o creencias, el limitarse a imponerle una norma colectiva de cualquier otra clase sólo servirá para frustrar su propio fin. Para alcanzar la imposición de una nueva norma hará falta la llamada acción de masa; pero la nueva norma es la invención de unos pocos individuos, y la masa es hipnotizada por los últimos ‘slogans’, las promesas de una nueva Utopía. La masa es la misma que antes, sólo que ahora tiene nuevos jefes, nuevas frases, nuevos sacerdotes y doctrinas. Esta masa está formada por vos y yo, está compuesta de individuos; la masa es ficticia, es una palabra cómoda para que jueguen con ella el explotador y el político. Los muchos son impulsados a la acción, a la guerra, etc., por los pocos; y los pocos representan los deseos y anhelos de los muchos. Lo que es de la mayor importancia es la transformación del individuo, pero no en términos de ninguna norma. Las normas siempre condicionan, y una entidad condicionada está siempre en conflicto en su interior, y así, con la sociedad. Es relativamente fácil sustituir la vieja norma de condicionamiento por una nueva, mas es otra cuestión muy diferente la de que el individuo se libre de todo condicionamiento.


“Esto requiere cuidadoso y detallado pensamiento, pero creo que empiezo a comprenderlo. Vos ponéis el énfasis sobre el individuo, pero no como una fuerza separada y antagónica dentro de la sociedad.


“Ahora, el segundo punto: Yo siempre he trabajado por un ideal, y no comprendo vuestra negación de ello. ¿Os importaría penetrar en este problema?”


Nuestra actual moralidad se basa en el pasado o el futuro, en lo tradicional o lo que debería ser. Lo que debería ser es el ideal en oposición a lo que ha sido, el futuro en conflicto con el pasado. La no-violencia es el ideal, aquello que debería ser. Y lo que ha sido es la violencia. Lo que ha sido proyecta lo que debería ser; el ideal es de fabricación casera, está proyectado por su propio opuesto, lo efectivo. La antítesis es una extensión de la tesis; lo opuesto contiene el elemento de su propio opuesto. Siendo violenta, la mente proyecta su opuesto, el ideal de la no violencia. Se dice que el ideal ayuda a vencer su propio opuesto; pero ¿es así? ¿No es el ideal una evitación, un escape de lo que ha sido, o de lo que es? El conflicto entre lo efectivo y el ideal es evidentemente un medio de posponer la comprensión de lo efectivo, y este conflicto sólo introduce otro problema, que ayuda a encubrir el problema inmediato. El ideal es una maravillosa y respetable evasión de lo real. El ideal de la no violencia, como la Utopía colectiva, es ficticio; el ideal, lo que debería ser, nos ayuda a encubrir y evitar lo que es. Ir en pos del ideal es buscar recompensa. Podéis guardaros de las recompensas mundanas por ser estúpidas y bárbaras, como lo son; pero vuestra persecución del ideal es la búsqueda de recompensa a un nivel diferente, lo cual es también estúpido. El ideal es una compensación, un estado ficticio que la mente ha evocado. Como es violenta, separativa y empeñada en su propio deseo, la mente proyecta la satisfactoria compensación, la ficción que llama el ideal, la Utopía, el futuro, y vanamente lo persigue. Esa misma persecución es conflicto, pero es también una agradable postergación de lo efectivo. Lo ideal, lo que debería ser, nos ayuda a comprender lo que es; al contrario, impide la comprensión.


“¿Queréis decir que nuestros líderes y maestros han hecho mal en invocar y mantener el ideal?”


¿Qué creéis vos?


“Si he entendido correctamente lo que decís...”


Por favor, no es cuestión de comprender lo que otro diga, sino de descubrir lo que es verdadero. La verdad no es opinión; la verdad no depende de ningún líder o instructor. Sopesar opiniones sólo sirve para impedir la percepción de la verdad. O el ideal es una ficción que uno crea y que contiene su propio opuesto, o no lo es. No hay dos modos de ver esto. Esto no depende de ningún instructor, tenéis que percibir vos mismo su verdad.


“Si el ideal es ficticio, ello revoluciona todo mi pensamiento. ¿Queréis decir que el ir nosotros en pos del ideal es totalmente fútil?”


Es una vana lucha, un satisfactorio autoengaño, ¿no es así?


“Esto perturba mucho, pero me veo forzado a reconocer que así es. Hemos dado por sentadas tantas cosas, que nunca hemos podido observar de cerca lo que tenemos en la mano. Nos hemos engañado a nosotros mismos, y lo que señaláis trastorna por completo la estructura de mi pensamiento y acción. Revolucionará la educación, toda nuestra manera de vivir y trabajar. Creo ver las implicaciones de una mente libre del ideal, de lo que debería ser. Para una mente así, la acción tiene un significado totalmente diferente del que le damos hoy. La acción compensatoria no es acción en absoluto, sino sólo una reacción; ¡y nos vanagloriamos de la acción!... Pero sin el ideal, ¿cómo va uno a habérselas con lo efectivo, o con lo que ha sido?”


La comprensión de lo real sólo es posible cuando lo ideal, lo que debería ser, es borrado de la mente; es decir, sólo cuando lo falso se ve como falso. Lo que debería ser es también lo que no debería ser. En tanto la mente aborde lo efectivo con compensación positiva o negativa, no puede haber comprensión de lo efectivo. Para comprender lo real debéis estar en comunión directa con ello; vuestra relación con ello no puede ser a través de la pantalla del ideal, o a través de la pantalla del pasado, de la tradición, de la experiencia. Librarse del enfoque incorrecto es el único problema. Esto significa, realmente, la comprensión del condicionamiento, que es la mente. El problema es la mente misma, y no los problemas que ella engendra; la resolución de los problemas engendrados por la mente es mera reconciliación de efectos, y eso sólo conduce a nueva confusión e ilusión.


“¿Cómo va uno a comprender la mente?”


El camino de la mente es el camino de la vida; no la vida ideal, sino la vida real de dolor y placer, de engaño y claridad, de vanidad, y la “pose” de humildad. Comprender la mente es darse cuenta del deseo y del temor.


“Por favor, esto se va volviendo un poco difícil para mi. ¿Cómo voy a comprender mi mente?”


Para conocer la mente, ¿no tenéis que daros cuenta de sus actividades? La mente es sólo experiencia, no justamente la inmediata, sino también la acumulada. La mente es el pasado en respuesta al presente, que contribuye al futuro. El proceso total de la mente tiene que ser comprendido.


“¿Dónde voy a empezar?”


Desde el único principio: la interpelación. La interpelación es vida; ser es estar relacionado. Solamente en el espejo de la intercalación ha de comprenderse la mente, y tenéis que empezar a veros en ese espejo.


“¿Queréis decir en mi relación con mi esposa, con mi vecino, etc.? ¿No es ese un proceso muy limitado?”


Lo que puede parecer pequeño, limitado, si se aborda acertadamente revela lo insondable. Es como un embudo, la parte estrecha abre hacia la ancha. Cuando se observa con vigilancia pasiva, lo limitado revela lo sin limite. Al fin y al cabo, en su fuente el río es pequeño, apenas digno de advertirse.


“Entonces debo empezar con mí mismo y mis inmediatas relaciones”.


Ciertamente. La interrelación nunca es estrecha o pequeña. Con el uno o con los muchos, la interrelación es un proceso complejo, y podéis abordarlo mezquinamente, o bien libre y abiertamente. Además, la manera de abordarla depende del estado de la mente. Si no empezáis vos mismo, ¿en qué otra parte queréis empezar? Aun si empezáis con alguna actividad periférica, estáis en relación con ella, la mente está en el centro de ella. Tanto si empezáis cerca como lejos, estáis allí. Sin comprenderos a vos mismo, sea lo que fuere lo que hagáis, traerá inevitablemente confusión y dolor. El principio es la terminación.


“He vagado por muchos caminos, he visto y hecho muchas cosas, he sufrido y reído como tantos otros, y sin embargo he tenido que volver a mí mismo. Soy como el sannyasi que partió en busca de la verdad. Pasó muchos años yendo de un maestro a otro, y cada uno de ellos señalaba un camino diferente. Al fin, cansadamente regresó a su hogar, y ¡en su propia casa estaba la joya! Veo cuán insensatos somos, buscando en el universo esa gloria que sólo puede hallarse en nuestros propios corazones cuando se depara la mente de sus actividades. Tenéis perfecta razón. Empiezo desde donde partí. Empiezo con lo que soy”.



SER VULNERABLE ES VIVIR, RETIRARSE ES MORIR


El huracán había destruido las cosechas, y el agua del mar cubría la tierra. El tren marchaba penosamente, y por ambos lados campos completamente desiertos. La tempestad había hecho mucho daño en una extensión de millas a la redonda; seres vivientes quedaban destruidos y la estéril tierra estaba abierta al cielo.


Nunca estamos solos; estamos rodeados de gente y de nuestros propios pensamientos. Aun cuando las personas están distantes, vemos las cosas a través de la pantalla de nuestros pensamientos. No hay momento, o es muy raro, en que el pensamiento no exista. No sabemos lo que es estar solo, estar libre de toda asociación, de toda continuidad, de toda palabra e imagen. Nos sentimos solitarios, pero no sabemos lo que es estar solos. El dolor de la soledad llena nuestros corazones, y la mente lo encubre con el temor. La soledad, ese profundo aislamiento, es la oscura sombra de nuestra vida. Hacemos todo lo que podemos para huir de ella, nos lanzamos por todas las avenidas de escape que conocemos, pero nos persigue y nunca estamos sin ella. El aislamiento es la modalidad de nuestra vida; rara vez nos fundimos con otro, porque en nosotros mismos estamos abatidos, desgarrados y aun enfermos. En nosotros mismos no somos plenos, completos, y la fusión en otro sólo es posible cuando hay integración interna. Nos da miedo la soledad, porque ella abre la puerta a nuestra insuficiencia, a la pobreza de nuestro propio ser; pero es la soledad la que cura la herida, cada vez más profunda, de la sensación de soledad. Caminar solo, no estorbado por el pensamiento, por el rastro de nuestros deseos, es ir más allá de los limites de la mente. Es la mente la que aísla, separa y destruye la comunión. La mente no puede hacerse plena; no puede hacerse completa, porque ese esfuerzo mismo es un proceso de aislamiento, es parte de la soledad que nada puede encubrir. La mente es el producto de los muchos y lo que es compuesto nunca puede estar solo. La verdadera soledad no es el resultado del pensamiento. Únicamente cuando el pensamiento está completamente en calma existe el vuelo de lo solo hacia lo único.


La casa estaba bastante apartada del camino, y el jardín tenía flores en abundancia. Era una fresca mañana y el cielo estaba muy azul; el sol matutino era agradable, y en el sombreado y apartado jardín, el ruido de la circulación, el vocear de los vendedores y el trotar de los caballos por la carretera, todo parecía muy distante. Una cabra merodeaba en el jardín; moviendo su corta cola pelada, mordisqueaba las flores, hasta que vino el jardinero y la ahuyentó.


Decía que se sentía muy alterada, pero que no quería estar así; quería evitar el penoso estado de la incertidumbre. ¿Por qué tener tanta aprensión al desasosiego?


¿Qué queréis decir con estar alterada? ¿Y por qué tener aprensión por ello?


“Quiero estar tranquila, que se me deje sola. Me siento molesta aun con vos. Aunque os he visto sólo dos o tres veces, el miedo de ser inquietada por vos pesa fuertemente sobre mí. Quiero descubrir por qué tengo este temor de sentirme interiormente insegura. Quiero estar en calma y en paz conmigo misma, pero siempre me está perturbando una cosa u otra. Hasta hace poco, había logrado estar más o menos en paz conmigo misma; pero una amiga me trajo a una de vuestras conferencias, y ahora me siento extrañamente turbada: Yo creía que me fortaleceríais en mi paz, pero en vez de ello casi la habéis destruido. Yo no quería venir aquí, porque sabía que me pondría en ridículo; pero sin embargo, aquí estoy”.


¿Por qué insistís tanto en que debéis estar en paz? ¿Por qué estáis convirtiendo esto en un problema? La demanda misma de estar en paz es conflicto, ¿verdad? Si me permitís la pregunta, ¿qué es lo que queréis? Si queréis que os deje sola, sin trastorno y en paz, entonces ¿por qué dejar que se os sacuda? Es muy factible cerrar todas las puertas y ventanas del propio ser, aislarse y vivir en retiro. Esto es lo que quiere la mayor parte de la gente. Algunos cultivan deliberadamente el aislamiento, y otros, por sus deseos y actividades, tanto ocultos como manifiestos, producen esta exclusión. Los sinceros se autoafirman en sus ideales y virtudes, que son solamente una defensa; y los irreflexivos son empalados al aislamiento por las presiones económicas y las influencias sociales. Los más de nosotros tratamos de construir muros en torno nuestro, para ser así invulnerables, pero desgraciadamente siempre hay una abertura a través de la cual se desliza y penetra la vida.


“Generalmente he podido guardarme de la mayor parte de las perturbaciones, pero durante la pasada o las dos últimas semanas, por causa vuestra, he estado más inquieta que nunca. Decidme, por favor, por que estoy alterada. ¿Cuál es la causa de ello?”


¿Por qué queréis conocer la causa? Evidentemente, conociendo la causa esperáis extirpar el efecto. En realidad no queréis saber por qué estáis turbada ¿verdad? Lo único que queréis es evitar el trastorno.


“Sólo quiero que se me deje sola, tranquila y en paz; y ¿por qué estoy constantemente preocupada?”


Os habéis estado defendiendo toda vuestra vida, ¿verdad? En lo que estáis realmente interesada es en descubrir la forma de tapar todas las aberturas, y no cómo vivir sin temor, sin dependencia. De lo que habéis dicho y dejado de decir, es evidente que habéis tratado de asegurar vuestra vida contra toda clase de perturbación interna os habéis retirado de toda relación que pudiera causar dolor. Os las habéis arreglado bastante bien para salvaguardaros contra todo choque, para vivir tras puertas y ventanas cerradas. Algunos tienen éxito en hacer esto, y, si lo llevan demasiado lejos, terminan en el manicomio; otros fallan y se vuelven cínicos, amargados; y hay aun otros que se hacen ricos en cosas o en conocimiento, que es su salvaguardia. La mayor parte de las personas, incluyendo las llamadas religiosas, desean duradera paz, un estado en que haya terminado todo conflicto. Luego están las que elogian el conflicto como la única verdadera expresión de la vida, y el conflicto es su escudo contra la vida.


¿Podéis tener jamás paz buscando seguridad tras los muros de vuestras esperanzas y temores? Toda vuestra vida os habéis retirado, porque queréis estar seguros dentro de los muros de una limitada relación que podáis dominar. ¿No es este vuestro problema? Como dependéis, queréis poseer aquello de lo cual dependéis. Tenéis miedo y por lo tanto evitáis toda relación que no podáis dominar. ¿No es eso?


“Eso es una forma un poco brutal de presentarlo, pero acaso es así”.


Si pudierais dominar la causa de vuestro trastorno actual estaríais en paz; pero como no podéis, estáis muy preocupada. Todos nosotros queremos dominar cuando no comprendemos, queremos poseer o ser poseídos cuando hay temor de nosotros mismos. La incertidumbre de nosotros mismos contribuye a un sentimiento de superioridad, exclusión y aislamiento.


Si se me permite la pregunta, ¿de qué tenéis miedo? ¿Os atemoriza el estar sola, el ser olvidada, el volveros incierta?


“Como veis, toda mi vida he vivido para otros, o así lo creí. He mantenido un ideal y he sido elogiada por mi eficiencia en hacer la clase de trabajo que se considera buena, he vivido una vida de abnegación, sin seguridad, sin hijos, sin hogar. Mis hermanas están bien casadas y son socialmente prominentes, y mis hermanos mayores son altos funcionarios oficiales. Cuando los visito, tengo la sensación de haber desperdiciado mi vida. Me he vuelto amargada y lamento profundamente todas las cosas que no he tenido. Ahora me disgusta el trabajo que estaba haciendo, ya no me trae ninguna felicidad, y lo he abandonado a otros. Le he vuelto la espalda a todo ello. Como indicáis, me he vuelto dura en mi autodefensa. Me he adherido a un hermano menor, que no es rico y que se considera un buscador de Dios. He tratado de volverme interiormente segura, pero ha sido una lucha larga y penosa. Ha sido este hermano menor el que me trajo a una de vuestras pláticas, y la casa que yo había estado construyendo con tanto cuidado ha empezado a caerse. Dios sabe que yo desearía no haber venido nunca a oiros, pero ahora no la puedo reconstruir, no puedo pasar de nuevo por todo ese sufrimiento y ansiedad. No tenéis idea de lo que ha sido para mí el ver a mis hermanos y hermanas con posición, prestigio y dinero. Pero no entraré en todo esto. Me he aislado de ellos y raramente los veo. Como decís, he ido cerrando gradualmente la puerta a todas las relaciones, excepto una o dos, pero quiso la desgracia que vinierais a esta población y ahora todo está de nuevo abierto de par en par, todas las viejas heridas han vuelto a abrirse, y me siento hondamente desdichada, ¿Qué voy a hacer?


Cuando más defendemos, más atacados somos; cuanto más buscamos la seguridad, menos existe; cuanto más paz queremos, mayor es nuestro conflicto; cuanto más pedimos, menos tenemos. Habéis tratado de volveros invulnerable, a prueba de sacudidas os habéis vuelto internamente inaccesible, excepto para uno o dos, y habéis cerrado todas las puertas a la vida. Es un lento suicidio. Ahora bien, ¿por qué habéis hecho todo esto? ¿Os habéis hecho alguna vez esa pregunta? ¿No queréis saber? ¿Habéis venido a encontrar un camino para cerrar todas las puertas, o a descubrir la forma de ser abierta, vulnerable a la vida? ¿Cuál de las dos cosas es la que queréis, no como una elección, sino como una cosa natural, espontánea?


“Desde luego que ahora veo que es realmente imposible cerrar todas las puertas, porque siempre hay una abertura. Me doy cuenta de lo que he estado haciendo; veo que mi propio temor de la incertidumbre ha contribuido a la dependencia y la dominación. Evidentemente yo no podría dominar toda situación, por mucho que me gustase hacerlo, y por eso es por lo que he limitado mis contactos a uno o dos que yo pudiera dominar y retener. Veo todo eso. Pero ¿cómo voy a estar abierta de nuevo, libre y sin este temor a la incertidumbre interna?”


¿Veis la necesidad de ser abierta y vulnerable? Si no veis la verdad de eso, entonces de nuevo construiréis subrepticiamente muros en torno vuestro. Ver la verdad en lo falso es el principio de la sabiduría; ver lo falso como falso es la más alta comprensión. Ver lo que habéis estado haciendo todos estos años sólo puede conducir a más lucha y dolor, experimentar efectivamente la verdad de ello, lo cual no es mera aceptación verbal pondrá fin a tal actividad. No podéis volveros abierta voluntariamente; la acción de la voluntad no puede haceros vulnerable. El deseo mismo de ser vulnerable crea resistencia. Sólo comprendiendo lo falso como falso habrá libertad de ello. Sed pasivamente vigilante de vuestras respuestas habituales; sencillamente daos cuenta de ellas sin resistencia observadlas pasivamente como observaríais a un niño, sin el placer o el disgusto de la identificación. La vigilancia pasiva misma es la libertad de la defensa, del cerrar la puerta. Ser vulnerable es vivir, y retirarse es morir.



DESESPERACIÓN Y ESPERANZA


El tamborcito estaba marcando un ritmo alegre, y ahora se le unió un instrumento de caña; juntos llenaban el aire. El tambor dominaba, pero seguía al caramillo. Este último paraba, pero el pequeño tambor seguía agudo y claro, hasta que de nuevo se le unía la canción del caramillo. El amanecer aun estaba lejano y las aves estaban en calma, pero la música llenaba el silencio. Se celebraba una boda en la pequeña aldea. Durante el anochecer anterior había habido mucha alegría los cantos y risas habían continuado hasta avanzada la noche, y ahora los grupos despertaban al son de la música. Al poco rato, las ramas desnudas empezaron a dibujarse contra el pálido cielo; las estrellas iban desapareciendo una por una, y la música había terminado. Se oían los gritos y llamadas de los niños, el ruidoso forcejeo en torno a la única fuente del pueblo. El sol aun estaba bajo en el horizonte, pero el día había empezado.


Amar es experimentar todas las cosas, pero experimentar sin amor es vivir en vano. El amor es vulnerable, pero experimentar sin esta vulnerabilidad es fortalecer el deseo. El deseo no es amor, y el deseo no puede contener el amor. El deseo se gasta pronto y en su desgaste hay dolor. El deseo no puede ser detenido; poner fin al deseo por la voluntad, por cualquier medio que la mente pueda idear, lleva a la decadencia y la desdicha. Sólo el amor puede domar al deseo, y el amor no es de la mente. La mente como observadora ha de cesar para que el amor sea. El amor no es una cosa que pueda planearse y cultivarse; no puede obtenerse por medio del sacrificio o por la adoración. No hay medio para el amor. La búsqueda de un medio tiene que terminar para que el amor exista. El espontáneo conocerá la belleza del amor; pero el perseguido pone fin a la libertad. Sólo para los libres hay amor, pero la libertad nunca dirige, nunca retiene. El amor es su propia eternidad.


Hablaba ella con facilidad, y las palabras le venían naturalmente. Aunque joven aun, había tristeza en ella; sonreía vagamente, con una sonrisa tensa. Había estado casada pero no tuvo hijos, y su marido había fallecido recientemente. No fue uno de esos matrimonios preparados, o producidos por el deseo mutuo. Ella no quería usar la palabra “amor”, porque estaba en todos los libros y en todas las lenguas; pero sus relaciones habían sido algo extraordinario. Desde el día que se casaron hasta el día de la muerte de él, nunca hubo siquiera una palabra malhumorada ni un gesto de impaciencia, ni nunca estuvieron separados uno del otro, ni siquiera por un día. Se había producido una fusión entre ellos, y todo lo demás —niños, dinero, trabajo, sociedad— había llegado a ser de importancia secundaria. Esta fusión no era sentimentalismo romántico ni una cosa imaginada después de su muerte, sino que había sido una realidad desde el principio mismo. El gozo de ellos no había sido por el deseo sino por algo que iba más allá y por encima de lo físico. Luego, de repente hacía un par de meses, él resultó muerto en un accidente. El autobús tomó una curva demasiado cerrada, y eso fue todo.


“Ahora estoy desesperada he tratado de suicidarme, pero en cierto modo no puedo. Para olvidar, para quedar insensible, lo he hecho todo menos arrojarme al río y no he podido dormir bien ni una sola noche en estos dos meses. Estoy en completa oscuridad; es una crisis que yo no puedo dominar ni comprender, y estoy perdida”.


Se cubrió la cara con las manos. Poco después continuó.


“No es una desesperación que pueda remediarse o disiparse. Con su muerte, toda esperanza ha terminarlo. Algunas personas han dicho que olvidaré y me volveré a casar o que haré alguna otra cosa. Aun si yo pudiera olvidar, la llama se ha apagado no puede reanimarse, ni quiero yo encontrarle un sustituto. Vivimos y morimos con la esperanza, pero yo no tengo ninguna. No tengo esperanza, por lo tanto no estoy amargada, estoy en la desesperación y en la oscuridad, y no quiero luz. Mi vida es una muerte en vida, y no requiero la compasión, el amor ni la piedad de nadie. Quiero quedar en mi oscuridad, sin sentimientos, sin recordar”.


¿Es para esto que habéis venido, para Que os emboten más, para que os confirmen en vuestra desesperación? ¿Es eso lo que queréis? Si lo es, entonces tendréis lo que deseáis. El deseo es tan flexible y veloz como la mente se ajustará a cualquier cosa, se amoldará a cualquier circunstancia, construirá muros que mantengan fuera la luz. Su misma desesperación es su deleite. El deseo crea la imagen que quiere adorar. Si deseáis vivir en la oscuridad, lo lograréis. ¿Habéis venido por eso, para ser fortalecida en vuestro propio deseo?


“Mirad, una persona amiga mía me hablo sobre vos, y vine impulsivamente. Si me hubiera detenido a reflexionar, probablemente no habría venido. Siempre he actuado bastante impulsivamente, y ello nunca me ha causado mal. Si me preguntáis por qué he venido, lo único que puedo decir es que no lo sé. Supongo que todos queremos alguna clase de esperanza; no puede uno vivir siempre en la oscuridad”.


Lo que está fundido no puede ser separado; lo integrado no puede destruirse; si la fusión existe, la muerte no puede separar. La integración no es con otro, sino con y en uno mismo. La fusión de las diferentes entidades en uno mismo es integración con el otro; pero la integración con otro equivale a falta de integración en uno mismo. La fusión con el otro sigue siendo falta de pronta integración. La entidad integrada no se hace total por otro; desde que es completa hay integración en todas sus relaciones. Lo que es incompleto no puede hacerse completo en la relación. Es ilusión creer que otra persona pueda integrarnos.


“Yo me completé con él. Conocí la belleza y el gozo de ello”.


Pero eso ha terminado. Siempre hay una terminación para lo que es incompleto. La fusión con el otro es siempre susceptible de romperse; siempre está dejando de ser. La integración tiene que empezar dentro de uno mismo, y sólo entonces es indestructible la fusión. La vida de la integración es el proceso del pensar negativo. Que es la más alta comprensión. ¿Estáis buscando integración?


“No sé lo que estoy buscando, pero me gustaría comprender la esperanza, porque la esperanza parece desempeñar un papel importante en nuestra vida. Cuando él vivía, yo nunca pensaba en el porvenir, nunca pensaba en la esperanza o la felicidad: el mañana no existía por lo que a mí tocaba. Yo me limitaba a vivir, sin cuidados”.


Porque erais feliz. Pero ahora la felicidad, el descontento, está creando el futuro, la esperanza: o su opuesto. la desesperación, lo irremediable. Es extraño, ¿verdad? Cuando uno es feliz, el tiempo no existe, el ayer y el mañana están totalmente ausentes, no tiene uno idea del pasarlo o del futuro. Pero la infelicidad contribuye a la esperanza y a la desesperación.


“Nacemos con la esperanza y la llevamos con nosotros hasta la muerte”.


Sí. eso es justamente lo que hacemos; o más bien, nacemos en la desgracia y la esperanza nos lleva a la muerte. ¿Qué queréis decir con la palabra esperanza?


“La esperanza es el mañana, el futuro, el anhelo de felicidad, de mejoramiento del hoy, del adelanto de uno mismo; es el deseo de tener una casa más bonita, un mejor piano o radio, es el sueño de la mejora social, de un mundo más dichoso, etcétera”.


¿Está la esperanza solo en el futuro? ¿No hay esperanza también en lo que ha sido, en la retención del pasado? La esperanza está a la vez en el movimiento hacia adelante y en el movimiento hacia atrás del pensamiento. La esperanza es el proceso del tiempo ¿no es así? La esperanza es el deseo de la continuación de aquello que ha sido placentero, de aquello que puede ser mejorado, perfeccionado; y su opuesto es la falta de esperanza, la desesperación. Oscilamos entre la esperanza y la desesperación. Decimos que vivimos porque hay esperanza y la esperanza está en el pasado, o, más frecuentemente, en el futuro. El futuro es la esperanza de todo político, de todo reformador y revolucionario, de todo el que busca la virtud y lo que llamamos Dios. Decimos que vivimos por la esperanza; pero ¿es así? ¿Es vivir, cuando el pasado o el futuro nos dominan? ¿Es el vivir un movimiento del pasado al futuro? Cuando hay preocupación por el mañana ¿estáis viviendo? Por haberse vuelto tan importante el mañana es por lo que hay falta de esperanza, desesperación. Si el futuro es lo importante y vivís para él y por él, entonces el pasado es el motivo de la desesperación. Por la esperanza del mañana, sacrificáis el hoy; pero la felicidad siempre está en el ahora. Son los desdichados los que llenan sus vidas con el interés por el mañana, que llaman esperanza. Vivir felizmente es vivir sin esperanza. El hombre de esperanzas no es un hombre feliz, conoce la desesperación. El estado de desesperanza proyecta la esperanza o el resentimiento, la desesperación o el brillante futuro.


“Pero ¿estáis diciendo que tenemos que vivir sin esperanza”. ¿No hay un estado que no es ni esperanza ni falta de esperanza, un estado que es bienaventuranza? Al fin y al cabo, cuando os considerabais feliz, no teníais esperanza, ¿verdad?


Veo lo que queréis decir. Yo no tenía esperanza porque él estaba a mi lado y yo era feliz viviendo de día en día. Pero ahora se ha ido, y... estamos libres de esperanza sólo cuando somos felices. Es cuando somos infelices, cuando estamos enfermos, oprimidos, explotados, que el mañana se torna importante y si el mañana es imposible, estamos en completa oscuridad, en la desesperación. Pero ¿cómo va uno a permanecer en el estado de felicidad?”


Primero, ved la verdad de la esperanza y de la desesperación. Simplemente ved cómo habéis estado retenida por lo falso, por la ilusión de la esperanza, y en consecuencia por la desesperación. Vigilad pasivamente este proceso, lo cual, no es tan fácil como parece. Preguntáis cómo permanecer en el estado de felicidad. ¿No se basa esta pregunta misma esencialmente en la esperanza? Queréis recuperar lo que habéis perdido, o, gracias a ciertos medios, poseerlo de nuevo. Esta pregunta indica el deseo de ganar, de llegar a ser, de alcanzar, ¿no es verdad? Cuando tenéis un objetivo, un fin en vista, hay esperanza; por consiguiente, de nuevo sois presa de vuestra propia infelicidad. El camino de la esperanza es el camino del futuro, pero la felicidad nunca es cuestión de tiempo. Cuando había felicidad, nunca preguntasteis cómo continuar en ella; si hubierais preguntado; ya habríais probado la desdicha.


“Queréis decir que todo este problema surge sólo cuando uno está en conflicto, en desdicha. Pero cuando uno es desgraciado quiere salir de ello, lo cual es natural”.


El deseo de encontrar una salida sólo sirve para traer otro problema. Por no comprender el problema único, introducís otros muchos. Vuestro problema es la infelicidad. y para comprenderlo tiene que estar uno libre de todos los demás problemas. La infelicidad es el único problema que testéis; no os confundáis introduciendo el nuevo problema de cómo salir de aquél. La mente está buscando una esperanza, una respuesta al problema, una salida. Ved la falsedad de esta evasión, y entonces os enfrentaréis directamente al problema. Es está relación directa con el problema lo que trae una crisis, que estamos eludiendo todo el tiempo; pero es sólo en la plenitud e intensidad de la crisis que el problema toca a su fin.


“Siempre, desde el fatal accidente, he tenido la impresión de que tenía que perderme en mi desesperación, alimentar mi propia falta de esperanza; pero, de alguna manera, ha resultado demasiado para mí. Ahora veo que tengo que enfrentarme con ello sin temor, y sin el sentimiento de deslealtad hacia él. Como veis, en lo hondo sentía que de alguna manera yo sería desleal a él si continuaba siendo feliz pero ahora la carga ya se está levantando, y siento una felicidad que no es del tiempo”.


LA MENTE Y LO CONOCIDO


La costumbre de la vida diaria se estaba repitiendo en torno de la única fuente del pueblo; el agua corría lentamente y un grupo de mujeres guardaba su turno. Tres de ellas estaban disputando ruidosa y ásperamente; estaban absortas por completo en su cólera y no prestada la menor atención a ninguna otra persona ni nadie les prestaba atención a ellas. Tenía que haber sido un rito diario. Como todos los ritos, era estimulante, y estas mujeres disfrutaban el estimulo. Una anciana ayudaba a una joven a alzar un gran cántaro de bronce brillantemente pulido hasta su cabeza. Tenía ella un rodete de tela para aguantar el peso del recipiente, al que sostenía levemente con una mano. Su andar era espléndido y tedia gran dignidad. Una niña pequeña vino calladamente, deslizó su cántaro bajo el chorro y se lo llevó sin decir palabra. Otras mujeres llegaron y se marcharon, pero la disputa seguía, y parecía como si nunca fuese a terminar. De repente, las tres callaron, llenaron sus cántaros de agua y se fueran como si nada hubiera pasado. El sol ya se iba poniendo fuerte y salía humo sobre los techos de paja de la aldea. Se estaba guisando la primera comida del día. ¡Cuán repentinamente pacífico quedo aquello! Excepto por los cuervos, casi todo estaba en calma. Una vez terminada la ruidosa disputa podía uno oír el rumor del mar más allá de las casas, los jardines y los palmares.


Continuamos como máquinas con nuestra tediosa rutina diaria. ¡Cuán ávidamente acepta la mente una norma de existencia, y cuán tenazmente se aferra a ella! Como si estuviera clavada, la mente está sujeta por la idea, y en torno de la idea vive y tiene su ser. La mente nunca es libre, flexible, porque siempre está anclada; se mueve dentro del radio, estrecho o amplio, de su propio centro. De su centro no se atreve a salir; y cuando lo hace, se pierde en el temor. El temor no es de lo desconocido, sino de la pérdida de lo conocido. Lo desconocido no incita al miedo, pero la dependencia de lo conocido sí. El temor siempre acompaña al deseo, el deseo de lo más o de lo menos. La mente, con su incesante tejer de patrones, es la hacedora del tiempo; y dentro del tiempo hay temor, esperanza y muerte. La esperanza conduce a la muerte.


Dijo que era un revolucionario; quería volar toda estructura social y empezarlo todo de nuevo. Había trabajado ávidamente por la extrema izquierda, por la revolución proletaria, y eso también había fallado. ¡Mirad lo que había pasado en el país en el cual aquella revolución se realizó tan gloriosamente! La dictadura, con su policía y su ejército, habían engendrado inevitablemente nuevas distinciones de clase, y todo en el espacio de unos pocos años; lo que había sido una gloriosa promesa se había reducido a la nada. Él quería una revolución más honda y más amplia que empezase todo de nuevo, teniendo cuidado de evitar todas las trampas de la primera revolución.


¿Qué entendéis por revolución?


“Un completo cambio de la actual estructura social, con o sin derramamiento de sangre, con arreglo a un plan bien trazado. Para ser efectiva, tiene que ser bien pensada, organizada en todo detalle y escrupulosamente ejecutada. Semejante revolución es la única esperanza, no hay otra salida de este caos”.


Pero ¿no tendréis los mismos resultados otra vez: la compulsión y sus funcionarios?


“Al principio puede resultar en eso, pero pasaremos a través de ello. Siempre habrá un grupo separado y unido fuera del gobierno, para vigilarlo y guiarlo”.


Queréis una revolución con arreglo a un patrón, y vuestra esperanza está en el mañana, por el cual estáis dispuesto a sacrificaros y sacrificar a los otros. ¿Puede haber una revolución fundamental si se basa en la idear Las ideas inevitablemente engendran nuevas ideas, más resistencia y represión. La creencia engendra antagonismo; una creencia hace surgir muchas, y hay hostilidad y conflicto. La uniformidad de creencia no es la paz. La idea y la opinión invariablemente crean oposición, que siempre tratarán de suprimir los que están en el poder. Una revolución basada en la idea da lugar a una contrarrevolución, y el revolucionario se pasa la vida luchando contra otros revolucionarios, liquidando el mejor organizado al más débil. Estaréis repitiendo el mismo modelo, ¿verdad? ¿Sería posible hablar sobre el más profundo significado de la revolución?


“Ello tendría poco valor a menos que condujese a un fin definido. Hay que construir una nueva sociedad, y la revolución con arreglo a un plan es la única manera de lograrlo. No creo que cambie mis maneras de ver, pero veamos lo que tenéis que decir. Lo que diréis probablemente ha sido dicho ya por Buda, Cristo y otros instructores religiosos, y ¿adónde nos ha llevado? ¡Dos mil años y más de prédica para ser buenos, y mirad el embrollo que han creado los capitalistas!”


Una sociedad basada en la idea, configurada con arreglo a un patrón particular, engendra violencia y está en constante estado de desintegración. Una sociedad modelada funciona sólo dentro del armazón de su creencia autoproyectada. La sociedad, el grupo, nunca puede estar en un estado de revolución; sólo puede estarlo el individuo. Pero si es un revolucionario con arreglo a un plan, a una conclusión bien autorizada, estará meramente ajustándose a un ideal o esperanza autoproyectados. Está llevando a cabo sus propias respuestas condicionadas, modificadas tal vez, pero de todos modos limitadas. Una revolución limitada no es revolución en absoluto; como la reforma, es un retroceso. Una revolución basada en ideas, en deducciones y conclusiones, no es más que una modificada continuidad del viejo sistema. Para una fundamental y duradera revolución tenemos que comprender la mente y la idea.


“¿Qué entendéis por idea? ¿Queréis decir conocimiento?”


Idea es la proyección de la mente; idea es el resultado de la experiencia, y experiencia es conocimiento. La experiencia siempre es interpretada con arreglo al condicionamiento consciente o inconsciente de la mente. La mente es experiencia, la mente es idea; la mente no está separada de la calidad del pensamiento. El conocimiento, acumulado y en acumulación, es el proceso de la mente. La mente es experiencia, memoria, idea, es el proceso total de la respuesta. Hasta que comprendamos el funcionamiento de la mente, de la conciencia, no puede haber una transformación fundamental del hombre y sus relaciones, que constituyen la sociedad.


“¿Sugerís que la mente como conocimiento, es el verdadero enemigo de la revolución, y que la mente nunca puede producir el nuevo plan, el nuevo Estado? Si queréis decir que porque la mente está aun enlazada con el pasado nunca puede comprender lo nuevo, y que, sea lo que fuere que planee o cree, ello es el resultado de lo viejo, entonces ¿cómo puede haber cualquier cambio en absoluto?”


Veamos. La mente está sujeta a una norma; su existencia misma es el armazón dentro del cual funciona y se mueve. La norma es del pasado o del futuro, es desesperación y esperanza, confusión y Utopía, lo que ha sido y lo que debería ser. Con esto estamos todos familiarizados. Queréis romper el viejo sistema y sustituirlo por uno “nuevo”, siendo el nuevo, el viejo modificado. Lo llamáis el nuevo para vuestros propios propósitos y maniobras, pero sigue siendo el viejo. Lo llamado nuevo tiene sus raíces en lo viejo: codicia, envidia, violencia, odio, poder, exclusión. Encerrado en esto, queréis producir un nuevo mundo. Es imposible. Podéis engañaros y engañar a otros, pero a menos que el viejo molde se rompa por completo, no puede haber una transformación radical. Podéis jugar con ello, pero no sois la esperanza del mundo. La ruptura del molde, tanto del viejo como del llamado nuevo, es de la máxima importancia para salir de este caos. Por eso es esencial comprender las modalidades de la mente. La mente funciona sólo dentro del campo de lo conocido, de la experiencia, tanto si es consciente como inconsciente, colectiva o superficial. ¿Puede haber acción sin un modelo? Hasta ahora sólo hemos conocido acción en relación con una norma, y semejante acción es siempre una aproximación a lo que ha sido o lo que debería ser. La acción hasta ahora ha sido una adaptación a la esperanza y el temor, al pasado o al futuro.


“Si la acción no es un movimiento del pasado al futuro, o entre el pasado y el futuro, entonces ¿qué otra acción puede existir que sea posible? No nos estáis invitando a la inacción, ¿verdad?”


Sería un mundo mejor si cada uno de nosotros se diera cuenta de la verdadera inacción, que no es lo opuesto de la acción. Pero ese es otro asunto. ¿Es posible que la mente esté sin un patrón, que esté libre de esta oscilación hacia adelante y hacia atrás del deseo? Desde luego que es posible. Tal acción es vivir en el ahora. Vivir es estar sin esperanza, sin el cuidado del mañana; no es desesperanza ni indiferencia. Pero no estamos viviendo, siempre vamos en pos de la muerte, del pasado o del futuro. Vivir es la más grande revolución. Vivir no tiene norma, pero la muerte la tiene: el pasado o el futuro, lo que ha sido o la Utopía. Estáis viviendo para la Utopía, y así estéis invitando la muerte y no la vida.


“Todo eso está muy bien, pero no nos conduce a ninguna parte. ¿Dónde está vuestra revolución? ¿Dónde está la acción? ¿Dónde hay una nueva manera de vivir?”


No en la muerte, sino en la vida. Estáis persiguiendo el ideal, la esperanza, y a esta persecución la llamáis acción, revolución. Vuestro ideal, vuestra esperanza, es la proyección de la mente fuera de lo que es. La mente, como es resultado de lo pasado, está sacando de sí misma una norma para lo nuevo, y a esto lo llamáis revolución. Vuestra nueva vida es la misma vieja, con diferentes ropajes. El pasado y el futuro no contienen la vida; tienen el recuerdo de la vida y la esperanza de ella, pero no son lo vivo. La acción de la mente no es vivir. La mente sólo puede actuar dentro del marco de la muerte, y la revolución basada en la muerte es sólo más oscuridad, más destrucción y desdicha.


“Me dejáis completamente vacío, casi desnudo. Esto puede ser espiritualmente bueno para mí, hay una claridad de corazón y mente, pero no es tan útil en términos de acción revolucionaria colectiva”.



CONFORMIDAD Y LIBERTAD


La tempestad empezó a primera hora de la mañana, con truenos y relámpagos, y ahora llovía con mucha persistencia, no había parado en todo el día, y la roja tierra se iba empapando. El ganado se refugiaba bajo un gran árbol, donde había también un pequeño templo blanco. La base del árbol, era enorme, y el campo circundante, de vivo color verde. Había una línea ferroviaria al otro lado del campo, y los trenes subían con esfuerzo la ligera pendiente, dando un triunfal silbido al llegar a lo alto. Cuando uno caminaba a lo largo de la vía férrea, ocasionalmente se encontraba con una gran cobra, de bellas marcas, cortada en dos por un tren reciente. Las aves pronto acometerían los fragmentos muertos, y en corto tiempo no quedaría rastro de la serpiente.


Vivir solo necesita gran inteligencia; vivir solo, y no obstante ser flexible, es arduo. Vivir solo, sin los muros de autoencerradoras satisfacciones, requiere extremada vigilancia, pues una vida solitaria estimula la pereza, los hábitos que confortan y que son difíciles de romper. Una vida singular fomenta el aislamiento, y sólo los sabios pueden vivir solos sin daño para sí mismos y para otros. La sabiduría es única, pero un sendero solitario no conduce a la sabiduría. El aislamiento es la muerte, y la sabiduría no se apoya en el retiro. No hay sendero para la sabiduría, porque todos los senderos son separativos, exclusivos. En su misma naturaleza, los senderos sólo pueden llevar al aislamiento, aunque estos aislamientos sean llamados unidad, el todo, el uno, etc. Un sendero es un proceso exclusivo; el medio es exclusivo, y el fin es como el medio. El medio no está separado de la meta, de lo que debería ser. La sabiduría llega con la comprensión de nuestra relación con el campo, con el transeúnte, con el pensamiento fugaz. El retirarse, el aislarse con el fin de hallar, es poner fin al descubrimiento. La relación lleva a una soledad que no es de aislamiento. Tiene que hallar una soledad, no de la mente que encierra, sino de libertad. Lo completo es lo único, y lo que no es completo busca el camino del aislamiento.


Ella había sido escritora, y sus libros habían tenido una circulación muy amplia. Decía que había conseguido venir a la India sólo después de muchos años. Cuando empezó por primera vez no tenía idea de dónde terminaría; pero ahora, después de todo este tiempo, su destino se había vuelto claro. Su marido y toda su familia estaban interesados en cuestiones religiosas, no casualmente, sino muy en serio, sin embargo, ella había decidido dejarlos a todos, y había venido en la esperanza de encontrar alguna paz. No conocía un alma en este país cuando vino, y la cosa fue muy difícil el primer año. Primero fue a cierta ashrama o retiro sobre el que había leído. El gurú era un suave viejo que había tenido ciertas experiencias religiosas, en las cuales ahora vivía, y que constantemente repetía alguna frase sánscrita que sus discípulos comprendían. A ella se le dio la bienvenida en este retiro, y halló fácil ajustarse a sus reglas. Allí permaneció durante varios meses, pero no encontró paz, de modo que un día anunció su partida. Los discípulos quedaron horrorizados de que ella pudiera pensar siquiera en dejar a semejante maestro de sabiduría; pero se marchó. Entonces fue a una ashrama entre las montañas y allí permaneció durante algún tiempo, felizmente al principio, porque era un sitio bello con árboles, arroyos y vida salvaje. La disciplina era bastante rigurosa, cosa que a ella no le importaba pero también los vivos eran los muertos. Los discípulos adoraban conocimiento muerto, muerta tradición, un maestro muerto. Cuando ella se marchó, éstos también quedaron desazonados y la amenazaron con las tinieblas espirituales. Entonces ella se fue a un conocido retiro, donde repitió varias afirmaciones religiosas y practicó con regularidad meditaciones prescritas; pero gradualmente halló que se le estaba haciendo caer en una trampa y en la destrucción. Ni el maestro ni los discípulos querían libertad, aunque hablaban sobre ello. Todo su interés estaba en mantener el centro, en retener los discípulos en nombre del gurú. De nuevo ella rompió con éstos y se fue a otra parte; de nuevo la misma historia en forma ligeramente diferente.


“Os aseguro que he estado en la mayor parte de las ashramas serias, y todas ellas quieren retenerle a uno, quebrantarle para que se ajuste al modelo de pensamiento que ellos llaman verdad. ¿Por qué todos ellos quieren que una se ajuste a una disciplina particular, al modo de vivir establecido por el instructor? ¿Por qué es que nunca dan libertad, sino que sólo prometen libertad?”


La conformidad es agradable; garantiza al discípulo seguridad, y da poder al discípulo a la vez que al maestro. Por la conformidad, se refuerza la autoridad, secular o religiosa, y la conformidad contribuye al embotamiento, al cual llaman paz. Si uno quiere evitar sufrimiento mediante alguna forma de resistencia, ¿por qué no seguir ese sendero, aunque implique cierta cantidad de dolor? La conformidad anestesia la mente para el conflicto. Queremos que se nos embote, insensibilice, tratamos de excluir lo feo, y por ello nos insensibilizamos también para lo bello. La conformidad a la autoridad de los muertos o de los vivos da intensa satisfacción. El maestro sabe y vos no sabéis. Sería insensato el que trataseis de descubrir cualquier cosa por vos misma, cuando vuestro consolador maestro ya la sabe; os volvéis pues su esclava, y la esclavitud es mejor que la confusión. El maestro y el discípulo prosperan con la explotación mutua. Realmente no vais a una ashrama en busca de la libertad, ¿es así? Vas allá a ser consolada, a vivir una vida de aisladora disciplina y creencia, a adorar y ser adorada a vuestra vez; todo lo cual se llama la búsqueda de la verdad. No pueden ofrecer la libertad, porque ello sería su propia ruina. La libertad no puede encontrarse en ningún retiro, en ningún sistema o creencia, ni por medio de la conformidad y el temor llamados disciplina. Las disciplinas no pueden ofrecer libertad; pueden prometer, pero la esperanza no es libertad. La limitación como medio para la libertad es la negación misma de la libertad, porque el medio es el fin; la copia contribuye a más copia, no a la libertad. Pero nos gusta engañarnos, y por eso existen en diferentes y sutiles formas la compulsión o la promesa de recompensa. La esperanza es la negación de la vida.


“Ahora eludo todas las ashramas como la misma peste. Fui a ellas en busca de paz y encontré compulsión, doctrinas autoritarias y vanas promesas. ¡Cuán ávidamente aceptamos la promesa del gurú! ¡Cuán ciegos somos! Al fin, tras estos muchos años, estoy completamente denudada de todo deseo de perseguir sus prometidas recompensas. Físicamente, realmente practiqué sus fórmulas. En uno de esos lugares, en que el maestro está en la cima y es muy popular, cuando les dije que venía a veros, levantaron los brazos en alto y a algunos se les saltaron las lágrimas. ¡Era ya lo último! He venido aquí porque quiero hablar sobre algo que está oprimiendo mi corazón. Lo insinué a uno de los instructores, y su respuesta fue que yo tenía que someter a control mi pensamiento. Es esto: el dolor de la soledad es más de lo que yo puedo resistir; no la soledad física, que es bien acogida, sino la profunda pena interna de estar sola. ¿Qué he de hacer sobre ello? ¿Cómo voy a considerar este vacío?”


Cuando preguntáis la manera, os convertís en una seguidora. Porque hay este dolor de la soledad, queréis ayuda, y la demanda misma de guía abre la puerta a la compulsión, a la imitación y al temor. El “cómo” no es nada importante, de modo que, comprendamos la naturaleza de este dolor, más que tratar de vencerlo, evitarlo o trascenderlo. Hasta que haya completa comprensión de este dolor de la soledad, no puede haber paz, descanso, sino sólo lucha incesante; y, nos demos cuenta o no, los más de nosotros estamos violenta o sutilmente tratando de escapar de su temor. Este dolor existe sólo en relación con el pasado, y no en relación con lo que es. Lo que es tiene que ser descubierto, no verbal, teóricamente, sino experimentándolo directamente. ¿Cómo puede haber descubrimiento de lo que efectivamente es, si lo abordáis con una sensación de pena o miedo? Para comprenderlo, ¿no tenéis que venir a ello libremente, despojada del conocimiento pasado sobre ello? ¿No tenéis que venir con una mente fresca, no nublada por los recuerdos, por las respuestas habituales? No preguntéis, por favor, cómo va a ser libre la mente para ver lo nuevo, pero escuchad la verdad de ello. Sólo la verdad es lo que libera, y no vuestro deseo de ser libre. El deseo y esfuerzo mismos para ser libre son un estorbo para la liberación.


Para comprender lo nuevo, ¿no tiene que cesar en sus actividades la mente, con todas sus conclusiones, salvaguardias? ¿No tiene que estar en calma, sin buscar una vía de escape de esta soledad, un remedio para ella? ¿No debe observarse el dolor de la soledad, con su movimiento de desesperación y esperanza? ¿No es este movimiento mismo el que contribuye a la soledad y su temor? ¿No es la actividad misma de la mente un proceso de aislamiento, de resistencia? ¿No es toda forma de relación de la mente un camino de separación, de retiro? ¿No es la experiencia misma un proceso de autoaislamiento? Así el problema no es pues el dolor de la soledad, sino la mente, que proyecta el problema. La comprensión de la mente es el comienzo de la libertad. La libertad no es algo que esté en el futuro, es cabalmente el primer paso. La actividad de la mente puede comprenderse sólo en el proceso de respuesta a toda clase de estimulo. El estímulo y la respuesta son relación en todos los niveles. La acumulación en cualquier forma, como conocimiento, como experiencia, como creencia, impide la libertad; y es sólo cuando hay libertad que puede también existir la verdad.


“Pero ¿no es el esfuerzo necesario, el esfuerzo para comprender?”


¿Comprendemos alguna cosa por medio de la lucha, por medio del conflicto? ¿No viene la comprensión cuando la mente está totalmente en calma, cuando la acción del esfuerzo ha cesado? La mente que se fuerza a estar en calma no es una mente tranquila; es una mente muerta, insensible. Cuando el deseo está ausente, es cuando comprendemos.



TIEMPO Y CONTINUIDAD


La luz vespertina estaba sobre el agua, y los oscuros árboles resaltaban contra el sol poniente. Pasó un ómnibus lleno de gente seguido por un gran coche con gente elegante dentro. Un niño pasó rodando un aro. Una mujer con una pesada carga, se detuvo para ajustarla, y luego continuó su fatigosa marcha. Un muchacho en una bicicleta saludó a alguien, y siguió absorto en el retorno al hogar. Pasaron varias mujeres, y un hombre se detuvo, encendió un cigarrillo, tiró el fósforo al agua, miró en torno y prosiguió su camino. Nadie parecía notar los colores en el agua ni los oscuros árboles que resaltaban contra el cielo. Llegó una muchacha que tenía un bebé, hablando y señalando las aguas que iban oscureciendo, para divertirlo y distraerlo. Iban apareciendo luces en las casas y el lucero de la tarde empezaba a navegar por los cielos.


Hay una tristeza de la que apenas nos damos cuenta. Conocemos la pena y el dolor de la pugna y confusión personales; conocemos la futilidad y la desdicha de la frustración; conocemos la plenitud de la alegría, y su transitoriedad. Conocemos nuestro propio dolor, pero no nos damos cuenta de la tristeza del otro. ¿Cómo podemos darnos cuenta cuando estamos encerrados en nuestros propios infortunios y esfuerzos? Cuando nuestros corazones están cansados y fríos, ¿cómo podemos sentir el cansancio de otro? ¡La tristeza es tan exclusiva, aisladora y destructiva! ¡Cuán rápidamente se disipa la sonrisa! Todo parece terminar en dolor, el aislamiento último.


Era ella muy leída, capaz y precisa. Había estudiado ciencias y religión, y seguido cuidadosamente la psicología moderna. Aunque aun muy joven, había estado casada con las habituales desdichas del matrimonio, añadió. Ahora se había vuelto andariega y anhelaba encontrar algo más que el habitual condicionamiento tantear su camino más allá de los límites de la mente. Sus estudios le habían abierto la mente a las posibilidades más allá de las acumulaciones conscientes y colectivas del pasado. Había asistido a varias de las pláticas y discusiones, explicó, y había tenido la impresión de que estaba activa una fuente común a todos los grandes instructores; había escuchado con cuidado y comprendido mucho, y ahora venía a discutir lo inagotable y el problema del tiempo.


“¿Cuál es la fuente más allá del tiempo, ese estado de ser que no está dentro del razonamiento de la mente? ¿Qué es lo atemporal, esa creatividad de que habéis hablado?”


¿Es posible darse cuenta de lo atemporal? ¿Cuál es la prueba de conocerle o darse cuenta de ello? ¿Cómo lo reconoceríais? ¿Con qué lo medirías?


“Sólo podemos juzgar por sus efectos”.


Pero el juzgar es del tiempo; y ¿deben juzgarse los efectos de lo atemporal por la medida del tiempo? Si podemos entender lo que queremos decir con la palabra tiempo, acaso sea posible que lo atemporal sea; pero, ¿es posible discutir lo que es eso atemporal? Aun cuando nosotros nos demos cuenta de ello, ¿podemos acaso hablar de ello? Podemos hablar sobre ello, pero nuestra experiencia no será lo atemporal. Nunca puede hablarse sobre ello o comunicarse, excepto por intermedio del tiempo pero la palabra no es la cosa, y a través del tiempo es evidente que no puede comprenderse lo atemporal. La atemporalidad es un estado que llega sólo cuando el tiempo no existe. Así pues, consideremos más bien lo que entendemos por tiempo.


“Hay diferentes clases de tiempo: tiempo como crecimiento, tiempo como distancia, tiempo como movimiento”.


El tiempo es cronológico y también psicológico. El tiempo como crecimiento o desarrollo es lo pequeño haciéndose grande, la carreta de bueyes evolucionando hasta el avión de reacción, el bebé convirtiéndose en el hombre. Los cielos se llenan con el crecimiento, y así también la tierra. Esto es un hecho evidente, y sería estúpido negarlo. El tiempo como distancia es más complejo.


“Se sabe que un ser humano puede estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo; en un sitio durante varias horas, y en otro durante unos pocos minutos, en el mismo período”.


El pensamiento puede vagar y vaga efectivamente a lo lejos, mientras el pensador sigue en un solo lugar.


“No me refiero a ese fenómeno. Una persona, una entidad física, ha estado simultáneamente en dos lugares ampliamente separados, según se ha sabido. Sin embargo, nuestro tema es el tiempo”.


El ayer, utilizando al hoy como paso hacia el mañana, lo pasado fluyendo a través de lo presente a lo futuro, es un solo movimiento del tiempo, no tres movimientos separados. Conocemos el tiempo como cronológico y psicológico, crecimiento y devenir. Hay el crecimiento de la semilla hasta el árbol, y hay el proceso del devenir psicológico. El crecimiento es bastante, claro, de modo que dejémoslo a un lado por el momento. El devenir psicológico implica tiempo. Yo soy esto y llegaré a ser eso, utilizando el tiempo como pasaje, como medio; lo que ha sido se está convirtiendo en lo que será. Estamos muy familiarizados con este proceso. Así, el pensamiento es tiempo, el pensamiento que ha sido y el pensamiento que será, lo que es y el ideal. El pensamiento es el producto del tiempo y sin el proceso de pensar, el tiempo no existe. La mente es la creadora del tiempo, es el tiempo


“Evidentemente eso es cierto. La mente es la creadora y la utilizadora del tiempo. Sin el proceso mental, el tiempo no existe. Pero ¿es posible ir más allá de la mente? ¿Hay un estado que no sea del pensamiento?”


Descubramos juntos si hay tal estado o no. ¿Es el amor pensamiento? Podemos pensar en alguien a quien amamos; cuando el otro está ausente, pensamos en él, o tenemos una imagen, una fotografía de él. La separación contribuye al pensamiento.


“¿Queréis decir que cuando hay unidad, el pensamiento cesa y sólo hay amor?”


La unidad implica dualidad, pero no es esa la cuestión. ¿Es el amor un proceso de pensamiento? El pensamiento es del tiempo; y ¿es el amor algo que ligue al tiempo? El pensamiento está ligado por el tiempo, y vos preguntáis si es posible estar libre de la cualidad del tiempo que liga o ata.


“Tiene que ser posible, de lo contrario no podría haber creación. La creación es lo nuevo, la nueva visión, la nueva invención, el nuevo descubrimiento, la nueva formulación, no la continuidad de lo viejo”.


La continuidad es la muerte para la creación.


“Pero ¿cómo es posible poner fin a la continuidad?”


¿Qué queremos decir con la palabra continuidad? ¿Qué contribuye a la continuidad? ¿Qué es lo que une un momento a otro momento, como el hilo une las cuentas de un collar? El momento es lo nuevo, pero lo nuevo es absorbido en lo viejo, y así se forma la cadena de la continuidad. ¿Existe jamás lo nuevo, o sólo el reconocimiento de lo nuevo por lo viejo? Si lo viejo reconoce a lo nuevo, ¿es esto lo nuevo? Lo viejo puede reconocer sólo su propia proyección; puede llamarla lo nuevo, pero no lo es. Lo nuevo no es reconocible, es un estado de no-reconocimiento, no-asociación. Lo viejo se da a sí mismo continuidad por medio de sus propias proyecciones; nunca puede conocer lo nuevo. Lo nuevo puede ser traducido a lo viejo, pero lo nuevo no puede estar con lo viejo. La experimentación de lo nuevo es la ausencia de lo viejo. La experiencia y su expresión es pensamiento, idea; el pensamiento traduce lo nuevo en términos de lo viejo. Es lo viejo lo que da continuidad; lo viejo es memoria, la palabra, que es tiempo.


“¿Cómo es posible poner fin a la memoria?”


¿Es posible? La entidad que desea poner fin a la memoria es en sí el forjador de la memoria; no está separada de la memoria. ¿No es así?


“Sí, el que hace el esfuerzo nace de la memoria, del pensamiento; el pensamiento es el resultado del pasado, consciente o inconsciente. Entonces, ¿qué va uno a hacer?”


Haced el favor de escuchar, y haréis naturalmente, sin esfuerzo, lo que es esencial. El deseo es pensamiento; el deseo forja la cadena de la memoria. El deseo es esfuerzo, la acción de la voluntad. La acumulación es el camino del deseo; acumular es continuar. Reunir experiencia, conocimiento, poder, o cosas contribuye a la continuidad, y negar estas cosas es continuar negativamente. La continuación positiva y negativa son similares. El centro de acumulación es deseo, el deseo de lo más o lo menos. Este centro es el ego, colocado a diferentes niveles con arreglo al propio condicionamiento. Cualquier actividad de este centro sólo crea nueva continuidad de sí mismo. Cualquier movimiento de la mente liga al tiempo; impide la creación. Lo atemporal no existe con la cualidad de la memoria que liga al tiempo. Lo ilimitado no puede ser medido por la memoria, por la experiencia. Sólo existe lo innombrable cuando la experiencia, el conocimiento, ha cesado totalmente. Sólo la verdad libera a la mente de sus propias ataduras.



LA FAMILIA Y EL DESEO DE SEGURIDAD


¡Que cosa más fea es estar satisfecho! El contento es una cosa y satisfacción otra. La satisfacción embota la mente y deja el corazón cansado; conduce a la superstición y a la pereza, y se pierde la agudeza de la sensibilidad. Son los que están buscando gratificación y los que la tienen, los que traen confusión y desdicha; son ellos los que engendran la aldea maloliente y la ciudad ruidosa. Construyen templos para la imagen esculpida y celebran rituales que satisfacen; fomentan la separación de clases y la guerra; siempre están multiplicando los medios de gratificación; el dinero, la política, el poder y las organizaciones religiosas son sus caminos. Agobian la tierra con el peso de su respetabilidad y sus lamentaciones.


Pero el contento es otra cosa. Es arduo estar contento. El contento no puede buscarse en lugares secretos; no es cosa que se haya de perseguir, como lo es el placer; no se ha de adquirir; no puede comprarse al precio de la renunciación; no tiene precio alguno; no se alcanza por ningún medio; no es cosa sobre la que se haya de meditar y que se haya de acumular. Ir en pos del contento es sólo la búsqueda de mayor satisfacción. El contento es la comprensión completa de lo que es de momento a momento; es la más alta forma de comprensión negativa. La satisfacción conoce frustración y éxito, pero el contento no conoce opuestos con su vacío conflicto. El contento está por encima y más allá de los opuestos; no es una síntesis, porque no tiene relación con el conflicto. El conflicto sólo puede producir más conflicto, engendra ulterior ilusión y desdicha. Con el contento llega la acción que no es contradictoria. El contento del corazón libera a la mente de sus actividades de confusión y distracción. El contento es un movimiento que no es del tiempo.


Explicó ella que se había graduado en ciencias, con honores; había enseñado y realizado alguna labor social. En el corto tiempo siguiente a su graduación, había viajado por el país haciendo varias cosas: enseñando matemática en un sitio, haciendo labor social en otro, ayudando a su madre y organizando una sociedad a la que pertenecía. No actuaba en política, porque lo consideraba ir en pos de la ambición personal y un estúpido desperdicio de tiempo. Había observado a través de todo esto, y ahora estaba a punto de casarse.


¿Habéis decidido por vos misma con quién casaros, o son vuestros padres los que conciertan el asunto?


“Probablemente mis padres. Tal vez es mejor en esa forma”.


¿Por qué?, si se me permite la pregunta.


“En otros países, el muchacho y la joven se enamoran uno del otro; puede resultar bien al principio, pero pronto hay disputa y desdicha, la querella y el hacer las paces, el hastío del placer y la rutina de la vida. El matrimonio concertado en este país termina de la misma manera, la diversión desaparece de él, de modo que no hay mucho que escoger entre los dos sistemas. Los dos son bastante terribles, pero ¿qué va una a hacer? Al fin y al cabo, tiene una que casarse, no puede quedar en soltería toda la vida. Todo ello es muy triste, pero por lo menos el marido da cierta seguridad y los niños son un gozo; no se puede tener una cosa sin la otra”.


Pero ¿qué pasa con todos los años que habéis dedicado a obtener vuestra graduación?


“Supongo que algo se puede hacer con ello, pero los niños y el trabajo del hogar ocuparán la mayor parte del tiempo propio”.


Entonces, ¿para qué os ha servido lo que llamáis educación? ¿Por qué gastar tanto tiempo, dinero y esfuerzo para terminar en la cocina? ¿Queréis hacer alguna clase de labor docente o social después de vuestro matrimonio?


“Sólo cuando haya tiempo. Si una no es rica, es imposible tener criados y todo lo demás. Creo que todo ello habrá terminado una vez que yo me case; y quiero casarme. ¿Estáis contra el matrimonio?”


¿Consideráis el matrimonio como una institución para establecer una familia? ¿No es la familia una unidad en oposición a la sociedad? ¿No es un centro del que irradia toda actividad, una relación exclusiva que domina a toda otra forma de relación? ¿No es una actividad de encierro en uno mismo que provoca división, separación, lo alto y lo bajo, el poderoso y el débil? La familia como sistema parece resistir al todo; cada familia se opone a otras familias, otros grupos. ¿No es la familia con su propiedad una de las causas de la guerra?


“Si sois opuesto a la familia, entonces tendréis que estar a favor de la colectivización de hombres y mujeres, en que sus hijos pertenecen al Estado”.


Por favor, no saltéis a conclusiones. Pensar en términos de fórmulas y sistemas no sirve más que para provocar oposición y disputa. Vos tenéis vuestro sistema, y otro tiene el suyo; los dos sistemas pelean, tratando cada uno de ellos de liquidar al otro, pero el problema aun persiste.


“¿Pero si estáis contra la familia, entonces a favor de qué estáis?


¿Por qué plantear la cuestión en esa forma? Si hay un problema, ¿no es estúpido tomar partido de acuerdo al prejuicio propio? ¿No es mejor comprender el problema que engendrar oposición y enemistad, multiplicando por ello nuestros problemas?


La familia, tal como es ahora, es una unidad de relaciones limitadas, de autoencierro y exclusiva. Los reformadores y los llamados revolucionarios han tratado de eliminar este espíritu familiar exclusivo, que engendra toda clase de actividad antisocial; pero él es un centro de estabilidad en oposición a la inseguridad, y la actual estructura u organización social en todo el mundo no puede existir sin esta seguridad. La familia no es una mera unidad económica, y todo esfuerzo para resolver la cuestión en ese nivel tiene evidentemente que fracasar. El deseo de seguridad no es sólo económico, sino mucho más profundo y complejo. Si el hombre destruye la familia, él encontrará otras formas de seguridad, por medio del Estado, por lo colectivo, por la creencia, etc., lo que a su vez engendrará su propios problemas. Debemos comprender el deseo de seguridad interior, psicológica, y no meramente sustituir por otro un método o forma de seguridad.


Así pues, el problema no es la familia, sino el deseo de estar seguro. ¿No es exclusivo el deseo de seguridad, en cualquier nivel? Este espíritu de seguridad se manifiesta en forma de la familia, la propiedad, el Estado, la religión, etc. ¿No crea este deseo de seguridad interna formas exteriores de seguridad que son siempre exclusivas? El deseo mismo de estar seguro destruye la seguridad. La exclusión, la separación, tienen que producir inevitablemente desintegración; el nacionalismo, el antagonismo de clase y la guerra son sus síntomas. La familia como medio de seguridad interna es una fuente de desorden y de catástrofe social.


“¿Entonces, cómo va uno a vivir, sino como una familia?”


¿No es singular cómo la mente siempre está buscando una norma, un molde? Nuestra educación consiste en fórmulas y conclusiones. El “cómo” es la demanda de una fórmula, pero las fórmulas no pueden resolver el problema. Comprended, por favor, la verdad de esto. Sólo cuando no buscamos seguridad interna es cuando podemos vivir exteriormente seguros. Mientras la familia sea un centro de seguridad, habrá desintegración social; en tanto la familia sea usada como medio para un fin autoprotector, tiene que haber conflicto y desdicha. No os confundáis, por favor, que ello es bastante sencillo. En tanto yo os utilice a vos o a otra persona para mi seguridad interna, psicológica, tengo que ser exclusivo; soy de la máxima importancia, yo tengo la más grande significación; es mi familia, mi propiedad. La relación de utilidad se basa en la violencia; la familia, como medio de mutua seguridad interna, contribuye al conflicto y a la confusión


“Comprendo intelectualmente lo que decís, pero ¿es posible vivir en este deseo interno de estar seguro?”


Comprender intelectualmente no es comprender en absoluto. Queréis decir que oís las palabras y captáis su sentido, y eso es todo; pero esto no producirá acción. Utilizar a otro como medio de satisfacción y seguridad no es amor. El amor no es nunca seguridad; el amor es un estado en el cual no hay deseo de estar seguro; es Un estado de vulnerabilidad; es el único estado en el cual son imposibles la exclusividad, la enemistad y el odio. En ese estado una familia puede existir, pero no será exclusiva, autoencerrada.


“Pero nosotros no conocemos tal amor. ¿Cómo va uno...?”


Es bueno darse cuenta de las modalidades del propio pensar. El interino deseo de seguridad se expresa externamente por la exclusión y la violencia, y en tanto su proceso no sea plenamente comprendido no puede haber amor alguno. El amor no es otro refugio en la búsqueda de seguridad. El deseo de seguridad tiene que cesar enteramente para que el amor exista. El amor no es algo que pueda producirse por medio de la compulsión. Toda forma de compulsión, a cualquier nivel, es la negación misiva del amor. Un revolucionario con una ideología no es un revolucionario en absoluto; solamente ofrece un sustituto, una clase diferente de seguridad, una nueva esperanza; y la esperanza es muerte. Sólo el amor puede provocar una revolución radical o transformación en las relaciones; y el amor no es cosa de la mente. El pensamiento puede planear y formular magníficas estructuras de esperanza, pero el pensamiento únicamente conducirá a mayor conflicto, confusión y desdicha. El amor existe cuando no existe la mente astuta y autoencerrada.



EL “YO”


“La meditación es de la mayor importancia para mí; he estado meditando muy regularmente dos veces por día durante más de veinticinco años. Al principio todo ello era muy difícil, yo no tenía control sobra mis pensamientos y había muchísimas distracciones; pero gradualmente las fui eliminando casi por completo. Cada vez más consagré mi tiempo y energía a la meta final. He acudido a varios instructores y he seguido varios sistemas diferentes de meditación, pero en cierto modo yo nunca estaba satisfecho con ninguno de ellos; acaso “satisfacción” no sea la palabra acertada. Todos ellos conducían a cierto punto, según el particular sistema, y noté que me estaba convirtiendo en un mero resultado del sistema, lo cual no era la meta final. Pero de todas estas experimentaciones he aprendido a dominar por completo mis pensamientos, y mis emociones están también enteramente bajo control. He practicado la respiración profunda, para aquietar el cuerpo y la mente. He repetido la palabra sagrada y ayunado durante largos períodos; moralmente he sido honrado, y las cosas mundanas no tienen atracción para mí. Pero, después de todos estos años de lucha y esfuerzo, de disciplina y negación, no hay la paz, la gloria de que hablan los Grandes Seres. En raras ocasiones ha habido momentos iluminadores de hondo éxtasis, la promesa intuitiva de cosas más grandes; mas parece que no puedo penetrar a través de la ilusión de mi propia mente, y me veo interminablemente preso en ella. Una nube de confusa desesperación desciende sobre mí y hay creciente pesadumbre”.


Estábamos sentados a la orilla de un ancho río, cerca del agua. La población se hallaba río arriba, a cierta distancia. Un niño cantaba en la otra orilla. El sol se iba poniendo detrás de nosotros y había grandes sombras bajo el agua. Era un bello y sereno anochecer, con masas de nubes hacia el este y el profundo río apenas parecía fluir. A toda esta dilatada belleza, él parecía completamente inconsciente; estaba totalmente absorto en su problema. Estábamos callados, y él había cerrado los ojos; su severa faz manteníase en calma, pero interiormente se estaba desarrollando una intensa lucha. Una bandada de pájaros se posó a la orilla del agua; sus gritos seguramente llegaron al otro lado del río, porque un momento después otra bandada vino de la orilla opuesta y se unió a ellos. Un silencio sin tiempo cubría la tierra.


Durante todos estos años, ¿habéis dejado alguna vez de esforzaros tras la meta final? No forman la voluntad y el esfuerzo el “yo”, y puede el proceso del tiempo conducir a lo eterno?


“Nunca he dejado conscientemente de esforzarme tras de aquello que anhela mi corazón, todo mi ser. No me atrevo a detenerme; si lo hiciera, retrocedería, empeoraría. Es la naturaleza misma de todas las cosas el luchar siempre hacia arriba, y sin voluntad y esfuerzo habría estancamiento sin este impulso decidido, yo nunca podría ir más allá y por encima de mí mismo”.


¿Puede el “yo” librarse jamás de su propio cautiverio e ilusiones? ¿No debe cesar el “yo” para que lo innominado sea? Y este constante esforzarse tras la meta final ¿no sirve sólo para fortalecer el ego, por muy concentrado que sea su deseo? Os esforzáis en conseguir la meta final, y otro persigue cosas mundanas; vuestro esfuerzo puede ser más ennoblecedor, pero sigue siendo el deseo de ganar, ¿no es así?


“He superado todo pasión, todo deseo, excepto éste, que es más que deseo; es la única cosa por la que vivo”.


Entonces tenéis que morir para esto también, como habéis muerto para otros anhelos y deseos. A través de todos estos años de lucha y constante eliminación, os habéis fortalecido en este único propósito, pero él está aún dentro del campo del “yo”. Y queréis experimentar lo innominable, ese es vuestro anhelo, ¿no?


“Desde luego. Sin sombra de duda, quiero conocer el término final, quiero experimentar a Dios”.


El experimentador está siendo condicionado siempre por su experiencia. Si el experimentador se da cuenta de que está experimentando, entonces la experiencia es el resultado de sus deseos autoproyectados. Si sabéis que estáis experimentando a Dios, entonces ese Dios es la proyección de vuestras esperanzas e ilusiones. No hay libertad para el experimentador, porque siempre está aprisionando en sus propias experiencias; el creador del tiempo y nunca puede experimentar lo eterno.


“¿Queréis decir que aquello que he construido diligentemente, con considerable esfuerzo y gracias a prudente elección, ha de ser destruido? ¿Y tengo que ser yo el instrumento de su destrucción?”


¿Puede el “yo” de manera positiva negarse a sí mismo? Si lo hace, su motivo, su intención, es ganar aquello que no puede ser poseído. Sea la que fuere su actividad, por noble que sea su mira, todo esfuerzo por parte del yo está aun dentro del campo de sus propios recuerdos, idiosincrasias y proyecciones, conscientes o inconscientes. El “yo” puede dividirse a sí mismo en el “yo” orgánico, y el “no yo” o ego trascendental; pero esta separación dualista es una ilusión en la cual está presa la mente. Sea el que fuere el movimiento de la mente, del “yo”, nunca podrá librarse a sí mismo. Puede ir de nivel en nivel, de una elección estúpida a otra más inteligente, pero su movimiento siempre estará dentro de la esfera de su propia hechura.


“Parece que cortáis toda esperanza. ¿Qué va uno a hacer?”


Tenéis que desnudaros por completo, sin el peso del pasado ni el atractivo de un esperanzado futuro, lo cual no significa desesperación. Si estáis en desesperación, no hay vacío, no hay desnudez. No podéis “hacer” nada. Podéis y debéis estar en calma, sin ninguna esperanza, anhelo, o deseo; pero no podéis determinar estar en calma, suprimiendo todo ruido, porque en ese mismo esfuerzo hay ruido. El silencio no es lo opuesto del ruido.


“Pero en mi actual estado, ¿qué es lo que hay que hacer?”


Si puede señalarse, estáis tan ávido de avanzar, tan impaciente por tener alguna dirección positiva, que realmente no estáis escuchando.


El lucero de la tarde se reflejaba en el apacible río


A la mañana siguiente temprano volvió. El sol acababa de aparecer por encima de las copas de los árboles, y había bruma sobre el río. Una embarcación con amplias velas, muy cargada de leña, flotaba perezosamente río abajo; excepto el que estaba al timón, los hombres estaban todos dormidos en diferentes partes del barco. Todo estaba muy tranquilo y aun no habían empezado las diarias actividades humanas a lo largo del río.


“A pesar de mi exterior impaciencia y ansiedad, interiormente yo tengo que haber estado alerta a lo que decíais ayer, porque cuando desperté esta mañana había cierto sentido de libertad y una claridad que viene con la comprensión. Hice mi acostumbrada meditación matinal durante una hora antes de la salida del sol, y no estoy nada seguro de que mi mente no esté presa en cierto número de vastas ilusiones. ¿Podemos seguir desde el punto en que lo dejamos?”


No podemos empezar exactamente donde lo dejamos, pero podemos mirar en forma nueva nuestro problema. La mente, exterior e interior, está en incesante actividad, recibiendo impresiones, aprisionada en sus recuerdos y reacciones, es un agregado de muchos deseos y conflictos. Funciona sólo dentro del campo del tiempo, y en ese campo hay contradicción, la oposición de la voluntad o del deseo, que es esfuerzo. Esta actividad psicológica del “yo”, del “mí” y de lo “mío”, tiene que cesar, porque tal actividad crea problemas y produce diversas formas de agitación y desorden. Pero todo esfuerzo para detener esta actividad sólo contribuye a una mayor actividad y agitación.


“Eso es verdad, lo he advertido. Cuanto más trata uno de calmar la mente, más resistencia hay, y más se gusta el propio esfuerzo en superar esta resistencia; se convierte, pues, en vicioso e irrompible círculo”.


Si os dais cuenta de lo vicioso de este circulo y os convencéis de que no podéis vos romperlo, entonces, con esta comprensión deja de existir el censor, el observador.


“Eso parece ser la cosa más difícil de hacer: suprimir el observador. Lo he intentado, pero hasta ahora nunca he podido lograrlo. ¿Cómo va uno a hacerlo?”


¿No estéis aún pensando en términos del “yo” y el “no-yo”? ¿No estéis manteniendo este dualismo dentro de la mente por la palabra, por la constante repetición de la experiencia y del hábito? Al fin y al cabo, el pensador y su pensamiento no son dos procesos diferentes, pero hacemos que lo sean con objeto de alcanzar un fin deseado. El censor surge con el deseo. Nuestro problema es, no como suprimir el censor, sino comprender el deseo.


“Tiene que haber una entidad que sea capaz de comprensión, un estado que esté aparte de la ignorancia”.


La entidad que dice, “yo comprendo”, está ano dentro del campo de la mente es aun el observador, el censor, ¿no es así?


“Desde luego que lo es; pero yo no veo como puede ser desarraigado este observador. ¿Y puede serlo?”


Veamos. Estábamos diciendo que es esencial comprender el deseo. El deseo puede dividirse y se divide efectivamente en placer y dolor, sabiduría e ignorancia; un deseo se opone a otro, el más provechoso entra en conflicto con el que menos beneficio da, etc. Aunque por diversas razones puede separarse, el deseo es en realidad un proceso indivisible, ¿no?


“Esta es una cosa difícil de captar. Estoy tan acostumbrado a oponer un deseo a otro, a suprimir y transformar el deseo, que todavía no puedo darme cuenta plenamente del deseo como una función o proceso simple, unitario; pero ahora que lo habéis señalado, empiezo a sentir que es así”.


El deseo puede fragmentarse a sí mismo en muchos impulsos opuestos y en conflicto, pero sigue siendo deseo. Estos muchos apremios contribuyen a formar el “yo”, con sus recuerdos, ansiedades, temores, y así sucesivamente, y la actividad entera de este “yo” está dentro del campo del deseo; no tiene otro campo de actividad. Esto es así ¿verdad?


“Haced; el favor de continuar. Estoy escuchando con todo mi ser, tratando de penetrar más allá de las palabras, profundamente y sin esfuerzo”.


Nuestro problema, pues, es éste: ¿es posible que la actividad del deseo toque a su fin voluntaria, libremente, sin ninguna forma de compulsión? Sólo cuando esto ocurre es cuando la mente puede estar en calma. Si os dais cuenta de esto como un hecho, ¿no termina la actividad del deseo?


“Sólo durante un periodo muy breve; entonces empieza una vez más la actividad habitual. ¿Cómo puede esto detenerse?... Pero, al preguntar yo, veo lo absurdo de preguntar”.


Veis lo codiciosos que somos; queremos siempre más y más. La demanda por la cesación del “yo” se convierte en la nueva actividad del yo”; pero no es nueva, es meramente otra forma del deseo. Sólo cuando la mente está espontáneamente en calma puede lo otro, aquello que no es de la mente, llegar a ser.



LA NATURALEZA DEL DESEO


Era un atardecer sereno, pero había muchas velas blancas en el lago. Muy a lo lejos un pico cubierto de nieve parecía colgar suspendido de los cielos. La brisa vespertina del nordeste aun no soplaba, pero había rizos en el agua hacia el norte y salían más barcos. El agua estaba muy azul y los cielos muy claros. Era un amplió lago, mas en los días solearlos podían verse las poblaciones del otro lado. En esta pequeña bahía, retirada y olvidarla, reinaba una gran paz; no había turistas, y el vaporcito que daba la vuelta al lago nunca venía aquí. Cerca habla una aldea de pescadores; y como el tiempo prometía ser claro, habría botes, con linternas, pescando hasta avanzada la noche. En el encanto del atardecer, estaban preparando sus redes y sus botes. Los valles estaban sumidos en profunda sombra, pero las montañas aun reflejaban los rayos del sol.


Habíamos estado caminando durante algún tiempo, y nos sentamos al lado del sendero, pues él había venido a discutir ciertas cosas.


“Hasta lo más lejano que puedo recordar, he tenido conflicto sin fin, en su mayor parte dentro de mí mismo, aunque a veces se manifiesta externamente. No me preocupa mucho ningún conflicto externo ya que he aprendido a ajustarme a las circunstancias. Sin embargo, este ajuste ha sido penoso, porque no me dejo fácilmente persuadir o dominar. La vida ha sido difícil, pero soy lo bastante eficiente para proporcionarme una buena vida. Mas todo esto no es mi problema. Lo que no puedo comprender es este conflicto interno, que soy incapaz de dominar. Con frecuencia me despierto en medio de la noche, tras violentos sueños, y nunca parezco un momento de alivio de mi conflicto; continúa subterráneamente en las ocupaciones cotidianas, y frecuentemente estalla en mis más íntimas relaciones”.


¿Qué entendéis por conflicto? ¿Cuál es su naturaleza?


“Exteriormente soy un hombre bastante atareado, y mi labor exige concentración y atención. Cuando tengo la mente así ocupada, se olvidan mis conflictos internos; pero tan pronto como hay una pausa en mi trabajo, estoy otra vez en mis conflictos. Estos conflictos son de naturaleza variada y a diferentes niveles. Quiero triunfar en mi trabajo, estar a la cabeza de mi profesión, con abundancia de dinero y todo lo demás, y sé que puedo estarlo. En otro nivel, me doy cuenta de la estupidez de mi ambición. Me gustan las buenas cosas de la vida y, contrario a eso, quiero llevar una vida sencilla, casi una existencia ascética. Odio a ciertas personas, y sin embargo quiero olvidar y perdonar. Puedo seguir dándoos ejemplos, pero estoy seguro de que podéis comprender la naturaleza de mis conflictos. instintivamente soy una persona pacífica, y sin embargo soy fácil a la cólera. Soy muy sano, lo cual puede ser una desgracia, al menos en mi caso. Exteriormente tengo la apariencia de estar en calma y ser firme, pero estoy agitado y confuso por mis conflictos internos. Tengo bastante más de treinta años y realmente quiero sobrepujar la confusión de mis propios deseos. Como veis, otra de mis dificultades está en que me resulta casi imposible hablar de estas cosas con nadie. Esta es la primera vez en muchos años que me he abierto un poco. No soy reservado, pero aborrezco el hablar sobre mí mismo y no podría hacerlo en modo alguno con ningún psicólogo. Sabiendo todo esto, ¿podéis decirme si es posible que yo tenga alguna clase de serenidad interna?”


En vez de tratar de deshaceros del conflicto, veamos si podemos comprender esta aglomeración de deseos. Nuestro problema es ver la naturaleza del deseo, y no meramente superar el conflicto porque es el deseo el que causa el conflicto. El deseo es estimulado por la asociación y el recuerdo; la memoria es parte del deseo. El recuerdo de lo agradable y lo desagradable nutre el deseo y lo divide en deseos opuestos y en conflicto. La mente se identifica con lo agradable, como opuesto a lo desagradable; mediante la selección del dolor y el placer la mente separa el deseo, dividiéndolo en diferentes categorías de empeños y valores.


“Aunque hay muchos conflictos y deseos opuestos, todos los deseos son uno. ¿Es así?”


Así es. Y es realmente importante comprender esto, pues de lo contrario es interminable el conflicto entre los deseos opuestos. El dualismo del deseo, que ha sido producido por la mente, es una ilusión. No hay dualismo en el deseo, sino meramente diferentes tipos de deseo. Hay dualismo sólo entre el tiempo y la eternidad. Nuestro interés es ver la irrealidad del dualismo del deseo. El deseo se divide a sí mismo en lo que quiere y lo que no quiere, pero la evitación de una de ambas cosas y el empeño en conseguir la otra sigue siendo deseo. No hay escape del conflicto por medio de cualquiera de los opuestos del deseo, porque el deseo mismo engendra su propia oposición.


“Veo, un poco vagamente, que lo que decís es un hecho real, pero también es un hecho que yo aun sigo desgarrado entre muchos deseos”.


Es un hecho que todo deseo es uno y lo mismo, y no podemos cambiar ese hecho, torcerlo para que se ajuste a nuestra conveniencia y placer, o usarlo como un instrumento para liberarnos de los conflictos del deseo; pero si vemos que ello es verdad, entonces eso tiene el poder de dejar a la mente libre de engendrar ilusión. Debemos pues darnos cuenta del deseo dividiéndose en partes separadas y en conflicto. Nosotros somos estos deseos opuestos y en conflicto, somos todo este haz de deseos, tirando cada uno en una dirección diferente.


“Sí, pero ¿qué podemos hacer sobre ello?”


Sin primero captar un vislumbre del deseo como una sencilla unidad, cualquier cosa que hagamos o no hagamos será de escasa importancia, porque el deseo sólo multiplica el deseo y la mente está atrapada en este conflicto. Hay libertad del conflicto sólo cuando el deseo, que constituye el “yo” con sus recuerdos y reconocimientos, llega a su término.


“Cuando decís que el conflicto cesa sólo con la cesación del deseo, ¿implica esto el fin de la vida activa de uno?”


Puede o no implicarlo. Es insensato por nuestra parte especular sobre qué clase de vida será la vida sin deseo.


“Seguramente no queréis decir que las necesidades orgánicas tienen que cesar”.


Las necesidades orgánicas son moldeadas y ampliadas por los deseos psicológicos; estamos hablando de estos deseos.


“¿Podemos profundizar más en el funcionamiento de estos anhelos internos?”


Los deseos son tanto abiertos como ocultos, conscientes y disimulados. Los encubiertos son de importancia mucho más grande que los evidentes; pero no podemos familiarizarnos con los más profundos si no han sido comprendidos y domesticados los superficiales. No es que los deseos conscientes hayan de ser suprimidos, sublimados o amoldados a cualquier norma, pero tienen que ser observados y calmarse. Al calmarse la agitación superficial, hay una posibilidad de que los deseos más profundos, los motivos y las intenciones, salgan a la superficie.


“¿Cómo va uno a calmar la agitación superficial? Veo la importancia de lo que estáis diciendo, pero no veo bien la forma de abordar el problema, cómo experimentar con él”.


El experimentador no está separado de aquello con lo cual está experimentando. La verdad de esto tiene que verse. Vos, que estéis experimentando con vuestros deseos, no sois una entidad aparte de esos deseos, ¿verdad? El “yo” que dice, “suprimiré este deseo e iré en pos de aquel”, es él mismo resultado de todo deseo, ¿no es así?


“Puede uno sentir que es así, pero el comprenderlo efectivamente ya es otra cuestión”.


Si al sugerir cada deseo, hay un darse cuenta de esta verdad, entonces hay libertad de la ilusión del experimentador como entidad separada, sin relación con el deseo. Mientras el “yo” se esfuerce en librarse del deseo, estará solamente reforzado el deseo en otra dirección y perpetuando así el conflicto. Si hay una captación de este hecho de momento a momento, la voluntad del censor cesa; y cuando el experimentador es la experiencia, entonces hallaréis que llega a su fin el deseo con sus muchos y variados conflictos.


“¿Ayudará a uno todo esto para llevar una vida más en calma y más plena?”


Ciertamente que no al principio. Es seguro que suscitará más perturbaciones, y puede que haya que realizar más profundos ajustes; pero cuanto más profunda y ampliamente penetre uno en este complejo problema del deseo y el conflicto, más sencillo se vuelve.



EL PROPÓSITO DE LA VIDA


El camino frente a la casa iba bajando hacia el mar, enlazando al pasar muchas tiendecitas, grandes pisos, garajes, templos y un polvoriento y descuidado jardín. Cuando llegaba al mar, el camino se convertía en una amplia arteria de circulación, con taxis, estrepitosos ómnibus y todo el ruido de una ciudad moderna. De esta arteria partía una apacible y resguardada avenida cubierta de enormes samanes o árboles de la lluvia, pero que por la mañana y la noche estaba llena de coches que se dirigían a un elegante círculo, con su campo de golf y bellos jardines. Al caminar a lo largo de esta avenida, di con diversos tipos de mendigos tendidos en el pavimento; no eran ruidosos, y ni siquiera extendían sus manos al transeúnte Una muchacha de unos diez años yacía con la cabeza sobre un recipiente de lata, descansando con los ojos abiertos; estaba sucia, con el cabello apelotonado, pero sonrió al sonreírle yo. Más allá, una niñita, apenas de tres años, se adelantó con la mano extendida y una encantadora sonrisa. La madre estaba observando desde detrás de un árbol cercano. Agarré la mano extendida y caminamos juntos unos pocos pasos, para devolverla a su madre. Como yo no tenía monedas, volví con una al día siguiente, pero la riña no la quería, ella quería jugar; de modo que jugamos, y la moneda fue dada a la madre. Siempre que iba yo a lo largo de esa avenida, la niñita estaba allí constantemente, con una tímida sonrisa y brillantes ojos.


En el lado opuesto a la entrada del club de moda, un mendigo estaba sentado en el suelo, cubierto con un basto saco mugriento, y su cabello apelmazado, estaba lleno de polvo. Algunos días, al pasar, lo encontraba tendido en el suelo, con la cabeza en el polvo, cubierto el cuerpo desnudo con el amplio saco; otros días estaba sentado derecho, perfectamente inmóvil, mirando sin ver, bajo los masivos árboles de la lluvia. Un atardecer habla alegría en el club; estaba todo iluminado, y resplandecientes coches llenos de gente que reía iban entrando, tocando sus bocinas. Del edificio del club llegaba una música ligera y ruidosa, que llenaba el aire. Varios policías estaban en lá entrada, donde se había concentrado una gran multitud para observar a las personas elegantemente vestidas y bien nutridas que pasaban en sus coches. El mendigo había vuelto la espalda a todo esto. Un hombre le estaba ofreciendo algo que comer, y otro un cigarrillo, pero él silenciosamente rechazó ambas cosas sin hacer un movimiento. Estaba muriendo poco a poco, día a día, y la gente pasaba a su lado.


Aquellos árboles de la lluvia aparecían macizos contra el cielo oscureciente, y de formas fantásticas. Tenían hojas muy pequeñas, pero sus ramas parecían enormes, y poseían también una extraña majestad y alejamiento en aquella superpoblada ciudad de ruido y dolor. Pero el mar estaba allí, perpetuamente en movimiento, agitado e infinito. Había blancas velas, meros puntos en aquella infinitud, y en las danzantes aguas la luna trazaba un sendero de plata. La rica belleza de la tierra, las distantes estrellas, y la inmortal humanidad. Una vastedad inconmensurable parecía cubrir todas las cosas.


Era él un hombre más bien joven, y había venido del otro extremo del país, en un viaje fatigoso. Había hecho el voto de no casarse hasta que hubiera encontrado el sentido y propósito de la vida. Determinado y agresivo, trabajaba en alguna oficina de la cual había obtenido permiso por cierto período con el fin de tratar de encontrar la respuesta a su investigación. Tenía una mente atareada y discutidora, y estaba tan absorbido con sus propias respuestas y las de otras personas, que apenas escuchaba. Sus palabras no podían salir con bastante rapidez, y citaba interminablemente lo que habían dicho los filósofos e instructores acerca del propósito de la vida. Estaba atormentado y hondamente ansioso.


“Sin conocer el propósito de la vida, mi existencia misma no tiene sentido, y toda mi acción es destructiva. Me gano la vida justamente para ir tirando; sufro, y la muerte me aguarda. Este es el camino de la vida, pero ¿cuál es el propósito de todo ello? No lo sé. He acudido a los instruidos y a los varios gurús; unos dicen una cosa, otros otra. ¿Qué decís vos?”


¿Preguntáis con el fin de comparar lo que se dice aquí con lo que se ha dicho en otra parte?


“Sí. Entonces puedo escoger, y mi elección dependerá de lo que yo considere ser verdadero”.


¿Creéis que la comprensión de lo que es verdadero es cuestión de opinión personal y que depende de la elección? ¿Por la elección descubriréis lo que es verdad?


“¿De qué otra manera puede uno encontrar lo real si no es por la elección, el discernimiento? Os escucharé muy cuidadosamente, y si lo que digáis me satisface, rechazaré lo que han dicho los otros y ajustaré mi vida a la meta que hayáis señalado. Tengo la máxima seriedad en mi deseo de descubrir cuál es el verdadero propósito de la vida”.


Señor, antes de ir más adelante, ¿no es importante que os preguntéis si sois capaz de buscar lo verdadero? Esto es una sugerencia respetuosa, y no una actitud despectiva. ¿Es la verdad cuestión de opinión, de placer, de satisfacción? Decís que aceptaréis lo que os satisfaga, lo que significa que no estáis interesado en la verdad, sino que vais tras aquello que encontráis más satisfactorio. Estáis dispuesto a pasar por el dolor, por la compulsión, con objeto de ganar aquello que al fin es placentero. Estáis buscando el placer, no la verdad. La verdad tiene que ser algo que esté más allá del gusto y del disgusto, ¿no es así? La humildad tiene que estar al principio de toda búsqueda.


“Por eso es por lo que he venido a vos, señor. Estoy realmente buscando; acudo a los instructores para que me digan lo que es verdadero, y lo seguiré con un espíritu humilde y contrito”.


Seguir es negar la humildad. Seguís porque deseáis triunfar ganar un fin. Un hombre ambicioso, por sutil y oculta que esté su ambición, nunca es humilde. Perseguir la autoridad y establecerla como guía es destruir la claridad interna, la comprensión. Perseguir un ideal impide la humildad, porque el ideal es la glorificación del yo, del ego. ¿Cómo puede jamás ser humilde el que en diferentes formas da importancia al “yo”? Sin humildad, la realidad nunca puede existir.


“Pero todo mi interés al venir aquí es descubrir cuál es el verdadero propósito de la vida”.


Si se le puede permitir a uno decirlo, estáis simplemente preso de una idea, y ésta se está convirtiendo en idea fija. Esto es algo que tiene uno que vigilar constantemente. Queriendo conocer el verdadero propósito de la vida, habéis leído muchos filósofos y buscado muchos maestros. Unos dicen esto, otros dicen aquello, y vos queréis conocer la verdad. Ahora bien, ¿queréis conocer la verdad de lo que ellos dicen, o la verdad de vuestra propia indagación?


“Cuando hacías una pregunta directa como esa, me siento un poco vacilante en mi respuesta. Hay personas que han estudiado y experimentado más de lo que a mí me sería posible jamás, y sería absurda vanidad por mi parte desechar lo que dicen, que puede ayudarme a descubrir el significado de la vida. Pero cada uno habla de acuerdo con su propia experiencia y comprensión, y a veces se contradicen unos a otros. Los marxistas dicen una cosa, y las personas religiosas dicen algo muy diferente. Por favor, ayudadme a encontrar la verdad en todo esto”.


Ver lo falso como falso, y la verdad en lo falso, y lo verdadero como verdadero, no es fácil. Para percibir claramente, tiene que haber libertad con respecto al deseo, que tuerce y condiciona la mente. Anheláis tanto encontrar la verdadera significación de la vida, que vuestro mismo anhelo se convierte en un obstáculo para la comprensión de vuestra propia búsqueda. Queréis conocer la verdad de lo que habéis leído y de lo que han dicho vuestros maestros, no?


“Sí, definitivamente”.


Entonces tenéis que ser capaz de descubrir por vos mismo lo que es verdad en todas esas declaraciones. Vuestra mente debe ser capaz de percepción directa; si no lo es, se perderá en la selva de ideas, de opiniones y creencias. Si vuestra mente no tiene la capacidad de ver lo que es verdad, seréis como una hoja arrastrada por el viento. Así pues, lo importante no son las conclusiones y aserciones de otros, sean cuales fueren, sino el que vos tengáis clara visión de lo que es verdadero. ¿No es esto lo más esencial?


“Creo que lo es, pero ¿cómo voy a tener este don?”


La comprensión no es un don reservado a los pocos, sino que viene a los que son serios en su autoconocimiento. La comparación no trae comprensión; la comparación es otra forma de distracción, así como el juicio es evasión. Para que la verdad sea, la mente tiene que estar sin comparar y sin evaluar. Cuando la mente está comparando, evaluando, no está quieta, está ocupada. Una mente ocupada es incapaz de clara y sencilla percepción.


“¿Quiere ello decir, pues, que debo despojarme de todos los valores que he edificado, del conocimiento que he acumulado?”


¿No debe estar libre la mente para descubrir? ¿Traen la libertad del conocimiento, la información, las conclusiones y experiencias de uno mismo y de otros, esta vasta y acumulada carga de la memoria? ¿Hay libertad mientras exista el censor que está juzgando, condenando, comparando? La mente nunca está en calma si siempre está adquiriendo y calculando; y ¿no tiene la mente que estar serena para que la verdad sea?


“Veo eso, pero ¿no estáis pidiendo demasiado a una mente simple e ignorante como la mía?”


¿Sois simple e ignorante? Si realmente lo fuerais, sería una gran delicia empezar con la verdadera indagación; pero desgraciadamente no lo sois. La sabiduría y la verdad vienen a un hombre que verdaderamente dice, “soy ignorante, no sé”. Los sencillos, los inocentes, no los que están cargados de conocimiento, verán la luz, porque son humildes.


“Yo quiero sólo una cosa, conocer el verdadero propósito de la vida, y vos me lanzáis una lluvia de cosas que superan mi comprensión. ¿No podéis hacer el favor de decirme en simples palabras cuál es el verdadero significado de la vida?”


Señor, tenéis que empezar muy cerca para llegar lejos. Queréis lo inmenso sin ver lo que está cerca. Queréis conocer el sentido de la vida. La vida no tiene principio ni fin es tanto muerte como vida; es la hoja verde y la hoja seca que es llevada por el viento; es el amor y su inconmensurable belleza; es el dolor del aislamiento y la gloria de la soledad. No puede medirse, ni la mente puede descubrirla.



VALORACIÓN DE UNA EXPERIENCIA


Sobre la roca caliente bajo el ardiente sol, las mujeres de la aldea estaban extendiendo la mies de arroz que había estado guardada en el depósito. Había llevado grandes haces de ella a la roca lisa e inclinada, y los dos bueyes que estaban atados al árbol empezarían enseguida a pisar la mies para dejar libre el grano. El valle estaba lejos de cualquier población, y los enormes tamarindos proyectaban negras sombras. A través del valle, un polvoriento camino conducía a la aldea y más allá. Ganado vacuno e innumerables cabras cubrían las laderas. Los campos de arroz estaban bajo agua, y los blancos pájaros arroceros volaban perezosamente de un campo a otro, parecían sin miedo, pero eran tímidos y no dejaban que uno se acerque a ellos. Los mangos empezaban a florecer, y el río hacía un alegre rumor con su clara corriente. Era una comarca placentera, y sin embargo la pobreza se cernía sobre ella como una peste. La pobreza voluntaria es una cosa, pero la pobreza obligatoria es muy diferente. Los aldeanos eran pobres y estaban enfermos, y aunque ahora había un dispensario médico y se distribuía alimento, el daño hecho por siglos de privación no podía liquidarse en unos pocos años. La inanición no es el problema de una comunidad o de un país, sino de todo el mundo.


Al ponerse el sol, una suave brisa vino del este, que traía energía de las colinas. Estas colinas no eran altas, pero sí lo suficiente para dar al aire una frescura suave, tan diferente del de las llanuras. Las estrellas parecían suspendidas muy cerca de las colinas, y ocasionalmente se oía la tos de un leopardo. Aquel anochecer, la luz muriente tras las colinas parecía dar mayor sentido y belleza a todas las cosas en derredor. Cuando uno se sentaba en el puente, los aldeanos que pasaban camino al hogar dejaban de hablar súbitamente, y sólo reanudaban su conversación cuando desaparecían en la oscuridad. Las visiones que la mente puede evocar son muy vacuas e insípidas pero cuando la mente no construye con sus propios materiales memoria y tiempo, existe aquello que no tiene nombre.


Una carreta de bueyes, con una lámpara de campo encendida, venía por el camino; lentamente cada parte de la llanta de acero iba tocando el duro suelo. El conductor estaba dormido, pero los bueyes conocían el camino a la casa, pasaron y entonces también ellos se sumieron en la oscuridad. Había ahora un silencio intenso. El lucero vespertino estaba sobre la colina, pero pronto desaparecería de la vista. A los lejos llamaba un búho, y todo el mundo de los insectos nocturnos en derredor estaba viviente y activo, y sin embargo, el silencio no se interrumpía. Lo abarcaba todo en su seno, las estrellas, el solitario búho, las miríadas de insectos. Si uno lo escuchaba lo perdía, pero si uno era de él, él lo acogía. El observador nunca puede ser de este silencio; es uno que mira desde fuera, pero que no es de él. El observador sólo experimenta, nunca es la experiencia, la cosa misma.


Había viajado por todo el mundo, conocía varios idiomas, y había sido profesor y diplomático. En su juventud había estado en Oxford, y habiendo hecho su camino por la vida bastante activamente, se había retirado antes de la edad usual. Estaba familiarizado con la música occidental, pero le gustaba más la música de su propio país. Había estudiado las diferentes religiones, y había quedado particularmente impresionado con el budismo; pero después de todo, él añadió, despojadas de sus supersticiones, dogmas y rituales, todas decían esencialmente la misma cosa. Algunos de los rituales tenían belleza en sí, pero lo financiero y romántico se habían apoderado de la mayoría de las religiones, y él estaba libre de todos los ritos y adherencias dogmáticas. Había jugado un poco con la transmisión del pensamiento y el hipnotismo, y estaba familiarizado con la clarividencia, pero nunca había considerado estas cosas como un fin en sí mismas. Uno podía desarrollar amplias facultades de observación, mayor control sobre la materia, etc., pero todo esto le parecía a él un poco primitivo y evidente. Había tomado ciertas drogas, incluso las modernísimas, que de momento le habían dado una intensidad de percepción y experiencia más allá de las sensaciones superficiales; pero él no les había dado gran importancia a estas experiencias, porque no revelaban en forma alguna el significada de aquello que él creía estaba más allá de todas las cosas efímeras.


“He probado varias formas de meditación —dijo— y durante todo un año me retiré de toda actividad para estar a solas y meditar. En diferentes ocasiones, he leído lo que decís sobre la meditación, y he quedado grandemente impresionado por ello. Siempre, desde que era muchacho, la palabra misma “meditación”, o su equivalente sánscrito, ha tenido un efecto muy extraño sobre mi. Siempre he hallado una extraordinaria belleza y delicia en la meditación, y es una de las pocas cosas que he disfrutado realmente en la vida, si es que puede uno usar tal palabra con respecto a una cosa tan profunda como la meditación. Ese disfrute no me ha abandonado, sino que se ha profundizado y ampliado al correr de los años, y lo que decís sobre la meditación me ha abierto nuevos horizontes. No quiero preguntaros nada más sobre meditación, porque he leído casi todo lo que habéis dicho hasta ahora sobre ello; pero me gustaría hablar con vos, si me permitís, sobre un acontecimiento ocurrido muy recientemente”. Hizo una breve pausa y luego continuó.


“Por lo que os he dicho, podéis ver que no soy de esas personas que crean imágenes simbólicas y les rinden culto. He evitado escrupulosamente toda identificación con conceptos o figuras religiosas autoproyectadas. Uno ha leído u oído que algunos de los santos o por lo menos algunos de aquellos a los que la gente ha llamado santos, han tenido visiones de Krishna, la Madre en forma de Kali, la Virgen María, y así sucesivamente.


Puedo ver cuán fácilmente puede uno hipnotizarse mediante una creencia, y evocar alguna visión capaz de hacer cambiar radicalmente la marcha de la propia vida. Pero no quiero estar bajo ninguna quimérica ilusión; y, habiendo dicho todo esto, quiero describir algo que ocurrió hace pocas semanas”.


“Un grupo de nosotros se había estado reuniendo con bastante frecuencia para discutir ciertas cosas seriamente, y una noche estábamos discutiendo con bastante calor la notable semejanza entre el comunismo y el catolicismo, cuando de repente apareció en la habitación una figura sentada, con túnica amarilla y cabeza afeitada. Yo quedé muy impresionado. Me froté los ojos y miré a las caras a mis amigos. Estaban totalmente inconscientes de la figura, y tan ocupados con su discusión, que no notaron mi silencio. Yo agité la cabeza, tosí y de nuevo me froté los ojos, pero la figura aun estaba allí. No puedo transmitiros la hermosura de su rostro; su belleza no era meramente de forma, sino que provenía de algo infinitamente más grande. No podía apartar los ojos de aquel rostro; y, como se iba volviendo una cosa excesiva para mí, y no queriendo que mis amigos se fijasen en mi silencio y mi asombrada absorción, me levanté y salí a la terraza. El aire de la noche era saludable y frío. Estuve paseando para acá y para allá un rato, y poco después entré de nuevo. Seguían hablando; pero la atmósfera de la habitación había cambiado, y la figura seguía donde había estado antes, sentada en el suelo, con su extraordinaria cabeza limpiamente afeitada. Yo no podía seguir lo que habíamos estado discutiendo, y al poco rato nos marchamos todos. Al caminar yo hacia casa, la figura iba delante de mí. Esto fue hace varias semanas, y todavía no me ha dejado, aunque ha perdido aquella poderosa inmanencia. Cuando cierro los ojos, ahí está, y algo muy extraño me ha ocurrido. Pero, antes de entrar en eso, ¿qué es esta experiencia? ¿Es una autoproyección del pasado inconsciente, sin mi conocimiento y volición consciente, o es algo totalmente independiente de mí, sin relación alguna con mi conciencia? He pensado mucho sobre el asunto y no he podido encontrar la verdad de ello”.


Ahora que habéis tenido esta experiencia, ¿la tenéis en mucho? ¿Es importante para vos, si puede uno preguntarlo, y os aferráis a ella?


“En cierto modo, creo que sí, si he de responder honradamente. Me ha dado una creadora libertad; no que yo escriba poemas o pinte, sino que esta experiencia ha hecho surgir un hondo sentido de libertad y paz. La tengo en mucho porque ha causado una profunda transformación en mí mismo. Es, en verdad, vitalmente importante para mi, y yo no la perdería por ningún precio”.


¿No tenéis miedo de perderla? ¿Perseguís conscientemente esa figura, o es una cosa que está viviendo siempre?


“Supongo que tengo aprensión de perderla, porque constantemente me detengo en esa figura y siempre la estoy utilizando para producir un estado deseado. Nunca hasta ahora había pensado en ello de esta manera, pero ahora que preguntáis, veo lo que estoy haciendo”.


¿Es una figura viva, o el recuerdo de una cosa que vino y se ha ido?


“Me da casi miedo responder a esta pregunta. Os ruego no me creáis sentimental, pero esta experiencia ha significado muchísimo para mí. Aunque vine aquí a hablar del asunto con vos y ver su verdad, ahora me siento un poco vacilante y poco dispuesto a inquirir sobre ello; pero tengo que hacerlo. A veces es una figura viviente, pero con más frecuencia es el recuerdo de una experiencia pasada”.


Ved cuan importante es darse cuenta de lo que es y no ser aprisionado en lo que uno gustaría que fuera. Es fácil crear una ilusión y vivir en ella. Entremos pacientemente en el asunto. Vivir en el pasado, por agradable y por edificante que sea, impide experimentar lo que es. Lo que es, es siempre nuevo, y la mente encuentra extremadamente arduo y dificultoso no vivir en los mil ayeres. Por estar vos aferrándoos a esa memoria, se pierde la experiencia viva. El pasado tiene una terminación, y lo viviente es lo eterno. El recuerdo de esa figura os está encantando, inspirando, dándoos un sentido de liberación, es lo muerto que está dando vida a lo vivo. Los más de nosotros nunca sabemos lo que es vivir, porque estamos viviendo con lo muerto.


Me atrevería a señalar señor, que la aprensión de perder algo muy precioso se ha infiltrado. El temor ha surgido en vos. De esa sola experiencia habéis creado varios problemas: la adquisitividad, el temor, la carga de la experiencia, y el vacío de vuestro propio ser. Si la mente puede librarse de todos los impulsos adquisitivos, el experimentar tendrá un sentido muy diferente, y entonces el temor desaparece del todo. El temor es una sombra, y no una cosa en sí mismo.


“Realmente estoy empezando a ver lo que he estado haciendo. No estoy presentando excusas, pero como la experiencia fue intensa así lo ha sido también el deseo de aferrarme a ella. ¡Cuán difícil es no verse aprisionado por una honda experiencia emotiva! El recuerdo de una experiencia es tan invitadoramente poderoso como la experiencia misma”.


Es dificilísimo diferenciar entre experimentar y recordar, ¿verdad? ¿Cuándo el experimentar se convierte en recuerdo, en cosa del pasado? ¿En qué reside la sutil diferencia? ¿Es una cuestión de tiempo? El tiempo no existe cuando existe la vivencia. Toda experiencia se convierte en un movimiento hacia el pasado, el presente, el estado de vivencia, fluye imperceptiblemente hacia el pasado. Toda experiencia viviente, un segundo después se ha convertido en un recuerdo, una cosa del pasado. Este es el proceso que conocemos todos nosotros, y parece ser inevitable. Pero ¿lo es?


“Estoy siguiendo muy vivamente lo que vais revelando, y estoy más que encantado de que habléis de esto, porque yo solo me doy cuenta de mí mismo como una serie de recuerdos, a cualquier nivel de mi ser. Yo soy memoria. ¿Es posible ser, existir en el estado de vivencia? Eso es lo que preguntáis, ¿no?”


Las palabras tienen sutiles significados para todos nosotros, y si por un momento podemos ir más allá de esas referencias y sus reacciones, acaso lleguemos a la verdad. En la mayoría de nosotros, la vivencia se está siempre convirtiendo en memoria. ¿Por qué? ¿No es la constante actividad de la mente el recibir o absorber, y el rechazar o negar? ¿No se aferra a lo que es placentero, edificante, significativo, y trata de eliminar todo lo que no le es útil a ella misma? ¿Y puede existir jamás sin este proceso? Seguramente, esa es una vana pregunta, como descubriremos en el mismo hecho de formularla.


Ahora, sigamos adelante. Esta acumulación positiva o negativa, este proceso evaluador de la mente, se convierte en el censor, el observador, el experimentador, el pensador, el ego. En el momento de vivencias, no existe el experimentador; pero el experimentador surge cuando empieza la elección, es decir, cuando lo viviente ha terminada y hay un comienzo de acumulación. El impulso adquisitivo borra lo viviente, la vivencia, convirtiéndola en cosa del pasado, de la memoria. En tanto exista el observador, el experimentador, tiene que existir inevitablemente la adquisitividad, el proceso acumulador; mientras haya una entidad separada que esté observando y escogiendo, la experiencia es siempre un proceso de llegar a ser. El ser o el vivenciar existe cuando la entidad separada no existe


“¿Cómo va a cesar la entidad separada?”


¿Por qué hacéis tal pregunta? El “cómo” es una nueva manera de adquirir. Ahora estamos interesados en la adquisitividad, y no en cómo libertarse de ella. La libertad con respecto a algo no es libertad en absoluto; es una reacción, una resistencia, que sólo engendra posterior oposición.


Pero volvamos a vuestra pregunta original. ¿Fue la figura autoproyectada, o surgió sin influencia vuestra? ¿Era independiente de vos? La conciencia es un asunto complicado, y sería insensato dar una respuesta definida, ¿no es así? Pero puede uno ver que el reconocimiento se basa en un condicionamiento de la mente. Habíais estudiado budismo, y como dijisteis, os había impresionado más que cualquier otra religión, de modo que el proceso condicionante había tenido lugar. Ese condicionamiento puede haber proyectado la figura, aun cuando la mente consciente estuviera ocupada en un asunto totalmente diferente. Además, como vuestra mente estaba agudizándose y volviéndose sensible por vuestra manera de vivir, y por la discusión que teníais con vuestros amigos, tal vez “visteis” el pensamiento revestido de una forma budista, como otro podría “verlo” en una forma cristiana. Pero, tanto si fue autoproyectada o de otra manera, no es de vital importancia, ¿verdad?


“Quizá no, pero ella me ha enseñado mucho”


¿Ha sido así efectivamente? No os ha revelado el funcionamiento de vuestra propia mente, y os dejasteis aprisionar por tal experiencia. Toda experiencia tiene importancia cuando con ella viene el conocimiento propio, que es el único factor de liberación o integración; pero sin conocimiento propio, la experiencia es una carga que conduce a toda clase de ilusiones.



ESTE PROBLEMA DEL AMOR


Un patito subía por el amplio canal como un barco a vela, solo y lleno de jactanciosa importancia. El canal serpenteaba a través de la ciudad. No había más patos a la vista, pero éste hacía tanto ruido como si fueran muchos. Los pocos que lo oían no le prestaban atención, pero esto no le importaba al pato. No estaba asustado, sino que se consideraba una persona muy prominente en aquel canal; lo poseía. Al otro lado de la población el campo estaba delicioso con sus pastos verdes y gordas vacas blancas y negras. Había masas de nubes en el horizonte y los cielos parecían bajos, cercanos a la tierra, con esa luz que sólo esta parte del mundo parece tener. El campo era tan llano como la palma de la mano, y el camino subía sólo para pasar sobre los puentes que cruzaban los altos canales. Era un bello atardecer el sol se estaba poniendo sobre el Mar del Norte, y las nubes tomaban el color del sol poniente. Grandes rayos de luz, azul y rosa, cruzaban el cielo.


Ella era la esposa de un hombre muy conocido que ocupaba un puesto muy alto en el gobierno, casi el más alto. Bien vestida y de maneras serenas, tenía ella aquella peculiar atmósfera de poder y riqueza, el aplomo de una persona largamente acostumbrada a ser obedecida y a lograr que se hicieran las cosas. Por algunas cosas que dijo, parecía evidente que su marido era el cerebro y ella el impulso. Juntos habían subido a gran altura, pero justamente cuando ya eran casi suyos un poder y una posición mucho más grandes, él había caído, gravemente enfermo. Al llegar a este punto de su narración, ella apenas podía continuar, y rodaban las lágrimas por sus mejillas. Había venido con sonriente aplomo, pero éste desapareció con rapidez. Recostándose en su asiento, guardó silencio durante cierto tiempo y luego continuó.


“He leído algunas de vuestras pláticas y estuve presente en una o dos de ellas. Mientras os estaba escuchando, lo que decíais me interesaba mucho. Pero estas cosas prontamente se nos escapan, y ahora que estoy realmente en gran apuro pensé venir a veros. Estoy segura de que comprenderéis lo que ha pasado. Mi marido está mortalmente enfermo, y todas las cosas por las que habíamos vivido y trabajado se están derrumbando. El partido y su trabajo seguirán, pero . . . Aunque hay enfermeras y médicos, lo he estado atendiendo yo misma, y durante meses he dormido muy poco. No puedo soportar el perderlo, aunque los doctores dicen que hay alguna probabilidad de que se restablezca. He pensado y repensado todo esto, y estoy enferma de ansiedad. No tenemos hijos, como sabéis, y cada uno hemos significado mucho para el otro. Y ahora...”


¿Queréis realmente hablar en serio y penetrar en las cosas?


“Me siento tan desesperada y confusa, que no creo ser capaz de pensar seriamente; pero tengo que llegar a alguna clase de claridad dentro de mí misma”.


¿Amáis a vuestro marido, o amáis las cosas obtenidas por medio de él?


“Yo amo...” Se sintió demasiado conmovida para continuar.


Os ruego no consideréis brutal la pregunta, pero tendréis que hallarle la verdadera respuesta, pues de lo contrario el dolor siempre persistirá. En el descubrimiento de la verdad de esa cuestión puede estar la revelación de lo que es el amor.


“En mi estado actual, yo no puedo pensar todo eso”.


¿Pero no ha pasado por vuestra mente este problema del amor?


“Una vez, acaso, pero yo rápidamente me desprendí de él. ¡Tenía yo tanto que hacer antes de que él se pusiera enfermo!, y ahora desde luego, todo pensar es dolor. ¿Lo amaba debido a la posición y el poder que lo acompañaban, o es que yo sencillamente lo amaba? ¡Ya estoy hablando de él como si no existiera! Realmente no sé en qué forma lo amo. Actualmente estoy demasiado confusa, y mi cerebro se niega a funcionar. Si me permite, quisiera volver otra vez, acaso después que haya aceptado lo inevitable”.


Si puedo señalarlo, la aceptación es también una forma de muerte.


Pasaron varios meses antes de que volviéramos a encontrarnos. Los periódicos habían hablado mucho de su muerte, y ahora él también quedaba olvidado. Su muerte había dejado sus huellas en el rostro de ella, y pronto la amargura y el resentimiento se mostraron en lo que decía.


“No he hablado con nadie sobre todas estas cosas”, explicó, “Simplemente me retiré de todas mis pasadas actividades y me enterré en el campo. Ha sido terrible, y espero no os molestará si hablo un poco. Toda mi vida he sido enormemente ambiciosa, y antes de casarme me entregaba a buenas obras de toda clase. Poco después de casarme, y en gran parte debido a mi marido, dejé todo el pequeño forcejeo de las buenas obras y me enfrasqué en la política con todo mi corazón. Era un campo de lucha mucho más amplio y yo disfrutaba de ello cada minuto, los altos y bajos, las intrigas y los celos. Mi marido era brillante en sus modales tranquilos, y con mi impulsiva ambición siempre íbamos ascendiendo. Como no teníamos hijos, dedicaba todo mi tiempo y mi pensamiento para apoyar a mi marido. Colaborábamos espléndidamente, complementándonos el uno al otro de una manera extraordinaria. Todo iba como lo habíamos proyectado, pero yo tenía un temor que me roía, porque todo estaba marchando demasiado bien. Entonces un día, hace dos años, cuando mi marido estaba haciéndose examinar a causa de un pequeño trastorno, el médico dijo que había un tumor que era preciso analizar inmediatamente. Era maligno. Durante cierto tiempo, pudimos mantener todo ello en riguroso secreto; pero hace seis meses todo empezó de nuevo, y ha sido una prueba muy terrible. Cuando vine a veros la última vez, estaba yo demasiado trastornada y dolorida para pensar, pero acaso ahora pueda mirar las cosas con un poco más de claridad. Recordáis que me preguntasteis si amaba a mi marido, o a las cosas que llegaban con él. He pensado mucho sobre ello; pero ¿no es un problema demasiado complejo para ser contestado por uno mismo?”


Tal vez; pero a menos que uno descubra lo que es el amor, habrá siempre penas y tristes desengaños. Y es difícil descubrir dónde termina el amor y dónde empieza la confusión, ¿no es así?


“Estáis preguntando si mi amor por mi marido no estaba mezclado con mi amor por la posición y el poder. ¿Amaba yo a mi esposo porque él me daba los medios para el cumplimiento de mi ambición? Es en parte esto, y también el amor del hombre. El amor es una mezcla de tantas cosas”.


¿Hay amor cuando existe completa identificación con otro? ¿Y no es esta identificación una forma indirecta de darse importancia a uno mismo? ¿Hay amor cuando existe el dolor de la soledad, la pena de verse privado de las cosas que parecían dar sentido a la vida? El ser privado de los medios de autorrealización, de las cosas en que se ha apoyado la vida del ego, es la negación de la autoimportancia, y esto produce desencanto, amargura, la desdicha del aislamiento. ¿Y es amor esta desdicha?


“Tratáis de decirme, ¿no es así?, que yo no amaba a mi esposo. Me aterrorizo realmente el contemplarme, cuando lo presentáis de ese modo. Y no hay otro modo de presentarlo ¿verdad? Nunca había pensado sobre todo esto, y sólo cuando sobrevino el golpe hubo algún dolor real en mi vida. Claro que el no haber tenido hijos fue una gran contrariedad, pero quedó suavizada por el hecho de que yo tenía a mi esposo, y la labor. Supongo que éstos llegaron a ser como mis hijos. Hay un aterrador final en la muerte. Súbitamente me encuentro sola, sin nada por qué trabajar, dejada de lado y olvidada. Ahora comprendo la verdad de lo que decís; pero si me hubierais dicho estas cosas hace tres o cuatro años, no os habría escuchado. Me pregunto si aun ahora os he escuchado o meramente he buscado razones para justificarme. ¿Puedo volver a hablar con vos?”



¿CUÁL ES LA VERDADERA FUNCIÓN DE UN MAESTRO?


Los banianos Y los tamarindos dominaban el pequeño valle, que estaba verde y vivificado después de las lluvias. Al aire libre, el sol era fuerte y penetrante, pero en la sombra hacía un fresco agradable. Las sombras eran profundas y los viejos árboles se destacaban contra el cielo azul. Había un número asombroso de pájaros en aquel valle, aves de muchas clases diferentes; venían a estos árboles y muy rápidamente desaparecían en ellos. Probablemente no volvería a llover en varios meses, pero ahora el campo estaba verde y apacible, los pozos se habían llenado, y había esperanza en la comarca. Las corruptoras ciudades se encontraban lejos al otro lado de las colinas, pero las aldeas cercanas estaban sucias y la gente pasaba hambre. El gobierno sólo hacía promesas y los aldeanos parecían preocuparse muy poco. Había belleza y alegría en su rededor, pero ellos no las veían, ni tampoco sus propias riquezas internas. En medio de tanta belleza, la gente estaba embotada y vacua.


Era un maestro con poca paga y gran familia, pero estaba interesado en la educación. Decía que le costaba trabajo sostenerse, pero se iba arreglando de alguna manera, y la pobreza no era factor de perturbación. Aunque el alimento no era abundante, tenían bastante para comer, y como sus hijos se educaban gratis en la escuela que él enseñaba, podían ir tirando. Él era proficiente en su tarea, y enseñaba también otras cosas, lo cual, según él decía, podía hacer cualquier maestro que tuviera algo de inteligencia. De nuevo recalcó su hondo interés por la educación.


“¿Cuál es la función de un maestro?”, preguntó.


¿Es meramente un transmisor de información, de conocimiento?


“Por lo menos tiene que ser eso. En cualquier sociedad, muchachos de uno y otro sexo han de prepararse para ganarse la vida, dependiendo para ello sus capacidades, etc. Es parte de la función de un maestro impartir conocimiento al estudiante, de modo que éste tenga un empleo cuando llegue el momento y pueda también, tal vez, ayudar a crear una mejor estructura social. El estudiante tiene que ser preparado para enfrentarse con la vida”.


Así es, señor, pero ¿no estamos tratando de descubrir cuál es la función de un maestro? ¿Es meramente preparar al estudiante para una próspera carrera? ¿No tiene el maestro una mayor y más amplia significación?


“Claro que sí. Por lo pronto, puede ser un ejemplo. Por su forma de vivir, por su conducta, actitud y punto de vista, puede influir sobre el estudiante e inspirarlo”.


¿Es la función de un maestro el ser un ejemplo para el estudiante? ¿No hay ya bastantes ejemplos, héroes, líderes, sin añadir otros a la larga lista? ¿Es el ejemplo la forma de educar? ¿No es la función de la educación ayudar al estudiante a ser libre, a ser creador? ¿Y hay libertad en la imitación, en la conformidad, ya sea externa o interna? Guando el estudiante es incitado a seguir un ejemplo, ¿no se sustenta el temor en una forma honda y sutil? Si el maestro se convierte en un ejemplo, ¿no moldea y tuerce ese mismo ejemplo la vida del estudiante, y no fomentáis entonces el perpetuo conflicto entre lo que él es y lo que debería ser? ¿No es la función de un maestro, ayudar al estudiante a comprender lo que él es?


“Pero el maestro tiene que guiar al estudiante hacia una vida mejor y más noble”.


Para guiar, tenéis que saber; ¿pero sabéis? ¿Qué sabéis? Saltéis sólo lo que habéis aprendido a través de la pantalla de vuestros prejuicios, que es vuestro condicionamiento como hindú, como cristiano o comunista; y esta forma de guía sólo conduce a mayor desdicha y derramamiento de sangre, como se ve por todo el mundo. ¿No es la función de un maestro ayudar al estudiante a librarse inteligentemente de todas estas influencias condicionantes, de modo que pueda hacer frente plena y profundamente a la vida, sin miedo, sin descontento agresivo? El descontento es parte de la inteligencia, pero no así la fácil pacificación del descontento. El descontento adquisitivo pronto es aplacado, porque sigue el gustado patrón de la acción adquisitiva. ¿No es la función de un maestro disipar la satisfactoria ilusión de los guías, ejemplos y conductores?


“Entonces, por lo menos el maestro puede inspirar al estudiante hacia las cosas más grandes”.


De nuevo, ¿no estáis abordando el problema en forma errónea? Si como maestro infundís en el estudiante pensamiento y sentimiento, ¿no lo estáis volviendo psicológicamente dependiente de vos? Cuando actuáis como su inspiración, cuando os contempla a cierta altura como contemplaría a un conductor o a un ideal, seguramente que está dependiendo de vos. ¿No engendra temor la dependencia? ¿Y no paraliza el temor la inteligencia?


“Pero si el maestro no ha de ser ni un inspirador, ni un ejemplo, ni un guía, ¿entonces cuál es, en nombre del cielo, su verdadera función?”


En el momento en que no sois ninguna de estas cosas, ¿que sois? ¿Cuál es vuestra relación con el estudiante? ¿Teníais anteriormente alguna relación siquiera con el estudiante? Vuestra relación con él se basaba en una idea de lo que era bueno para él, que él debía ser esto o aquello. Vos erais el maestro y él era el alumno; vos actuabais sobre él, influíais sobre él conforme a vuestro condicionamiento particular, de modo que, consciente o inconscientemente, lo moldeabais a vuestra propia imagen. Pero si dejáis de actuar sobre él, entonces él es importante en sí mismo, lo que significa que tenéis que comprenderlo y no reclamar que él os comprenda a vos o a vuestros ideales, que de todos modos son falsos. Entonces tenéis que tratar con lo que él es y no con lo que debería ser.


Seguramente, cuando el maestro considera a cada estudiante en su propia singularidad, y que por lo tanto no ha de ser comparado con ningún otro, no se interesa entonces por un sistema o método. Su interés único está en “ayudar” al estudiante a comprender las influencias condicionantes en torno suyo y en su interior, de modo que pueda enfrentarse inteligentemente, sin miedo, al complejo proceso de vivir, sin añadir más problemas a la ya existente confusión.


“¿No estáis pidiendo al maestro una tarea que está muy por encima de sus posibilidades?”


Si sois incapaz de esto, entonces ¿por qué ser maestro? Vuestra pregunta tiene sentido sólo si el enseñar es para vos una mera carrera, un empleo como cualquier otro, pero en mi sentir nada es imposible para el verdadero educador.



VUESTROS HIJOS Y SU ÉXITO


Era un anochecer encantado. Las cumbres de las colinas estaban encendidas con el sol poniente, y en la arena del sendero que conducía a través del valle, cuatro pájaros carpinteros estaban tomando un baño. Con sus picos alargados extraían la arena bajo sus cuerpos, sus alas se agitaban mientras ellos se iban sumergiendo, y luego empezaban de nuevo, bajando y subiendo los penachos de sus cabezas. Se estaban llamando unos a otros y disfrutando a fondo. Para no perturbarlos, dejamos el sendero, pasando por sobre la corta y espesa hierba crecida con las recientes lluvias; y allí, a pocos pies de distancia, había una gran serpiente, amarilla y poderosa. Su cabeza era lisa, pintada y cruelmente configurada. Estaba demasiado fija en aquellos pájaros para ser espantada; sus negros ojos observaban sin movimiento, y su negra y bífida lengua saltaba fuera como un dardo. Casi imperceptiblemente se iba acercando hacia los pájaros, sin hacer ruido alguno con sus escamas sobre la hierba. Era una cobra, y la muerte estaba en torno suyo. Peligrosa pero bella, brillaba en la luz decreciente, y debía haber cambiado recientemente su vieja piel. De repente, dando un grito los cuatro pájaros se lanzaron al aire, y entonces vimos una cosa extraordinaria: la distensión o aflojamiento de una cobra. Había estado tan ávida, tan tensa, y ahora parecía casi sin vida, confundida con la tierra, pero fatal en un segundo. Se movía con facilidad y sólo levantaba la cabeza cuando hacíamos un ligero ruido; pero con ello vino un peculiar silencio, el silencio del temor y de la muerte.


Era ella una señora de edad, pequeña, con el pelo blanco, pero se conservaba bien. Aunque suave al hablar, su figura, su paso, sus gestos y la forma de mantener la cabeza, todo ello mostraba una arraigada agresividad, que su yo no podía ocultar. Tenía una familia numerosa, varios hijos e hijas, pero su marido había muerto hacía cierto tiempo y ella sola había tenido que educarlos. Dijo con evidente orgullo que uno de sus hijos era un médico de éxito, con gran práctica, y además un buen cirujano. Una de sus hijas, era una hábil y afortunada política, y se iba abriendo paso sin demasiada dificultad; decía esto con una sonrisa que implicaba: “Ya sabéis cómo son las mujeres”. Continuó explicando que esta dama política tenía aspiraciones espirituales.


¿Qué queréis significar con aspiraciones espirituales?


“Ella quiere ser la conductora de algún grupo religioso o filosófico”.


Tener poder sobre otros mediante una organización es seguramente pernicioso, ¿no es así? Este es el camino de todos los políticos, tanto si intervienen en la política o no. Podéis ocultarlo bajo palabras agradables y engañosas, pero ¿no es siempre malo el deseo de poder?


Escuchaba, pero lo que se decía no tenía sentido para ella. En su rostro estaba escrito que algo le preocupaba, y lo que ello fuera iba a surgir enseguida. Pasó a contar las actividades de sus demás hijos, todos los cuales eran vigorosos, y les iba bien en la vida, excepto aquél al que ella más amaba.


“¿Qué es el dolor?”, preguntó de repente. “En alguna parte en mi interior parece que lo he tenido todo en mi vida. Aunque todos, menos uno de mis hijos, tienen buena posición y están contentos, el dolor ha estado constantemente conmigo. No puedo señalarlo, pero me ha perseguido, y con frecuencia estoy despierta por las noches preguntándome en qué consiste todo ello. También me preocupo por mi hijo menor. Como veis; él es un fracaso. Todo lo que toca se deshace: su matrimonio, su relación con sus hermanos y hermanas, y con sus amigos. Casi nunca tiene empleo, y cuando logra uno, ocurre algo y lo pierde. Parece incapaz de recibir ayuda. Yo me atormento por él y aunque él aumenta mi dolor, no creo que él sea la raíz de ese dolor. ¿Qué es el dolor? He tenido ansiedades, desengaños y sufrimiento físico, pero este penetrante dolor es algo superior a todo eso, y no he podido encontrar su causa. ¿Podríamos hablar sobre esto?”


Os enorgullecéis mucho de vuestros hijos y especialmente de su éxito, ¿no es así?


“Creo que lo mismo le pasaría a cualquier padre o madre, pues a todos mis hijos les ha ido bien excepto al último. Son prósperos y dichosos. Pero ¿por qué me hacéis esta pregunta?”


Puede tener algo que ver con vuestro dolor. ¿Estáis segura de que vuestro dolor no tiene nada que ver con su éxito?


“Desde luego; al contrario, me siento muy feliz por él”.


¿Qué pensáis que es la raíz de vuestra pesadumbre? Si se puede preguntar, ¿os afectó muy profundamente la muerte de vuestro marido? ¿Estáis aun afectada por ello?


“Fue un gran golpe y me sentía muy sola después de su muerte, pero pronto olvidé mi soledad y dolor, pues había que atender a los niños y yo no tenía tiempo de pensar en mí misma.


¿Creéis que el tiempo disipa la soledad y el dolor? ¿No siguen ahí, enterrados en las capas profundas de vuestra mente aun cuando podáis haberos olvidado? ¿No podría ser esa la causa de vuestro dolor consciente?


“Como digo, la muerte de mi marido fue una sacudida, pero en cierto modo era de esperar, y con lágrimas la acepté. De muchacha, antes de casarme, presencié la muerte de mi padre y algunos años después la de mi madre también; pero nunca he estado interesada en la religión oficial, y nunca me ha atormentado todo este clamor pidiendo explicaciones de la muerte y del más allá. La muerte es inevitable, aceptémosla con el menor ruido posible”.


Esa puede ser la forma en que consideráis la muerte, pero ¿se puede disipar tan fácilmente la soledad con razones? La muerte es algo del mañana, para enfrentarlo acaso cuando venga, pero ¿no está siempre presente la soledad? Deliberadamente podéis excluirla, pero sigue ahí, tras la puerta. ¿No debéis invitar la soledad y mirarla?


“Nada sé sobre eso. La soledad es sumamente desagradable y dudo que pueda yo ir tan lejos como para invitar ese terrible sentimiento. Es realmente algo aterrador”.


¿No debéis comprenderlo plenamente, puesto que esa puede ser la causa de vuestro dolor?


“Pero ¿cómo voy a comprenderlo, cuando es precisamente la cosa que me causa dolor?”


La soledad no os causa dolor, pero la idea de la soledad provoca temor. Nunca habéis experimentado el estado de soledad. Siempre lo habéis abordado con aprensión, con terror, con el impulso de escapar de él o de hallar un medio de vencerlo; lo habéis eludido, pues, ¿no es verdad? Nunca os habéis puesto realmente en contacto directo con él. Para alejar de vos la soledad, habéis escapado hacia las actividades de vuestros hijos y su éxito Su éxito se ha convertido en el vuestro; pero tras esta adoración del éxito, ¿no hay alguna profunda preocupación?


“¿Cómo lo sabéis?”


La cosa hacia la cual escapáis la radio, la actividad social, un dogma determinado, el llamado amor, y así sucesivamente se vuelve importantísima, tan necesaria para vos como la bebida para el bebedor. Uno puede olvidarse a sí mismo en el culto del éxito, o en el culto de una imagen, o en algún fin ideal; pero todos los ideales son ilusorios, y en el mismo hecho de olvidarse de uno, hay ansiedad. Si puedo señalarlo, el triunfo de vuestros hijos ha sido para vos una fuente de dolor porque tenéis una más honda preocupación sobre ellos y sobre vos misma. A pesar de vuestra admiración por su éxito y el aplauso que han recibido del público, ¿no hay detrás de ello una sensación de vergüenza, de disgusto, de desengaño? Os ruego me perdonéis la pregunta, pero ¿no estáis hondamente angustiada por el éxito de ellos?


“Cómo sabéis, señor, nunca me he atrevido a reconocer, ni aun ante mí misma, la naturaleza de esa angustia, pero es como decís”.


¿Queréis ahondar en ello?


“Ahora, desde luego, quiero penetrar en ello. Como veis, siempre he sido religiosa sin pertenecer a ninguna religión. Acá y allá he leído sobre cuestiones religiosas, pero nunca me he visto atrapada en ninguna organización religiosa. La religión organizada me ha parecido demasiado distante y no bastante íntima. Pero por debajo de mi vida mundana, siempre hubo un vago tanteo religioso, y cuando empecé a tener hijos, este tanteo adoptó la forma de una honda esperanza de que uno de mis hijos tuviera inclinaciones religiosas. Y ninguno de ellos las tiene; todos se han vuelto prósperos y mundanos, excepto el último, que es una mezcla de todo. Todos ellos son realmente mediocres, y esto es lo que duele. Están absortos en su mundanalidad. Todo ello parece muy superficial y tonto, pero yo no lo he discutido con ninguno de mis hijos, y aunque lo hiciera, no comprenderían las cosas sobre las que hablara yo. Creí que uno de ellos por lo menos sería diferente, y me horroriza su mediocridad y la mía propia. Supongo que esto es lo que me está causando dolor. ¿Qué puede una hacer para romper este estúpido estado?”


¿En uno mismo o en otro? Sólo puede uno poner fin a la mediocridad en uno mismo, y entonces tal vez puede surgir una relación diferente con otros. El saber que uno es mediocre es ya el principio del cambio, ¿verdad? Pero una mente mezquina o pequeña, al darse cuenta de sí misma, trata frenéticamente de cambiar, de mejorar, y este impulso mismo es mediocre. Todo deseo de automejoramiento es mezquino. Cuando la mente sabe que es mediocre y no actúa sobre sí misma, se desvanece la mediocridad.


“¿Qué queréis decir con ‘actuar sobre sí misma’?”


Si una mente mezquina, dándose cuenta de lo que es, hace un esfuerzo para cambiar, ¿no sigue siendo mezquina? El esfuerzo para cambiar nace de una mente pequeña, mezquina, y por lo tanto ese mismo esfuerzo es mezquino.


“Sí, veo eso, pero ¿qué puede una hacer?”


Cualquier acción de la mente es pequeña, limitada. La mente debe dejar de actuar, y sólo entonces es cuando termina la mediocridad.



EL IMPULSO A BUSCAR


Dos aves de plumaje verde-dorado, con largas colas, solían venir a aquel jardín todas las mañanas y posarse en una rama determinada, jugando y llamándose una a la otra. Eran muy inquietas, siempre en movimiento, con sus cuerpos temblorosos; pero eran encantadoras, y nunca parecían cansarse de volar y jugar. El jardín era resguardado, y otras muchas aves iban y venían constantemente. Dos jóvenes mangostas, de movimientos suaves y rápidos, con su piel amarillenta brillante al sol, se perseguían mutuamente a lo largo de la parte superior de la baja pared, y luego, deslizándose por un agujero, entraban en el jardín; pero cuán cautas y observadoras se mostraban aun en su juego, manteniéndose muy cerca del muro, con sus ojos rojizos, alertas y vigilantes. De vez en cuando, una vieja mangosta, satisfactoriamente gorda, entraba en el jardín por el mismo agujero. Tenía que ser su padre o madre, porque una vez aparecieron las tres juntas. Entrando en el jardín una tras otra por el agujero, cruzaron toda la longitud del césped en fila, y desaparecieron entre los arbustos.


“¿Por qué buscamos?”, preguntó P. “¿Cuál es la finalidad de nuestra búsqueda? ¡Cómo se cansa uno de este perpetuo buscar! ¿No tiene ello fin?”


“Buscamos aquello que queremos encontrar”, respondió M., “y, después de encontrar lo que buscamos perseguimos un nuevo descubrimiento. Si no buscásemos, todo vivir terminaría, la vida se estancaría y no tendría sentido”.


“Buscad y hallaréis”, acotó R. “Encontraremos lo que queremos, lo que anhelamos consciente o inconscientemente. Nunca hemos cuestionado este impulso de buscar; siempre hemos buscado, y al parecer siempre seguiremos buscando”.


“El deseo de buscar es inevitable”, afirmó L. “Lo mismo podíais preguntar por qué respiramos, o por qué crece el pelo. El impulso de buscar es tan inevitable como el día y la noche”.


Cuando afirmáis tan definitivamente que el impulso de buscar es inevitable, queda bloqueado el descubrimiento de la verdad, en el asunto. Cuando aceptáis cualquier cosa como final, decidida, ¿no termina toda investigación?


“Pero hay ciertas leyes fijas, como la gravedad, y es más prudente aceptar que golpearse vanamente la cabeza contra ellas”, replicó L.


Aceptamos ciertos dogmas y creencias por diversas razones psicológicas, y, a través del proceso del tiempo, lo que es así aceptado se vuelve “inevitable”, lo que se llama una necesidad para el hombre.


“Si L. acepta como inevitable el impulso de buscar, entonces continuará buscando, y para él no es un problema”, dijo M.


El hombre de ciencia, el astuto político, el desdichado, el enfermo, cada uno de ellos a su manera está buscando y cambiando el objeto de su búsqueda de vez en cuando. Todos estamos buscando, mas parece que nunca nos preguntamos por qué buscamos. No discutimos el objeto de nuestra búsqueda, sea noble o innoble, sino que tratamos de descubrir ¿verdad?, por qué es que buscamos. ¿Qué es este impulso, esta perpetua compulsión? ¿Es inevitable? ¿Tiene una continuidad interminable?


“Si no buscamos”, preguntó Y, ¿no nos volveremos perezosos, y precisamente estancados?”


El conflicto, en una u otra forma, parece ser la manera de vivir, y sin él creemos que la vida no tendría sentido. Para la mayoría de nosotros, la cesación de la lucha es la muerte. La búsqueda implica lucha, conflicto, y ¿es este proceso esencial al hombre, o hay una diferente “manera” de vivir, en la cual no existan la búsqueda y la lucha? ¿Por qué y qué buscamos?


“Yo busco modos y medios de asegurar, no mi propia supervivencia, sino la de mi nación”, dijo L.


¿Hay tal enorme diferencia entre la supervivencia nacional y la individual? El individuo se identifica con la nación, o con una determinada forma de sociedad, y entonces quiere que sobreviva esa nación o esa sociedad. La supervivencia de esta o aquella nación es también la del individuo. ¿No está el individuo tratando siempre de sobrevivir, de tener continuidad, de estar identificado con algo más grande o más noble que él mismo?


“¿No hay un punto o un momento en el cual de repente nos encontramos a nosotros mismos sin buscar, sin luchar?”, preguntó M.


“Ese momento puede ser simplemente el resultado del cansancio”, replicó R., “una breve pausa antes de sumirse de nuevo en el círculo vicioso de la búsqueda y del temor”.


“O puede estar fuera del tiempo”, dijo M.


¿Está fuera del tiempo el momento del que estamos hablando, o es sólo un punto de descanso antes de empezar de nuevo a buscar? ¿Por qué buscamos? Y, es posible que esta búsqueda termine? A menos que descubramos por nosotros mismos por qué buscamos y luchamos, el estado en el cual la búsqueda ha terminado seguirá siendo para nosotros una ilusión, sin significado.


“¿No hay diferencia entre los diversos objetos de búsqueda?”, preguntó B.


Desde luego que hay diferencias, pero, siempre que buscamos, el impulso es esencialmente el mismo, ¿no es así? Tanto si tratamos de sobrevivir individualmente o como nación; si vamos a un maestro, a un gurú, a un salvador; si seguimos una particular disciplina, o si encontramos otros medios de mejorarnos, ¿no está cada uno de nosotros, a su propia manera limitada o extensa, buscando alguna forma de satisfacción, continuidad, permanencia? Estamos pues preguntándonos ahora a nosotros mismos, no qué buscamos, sino por qué buscamos en absoluto. Y ¿es posible que toda búsqueda termine, no por compulsión o frustración, ni porque no haya encontrado, sino porque el impulso ha cesado totalmente?


“Estamos presos del hábito de buscar, y supongo que es el resultado de nuestra insatisfacción”, dijo B.


Estando descontentos, insatisfechos, buscamos contento, satisfacción. En tanto exista este impulso de estar satisfechos, de realizar, tiene que haber búsqueda y lucha. Con el impulso de realizar, siempre está la sombra del tenor, ¿no es así?


“¿Cómo podemos escapar del temor?”, preguntó B.


Queréis realizar sin el aguijón del temor; pero ¿hay jamás una duradera realización? Ciertamente, el mismo deseo de realizar es en sí la causa de la frustración y del temor. Sólo cuando se ve el significado de la realización, existe la terminación del deseo. Devenir y ser son dos estados ampliamente diferentes, y no podéis ir del uno al otro; pero con la terminación del devenir, el otro estado existe.




ESCUCHAR


La luna llena estaba justamente alzándose sobre el río; había una bruma que la volvía roja, y el humo subía desde los muchos pueblos, porque hacia frío. No había una onda en el río, pero la corriente estaba oculta, fuerte y profunda. Las golondrinas volaban bajo, y con uno o los dos extremos de las alas tocaban el agua, perturbando apenas la plácida superficie. Sobre el río el lucero vespertino se veía justamente sobre un minarete del distante y hacinado pueblo. Los loros regresaban para acercarse a las moradas de los hombres, y su vuelo nunca era recto. Se dejaban caer con un chillido, recogían un grano, y volaban lateralmente, pero siempre se iban acercando a un árbol frondoso, donde se congregaban a centenares; entonces de nuevo volaban hacia un árbol más acogedor, y cuando llegaba la oscuridad, reinaba el silencio. La luna ya se encontraba muy por encima de las copas de los árboles, y trazaba un sendero de plata en las tranquilas aguas.


“Noto la importancia de escuchar, pero me pregunto si realmente escucho alguna vez lo que decís”, recalcó. “En cierto modo, tengo que hacer un gran esfuerzo para escuchar”.


Cuando hacéis un esfuerzo para escuchar, ¿estáis escuchando? ¿No es ese mismo esfuerzo una distracción que impide escuchar? ¿Hacéis un esfuerzo cuando escucháis algo que os deleita? Ciertamente, este esfuerzo para escuchar es una forma de compulsión. La compulsión es resistencia, ¿no es así? Y la resistencia engendra problemas, de modo que el escuchar se convierte en uno de ellos. El escuchar por sí mismo nunca es un problema.


“Pero para mí lo es. Quiero escuchar correctamente porque yo siento que lo que estáis diciendo tiene hondo significado, pero no puedo pasar de su sentido verbal”.


Si puedo decirlo así, no estáis escuchando ahora a lo que se está diciendo. Habéis convertido el escuchar en un problema, y este problema os está impidiendo escuchar. Todo lo que tocamos se convierte en un problema, una cuestión engendra otras muchas cuestiones. Percibiendo esto, ¿es posible no engendrar problemas en absoluto?


“Eso sería maravilloso, pero ¿cómo va uno a llegar a ese feliz estado?”


Otra vez veis que la cuestión del “como”, la manera de lograr cierto estado, se convierte aún en otro problema. Estamos hablando de no dar nacimiento a problemas. Si puede señalarse, tenéis que daros cuenta de la manera en que la mente está creando el problema. Queréis lograr el estado del perfecto escuchar; dicho de otro modo, no estáis escuchando, pero queréis alcanzar un estado, y necesitáis tiempo e interés para ganar ese o cualquier otro estado. La necesidad de tiempo e interés genera problemas. Sencillamente no os dais cuenta de que no estáis escuchando. Cuando os dais cuenta de ello, el hecho mismo de que no estáis escuchando tiene su propia acción, la verdad de ese hecho actúa, vos no actuáis sobre el hecho. Pero queréis actuar sobre él, cambiarlo, cultivar su opuesto, producir un estado deseado, etc. Vuestro esfuerzo para actuar sobre el hecho engendra problemas, mientras que el ver la verdad del hecho trae su propia acción libertadora. No os daréis cuenta de la verdad, no veréis lo falso como falso en tanto vuestra mente esté ocupada de alguna manera con el esfuerzo, con la comparación, con la justificación o la condenación.


“Todo esto puede ser así, pero con todos los conflictos y contradicciones que siguen dentro de uno mismo, aun me parece que es casi imposible escuchar”.


El escuchar mismo es un acto completo; el acto mismo de escuchar trae su propia libertad. Pero ¿estáis realmente interesado en escuchar, o en modificar el tumulto interior? Si escuchaseis, señor, en el sentido de daros cuenta de vuestros conflictos y contradicciones sin forzarlos hacia ninguna norma determinada de pensamiento, tal vez cesarían del todo. Como veis, estamos tratando constantemente de ser esto o aquello, de lograr un estado particular, de aprehender una clase de experiencia y evitar otra, de modo que la mente está perpetuamente ocupada con algo; nunca está en calma para escuchar el ruido de sus propias luchas y dolores. Sea sencillo, señor, y no trate de convertirse en algo o de asir alguna experiencia.



EL FUEGO DEL DESCONTENTO


Había estado lloviendo muy fuertemente durante varios días, y los arroyos estaban crecidos y ruidosos. Pardos y sucios, venían de cada hondonada y se incorporaban a un arroyo más amplio que corría por el medio del valle, y éste a su vez se sumaba al río, que bajaba al mar, situado a varias millas de distancia. El río estaba alto y su corriente era rápida, serpenteando a través de huertas y campo abierto. Aun en el verano nunca estaba seco, aunque todos los arroyos que lo alimentaban mostraban sus estériles rocas y secas arenas. Ahora el río fluía a mayor velocidad que el caminar de un hombre, y en ambas orillas la gente contemplaba las cenagosas aguas. No era frecuente que el río viniese tan crecido. La gente estaba excitada, sus ojos brillaban, porque las rápidas aguas eran una delicia. La población situada cerca del mar podría sufrir, el río podría desbordarse inundando los campos y las plantaciones y causando daños en las casas; pero aquí, bajo el puente solitario, las pardas aguas cantaban. Había algunas personas pescando, pero no podían haber capturado mucho, porque la corriente era demasiado fuerte, llevando consigo los residuos que venían de todos los arroyos vecinos. Empezaba a llover otra vez, pero la gente se quedaba para mirar y para deleitarse en las cosas sencillas.


“Siempre he estado buscando”, dijo ella, “he leído, ¡oh, tantos libros sobre tantos asuntos! Fui católica, pero dejé esa iglesia para incorporarme a otra; dejando esta también, me uní a una sociedad religiosa. Recientemente he estado leyendo filosofía oriental, las enseñanzas del Buda, y, además de todo esto, me sometí a psicoanálisis; pero aun esto no me ha impedido buscar, y ahora aquí estoy hablándoos. Estuve a punto de ir a la India en busca de un maestro, pero las circunstancias me impidieron ir”.


Continuó diciendo que estaba casada y tenía un par de niños, vivos e inteligentes, que estaban en un colegio; no se preocupaba por ellos, podían cuidarse ellos mismos. Los intereses sociales ya no significaban nada. Había tratado seriamente de meditar, pero no llegó a ninguna parte, y su mente seguía tan estúpida y vagabunda como antes.


“Lo que decís sobre la meditación y la orientación es tan diferente de lo que he leído y pensado, que me ha intrigado grandemente”, añadió. “Pero, a través de toda esta fatigosa confusión, realmente quiero encontrar la verdad y comprender su misterio”.


¿Creéis que buscando la verdad la encontraréis? ¿No puede ocurrir que el llamado buscador jamás pueda encontrar la verdad? Nunca habéis ahondado este impulso de buscar, ¿es cierto? Y sin embargo persistís en buscar, yendo de una cosa a otra en la esperanza de encontrar lo que queréis, a lo cual llamáis verdad y lo convertís en un misterio.


“Pero ¿qué hay de malo en ir tras lo que quiero? Siempre lo he hecho, y lo más frecuente ha sido conseguirlo”.


Eso puede ser; pero ¿creéis que podéis acopiar la verdad como acopiaríais dinero o cuadros? ¿Creéis que es otro ornamento de la propia vanidad? ¿O tiene que cesar totalmente de existir la mente que es adquisitiva para que lo otro sea?


“Supongo que soy demasiado ávida para encontrarla”.


Nada de eso. Encontraréis lo que buscáis en vuestra avidez, pero no será la realidad.


“Entonces ¿qué se espera que haga, limitarme a reposar y vegetar?”


Estáis saltando a conclusiones, ¿no es así? ¿No es importante descubrir por qué estáis buscando?


“Oh, yo sé por qué estoy buscando. Estoy plenamente descontenta de todo, aun de las cosas que he encontrado. El dolor del descontento vuelve constantemente; creo que he conseguido asir algo, pero pronto se disipa y una vez más la pena del descontento me abruma. He intentado en todas las formas imaginables vencerla, pero de alguna manera es demasiado fuerte dentro de mí, y tengo que encontrar algo, la verdad o lo que sea, que me dé paz y contento”.


¿No deberíais estar agradecida de no haber conseguido sofocar este fuego del descontento? Vencer el descontento ha sido vuestro problema ¿verdad? Habéis buscado el contento y afortunadamente no lo habéis encontrado; encontrarlo es estancarse, vegetar.


“Supongo que esto es realmente lo que estoy buscando: un escape de este descontento que me roe”.


La mayoría de las personas están descontentas, ¿no es así? Pero encuentran satisfacción en las cosas fáciles de la vida, ya sea en escalar montañas o en realizar alguna ambición La inquietud del descontento se convierte superficialmente en realizaciones que satisfacen. Si perdemos nuestro contento, pronto encontramos medios de vencer la pena del descontento, y así vivimos en la superficie y nunca sondeamos las profundidades del descontento.


“¿Cómo va uno a descender por debajo de la superficie del descontento?”


Vuestra pregunta indica que todavía deseáis escapar del descontento, ¿no es así? Vivir con esa pena, sin tratar de escapar de ella o de cambiarla, es penetrar las profundidades del descontento. En tanto tratemos de llegar a alguna parte, o de ser algo, tiene que existir el dolor del conflicto, y habiendo causado el dolor, entonces queremos escapar de él; y efectivamente escapamos a toda clase de actividades. Estar integrado con el descontento, permanecer con él y ser parte de él, sin que el observador lo fuerce hacia los surcos de la satisfacción o lo acepte como inevitable, es permitir que surja aquello que no tiene opuesto, que no tiene segundo.


“Sigo lo que estáis diciendo, pero he luchado contra el descontento durante tantos años, que ahora me resulta muy difícil ser parte de él”.


Cuanto más combatís un hábito, más vida le dais. El hábito es una cosa muerta, no luchéis contra él, no lo resistáis, pero con la percepción de la verdad del descontento, el pasado habrá perdido su significado. Aunque doloroso, es una cosa maravillosa el estar descontento sin sofocar esa llama con el conocimiento, con la tradición, con la esperanza, con la realización. Nos perdemos en el misterio de la realización humana, en el misterio de la iglesia, o del avión a reacción. También esto es superficial, vacuo, conducente a la destrucción y a la desgracia. Hay un misterio que está más allá de las capacidades y poderes de la mente. No podéis buscarlo ni invitarlo; tiene que venir sin que lo pidáis, y con él llega una bendición para el hombre.



UNA EXPERIENCIA DE BIENAVENTURANZA


Era un día muy cálido y húmedo. En el parque muchas personas estaban tendidas en la hierba o sentadas en bancos a la sombra de los grandes árboles; estaban tomando bebidas refrescantes y ansiando aspirar aire limpio y fresco. El cielo era gris, no había la más ligera brisa, y los humos de esta vasta ciudad mecanizada llenaban el aire. En el campo tenía que haber sido encantador, porque la primavera estaba justamente entrando al verano. A1gunos árboles estarían precisamente entonces echando sus hojas, y a lo largo del camino que se extendía al lado del amplio y resplandeciente río, lucían toda clase de flores. En la profundidad de los bosques habría aquel peculiar silencio en el cual puede uno casi oír el nacimiento de las cosas, y las montañas, con sus hondos valles, estarían azules y fragantes. ¡Pero aquí en la ciudad...!


La imaginación pervierte la percepción de lo que es; y sin embargo, ¡cuán orgullosos estamos de nuestra imaginación y especulación! La mente especulativa, con sus intrincados pensamientos, no es capaz de fundamental transformación; no es una mente revolucionaria. Se ha revesado de lo que debería ser y sigue el patrón de sus propias limitadas y aisladoras proyecciones. Lo bueno no es lo que debería ser; reside en la comprensión de lo que es. La imaginación impide la percepción de lo que es, como lo impide la comparación. La mente debe dejar de lado toda imaginación y especulación para que lo real sea.


Era muy joven pero tenía una familia y era un hombre de negocios de cierta reputación. Parecía muy preocupado y desdichado, y anhelaba decir algo.


“Hace algún tiempo tuve una experiencia muy notable, y como nunca hasta ahora he hablado de ella a nadie, me pregunto si seré capaz de explicárosla a vos; espero que sí, porque no puedo acudir a ninguna otra persona. Fue una experiencia que arrebató por completo mi corazón; pero se ha disipado, y ahora sólo tengo el vacío recuerdo de ella. Tal vez podáis ayudarme a recuperarla. Os contaré, lo más ampliamente que pueda, qué bendición fue. Yo he leído sobre estas cosas, pero siempre se trataba de palabras vacuas que apelaban sólo a mis sentidos; mas lo que me ocurrió fue más allá de todo pensamiento, más allá de la imaginación y del deseo y ahora lo he perdido. Os ruego me ayudéis a recuperarlo”. Se detuvo durante un momento, y luego continuó.


“Una mañana me desperté muy temprano; la ciudad aún dormía y su murmullo no había comenzado todavía. Senda yo el impulso de salir, de modo que me vestí rápidamente y bajé a la calle; ni siquiera había empezado sus recorridos el camión de la leche. Empezaba la primavera y el cielo era de un azul pálido. Yo sentí un fuerte impulso de ir al parque, situado a kilómetro y medio aproximadamente. Desde el momento en que traspase la puerta de calle, tuve una extraña sensación de ligereza, como si fuera caminando sobre aire. El edificio de enfrente, una pardusca casa de departamentos, había perdido toda su fealdad; los ladrillos mismos se mostraban vivos y claros. Todos los pequeños objetos que ordinariamente yo nunca habría advertido, parecían tener una extraordinaria cualidad propia, y, cosa extraña, todo parecía formar parte de mí. Nada estaba separado de mi; en realidad, el ‘yo’ como observador, el perceptor, estaba ausente, si sabéis lo que quiero decir. No había ‘yo’ separado de aquel árbol, o de aquel papel en la cuneta, o de los pájaros que se llamaban unos a otros. Era un estado de conciencia que yo nunca había conocido.


“Camino del parque”, siguió diciendo, “hay una florería. He pasado a su lado centenares de veces, y solía lanzar una ojeada a las flores al pasar. Pero en aquella mañana determinada me detuve frente a ella. El cristal del escaparate estaba un poco empañado por el calor y la humedad del interior, pero esto no me impidió ver las muchas variedades de flores. Mientras estaba allí mirándolas, me di cuenta de que estaba yo sonriendo y riendo con un gozo que nunca hasta entonces había experimentado. Aquellas flores me hablaban y yo les hablaba a ellas; yo estaba entre ellas, y ellas formaban parte de mí. Al decir esto, puede ser que os dé la impresión de que estuviera histérico, un poquito tocado de la cabeza; pero no fue así. Me había vestido con mucho cuidado, y me había dado cuenta de haberme puesto cosas limpias; había mirado el reloj, visto los nombres de las tiendas incluso el establecimiento de mi sastre, y leído los títulos de los libros de un escaparate de librería. Todo estaba vivo, y yo lo amaba todo. Yo era la fragancia de aquellas flores, pero no había un ‘yo’ que oliera las flores, si sabéis lo que quiero decir. No había separación entre ellas y yo. Aquella florería tenía una viveza fantástica de colores, y la belleza de todo ello tiene que haber sido pasmosa, porque el tiempo y su medida habían cesado. Debo de haber estado allí más de veinte minutos, pero os aseguro que no había sensación del tiempo. Apenas podía yo arrancarme de aquellas flores. El mundo de la lucha, la pena y el dolor, estaba allí, y sin embargo no existía. Como vais, en ese estado, las palabras no tienen sentido. Las palabras son descriptivas, separativas, comparativas, pero en aquel estado no había palabras; ‘yo’ no estaba experimentando, sólo había aquel estado, aquella experiencia. El tiempo había cesado; no había pasado, presente ni futuro. Había sólo... oh, no sé cómo ponerlo en palabras, pero no importa. Había una Presencia —no, esa palabra no—. Era como si la tierra, con todo lo que hay dentro y sobre ella, se hallara en un estado de bendición, y yo, caminando hacia el parque, formase parte de ella. Al irme acercando al parque, estaba yo absolutamente fascinado por la hermosura de aquellos árboles familiares. Desde el amarillo pálido hasta el casi verdinegro, las hojas danzaban con vida; cada hola resaltaba, separada, y toda la riqueza de la tierra se encontraba en una sola hoja. Yo me daba cuenta de que mi corazón palpitaba rápido; tengo un corazón sano, pero apenas podía respirar al entrar en el parque, y creí que iba a desmayarme. Me senté en un banco y por mis mejillas corrían las lágrimas. Había un silencio que era totalmente abrumador, pero aquel silencio estaba purgando todas las cosas de pena y dolor. Al penetrar más profundamente en el parque, se percibía música en el aire. Me sorprendió, porque no había casa alguna cercana, y nadie tendría una radio en el parque a aquella hora de la mañana. La música formaba parte de todo aquello. Toda la bondad, toda la compasión del mundo estaba en aquel parque, y Dios estaba allí.


“No soy teólogo, ni muy religioso”, continuó. “He estado una docena de veces o cosa así dentro de una iglesia, pero ello nunca ha significado nada para mí. No puedo aguantar todo ese desatino que se desarrolla en las iglesias. Pero en aquel parque había un Ser, si puede uno usar tal palabra, en el cual todas las cosas vivían y tenían su existencia. Me temblaban las piernas y me vi obligado a sentarme de nuevo, con la espalda contra un árbol. El tronco era una cosa viva, como lo era yo y yo formaba parte de aquel árbol, parte de aquel Ser, parte del mundo. Tengo que haberme desmayado. Todo ello había sido demasiado para mí: los colores vivos e intensos, las hojas, las rocas, las flores, la increíble belleza de todas las cosas. Y sobre todo ello estaba la bendición de...


“Cuando recobré el sentido, el sol estaba alto. Generalmente invierto unos veinte minutos en llegar a pie al parque, pero hacia ya cerca de dos horas que había salido de mi casa. Físicamente, parecía no tener fuerzas para volver andando; así que estuve allí sentado, acumulando vigor y sin atreverme a pensar. Mientras volvía a casa caminando despacio, me acompañaba el total de aquella experiencia; duró dos días, y se disipó tan repentinamente como había venido. Entonces empezó mi tortura. No me acerqué a mi oficina por espacio de una semana. Quería que volviera otra vez aquella extraña experiencia vital, quería vivir una vez más y para siempre en aquel mundo beatífico. Todo esto sucedió hace dos años. He pensado seriamente en dejarlo todo y marcharme a algún solitario rincón del mundo, pero en mi corazón sé que no puedo recuperarlo de esa manera. Ningún monasterio puede ofrecerme aquella experiencia, ni lo puede hacer ninguna iglesia iluminada por cirios, que sólo se ocupan de la muerte y las tinieblas. Estuve pensando en hacer un viaje a la India, pero eso también lo dejé de lado. Entonces probé cierta droga; volvió más vívidas las cosas, etc., pero no era ningún derivado del opio lo que yo quería. Esa es una forma barata de experimentar, es una treta, pero no la cosa real.


“Así que aquí estoy”, concluyó diciendo. “Daría todas las cosas del mundo, mi vida y todas mis posesiones, para vivir de nuevo en aquel mundo. ¿Qué tendré que hacer?”


Vino a vos, señor, sin invitación. Vos nunca lo buscasteis. Mientras lo estéis buscando, nunca lo tendréis. El deseo mismo de vivir de nuevo en aquel estado extático está impidiendo la nueva y fresca vivencia de la bienaventuranza. Ya veis lo que ha pasado: habéis tenido aquella experiencia, y ahora, estáis viviendo con el muerto recuerdo de ayer. La memoria de lo que pasó impide lo nuevo.


“¿Queréis decir que debo apartar y olvidar todo lo que ha sido y continuar con mi mecánica vida, en inanición interna de día en día?”


Si no miráis atrás y pedís más, cosa que es una ardua tarea, entonces tal vez esa misma cosa sobre la cual no tenéis dominio actúe como ella quiera. La codicia, aun por lo sublime, engendra dolor; el afán por lo más abre la puerta al tiempo. Esa bienaventuranza no puede adquirirse mediante ningún sacrificio, mediante ninguna droga. No es una recompensa, un resultado. Viene cuando quiere; no la busquéis.


“Pero, ¿fue aquella experiencia real, fue de lo más elevado?”


Queremos que otro confirme, que nos asegure de lo que ha sido, y así encontramos refugio en él. El hecho de que se nos afirme con certeza o se nos asegure lo que ha sido, aunque fuera lo real, refuerza lo irreal y engendra ilusión. Traer al presente lo que es pasado, placentero o doloroso, es impedir lo real. La realidad no tiene continuidad. Es de instante en instante, atemporal e inmensurable.




UN POLÍTICO QUE QUERÍA HACER EL BIEN


Había llovido durante la noche, y la perfumada tierra aun estaba húmeda. El sendero partía del río entre viejos árboles y grupos de mangos. Era un sendero de peregrinación hollado por millares, porque había sido la tradición durante veinte siglos que todos los buenos peregrinos tenían que transitar aquel sendero. Pero no era la buena época del año para los peregrinos, y en esta mañana particular sólo los aldeanos caminaban por allí. Con sus ropas de alegres colores, con el sol a su espalda y con cargas de heno, hortalizas y leña en las cabezas, constituían un bello espectáculo; caminaban con gracia y dignidad, riendo y charlando sobre asuntos de la aldea. Por ambos lados del sendero, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, había verdes campos cultivados con trigo de invierno, con amplios trechos de guisantes y otras legumbres para el mercado. Era una mañana encantadora, con claros cielos azules, y sobre la tierra se derramaba una bendición. La tierra era una cosa viva, generosa, rica y sagrada. No era lo sagrado de las cosas hechas por el hombre, de los templos, los sacerdotes y los libros; era la belleza de la completa paz y el completo silencio. Se sentía uno bañado en aquello; los niños que jugaban en el polvo se daban cuenta de ello, aunque no lo sabían. No era una cosa pasajera; estaba allí sin principio y sin fin.


Era un político y quería hacer el bien. Tenía la impresión de que se diferenciaba de otros políticos, dijo, porque realmente se interesaba por el bien del pueblo, por sus necesidades, su salud y su desarrollo. Claro que era ambicioso, pero ¿quién no lo era? La ambición le ayudaba a ser más activo, y sin ella seria perezoso, incapaz de hacer mucho bien a otros. Quería llegar a ser miembro del gabinete, y había avanzado mucho por este camino, y cuando llegase allí, se ocuparía de que sus ideas se realizasen. Había viajado por todo el mundo, visitando diversos países y estudiando los planes de diferentes gobiernos, y, tras minuciosa reflexión, había podido elaborar un plan que realmente beneficiar a su país.


“Pero ahora no sé si podré llevarlo a cabo”, dijo con evidente pena. “Mirad, no me he sentido nada bien últimamente. Los médicos dicen que tengo que tomarlo con calma, y que puede ser que tenga que someterme a una operación delicada; pero no puedo resignarme a aceptar esta situación”.


Si se me permite la pregunta, ¿qué es lo que os impide tomarlo con calma?


“Me niego a aceptar la perspectiva de ser un enfermo inválido durante el resto de mi vida y de no poder hacer lo que quiero. Sé, verbalmente por lo menos, que no puedo mantener indefinidamente el ritmo a que he estado acostumbrado, pero si tengo que guardar cama, puede ser que mi plan nunca se realice. Naturalmente, hay otras personas ambiciosas, y es una cuestión de quién se come a quién. He estado en varias de vuestras reuniones, de manera que pensé en venir a hablar de estas cosas con vos”.


¿Es vuestro problema, señor, el de la frustración? Hay una posibilidad de larga enfermedad, con una baja de utilidad y popularidad, y os encontráis con que no podéis aceptar esto, porque la vida quedaría completamente estéril sin la realización de vuestros planes, ¿es eso así?


“Como dije, soy tan ambicioso como cualquiera, pero también quiero hacer el bien. Por otra parte, realmente estoy muy enfermo, y sencillamente no puedo aceptar esta enfermedad, de modo que hay un áspero conflicto en marcha dentro de mí, el cual, me doy cuenta muy bien que me enferma aun más. Hay otro temor también, no por mi familia, que está toda ella bien provista, sino el temor de algo que nunca he sabido expresar en palabras, ni para mí mismo”.


¿Queréis decir el miedo a la muerte?


“Sí, creo que es eso; o más bien, el temor de morir sin llevar a cabo lo que me propuse hacer. Probablemente este es mi mayor temor, y no sé cómo aplacarlo”.


¿Impedirá esta enfermedad totalmente vuestras actividades políticas?


“Ya sabéis lo que es esto. Si yo no soy el centro de las cosas, seré olvidado y mis planes no tendrán probabilidades favorables. Ello significará virtualmente una retirada de la política, y yo me siento reacio a hacer esto”.


Así, podéis aceptar voluntaria y fácilmente el hecho de que tenéis que retiraros, o bien, con igual felicidad seguir haciendo vuestra labor política, conociendo la grave naturaleza de vuestra enfermedad. De cualquiera de los dos modos, la enfermedad puede frustrar vuestras ambiciones. La vida es muy extraña, ¿no es cierto? Si puedo sugerirlo, ¿por qué no aceptar lo inevitable sin amargura? Si hay cinismo o amargura, agravaréis la enfermedad.


“Me doy plena cuenta de todo esto, y sin embargo no puedo aceptar —y menos aun sintiéndome feliz, como sugerís— mi estado físico. Podría tal vez continuar haciendo un poquito de mi labor política, pero eso no es bastante”.

¿Creéis que el cumplimiento demuestra ambición de hacer el bien es la única forma de vida para vos, y que sólo por vos y vuestros planes se salvará vuestro país? Sois el centro de toda esta supuesta buena obra, ¿verdad? En realidad no os interesáis profundamente en el bien del pueblo, sino en el bien como una manifestación vuestra. Vos sois lo importante, y no el bien del pueblo. De tal manera os habéis identificado con vuestros planes y con lo que se llama el bien del pueblo, que consideráis vuestra propia realización como si fuera la felicidad de ellos. Vuestros planes pueden ser excelentes, y pueden, por alguna feliz casualidad, llevar el bien al pueblo; pero queréis que vuestro nombre se identifique con ese bien. La vida es extraña; la enfermedad os ha venido, y os sentís frustrado en la promoción de vuestro nombre e importancia. Esto es lo que os está causando conflicto, y no la ansiedad por ayudar al pueblo. Si amaseis al pueblo y no os entregaseis a las meras palabras, ello tendría su propio efecto espontáneo, que sería de notable ayuda; pero no amáis al pueblo; las personas son meramente los instrumentos de vuestra ambición y de vuestra vanidad. El hacer el bien es el camino de vuestra propia gloria. Espero que no os moleste que yo os diga todo esto.


“Me complace realmente que hayáis expresado de una manera tan abierta las cosas que están hondamente ocultas en mi corazón, y ello me ha hecho bien. En cierto modo yo he sentido todo esto, pero nunca me he permitido enfrentarlo directamente. Es un gran alivio oírlo exponer tan claramente, y espero que ahora comprenderé y calmaré mi conflicto. Veré cómo salen las cosas, pero ya me siento un poco más desligado de mis ansiedades y esperanzas. Pero, señor, ¿qué me decís de la muerte?”


Este problema es más complejo y requiere honda penetración, ¿no es cierto? Podéis deshaceros de la muerte racionalizándola, diciendo que todas las cosas mueren, que la fresca hoja verde de la primavera es llevada por el viento en el otoño, etc. Podéis razonar y encontrar explicaciones para la muerte, o tratar de conquistar por la voluntad el temor a la muerte, o encontrar una creencia como sustituto de ese temor; pero todo esto sigue siendo la acción de la mente. Y la llamada intuición sobre la verdad de la reencarnación, o vida después de la muerte, puede ser meramente un deseo de supervivencia. Todos estos razonamientos, intuiciones, explicaciones, están dentro del campo de la mente, ¿no es así? Son todas ellas actividades del pensamiento para vencer el miedo a la muerte; pero el miedo a la muerte no se conquista con tanta facilidad. El deseo del individuo de sobrevivir por medio de la nación, por la familia, por el nombre y la idea, o por medio de las creencias, sigue siendo el anhelo de su propia continuidad, ¿no es así? En este anhelo, con sus complejas resistencias y esperanzas, lo que tiene que llegar a su fin espontáneamente, sin esfuerzo y felizmente. Cada día tiene uno que morir para todos sus recuerdos, experiencias, conocimientos y esperanzas; tiene que cesar de momento a momento las acumulaciones de placer y arrepentimiento, la acumulación de virtud. Esto no son meras palabras, sino la afirmación de una cosa real. Lo que continúa jamas puede conocer la bienaventuranza de lo desconocido. No acumular, sino morir cada día, cada minuto, es ser atemporal. Mientras haya el impulso de realizar, con sus conflictos, siempre habrá temor a la muerte.



LA COMPETIDORA MANERA DE VIVIR


Los monos estaban en la carretera, y en medio de ella un mono bebé estaba jugando con su cola, pero la madre lo vigilaba. Todos ellos se deban bien cuenta de que alguien había allí, a prudente distancia. Los machos adultos eran grandes, pesados y un poco agresivos, y la mayor parte de los demás monos los eludían. Todos estaban comiendo alguna clase de bayas que habían caído a la carretera de un árbol grande y frondoso con espesas hojas. Las lluvias recientes habían llenado el río, y bajo el estrecho puente el arroyo murmuraba. Los monos eludían el agua y los charcos del camino, y cuando aparecía un coche salpicando barro al pasar, salían de la carretera en un segundo, llevando la madre al más pequeño consigo. Algunos escalaban el árbol y otros bajaban la cuneta a cada lado de la carretera, pero estaban de vuelta tan pronto como el coche había pasado velozmente. Ya se habían acostumbrado completamente a la presencia humana. Eran tan inquietos como la mente del hombre, e inclinados a toda clase de tretas.


Los arrozales situados a cada lado de la carretera eran de un verde delicioso y brillante bajo el cálido sol, y contra las azuladas colinas más allá de los campos, las aves del arroz aparecían blancas y aleteaban lentamente. Una serpiente larga y pardusca se había deslizado fuera del agua y descansaba al sol. Un martín pescador brillantemente azulado se había posado en el puente y se disponía a otra zambullida. Era una mañana encantadora, no demasiado calurosa, y las solitarias palmeras esparcidas sobre los campos hablaban de muchas cosas. Entre los verdes campos y las azuladas colinas había comunión, un cántico. El tiempo parecía pasar muy rápidamente. En el cielo azul los milanos describían círculos; de vez en cuando se posaban en una rama para arreglarse las plumas, y luego partían de nuevo, lanzando sus llamadas y dando vueltas. Había también varias águilas, con cuellos blancos y alas y cuerpos pardo-dorados. Entre la hierba recién brotada había grandes hormigas rojas; se lanzaban a correr a gran velocidad y entrecortadamente; se detenían de repente y luego partían en la dirección opuesta. La vida era muy rica, abundante e inadvertida, que era acaso lo que querían todas aquellas cosas vivas, grandes y pequeñas.


Un joven buey con cencerros en el cuello tiraba de una ligera carreta que estaba delicadamente construida, con sus dos grandes ruedas conectadas por una fina barra de acero, sobre la que iba montada una plataforma de madera. En esta plataforma iba sentado un hombre, orgulloso del buey, que trotaba rápido, y del producto obtenido. El buey, robusto y sin embargo esbelto, le daba importancia; todo el mundo lo miraba ahora, como también los aldeanos que pasaban. Se detenían miraban con ojos de admiración, hacían comentarios y seguían su camino. ¡Cuán orgulloso y tieso iba sentado el hombre, mirando recto hacia delante! El orgullo, tanto si es en cosas pequeñas como en grandes realizaciones, es esencialmente el mismo. Lo que uno hace y lo que uno tiene le da importancia y prestigio; pero el hombre en sí mismo, como un ser total, no parece tener ninguna importancia.


Vino con dos de sus amigos. Cada uno de ellos tenía un buen título universitario, y les iba bien, decían, en sus diversas profesiones. Todos estaban casados y tenían hijos, y parecían satisfechos de la vida, pero también ellos sufrían trastornos.


“Si se me permite”, dijo, “me gustaría hacer una pregunta para poner la bola a rodar. No es una pregunta ociosa, y en cierto modo me ha preocupado desde que os oí hace unas cuantas tardes. Entre otras cosas, dijisteis que la competencia y la ambición eran impulsos destructores que el hombre tiene que comprender y así librarse de ellos, si ha de vivir en una sociedad pacífica. Pero ¿no son la lucha y el conflicto parte de la naturaleza misma de la existencia?”


La sociedad, tal como está actualmente constituida, se basa en la ambición y el conflicto, y casi todos aceptan este hecho como inevitable. El individuo está condicionado a la inevitabilidad de esto; por medio de la educación, por medio de diversas formas de compulsión externa e interna, se le hace competidor. Si de alguna manera ha de ajustarse a esta sociedad, tiene que aceptar las condiciones que ésta pone, pues de lo contrario lo pasará bastante mal. Parece que creemos que tenemos que ajustamos a esta sociedad; pero ¿por qué habríamos de hacerlo?


“Si no lo hacemos, simplemente nos vamos al foso”.


Dudo que esto ocurriese si viéramos todo el significado del problema. Puede ser que no viviéramos de acuerdo al patrón usual, pero viviríamos creadora y felizmente, con una perspectiva enteramente distinta. Semejante estado no puede producirse si aceptamos como inevitable el actual patrón social. Pero, para volver a nuestro tema; ¿es que la ambición, la competencia y el conflicto constituyen una predestinada e inevitable forma de vida? Vos suponéis evidentemente que si. Ahora bien, empecemos desde ahí. ¿Por qué consideráis esta forma competidora de vida como el único proceso de la existencia?


“Soy competidor, ambicioso, como todos los que me rodean. Es un hecho que con frecuencia me da placer y a veces dolor, pero yo me limito a aceptarlo sin lucha, porque no conozco ninguna otra manera de vivir; y aunque la conociera, supongo que me daría miedo ensayarla. Tengo muchas responsabilidades, y me preocuparía gravemente el porvenir de mis hijos si yo rompiera con los pensamientos y hábitos corrientes de la vida”.


Puede ser que seáis responsable por otros, señor, pero ¿no tenéis también la responsabilidad de producir un mundo pacífico? No puede haber paz, ni duradera felicidad para el hombre en tanto que nosotros —el individuo, el grupo y la nación— aceptemos esta existencia competidora como inevitable. La cualidad de la competencia, la ambición, implica conflicto interno y externo, ¿no es así? Un hombre ambicioso no es hambre pacifico, aunque hable de paz y fraternidad. El político nunca podrá traer paz al mundo, ni lo pueden hacer los que pertenecen a cualquier creencia organizada, porque todos ellos han sido condicionados a un mundo de conductores, salvadores, guías y ejemplos; y cuando seguís a otro estáis buscando la realización de vuestra propia ambición, en este mundo o en el mundo de la ideación, el llamado mundo espiritual. El espíritu de competencia, ambición, implica conflicto, ¿no es cierto?


“Veo eso mas, ¿qué va uno a hacer? Estando preso en esta red de competencia, ¿cómo va uno a salir de ella? Y aun si uno sale efectivamente de ella, ¿qué seguridad hay de que habrá paz entre hombre y hombre? Si no vemos todos nosotros la verdad del asunto al mismo tiempo, la percepción de esa verdad por uno o dos carecerá de valor alguno”.


Queréis saber la manera de salir de esta red de conflicto, realización, frustración. La misma pregunta “¿cómo?” implica que queréis se os asegure que vuestro esfuerzo no será en vano. Aún queréis triunfar, sólo que a diferente nivel. No veis que toda ambición, todo deseo de éxito en cualquier dirección crea conflicto, tanto en lo interno como en lo externo. El “¿cómo?” es el camino de la ambición y del conflicto, y esa misma pregunta os impide ver la verdad del problema. El “¿cómo?” es la escalera hacia un nuevo triunfo. Pero no estamos ahora pensando en términos de éxito o fracaso, sino más bien en la eliminación del conflicto; y ese infiere de ello que sin conflicto es inevitable el estancamiento? Seguramente que la paz surge, no por medio de salvaguardias, sanciones y garantías, sino que está ahí cuando vos no existís —vos, que sois el agente de conflicto con vuestras ambiciones y frustraciones.


Vuestro otro punto, señor, el de que todos han de ver la verdad de este problema al mismo tiempo, es una evidente imposibilidad. Pero es posible que vos la veáis; y cuando efectivamente la veáis, esa verdad que habéis visto, y que trae libertad, afectará a otros. Tiene que empezar por vos, porque vos sois el mundo, como lo es el otro.


La ambición engendra mediocridad de mente y corazón; la ambición es superficial, porque está buscando perpetuamente un resultado. El hombre que quiere ser un santo, o un político de éxito, o un gran jefe ejecutivo, se interesa en la realización o el logro personal. Tanto si se identifica con una idea, con una nación o un sistema, religioso o económico, el impulso de triunfar refuerza el ego, el yo, cuya estructura misma es frágil, superficial y limitada. Todo esto es bastante evidente si uno lo investiga, ¿no es así?


“Puede ser evidente para vos, señor, pero para la mayoría de nosotros el conflicto da una sensación de existencia, el sentimiento de que estamos vivos. Sin ambición y competencia, nuestras vidas serían monótonas e inútiles”.


Como estáis manteniendo esta forma competidora de vida, vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos crearán más antagonismo, envidia y guerra; ni vos ni ellos tendréis paz. Habiendo sido condicionados a este tradicional modelo de existencia, a vuestra vez vos estáis educando a vuestros hijos para que lo acepten; y así el mundo prosigue por este camino doloroso.


“Queremos cambiar, pero…” Se daba cuenta de su propia futilidad y dejó de hablar.




MEDITACIÓN — ESFUERZO — CONCIENCIA


El mar estaba mas allá de las montañas al este del valle, y por el centro del valle un río se encaminaba mansamente al mar. El río corría pleno todo el año, y era hermoso aun en los sitios en que pasaba al lado de la población, que era muy grande. Los habitantes de ésta usaban el río para todo —para pescar, bañarse, beber, desagüe de cloacas— y a él iban los desperdicios de una factoría. Pero el río arrojaba toda la suciedad del hombre, y sus aguas volvían a estar limpias y azules poco después de haber pasado las moradas humanas.


Un amplio camino iba a lo largo del río hacia el Oeste, subiendo a las plantaciones de té de las montañas; serpenteaba, dejando a veces el río, pero casi siempre se mantenía a la vista de él. Al subir la carretera siguiendo el curso del río, las plantaciones iban siendo mayores, y acá y allá había factorías para secar y elaborar el té. Pronto las fincas llegaron a ser vastas y el río hacía ruido en las cascadas. Por la mañana, veía uno mujeres brillantemente vestidas, con los cuerpos encorvados, la piel oscurecida por el ardiente sol, cogiendo las delicadas hojas de los arbustos del té. Todo tenía que recogerse antes de cierta hora de la mañana, y llevarse a la más próxima factoría antes de que el sol calentase demasiado. A aquella altura, el sol era fuerte y penosamente penetrante, y aunque estaban acostumbradas a él, algunas de las mujeres llevaban las cabezas cubiertas con parte de la tela de que se vestían. Eran alegres, veloces y hábiles en su labor, y pronto aquella particular tarea habría terminado por ese día; pero casi todas ellas eran esposas y madres, y aun tendrían que guisar y que atender a los niños. Tenían una unión sindical y los plantadores las trataban decentemente, porque sería desastroso tener una huelga y dejar que las tiernas hojas creciesen hasta su tamaño normal.


El camino seguía subiendo y el aire se iba enfriando mucho; a más de dos mil cuatrocientos metros ya no había más plantaciones de té, pero había hombres que trabajaban el suelo y cultivaban muchas cosas que habían de ser enviadas a las poblaciones situadas a lo largo del mar. Desde aquella altura, la vista sobre los bosques y llanuras era magnífica, con el río, ahora plateado, dominándolo todo. Al volver por otro camino, éste serpenteaba entre verdes y resplandecientes arrozales y profundos bosques. Había muchas palmeras y mangos, y por todas partes se veían flores. La gente estaba alegre y a lo largo del camino colocaban muchas cosas, desde baratijas hasta sabrosas frutas. Eran poco activos y bonachones, y parecían tener suficiente para comer, a diferencia de los de las tierras bajas, donde la vida era dura, pobre y hacinada.


El era un sannyasi, un monje, pero no de una orden determinada, y hablaba de sí mismo como de una tercera persona. De muy joven había renunciado al mundo y sus costumbres, y había andado errante por todo el país, permaneciendo con algunos de los muy conocidos instructores religiosos, hablando con ellos y siguiendo sus peculiares disciplinas y ritos. Había ayunado durante muchos días, vivido en la soledad entre las montañas, y hecho la mayor parte de las cosas que se espera haga un sannyasi Se había dañado físicamente a causa de exageradas prácticas ascéticas, y aunque aquello había ocurrido hacia mucho tiempo su cuerpo aún sufría de ello. Entonces un día decidió abandonar todas estas prácticas, ritos y disciplinas, como cosas vanas y sin mucha importancia, y se marchó a alguna lejana aldea montañosa donde pasó muchos años en honda contemplación. Ocurrió lo que suele ocurrir, dijo con una sonrisa, y él a su vez había llegado a ser muy conocido y tuvo muchos discípulos seguidores a los cuales enseñó cosas sencillas. Había leído la antigua literatura sánscrita, y ahora también había renunciado a esto Aunque era necesario describir brevemente lo que fue su vida, añadió no era este el motivo de su venida.


“Sobre todo, la virtud, el sacrificio y la acción de la ayuda desapasionada constituyen la meditación”, afirmó. “Sin meditación el conocimiento y la acción se vuelven una pesada carga con muy poco sentido; mas pocos saben lo que es la meditación. Si estéis dispuesto, tenemos que hablar sobre esto. En la meditación, ha sido la experiencia del que habla alcanzar diversos estados de conciencia; ha tenido las experiencias por las que tarde o temprano pasan todos los seres humanos que aspiran, las visiones que encarnan a Krishna, Cristo, Buda. Son el resultado de nuestro propio pensamiento y educación, y de lo que puede llamarse la cultura propia. Hay visiones, experiencias y poderes de muy diferentes variedades. Desgraciadamente, la mayor parte de los buscadores están presos en la red de su propio pensamiento y deseo, aun algunos de los más grandes exponentes de la verdad. Teniendo el poder de curar y el don de la palabra, llegan a ser prisioneros de sus propias capacidades y experiencias. El mismo que está hablando ha pasado por estas experiencias y peligros, y lo mejor que ha podido los ha comprendido y trascendido, al menos esperémoslo así. ¿Qué es, pues, la meditación?”


Seguramente, al considerar la meditación, hay que comprender el esfuerzo y al hacedor del esfuerzo. El buen esfuerzo conduce a una cosa, y el malo a otra, pero los dos atan, ¿no es así?


“Se dice que no habéis leído los Upanishads ni nada de la literatura sagrada, pero dais la impresión de uno que ha leído y sabe”.


Es verdad que no he leído nada de esas cosas, pero eso no tiene importancia. Tanto el buen esfuerzo como el malo atan, y es esta atadura la que tiene que comprenderse y romperse. La meditación es la ruptura de toda atadura; es un estado de libertad, pero no liberación de algo. La libertad de algo es sólo el cultivo de la resistencia. Ser consciente de ser libre no es libertad. La conciencia es la experimentación de la libertad o del cautiverio, y esa conciencia es el experimentador, el hacedor del esfuerzo. La meditación es la disolución del experimentador, lo cual no puede hacerse conscientemente. Si el experimentador es disuelto conscientemente, entonces hay un esfuerzo de la voluntad, que es también parte de la conciencia. Nuestro problema, pues, se refiere a todo el proceso de la conciencia, y no a una sola parte de él, pequeña o grande, dominante o sometida.


“Lo que decís parece ser verdad. Los caminos de la conciencia son profundos, engañosos y contradictorios. Es sólo por medio de la observación desapasionada y el cuidadoso estudio, como esta maraña puede desentrañarse y prevalecer el orden”.


Pero, señor, el desentrañador sigue estando ahí; uno puede llamarlo el yo superior, el atman, etc., pero sigue formando parte de la conciencia, es el realizador del esfuerzo que perpetuamente está tratando de llegar a alguna parte. El esfuerzo es deseo. Un deseo puede ser vencido por otro mayor, y éste por otro más, y así sin término. El deseo engendra engaño, ilusión, contradicción, y las visiones de la esperanza. El deseo omniconquistador de lo supremo, o la voluntad de alcanzar aquello que no tiene nombre, es aun el camino de la conciencia, del experimentador de lo bueno y lo malo, el experimentador que está aguardando, vigilando, esperando. La conciencia no es de un solo nivel determinado, es la totalidad de nuestro ser.


“Lo que se ha oído hasta ahora es excelente y verdadero; pero si uno puede inquirir, ¿qué es lo que traerá la paz, calma a esta conciencia?”


Nada. Por cierto, la mente está siempre buscando un resultado, un camino hacia alguna realización. La mente es un instrumento que ha sido compuesto, es la tela del tiempo, y sólo puede pensar en términos de resultados, dé logro, de algo que debe ser ganado o evitado.


“Así es. Se afirma que en tanto la mente esté activa, escogiendo, buscando, experimentando, tiene que existir el realizador del esfuerzo, que crea su propia imagen, llamándola por diferentes nombres, y ésta es la red en que está aprisionado el pensamiento”.


El pensamiento mismo es el que hace la red; el pensamiento es la red. El pensamiento ata; sólo puede conducir a la vasta extensión del tiempo, el campo en el cual tienen importancia el conocimiento, la acción, la virtud. Por refinado o simplificado que sea, el pensar no puede deshacer todo pensamiento. La conciencia, como el experimentador, el observador, el que escoge, el censor, la voluntad, tiene que cesar, voluntaria y dichosamente, sin ninguna esperanza de recompensa. El buscador cesa. Esto es meditación. El silencio de la mente no puede producirse por la acción de la voluntad. Hay silencio cuando la voluntad cesa. Esto es meditación. La realidad no puede buscarse está ahí cuando el buscador no existe. La mente es tiempo, y el pensamiento no puede descubrir lo inmensurable.




EL PSICOANALISIS Y El PROBLEMA HUMANO 


Las aves y las cabras estaban todas en alguna otra parte, y había una extraña calma y alejamiento bajo el árbol de amplia copa que se alzaba solitario en medio de una gran extensión de campos, bien cultivados y de un rico color verde. Las colinas se encontraban a cierta distancia, adustas y poco acogedoras bajo el sol de mediodía, pero bajo el árbol se estaba en sombra, frescor y ambiente agradable. Este árbol, enorme e impresionante, había acumulado gran vigor y simetría en su soledad. Era una cosa vital, sola, y sin embargo parecía dominar todo su contorno, aun las distantes colinas. Los aldeanos lo adoraban; contra su vasto tronco había una piedra esculpida sobre la cual alguien había colocado flores de vivo color amarillo. En el atardecer nadie venía al árbol; su soledad era demasiado imponente y era mejor rendirle culto durante el día, cuando había ricas sombras, pájaros cantores y el sonido de voces humanas. Pero a esta hora todos los aldeanos estaban en torno de sus cabañas y bajo el árbol había una gran paz. El sol nunca penetraba hasta la base del árbol, y las flores duraban hasta el día siguiente, cuando se hacían nuevas ofrendas. Un estrecho sendero conducía al árbol y luego continuaba a través de los verdes campos. Las cabras eran cuidadosamente conducidas a lo largo de este sendero, hasta que llegaban cerca de las alturas, y entonces se desbandaban, comiendo todo lo que podían alcanzar. La plena gloria del árbol era hacia el anochecer. Al ponerse el sol tras las colinas, los campos se volvían más intensamente verdes, y sólo la copa del árbol captaba los últimos rayos, dorados y transparentes. Al venir la oscuridad, el árbol parecía retirarse de todo lo que le rodeaba y encerrarse en sí mismo para la noche; su misterio parecía crecer, entrando en el misterio de todas las cosas. 


Psicólogo y analista, había practicado durante cierto numero de años y tenía muchas curaciones en su haber. Trabajaba en un hospital, así como en su consultorio particular. Sus muchos pacientes prósperos le habían dado también a él prosperidad, con costosos coches, una casa de campo, y todo lo demás. El tomaba en serio su trabajo, no era simplemente un medio de hacer dinero, y usaba diferentes métodos de análisis, según el paciente. Había estudiado mesmerismo y a título de prueba practicaba el hipnotismo sobre algunos de sus pacientes. 


“Es una cosa muy curiosa”, dijo, “cómo, durante el estado hipnótico, las personas hablan libre y desembarazadamente de sus compulsiones y respuestas ocultas, y cada vez que se somete al hipnotismo un paciente, siento lo extraño que ello es. Yo me he mantenido escrupulosamente honrado, pero me doy plena cuenta de los graves peligros del hipnotismo, especialmente en manos de personas sin escrúpulos, médicos o no. La hipnosis puede ser o no un medio de abreviar, y no creo que esté justificada excepto en ciertos casos rebeldes. Se necesita un largo período para curar un paciente, en general varios meses, y es cosa bastante cansadora. 


“Hace algún tiempo”, prosiguió, “una paciente, a la cual había estado tratando durante cierto número de meses, vino a verme. No tenía nada de estúpida, era muy culta y tenía amplios intereses; y, con considerable excitación y una sonrisa que yo no le había visto en mucho tiempo, me dijo que una amiga la había persuadido de asistir a algunas de vuestras pláticas. Parece que durante las pláticas sintió ella que se libraba de sus depresiones, que eran un tanto graves. Dijo que la primera charla le había provocado mucho desconcierto. Los pensamientos y las palabras eran nuevos para ella y parecían contradictorios, y ella no quería asistir a la segunda plática pero su amiga el explicó que esto sucedía con frecuencia, y que debería escuchar varias conferencias antes de decidir. Al fin acudió a todas ellas, y como digo, notó una sensación de libertad. Lo que dijisteis pareció tocar ciertos puntos de su conciencia, y sin hacer ningún esfuerzo para librarse de sus frustraciones y depresiones, vio que habían desaparecido; sencillamente habían dejado de existir. Esto fue hace algunos meses. La volví a ver el otro día, y esas depresiones ciertamente se han disipado; ella es normal y feliz, especialmente en su relación con su familia, y las cosas parecen ir perfectamente. 


“Todo esto es sólo preliminar”, continuó diciendo. “Como veis, gracias a esta paciente, he leído algunas de vuestras enseñanzas, y lo que realmente quiero discutir con vos es esto: ¿hay algún medio o método por el cual podamos llegar rápidamente a la raíz de toda esta desdicha humana? Nuestras técnicas actuales requieren tiempo y una cantidad considerable de paciente investigación”. 


Señor, si puede uno preguntarlo, ¿qué es lo que tratáis de hacer con vuestros pacientes? 


“Expuesto sencillamente, sin jerga psicoanalítica, tratamos de ayudarles a vencer sus dificultades, depresiones, etc., con el fin de que se ajusten o adapten a la sociedad”. 


¿Creéis que es muy importante ayudar a las personas a ajustarse a esta sociedad corrupta? 


“Puede estar corrompida, pero la reforma de la sociedad no nos concierne. Nuestra tarea es ayudar al paciente a ajustarse a su ambiente y ser un ciudadano más feliz y útil. Nos ocupamos de casos anormales y no tratamos de crear personas supernormales. No creo que sea esa nuestra función”. 


¿Creéis que podéis separaros de vuestra función? Si puedo preguntar, ¿no es también vuestra función el producir un orden totalmente nuevo, un mundo en el cual no haya guerra, antagonismo, impulso a competir, etc.? ¿No producen todos estos impulsos y compulsiones un ambiente social que desarrolla personas anormales? Si uno se interesa sólo en ayudar al individuo a adaptarse al patrón social existente, aquí o en otra parte, ¿no estará manteniendo las causas mismas que contribuyen a la frustración, a la desdicha y a la destrucción? 

“Hay algo, ciertamente, de lo que decís, pero como analistas, no creo que estemos preparados a penetrar tan profundamente en toda la cuestión de la desgracia humana”.

Entonces parece, señor, que os interesáis, no en el desenvolvimiento total del hombre, sino sólo en una parte determinada de su conciencia total. Curar cierta parte puede ser necesario, pero sin comprender el proceso total del hombre, podemos causar otras formas de enfermedad. Ciertamente, esto no es cuestión de discusión o especulación; es un hecho evidente que ha de ser tomado en consideración, no meramente por especialistas, sino por cada uno de nosotros.

“Lleváis a cuestiones muy profundas a las cuales no estoy acostumbrado, y me encuentro más allá de mi penetración. He pensado sólo vagamente sobre estas cosas, y sobre lo que estamos efectivamente tratando de realizar con nuestros pacientes fuera del proceder corriente. Comprenderéis que los más de nosotros no tenemos la inclinación ni el tiempo necesario para estudiar todo esto; pero supongo que realmente deberíamos hacerlo si queremos librarnos y ayudar a nuestros pacientes a librarse de la confusión y desdicha de la actual civilización occidental”.

La confusión y desdicha no están sólo en Occidente, porque los seres humanos de todo el mundo se encuentran en el mismo apuro. El problema del individuo es también el problema del mundo, no son dos procesos separados y distintos. Lo que nos concierne, seguramente, es el problema humano, tanto si el ser humano está en Oriente como en Occidente, que es una arbitraria división geográfica. Toda la conciencia del hombre está interesada en Dios, en la muerte, en un vivir acertado y feliz, en los hijos y su educación, en la guerra y en la paz. Sin comprender todo esto, no puede haber curación del hombre.

“Tenéis razón, señor, pero creo que muy pocos de nosotros somos capaces de una investigación tan amplia y profunda. A la mayoría de nosotros se nos ha educado erróneamente. Llegamos a ser especialistas, técnicos, lo cual tiene sus aplicaciones pero desgraciadamente ese es nuestro fin. Aunque su especialidad sea el corazón o el complejo, cada especialista construye su pequeño cielo, como lo hace el sacerdote, y aunque de vez en cuando lea algo en otra dirección, allí se queda hasta que muere. Tenéis razón, pero así es.

“Ahora bien, señor, quisiera volver a mi pregunta: ¿hay un método o técnica que permita ir directamente a la raíz de nuestras desdichas, especialmente las del paciente, y así desarraigarlas rápidamente?”

De nuevo, si se puede preguntar, ¿por qué estáis siempre pensando en términos de métodos y técnicas? ¿Puede un método o técnica liberar al hombre, o meramente lo amoldará a un fin deseado? Y el fin deseado, como es lo opuesto de las ansiedades, los temores, las frustraciones, las presiones del hombre, es él mismo un resultado de estas cosas. La reacción de los opuestos no es verdadera acción, en el mundo económico ni en el psicológico. Aparte de técnica y método, puede haber un factor que realmente ayude al hombre.

“¿Cuál es?”

Tal vez sea el amor.




LIMPIEZA DEL PASADO


Una carretera bien cuidada permitía subir al pie de la colina, y un sendero continuaba desde allí. En lo alto de la colina estaban las ruinas de un baluarte muy antiguo. Millares de años atrás era un lugar formidable, una fortaleza de rocas gigantescas, de soberbias naves sostenidas por columnas con pisos de mosaico, de baños y cámaras de mármol. Cuanto más se acercaba uno a esta ciudadela, más altas y gruesas resultaban las murallas, y más vigorosamente tuvo que haber sido defendida; y sin embargo fue conquistada, destruida y reconstruida. Los muros exteriores se hicieron de enormes bloques de piedra colocados uno sobre otro, sin ningún mortero para unirlos. Dentro del recinto de los muros se encontraba una antigua fuente, de varios pies de profundidad, con peldaños que permitían bajar a su fondo. Estos peldaños eran planos y resbaladizos, y los costados de la fuente brillaban con la humedad. Todo estaba en ruinas ahora, pero quedaba la vista maravillosa desde lo alto de la colina. A lo lejos por la izquierda estaba el brillante mar, bordeando llanuras muy abiertas, con montañas al otro lado de ellas. A corta distancia se alzaban dos colinas más pequeñas, que en aquellos lejanos días habían sido también fortalezas, pero nada comparables a esta encumbrada ciudadela, que dominaba a las colinas vecinas y a las llanuras. Era una mañana encantadora, y la brisa marina agitaba las flores de vivos colores que había entre las ruinas. Estas flores eran muy bellas, de matices ricos y profundos, y crecían en lugares extraordinarios, sobre las rocas, en las hendiduras de muros derruidos y en los patios. Se habían desarrollado allí, silvestres y libres, durante innumerables siglos, y parecía un sacrilegio pisarlas, pues se hacinaban en el sendero; era su mundo, y nosotros éramos forasteros; pero ellas no le hacían a uno sentirse mal.

La vista desde esta cumbre no era de las que quitan el aliento, como las que se ven de vez en cuando, y que abruman la conciencia con su grandeza y silencio. Allí no era así. Había allí un apacible encanto, suave y expansivo; allí podíais vivir fuera del tiempo, sin un pasado y un futuro, porque erais uno con todo este mundo arrobador. No erais un ser humano, un forastero que venía de un país diferente, sino que erais aquellas alturas, aquellas cabras y el pastor. Erais el cielo y la florida tierra, no estabais aparte de ello, erais de ello. Pero no os dabais cuenta de que era así, como tampoco se daban cuenta aquellas flores. Erais aquellos sonrientes campos, el mar azul y el distante tren con sus pasajeros. No existíais, vos que escogéis, comparáis, actuáis y buscáis estabais en todo.

Alguien dijo que era tarde y que teníamos que marcharnos, de modo que bajamos el sendero por el otro lado de la colina, tomando luego la carretera que conducía al mar.

Estábamos sentados bajo un árbol y él contaba que siendo joven y de mediana edad, había trabajado en diversas partes de Europa en el lapso entre las dos guerras mundiales. Durante la última, no tuvo hogar, con frecuencia pasó hambre, y faltó poco para que lo fusilaran por una u otra cosa, éste o aquel ejército conquistador. Había pasado en prisión insomnes y torturadas noches, porque en su vida errante había perdido el pasaporte, y nadie creía su simple declaración sobre donde había nacido y a qué país pertenecía. Hablaba varias lenguas, había sido ingeniero, luego estuvo en alguna clase de negocio, y ahora pintaba. Ya tenía pasaporte, dijo sonriendo, y un lugar donde vivir.

“Hay muchos como yo, personas que quedaron destruidas y que han vuelto a la vida”, siguió diciendo. “No lo lamento, pero en cierto modo he perdido el contacto íntimo con la vida, al menos con lo que uno llama vida. Estoy harto de ejércitos y reyes, banderas y política. Han causado tanto mal y dolor como nuestra religión oficial, que ha derramado más sangre que ninguna otra; ni aun el mundo musulmán puede competir con nosotros en violencia y horror, y ahora todos estamos en esto otra vez. Yo solía ser muy cínico, pero aquello también había pasado. Vivo solo, pues mi esposa e hijo murieron durante la guerra, y ahora es bastante bueno para mí cualquier país mientras sea cálido. No me preocupa mucho una cosa o la otra, pero vendo mis cuadros de vez en cuando, y esto me va sosteniendo. A veces resulta un poco difícil ganarse la vida, pero surge siempre algo, y como mis necesidades son muy sencillas, no me produce muchos quebraderos de cabeza la cuestión del dinero. Soy un monje de corazón, pero fuera de la prisión de un monasterio. Os cuento todo esto, no simplemente para seguir divagando sobre mí mismo, sino para daros un esquema de mis antecedentes, porque al hablar estas cosas con vos, puedo llegar a comprender algo que se ha vuelto muy vital para mí. Ninguna otra cosa me interesa ni aun mi pintura.

“Un día me puse en marcha hacia esas colinas con mis instrumentos de pintura, porque había visto allí algo que quería pintar. Era muy temprano cuando llegué al lugar, y había unas pocas nubes en el cielo. Desde donde yo estaba podía ver a través del valle hasta el chispeante mar. Me encantaba estar solo y empecé a pintar. Debí de haber estado pintado durante cierto tiempo, y me salía bellamente, sin tensión ni esfuerzo, cuando me di cuenta de que algo estaba sucediendo dentro de mi cabeza, si puedo expresarlo así. Estaba tan absorto pintando que durante un rato no advertí lo que me estaba pasando, y entonces de repente me di cuenta. No podía seguir pintando, pero estaba sentado muy quieto”. Tras un momento de pausa continuó.

“No creáis que estoy loco, pues no lo estoy, pero sentado allí me di cuenta de una extraordinaria energía creadora. No era que yo fuera creador, sino algo en mi interior, algo que estaba también en aquellas hormigas y en aquella agitada ardilla. No creo estar explicando esto muy bien, pero seguramente comprendéis lo que quiero decir. No era la creatividad de algún Tomás, Ricardo o Enrique escribiendo un poema, o de mí mismo pintando un estúpido cuadro; era sencillamente creación, pura y simple, y las cosas producidas por la mente o por la mano estaban en los bordes externos de esta creación, con poca importancia o significado. Me parecía estar bañado en ello, había una cosa sagrada en ello, una bendición. Si yo fuera a expresarlo en términos religiosos, diría... Pero no lo haré. Esas palabras religiosas se me quedan en la boca, ya no tienen significado alguno. Era aquello el centro de la Creación, Dios mismo... ¡De nuevo estas palabras! Pero os digo que era santo, no la santidad artificial de las iglesias, del incienso y de los himnos, que es todo un disparate falto de madurez. Aquello era algo no contaminado, no pensado, y las lágrimas rodaban por mis mejillas; me estaba limpiando de todo mi pasado. La ardilla había dejado de inquietarse sobre su próxima comida, y había un asombroso silencia, no el silencio de la noche cuando duermen todas las cosas, sino un silencio en el cual todo estaba despierto.

“Tengo que haber estado sentado allí, inmóvil, muy largo tiempo, porque el sol estaba en el oeste; me sentía un poco entumecido, se me había dormido una pierna y sólo con dificultad podía mantenerme en pie. No exagero, señor, pero el tiempo parecía haberse detenido, o mejor dicho, no había tiempo. Yo no tenía reloj, pero tenían que haber pasado varias horas desde el momento en que dejé el pincel hasta el momento en que me levanté. Yo no estaba histérico, ni había perdido el conocimiento, como algunos podrían concluir; al contrario, estaba plenamente alerta, me daba cuenta de todo lo que estaba sucediendo en torno mío. Recogí todas mis cosas y las puse cuidadosamente en la mochila, me marché, y en aquel extraordinario estado caminé de regreso hasta mi casa. Todos los ruidos de una pequeña población no perturbaron en forma alguna aquel estado, que duró varias horas después de llegar yo a casa. Cuando me desperté a la mañana siguiente, ello había cesado por completo. Miré a mi cuadro era bueno, pero nada excepcional.

“Siento haber charlado tanto tiempo”, concluyó diciendo “pero lo he tenido embotellado en mi interior y no se lo podría haber contado a ninguna otra persona. Si lo hubiera hecho, habrían llamado a un sacerdote, o sugerido uno de esos analistas. Ahora yo no pido una explicación, pero ¿cómo surge esto? ¿Cuáles son las circunstancias necesarias para que ocurra?”

Hacéis esta pregunta porque queréis experimentarlo de nuevo, ¿no es verdad?

“Supongo que ese es el motivo de mi pregunta, pero…”

Por favor, vamos a partir de ahí. Lo importante no es que ello ocurriera, sino que vos vayáis tras de ello. La codicia engendra arrogancia, y lo que es necesario es la humildad. No podéis cultivar la humildad; si lo hacéis, ya no es humildad, sino otra adquisición. Es importante, no que tengáis otra experiencia semejante, sino que haya inocencia, libertad del recuerdo de la experiencia, buena o mala, agradable o dolorosa.

“Santo Dios, me estáis diciendo que olvide algo que ha llegado a ser de total importancia para mí. Estéis pidiendo lo imposible. Yo no puedo olvidarlo, ni quiero”.

Sí, señor, esa es la dificultad. Os ruego escuchéis con paciencia y penetración. ¿Qué tenéis ahora? Un recuerdo muerto. Mientras estaba ocurriendo era una cosa viva y no había “yo” para experimentar aquella cosa viva, no había memoria que se aferrase a lo que había sido. Vuestra mente se encontraba entonces en un estado de inocencia, sin buscar, preguntar ni retener; era libre. Pero ahora estáis buscando y os aferráis al muerto pasado. Oh, si, está muerto; vuestro recuerdo lo ha destruido y está creando el conflicto de la dualidad, el conflicto entre lo que ha sido y lo que esperáis. El conflicto es muerte, y vos estáis viviendo en la oscuridad. Esta cosa ocurre efectivamente cuando el ego está ausente; pero su recuerdo, el anhelo de más, refuerza el yo e impide la viviente realidad.

“Entonces ¿cómo voy a borrar este excitante recuerdo?”

Esta pregunta también indica el deseo de recapturar aquel estado, ¿no es así? Queréis borrar el recuerdo de aquel estado, con el fin de experimentarlo ulteriormente, de modo que el anhelo aun persiste, aunque estéis dispuesto a olvidar lo que ha sido. Vuestro anhelo de aquel estado extraordinario es semejante al de un hombre enviciado con la bebida o con una droga. Lo que es importantísimo no es la nueva vivencia de esa realidad, sino que este anhelo sea comprendido y se disuelva voluntariamente sin resistencia, sin la acción de la voluntad .

“¿Queréis decir que el hecho mismo de recordar ese estado y mi intenso impulso de experimentarlo de nuevo están impidiendo que suceda algo de una naturaleza semejante o acaso diferente? ¿Es preciso que no haga yo nada, consciente o inconscientemente, para que surja?”

Si realmente comprendéis, así es.

“Pedís una cosa casi imposible, pero nunca sabe uno...”




AUTORIDAD Y COOPERACIÓN


Había sido secretaria de un gran jefe de negocios, explicaba, y había trabajado con él durante muchos años. Tenía ella que haber sido muy eficiente, pues lo demostraba en su actitud y en sus palabras. Habiendo ahorrado algún dinero, había abandonado aquel empleo hacía un par de años, porque deseaba ayudar al mundo. Todavía muy joven y vigorosa, quería dedicar el resto de sus años a algo que valiera la pena, de modo que estudió las diversas organizaciones espirituales. Antes de ir al colegio fue educada en un convento, pero las cosas que le enseñaron allí, ahora le parecían limitadas, dogmáticas y autoritarias y naturalmente ella no podía pertenecer a semejante institución religiosa. Pero estudiando otras varias, al fin había dado con una que parecía ser más amplia y tener más significado que la mayoría, y ahora actuaba en el centro mismo de esa organización, ayudando a uno de sus principales colaboradores.

“Al fin he encontrado algo que da una satisfactoria explicación de todo el asunto de la existencia”, siguió diciendo. “Claro que tiene su autoridad en los Maestros, pero uno no es obligado a creer en ellos. Casualmente, yo creo, pero esto no tiene importancia. Pertenezco al grupo interno, y como sabéis, practicamos ciertas formas de meditación. A muy pocos de nosotros se les habla de su iniciación por los Maestros, no a tantos como antes. En estos días son más cautos”.

Si se puede preguntar, ¿por qué explicáis todo esto?

“Estuve presente la otra tarde en vuestra discusión cuando se dijo que todo seguimiento es malo. Después he asistido a varias más de estas discusiones, y naturalmente me siento perturbada por todo lo que se dijo. Como podéis ver, trabajar por los maestros no significa necesariamente seguirlos. Hay autoridad, pero somos nosotros los que necesitamos autoridad. Ellos no nos piden obediencia, pero nosotros se la damos, a ellos, o a sus representantes”.

Si, como decís, habéis tomado parte en las discusiones, ¿no os parece que lo que estáis diciendo ahora es un poco falto de madurez? Refugiarse en los Maestros o en sus representantes, cuya autoridad tiene que basarse en el deber y placer escogidos por uno mismo, es esencialmente lo mismo que refugiarse en la autoridad de la iglesia, ¿no es así? Uno puede ser considerado estrecho y el otro amplio, pero los dos atan evidentemente. Cuando uno está confuso busca guía, pero lo que uno halla será invariablemente el resultado de la propia confusión. El líder es tan confuso como el seguidor, que, partiendo de su conflicto y desdicha, ha escogido al líder. Seguir a otro, sea un líder, un salvador o un Maestro, no trae claridad y felicidad. Sólo con la comprensión de la confusión y del creador de ella, se libra uno del conflicto y de la desdicha. Esto parece bastante evidente, ¿no es así?

“Puede serlo para vos, señor, pero todavía yo no comprendo. Necesitamos trabajar siguiendo las vías correctas, y los que saben pueden establecer y establecen efectivamente, ciertos planes para nuestra guía. Esta no implica ciego seguimiento”.

No hay seguimiento iluminado; todo seguimiento es malo. La autoridad corrompe, tanto en las altas posiciones como entre los descuidados. Los descuidados no se vuelven reflexivos siguiendo a otro, por grande y noble que sea.

“A mí me agrada cooperar con mis amigos trabajando a favor de algo que tiene significación mundial. Para colaborar, necesitamos alguna clase de autoridad sobre nosotros”.

¿Hay cooperación cuando existe la influencia compulsiva, agradable o desagradable, de la autoridad? ¿Hay cooperación cuando estáis trabajando para un plan establecido por otro? ¿No os ajustáis entonces, consciente o inconscientemente, por el temor, por la esperanza de recompensa, etc.? ¿Y es cooperación la conformidad o ajuste? Cuando hay autoridad sobre vos, benévola o tiránica, ¿puede haber cooperación? Seguramente, la cooperación existe sólo cuando hay amor a la cosa por sí misma, sin el miedo del castigo o el fracaso, y sin el ansia de éxito o reconocimiento. La cooperación sólo es posible cuando estamos libres de envidia, de adquisitividad, y del anhelo de dominio, poder, personal o colectivo.

“¿No sois demasiado drástico en estas cuestiones? Nada se lograría jamás si fuéramos a aguardar hasta habernos librado de todas esas internas causas que son evidentemente malas”.

Pero ¿qué estáis logrando ahora? Tiene que haber profunda seriedad y revolución interna si ha de haber un mundo diferente, tiene que haber al menos algunos que no estén perpetuando consciente o inconscientemente el conflicto y la desdicha. La ambición personal y la ambición por lo colectivo, tienen que disiparse, porque la ambición en cualquier forma impide el amor.

“Me siento demasiado perturbada por todo lo que bebéis dicho, y espero poder volver otro día, cuando esté un poco más serena”.

Volvió muchos días después.

“Después de veros, me fui a la soledad a pensar en todo esto objetiva y claramente, y pasé varias noches insomnes. Mis amigos me advirtieron que no me perturbase demasiado por lo que decíais, pero yo me sentía perturbada, y tenía que aclarar ciertas cosas por mí misma. He estado leyendo algunas de vuestras conferencias más detenidamente, sin presentar resistencia, y las cosas se van aclarando. No hay retroceso y no estoy dramatizando. He renunciado a la organización, con todo lo que ello significa. Mis amigos naturalmente están disgustados y creen que volveré; pero yo creo que no. He hecho esto porque veo la verdad de lo que se ha dicho. Ya veremos lo que ocurre ahora”.




MEDIOCRIDAD


La tempestad había durado varios días, con fuertes vientos y lluvias torrenciales. El agua estaba empapando la tierra, y se lavaba de los árboles el polvo de muchos veranos. En esta parte del país realmente no había llovido durante varios años, pero ahora venía la compensación, al menos todos lo esperaban, y había alegría en el ruido de la lluvia y de las corrientes de agua. Aún estaba lloviendo cuando todos nos fuimos a acostar, y el acompasado ruido del agua era muy fuerte en el techado. Tenía un ritmo, una danza, y había el murmullo de muchos arroyos. Y después ¡qué bella mañana se puso! Las nubes habían desaparecido, y las colinas en torno resplandecían con el temprano sol matutino; todas habían quedado limpias y lavadas, y había una bendición en el ambiente. Aun no se movía nada y sólo brillaban las altas cumbres. Dentro de pocos minutos comenzarían los ruidos del día; mas ahora reinaba una honda paz en el valle, aunque los arroyos murmuraban y a lo lejos había empezado a cantar un gallo. Todos los colores habían cobrado vida; todo era muy vivido, la nueva hierba y aquel enorme árbol que parecía dominar el valle. Había nueva vida con abundancia, y ahora los dioses recibirían su ofrenda, alegre y libremente dada; ahora los campos se enriquecerían para el venidero arroz, y no habría falta de piensos y forrajes para vacas y cabras; ahora los pozos estarían llenos y los matrimonios podrían celebrarse alegremente. La tierra estaba roja y había regocijo.

“Me doy plena cuenta del estado de mi mente”, explicó él. “He ido a la universidad y he recibido lo que se llama educación, y he leído bastante extensamente. En lo político he sido de la extrema izquierda, y estoy muy familiarizado con su literatura. El partido ha llegado a ser como cualquier religión organizada, es lo que fue y continúa siendo el catolicismo, con las excomuniones, las amenazas y privaciones. Durante cierto tiempo, trabajé ambiciosamente en política, esperando un mundo mejor; pero he calado este juego, aunque yo podría haber ido a la cabeza en él. Hace largo tiempo vi que la reforma real no llega por la política; la política y la religión no se mezclan. Ya sé que la cosa que hay que decir es que debemos llevar la religión a la política; pero lo que hacemos por el momento, ya no es religión, sencillamente se ha convertido en desatino. Dios no nos habla en términos políticos, pero nosotros creamos nuestro propio dios en términos de nuestra política o condicionamiento económico.

“Pero no he venido a hablar con vos de política, y tenéis mucha razón en negaros a discutirla. He venido a hablar de algo que realmente me está consumiendo. La otra tarde dijisteis algo sobre la mediocridad. Escuché, pero no pude absorberlo, porque yo estaba demasiado confuso; sin embargo, mientras hablabais, me hizo una fuerte impresión esa palabra ‘mediocridad’. Nunca había pensado que yo mismo fuese mediocre. No utilizo esta palabra en su sentido social, y, como vos indicasteis, no tiene nada que ver con las diferencias de clase y económicas, ni con el nacimiento”.

Desde luego. La mediocridad está enteramente fuera del campo de las arbitrarias divisiones sociales.

Veo que lo está. Dijisteis también, si recuerdo bien, que la persona verdaderamente religiosa es la única revolucionaria, y semejante persona no es mediocre. Yo hablo de la mediocridad de la mente, no del empleo o posición. Los que están en las más altas y más poderosas posiciones, y los que tienen ocupaciones maravillosamente interesantes, pueden no obstante ser mediocres. Yo no tengo una exaltada posición ni una ocupación particularmente interesante, y me doy cuenta del estado de mi propia mente. Es simplemente mediocre. Soy estudiante a la vez de la filosofía occidental y de la oriental, y me intereso en otras muchas cosas, pero a pesar de esto mi mente es muy ordinaria; tiene alguna capacidad para el pensar coordinado, pero es sin embargo mediocre y no creadora”.

Entonces ¿cuál es el problema, señor?

“Ante todo, estoy en realidad muy avergonzado del estado en que me encuentro, de mi propia compleja estupidez, y digo esto sin ninguna autocompasión. En lo más hondo de mí mismo, a pesar de todo mi saber, encuentro que no soy creador en el más profundo sentido de esa palabra. Tiene que ser posible tener esa creatividad de que hablasteis el otro día; pero ¿cómo se va uno a poner a ello? ¿No es esta una pregunta demasiado rústica?”

¿Podemos pensar en este problema muy sencillamente? ¿Qué es lo que hace mediocre a la mente-corazón? Puede uno tener conocimientos enciclopédicos, gran capacidad, y así sucesivamente, pero más allá de todas estas superficiales adquisiciones y dones, ¿qué es lo que hace a la mente hondamente estúpida? ¿Puede la mente ser, en cualquier tiempo, diferente de lo que siempre ha sido?

“Estoy empezando a ver que la mente, por muy lista, por muy capaz que sea, puede también ser estúpida. No puede convertirse en alguna otra cosa, porque siempre será lo que es. Puede ser infinitamente capaz de razonar, especular, proyectar, calcular, pero, por muy expansible que sea, siempre permanecerá en el mismo campo. Acabo de captar el significado de vuestra pregunta. Preguntáis si la mente, que es capaz de proezas tan asombrosas, puede superarse a sí misma por su propia voluntad y esfuerzo”.

Esa es una de las cuestiones que surgen. Si por muy lista y capaz que sea, la mente es aun mediocre, ¿puede, por medio de su propia volición llegar jamás más allá de sí misma? La mera condenación de la mediocridad con su amplio campo de excentricidades, no hará cambiar el hecho en nada. Y cuando el condenar, con todas sus implicaciones, ha cesado, ¿es posible descubrir lo que produce el estado de mediocridad? Ahora comprendemos el significado de esa palabra, de modo que atengámonos a él. ¿No es uno de los factores de la mediocridad el impulso de lograr, de tener un resultado, de triunfar? Y cuando queremos volvernos creativos, estamos todavía tratando la cuestión superficialmente, ¿verdad? Soy esto, que quiero cambiar para que sea eso, de modo que pregunto el cómo; pero cuando la creatividad es algo tras lo cual hay que esforzarse, un resultado que lograr, la mente la ha reducido a su propia condición. Este es el proceso que tenemos que comprender, y no tratar de convertir la mediocridad en alguna otra cosa.

“¿Queréis decir que cualquier esfuerzo por parte de la mente para cambiar lo que ella es, conduce meramente a la continuación de sí misma en otra forma, y así no ha habido cambio alguno?”

Así es ¿verdad? La mente ha producido su actual estado por su propio esfuerzo, por sus deseos y temores, por sus esperanzas, gozos y penas; y todo intento por su parte de cambiar ese estado sigue aún la misma dirección. Una mente pequeña que trate de no serlo, sigue siendo mezquina. Seguramente, el problema es la cesación de todo esfuerzo por parte de la mente para ser algo, en cualquier dirección que sea.

“Desde luego. Pero esto no implica negación, un estado de vacuidad, ¿no es así?”

Si uno meramente oye las palabras sin captar su significado, sin experimentar y vivir, entonces las conclusiones carecen de validez.

“Así no hay que esforzarse tras la creatividad. Ella no se ha de aprender, practicar o producir por ninguna acción, por ninguna forma de compulsión. Veo la verdad de eso. Si puedo, pensaré en voz alta y elaboraré lentamente esto con vos. Mi mente, que se ha avergonzado de su mediocridad, se da ahora cuenta del significado de la condenación. Esta actitud condenatoria es producida por el deseo de cambiar; pero este deseo mismo de cambiar es el resultado de su pequeñez y mezquindad, de modo que la mente sigue siendo lo que era y no ha habido cambio en absoluto. Hasta ese punto he comprendido”.

¿Cuál es el estado de la mente cuando no está intentando cambiarse a sí misma, convertirse en algo?

“Acepta lo que es”.

La aceptación implica que existe una entidad que acepta, ¿verdad? ¿Y no es esta aceptación también una forma de esfuerzo con el fin de ganar, de seguir experimentando? Se pone pues en marcha un conflicto de dualidad, que es de nuevo el mismo problema, porque es el conflicto que engendra la mediocridad de la mente y corazón. Libertad de la mediocridad es ese estado que existe cuando todo conflicto ha cesado; pero la aceptación es mera resignación. ¿O es que esa palabra “aceptación” tiene para vos diferente significado?

“Puedo ver las implicaciones de la aceptación, puesto que me habéis permitido penetrar en su significado. Pero ¿cuál es el estado de la mente que ya no acepta ni condena?”

¿Por qué lo preguntéis, señor? Es una cosa que debe ser descubierta, no meramente explicada.

“No estoy buscando una explicación ni especulando, pero ¿es posible que la mente esté serena, sin ningún movimiento, y sin embargo no se dé cuenta de su propia serenidad?

Darse cuenta de ella engendra el conflicto de la dualidad ¿no es así?



ENSERANZA POSITIVA Y NEGATIVA


El sendero era áspero y polvoriento, y conducía a una pequeña población situada más abajo. Quedaban unos pocos árboles dispersos en la ladera, pero la mayor parte de ellos habían sido cortados para leña y tenía uno que subir a una buena altura para encontrar rica sombra. Allá arriba los árboles ya no eran maltratados y estropeados por el hombre; crecían hasta su plena altura, con espesas ramas y normal follaje. La gente cortaba una rama para que las cabras comieran las hojas, y cuando quedaba desnuda la convertían en leña. Había escasez de madera en los niveles inferiores, y ahora subían a mayor altura, trepando y destruyendo. Las lluvias no eran tan abundantes como solían ser, ahora la población iba aumentando y la gente tenía que vivir. Había hambre, y se vivía tan indiferentemente como se moría. No había animales silvestres por allí y debían haber subido más arriba. Se veían unos cuantos pájaros escarbando entre los arbustos, pero aun ellos parecían consumidos, con algunas plumas rotas. Un arrendajo, blanco y negro, lanzaba un grito ronco, volando de rama en rama en un árbol solitario.

Estaba haciendo calor, y sería mucho mayor cuando llegase el mediodía. No había habido bastante lluvia durante varios años. La tierra estaba reseca y agrietada, los pocos árboles estaban cubiertos de polvo pardusco, y no había siquiera rocío matinal. El sol era implacable, día tras día, un mes tras otro, y la dudosa temporada de las lluvias aún estaba lejana. Algunas cabras subían la colina, con un muchacho que las cuidaba. Le sorprendió el ver a alguien allí, pero no sonreía, y con una seria mirada siguió a las cabras. Era un lugar solitario y reinaba el silencio del inminente bochorno.

Dos mujeres bajaban por el sendero llevando leña sobre sus cabezas. Una era anciana y la otra muy joven, y las cargas que llevaban parecían más bien pesadas. Cada una había equilibrado sobre la cabeza, protegida por un rodete de tela, un largo haz de ramas secas, atadas con una enredadera verde, y lo mantenía en posición con una mano. Sus cuerpos se balanceaban libremente según bajaban la ladera con paso ligero y vivo. No llevaban nada en los pies, aunque el sendero era áspero. Los pies parecían encontrar su propio camino, porque las mujeres nunca miraban para abajo; mantenían las cabezas muy derechas, con los ojos enrojecidos y distantes. Eran muy delgadas, se les notaban las costillas, y el cabello de la anciana estaba desgreñado y sin lavar. El de la muchacha parecía haber estado peinado y cuidado en un tiempo, porque aun tenía algunas trenzas limpias, brillantes; pero ella también estaba agotada, y se le notaba un aire de cansancio. No hacia mucho tiempo tenía que haber cantado y jugado con otros niños, pero eso se había terminado. Ahora, recoger leña por estas colinas era su vida, y lo sería hasta que muriera, con una tregua de vez en cuando al llegar un niño.

Por el sendero bajábamos todos. La pequeña población campestre estaba a varios kilómetros de distancia, y allí venderían su carga por una miseria, sólo para empezar de nuevo mañana. Charlaban, con largos intervalos de silencio. De pronto la joven le dijo a su madre que tenía hambre, y la madre replicó que habían nacido con hambre, vivido con hambre y que morirían con hambre; era su destino. Era la afirmación de un hecho; en su voz no había reproche, ni cólera, ni esperanza. Continuamos bajando por aquel pedregoso sendero. No era el observador que escuchaba, se compadecía y caminaba detrás de ellas. No formaba parte de ellas por amor y piedad; era ellas; había cesado y, ellas eran. No eran las desconocidas que había encontrado al subir la ladera, eran de él; suyas eran las manos que sostenían los haces; y el sudor, el agotamiento, el olor, el hambre, no eran de ellas, eran compartidos y sufridos. El tiempo y el espacio habían cesado. No había pensamientos en nuestras cabezas, demasiado cansadas para pensar; y si efectivamente pensábamos, era para vender la leña, comer, descansar y empezar de nuevo. El pedregoso sendero no hería los pies, ni el sol las cabezas. Sólo éramos dos que bajábamos por aquella acostumbrada ladera, al lado de aquel pozo en el que bebíamos como siempre, y seguíamos a través del seco lecho de un conocido arroyo.

“He leído y escuchado algunas de vuestras pláticas”, dijo, “y a mí, lo que decís me parece muy negativo no hay en ello dirección, ni una manera positiva de vivir. Esta perspectiva oriental es destructiva en grado máximo, y mirad en qué situación ha dejado al Oriente. Vuestra actitud negativa, y especialmente vuestra insistencia en que tiene que haber libertad de todo pensamiento, nos extravía mucho a nosotros los occidentales, que somos activos e industriosos por temperamento y necesidad. Lo que estáis enseñando es del todo contrario a nuestra forma de vida”.

Si puedo señalarlo, esta división en personas del Oeste o del Este es geográfica y arbitraria, ¿no es así? No tiene significación fundamental. Tanto si vivimos al oriente u occidente de cierta línea, tanto si somos morenos, negros, blancos o amarillos, todos somos seres humanos, que sufren y esperan, que temen y creen; el gozo y la pena existen aquí como existen allá. El pensamiento no es de Occidente o de Oriente, pero el hombre lo divide con arreglo a su condicionamiento. El amor no es geográfico, tenido por sagrado en un continente y negado en otro. La división de los seres humanos es hecha con fines económicos y de explotación. Esto no significa que los individuos no sean diferentes en temperamento, etc.; hay semejanza, y sin embargo hay diferencias. Todo es bastante evidente y psicológicamente es un hecho real, ¿no es cierto?

“Puede serlo para vos, pero nuestra cultura, nuestra manera de vivir, es enteramente diferente de la de Oriente. Nuestro conocimiento científico, que se ha ido desarrollando lentamente desde los días de la antigua Grecia, es ahora inmenso. Oriente y Occidente se van desarrollando a lo largo de dos líneas diferentes.

Viendo la diferencia, debemos sin embargo darnos cuenta de la semejanza. Las expresiones exteriores pueden variar, y varían, pero tras de estas formas y manifestaciones exteriores, son semejantes los impulsos, las compulsiones, los anhelos y los temores. No nos dejemos engañar por las palabras. Tanto aquí como allá, el hombre quiere tener paz y abundancia, y encontrar algo más que la felicidad material. Las civilizaciones pueden variar según el clima, el ambiente, el alimento, etc., pero la cultura por todo el mundo es fundamentalmente la misma: tener compasión, eludir el mal, ser generoso, no ser envidioso perdonar, etc., Sin esta cultura fundamental, cualquier civilización tanto aquí como allí, se desintegrará o será destruida. El conocimiento puede ser adquirido por los pueblos llamados atrasados pueden aprender muy pronto el “saber” práctico de Occidente; ellos también pueden ser traficantes de guerra, generales, abogados, policías, tiranos, con campos de concentración y todo lo demás. Pero la cultura es un asunto totalmente diferente. Al amor de Dios y a la libertad del hombre no se llega tan fácilmente, y sin éstos el bienestar material no significa mucho.

“Tenéis razón en esto, señor, pero desearía que consideraseis lo que dije sobre vuestras enseñanzas negativas. Realmente me gustaría comprenderlas, y no me consideréis rudo si parezco un tanto directo en mis afirmaciones”

¿Qué es negativo y qué positivo? La mayoría de nosotros estamos acostumbrados a que se nos diga lo que hay que hacer. Dar y seguir instrucciones se considera que es enseñanza positiva. Ser conducido parece ser positivo, constructivo, y a aquellos que están condicionados para seguir, les parece negativa destructora, la verdad de que el seguimiento es pernicioso. La verdad es la negación de lo falso, no lo opuesto de lo falso. La verdad es enteramente diferente de lo positivo y lo negativo y una mente que piense en términos de los opuestos nunca podrá darse cuenta de ello.

“Creo que no comprendo plenamente todo esto. ¿Haríais el favor de explicarlo un poco más?”

Como veis, señor, estamos acostumbrados a la autoridad y la guía. El impulso a ser guiado surge del deseo de estar seguro protegido, y también del deseo de tener éxito. Este es uno de nuestros más profundos impulsos, ¿no es así?

“Creo quedo es, pero sin protección y seguridad, el hombre…”

Por favor, vamos a penetrar en el asunto sin saltar a conclusiones. En nuestro impulso para estar en seguridad, no sólo como individuos, sino como grupos, naciones y razas, ¿no hemos creado un mundo en el cual la guerra, dentro y fuera de una sociedad particular, se ha convertido en la cuestión de mayor interés?

“Lo sé; mi hijo pereció en una guerra en ultramar”.

La paz es un estado mental; es la liberación de todo deseo de estar seguro. La mente-corazón que busca seguridad tiene que estar siempre en la sombra del temor. Nuestro deseo no es sólo de seguridad material, sino mucho más, de seguridad interna, psicológica, y es este deseo de estar internamente en seguridad mediante la virtud, mediante la creencia, mediante una nación, lo que crea grupos e ideas limitadores y, por lo tanto, en conflicto. Este deseo de estar en seguridad, de alcanzar un fin anhelado, engendra la aceptación de dirección, el seguimiento del ejemplo, el culto del éxito, la autoridad de líderes, salvadores, Maestros, gurús, a todo lo cual se llama enseñanza positiva; pero es realmente irreflexión e imitación.

“Eso lo veo; pero ¿no es posible dirigir o ser dirigido sin convertirse uno mismo o convertir a otro en una autoridad, en un salvador?”

Estamos tratando de comprender la tendencia a ser dirigido, ¿verdad? ¿Qué es este impulso? ¿No es el resultado del miedo? Estando inseguro, viendo impermanencia en torno de sí, hay la tendencia a encontrar algo seguro, permanente pero esta urgencia es el impulso del temor. En vez de comprender lo que es el temor, escapamos de él, y el mismo escape es temor. Se refugia uno en lo conocido, siendo lo conocido las creencias, los ritos, el patriotismo, las consoladoras fórmulas de los instructores religiosos, las seguridades tranquilizadoras de los sacerdotes, etc. Esto a su vez trae conflicto entre hombre y hombre, de modo que el problema es mantenido y pasa de una generación a otra. Si uno ha de resolver el problema, tiene que explotar y comprender su raíz. Esta enseñanza llamada positiva, el qué-pensar de las religiones, incluyendo el comunismo, da continuidad al temor; de modo que la enseñanza positiva es destructiva.

“Creo que estoy empezando a ver vuestra manera de abordarlo, y espero que mi percepción sea acertada”.

No es una actitud personal o de opinión; no hay forma personal de abordar la verdad, lo mismo que no la hay para el descubrimiento de hechos científicos. No es real la idea de que hay senderos separados hacia la verdad, que la verdad tiene diferentes aspectos; es el especulativo pensamiento del intolerante tratando de ser tolerante.

“Tiene uno que andar con mucho cuidado, según veo, en el uso de las palabras. Pero me gustaría, si se me permite, volver a un punto que suscité antes. Como la mayoría de nosotros hemos sido educados para pensar —o se nos ha enseñado qué pensar, como decís— ¿no nos traeréis únicamente más confusión cuando insistís en decir en diferentes formas que todo pensamiento es condicionado y que tiene uno que ir más allá de todo pensamiento?”

Para la mayoría de nosotros, el pensar es extraordinariamente importante; pero ¿lo es? Tiene cierta importancia, pero el pensamiento no puede encontrar aquello que no es producto del pensamiento. El pensamiento es el resultado de lo conocido, y por lo tanto no puede sondear lo desconocido, lo incognoscible. ¿No es el pensamiento-deseo, deseo de las necesidades materiales o de la más alta meta espiritual? Estamos hablando, no del pensamiento de un hombre de ciencia que trabaja en el laboratorio ni del pensamiento de un absorto matemático, etc., sino sobre el pensamiento tal como funciona en nuestra vida diaria, en nuestros contactos y respuestas cotidianos. Para sobrevivir, nos vemos forzados a pensar. Pensar es un proceso de supervivencia, condicionante. Tanto si pensamos en el universo, en nuestro vecino en nosotros mismos o en Dios, todo nuestro pensar es limitado; condicionado, ¿no es así?

“Supongo que lo es, en el sentido en que estáis usando esa palabra ‘pensar’. Pero ¿no ayuda el conocimiento a romper este condicionamientos?”

¿Es que ayuda? Hemos acumulado conocimiento sobre tantos aspectos de la vida —medicina, guerra, legislación, ciencia— y hay por lo menos cierto conocimiento de nosotros mismos, de nuestra propia conciencia. Con toda esta cantidad de información, ¿estamos libres del dolor, de la guerra, del odio? ¿Nos librará, un aumento de conocimiento? Uno puede saber que la guerra es inevitable mientras el individuo, el grupo o la nación sean ambiciosos, busquen poder, y sin embargo continuar por los caminos que conducen a la guerra. ¿Puede ser radicalmente transformado mediante el conocimiento el centro que engendra antagonismo, odio? El amor no es lo opuesto del odio, si por medio del conocimiento el odio se transforma en amor, entonces no es amor. Este cambio producido por el pensamiento, por la voluntad, no es amor, sino meramente otra conveniencia autoprotectora.

“No sigo esto en absoluto, si se me permite decirlo”.

El pensamiento es la respuesta de lo que ha sido, la respuesta de la memoria, ¿no es así? La memoria es tradición, experiencia, y su reacción a cualquier nueva experiencia es el resultado del pasado; así la experiencia está siempre reforzando al pasado. La mente es el resultado de lo pasado, del tiempo el pensamiento es el producto de muchos oyeres. Cuando el pensamiento trata de cambiarse a sí mismo procurando ser o no ser esto o aquello, meramente se perpetúa bajo un nombre diferente. Como es el producto de lo conocido, el pensamiento nunca puede experimentar lo desconocido; siendo el resultado del tiempo, nunca puede comprender lo atemporal, lo eterno. El pensamiento ha de cesar para que lo real sea.

Como veis, señor, tenemos tanto miedo de perder lo que creemos tener, que nunca penetramos en estas cosas profundamente. Miramos a la superficie de nosotros mismos y repetimos palabras y frases que tienen muy poco significado; seguimos siendo, pues, mezquinos, y engendramos antagonismo tan irreflexivamente como engendramos hijos.

“Como decís, somos irreflexivos en nuestra aparente reflexión. Volveré, si me lo permitís”.



AYUDA


Las calles estaban llenas de gente y las tiendas llenas de cosas. Era la parte rica de la población, pero en las calles había personas de toda clase, ricos y pobres, trabajadores y empleados de oficina. Había hombres y mujeres de todas partes del mundo, unos pocos en sus trajes nativos, pero la mayor parte de ellos vestidos a la moda occidental. Había muchos automóviles, nuevos y viejos, y en aquella mañana de primavera los vehículos caros resplandecían de color y pulimento, y los rostros de la gente también brillaban y sonreían. Los establecimientos estaban igualmente llenos de gente, y muy pocas personas parecían darse cuenta del cielo azul. Las atraían los escaparates, los trajes, los automóviles nuevos y exhibiciones de alimentos. Había palomas por todas partes, que se movían de aquí para allá entre los muchos pies y entre los coches sin fin. Había una librería con todos los últimos libros de innumerables autores. La gente no parecía tener preocupación alguna; la guerra estaba lejos, en otra parte del globo. Abundaban el dinero, el alimento y el trabajo, y se adquiría y gastaba en enorme cantidad. Las calles eran como “cañones” entre los altos edificios, y no había árboles. Había mucho ruido; reinaba la extraña agitación de un pueblo que lo tenía todo y sin embargo no tenía nada.

Una enorme iglesia se alzaba en medio de establecimientos de moda, y frente a ella había un banco de iguales proporciones; los dos eran imponentes y aparentemente necesarios. En la vasta iglesia, un sacerdote con sobrepelliz y estola predicaba sobre Aquel que sufrió por causa del hombre. La gente rezaba arrodillada; había velas, ídolos e incienso. El sacerdote entonaba y la congregación respondía; al fin se levantaron y salieron a las soleadas calles y a las tiendas, con su despliegue de cosas. Ahora la iglesia quedaba en silencio; sólo permanecían unos pocos, perdidos en sus propios pensamientos. Las decoraciones, los ventanales ricamente coloreados, el púlpito, el altar y las velas, todo estaba allí para calmar la mente del hombre.

¿Se ha de encontrar a Dios en las iglesias, o en nuestros corazones? El impulso a ser consolado engendra ilusión es este impulso el que crea iglesias, templos y mezquitas. Nos perdemos en ellos, o bien en la ilusión de un omnipotente Estado, y la cosa real pasa desapercibida. Lo que carece de importancia se vuelve algo que consume enteramente. La verdad, o como queráis llamarle, no puede ser hallada por la mente, el pensamiento no puede ir tras de ella; no hay sendero hacia ella; no puede adquirirse por medio del culto, la plegaria o el sacrificio. Si queremos consuelo, confortación, los tendremos en una forma u otra; pero con ello vendrá más dolor y desdicha. El deseo de consuelo, de seguridad, tiene el poder de crear todas las formas de ilusión. Es sólo cuando la mente está en silencio que existe una posibilidad de que surja lo real.

Eramos varios, y B. empezó preguntando si no es necesario tener ayuda, si es que hemos de comprender todo este confuso problema de la vida. ¿No debe haber un guía, un ser iluminado que pueda mostrarnos el verdadero camino?

“¿No hemos estudiado todo eso suficientemente durante estos muchos años?”, preguntó S. “Yo por lo menos no estoy buscando un gurú o un instructor”.

“Si realmente no estáis buscando ayuda, entonces ¿para qué estáis aquí?”, insistió B. “¿Queréis decir que habéis desechado todo deseo de guía?”

“No, no creo que lo haya hecho, y me gustaría explorar este deseo de buscar guía o ayuda. Ya no voy ahora mirando escaparates, como si dijéramos, corriendo a los diversos instructores, antiguos y modernos, como lo hacía en cierto tiempo; pero necesito ayuda efectivamente, y me gustaría saber por qué. Y ¿llegará un tiempo en que ya no necesite auxilio?”

“Personalmente, yo no estaría aquí si no hubiera ayuda útil de nadie”, dijo M. “Se me ha ayudado en ocasiones anteriores, y por eso es por lo que estoy ahora aquí. Aun cuando habéis señalado los males del seguimiento, señor, vos me habéis ayudado, y yo continuaré acudiendo a vuestras pláticas y discusiones con la frecuencia que pueda”.

¿Estamos buscando pruebas de sí se nos está ayudando o no? Un médico, la sonrisa de un niño o de un transeúnte, una relación, una hoja arrastrada por el viento, un cambio de clima, aun un instructor, un gurú, todas estas cosas pueden ayudar. Hay ayuda en todas partes para un hombre que esté alerta; pero muchos de nosotros estamos dormidos para todo excepto para un particular maestro o libro, y este es nuestro problema. Prestáis atención cuando yo digo algo, ¿no es así? Pero cuando alguna otra persona dice la misma cosa, tal vez en diferentes palabras, os volvéis sordos. Escucháis a uno al que consideráis ser la autoridad, y no estáis alerta cuando hablan otros.

“Pero yo he encontrado que lo que decís tiene generalmente importancia”, replicó M. “y así os escucho atentamente. Cuando otro dice algo, suele ser una trivialidad, una respuesta insulsa u obtusa, o acaso es que yo mismo estoy embotado. La cosa es que me ayuda el hecho de escucharos, de modo que ¿por qué no voy a hacerlo? Aunque todo el mundo insista en que me estoy limitando a seguiros, yo seguiré sin embargo viniendo todas las veces que pueda”.

¿Por qué estamos abiertos a la ayuda de una particular dirección, y cerrados a todas las demás direcciones? Consciente o inconscientemente podéis darme vuestro amor, vuestra compasión, podéis ayudarme a comprender mis problemas; pero ¿por qué insisto en que vos sois la única fuente de auxilio, el único salvador? ¿Por qué os erijo en mi autoridad? Os escucho, estoy atento a cuanto decís, pero soy indiferente o sordo a la declaración de otro. ¿Por qué? ¿No es esta la cuestión?

“No estáis diciendo que no debamos buscar ayuda”, dijo L., “pero nos estáis preguntando por qué damos importancia al que ayuda, convirtiéndolo en nuestra autoridad. ¿No es eso?

Pregunto también que por qué buscáis ayuda. Cuando uno busca ayuda, ¿cuál es el impulso que lo mueve? Cuando uno, consciente, deliberadamente se pone a buscar ayuda, ¿es ayuda lo que necesita, o un escape, un consuelo? ¿Qué es lo que estamos buscando?

“Hay muchas clases de ayuda”, dijo B. “Desde el sirviente hasta el más eminente cirujano, desde el maestro de escuela hasta el gran hombre de ciencia, todos ellos dan alguna clase de ayuda. En cualquier civilización la ayuda es necesaria, no solamente la de clase ordinaria, sino también la guía de un maestro espiritual que haya alcanzado la iluminación y ayude a traer orden y paz al hombre”.

Por favor, dejemos de lado las generalidades y consideremos lo que significan para cada uno de nosotros la guía o la ayuda ¿No significan la resolución de dificultades individuales, penas; sufrimientos? Si sois un instructor espiritual, o un médico, yo vengo a vos con el fin de que se me muestre una feliz manera de vivir, o se me cure de alguna enfermedad. Buscamos del hombre iluminado una forma de vivir, y del erudito, conocimiento o información. Queremos lograr, tener éxito, queremos ser dichosos, de modo que buscamos una norma o modelo de vida que nos ayude a alcanzar lo que deseamos, sagrado o profano. Después de ensayar otras muchas cosas, pensamos en la verdad como la meta suprema, la paz y felicidad final y queremos alcanzarla; estamos así a la expectativa para encontrar lo que deseamos. Pero ¿puede jamás el deseo abrirse paso hacia la realidad?

¿No engendra ilusión el deseo de algo, por noble que sea? Y en cuanto el deseo actúa, ¿no erige la estructura de la autoridad, la imitación y el temor? Este es el proceso psicológico real, ¿no es así? ¿Y es esto ayuda, o autoengaño?

“¡Me está costando la mayor dificultad el no dejarme persuadir por lo que decís!” exclamó B. “Veo la razón, la importancia de ello. Pero yo sé que me habéis ayudado, y ¿voy a negarlo?”

Si alguien os ha ayudado y lo convertís en vuestra autoridad, ¿no estáis entonces impidiendo toda ulterior ayuda, no sólo de él, sino de todo en torno vuestro? ¿No está la ayuda en torno vuestro, en todas partes? ¿Por qué mirar sólo en una dirección? Y, cuando estáis tan encerrado, tan atado, ¿puede alguna ayuda llegar a vos? Pero cuando estáis abierto, hay ayuda incesante en todas las cosas, desde el canto de un pájaro hasta la llamada de un ser humano, desde la hoja de hierba hasta la inmensidad de los cielos. El veneno y la corrupción empiezan cuando consideráis a una persona como vuestra autoridad, vuestro guía, vuestro salvador. Esto es así ¿verdad?

“Creo que comprendo lo que estáis diciendo”, dijo L, “pero mi dificultad es esta. He seguido un seguidor, un buscador de guía, durante muchos años. Cuando señaláis el más profundo significado del seguimiento, intelectualmente coincido con vos, pero hay una parte mía que se rebela. Ahora bien, ¿cómo puedo integrar esta interna contradicción de modo que ya no sea yo un seguidor?”

Dos deseos o impulsos opuestos no pueden ser integrados, y cuando introducís un tercer elemento, que es el deseo de integración, no hacéis más que complicar el problema, no lo resolvéis. Pero cuando veis todo el significado de pedir ayuda, de seguir la autoridad, sea la autoridad de otro, o la de vuestra propia norma autoimpuesta, entonces esa misma percepción pone fin a todo seguimiento.



SILENCIO DE LA MENTE


Más allá de la neblina distante estaban las blancas arenas y el fresco mar, pero el calor era insufrible, aun bajo los árboles y en la casa. El cielo ya no era azul y el sol parecía haber absorbido toda partícula de humedad. La brisa del mar había cesado, y las montañas del otro lado, claras y cercanas, reflejaban los ardientes rayos del sol. El agitado perro yacía jadeante, como si su corazón fuera a estallar con este intolerable calor. Habría aun claros y soleados días, semana tras semana, durante muchos meses, y las colinas, perdido el verdor y la suavidad adquiridos con las lluvias de primavera, estaban requemadas y parduscas, y la tierra seca y dura. Pero había belleza aun ahora en estas laderas, con su luz trémula más allá de los verdes robles y el heno dorado, y con las estériles rocas de las montañas asomando por encima de aquellos.

La senda que conducía a través de las laderas hacia las altas montañas era polvorienta, pedregosa y áspera. No había arroyos, ni ruido de aguas corrientes. El calor era intenso en estas colinas, pero a la sombra de algunos árboles a lo largo del lecho del río seco era soportable, porque aquí había una leve brisa que subía por el “cañón” del valle. Desde esta altura, el azul del mar era visible a muchos kilómetros de distancia. Había una gran calma; aun los pájaros se mantenían quietos, y un arrendajo azul que se había mostrado ruidoso y alborotador, descansaba ahora. Un ciervo de piel oscura bajaba por el sendero, alerta y vigilante, dirigiéndose hacia una pequeña charca de agua en el seco lecho del arroyo; avanzaba silenciosamente sobre las rocas, contrayendo sus largas orejas y vigilando con sus grandes ojos todo movimiento entre los arbustos. Bebió cuanto pudo y se habría tendido a la sombra, cerca de la charca, pero tuvo que haberse dado cuenta de la presencia humana que no podía ver, porque bajó inquieto por el sendero y desapareció. Y ¡cuán difícil era observar a un coyote, una especie de perro salvaje, entre las colinas! Era del mismo color que las rocas y hacía lo que podía para no ser visto. Tenía que mantener uno la mirada constante sobre él, y aun entonces desaparecía y no se le podía descubrir de nuevo; miraba uno en busca de algún movimiento, pero no se percibía nada. Tal vez fuera al charco. No hacía mucho tiempo había habido un gran incendio en medio de estas colinas, y los animales silvestres se habían alejado; pero ahora algunos habían regresado. Al otro lado del sendero, una codorniz madre conducía a sus pollitos recién nacidos, más de una docena, los animaba suavemente, llevándolos hacia un espeso matorral. Eran como redondas pelotitas de color gris amarillento, de delicadas plumas, seres tan nuevos para este peligroso mundo, pero vivos y encantados. Allí, bajo el matorral, varios se habían encaramado sobre la madre, pero los más de ellos se encontraban bajo sus protectoras alas, descansando de las fatigas del nacimiento.

¿Qué es lo que nos une unos a los otros? No son nuestras necesidades. Ni es el comercio y las grandes industrias, ni los bancos y las iglesias estos son simplemente ideas y el resultado de ideas. Las ideas no nos unen a otros. Podemos unirnos por conveniencia, o por necesidad, peligro, odio o adoración, pero ninguna de estas cosas nos mantiene juntos. Todas ellas tienen que apartarse de nosotros, de modo que estemos solos. En esta soledad hay amor, y es el amor el que nos mantiene juntos.

Una mente preocupada nunca es una mente libre, tanto si está preocupada con lo sublime o con lo trivial.

Había venido de un país muy lejano. Aunque había tenido la poliomielitis, la dolencia paralizante, ya podía caminar y conducir un coche.

“Como tantos otros, especialmente los de mi condición, he pertenecido a diferentes iglesias y organizaciones religiosas”, dijo, “y ninguna de ellas me ha dado ninguna satisfacción pero uno nunca deja de buscar. Creo que soy serio, pero una de mis dificultades es que soy envidioso. La mayoría de nosotros somos impulsados por la ambición, la codicia o la envidia; estos son implacables enemigos del hombre, y sin embargo no parece uno poder prescindir de ellos. He tratado de crear varios tipos de resistencia contra la envidia, pero a pesar de todos mis esfuerzos quedo preso repetidamente en ella; es como el agua que se filtra por el techo y antes de que me dé cuenta de lo que sucede, me encuentro más intensamente envidioso que nunca. Probablemente habéis respondido a esta misma pregunta docenas de veces, pero si tenéis paciencia, desearía preguntar cómo se va uno a desembarazar de este tormento de la envidia”.

Tenéis que haber descubierto que con el deseo de no ser envidioso viene el conflicto de los opuestos. El deseo o la voluntad de no ser esto, pero ser aquello, contribuye al conflicto. Generalmente consideramos este conflicto como el proceso natural de la vida; pero ¿lo es? Esta lucha perpetua entre lo que es y lo que debía ser se considera noble, idealista; pero el deseo y el intento de ser no-envidioso es el mismo que el de ser envidioso, ¿verdad? Si uno realmente comprende esto, entonces no hay batalla entre los opuestos; cesa el conflicto de la dualidad. Esta no es una cuestión sobre la que deba reflexonarse cuando volváis a casa; es un hecho que ha de verse inmediatamente, y esta percepción es la cosa importante, no el cómo librarse de la envidia. La libertad de la envidia llega, no por medio del conflicto de su opuesto, sino con la comprensión de lo que es; pero esta comprensión no es posible en tanto la mente se interese por cambiar lo que es.

“¿No es necesario el cambio?”

¿Puede haber cambio por un acto de voluntad? ¿No es la voluntad deseo concentrado? Habiendo engendrado la envidia, el deseo busca ahora un estado en el cual no haya envidia; los dos estados son producto del deseo. El deseo no puede producir un cambio fundamental.

“¿Entonces, qué es lo que lo producirá?”

Percibir la verdad de lo que es. Mientras la mente, o el deseo, trate de cambiarse de esto a eso, todo cambio será superficial y trivial. El pleno significado de este hecho ha de sentirse y comprenderse, y sólo entonces es posible que ocurra una radical transformación. En tanto que la mente esté comparando, juzgando, buscando un resultado, no hay posibilidad de cambio, sino sólo una serie de interminables luchas a las cuales llama vivir.

“Lo que decís parece muy verdadero, pero ano en el momento en que os estoy escuchando me encuentro aprisionado en la lucha por cambiar, para alcanzar un fin, para lograr un resultado”.

Cuanto más lucha uno contra un hábito, por profundas que sean sus raíces, más fuerza le da uno. Darse cuenta de un hábito sin escoger y cultivar otro, es poner fin al hábito.

“Entonces tengo que permanecer silenciosamente con lo que es, sin aceptarlo ni rechazarlo. Esta es una enorme tarea, pero veo que es el único camino, si ha de haber libertad”.

“Ahora, ¿puedo pasar a otra cuestión? ¿No afecta el cuerpo a la mente, y la mente a su vez afecta al cuerpo? He observado esto especialmente en mi propio caso. Mis pensamientos están ocupados con el recuerdo de lo que fui —sano, fuerte, rápido de movimientos— y con lo que espero ser, comparado con lo que soy ahora. Parece que soy incapaz de aceptar mi actual estado. ¿Qué he de hacer?”

Esta constante comparación de lo presente con lo pasado y lo futuro produce dolor y el deterioro de la mente, ¿no es así? Os impide considerar el hecho de vuestro estado presente. El pasado nunca puede volver a ser, y el futuro es imprevisible, de modo que sólo tenéis el presente. Sólo podéis tratar adecuadamente con el presente cuando la mente está libre de la carga del recuerdo pasado y de la esperanza futura. Cuando la mente está atenta al presente, sin comparación, entonces hay una posibilidad de que ocurran otras cosas.

“¿Qué queréis decir con ‘otras cosas’?”

Cuando la mente está preocupada con sus propias penas, esperanzas y temores, no hay lugar para estar libre de estas cosas. El proceso auto-aislante del pensamiento sólo paraliza aun más la mente, de modo que se pone en marcha el círculo vicioso. La preocupación vuelve trivial, mezquina, superficial a la mente. Una mente preocupada no es una mente libre, y la preocupación con la libertad aun engendra mezquindad. La mente es mezquina cuando está preocupada con Dios, con el Estado, con la virtud o con su propio cuerpo. Esta preocupación con el cuerpo impide la adaptabilidad a lo presente, el ganar vitalidad y movimiento, por limitados que sean. El yo, con sus preocupaciones, produce sus propias penas y problemas, que afectan al cuerpo; y el ocuparse con los males corporales sólo sirve para estorbar más al cuerpo. Esto no quiere decir que deba descuidarse la salud; pero la preocupación con la salud, como la preocupación con la verdad, con las ideas, solamente atrinchera la mente en su propia mezquindad. Hay una vasta diferencia entre una mente preocupada y una mente activa. Una mente activa es silenciosa, se da cuenta, no escoge.

“Conscientemente es un poco difícil absorber todo esto, pero probablemente lo inconsciente está captando lo que estáis diciendo; por lo menos así lo espero”.

“Quisiera hacer una pregunta más. Como veis, señor, hay momentos en que mi mente está en silencio, pero estos momentos son muy raros. He reflexionado sobre el problema de la meditación, y he leído algunas de las cosas que habéis dicho sobre ella, pero durante largo tiempo mi cuerpo me preocupaba demasiado. Ahora que me he acostumbrado más o menos a mi estado físico, creo que es importante cultivar este silencio. ¿Cómo tiene uno que hacer para ello?”

¿Es que hay que cultivar el silencio, nutrirlo cuidadosamente y fortalecerlo? ¿Y quién es el cultivador? ¿Es diferente de la totalidad de vuestro ser? ¿Hay silencio, una mente en calma, cuando un deseo domina a todos los demás, o cuando establece resistencia contra ellos? ¿Hay silencio cuando la mente es disciplinada, conformada, controlada? ¿No implica todo esto un censor, un llamado yo superior que controla, juzga, escoge? ¿Y existe tal entidad? Si existe, ¿no es producto del pensamiento? El pensamiento, dividiéndose a sí mismo en lo superior y lo inferior, lo permanente y lo impermanente, sigue siendo el resultado del pasado, de la tradición, del tiempo. En esta división hace descansar su propia seguridad. El pensamiento o deseo busca ahora seguridad en el silencio, y así pide un método o un sistema que ofrezca lo que quiere. En lugar de las cosas mundanas, ahora anhela el placer del silencio, de modo que engendra conflicto entre lo que es y lo que debería ser. No hay silencio donde haya conflicto, represión, resistencia.

“¿No debe uno buscar el silencio?”

No puede haber silencio en tanto haya un buscador. Existe el silencio de una mente en calma sólo cuando no hay buscador, cuando no hay deseo. Sin replicar, haceos esta pregunta a vos mismo: Quede estar en silencio la totalidad de vuestro ser? ¿Puede estar en calma la totalidad de la mente, la consciente tanto como la inconsciente?



CONTENTO


El avión estaba lleno. Volaba a más de 6.000 metros de altura sobre el Atlántico, y debajo había una espesa alfombra de nubes. Por arriba el cielo estaba intensamente azul, el sol nos quedaba a la espalda y volábamos en dirección oeste. Los niños habían estado jugando, corriendo y recorriendo el pasillo, y ahora, cansados, dormían. Tras la larga noche, todos los demás estaban despiertos, fumando y bebiendo. Un hombre, sentado delante, hablaba a otro sobre su negocio, y una mujer en el asiento posterior describía en tono complacido las cosas que había comprado, y especulaba sobre la cantidad de dinero que tendría que pagar como derechos de aduana. A aquella altura, el vuelo era suave, no había saltos, aunque sí ásperos vientos por debajo de nosotros. Las alas del avión brillaban bajo la clara luz del sol, y las hélices giraban con suavidad, cortando el aire a fantástica velocidad; el viento venía de atrás y estábamos volando a cerca de 500 kilómetros por hora.

Dos hombres, al otro lado del estrecho pasillo, estaban hablando en voz alta, y era difícil no oír lo que estaban diciendo. Eran hombres corpulentos y uno de ellos tenía la cara roja, curtida por la intemperie. Explicaba el oficio de matar ballenas, cuán arriesgado es, qué beneficios da, y cuán terriblemente agitados son los mares. Algunas ballenas pesaban cientos de toneladas. Las madres con crías no se mataban o no debían matarse, ni se permitía matar más de cierto número de ballenas dentro de un tiempo especificado. La matanza de estos grandes monstruos había sido al parecer resuelta muy científicamente, teniendo cada grupo una tarea especial que realizar, para la cual se le adiestraba técnicamente. El olor del barco-factoría era casi insoportable, pero uno llega a acostumbrarse a él, como se acostumbra uno a casi todo. Pero había muchísimo dinero en ello si todo salía bien. Empezaba a explicar la extraña fascinación de matar, pero en aquel momento se trajeron bebidas y cambió el tema de la conversación.

A los seres humanos les gusta matar, tanto si es unos a otros, como a un inofensivo ciervo de ojos brillantes en lo profundo del bosque, o a un tigre que ha hecho presa en el ganado. A una serpiente que está sobre el camino se la atropella deliberadamente; se pone una trampa y se coge un lobo o un coyote. Personas bien vestidas y rientes salen con sus preciosas armas de fuego y matan aves que poco antes se estaban llamando unas a otras. Un muchacho mata a un cantor grajo azul con su carabina neumática, y los mayores que lo rodean nunca pronuncian una palabra de compasión, ni lo reprochan; al contrario, lo elogian por la buena puntería que tiene. Matar como se dice “por sport”, para alimento, por el país de uno, por la paz: no hay mucha diferencia en todo esto. La justificación no es la respuesta. Sólo hay: no matar. En Occidente creemos que los animales existen para nuestros estómagos, o para el placer de matar, o para darnos sus pieles. En Oriente se ha enseñado durante siglos y todos los padres lo han repetido: no matéis, tened compasión, sed piadosos. Aquí los animales no tienen alma, de modo que pueden matarse con impunidad; allí los animales tienen alma, de modo que consideradlo y dejad que vuestro corazón conozca el amor. Comer animales, aves, se considera aquí como una cosa normal, natural, aprobada por la iglesia y por los anuncios comerciales; allí, no, y los reflexivos, los religiosos, por tradición y cultura, nunca lo hacen. Pero esto también está cambiando rápidamente. Aquí siempre hemos matado en nombre de Dios y del país, y ahora es por todas partes. La matanza se extiende; casi de la noche a la mañana las antiguas culturas son dejadas de lado, y se cultivan y fortalecen cuidadosamente la eficiencia, la crueldad y los medios de destrucción.

La paz no está con el político o el sacerdote, ni está tampoco con el abogado o el policía. La paz es un estado de la mente que existe cuando hay amor.

Era él un pequeño comerciante, que luchaba, pero podía ganarse la vida.

“No he venido a hablar sobre mi trabajo”, dijo. “Me da lo que necesito, y como mis necesidades son pocas, voy tirando. Como no soy demasiado ambicioso, no estoy en el juego de devorarse unos a otros. Un día, pasando por aquí, vi una multitud bajo los árboles, y me detuve a escucharos. Esto fue hace un par de años, y lo que decíais agitó algo en mi. No soy muy instruido, pero ahora leo vuestras pláticas, y aquí estoy. Yo estaba contento con mi vida, con mis pensamientos, y con las pocas y dispersas creencias ligeramente mantenidas en mi mente. Pero siempre desde aquel domingo por la mañana en que vine a este valle en mi coche y llegué por casualidad a oíros, he estado descontento. No es tanto con mi trabajo con lo que estoy descontento, sino que el descontento se ha apoderado de todo mi ser. Yo solía compadecer a las personas que estaban descontentas. Eran tan desgraciadas que nada las satisfacía, y ahora me he pasado a sus filas. Un tiempo estaba yo satisfecho de mi vida, de mis amigos, y de las cosas que estaba haciendo, pero ahora estoy descontento y soy desgraciado”.

Si puedo preguntar, ¿que queréis decir con esa palabra “descontento”?

“Antes de aquella mañana del domingo en que os oí, yo era una persona contenta, y supongo que un poco fastidiosa para otros; ahora veo lo estúpido que era, y estoy tratando de ser inteligente y estar alerta a todo lo que me rodea. Quiero llegar a ser algo, llegar a alguna parte, y este impulso naturalmente contribuye al descontento. Yo solía estar dormido, si puedo decirlo así, pero ahora estoy despertando”.

¿Estáis despertando, o es que tratáis de dormiros otra vez mediante el deseo de llegar a ser algo? Decís que estabais dormido, y que ahora estáis despierto; pero este estar despierto os torna descontento, lo cual os desagrada, os da pena, y para escapar de esta pena tratáis de llegar a ser algo, de seguir un ideal, etc. Esta imitación os vuelve a adormecer, ¿no es así?

“Pero yo no quiero volver a mi antiguo estado, y quiero efectivamente estar despierto”.

¿No es muy extraño cómo se engaña la mente a sí misma? A la mente no le gusta ser perturbada, no le gusta que la saquen de sus viejas normas, sus cómodos hábitos de pensamiento y acción; como se siente perturbada, busca modos y medios de establecer nuevos campos y pastos en los cuales pueda vivir con seguridad. Es esta zona de seguridad la que buscamos la mayoría de nosotros, y es el deseo de estar a salvo, de estar seguros, lo que nos adormece. Las circunstancias, una palabra, un gesto, una experiencia, pueden despertarnos, perturbarnos, pero nosotros queremos ser adormecidos de nuevo. Esto nos está ocurriendo a la mayor parte todo el tiempo, y no es un estado despierto. Lo que tenemos que comprender son las formas en que la mente se adormece a sí misma. Esto es así, ¿verdad?

“Pero debe ser de muchísimos modos que la mente busca adormecerse. ¿Es posible conocerlos y eludirlos todos?”

Varios podrían señalarse; pero esto no resolvería el problema ¿verdad?

“¿Por qué no?”

Meramente aprender las formas en que la mente se adormece a sí misma, es también encontrar un medio, acaso diferente, de no ser perturbado, de estar seguro. Lo importante es mantenerse despierto, y no preguntar cómo mantenerse despierto; la persecución del “cómo” es el impulso de estar en seguridad.

“Entonces, ¿qué va uno a hacer?”

Estaos con el descontento, sin desear pacificarlo. Es el deseo de no ser perturbado el que tiene que comprenderse. Este deseo, que adopta muchas formas, es el impulso de escapar de lo que es. Cuando este impulso cesa —pero no por ninguna forma de compulsión, consciente o inconsciente— sólo entonces cesa el dolor del descontento. La comparación de lo que es con lo que debería ser trae dolor. La cesación de la comparación no es un estado de contento; es un estado despierto sin las actividades del yo.

“Todo esto es bastante nuevo para mí. Me parece que dais a las palabras un significado muy diferente, pero la comunicación es posible sólo cuando los dos damos el mismo sentido a la misma palabra al mismo tiempo”.

La comunicación es relación, ¿no es así?

“Pasáis a significados más amplios de los que soy capaz de captar. Tengo que ahondar más en todo esto, y entonces acaso comprenda”.




EL ACTOR


El camino serpenteaba a través de las bajas colinas, milla tras milla interminablemente. Los ardientes rayos del sol de la tarde caían sobre las doradas alturas, y había profundas sombras entre los dispersos árboles, que hablaban de su solitaria existencia. En kilómetros a la redonda no había habitaciones de ninguna clase; acá y allá se veían unos pocos animales vacunos, y sólo ocasionalmente aparecía otro coche en el suave y bien cuidado camino. El cielo estaba muy azul al norte y brillaba deslumbradoramente al oeste. La campiña se mostraba extrañamente animada, aunque árida y aislada, y lejos del gozo y el dolor humanos. No había aves y no se veían animales silvestres, fuera de las pocas ardillas que cruzaban apresuradamente la carretera. No había agua visible, excepto en uno o dos de los lugares en que estaba el ganado vacuno. Con las lluvias las laderas se pondrían verdes, suaves y acogedoras, pero ahora estaban ásperas, austeras, con el encanto de una gran calma.

Era un maravilloso atardecer, pleno e intenso, pero mientras el camino subía y bajaba entre las onduladas colinas, el tiempo había terminado. La señal indicaba que la carretera principal que conducía al norte, pasaba a veintinueve kilómetros de allí. Se tardaría media hora o cosa así en llegar allá: tiempo y distancia. En aquel momento, sin embargo, mirando esa señal a la vera del camino, tiempo y distancia habían cesado. No era un momento medible; no tenía principio ni fin. El cielo azul y las onduladas y doradas laderas estaban allí, vastos y sempiternos, pero formaban parte de aquella atemporalidad. Los ojos y la mente observaban la carretera; los oscuros y solitarios árboles eran vívidos e intensos, y cada hoja suelta de heno en las encorvadas laderas se destacaba, simple y clara. La luz de aquel avanzado atardecer era muy serena en torno de los árboles y entre las colinas, y lo único que se movía era el automóvil, que iba muy rápido. El silencio entre las palabras era de aquella calma inmensurable. Este camino terminaría, uniéndose a otro, y éste también cesaría en alguna parte; aquellos serenos y oscuros árboles caerían y su polvo sería dispersado y perdido; tierna hierba verde surgiría con las lluvias, y también se marchitaría.

La vida y la muerte son inseparables, y en su separación hay temor perpetuo. La separación es el comienzo del tiempo. El miedo de una terminación da nacimiento al dolor de un principio. En esta rueda, la mente está cautiva y teje la tela del tiempo. El pensamiento es el proceso y el resultado del tiempo, y el pensamiento no puede cultivar el amor.

Era un actor de cierta reputación, que se estaba haciendo un nombre, pero aun era demasiado joven para inquirir y sufrir.

“¿Por qué actúa uno?”, preguntó. “Para algunos, la escena es meramente un medio de vida. A otros les ofrece oportunidad para la expresión de su propia vanidad, y para otros aun, desempeñar diversos papeles es un gran estímulo. Las tablas ofrecen también una maravillosa evasión de las realidades de la vida. Yo actuó por todas estas razones, y acaso también porque —digo esto con vacilación— espero hacer algún bien por medio de la escena”.

¿No refuerza el trabajo teatral al yo, al ego? Adoptamos “poses”, nos ponemos máscaras. Y gradualmente la pose, la máscara, se convierten en el hábito diario, que encubre los muchos “yoes” de la contradicción, la codicia, el odio y así sucesivamente. El ideal es una actitud, una máscara que encubre el hecho, lo real. ¿Puede uno hacer el bien mediante la escena?

“¿Queréis decir que no es posible?”

No; es una pregunta, no es un juicio. Al escribir una obra teatral, el autor tiene ciertas ideas e intenciones, que quiere propagar; el actor es el medio, la máscara, y el público es entretenido o educado. ¿Hace bien esta educación? ¿O es mero condicionamiento de la mente a una norma, buena o mala, inteligente o estúpida; ideada por el autor?

“¡Gran Dios! Nunca he pensado sobre todo esto. Mirad, yo puedo llegar a ser un actor de bastante éxito, y antes de perderme en ello por completo, me pregunto si el trabajo de actor ha de ser mi manera de vivir. Tiene una curiosa fascinación propia, a veces muy destructiva, y otras veces muy agradable. Puede uno tomar en serio el trabajo de actor, pero en sí mismo no es muy serio. Me he preguntado si debo seguir la carrera de la escena, pues yo me inclino a ser un poco serio. Hay algo en mí que se rebela contra la absurda superficialidad de todo ello, y sin embargo me siento grandemente atraído hacia esto; por eso estoy preocupado, para decirlo de una manera suave. A través de todo esto corre el hilo de la seriedad”.

¿Puede otro decidir cuál debe ser la manera de vivir de uno?

“No; pero hablando del asunto con otro, las cosas a veces se aclaran”.

Si se lo puede señalar, cualquier actividad que dé énfasis al yo, al ego, es destructora; trae dolor. Esta es la cuestión principal, ¿verdad? Antes dijisteis que queríais hacer el bien; pero seguramente que el bien no es posible cuando, consciente o inconscientemente, el yo está siendo nutrido y sostenido por cualquier carrera o actividad.

“¿No se basa toda acción en la supervivencia del yo?”

Tal vez no siempre. Exteriormente puede parecer que una acción es autoprotectora, pero interiormente puede no serlo en absoluto. Lo que otros digan o piensen a este respecto no tiene gran importancia, pero uno no debe engañarse a sí mismo. El autoengaño es muy fácil en cuestiones psicológicas.

“Me parece que si realmente me interesa la negación del yo, tendré que retirarme a un monasterio o llevar una vida de ermitaño”.

¿Es necesario hacer una vida de ermitaño para negar el yo? Como veis, tenemos un concepto de la vida inegoísta, y es este concepto lo que impide la comprensión de una vida en la cual el yo no existe. El concepto es otra forma del yo. Sin escapar a monasterios, etc. ¿no es posible estar pasivamente alerta a las actividades del yo? Este darse cuenta puede provocar una actividad enteramente diferente, que no engendra dolor y desdicha.

“Entonces hay ciertas profesiones que son evidentemente dañosas para una vida sana, y yo incluyo la mía entre ellas. Todavía soy muy joven. Puedo dejar la escena, y, después de ahondar en todo esto, estoy bastante seguro de que lo haré; pero entonces ¿qué voy a hacer? Tengo ciertos talentos que pueden madurar y ser útiles”.

El talento puede llegar a ser una maldición. El yo puede usar las capacidades y atrincherarse en ellas, y entonces el talento se convierte en el camino y la gloria del yo. El hombre talentoso puede ofrecer sus dotes a Dios, conociendo sus peligros; pero es consciente de sus dones, pues de lo contrario no los ofrecería, y es esta conciencia de ser o tener algo lo que hay que comprender. Es vanidad el ofrecer lo que uno es o tiene, con el fin de ser humilde.

“Estoy empezando a captar una vislumbre de todo esto, pero todavía es muy complejo’“

Tal vez; más lo que es importante es darse cuenta, sin elección, de las actividades del yo, tanto las evidentes como las que son sutiles.




EL CAMINO DEL CONOCIMIENTO


El sol se había puesto tras las montañas, y el resplandor rosado estaba aún sobre las rocas situadas al este. El sendero bajaba en forma sinuosa a través del verde valle. Era un atardecer sereno y soplaba una ligera brisa entre las hojas. Se veía precisamente la estrella vespertina, alto sobre el horizonte, y dentro de un momento vendría la completa oscuridad, porque no había luna. Los árboles, que se habían mostrado abiertos y acogedores, se estaban recogiendo en sí mismos para la oscura noche. Había frío y silencio entre esas colinas, y ahora estaba el cielo lleno de estrellas y las montañas se dibujaban clara y vivamente contra él. Ese aroma peculiar a la noche llenaba el aire, y a lo lejos ladraba un perro. Era una noche muy serena, y esta calma parecía penetrar en las rocas, en los árboles, en todas las cosas que nos rodeaban, y los pasos sobre el áspero sendero no la perturbaban.

La mente también estaba en completa calma. Después de todo, la meditación no es un medio para obtener un resultado, para producir un estado que ha sido o que podría ser. Si la meditación es con intención, el resultado deseado puede lograrse, pero entonces no es meditación, es sólo la realización del deseo. El deseo nunca está satisfecho, no hay fin para el deseo. La comprensión del deseo, sin tratar de ponerle término, o de sostenerlo, es el principio y el fin de la meditación. Pero hay algo más allá de esto. Es extraño cómo persiste el meditador; trata de continuar, se convierte en el observador, el experimentador, un mecanismo de recordar, el que evalúa, acumula, rechaza. Cuando la meditación es el meditador, sólo fortalece al meditar, al experimentador. La quietud de la mente es la ausencia del experimentador, del observador que se da cuenta de que está en calma. Cuando la mente está quieta, existe el estado despierto. Podéis estar intermitentemente despierto para muchos cosas, podéis tantear, buscar, inquirir, pero éstas son las actividades del deseo, de la voluntad, del reconocimiento y la ganancia. Aquello que está siempre despierto no es ni el deseo ni el producto del deseo. El deseo engendra el conflicto de la dualidad, y el conflicto es oscuridad.

Bien relacionada y rica, ahora perseguía ella lo espiritual. Había buscado los maestros católicos y los instructores hindúes, había estudiado con los sufíes y se había ocupado algo con el budismo.

“Claro que —añadió— también me he ocupado de lo oculto, y ahora he venido a aprender de vos”.

¿Reside la sabiduría en la acumulación de mucho conocimiento? Si se puede preguntar, ¿qué es lo que estáis buscando?

“He perseguido diferentes cosas en diferentes períodos de mi vida, y lo que he buscado, generalmente lo he encontrado. He acumulado mucha experiencia, y he tenido una vida rica y variada. Leo mucho sobre una variedad de asuntos, y he acudido a uno de los eminentes analistas, pero aún estoy buscando”.

¿Por qué hacéis todo esto? ¿Por qué esta búsqueda, superficial o profunda?

“¡Qué pregunta mis extraña me hacéis! Si uno no buscase, vegetaría; si uno no aprendiese constantemente, la vida no tendría sentido, podría uno igualmente morirse”.

Repito, ¿qué estáis aprendiendo? Al leer lo que otros han dicho sobre la estructura y conducta de los seres humanos, al analizar las diferencias sociales y culturales, al estudiar cualquiera de las diversas ciencias o escuelas de filosofía, ¿qué es lo que estáis acumulando?

“Me parece que con sólo que tuviera uno suficiente conocimiento, estaría a salvo de la lucha y la desdicha, de modo que acumulo donde puedo. El conocimiento es esencial para la comprensión”.

¿Viene la compresión a través del conocimiento? ¿O es que el conocimiento impide la comprensión creadora? Parece como si creyéramos que, acumulando hechos e información, teniendo conocimientos enciclopédicos. quedaremos libres de nuestras ataduras. Esto sencillamente no es así. El antagonismo, el odio y la guerra no han sido detenidos, aunque todos sabemos cuán destructivos y ruinosos son. El conocimiento no es necesariamente un preventivo de estas cosas; al contrario, puede estimularlas y favorecerlas. ¿No es, pues, importante descubrir por qué estamos reuniendo conocimiento?

“He hablado con muchos educadores que creen que si el conocimiento puede extenderse suficientemente y con amplitud, disipará el odio del hombre por el hombre y evitará la completa destrucción del mundo. Creo que esto es lo que les interesa a los más serios educadores”.

Aunque ahora tenemos tanto conocimiento en tantos campos ello no ha puesto fin a la brutalidad del hombre contra el hombre, ni aun entre los del mismo grupo, nación o religión. Tal vez el conocimiento nos está cegando para algún otro factor que es la real solución de todo este caos y desdicha.

“¿Qué es eso?”

¿Con qué espíritu hacéis esa pregunta? Una respuesta verbal podría darse, pero sería solamente añadir más palabras a una mente ya sobrecargada. Para la mayor parte de las personas, el conocimiento es la acumulación de palabras o el fortalecimiento de sus prejuicios y creencias. Las palabras, los pensamientos, son el armazón en el cual existe el concepto de sí mismo. Este concepto se contrae o se expande mediante la experiencia y el conocimiento, pero queda el duro núcleo del yo, que jamás puede ser disuelto por el mero conocimiento o estudio. La revolución es la disolución voluntaria de este núcleo, de este concepto, mientras que la acción nacida del conocimiento que se autoperpetúa sólo puede llevar a mayor desdicha y destrucción.

“Habéis sugerido que podría haber un diferente factor que es la verdadera solución para todas nuestras desgracias, y yo pregunto con toda seriedad cuál es ese factor. Si tal factor existe y uno puede conocerlo y edificar toda su vida en torno de él, muy bien pudiera ser el resultado una cultura totalmente nueva”.

El pensamiento no puede nunca encontrarlo, la mente jamás puede buscarlo. Queréis conocer y edificar vuestra vida alrededor de él; pero el “vos” con su conocimiento, sus temores, sus esperanzas, frustraciones e ilusiones, nunca puede descubrirlo; y sin descubrirlo, el limitarse a adquirir más conocimiento, más saber sólo actuará como una nueva barrera contra el surgimiento de ese estado.

“Si vos no queréis guiarme hacia ello, tendré que buscarlo por mí misma; y sin embargo decís que tiene que cesar toda búsqueda”.

Si hubiera guía u orientación, no habría descubrimiento. Tiene que haber libertad para descubrir, no guía. El descubrimiento no es una recompensa.

“Temo no comprender esto”.

Buscáis guía para encontrar; pero si sois guiada ya no sois libre, os convertís en una esclava del que sabe. El que afirma que sabe, ya es esclavo de su conocimiento, y él también tiene que estar libre para encontrar. El encontrar es de instante en instante, de modo que el conocimiento se convierte en un impedimento.

“¿Haríais el favor de explicarlo un poco más?”

El conocimiento es siempre del pasado. Lo que conocéis ya está en el pasado, ¿no es así? No conocéis el presente ni el futuro. La modalidad del conocimiento es el fortalecimiento del pasado. Lo que puede descubrirse, puede ser totalmente nuevo, y vuestro conocimiento, que es la acumulación del pasado, no puede sondear lo nuevo, lo desconocido.

“¿Queréis significar que uno tiene que dejar de lado todo su conocimiento, si ha de encontrar a Dios, al amor, o lo que sea?”

El yo es el pasado, el poder de acumular cosas, virtudes, ideas. El pensamiento es el resultado de este condicionamiento del ayer, y con este instrumento estáis tratando de descubrir lo incognoscible. Esto no es posible. El conocimiento tiene que cesar para que lo otro sea.

“Entonces, ¿cómo va uno a vaciar la mente de conocimiento?”

No hay “cómo”. La práctica de un método sólo sirve para condicionar aun más la mente, porque entonces tenéis un resultado, no una mente que esté libre de conocimiento, del yo. No hay camino, sino sólo un darse cuenta pasivo de la verdad con respecto al conocimiento.



CONVICCIONES — SUEÑOS


¡Cuán bella es la Tierra con sus desiertos y sus ricos campos, sus bosques, ríos y montañas, sus incalculables aves y animales y seres humanos! Hay aldeas, sucias y enfermas, donde no ha llovido bastante por muchas estaciones; los pozas están todos secos, y el ganado reducido a la piel y los huesos; los campos están agrietados, y el cacahuete se está secando; la caña de azúcar ya no se planta, y el río no ha corrido desde hace varios años. La gente mendiga, roba y pasa hambre; muere aguardando las lluvias. Luego existen las opulentas ciudades con sus limpias calles y resplandecientes coches nuevos, su gente limpia y bien vestida, sus interminables tiendas llenas de cosas, sus bibliotecas, universidades y barrios bajos. La tierra es hermosa y su suelo, en torno del templo y en el árido desierto, es sagrado.

Imaginar es una cosa, y percibir lo que es, es otra, pero las dos atan. Es fácil percibir lo que es, pero estar libre de ello es otra cuestión, pues la percepción está nublada con el juicio, con la comparación, con el deseo. Percibir sin la interferencia del censor es arduo. La imaginación construye la imagen del yo, y el pensamiento entonces funciona dentro de sus sombras. De este autoconcepto surge el conflicto entre lo que es y lo que debería ser, el conflicto en la dualidad. La percepción del hecho, y la idea sobre el hecho, son dos estados enteramente diferentes, y sólo una mente que no esté atada por las opiniones, por los valores comparativos, es capaz de percibir lo que es verdadero.

Había venido ella de larga distancia por tren y ómnibus, y el último trecho tuvo que hacerlo a pie; pero como era un día fresco, la ascensión no exigió mucho esfuerzo.

“Tengo un problema bastante apremiante sobre el que quisiera hablar”, dijo. “Cuando dos personas que se aman mutuamente se mantiene inflexibles en sus convicciones diametralmente opuestas, ¿qué debe hacerse? ¿Tiene que ceder una o la otra? ¿Puede el amor tender un puente sobre esta brecha separativa y destructiva?”

Si hubiera amor, ¿existirían estas convicciones fijas que separan y atan?

“Tal vez no, pero ahora ellas han rebasado el estado de amor; las convicciones se han vuelto duras, brutales, inflexibles. Puede uno ser flexible, pero si el otro no lo es, tiene que producirse una explosión. ¿Puede uno hacer algo para evitarla? Uno puede ceder, contemporizar, pero si el otro es totalmente intransigente, la vida con esa persona se vuelve imposible, no hay relación con ella. Esta intransigencia está conduciendo a peligrosos resultados, pero a la persona en cuestión parece no importarle llegar al martirio por sus convicciones. Todo eso parece un poco absurdo cuando se considera la naturaleza ilusoria de las ideas; pero las ideas arraigan profundamente cuando no tiene uno ninguna otra cosa. La benevolencia y la consideración se disipan en la áspera brillantez de las ideas. La persona de que se trata está completamente convencida de que sus ideas, las teorías que ha sacado de la lectura, van a salvar el mundo trayendo paz y abundancia para todos, y considera que la matanza y.la destrucción, cuando son necesarias, están justificadas como un medio para aquel fin idealista. El fin es importantísimo, y no los medios; nadie importa con tal que se logre ese fin”.

Para una mente así, la salvación reside en la destrucción de los que no son de la misma convicción. Algunas religiones han creído en el pasado que este era el camino hacia Dios, y todavía tiene excomuniones, amenazas de infierno eterno, etc. Eso de que estáis hablando es la última religión. Buscamos esperanza en iglesias, en ideas, en “platillos volantes”, en Maestros, en gurús, todo lo cual sólo conduce a mayor desventura y destrucción. Uno tiene que estar libre de esta actitud intransigente; porque las ideas, por muy grandes, sutiles y persuasivas que sean, son ilusorias, separan y destruyen. Cuando la mente ya no está presa en la red de las ideas, opiniones, convicciones, entonces hay algo enteramente diferente de las proyecciones de la mente. La mente no es nuestro último recurso para resolver nuestros problemas; al contrario, es el creador de los problemas.

“Ya sé que no aconsejáis a la gente, señor, pero de todos modos, ¿qué va uno a hacer? Yo me he estado haciendo esta pregunta durante muchos meses, y no he hallado la respuesta. Pero ahora, en el momento en que hago esa pregunta, empiezo a ver que no hay definida respuesta, que uno tiene que vivir de instante en instante, tomando las cosas como vienen y olvidándose de sí mismo. Entonces acaso sea posible ser benigno, perdonar. Pero ¡cuán difícil va a ser!”

Cuando decís “¡cuán difícil va a ser!”, ya habéis dejado de vivir de instante en instante con amor y benignidad. La mente se ha proyectado hacia el futuro, creando un problema, el cual es la naturaleza misma del yo. El pasado y el futuro son su sustento.

“¿Puedo preguntar alguna otra cosa? ¿Me será posible interpretar mis propios sueños? Ultimamente he estado soñando mucho, y sé que estos sueños están tratando de decirme algo, pero no puedo interpretar los símbolos, los cuadros que se están repitiendo en mis sueños. Estos símbolos y cuadros no son siempre los mismos, varían, pero fundamentalmente todos tienen el mismo contenido y significado; por lo menos así lo creo yo, aunque desde luego puedo estar equivocada”.

¿Qué es lo que significa esa palabra “interpretar” con respecto a los sueños?

“Como expliqué, tengo un problema muy grave que me ha estado molestando durante muchos meses, y mis sueños todos se refieren a este problema. Están tratando de decirme algo, acaso darme una insinuación de lo que yo debería hacer, y si sólo pudiera yo interpretarlos acertadamente, sabría qué es lo que procuran transmitirme”.

Ciertamente, el soñador no está separado de su sueño; el soñador es el sueño. ¿No creéis que es importante comprender esto?

“No comprendo lo que queréis decir. ¿Queréis hacer el favor de explicármelo?”

Nuestra conciencia es un proceso total, aunque puede tener contradicciones en sí misma. Puede dividirse en consciente e inconsciente, lo oculto y lo manifiesto; en ella puede haber deseos opuestos, valores, impulsos, pero esa conciencia es sin embargo un proceso total, unitario. La mente consciente puede darse cuenta de un sueño, pero el sueño es el resultado de la actividad de toda la conciencia. Cuando la capa superior o superficial de la conciencia trata de interpretar un sueño que es una proyección de toda la conciencia, entonces su interpretación tiene que ser parcial, incompleta, torcida. El intérprete inevitablemente falsea la representación del símbolo, del sueño.

“Lo siento, pero esto no es claro para mí”.

La mente consciente, superficial, está tan ocupada con la ansiedad, tratando de hallar una solución para su problema, que durante el periodo de vigilia nunca está en calma. Como en lo que se llama sueño está acaso un poco más serena, menos perturbada, recoge una intimación de la actividad de toda la conciencia. Esta estimación es el sueño, que la mente ansiosa, al despertar, trata de interpretar; pero su interpretación será incorrecta, pues a ella le interesa la acción inmediata y sus resultados. El impulso de interpretar tiene que cesar antes de que pueda haber comprensión de todo el proceso de la conciencia. Sentís mucha ansiedad por encontrar cuál es la cosa acertada que debéis hacer con respecto a vuestro problema, ¿verdad? Esa misma ansiedad está impidiendo la comprensión del problema, y así hay un constante cambio de símbolos, tras de los cuales el contenido parece ser siempre el mismo, ¿Cuál es pues ahora el problema?

“No tener miedo de cualquier cosa que ocurra”.

¿Podéis desechar el temor tan fácilmente? Una mera afirmación verbal no elimina la ansiedad. Pero ¿es ese el problema? Podéis desear eliminar el temor, pero entonces el “cómo”, el método, se vuelve importante, y tenéis un nuevo problema además del anterior. Pasamos, pues, de problema a problema, y nunca estamos libres de ellos. Pero estamos ahora hablando de algo enteramente diferente, ¿no es verdad?, no nos ocupa ahora la sustitución de un problema por otro.

“Entonces supongo que el problema real es el de tener una mente quieta”.

Seguramente, esa es la única cuestión: una mente tranquila.

“¿Cómo puedo tener una mente tranquila?”

Mirad lo que estáis diciendo. Queréis poseer una mente tranquila, como poseeríais un traje o una casa. Teniendo un nuevo objetivo, la quietud de la mente, empezáis a inquirir sobre los modos y medios de lograrla, de modo que os encontráis con otro problema entre las manos. Simplemente daos cuenta de la completa necesidad e importancia de una mente tranquila. No luchéis en procura de la quietud, no os torturéis con la disciplina a fin de adquirirla, no la cultivéis ni la practiquéis. Todos estos esfuerzos producen un resultado, y lo que es un resultado no es quietud. Lo que es compuesto puede ser deshecho. No busquéis la continuidad de la quietud. La quietud ha de ser experimentada de instante en instante; no puede ser acopiada.



LA MUERTE


El río era muy ancho allí, casi kilómetro y medio, y muy profundo; en el centro de la corriente las aguas eran claras y azules, pero hacia las orillas estaban oscuras, sucias y remansadas. El sol se estaba poniendo tras la enorme y extendida ciudad situada río arriba; el humo y el polvo de la ciudad daban maravillosos colores con el sol poniente, que se reflejaba en las amplias y danzarinas aguas. Era un hermoso atardecer y cada hoja de hierba, los árboles y las aves cantoras, estaban en el seno de la atemporal belleza. Nada estaba separado, aislado. El ruido de un tren que vibraba sobre el distante puente formaba parte de esta completa calma. No lejos estaba cantando un pescador. Había anchos trechos cultivados a lo largo de ambas orillas, y durante el día los verdes y deliciosos campos estaban sonrientes e invitadores; pero ahora se hallaban oscuros, silenciosos y retirados. A este lado del río había un amplio espacio no cultivado, donde los niños de la aldea hacían volar sus cometas y retozaban con ruidosa alegría, y donde las redes de los pescadores eran tendidas a secar. Tenían allí ancladas sus primitivas embarcaciones.

La aldea estaba en ese espacio, en lo más alto de la orilla, y generalmente los aldeanos estaban bailando, cantando o dedicados a alguna otra actividad ruidosa; pero esta tarde, aunque todos estaban fuera de sus chozas y sentados por allí, se hallaban callados y extrañamente reflexivos. Un grupo bajaba por la empinada orilla, llevando en una camilla de bambú un cuerpo muerto cubierto con un paño blanco. Pasaron al lado y los seguí. Llegando al borde del río, depositaron la camilla en el suelo casi tocando el agua. Habían traído consigo madera y leños pesados de rápida combustión, y haciendo con ello una pira, colocaron el cadáver sobre ella, rociándola con agua del río y cubriéndola con más leña y heno. Un hombre muy joven encendió la pira. Estábamos allí unas veinte personas, y todos nos reunimos en torno. No había mujeres presentes, y los hombres estaban sentados sobre sus piernas, envueltos en sus blancos lienzos, en completo silencio. El fuego iba produciendo un calor intenso, y tuvimos que apartarnos un poco. Una chamuscada pierna negra se alzó del fuego, y se la bajó con un largo palo; pero se volvía a levantar, y se le puso encima un pesado leño. Las brillantes llamas amarillas se reflejaban en las oscuras aguas, lo mismo coque las estrellas. La ligera brisa había cesado con la puesta del sol. Excepto el chisporrotear del fuego, todo estaba muy silencioso. El muerto estaba allí ardiendo. Entre todas aquellas personas inmóviles y las vivas llamas había infinito espacio, una distancia inmensurable, una vasta soledad. No era algo que estuviera aparte, separado y dividido de la vida. El principio estaba allí, y siempre el principio.

Ahora se rompió el cráneo y los aldeanos empezaron a marcharse. El último en irse tiene que haber sido un pariente, cruzó las manos, saludó y lentamente fue subiendo por la orilla. Muy poco quedaba ahora; las altas llamas estaban quietas y sólo quedaban rescoldos encendidos. Los pocos huesos que no habían ardido serían arrojados al río a la mañana siguiente. ¡La inmensidad de la muerte, lo inmediato de ella, y cuán cerca! Con la incineración de ese cuerpo, también uno moría. Habría completa soledad y sin embargo no apartamiento, soledad pero no aislamiento. El aislamiento es de la mente, pero no de la muerte.

Bien avanzado en edad, con modales tranquilos y dignos, tenía los ojos claros y una pronta sonrisa. Hacía frío en la habitación, y él estaba envuelto en un cálido chal. Hablando en inglés, porque se había educado en el extranjero, explicó que se había retirado de la labor gubernamental y disponía en abundancia de tiempo. Había estudiado diversas religiones y filosofías, dijo, pero no había hecho este largo viaje para discutir tales asuntos.

El temprano sol de la mañana estaba sobre el río y las aguas brillaban como millares de joyas. Había un pequeño pájaro verde dorado en la galería abierta, soleándose, seguro y quieto.

“A lo que realmente he venido”, continuó, “es a preguntar o tal vez a discutir sobre la cosa que más me perturba; la muerte. He leído el Libro Tibetano de los Muertos, y estoy familiarizado con lo que dicen nuestros propios libros sobre el asunto. Las sugerencias cristianas e islámicas acerca de la muerte son demasiado superficiales. He hablado con diversos instructores religiosos aquí y en el extranjero, pero, a mí por lo menos, todas sus teorías me parecen muy insatisfactorias. He pensado mucho sobre el tema y con frecuencia he meditado sobre él, pero no creo que haya conseguido adelantar nada. Un amigo mío que os oyó recientemente me dijo algo de lo que decíais, y por eso he venido. Para mí, el problema no es sólo el miedo de la muerte, el miedo de no ser, sino también lo que ocurre después de la muerte. Este ha sido un problema para el hombre a través de las edades, y nadie parece haberlo resuelto. ¿Qué decís a ello?”

Veamos primero el impulso a escapar del hecho de la muerte mediante alguna forma de creencia, tal como la reencarnación o resurrección, o a través de una fácil racionalización. La mente está tan ansiosa de encontrar una razonable explicación de la muerte, o una respuesta satisfactoria a este problema, que fácilmente se desliza hacia alguna clase de ilusión. De esto, tiene uno que estar sumamente vigilante.

“Pero ¿no es esa una de nuestras mayores dificultades? Anhelamos alguna clase de seguridad, especialmente por parte de aquellos que consideramos que tienen conocimiento o experiencia en esta materia; y cuando no podemos encontrar tal seguridad, creamos, en nuestra desesperación o esperanza, nuestras propias consoladoras creencias y teorías. Así la creencia, la más absurda o la más razonable, se convierte en una necesidad”.

Por muy satisfactoria que sea una evasión, no trae en manera alguna la comprensión del problema. La fuga misma es la causa del miedo. El miedo viene en el movimiento de escapar al hecho, a lo que es. La creencia, por consoladora que sea, tiene en sí la semilla del miedo. Se aísla uno del hecho de la muerte porque no quiere mirarlo, y las creencias y teorías ofrecen un cómodo medio de escapar. De modo que, si la mente ha de descubrir la extraordinaria significación de la muerte, tiene que descartar, fácilmente, sin resistencia, el ansia de alguna esperanza consoladora. Esto es bastante evidente, ¿no lo creéis?

“¿No estáis pidiendo demasiado? Para comprender la muerte tenemos que estar en la desesperación ¿no es eso lo que estáis diciendo?”

Nada de eso, señor. ¿Hay desesperación cuando no existe ese estado que llamamos esperanza? ¿Por qué hemos de pensar siempre en opuestos? ¿Es la esperanza lo opuesto de la desesperación? Si lo es, entonces esa esperanza tiene en sí la semilla de la desesperación, y tal esperanza está teñida con el miedo. Si ha de haber comprensión, ¿no es necesario estar libre de los opuestos? El estado de la mente es de la mayor importancia. Las actividades de la desesperación y de la esperanza impiden la comprensión o la experimentación de la muerte. El movimiento de los opuestos tiene que cesar. La mente ha de abordar el problema de la muerte con un “darse cuenta” totalmente nuevo, en el cual el familiar proceso del reconocimiento está ausente.

“Me parece que no comprendo bien esa afirmación. Creo que capto vagamente el significado de que la mente esté libre de los opuestos. Aunque es una tarea enormemente difícil, creo que veo su necesidad. Pero se me escapa del todo el significado de estar libre del proceso del reconocimiento”.

El reconocimiento es el proceso de lo conocido, es el resultado del pasado. La mente se asusta de aquello con lo cual no está familiarizada. Si conocierais la muerte, no habría temor de ella, ni necesidad de complicadas explicaciones. Pero no podéis conocer la muerte, es algo totalmente nuevo, nunca experimentado antes. Lo experimentado se convierte en lo conocido, lo pasado, y es desde este pasado, desde esto conocido que el reconocimiento tiene lugar. Mientras haya este movimiento desde del pasado, lo nuevo no podrá existir.

“Sí, sí, comienzo a ver esto, señor”.

Aquello sobre lo que estamos hablando no es algo sobre lo cual deba reflexionarse más tarde, sino que debe ser experimentado directamente a medida que vamos avanzando. Esta experiencia no puede almacenarse, porque si así ocurre se convierte en memoria, la memoria, el camino del reconocimiento, obstruye lo lluevo, lo desconocido. La muerte es lo desconocido. El problema no consiste en lo que la muerte es y lo que ocurre después de ella, sino en que la mente se purgue del pasado, de lo conocido. Entonces la mente viva puede entrar en la morada de la muerte, puede enfrentarse con la muerte, lo desconocido.

“¿Sugerís que uno puede conocer la muerte mientras está aun vivo?”

Un accidente, una enfermedad y la edad avanzada traen la muerte, pero en tales circunstancias no es posible estar plenamente consciente. Hay dolor, esperanza o desesperación, el miedo del aislamiento, y la mente, el yo, está consciente o inconscientemente batallando contra la muerte, lo inevitable. Con terrible resistencia contra la muerte, nos vamos. Pero ¿es posible —sin resistencia, sin morbosidad, sin un impulso sádico o suicida, y mientras está uno plenamente viviente, mentalmente vigoroso— entrar en la casa de la muerte? Esto es posible únicamente cuando la mente muere para lo conocido, para el yo. Así, nuestro problema no es la muerte, sino el librar a la mente de los siglos de acumulada experiencia psicológica, de la siempre creciente memoria, del fortalecimiento y refinamiento del yo.

“Pero ¿cómo va a hacer esto? ¿Cómo puede la mente librarse de su propio cautiverio? A mí me parece que es necesaria la intervención de un agente exterior, o bien que intervenga la más elevada y noble parte de la mente, para purificar la mente del pasado”.

Esta es una cuestión muy compleja, ¿verdad? El agente externo puede ser la influencia del ambiente, o puede ser algo que esté más allá de los límites de la mente. Si el agente externo es la influencia del ambiente, es esa misma influencia, con sus tradiciones, creencias y culturas, que ha mantenido a la mente en cautiverio. Si es algo que está más allá de la mente, entonces el pensamiento no puede intervenir en ninguna forma. El pensamiento es el resultado del tiempo; está el pensamiento anclado en el pasado, nunca puede estar libre del pasado. Si el pensamiento se libra del pasado, deja de ser pensamiento. Especular sobre lo que está más allá de la mente es completamente vano. Para que intervenga aquello que está más allá del pensamiento, éste, que es el yo, tiene que cesar. La mente ha de estar sin ningún movimiento tiene que estar tranquila, con la calma de la ausencia de motivos. La mente no puede invitarla. La mente puede dividir su propio campo de actividades, y efectivamente lo divide, en noble e innoble, deseable e indeseable, superior e inferior, pero todas esas divisiones y subdivisiones están dentro de los límites de la mente misma; de modo que cualquier movimiento de la mente, en cualquier dirección, es la reacción pasado, y el que no perciba esta verdad estará siempre en cautiverio, haga lo que hiciere; sus penitencias, votos, disciplinas, sacrificios, pueden tener importancia sociológica o consoladora, pero carecen de valor en relación con la verdad.




EVALUACIÓN


La meditación es una acción muy importante en la vida, tal vez es la acción que tiene la más grande y profunda significación. Es un perfume que no puede captarse fácilmente no se adquiere por el esfuerzo y la práctica. Un sistema puede dar solamente el fruto que ofrece, y el sistema, el método, se basa en la envidia y la codicia.

No poder meditar es no poder ver la luz del sol, las oscuras sombras, las aguas brillantes y la tierna hoja. Pero ¡cuán pocos ven estas cosas! La meditación no tiene nada que ofrecer; ni podéis venir a suplicar con las manos juntas. Ella no os salva de ningún dolor. Torna las cosas ampliamente claras y sencillas; pero para percibir esta sencillez, la mente ha de librarse, sin ninguna causa o motivo, de todas las cosas que ha acumulado a través de causas y motivos. Esta es toda la cuestión en la meditación. La meditación es la depuración de lo conocido. Perseguir lo conocido en diferentes formas es un juego de autoengaño, y entonces el meditador es el maestro, no existe el simple acto de la meditación. El meditador sólo pude actuar en el campo de lo conocido tiene que dejar de actuar para que lo desconocido sea. Lo incognoscible no os invita, y vos no podéis invitarlo. Viene y se va como el viento, y no podéis capturarlo y acumularlo para vuestro beneficio, para vuestro uso. No tiene valor utilitario, pero sin él la vida es inmensamente vacía.

La cuestión no es cómo se ha de meditar, qué sistema se ha de seguir, sino: ¿qué es la meditación? El “cómo” sólo produce lo que el método ofrece, pero la misma indagación sobre lo que es meditación abrirá la puerta a la meditación. La indagación no reside fuera de la mente, sino dentro del movimiento de la mente misma. Al proceder a tal indagación, lo que resulta importantísimo es comprender al buscador mismo, y no lo que él busca. Lo que él busca es la proyección de su propio anhelo, de sus propias compulsiones, deseos. Cuando se ve este hecho, toda búsqueda cesa, lo cual es en sí enormemente importante. Entonces la mente ya no está procurando atrapar algo más allá de sí misma, no existe el movimiento externo, con su reacción interna; pero cuando la búsqueda se ha detenido enteramente, hay un movimiento de la mente que no es externo ni interno. La búsqueda no termina por ningún acto de voluntad, ni por un complejo proceso de conclusiones. Dejar de buscar requiere gran comprensión. El fin de la búsqueda es el comienzo de una mente quieta.

Una mente que es capaz de concentración no es necesariamente apta para meditar. El interés en sí mismo produce concentración, como cualquier otro interés, pero tal concentración implica un motivo, una causa, consciente o inconsciente; siempre hay una cosa que ganar o descartar, un esfuerzo para comprender, para llegar a la otra orilla. La atención con una mira está relacionada con la acumulación. La atención que viene con este movimiento hacia algo o apartándose de algo, es la atracción del placer o la repulsión del dolor, pero la meditación es esa extraordinaria atención en la cual no existe el autor del esfuerzo, ni un fin ni objeto que ganar. El esfuerzo es parte del proceso adquisitivo; es la acumulación de experiencia por el experimentador. El experimentador puede concentrarse, prestar atención, estar atento; pero el anhelo de experiencia por parte del experimentador ha de cesar enteramente porque el experimentador es meramente una acumulación de lo conocido.

Hay una gran bienaventuranza en la meditación.

Explicó que había estudiado filosofía y psicología, y que había leído lo que dijo Patanjali. Consideraba el pensamiento cristiano bastante superficial y dado a la mera reforma, de modo que se fue al Este, practicó alguna clase de yoga, y se familiarizó mucho con el pensamiento hindú.

“He leído algo de lo que habéis estado diciendo y creo que puedo seguirlo hasta cierto punto. Veo la importancia de no condenar, aunque encuentro sumamente difícil no condenar pero no puedo comprender en absoluto cuando decís: ‘No evaluéis no juzguéis.’ Todo pensar, me parece a mí, es un proceso de evaluación. Nuestra vida, toda nuestra perspectiva, se basa en la elección, en los valores, en lo bueno y lo malo, etc. Sin valores, simplemente nos desintegraríamos, y por cierto que no queréis decir eso. Yo he tratado de vaciar mi mente de toda norma o valor, y para mí al menos es imposible”.

¿Hay pensar sin verbalización, sin símbolos? ¿Son las palabras necesarias para el pensar? ¿Si no hubiera símbolos, referentes, ¿habría lo que llamamos pensar? ¿Es todo el pensamiento verbal o existe el pensar sin palabras?

“No lo sé, nunca he considerado el asunto. Por lo que yo puedo percibir, sin imágenes y palabras no habría pensamiento”.

¿No deberíamos descubrir la verdad de esta cuestión ahora mientras estamos aquí hablando sobre ella? ¿No es posible descubrir por sí mismo si existe o no el pensar sin palabras y símbolos?

“Pero ¿de qué manera se relaciona esto con la evaluación?”

La mente está formada de referentes, asociaciones, imágenes y palabras. La evaluación viene de ese trasfondo. Palabras como Dios, amor, socialismo, comunismo, etc., desempeñan un papel extraordinariamente importante en nuestras vidas. Neurológica, lo mismo que psicológicamente, las palabras tienen una significación en concordancia con la cultura en la cual nos hemos criado. Para un cristiano, ciertas palabras y símbolos tienen enorme importancia, y para un musulmán, otra serie de palabras y símbolos tiene un significado igualmente vital. La evaluación se realiza dentro de esta área.

“¿Puede uno ir más allá de tal área?” Y, aun si se pudiera, ¿por qué ha de hacerlo uno?”

El pensar es siempre condicionado; no existe una cosa tal como la libertad de pensamiento. Podéis pensar lo que queráis, pero vuestro pensar es y será siempre limitado. La evaluación es un proceso de pensamiento, de elección. Si la mente está contenta, como generalmente lo está, el permanecer dentro de un encierro, amplio o estrecho, eso es no preocuparse con ninguna cuestión fundamental; ello tiene su propia recompensa. Pero si quisiera descubrir si existe algo más allá del pensamiento, entonces toda evaluación ha de cesar; el proceso del pensar debe terminar.

“Pero la mente misma es parte integrante de este proceso del pensar; así pues, ¿por qué esfuerzo o práctica puede hacerse terminar el pensamiento?”

La evaluación, la condenación, la comparación, es la modalidad del pensamiento, y cuando preguntéis mediante qué esfuerzo o método puede hacerse terminar el proceso del pensamiento, ¿no estáis tratando de ganar algo? Este impulso a practicar un método o hacer un nuevo esfuerzo, es el resultado de la evaluación, y sigue siendo un proceso de la mente. Ni por la práctica de un método ni por ningún esfuerzo, sea el que fuere, puede ponerse fin al pensamiento. ¿Por qué hacemos un esfuerzo?

“Por la muy sencilla razón de que si no hiciéramos un esfuerzo nos estancaríamos y moriríamos. Todo se esfuerza, toda la naturaleza lucha para sobrevivir”.

¿Luchamos sólo para sobrevivir, o luchamos para sobrevivir dentro de un determinado modelo psicológico o ideológico? Queremos ser algo; el impulso de la ambición, de la realización, del temor, configura nuestra lucha dentro del orden de una sociedad que ha surgido a través de la ambición colectiva, la realización y el temor. Hacemos un esfuerzo para ganar o para eludir. Si nos interesara sólo la supervivencia, entonces toda nuestra perspectiva sería fundamentalmente diferente. El esfuerzo implica elección; la elección es comparación, evaluación, condenación. El pensamiento está hecho de estas luchas y contradicciones; y, ¿puede tal pensamiento librarse de sus propias barreras autoperpetuadoras?

“Entonces tiene que haber algún agente exterior, llamémoslo divina gracia o como queráis, que intervenga y ponga fin a las actividades autoencerradoras de la mente. ¿Es esto lo que estáis indicando?”

¡Cuán ansiosamente queremos alcanzar un estado satisfactorio! Si se lo puede señalar, señor, ¿no os interesáis por la consecución, la realización, la liberación de la mente de una particular condición? La mente está cautiva en la prisión de su propia hechura, de sus propios deseos y esfuerzos, y cada movimiento que haga, en cualquier dirección, está dentro de la prisión; pero no se da cuenta de esto, de modo que en su pena y conflicto ora, busca un agente externo que la libere. Generalmente encuentra lo que busca, pero lo que ha encontrado es el resultado de su propio movimiento. La mente sigue estando prisionera, sólo que es en una nueva cárcel más satisfactoria y consoladora.

“Pero ¿qué es lo que tiene uno que hacer, en nombre del cielo? Si todo movimiento de la mente es una extensión de su propia cárcel, entonces hay que abandonar toda esperanza”.

La esperanza es otro movimiento del pensamiento cautivo de la desesperación. Esperanza y desesperación son palabras que inmovilizan la mente con su contenido emotivo, con sus impulsos aparentemente opuestos y contradictorios. ¿No es posible mantenerse en el estado de desesperación, o cualquier estado semejante, sin precipitarse desde él a una idea opuesta, o aferrándose desesperadamente al estado que se llama de gozo, de esperanza, etc.? El conflicto surge cuando la mente huye del estado llamado desdicha, dolor, hacia otro llamado esperanza, felicidad. Comprender el estado en que uno está, no es aceptarlo. Tanto la aceptación como la negación están dentro del campo de la evaluación.

“Creo que aún no capto cómo puede terminar el pensamiento sin alguna clase de acción en esa dirección”.

Toda acción de la voluntad, del deseo, del impulso compulsivo, nace de la mente, la mente que está evaluando, comparando, condenando. Si la mente percibe la verdad de esto, no por medio de argumentación, convicción, o creencia, sino por ser sencilla y atenta, entonces el pensamiento termina. La terminación del pensamiento no es sueño, una debilidad de la vida, un estado de negación; es un estado totalmente diferente.

“Nuestra conversación me ha demostrado que no he pensado muy profundamente sobre todo esto. Aunque he leído mucho, sólo he asimilado lo que otros han dicho. Creo que por primera vez estoy experimentando el estado de mi propio pensar, y tal vez sea capaz de escuchar algo más que meras palabras”.




ENVIDIA Y SOLEDAD


Aquella tarde había mucha quietud bajo el árbol. Un lagarto subía y bajaba sobre una roca, aún caliente. La noche sería fría y el sol no se volvería a levantar en muchas horas. El ganado estaba cansado y regresaba lentamente de los campos distantes en que trabajaba con sus sueños. Un búho de voz profunda llamaba desde lo alto del montículo que era su morada. Cada atardecer hacia esta hora empezaba, y a medida que oscurecía, las llamadas eran menos frecuentes; pero ocasionalmente, ya avanzada la noche, se volvían a oír. Un búho llamaba a otro a través del valle, y su graznido parecía dar mayor silencio y belleza a la noche. Era una noche encantadora, y la luna nueva se estaba poniendo tras la oscura colina.

No es difícil tener compasión cuando el corazón no está lleno de las astutas cosas de la mente. Es la mente con sus demandas y temores, sus apegos y negaciones, sus determinaciones e impulsos, lo que destruye el amor. Y ¡cuán difícil es ser sencillos sobre todo esto! No necesitáis filosofías y doctrinas para ser benignos y bondadosos. Los eficientes y los poderosos del país se organizan para alimentar y vestir a la gente, para suministrarle albergue y cuidados médicos. Esto es inevitable con el rápido aumento de la producción; es la función de un gobierno bien organizado y de una sociedad equilibrada. Pero la organización no da la generosidad del corazón y de la mano. La generosidad viene de una fuente muy diferente, una fuente que está más allá de toda medida. La ambición y la envidia la destruyen tan seguramente como quema el fuego. Esta fuente hay que tocarla, pero uno tiene que venir a ella con las manos vacías, sin plegarias, sin sacrificios. Los libros no pueden enseñar ni puede ningún gurú conducir a esta fuente. No puede alcanzarse por el cultivo de la virtud, aunque la virtud es necesaria, ni por medio de la capacidad y la obediencia. Cuando la mente está serena, sin ningún movimiento, allí está. La serenidad carece de motivo, carece del anhelo de más.

Era una señora joven, pero un poco agobiada por la pena. No era el dolor físico lo que tanto la molestaba, sino un dolor de especie diferente. El dolor corporal lo había podido dominar por medio de la medicación, pero nunca había podido mitigar la agonía de los celos. La había acompañado, explicó, desde la infancia; a aquella edad era una cosa infantil, que se toleraba y hacía sonreír, pero ahora se había convertido en una enfermedad. Estaba casada y tenía dos hijos, y los celos estaban destruyendo toda relación.

“Parece que estoy celosa, no sólo de mi marido e hijos, sino también de casi cualquiera que tenga más de lo que yo tengo, un jardín mejor o un vestido más lindo. Todo esto puede parecer un poco tonto, pero yo estoy torturada por ello. Hace algún tiempo acudí a un psicoanalista, y temporariamente quedé en paz; pero pronto empezó de nuevo”.

¿No fomenta la envidia, la cultura en la cual vivimos? Los anuncios comerciales, la competencia, la comparación, el culto al éxito con sus muchas actividades, ¿no sustentan la envidia todas estas cosas? La exigencia del más es celo, ¿no es así?

“Pero…”

Consideremos la envidia misma durante un momento, y no vuestras particulares luchas con ella; volveremos a eso después. ¿No está bien así?

“Muy ciertamente.

La envidia es fomentada y respetada, ¿verdad? El espíritu de competencia es nutrido desde la infancia. La idea de que tenéis que hacer y ser mejores que otros se repite constantemente en diferentes formas; el empleo del éxito, el héroe y su bravo acto, son incesantemente pregonados a la mente. La actual cultura se basa en la envidia, en la adquisitividad. Si no sois adquisitivo de cosas mundanas y en vez de ello seguís a algún instructor religioso, se os promete el lugar adecuado en el más allá. A todos se nos cría sobre esta base, y el deseo de triunfar está hondamente establecido en casi todos. Se búsqueda el éxito en diferentes formas, éxito como artista, como hombre de negocios, como aspirante religioso. Todo esto es una forma de envidia, pero es sólo cuando la envidia se vuelve penosa, dolorosa, que uno trata de desembarazarse de ella. Mientras da compensaciones y es placentera, la envidia es una parte aceptada de la propia naturaleza. No vemos que en este mismo placer hay dolor. El apego da placer, pero también engendra celos y dolor, y no es amor. En este género de actividad uno vive, sufre y muere. Es sólo cuando el dolor de esta acción autoaisladora se vuelve insoportable, que uno lucha para salir de ella.

“Creo que vagamente veo todo esto, pero ¿qué tendré que hacer?

Antes de considerar qué es lo que hay que hacer, veamos en qué consiste el problema. ¿Cuál es el problema?

“Estoy torturada por los celos y quiero librarme de ellos”.

Queréis libraros del dolor que os dan; pero ¿no queréis aferraros al peculiar placer que viene con la posesión y el apego?

“Desde luego que sí. ¿No querréis que renuncie a todas mis posesiones, verdad?”

No estamos considerando la renunciación, sino el deseo de poseer. Queremos poseer personas tanto como cosas, nos aferramos a las creencias tanto como a las esperanzas. ¿Por qué existe este deseo de poseer cosas y personas, este ardiente apego?

“No lo sé. Nunca lo he pensado. Parece natural ser envidioso, pero se ha convertido en un veneno, un factor violentamente perturbador en mi vida”.

Necesitamos desde luego ciertas cosas, alimento, ropa, albergue, etc., pero ellas son utilizadas para la satisfacción psicológica, que da lugar a otros muchos problemas. De la misma manera, depender psicológicamente de las personas engendra ansiedad, celos y miedo.

“Supongo que, en ese sentido, yo dependo de ciertas personas. Son para mí una necesidad compulsiva, y sin ellas yo estaría totalmente perdida. Si yo no tuviera mi marido y mis hijos, creo que me iría volviendo loca poco a poco, o me adheriría a alguna otra persona. Pero no veo qué hay de malo en el apego”.

No decimos que sea bueno o malo, sino que estarnos considerando sus causas y efectos, ¿no es así? No estamos condenando ni justificando la dependencia. Pero ¿por qué depende uno psicológicamente de otro? ¿No es ese el problema, y no el de cómo estar libre de las torturas de los celos? Los celos son meramente el efecto, el síntoma, y sería inútil tratar sólo el síntoma. ¿Por qué depende uno psicológicamente de otro?

“Sé que dependo, pero no he pensado realmente sobre ello. Daba por sentado que todos dependen de otro”.

Desde luego, dependemos físicamente unas de otros y siempre dependeremos, lo cual es natural e inevitable. Pero mientras no comprendamos nuestra dependencia psicológica de otro, ¿no creéis que el dolor de los celos continuará? Entonces, ¿por qué existe esta necesidad psicológica de otro?

“Necesito a mi familia por que la amo. Si no la amase, no me preocuparía”.

¿Estáis diciendo que el amor y los celos van juntos?

“Así parece. Si no los amase, ciertamente no estaría celosa”.

En ese caso, si os libráis de los celos, también os habéis desembarazado del amor, ¿verdad? Entonces, ¿por qué queréis libraros de los celos? Queréis mantener el placer del apego y desechar su dolor. ¿Es esto posible?

“¿Por qué no?”

El apego implica miedo, ¿no es así? Tenéis miedo de lo que sois, o de lo que seréis si el otro os deja o muere, y estáis apegada a causa de este temor. Mientras estáis ocupada con el placer del apego, el temor está oculto, bajo llave, pero desgraciadamente siempre está ahí; y hasta que estéis libres de este temor, continuarán las torturas de los celos.

“¿De qué tengo miedo?”

La cuestión no es de qué tenéis miedo, sino, si os dais cuenta de que sentís miedo.

“Ahora que hacéis categóricamente la pregunta, supongo que sí me doy cuenta. Muy bien, tengo miedo”.

¿De qué?

“De estar perdida, insegura; de no ser amada, atendida, de estar solitaria, sola. Creo que es eso: temo estar sola, no poder enfrentarme por mí misma con la vida, de modo que dependo de mi marido y de mis hijos, me aferra desesperadamente a ellos. Siempre existe en mí el temor de que les pase algo. A veces mi desesperación adopta la forma de los celos, de la furia incontenible, etc. Temo que mi marido se incline hacia otra. Me devora la ansiedad. Os aseguro que he pasado muchas horas llorando. Toda esta contradicción y este tormento es lo que llamamos amor y vos me preguntáis si es amor. ¿Hay amor cuando hay apego? Veo que no. Ello es feo, completamente egoísta; estoy pensando en mí misma todo el tiempo. Pero ¿qué tendría que hacer?”

El condenar, el llamaros odiosa, fea, egoísta, no disminuye en modo alguno el problema; al contrario lo aumenta. Es importante comprender esto. La condenación o la justificación impide mirar hacia lo que hay detrás del terror, es una activa distracción para no enfrentaros con el hecho de lo que está efectivamente sucediendo. Cuando decís: “Soy fea, egoísta”, estas palabras van cargadas de condenación, y vos estáis fortaleciendo la característica condenatoria que forma parte del yo.

“No estoy segura de comprender esto”.

Condenando o justificando una acción de vuestro hijo, ¿lo comprendéis? No tenéis tiempo o inclinación para explicarla de modo que para lograr un resultado inmediato decís “haz” o “no hagas”; pero no habéis comprendido las complejidades del niño. Del mismo modo, la condenación, la justificación o la comparación impiden la comprensión de vos misma. Tenéis que comprender la compleja entidad que sois vos.

“Sí, sí, percibo eso”.

Entonces, penetrad lentamente en el asunto, sin condenar ni justificar. Encontraréis muy arduo no condenar ni justificar, porque durante siglos la negación y la aserción han sido habituales. Vigilad vuestras propias reacciones mientras hablamos

El problema no está constituido, pues, por los celos y la manera de librarse de ellos, sino por el temor. ¿Qué es el temor? ¿Cómo surge?

“Está ahí desde luego, pero lo que es, no lo sé”.

El miedo no puede existir en el aislamiento, únicamente existe en relación con algo, ¿no es así? Hay un estado que llamáis soledad, y cuando sois consciente de ese estado, aparece el temor. De modo que el temor no existe por sí mismo. ¿De qué tenéis miedo, en realidad?

“¿Supongo que de mi soledad, como decís?”

¿Por qué suponéis? ¿No estáis segura?

“Dudo de estar segura de nada, pero la soledad es uno de mis más profundos problemas. Siempre ha estado ahí, en el trasfondo, pero es sólo ahora, en esta conversación, que me veo forzada a mirarla directamente, para ver si está ahí. Es un enorme vacío, asustador e ineludible”.

¿Es posible mirar a este vacío sin darle un nombre, sin ninguna forma de descripción? El rotular meramente un estado no significa que lo comprendamos; al contrario, es un obstáculo para la comprensión.

“Veo lo que queréis decir, pero no puedo evitar nombrarlo, es prácticamente una reacción instantánea”.

Sentir y nombrar son casi simultáneos, ¿verdad? ¿Pueden ser separados? ¿Puede haber un intervalo entre un sentimiento y el acto de darle nombre? Si este intervalo es realmente experimentado, se verá que el pensador cesa como entidad separada y distinta del pensamiento. El proceso verbalizador es parte del yo, del ego, la entidad que es celosa y que trata de sobreponerse a sus celos. Si realmente comprendéis la verdad de esto, entonces cesa el temor. El nombrar tiene un efecto fisiológico tanto como un efecto psicológico. Cuando no se nombra, sólo entonces es posible darse plena cuenta de aquello que se llama el vacío de la soledad. Entonces la mente no se separa a sí misma de aquello que es.

“Encuentro sumamente difícil seguir todo esto, pero creo que he entendido por lo menos algo de ello, y dejaré que esa comprensión se vaya revelando”.



LA TEMPESTAD EN LA MENTE


La niebla había durado todo el día, y cuando se disipó hacia el atardecer, surgió un viento del Este, un viento seco, áspero, que se llevaba las hojas muertas y secaba la tierra. Era una noche tempestuosa y amenazadora, el viento había aumentado, la casa crujía y se desgajaban las ramas de los árboles. A la mañana siguiente el aire estaba tan claro, que parecía que podía uno casi tocar las montañas. El calor había vuelto con el viento; pero como éste cesó a última hora de la tarde, la niebla vino otra vez desde el mar.

¡Cuán extraordinariamente hermosa y rica es la tierra! No cansa nunca. Los lechos secos de los ríos están llenos de cosas vivas; aliagas, amapolas, altos girasoles amarillos. En las peñas hay lagartos; una regia serpiente, de anillos pardos y blancos, se está soleando, sacando y retirando la negra lengua, y al otro lado del barranco, un perro ladra, persiguiendo una taltuza o un conejo.

El contento jamás es el resultado de la realización, del logro, o de la posesión de las cosas; no nace de la acción ni de la inacción. Viene con la plenitud de lo que es, y no en el cambio de ello. Aquello que es completo no necesita alteración, cambio. Es lo incompleto, al tratar de volverse completo, lo que conoce el tormento del descontento y del cambio. Lo que es, es lo incompleto, no lo completo. Lo completo es irreal, y la persecución de lo irreal es el dolor del descontento, que jamás puede ser curado. El intento mismo de curar ese dolor es la búsqueda de lo irreal, de lo cual surge el descontento. No hay medio de escapar del descontento. Darse cuenta del descontento es darse cuenta de lo que es, y en la plenitud de ello hay un estado que puede llamarse contento. No tiene opuesto.

La casa dominaba el valle y el más alto pico de las distantes montañas resplandecía con el sol poniente. Su masa rocosa parecía colgar del cielo y descender desde dentro, y en la penumbra de la habitación la belleza de aquella luz rebasaba toda medida.

Era un hombre más bien joven, vehemente y buscador.

“He leído varios libros sobre religión y prácticas religiosas, sobre meditación y los diversos métodos recomendados para alcanzar lo más elevado. Un tiempo fui atraído hacia el comunismo, pero pronto me encontré con que era un movimiento retrógrado, a pesar de los muchos intelectuales que pertenecían a él. También estuve atraído por el catolicismo. Algunas de sus doctrinas me complacían, y durante cierto tiempo pensé en hacerme católico; pero un día, mientras hablaba con un sacerdote muy instruido, de repente percibí cuán semejante es el catolicismo a la prisión del comunismo. Durante mis excursiones como marinero en un barco, fui a la India y pasé cerca de un año allí, y pensé hacerme monje; pero aquello estaba demasiado retirado de la vida y era demasiado idealista e irreal. Traté de vivir sólo todos estos años, todavía parece que soy completamente incapaz con el fin de meditar, pero también esto terminó. Después de todos estos años, todavía parece que soy completamente incapaz de dominar mis pensamientos, y es sobre esto que quiero hablar. Desde luego, tengo otros problemas, el sexo, etc., pero si yo fuera por completo dueño de mis pensamientos, podría entonces arreglármelas para dominar mis ardientes deseos e impulsos”.

¿No llevará el control del pensamiento a calmar el deseo o meramente a su supresión, lo que a su vez traería otros y graves problemas?

“Desde luego no recomendáis que se ceda al deseo. El deseo es la modalidad del pensamiento, y en mis intentos para dominar el pensamiento, yo había esperado subyugar mis deseos. Los deseos tienen que ser subyugados o sublimados, pero aun para sublimarlos hay que sujetarlos primero. La mayor parte de los instructores insisten en que hay que trascender los deseos, y prescriben diversos métodos para conseguirlo”.

Aparte de lo que otros layan dicho, ¿qué pensáis vos? ¿Resolverá el mero control del deseo los muchos problemas del deseó? ¿La supresión o sublimación del deseo acarrearán su comprensión, u os librarán de él? Por medio de alguna ocupación, religiosa o de otra clase, la mente puede ser disciplinada cada hora del día. Pero una mente ocupada no es una mente libre, y ciertamente sólo la mente libre puede darse cuenta de la creatividad atemporal.

“¿No hay liberación al trascender el deseo?”

¿Qué queréis decir al hablar de trascender el deseo?

“Para la realización de la propia felicidad, y también de lo más elevado, es necesario no ser impulsado por el deseo, no estar preso en su agitación y confusión. Para tener el deseo bajo control, es esencial alguna forma de subyugación. En vez de ir en busca de las cosas triviales de la vida, ese mismo deseo puede ir en busca de lo sublime”.

Podéis cambiar el objeto del deseo desde una casa al conocimiento, de lo bajo a lo más elevado, pero sigue siendo la actividad del deseo, ¿verdad? Uno puede no querer reconocimiento mundano, pero el anhelo de alcanzar el cielo sigue siendo la persecución de la ganancia. El está siempre buscando realización, logro, y es este movimiento del deseo lo que ha de ser comprendido y no rechazado o sometido. Sin comprender las modalidades del deseo, el mero control del pensamiento tiene poca importancia.

“Pero tengo que volver al punto de partida. Aun para comprender el deseo, la concentración es necesaria, y ahí está toda mi dificultad. Paréceme que no puedo controlar mis pensamientos. Andan errantes por todas partes, saltando unos sobre otros. No hay un solo pensamiento que sea dominante, y continúo entre todos los pensamientos insignificantes”.

La mente es como una máquina que está trabajando noche y día, charlando, perpetuamente atareada, tanto despierta como dormida. Es rápida y tan inquieta como el mar. Otra parte de este intrincado y complejo mecanismo trata de controlar todo el movimiento, y así empieza el conflicto entre deseos opuestos, entre incitaciones. Uno puede ser llamado el yo superior y el otro el yo inferior, pero los dos están dentro del campo de la mente. La acción y reacción de la mente, del pensamiento, son casi simultáneas y automáticas. Todo el proceso consciente e inconsciente de aceptar y negar, conformarse o ajustarse y tratar de ser libre, es sumamente rápido. La cuestión no es pues cómo controlar este complejo mecanismo, pues el control trae rozamiento y sólo disipa la energía pero ¿puede aminorar su ritmo esta velocísima mente?

“¿Y cómo?”

Si puede señalarse, señor, la cuestión no es el “cómo”. El “cómo” meramente produce un resultado, un fin sin mucha importancia; y, después que se obtiene, empezará de nuevo la búsqueda de otro fin deseable, con su desdicha y su conflicto.

“Entonces, ¿qué se puede hacer?”

No estáis haciendo la pregunta acertada, ¿verdad? No estáis descubriendo por vos mismo la verdad o falsedad de aminorar el ritmo de la mente, sino que os interesáis por lograr un resultado. Lograr un resultado es relativamente fácil, ¿no es así? ¿Es posible que la mente vaya más lenta sin ponerle frenos?

“¿Qué significa ‘ir más lenta’?”

Cuando vais muy de prisa en un coche, el paisaje cercano se vuelve borroso; solamente a la velocidad de la marcha a pie es como podéis observar en detalle los árboles, las aves y las flores. El autoconocimiento viene con la quietud de la mente, pero eso no significa forzar la mente a ser lenta. La compulsión sólo conduce a la resistencia, y no debe haber disipación de energía al retardar el ritmo de la mente. Esto es así ¿verdad?

“Creo que empiezo a ver que el esfuerzo que uno hace para regular el pensamiento es un desgaste inútil, pero no comprendo qué otra cosa ha de hacerse”.

Aún no hemos llegado a la cuestión de la acción, ¿verdad? Estamos tratando de ver que es importante que la mente aminore su ritmo, no estamos considerando la manera de aminorarlo. ¿Puede ir la mente más despacio? ¿Y cuándo ocurre esto?

“No lo sé, nunca hasta ahora he pensado en esto”.

¿No habéis notado, señor, que mientras estáis observando algo la mente va más lenta? Cuando observáis ese coche que avanza por la carretera, o miráis atentamente a cualquier objeto material, ¿no está funcionado vuestra mente más despacio? Vigilar, observar, aminora el ritmo de la mente. Mirar a un cuadro, a una imagen, a un objeto, ayuda a aquietar la mente, lo mismo que pasa con la repetición de una frase; pero entonces el objeto o la frase se tornan muy importantes, y no la aminoración del ritmo de la mente y lo que se descubre con ello.

“Estoy atento a lo que estáis explicando, y me doy cuenta de la quietud de la mente”.

¿Observamos jamás realmente alguna cosa, o es que interponemos entre el observador y lo observado una pantalla de diversos prejuicios, valores, juicios, comparaciones, condenaciones?

“Es casi imposible no tener esta pantalla. No creo que sea yo capaz de observar en una forma integral”.

Si se puede sugerir, no os cerréis el camino con palabras o con una conclusión, positiva o negativa. ¿Puede haber observación sin esta pantalla? Para decirlo de otro modo, ¿hay atención cuando la mente está ocupada? Sólo la mente desocupada es la que puede atender. La mente es lenta, alerta, cuando hay vigilancia, que es la atención de una mente no ocupada.

“Empiezo a experimentar lo que estáis diciendo, señor”.

Examinémoslo un poco más. Si no hay evaluación, pantalla entre el observador y lo observado, ¿hay entonces separación, división entre ellos? ¿No es el observador lo observado?

“Creo que no lo sigo bien”.

El diamante no puede ser separado de sus cualidades, ¿verdad? El sentimiento de envidia no puede separarse del experimentador de ese sentimiento, aunque existe una división ilusoria que engendra conflicto, y en este conflicto está presa la mente. Cuando desaparece esta falsa separación, hay una posibilidad de libertad, y sólo entonces está la mente calma. Es sólo cuando el experimentador cesa que existe el movimiento creador de lo real.



CONTROL DEL PENSAMIENTO


A cualquier velocidad había siempre polvo, fino y penetrante, y se introducía en el coche. Aunque eran las primeras horas de la mañana y el sol no se levantaría aun en una hora o dos, ya reinaba un calor seco y vigoroso, que no resultaba demasiado agradable. Aun a aquella hora había carretas de bueyes en el camino. Los conductores iban dormidos, pero los bueyes, siguiendo el camino, regresaban lentamente a su aldea. A veces había dos o tres carretas, a veces diez, y en una oportunidad eran veinticinco, una larga fila, con todos los conductores dormidos y una sola lámpara de kerosene en la carreta delantera. El automóvil tuvo que salirse del camino para pasarlas, levantando montañas de polvo, y los bueyes, con sus cencerros sonando rítmicamente, no se inmutaban.

Aún reinaba bastante oscuridad tras una hora de viaje sin parar. Los árboles estaban oscuros, misteriosos y reiterados. El camino ahora estaba pavimentado, pero era estrecho, y cada carreta significaba más polvo, más campanilleo y aun más carretas por delante. Ibamos en dirección al Este, y despuntaba el amanecer, opaco, suave y sin sombras. No era un amanecer claro, brillante, con chispeante rocío, sino una de esas mañanas ya un poco pesadas con calor inminente. Pero ¡qué hermosa era! A lo lejos estaban las montañas; no podían verse todavía, pero uno sentía que estaban allí, inmensas, frescas y libres del tiempo.

El camino pasaba por toda clase de pueblos, unos limpios, ordenarlos y bien cuidados, otros sucios y derruidos, con desesperada pobreza y degradación. Los hombres partían a los campos, las mujeres a la fuente, y los niños gritaban y reían en las calles. Había kilómetros de granjas gubernamentales, con tractores, piscinas y escuelas agrícolas experimentales. Pasó al lado un potente automóvil nuevo, lleno de personas ricas bien alimentadas. Las montañas estaban aun lejos, y la tierra era rica. En varios lugares, la carretera pasaba por un lecho de río seco, donde si bien el camino quedaba interrumpido, los automóviles y las carretas habían abierto huellas. Los papagayos, verdes y rojos, se llamaban mutuamente en su alocado vuelo; había también aves más pequeñas, doradas y verdes, y los pájaros blancos de los arrozales.

Ahora la carretera abandonaba las llanuras y empezaba a ascender. La espesa vegetación de las laderas estaba siendo despejada con máquinas, y se estaban plantando kilómetros de árboles frutales. El automóvil continuaba escalando las colinas, que se convertían en montañas cubiertas de esbeltos castaños y rectos pinos. Los castaños estaban cargados de flores. La vista se iba ampliando ahora; valles inmensos se extendían abajo, y por delante teníamos picos nevados.

Al fin rodeamos un repecho en la cima de la cuesta, y allí aparecieron las montañas, claras y deslumbrantes. Estaban a unos noventa kilómetros, con un vasto valle azul entre ellas y nosotros. Extendiéndose a lo largo de más de trescientos kilómetros, llenaban el horizonte de un extremo al otro, y con un giro de la cabeza podíamos abarcarlas en su totalidad. Era una vista maravillosa. Los noventa kilómetros intermedios parecían desaparecer, y sólo quedaba aquella potencia y soledad. Aquellas cumbres, algunas de ellas elevándose a 6.400 metros de altura, tenían nombres divinos, porque los dioses vivían allí, y los hombres venían de grandes distancias en peregrinaciones, a adorar y a morir.

Había sido educado en el extranjero, dijo, y había alcanzado una buena posición en el gobierno pero hacía unos veinte años que había tomado la decisión de abandonar su puesto y los caminos del mundo, con el fin de pasar los restantes días de su vida en meditación.

“He practicado diversos métodos de meditación”, siguió diciendo, “hasta que logré completo control de mis pensamientos. y esto ha traído consigo ciertos poderes y dominio sobre mí mismo. Sin embargo, un amigo me llevó a una de vuestras pláticas en la cual respondisteis una pregunta sobre la meditación, diciendo que, tal como generalmente se practica, la meditación es una forma de autohipnosis, un cultivo de deseos autoproyectados, por refinados que sean. Esto me pareció tan verdadero, que he buscado esta conversación con vos; y, como yo he dedicado mi vida a la meditación, espero que podamos considerar el asunto con bastante profundidad.

“Quisiera empezar explicando un tanto el curso de mi desarrollo. Por todo lo que había leído, comprendí que era necesario ser completamente dueño de los propios pensamientos. Esto era dificultoso para mí. La concentración sobre el trabajo oficial era algo totalmente diferente de estabilizar la mente y ponerle riendas a todo el proceso del pensamiento. Según los libros, uno tenía que tener en la propia mano todas las riendas del pensamiento controlado. El pensamiento no podía agudizarse para penetrar en las muchas ilusiones a menos que estuviera controlado y dirigido esa fue, pues, mi primera tarea”.

Si se puede preguntar sin irrumpir en vuestra narración, ¿es el control del pensamiento la primera tarea?

“Oí lo que dijisteis en vuestra plática sobre concentración, pero, si se me permite, me gustaría en la medida de lo posible describir toda mi experiencia y luego acometer ciertas cuestiones vitales relacionadas con ella”.

Como queráis, señor.

“Desde el principio mismo estuve insatisfecho con mi ocupación, y fue un asunto relativamente fácil renunciar a una carrera prometedora. Había leído muchos libros sobre la meditación y la contemplación, incluso los escritos de diversos místicos, tanto aquí como en Occidente, y me parecía evidente que el control del pensamiento era la cosa más importante. Esto reclamaba considerable esfuerzo, sostenido y con propósito. A medida que progresaba en la meditación, tuve muchas experiencias, visiones de Krishna, de Cristo y algunos de los santos hindúes. Me volví clarividente y empecé a leer los pensamientos de las personas, y adquirí otros sidhis o poderes. Pasé de experiencia en experiencia, de una visión, con su simbólico significado, a otra, de la desesperación a la más elevada forma de bienaventuranza. Tuve el orgullo de un conquistador, de uno que es dueño de sí mismo. El ascetismo, el dominio de sí mismo, da efectivamente una sensación de poder, y engendra vanidad, fuerza y autoconfianza. Yo estaba en la rica plenitud de todo eso. Aunque había oído hablar de vos durante muchos años, el orgullo de mi realización siempre me había impedido venir a escucharos; pero mi amigo, otro sannyasi insistía en que viniera, y lo que he oído me ha confundido. ¡Yo había creído anteriormente que estaba más allá de toda confusión! Esto, brevemente, ha sido mi historia por lo que se refiere a la meditación”.

“Dijisteis en vuestra charla que la mente tiene que ir más allá de toda experiencia, pues de lo contrario queda aprisionada en sus propias proyecciones, en sus propios deseos y empeños y me sorprendió hondamente descubrir que mi mente estaba aprisionada en estas mismas cosas. Siendo consciente de este hecho ¿cómo va la mente a romper los muros de la prisión que ha construido en torno de sí misma? ¿Han sido desperdiciados estos veinte o más años? ¿Ha sido todo ello un mero vagar en la ilusión?”

Qué acción debiera tener lugar, podría discutirse ahora, pero consideremos, si queréis, el control del pensamiento ¿Es necesario este control? ¿Es beneficioso o dañoso? Diversos instructores religiosos han recomendado el control del pensamiento como el primer paso, pero ¿tienen razón? ¿Quién es éste que ejerce el control? ¿No forma parte de ese mismo pensamiento que él está tratando de regular? Puede pensar de sí mismo como si fuera separado, diferente del pensamiento, pero ¿no es el resultado del pensamiento? Ciertamente, el control implica la acción coercitiva de la voluntad para subyugar, reprimir, dominar, crear resistencia contra lo que no se desea. En todo este proceso hay vasto y desgraciado conflicto, ¿no es así? ¿Puede surgir algún bien del conflicto?

La concentración en la meditación es una forma de automejoramiento, que da importancia a la acción dentro de los límites del “sí mismo”, del ego, del “yo”. La concentración es un proceso que estrecha el pensamiento. Un niño está absorto en su juguete. El juguete, la imagen, el símbolo, la palabra, detiene el inquieto vagabundeo de la mente, y tal absorción se llama concentración. La mente está absorta en la imagen, en el objeto externo o interno. La imagen o el objeto es entonces lo importante, y no la comprensión de la mente misma. La concentración sobre algo es relativamente fácil. El juguete absorbe a la mente, pero no la libera para explorar, descubrir lo que hay, si hay algo, más allá de sus propias fronteras.

“Lo que decís es tan diferente de lo que uno ha leído o de lo que le han enseñado, y sin embargo parece ser verdad y estoy empezando a comprender las implicaciones del control. Pero ¿cómo puede la mente ser libre sin disciplina?”

La represión y la conformidad no son los pasos que conducen a la libertad. El primer paso hacia la libertad es la comprensión del cautiverio. La disciplina ajusta la conducta y amolda el pensamiento al patrón deseado pero sin comprender el deseo el mero control o la disciplina pervierten el pensamiento; mientras que, cuando nos damos cuenta de las modalidades del deseo, ese darse cuenta trae claridad y orden. Después de todo, señor, la concentración es el medio del deseo. Un hombre de negocios está concentrado porque quiere amasar fortuna o poder, y cuando otro se concentra en la meditación, también va tras la realización, la recompensa. Los dos persiguen el éxito, que da confianza en uno mismo, y la sensación de estar seguro. Esto es así, ¿verdad?

“Comprendo lo que estáis explicando, señor”.

La comprensión verbal sola, que es una captación intelectual de lo que se oye, tiene escaso valor, ¿no creéis? El factor liberador no es nunca una mera comprensión verbal, sino la percepción de la verdad o la falsedad de la cuestión. Si podemos comprender las implicaciones de la concentración y ver lo falso como falso, entonces estamos libres del deseo de realizar, de experimentar, de llegar a ser. De esto viene la atención, que es enteramente diferente de la concentración. La concentración implica un proceso dual, una elección, un esfuerzo, ¿no es así? Hay el que hace el esfuerzo y el fin para el cual el esfuerzo se realiza. Así, la concentración refuerza el “yo”, el “mí mismo”, el ego como autor del esfuerzo, el conquistador, el virtuoso. Pero en la atención esta actividad dual no está presente; está ausente el experimentador, el que acumula, almacena y repite. En este estado de atención, han cesado el conflicto de la realización y el miedo del fracaso.

“Pero infortunadamente, no todos nosotros estamos dotados de ese poder de atención”.

No es un don, no es una recompensa, una cosa que haya de ser adquirida mediante disciplina, práctica, etc. Surge con la comprensión del deseo, que es conocimiento de sí mismo. Este estado de atención es lo bueno, la ausencia del yo.

“¿Ha sido completamente desperdiciado todo mi esfuerzo y disciplina de muchos años, y carece de valor? Aun al hacer esta pregunta estoy empezando a ver la verdad del asunto. Veo ahora que durante más de veinte años he seguido un camino que ha conducido inevitablemente a una cárcel autocreada, en la cual he vivido, experimentado y sufrido. Llorar sobre el pasado es autoindulgencia, y uno tiene que empezar de nuevo con un espíritu diferente. Pero ¿qué me decís sobre todas las visiones y experiencias? ¿Son ellas también falsas, sin valor?”

¿No es la mente, señor, un gran depósito de todas las experiencias, visiones y pensamientos del hombre? La mente es el resultado de muchos millares de años de tradición y experiencia. Es capaz de fantásticas invenciones, desde la más simple a la más compleja. Es capaz de extraordinarios engaños y de inmensas percepciones. Las experiencias y esperanzas, las ansiedades, las alegrías y el conocimiento acumulado, tanto colectivo como individual, está todo allí, almacenado en las profundas capas de la conciencia, y uno puede revivir las experiencias, visiones, etc., heredadas o adquiridas. Se nos habla de ciertas drogas que pueden traer claridad, una visión de las profundidades y de las alturas, que puede librar a la mente de sus inquietudes, dándole gran energía y claridad. Pero ¿tiene la mente que pasar a través de todos estos oscuros y ocultos pasajes para llegar a la luz? Y cuando por cualquiera de estos medios llega a la luz, ¿es esa la luz de lo eterno? ¿O es la luz de lo conocido, lo reconocido, una cosa nacida de la búsqueda, la lucha, la esperanza? ¿Tiene uno que pasar por todo este fatigoso proceso para encontrar aquello que es inmensurable? ¿Podemos dejar de lado esto y llegar a aquello que puede llamarse amor? Puesto que vos habéis tenido visiones, poderes, experiencias, ¿qué decís, señor?

“Mientras duraron, naturalmente creí que eran importantes y tenían significado; me daban una satisfactoria sensación de poder, cierta felicidad en una agradable realización. Cuando llegan los diversos poderes, le dan a uno gran confianza en sí mismo, una sensación dé dominio de sí en la cual hay un abrumador orgullo. Ahora, después de hablar sobre todo esto, ya no estoy muy seguro de que estas visiones, etc., tengan gran significado para mí, como lo tuvieron un tiempo. Parecen haberse retirado, a la luz de mi propia comprensión”.

¿Tiene uno que pasar por todas estas experiencias? ¿Son necesarias para abrir la puerta de lo eterno? ¿No pueden dejarse de lado? Después de todo, lo esencial es el conocimiento de sí mismo, que produce una mente en calma. Una mente tranquila no es el producto de la voluntad, de la disciplina, de las diversas prácticas para subyugar el deseo. Todas estas prácticas y disciplinas sólo fortalecen el ego, y la virtud es entonces otra roca sobre la cual el yo puede edificar una morada de importancia y respetabilidad. La mente tiene que estar vacía de lo conocido para que lo incognoscible sea. Sin comprender los caminos del yo, la virtud empieza a investirse de importancia. El movimiento del yo, con sus voluntades y deseos, su búsqueda y acumulación, tiene que cesar totalmente. Sólo entonces puede surgir lo atemporal. No puede ser invitado. La mente que trata de invitar lo real mediante diversas prácticas, disciplinas, mediante plegarias y actitudes, sólo puede recibir sus propias agradables proyecciones, pero ellas no son lo real.

“Percibo ahora, después de estos muchos años de ascetismo disciplina y automortificación, que mi mente está presa en la cárcel de su propia creación, y que los muros de esta prisión tienen que ser derribados. ¿Cómo puede uno emprenderlo?”

El mismo darse cuenta de que tienen que desaparecer es suficiente. Toda acción para derribarlos pone en movimiento el deseo de realizar, de ganar, y así trae a la existencia el conflicto de los opuestos, del experimentador y la experiencia, del que busca y lo buscado. Ver lo falso como falso es en sí mismo suficiente porque esa misma percepción libera a la mente de lo falso.



¿EXISTE EL PENSAR PROFUNDO?


Mucho más allá de los palmares estaba el mar, agitado y cruel nunca estaba sereno, sino siempre tumultuoso, con olas y fuertes corrientes. En el silencio de la noche su bramido podía oírse desde cierta distancia tierra adentro, y en aquella profunda voz había una advertencia, una amenaza. Pero aquí entre las palmeras había profundas sombras y quietud. Había luna llena, que iluminaba casi como la luz diurna, sin el calor ni el resplandor, y la luz sobre aquellas ondulantes palmeras era suave y encantadora. La belleza no estaba solamente en la luz lunar que caía sobre las palmeras sino también en las sombras, en los redondeados troncos, en las chispeantes aguas y en la rica tierra. La tierra, el cielo, el hombre que pasaba, las ranas que cantaban y el silbato distante de un tren todo era una cosa viviente, inmedible para la mente.

La mente es un instrumento asombroso; no hay maquinaria hecha por el hombre que sea tan compleja, sutil, con tales posibilidades infinitas. Sólo nos damos cuenta de los niveles superficiales de la mente, si es que llegamos a darnos cuenta siquiera, y nos contentamos con vivir y tener nuestro ser en su superficie exterior. Aceptamos el pensar como la actividad de la mente: el pensar del general que proyecta el asesinato en gran escala, el del sagaz político, del sabio profesor, del carpintero. Y ¿existe el pensar profundo? ¿No es todo pensar una actividad superficial de la mente? ¿En el pensamiento, es profunda la mente? ¿Puede la mente, que es cosa compuesta, el resultado del tiempo, de la memoria, de la experiencia, darse cuenta de algo que no es de sí misma? La mente siempre anda a tientas, buscando algo que esté más allá de sus propias actividades autoaisladoras, pero el centro desde el cual busca sigue siendo siempre el mismo.

La mente no es meramente la actividad superficial, sino también los ocultos movimientos de muchos siglos. Estos movimientos modifican o regulan la actividad exterior, de modo que la mente desarrolla sus propios conflictos dualísticos. No hay mente entera, total; está fragmentada en muchas partes, unas en oposición a otras. La mente que trata de integrarse, de coordinarse a sí misma, no puede traer paz entre sus muchas partes separadas. La mente que es completada por el pensamiento, por el conocimiento, por la experiencia, es aun el resultado del tiempo y del dolor; como es cosa compuesta, sigue siendo un producto de las circunstancias.

Abordamos erróneamente este problema de la integración. La parte nunca puede convertirse en el todo. A través de la parte no puede realizarse el todo, pero nosotros no vemos esto. Lo que sí vemos es a lo particular agrandándose para contener a las diversas partes pero la unión de muchas partes no contribuye a la integración, ni es ella de gran importancia cuando hay armonía entre las diversas partes. No es la armonía ni la integración lo que es de importancia, porque esto puede producirse con cuidado y atención, con acertada educación pero lo que sí es de la más alta importancia es permitir que lo desconocido surja. Lo conocido jamás puede recibir a lo desconocido. La mente está tratando sin cesar de vivir felizmente en el charco de la integración autocreada, pero esto no traerá la creatividad de lo desconocido.

Esencialmente, el automejoramiento no es más que mediocridad. Mejorarse a sí mismo mediante la virtud, la identificación con la capacidad, mediante cualquier forma de seguridad positiva o negativa, es un proceso de autoencierro, por amplio que sea. La ambición engendra mediocridad, porque la ambición es la realización del yo por medio de la acción, del grupo, de la idea. El yo es el centro de todo lo conocido, es el pasado moviéndose a través del presente hacia el futuro, y toda actividad en el campo de lo conocido contribuye a la superficialidad de la mente. La mente jamás puede ser grande, porque lo grande es lo inconmensurable. Lo conocido es comparable, y todas las actividades de lo conocido sólo pueden traer dolor.



INMENSIDAD


El valle reposaba mucho más abajo, y estaba lleno de la actividad que es común en la mayor parte de los valles. El sol se estaba poniendo tras las distantes montañas, y las sombras eran oscuras y largas. Era un tranquilo atardecer, con una brisa que soplaba del mar. Los naranjos, fila tras fila, estaban casi negros, y en el largo y recto camino que atravesaba el valle, había ocasionales resplandores, producidos por los automóviles en movimiento al reflejar la luz del sol poniente. Era un atardecer de encanto y de paz.

La mente parecía cubrir el vasto espacio y la ilimitada distancia; o más bien, la mente parecía expandirse sin término, y detrás y más allá de la mente había algo que contenía en sí todas las cosas. La mente vagamente luchaba para reconocer y recordar aquello que no era de sí misma, y así detenía su actividad usual; pero no podía captar lo que no era de su propia naturaleza, y ahora todas las cosas, incluyendo la mente, estaban en vueltas en aquella inmensidad. Oscurecía, y el distante ladrido de los perros de ninguna manera perturbaba aquello que está más allá de toda conciencia. Ello no puede ser pensado ni experimentado por la mente.

Pero ¿qué es, entonces, lo que ha percibido, y ese algo totalmente diferente de las proyecciones de la mente de que se ha dado cuenta? ¿Quién es el que experimenta esto? Es evidente que no es la mente de los recuerdos, las respuestas y los impulsos cotidianos. ¿Hay otra mente, o hay otra parte de la mente que está adormecida, y que es despertada sólo por aquello que está por encima y más allá de toda mente? Si esto es así, entonces dentro de la mente está siempre aquello que trasciende todo pensamiento y tiempo. Y sin embargo, esto no puede ser, porque es sólo pensamiento especulativo, y por lo tanto otra de las muchas invenciones de la mente.

Como esa inmensidad no nace del proceso de la mente, entonces ¿qué es lo que se da cuenta de ella? ¿Es la mente como experimentador que se da cuenta de ella, o es esa inmensidad que se da cuenta de sí misma porque no hay experimentador en absoluto? No había experimentador cuando esto sucedió al bajar de la montaña, y sin embargo, el darse cuenta de la mente era totalmente diferente, en clase tanto como en grado, de aquello que es inmensurable. La mente no estaba funcionando; estaba alerta y pasiva, y aunque percibía la brisa que jugaba entre las hojas, no había movimiento de ninguna clase dentro de sí misma. No había observador que midiera lo observado. No tenía principio ni palabra.

La mente se da cuenta que no puede aprehender por experiencia y palabra aquello que siempre permanece, atemporal e inmensurable.



¿EMPIEZA POR CONCLUSIONES EL PENSAR?


Eran muy bellas colinas al otro lado del lago, y más allá de ellas se elevaban las montañas cubiertas de nieve. Había estado lloviendo todo el día, pero ahora, como un milagro inesperado, se despejó súbitamente el cielo y todo se volvió vivo, gozoso y sereno. Eran intensos los matices amarillos, rojos y púrpura oscuro de las flores, y las gotas de la lluvia sobre ellas Parecían preciosas joyas. La tarde era encantadora, llena de luz y esplendor. La gente salía a las calles y a lo largo del lago, los niños gritaban y reían. Todo aquel movimiento y agitación estaba penetrado de encantadora belleza y de una extraña paz que lo impregnaba todo.

Estábamos varias personas en el largo banco que miraba hacia el lago. Un hombre hablaba en voz bastante alta y era imposible no oír lo que decía a su vecino: “En una tarde como ésta, quisiera estar muy lejos de este ruido y confusión, pero mi empleo me retiene aquí, y yo lo aborrezco”. Algunos daban golosinas a los cisnes, a los patos y a algunas gaviotas dispersas. Los cisnes eran blanquísimos y llenos de gracia. Ahora no se veía ni una ondulación en el agua. La colinas de la otra orilla estaban casi negras, pero las montañas de más allá resplandecían bajo el sol poniente y las brillantes nubes a su espalda parecían apasionadamente llenas de vida.

“No estoy seguro de comprenderos”, empezó diciendo mi visitante, “cuando decís que hay que dejar de lado el conocimiento para comprender la verdad”. Era un hombre de edad que había viajado y leído mucho había pasado un año o cosa así en un monasterio, explicó, y había vagado por todo el mundo de puerto en puerto, trabajando en barcos, ahorrando dinero y acopiando conocimiento. “No me refiero a meros conocimientos librescos”, siguió diciendo, “me refiero al conocimiento que han acumulado los hombres sin ponerlo en el papel, la misteriosa tradición que está más allá de los rollos y libros sagrados. He probado algo en ocultismo, pero eso me ha parecido siempre un poco tonto y superficial. Un buen microscopio es muchísimo más beneficioso que la clarividencia de un hombre que ve cosas superfísicas. He leído algunos de los grandes historiadores con sus teorías y visiones, pero... Si tiene una mente de primera clase y la capacidad de acumular conocimiento, un hombre debería poder hacer un inmenso bien. Sé que no es lo corriente pero yo tengo una secreta compulsión a reformar el mundo, y mi pasión es el conocimiento. Siempre he sido persona apasionada en muchos aspectos, y ahora me consume este impulso de conocer. El otro día leí algo vuestro que me intrigó, y puesto que decís que tenemos que estar libres de conocimiento, decidí venir a veros, no como seguidor, sino como investigador”.

Seguir a otro, por sabio o noble que sea, es obstruir toda comprensión ¿no es así?

“Entonces podemos hablar libremente y con mutuo respeto”.

Si me permitís la pregunta ¿qué entendéis por conocimiento?

“Sí, ésa es una buena pregunta para empezar. Conocimiento es todo lo que el hombre ha aprendido por experiencia, es o que ha acopiado por el estudio, durante siglos de lucha y dolor, en los muchos campos de la actividad, tanto científica como psicológica. Lo mismo que aun el más grande historiador interpreta la Historia según su saber y su temperamento, así un estudioso ordinario como yo puede traducir el conocimiento en acción ‘buena’ o ‘mala’. Aunque ahora no tratamos de la acción ella esta relacionada inevitablemente con el conocimiento, que es lo que el hombre ha experimentado o aprendido por el pensamiento, la meditación, el dolor. El conocimiento es vasto, no es sólo lo que está escrito en los libros, sino que existe en el individuo, así como en la conciencia colectiva o racial del hombre. La información científica y médica, el conocimiento práctico técnico del mundo material, está arraigado principalmente en la conciencia del hombre occidental, lo mismo que en la conciencia del hombre oriental existe una mayor sensibilidad de lo no mundano. Todo esto es conocimiento, que abarca, no sólo lo ya conocido, sino lo que se está descubriendo día a día. El conocimiento es un proceso aditivo, que no muere, no tiene fin, y por tanto puede ser lo inmortal que persigue el hombre. Por eso no puedo comprender por qué decís que ha de dejarse a un lado todo conocimiento si ha de haber comprensión de la verdad”.

La división entre conocimiento y comprensión es artificial, realmente no existe; mas para estar libres de esta división —que es percibir la diferencia entre ellos—, tenemos que descubrir qué es la más elevada forma de pensar, pues de lo contrario habrá confusión.

¿Empieza el pensar con una conclusión? ¿Es el pensar un movimiento de una conclusión a otra? ¿Puede haber pensar si el pensar es positivo? ¿No es negativa la más elevada forma del pensar? ¿No es todo conocimiento una acumulación de definiciones, conclusiones y afirmaciones positivas? El pensamiento positivo, que se basa en la experiencia, es siempre resultado del pasado, y semejante pensamiento jamás puede revelar lo nuevo.

“Decís que el conocimiento está siempre en el pasado y que el pensamiento que se origina en el pasado ha de nublar inevitablemente la percepción de aquello que puede llamarse la verdad. Sin embargo, sin el pasado, como memoria, no podríamos reconocer este objeto que hemos convenido en llamar una silla. La palabra “silla” refleja una conclusión alcanzada de común acuerdo, y toda comunicación cesaría si tales conclusiones no se dieran por sentadas. La mayor parte de nuestro pensamiento se basa en conclusiones, en tradiciones, en experiencias de otros, y la vida sería imposible sin las más obvias e inevitables de estas conclusiones. Seguramente que no querréis decir que debamos dejar de lado todas las conclusiones, todos los recuerdos y tradiciones”.

Los caminos de la tradición llevan inevitablemente a la mediocridad, y una mente presa de la tradición no puede percibir lo que es verdadero. La tradición puede tener la antigüedad de un día o puede remontarse a un millar de años. Obviamente sería absurdo que un ingeniero dejase de lado el conocimiento técnico que ha adquirido o por la experiencia de un millar de otros. Y si tratase uno de prescindir del recuerdo de dónde vive, ello indicaría sólo un estado neurótico. Pero la acumulación de hechos no contribuye a la comprensión de la vida. El conocimiento es una cosa, y la comprensión otra; el conocimiento no lleva a la comprensión, pero la comprensión puede enriquecer el conocimiento, y éste puede aplicar la comprensión.

“El conocimiento es esencial y no es para despreciarse; sin conocimiento no podrían existir la cirugía moderna y otras cien maravillas”.

No estamos atacando ni defendiendo el conocimiento, sino tratando de comprender todo el problema. El conocimiento sólo es parte de la vida, no la totalidad, y cuando esa parte asume una importancia totalmente absorbente, como amenaza hacerlo ahora, entonces la vida se vuelve superficial, una torpe rutina, de la que el hambre trata de escapar mediante todas las formas de diversión y superstición, con desastrosas consecuencias. El mero conocimiento, por amplia y hábilmente que se haya concebido, no resolverá nuestros problemas humanos, suponer que los resolverá es invitar la frustración y la desdicha. Se necesita algo mucho más profundo. Puede uno saber que el odio es fútil, pero estar libre de odio es otra cuestión muy distinta. El amor no es cuestión de conocimiento.

Para volver al tema, el pensar positivo no tiene nada de pensar; no es más que una continuidad modificada de lo que ha sido pensado. Su forma exterior puede cambiar de vez en cuando, según las compulsiones y presiones, pero el núcleo es el proceso de adaptación, y la mente que se adapta nunca puede encontrarse en estado de descubrimiento.

“Pero ¿puede desecharse el pensar positivo? ¿No es necesario un cierto nivel de la existencia humana?”

Desde luego que sí, pero esa no es toda la cuestión. Estarnos tratando de descubrir si el conocimiento puede llegar a ser un obstáculo para la comprensión de la verdad. El conocimiento es esencial, porque sin él tendríamos que empezarlo todo de nuevo en ciertas áreas de nuestra existencia. Esto es bastante sencillo y claro. Pero ¿nos ayudará a comprender la verdad el conocimiento acumulado, por vasto que sea?

“¿Qué es la verdad? ¿Es un terreno común que todos hemos e pisar? ¿O es una experiencia individual subjetiva?”

Se la llame por el nombre que uno quiera, la verdad ha de ser siempre nueva, viviente pero las palabras “nueva” y “viviente” se usan sólo para comunicar un estado que no es estático, muerto, que no es un punto fijo en la mente humana. La verdad debe ser descubierta de nuevo a cada momento, no es una experiencia que pueda repetirse; no tiene continuidad, es un estado atemporal. La distinción entre los muchos y el uno ha de cesar para que la verdad sea. No es un estado que haya de lograrse, ni un punto hacia el cual la mente pueda evolucionar, crecer. Si se concibe la verdad como una cosa que ha de ganarse, entonces se vuelven necesarios el cultivo del conocimiento y las acumulaciones de la memoria, haciendo surgir el gurú y el seguidor, el que sabe y el que no sabe.

“Entonces ¿estáis contra los gurús y los seguidores?”

No es cuestión de estar contra algo, sino de percibir que la conformidad, que es el deseo de seguridad, con sus temores, impide la vivencia de lo atemporal.

“Creo comprender lo que queréis decir. Más ¿no es inmensamente difícil renunciar a todo lo que uno ha reunido? En realidad ¿es posible?”

Abandonar con el fin de ganar no es renuncia en absoluto. Ver lo falso como falso, ver lo verdadero en lo falso y ver lo verdadero como verdadero, esto es lo que libera a la mente.



¿AUTOCONOCIMIENTO O AUTOHIPNOSIS?


Había llovido toda la noche y casi toda la mañana, y ahora el sol iba descendiendo tras sombrías y grandes nubes. No había color en el cielo, pero el aroma de la tierra empapada por la lluvia llenaba el aire. Las ranas habían cantado toda la noche, con persistencia y ritmo, pero al alba quedaron en silencio. Los troncos de los árboles se habían oscurecido con la larga lluvia, y las hojas, lavadas y limpias del polvo estival estarían otra vez ricas y verdes en pocos días. Las praderas también quedarían más verdes, los arbustos pronto estarían floreciendo, y habría regocijo. ¡Qué bienvenida era la lluvia tras los días cálidos, polvorientos! Las montañas más allá de las colinas no parecían estar demasiado lejanas y la brisa que soplaba desde ellas era fresca y pura. Habría más trabajo, más alimento, y el hambre sería cosa del pasado.

Una de aquellas grandes águilas pardas describía amplios círculos en el cielo, flotando en la brisa sin mover las alas. Centenares de personas volvían a casa en bicicletas, tras un largo día en la oficina. Unas cuantas hablaban mientras rodaban, pero la mayor parte iban en silencio, evidentemente cansadas. Un grupo grande se había detenido, con las bicicletas apoyadas contra los cuerpos, y discutían animadamente alguna cuestión, mientras un policía miraba cansadamente cerca de allí. En la esquina se estaba levantando una nueva gran construcción. El camino se hallaba lleno de oscuros charcos, y los autos que pasaban le salpicaban a uno con agua sucia, que dejaban manchas oscuras en la ropa. Un ciclista se detuvo, compró cigarrillos a un vendedor y reanudó su marcha.

Llegó un chico que traía en la cabeza una vieja lata de kerosene, medio llena de algún líquido. Debía de haber estado trabajando cerca de aquel edificio nuevo en construcción; era de ojos vivos y una cara extraordinariamente alegre, delgado, pero fuerte, y de piel muy oscura, quemada por el sol. Vestía camisa y un pantalón corto, del color de la tierra, pardos de tanto uso. La cabeza era bien formada y había cierta arrogancia en su paso: la de un chico que hacía el trabajo de un hombre. Al dejar atrás a la gente, empezó a cantar, y de pronto toda la atmósfera cambió. Su voz era ordinaria, una voz de muchacho, fuerte y ronca; pero el canto tenía ritmo, y probablemente habría marcado el compás con las manos, si no hubiera ido sosteniendo con una de ellas la lata de kerosene en la cabeza. Se daba cuenta de que alguien caminaba tras de él, pero estaba demasiado alegre para sentir timidez, y, evidentemente, no le concernía el peculiar cambio que se había producido en el ambiente. Había una bendición en el aire, un amor que lo cubría todo, una suavidad que era sencilla, sin cálculo, una bondad que siempre estaba floreciendo.

Bruscamente el muchacho dejó de cantar y se volvió hacia una caseta ruinosa que se alzaba a alguna distancia del camino. Pronto iba a llover de nuevo.

El visitante decía que había ocupado un cargo oficial relativamente bueno, y como había recibido una educación de primera clase, tanto en el país como fuera, habría podido escalar muy altos puestos. Estaba casado —dijo— y tenía un par de niños. Podía disfrutar bastante de la vida, porque el éxito estaba asegurado; era dueño de la casa en que vivían, y había reservado dinero para la educación de sus hijos. Sabía sánscrito y estaba familiarizado con la tradición religiosa. Las cosas transcurrían bastante agradablemente, decía; pero una mañana se despertó muy temprano, tomó su baño y se sentó a meditar antes de que se hubieran levantado la familia o los vecinos. Aunque había disfrutado de un sueño reparador, no podía meditar, y súbitamente sintió un arrollador impulso a pasar el resto de la vida en meditación. No vacilaba ni dudaba sobre ello consagraría los años que le quedaban a buscar lo que pudiera hallarse por la meditación, y les dijo a la esposa y a los dos chicos, que iban al colegio, que él se iba a hacer sannyasi. A sus colegas les sorprendió la decisión, pero aceptaron su renuncia; y a los pocos días, ya había dejado el hogar para no volver nunca.

Aquello había sido veinticinco años antes, siguió diciendo. Se disciplinó rigurosamente; pero lo encontraba difícil, tras una vida cómoda, y tardó largo tiempo en dominar por completo sus pensamientos y sus pasiones íntimas. Sin embargo, al fin empezó a tener visiones del Buda, de Cristo y de Krishna, visiones que le subyugaron por su belleza, y durante días vivió como en trance, ensanchando siempre las fronteras de su mente y corazón, absorto del todo en aquel amor que es la devoción a lo Supremo. Todo en torno suyo: los aldeanos, los animales, los árboles, la hierba, estaba intensamente vivo, brillante en su vitalidad y atractivo. Había tardado todos aquellos años en tocar el borde de lo Infinito, decía, y era asombroso que hubiera sobrevivido a todo ello.

“Tengo algunos discípulos y seguidores, como es inevitable en este país”, siguió diciendo, “y uno de ellos me sugirió que asistiera a una plática que ibais a dar en esta población, donde casualmente me encontraba por unos días. Más para complacerle que para escuchar al conferenciante, fui a la plática, y quedé grandemente impresionado por lo dicho en respuesta a una pregunta sobre meditación. Se decía que sin autoconocimiento, que en sí mismo es meditación, toda meditación es un proceso de autohipnosis, una proyección del propio pensamiento y deseo. He estado pensando sobre todo esto y ahora he venido a hablar sobre estas cosas con vos”.

“Veo que lo que decís es realmente cierto, y es para mí una gran sacudida el percibir que me he dejado sorprender por las imágenes y proyecciones de mi propia mente. Ahora comprendo muy profundamente lo que ha sido mi meditación. Durante veinticinco años he estado preso en un bello jardín de mi propia hechura; los personajes, las visiones, han sido el resultado de mi particular cultura y de las cosas que he deseado, estudiado y absorbido. Ahora comprendo el sentido de lo que he estado haciendo, y estoy más que abrumado por haber desperdiciado tantos preciosos años”.

Nos quedamos en silencio durante un rato.

“¿Qué voy a hacer ahora?”, continuó diciendo luego, “¿Hay algún medio de salir de la cárcel que yo mismo me he construido? Puedo ver que a lo que he llegado en mi meditación es un callejón sin salida, aunque sólo hace pocos días parecía tan lleno de glorioso significado. Por mucho que quisiera, no puedo volver a ese autoengaño y ese autoestímulo. Quiero rasgar esos velos de ilusión y llegar a aquello que no es concebido por la mente. No tenéis idea de lo que he pasado durante los dos días últimos. La estructura que había levantado tan cuidadosa y penosamente durante un periodo de veinticinco años, ya no tiene sentido, y me parece que tendré que empezarlo todo de nuevo. ¿Por dónde debo empezar?”

¿No es posible que no haya un empezar de nuevo, sino sólo la percepción de lo falso como falso, que es el principio de la comprensión? Si uno fuera a empezar de nuevo, podría quedar cautivo de otra ilusión, tal vez de un modo diferente. Lo que nos ciega es el deseo de lograr un fin, un resultado; mas si percibimos que el resultado que deseamos se encuentra aun dentro del campo egocéntrico, entonces no habrá pensamiento de logro. Ver lo falso como falso, y lo verdadero como verdadero, es sabiduría.

“Pero ¿veo realmente que lo que he estado haciendo durante los veinticinco años últimos es falso? ¿Me doy cuenta de todas las implicaciones de lo que he considerado como meditación?”

El anhelo de experiencia es el principio de la ilusión. Como ahora comprendéis, vuestras visiones no eran más que las proyecciones de vuestro trasfondo, de vuestro condicionamiento, y son estas proyecciones lo que habéis experimentado. Seguramente que esto no es meditación. La comprensión del trasfondo del yo es el comienzo de la meditación, y sin esta comprensión, lo que se llama meditación, por agradable o dolorosa que sea, no es más que una forma de autohipnosis. Habéis practicado el autocontrol, dominado el pensamiento, y os habéis concentrado en el fomento de la experiencia. Esta es una ocupación egocéntrica, no es meditación; y el percibir que eso no es meditación es el comienzo de la meditación. Ver la verdad en lo falso libera a la mente de lo falso. La liberación de lo falso no se produce por el deseo de lograrlo viene cuando la mente ya no se interesa en el éxito, en la consecución de un fin. Tiene que cesar toda búsqueda, y sólo entonces hay la posibilidad de que surja aquello que es innombrable.

“No quiero engañarme otra vez”.

El autoengaño existe cuando hay cualquier forma de anhelo o apego: adhesión a un prejuicio, a una experiencia, a un sistema de pensamiento. Consciente o inconscientemente, el experimentador está siempre buscando una experiencia más grande, más profunda y más amplia; y mientras exista el experimentador, tiene que haber engaño en una u otra forma.

“Todo esto implica tiempo y paciencia, ¿no es verdad?’

El tiempo y la paciencia pueden ser necesarios para alcanzar una meta. Un hombre ambicioso, mundano o no, necesita tiempo para conseguir su fin. La mente es producto del tiempo, lo mismo que es resultado de éste todo pensamiento; y el pensamiento, esforzándose para liberarse del tiempo, no hace más que fortalecer su esclavitud a éste. El tiempo sólo existe cuando hay una brecha psicológica entre lo que es y lo que debiera ser, lo que se llama el ideal, la meta. Darse cuenta de la falsedad de toda esta manera de pensar es estar libre de ella, cosa que no requiere esfuerzo, ni práctica alguna. La comprensión es inmediata, no es del tiempo.

“La meditación a que me he entregado sólo puede tener sentido cuando se ve que es falsa, y creo ver lo que es, pero...”

Por favor, no hagáis la inevitable pregunta sobre lo que habrá en su lugar, etc. Cuando lo falso se ha desprendido de uno, hay libertad para que surja aquello que no es falso. No podéis buscar lo verdadero a través de lo falso; lo falso no es un peldaño para llegar a lo verdadero; tiene que cesar del todo lo falso, y no en comparación con lo verdadero. No hay comparación entre lo falso y lo verdadero; la violencia y el amor no pueden compararse. Para que el amor sea, la violencia tiene que cesar. La cesación de la violencia no es cuestión de tiempo. La percepción de lo falso como falso es la terminación de lo falso. Dejad que la mente esté vacía, no llena con sus cosas. Sólo entonces hay meditación, no un meditador que está meditando.

“Yo he estado ocupado con el meditador, el que busca, el que disfruta, el que experimenta, que soy yo mismo. He vivido en un agradable jardín de mi propia creación y he estado allí preso. Ahora veo la falsedad de todo ello; vagamente, pero la veo”.



LA EVASIÓN DE LO QUE ES


Era un jardín bastante lindo, con amplios y verdes céspedes y arbustos en flor, rodeado por completo por árboles de amplia copa. Corría un camino por un lado de él y muchas veces se oía ruidosa conversación, especialmente al anochecer, cuando la gente volvía a casa. Por lo demás, era muy apacible el jardín. Se regaba la hierba mañana y tarde, y en ambas oportunidades había muchos pájaros que recorrían el césped en busca de gusanos. Buscaban con tal avidez, que se acercaban mucho, sin miedo, si uno se mantenía sentado bajo un árbol. Dos pájaros verde y oro, de colas cuadradas y con una larga y delicada pluma que sobresalía, venían con regularidad a posarse entre los rosales. Eran exactamente del mismo color que las tiernas hojas, y resultaba casi imposible verlos. Eran de cabezas aplanadas, largos y estrechos y ojos y picos oscuros. Se lanzaban en curva hacia el suelo, recogían un insecto y regresaban al oscilante ramaje de un rosal. Era una escena de gran encanto, llena de libertad y belleza. No podía uno acercarse mucho a ellos, porque eran demasiado tímidos; pero, si estaba uno sentado bajo un árbol sin moverse mucho, se los veía retozar con sus transparentes y doradas alas iluminadas por el sol.

Con frecuencia salía de entre los espesos arbustos una gran mangosta, alzando en el aire su roja nariz y observando con sus sagaces ojos todo lo que se movía en torno. El primer día parecía muy molesta al ver una persona sentada bajo el árbol, pero pronto se habituó a la presencia humana. Cruzaba toda la extensión del jardín sosegadamente, llevando la larga cola pegada al suelo. A veces iba por el borde del césped, cerca de los arbustos, y entonces estaba mucho más alerta, con la nariz vibrante y crispada. Una vez salió toda la familia, precedida por el gran macho, seguido de la hembra, más pequeña, y tras de ella dos pequeñitos, todos en fila. Los bebés se paraban alguna vez a jugar, pero cuando la madre, al notar que no la seguían de cerca, volvía bruscamente la cabeza, corrían hacia adelante y se ponían de nuevo en fila.

A la luz de la luna, el jardín se convertía en un lugar encantado, arrojando, los inmóviles y silenciosos árboles, largas y oscuras sombras a través del césped y entre los quietos arbustos. Tras gran agitación y cháchara, las aves se habían posado en el oscuro follaje, para pasar la noche. Ahora apenas había nadie en el camino, pero de vez en cuando se oía a lo lejos una canción o los sones de una flauta tocada por alguien que se dirigía al pueblo. Fuera de eso, el jardín estaba muy en calma, lleno de suaves susurros. No se meneaba una hoja y los árboles daban forma al brumoso y plateado cielo.

La imaginación no tiene lugar en la meditación, hay que apartarla por completo, pues la mente presa de la imaginación no puede crear más que ilusiones engañosas. La mente ha de estar clara, sin movimiento, y a la luz de esa claridad se revela lo atemporal.

Era un hombre muy viejo, de barba blanca, y su enjuto cuerpo apenas se cubría con la túnica azafranada del sannyasi. Era de habla y maneras suaves pero tenía los ojos llenos de pena, la pena de buscar en vano. A los quince años había dejado a su familia y renunciado al mundo, y anduvo errante muchos años por toda la India, visitando ashramas1 estudiando meditando, en una interminable búsqueda. Vivió cierto tiempo en la ashrama del jefe religioso político que había trabajado tan esforzadamente a favor de la independencia de la India, y estuvo también en otra, en el Sur, donde eran agradables los cánticos. En la morada en que vivía calladamente un santo, también él, entre otros muchos, había permanecido investigando silenciosamente. Había ashramas en la costa oriental y en la occidental donde él había estado tanteando, inquiriendo, discutiendo. En el extremo norte, entre las nieves y en las frías cuevas, también había estado. Y meditó al lado de las murmuradoras aguas del río sagrado. Sufrió físicamente viviendo entre los ascetas, e hizo largos peregrinajes a los templos sagrados. Era muy versado en sánscrito y le había deleitado cantar mientras caminaba de un lugar a otro.

“He buscado a Dios de todas las maneras posibles, desde los quince años, pero no lo he encontrado, y ya paso de los setenta. He venido a vos, como he ido a otros, esperando encontrar a Dios. Tengo que hallarlo antes de morir, si es que en realidad no es más que otro de los mitos del hombre”.

Si puedo preguntarlo, señor ¿creéis que lo inmensurable puede encontrarse buscándolo? Siguiendo distintos senderos, por la disciplina y el autosuplicio, por el sacrificio y el devoto servicio ¿hallará lo eterno el que lo busca? Seguramente, señor, que no es importante saber si existe o no lo eterno, y la verdad de ello puede quedar relevada después; mas lo importante es comprender por qué buscamos, y qué es lo que buscamos. ¿Por qué buscamos?

“Busco porque sin Dios la vida tiene muy poco sentido. Lo busco a causa del dolor y de la pena. Lo busco porque quiero paz. Lo busco porque Él es lo permanente, lo que no cambia, porque hay muerte y Él es inmortal. Él es orden, belleza y bondad, y por esta razón lo busco”.

Esto es: como estamos angustiados por lo impermanente, perseguimos esperanzados lo que llamamos lo permanente. El motivo de nuestra busca es hallar consuelo en el ideal de lo permanente, y este ideal nace de la impermanencia, ha surgido de la penuria del constante cambio. El ideal es irreal, mientras que la pena es real; mas parece que no comprendemos el hecho de la pena, y así nos aferramos al ideal, a la esperanza del estado sin pena. De este modo nace en nosotros el estado dual del hecho y el ideal, con su interminable conflicto entre lo que es y lo que debería ser. El motivo de nuestra búsqueda es huir de la impermanencia, del dolor, hacia lo que cree la mente que es el estado de permanencia, de eterna bienaventuranza. Pero ese pensamiento mismo es impermanente, porque nace del dolor. Lo opuesto, por muy exaltado que sea, encierra la semilla de su propio opuesto. Nuestra búsqueda es pues meramente el impulso a escapar de lo que es.

“¿Queréis decir que tenemos que dejar de buscar?”

Si prestamos nuestra plena atención a la comprensión de lo que es, entonces la búsqueda, tal como la conocemos, puede no ser necesaria. Cuando la mente está libre del dolor, ¿qué necesidad hay de buscar la dicha?

“¿Puede jamás la mente estar libre del dolor?”

Concluir que puede o que no puede estar libre es poner fin a toda indagación y comprensión. Tenemos que poner completa atención en la comprensión del dolor, y no podemos hacerlo si tratamos de eludirlo, o si tenemos las mentes ocupadas en buscar su causa. Tiene que haber atención total y no-interés directo.

Cuando la mente ya no está buscando, cuando ya no crea conflicto por sus deseos y anhelos, cuando está en silencio con comprensión, sólo entonces puede surgir lo inmensurable.



¿PUEDE UNO SABER LO QUE ES BUENO PARA EL PUEBLO?


Estaban varias personas en la habitación. Dos de ellas habían estado encarceladas durante muchos años por razones políticas; habían sufrido y se habían sacrificado para conseguir la independencia del país, y eran muy conocidas. Sus nombres aparecían con frecuencia en los diarios, y aunque eran modestas todavía se notaba en sus ojos esa peculiar arrogancia de la realización y la fama. Habían leído mucho y hablaban con la facilidad que da la oración pública. Otro era político, un hombrón de penetrante mirada, lleno de planes e interesado en hacer carrera. También él había estado preso por la misma razón, pero ahora se hallaba en una posición de poder, y su mirada expresaba seguridad y resolución; podía manejar ideas y hombres. Estaba allí otro que había renunciado a las posesiones mundanas, y que anhelaba el poder para hacer el bien. Muy instruido y lleno de adecuadas citas, tenía una sonrisa auténticamente bondadosa y agradable, y estaba entonces viajando por todo el país, hablando, persuadiendo y ayunando. Había tres o cuatro que también aspiraban a trepar la escala política o espiritual del reconocimiento o de la humildad.

“No puedo comprender”, empezó diciendo uno de ellos, “por qué os ponéis tan en contra de la acción. La vida es acción, sin acción, la vida es un proceso de estancamiento. Necesitamos personas dedicadas y de acción para cambiar las condiciones sociales y religiosas de este infortunado país. Seguramente que no estaréis contra la reforma: que los terratenientes den voluntariamente parte de sus tierras a los que carecen de ellas, que se eduque al aldeano, que se hagan mejoras en los pueblos, que se eliminen las divisiones de casta, y así sucesivamente”.

La reforma, por necesaria que sea, sólo engendra la necesidad de nuevas reformas, y ello no termina nunca. Lo esencial es una revolución en el pensar humano, no una reforma de remiendos. Sin un cambio fundamental en la mente y el corazón del hombre, la reforma sólo sirve para adormecerlo, al ayudarle a sentirse más satisfecho. Esto es bastante obvio, ¿no es así?

“¿Queréis decir que no debemos tener reformas?”, preguntó otro, con una intensidad que resultaba sorprendente.

“Creo que comprendéis mal lo que dice”, explicó uno de los hombres de más edad. “Quiero significar que las reformas nunca producirán la transformación total del hombre. De hecho, la reforma impide esa transformación total, porque adormece al hombre al darle temporaria satisfacción. Multiplicando estas gratificantes reformas lentamente sumiréis a vuestro prójimo en el contentamiento”.

“Pero si nos limitamos estrictamente a una reforma esencial —digamos la voluntaria donación de tierra a los que de ella carecen— ¿no será beneficioso hasta que aquello se produzca?”

¿Podéis separar una parte, del campo total de la existencia? ¿Podéis poner un cerco en torno de esa parte, concentraros sobre ella, sin afectar al resto del campo?

“Afectar a todo el campo de la existencia es lo que proyectamos hacer. Cuando hayamos logrado una reforma, recurriremos a otra”.

¿Puede la totalidad de la vida ser comprendida a través de la parte? ¿O es que el todo debe primero ser percibido y comprendido, y que sólo entonces las partes pueden ser examinadas y remodeladas en relación con el todo? Sin comprender el todo, la mera concentración en la parte no hace otra cosa que crear más confusión y miseria.

“¿Es que queréis decir”, preguntó el que hablaba con intensidad, “que no debemos actuar o realizar reformas sin estudiar primero todo el proceso de la existencia?”

“Esto es absurdo, desde luego”, intervino el político. “Sencillamente no tenemos tiempo de investigar el pleno significado de la vida. Habrá que dejar eso a los soñadores a los gurús, a los filósofos. Nosotros tenemos que entendernos con la existencia cotidiana; tenemos que actuar, tenemos que legislar, tenemos que gobernar y poner orden en el caos. Nos conciernen los embalses, la irrigación, las mejoras de la agricultura; nos ocupamos del comercio, de la economía, y tenemos que tratar con las potencias extranjeras. Nos es suficiente si podemos conducirnos como para ir pasando de día en día sin que sobrevenga alguna calamidad mayor. Somos hombres prácticos, en posiciones de responsabilidad, y tenemos que obrar lo mejor que podamos para el bien del pueblo”.

Si se me permite la pregunta, ¿cómo sabéis lo que es bueno para el pueblo? ¡Dais por sentadas tantas cosas! Empezáis con tantas conclusiones, y cuando partís de una conclusión, tanto si es vuestra como de otro, cesa todo pensar. La tranquila suposición de que vosotros sabéis, mientras que el otro no sabe, conduce a mayor desgracia que la desgracia de no poder comer más que una vez al día; pues la vanidad de las conclusiones es lo que produce la explotación del hombre. En nuestra ansiedad de actuar por el bien de otros, parece que hacemos mucho daño.

“Algunos de nosotros pensamos que sabemos realmente lo que es bueno para el país y para su pueblo”, explicó el político. “Por supuesto la oposición también piensa que ella sabe; pero la oposición no es muy fuerte en este país, afortunadamente para nosotros, de modo que triunfaremos y estaremos en condiciones de ensayar lo que creemos es bueno y beneficioso”.

Todos los partidos saben o creen saber, lo que es bueno para el pueblo. Pero lo que es verdaderamente bueno no crea antagonismo, ya sea en casa o fuera de ella; producirá unidad entre hombre y hombre; lo que es verdaderamente bueno se interesará en la totalidad del hombre, y no en algún beneficio superficial que sólo puede conducir a mayor calamidad y desdicha; pondrá fin a la división y a la enemistad que el nacionalismo y las religiones organizadas han creado. Y ¿se encuentra tan fácilmente lo bueno?

“Si tenemos que tomar en consideración todas las implicaciones de lo que es bueno, no llegaremos a ninguna parte; no podremos actuar. Las necesidades inmediatas reclaman inmediata acción, aunque esta acción pueda traer eventual confusión”, replicó el político. “Sencillamente no tenemos tiempo de ponderar, de filosofar. Algunos de nosotros estamos atareados desde primera hora de la mañana hasta avanzada la noche, y no podemos sentarnos cómodamente a considerar el pleno significado de todas y cada una de las acciones que tenemos que emprender. Literalmente no podemos permitirnos el placer de una profunda reflexión, y dejamos ese placer a otros”.

“Señor, parece que sugerís”, dijo uno que hasta entonces había permanecido en silencio, “que antes de llevar a cabo lo que suponemos ser una buena acción, deberíamos pensar acabadamente en el significado de esa acción, ya que, aunque parezca beneficiosa, tal acción puede producir mayor desgracia en el futuro. Pero ¿es posible tener una penetración tan profunda en nuestras propias acciones? En el momento de la acción podemos creer que tenemos esa penetración, pero es posible que más tarde descubramos nuestra ceguera”.

En el momento de la acción somos entusiastas, impetuosos, nos dejamos llevar por una idea, o por la personalidad y fogosidad de un conductor. Todos los conductores, desde el más brutal tirano hasta el político más religioso, declaran que obran para el bien del hombre, y todos ellos conducen a la tumba; pero, no obstante, sucumbimos a su influencia y los seguimos. ¿No habéis sido influido, señor, por un líder así? Puede ser que ya no viva, mas aun pensáis y actuáis de acuerdo a sus sanciones, sus fórmulas, su patrón de vida; o bien estáis influido por un caudillo más reciente. Pasamos pues de un conductor a otro, dejándolos cuando nos conviene, o cuando aparece un conductor mejor con mayores promesas de algún “bien”. En nuestro entusiasmo traemos a otros a la red de nuestras convicciones, y ellos con frecuencia permanecen en esa red cuando nosotros mismos hemos pasado a otros conductores y a otras convicciones. Mas lo que es bueno está libre de influencia, compulsión y conveniencia, y toda acción que no sea buena en este sentido tiene que crear confusión y desdicha.

“Creo que todos podemos confesarnos culpables de estar influidos por un conductor, directa o indirectamente”, asintió el último que había hablado, “pero nuestro problema es este: dándonos cuenta de que recibimos muchos beneficios de la sociedad y que damos muy poco en cambio, y al ver tanta miseria por todas partes, nos parece que tenemos una responsabilidad para con la sociedad, que debemos hacer algo para aliviar esta interminable miseria. La mayoría de nosotros, sin embargo, nos sentimos un poco perdidos, y por eso seguimos a alguien de fuerte personalidad. Su vida consagrada, su evidente sinceridad, sus vitales pensamientos y acciones, influyen grandemente sobre nosotros, y de diversas maneras llegaremos a ser sus seguidores; bajo su influencia pronto nos vemos enredados en la acción, ya sea para la liberación del país, o para el mejoramiento de las condiciones sociales. La aceptación de la autoridad está enraizada en nosotros, y de esa aceptación de la autoridad fluye la acción. Lo que nos estáis diciendo es tan contrario a todo aquello a que estamos acostumbrados, que no nos deja ningún patrón de medida para juzgar y actuar. Espero que veáis nuestra dificultad”.

Seguramente, señor, que cualquier acción basada en la autoridad de un libro, por sagrado que sea, o en la autoridad de una persona, por muy noble y santa que sea, es una acción irreflexiva, que tiene que acarrear inevitablemente confusión y dolor. En este y en otros países, el dirigente deriva su autoridad de la interpretación de los llamados libros sagrados, a los que cita abundantemente, o de sus propias experiencias, que están condicionadas por el pasado, o de su vida austera, que también se basa en el patrón de los santos anales. La vida del dirigente está, pues, tan ligada a la autoridad como la vida del seguidor; ambos son esclavos del libro, y de la experiencia o el conocimiento de otro. Con este trasfondo, queréis rehacer el mundo. ¿Es posible eso? ¿O es que tenéis que dejar de lado toda esa perspectiva autoritaria, jerárquica, de la vida, y acometer los muchos problemas con una mente fresca y ávida? El vivir y la acción no están separados, son un proceso interrelacionado unitario; pero ahora los habéis separado ¿no es así? Consideráis el diario vivir, con sus pensamientos y actos, como cosa diferente de la acción que va a cambiar el mundo.

“Sí, también es cierto”, siguió diciendo el último que había hablado. “Más ¿cómo vamos a deshacernos de este yugo de autoridad y tradición que voluntaria y gustosamente hemos aceptado desde la niñez? El forma parte de nuestra inmemorial tradición, y ahora venís a decirnos que lo dejemos todo de lado y confiemos en nosotros mismos. Según lo que he oído y leído, decís que aun el propio Atman carece de permanencia. Podéis ver, pues, por qué estamos confusos”.

¿No puede ser que jamás hayáis realmente inquirido en la autoritaria modalidad de la existencia? El hecho mismo de cuestionar la autoridad es el fin de la autoridad. No hay método ni sistema por el cual la mente pueda quedar libre de autoridad y de tradición; si lo hubiera, entonces el sistema se convertiría en el factor dominante.

¿Por qué aceptáis la autoridad, en el más profundo sentido de esa palabra? Aceptáis la autoridad, como también lo hace el gurú, para estar seguros, para tener certeza, para ser consolados, para tener éxito, para alcanzar la otra orilla. Vosotros y el gurú sois adoradores del éxito; a ambos os impulsa la ambición. Donde hay ambición, no hay amor; y acción sin amor no tiene sentido.

“Intelectualmente veo que lo que decís es verdad, pero interiormente, en lo emotivo, no tiene su autenticidad”.

No hay comprensión intelectual; o comprendemos, o no comprendemos. Esto de dividirnos a nosotros mismos en compartimentos estancos es otro de nuestros absurdos. Mejor es admitir ante nosotros mismos que no comprendemos, en vez de sostener que existe una comprensión intelectual, cosa que sólo engendra arrogancia y autoimpuesto conflicto.

“Os hemos quitado mucho tiempo, pero quizá permitáis que volvamos otra vez”.




“QUIERO ENCONTRAR LA FUENTE DEL GOZO”


El sol estaba tras las colinas. La población parecía incendiada con el resplandor vespertino, y el cielo estaba lleno de luz y esplendor. En el prolongado crepúsculo, los niños gritaban y jugaban; faltaba aun mucho tiempo para su cena. A lo lejos sonaba la discordante campana de un templo, y desde la cercana mezquita llamaba una voz, para las plegarias de la noche. Regresaban los papagayos de los bosques y campos lejanos, hacia los tupidos árboles con su denso follaje, todo a lo largo del camino. Producían un barullo terrible antes de instalarse para pasar la noche. A ellos se unjan los cuervos, con su ronca llamada, y había otras aves, todas ellas regañonas y ruidosas. Era una parte alejada de la población, y el ruido de los vehículos quedaba ahogado por la sonora cháchara de las aves; pero con la llegada de la oscuridad se quedaban más tranquilos, y en pocos minutos estaban en silencio y listos para la noche.

Llegó un hombre con lo que parecía una gruesa cuerda alrededor del cuello que agarraba por un extremo. Bajo un árbol había un grupo de personas que charlaban y reían. En el suelo se veían reflejos de una lámpara eléctrica que estaba en lo alto y el hombre avanzando hacia el grupo, puso la cuerda en el suelo. Se oyeron gritos de susto mientras todos echaban a correr. La “soga” era en realidad una gran cobra, que silbaba y había oscilar su “capucha”. Riendo, el hombre la empujaba con los desnudos dedos de los pies, y enseguida la recogió de nuevo, sosteniéndola por detrás mismo de la cabeza. Claro que los colmillos le habían sido quitados, realmente era inofensiva pero asustaba. El hombre ofreció ponérmela alrededor del cuello, pero quedó satisfecho cuando yo la acaricié. Era escamosa y fría, con músculos fuertes, ondulantes, y ojos negros y de mirada fija, pues las serpientes no tienen párpados. Caminamos juntos algunos pasos y la cobra que llevaba al cuello nunca se estaba quieta, toda ella era movimiento.

Las luces de la calle hacían que las estrellas palideciesen y parecieran lejanas, pero Marte se veía rojo y claro. Pasaba un mendigo con andar lento y cansado, moviéndose con dificultad; iba cubierto de harapos, con los pies envueltos en trapos de lana atados con gruesa cuerda; llevaba un largo palo y musitaba algo para sí, sin alzar la vista al pasar nosotros. Más allá había en la calle un elegante y costoso hotel, frente al cual estaban parados coches de casi todas las marcas.

Un joven profesor de una de las universidades, algo nervioso y con voz de timbre agudo y ojos vivos, dijo que había llegado desde lejos para hacer una pregunta de la mayor importancia para él.

“He conocido diversas alegrías: el gozo del amor conyugal el de la salud, el del interés y el de la buena camaradería. Como soy profesor de literatura, he leído extensamente y me complazco en los libros. Pero he visto que todas las alegrías son fugaces por naturaleza; desde la más pequeña hasta la mis grande, todas pasan con el tiempo. Nada de lo que toco parece tener permanencia alguna, y aun la literatura, el más grande amor de mi vida, empieza a perder su perenne gozo. Me parece que tiene que haber un manantial permanente de todo gozo, mas, aunque lo he buscado intensamente, no lo he hallado”.

La búsqueda es un fenómeno extraordinariamente decepcionante, ¿no es así? Cuando estamos descontentos de lo presente, buscamos algo que lo trascienda. Como nos duele el presente, tanteamos el futuro o el pasado; y aun aquello que encontramos se disipa en el presente. Nunca nos detenemos para investigar el pleno contenido del presente, sino que siempre perseguimos los sueños del futuro; o de entre los muertos recuerdos del pasado escogemos el más rico y lo vivificamos. Nos aferramos a lo que ha sido, o lo rechazamos a la luz del mañana, y así el presente se pasa por alto; es un mero pasaje, que se ha de atravesar lo más rápidamente posible.

“Sea en el pasado o en el futuro, quiero hallar la fuente del gozo”, siguió diciendo. “Y sabéis lo que quiero decir, señor. No busco más los objetos de los que se obtiene gozo: ideas, libros, personas, naturaleza, sino la fuente misma de él, más allá de todo lo transitorio. Si no encontramos esa fuente, estaremos perpetuamente atrapados en el dolor de lo impermanente”.

¿No creéis, señor, que tenemos que comprender el significado de esa palabra “búsqueda”? De lo contrario estaremos hablando con propósitos diferentes. ¿Por qué existe este impulso de buscar, esta ansiedad por hallar, esta compulsión para alcanzar? Tal vez si podemos descubrir el motivo y ver sus implicaciones podremos comprender lo que significa la búsqueda.

“Mi motivo es sencillo y directo: quiero encontrar la fuente permanente del gozo, porque todas las alegrías que he conocido han sido cosas pasajeras. El impulso que me mueve a buscar es la desdicha de no tener nada duradero. Quiero escapar de este pasar de la incertidumbre, y no creo que haya nada anormal en ello. Cualquiera que sea siquiera reflexivo tiene que estar buscando el gozo que yo busco. Otros pueden darle un nombre diferente: Dios, verdad, gloria, libertad, Moksha, etc., pero es en esencia lo mismo”.

Como está presa en el dolor de la impermanencia, la mente es impulsada a buscar lo permanente, bajo cualquier nombre que se le dé; y su anhelo mismo de lo permanente crea lo permanente, que es lo opuesto de aquello que es. En realidad no hay, pues, búsqueda, sino únicamente el deseo de hallar la consoladora satisfacción de lo permanente. Cuando la mente se da cuenta de hallarse en constante estado de fluidez, pasa a crear lo opuesto de este estado, y así queda atrapada en el conflicto de la dualidad; y luego, al querer escapar de este conflicto, persigue otro opuesto más. La mente está pues atada al conflicto de los opuestos.

“Me doy cuenta de este reaccionario proceso de la mente que explicáis; pero ¿no debe uno buscar en absoluto? La vida sería una cosa bastante mezquina si no hubiera descubrimiento”.

¿Es que descubrimos algo nuevo por medio de la búsqueda? Lo nuevo no es lo opuesto de lo viejo, no es la antítesis de lo que es. Si lo nuevo es una proyección de lo viejo, entonces es sólo una continuación modificada de éste. Todo reconocimiento se basa en el pasado, y lo que es reconocible no es lo nuevo. La búsqueda surge del dolor del presente, y, por consiguiente, lo que se busca ya es conocido. Buscáis consuelo y probablemente lo encontraréis; pero eso también será transitorio, porque el impulso mismo a encontrar es impermanente. Todo deseo de algo: de gozo, de Dios o de lo que sea, es pasajero.

“¿Debo entender lo que expresáis en el sentido de que, como mi búsqueda es resultado del deseo, y éste es pasajero, estoy buscando por lo tanto en vano?”

Si os dais cuenta del la verdad de eso, entonces aun lo transitorio es gozo.

“¿Cómo voy a comprender la verdad de ello?”

No hay “cómo”, no hay método. Este engendra la idea de lo permanente. Mientras la mente desee llegar, ganar, lograr, estará en conflicto. El conflicto es insensibilidad. Sólo la mente sensible comprende lo verdadero. La búsqueda nace del conflicto, y al cesar éste ya no hay necesidad de buscar; entonces hay bienaventuranza.



PLACER, HABITO Y AUSTERIDAD


El camino conducía al sur de la ruidosa y extensa ciudad, con sus filas, al parecer interminables, de nuevos edificios. Estaba lleno de autobuses, automóviles y carretas de bueyes, así como de centenares de ciclistas que volvían a casa desde sus oficinas, con aspecto cansado tras un largo día de trabajo rutinario, sin interés para ellos. Muchos se detenían en un mercado al aire libre, al lado del camino, para comprar hortalizas marchitas. Al pasar por los arrabales de la ciudad, había ricos árboles verdes por ambos lados de la carretera, recién lavados por fuertes lluvias. El sol se estaba poniendo en nuestra derecha, como enorme bola de oro, por encima de las distintas colinas. Había muchas cabras entre los árboles y los cabritos se perseguían unos a otros. La sinuosa carretera pasaba al lado de una torre del siglo XI, que se alzaba roja y elevada en medio de ruinas hindúes y mongoles. Salpicadas acá y allá había antiguas tumbas, y un espléndido arco en ruinas hablaba de una gloria pasada hacía mucho tiempo.

Se detuvo un automóvil y fuimos andando por la carretera. Un grupo de campesinos volvía de su trabajo en los campos; eran todas mujeres y, tras un largo día de fatigosa labor, iban cantando una alegre canción. En aquella apacible campiña, se oían sus voces claras, resonantes y alegres. Al acercarnos, callaron tímidas, pero continuaron su canto tan pronto como pasamos.

La luz vespertina iluminaba las colinas suavemente onduladas, y los árboles se recortaban oscuros contra el cielo crepuscular. Sobre una enorme roca saliente se alzaban las almenas medio en ruinas de una antigua fortaleza. Una pasmosa belleza cubrió la comarca, nos rodeaba por todas partes, llenando todos los ángulos y rincones de la tierra y las oscuras reconditeces de nuestros corazones y mentes. Sólo hay amor, no el amor de Dios y el del hombre; no se lo puede dividir. Un gran búho volaba en silencio por delante de la luna, y un grupo de aldeanos educados hablaban ruidosamente discutiendo sobre si ir o no ir al cine de la ciudad; alborotaban y ocupaban agresivamente el medio de la carretera.

Era agradable estar bajo la suave luz de la luna, y las sombras se marcaban clara y vivamente en el suelo. Llegó ruidoso un camión por el camino, haciendo sonar su amenazadora bocina; pero pronto pasó, dejando la campiña bajo el encanto de la tarde y de la inmensa soledad.

Era él un santo y reflexivo joven, aun en la treintena, empleado de alguna oficina del Estado. No le repugnaba demasiado su trabajo, explicó, y, bien mirado todo, tenía un salario bastante bueno y un porvenir prometedor. Estaba casado y tenía un hijo de cuatro años, que había querido traer consigo, pero la madre del chico había insistido en que molestaría.

“He asistido a alguna plática vuestra”, dijo, “y, si me lo permitís, desearía hacer una pregunta. He caído en ciertos malos hábitos, que me están molestando y de los cuales quiero librarme. Llevo varios meses tratando de desembarazarme de ellos pero sin éxito. ¿Qué voy a hacer?”

Consideremos el hábito mismo y no lo dividamos en bueno y malo. El cultivo del hábito, por bueno y respetable que sea, sólo embota la mente. ¿Qué entendemos por hábito? Pensémoslo, y no dependamos de una mera definición.

“El hábito es un acto repetido a menudo”.

Es un impulso a actuar en dirección, agradable o desagradable, y puede operar consciente o inconscientemente, reflexiva o irreflexivamente. ¿Es eso?

“Sí, señor, así es”.

Algunos sienten la necesidad de café por la mañana, y si no lo toman, les duele la cabeza. Puede ser que al principio el cuerpo no lo reclamase, pero se ha ido acostumbrando poco a poco al agradable gusto y estímulo del café y ahora sufre cuando se ve privado de él.

“Pero ¿es una necesidad el café?”

¿Qué queréis decir con la palabra necesidad?

“El buen alimento es necesario para la buena salud”.

Ciertamente; pero la lengua se acostumbra a un alimento de cierta clase o determinado sabor, y luego el cuerpo se ve privado de él y sufre ansiedad cuando no consigue aquello a que está habituado. Ese insistir en un alimento particular indica —¿no es así?— que se ha formado un hábito, un hábito basado en el placer y en su recuerdo.

“Pero ¿cómo puede uno romper un hábito agradable? Es relativamente fácil romper con uno desagradable, pero mi problema es cómo romper con los agradables”.

Como dije, no estamos considerando los hábitos placenteros o los desagradables, ni la manera de romper con unos u otros, sino que estamos tratando de comprender el hábito mismo. Vemos que el hábito se forma cuando hay placer y la exigencia de que el placer continúe. El hábito se basa en el placer y en su recuerdo. Una experiencia inicial desagradable puede volverse gradualmente hábito agradable y “necesario”. Pero vamos a profundizar un poco en el asunto. ¿Cuál es vuestro problema?

“Entre otros hábitos, la indulgencia sexual se ha convertido en mi en un hábito potente y agotador. He tratado de dominarlo disciplinándome contra él, ayunando, practicando varios ejercicios, etc., pero el hábito ha continuado a pesar de toda mi resistencia”.

Tal vez es que no hay otra salida en vuestra vida, ningún otro interés dominante. Probablemente os fastidia vuestro trabajo, sin que os deis cuenta de ello; y, para vos, la religión puede ser un ritual repetitivo, una serie de dogmas y creencias sin sentido alguno. Si os sentís interiormente contrariado, frustrado entonces el sexo llega a ser vuestra única salida. Estar interiormente alerta, pensar en forma nueva sobre vuestro trabajo, sobre los absurdos de la sociedad, descubrir por vos mismo el verdadero significado de la religión: esto es lo que librará a la mente de ser esclavizada por cualquier hábito.

“Yo me interesaba por la religión y la literatura, pero ahora no tengo tiempo libre para ninguna de ambas, porque todo el tiempo lo tengo ocupado con mi trabajo. No es que sea realmente desgraciado con él; pero comprendo que el ganarse la vida no es todo, y puede ser que, como decís, si puedo encontrar tiempo para intereses más amplios y profundos, contribuya ello a romper el hábito que me perturba”.

Como dijimos, el hábito es la repetición de un acto agradable producido por recuerdos e imágenes estimulantes evocadas por la mente. Las secreciones glandulares y sus resultados, como en el caso del hambre, no son un hábito, son el proceso normal del organismo físico; pero cuando la mente se entrega a la sensación, estimulada por pensamientos e imágenes, entonces seguramente se pone en marcha la formación del hábito. El alimento es necesario, pero la exigencia de un gusto particular en el alimento se basa en el hábito. Como encuentra placer en ciertos pensamientos y actos, sutiles o abiertos, la mente insiste en su continuación, y con ello crea hábito. Un acto repetitivo, como el de cepillarse los dientes por la mañana, se convierte en hábito cuando no se le presta atención. La atención libera a la mente del hábito.

“¿Queréis dar a entender que tenemos que librarnos de todo placer?”

No, señor; no tratamos de desembarazarnos de nada, ni de adquirir nada; tratamos de comprender la plena implicación del hábito; y tenemos que comprender también los problemas del placer. Muchos sannyasis, yogis, santos, se han privado del placer; se han torturado y han forzado la mente a resistir, a ser insensibles al placer en todas sus formas. Es un placer ver la belleza de un árbol, de una nube, de la luz de la luna en el agua o de un ser humano; y negar ese placer es negar la belleza.

Por otra parte, hay personas que rechazan lo feo y se aferran a lo bello. Quieren permanecer en el atractivo jardín de su propia hechura y excluir el ruido, el olor y la brutalidad que existen tras del muro. Con frecuencia lo consiguen; pero no podéis excluir lo feo y aferraros a lo bello sin volveros torpe, insensible. Tenéis que ser sensible al dolor tanto como a la alegría, y no rehuir uno y buscar el otro. La vida es tanto muerte como amor. Amar es ser vulnerable, sensible, y el hábito crea insensibilidad; destruye el amor.

“Empiezo a sentir la belleza de lo que estáis diciendo. Es verdad que me he vuelto torpe y tonto. Solía gustarme ir al bosque, escuchar los pájaros, observar los rostros de las personas en las calles, y ahora veo lo que he dejado que el hábito haga de mí. Más ¿qué es el amor?”

El amor no es mero placer, una cosa de la memoria; es un estado de intensa vulnerabilidad y belleza, que se niega cuando la mente levanta murallas de actividad egocéntrica. El amor es vida, y así es también muerte. Rechazar la muerte y aferrarse a la vida es negar el amor.

“Estoy realmente empezando a penetrar en todo esto y en mí mismo. Sin amor la vida se vuelve efectivamente mecánica y dominada por el hábito. La labor que hago en la oficina es en gran parte mecánica, y así en verdad es el resto de mi vida; estoy preso en una vasta rueda de rutina y fastidio. He estado dormido y ahora tengo que despertar”.

La comprensión misma de que habéis estado dormido es ya un estado despierto; no hay necesidad de volición.

Ahora, ahondemos un poco más en el asunto. No hay belleza sin austeridad, ¿no es así?

“Eso no lo comprendo, señor”.

La austeridad no reside en ningún símbolo o acto exterior: llevar un taparrabo o una túnica de monje, comer una sola vez al día, o hacer vida de ermitaño. Esa sencillez disciplinada, por rigurosa que sea, no es austeridad; es sólo un espectáculo exterior, sin realidad interna. Austeridad es la sencillez de la soledad interior, la sencillez de una mente purificada de todo conflicto, que no está presa en el fuego del deseo, ni aun del deseo de lo más elevado. Sin esa austeridad no puede haber amor; y la belleza es del amor.



“¿NO QUERÉIS INGRESAR EN NUESTRA SOCIEDAD PROTECTORA DE ANIMALES?”


El sol lucía muy claro en el cielo y del mar soplaba una brisa fresca. Era una hora matinal muy temprana aún; había muy poca gente en las calles, y todavía no había empezado el gran movimiento de vehículos. Afortunadamente, no iba a ser un día demasiado caluroso; pero el polvo estaba por todas partes, fino y penetrante, porque no había llovido durante el largo y sofocante verano. En el pequeño y bien cuidado parque, los árboles tenían una espesa capa de polvo; pero bajo ellos y entre los arbustos corría un arroyo de agua fresca y limpia, que venía de un lago de las lejanas montañas. Se estaba agradablemente y en paz en un banco al lado del arroyo, y había mucha sombra. Más avanzado el día, se llenaba el parque de niños, niñeras y personas que trabajaban en oficinas. Era amigable y acogedor el ruido del agua corriendo por entre los matorrales, y muchos pájaros se agitaban a orillas del arroyo, en el que se bañaban y gorjeaban felices. Grandes pavos reales vagaban por entre los arbustos, entrando y saliendo altivos y sin miedo. En hondos estanques de agua clara había grandes carpas doradas, y los niños acudían diariamente a contemplarlas y darles de comer, así como a admirar los muchos gansos blancos que nadaban en un estanque superficial.

Dejando el parquecito, fuimos en auto por un camino ruidoso y polvoriento hasta el pie de una rocosa colina y subimos a pie por un empinado sendero, hasta una entrada que conducía al sagrado recinto de un antiguo templo. Hacia el Oeste podía verse una extensión del mar azul, famoso por su histórica batalla naval; y hacia el Este se hallaban las colinas bajas, áridas y ásperas bajo el aire otoñal, pero llenas de callados y felices recuerdos. Por el Norte se elevaban montañas más altas, que dominaban a las colinas y al cálido valle. El antiguo templo sobre la altura rocosa estaba en ruinas, destruido por la brutal violencia del hombre. Sus truncadas columnas de mármol, lavadas por las lluvias de muchos siglos, casi parecían transparentes, ligeras, descoloridas y majestuosas. El templo seguía siendo una cosa perfecta, para tocarse y contemplarse calladamente. En una hendidura, al pie de una espléndida columna, crecía una florecita amarilla, que brillaba bajo la luz matinal, Estar sentado a la sombra de una de aquellas columnas, viendo las silenciosas colinas y el mar lejano, era experimentar algo que trascendía los cálculos de la mente.

Una mañana, subiendo por la rocosa colina, encontramos una gran multitud en torno del templo. Había enormes grúas sosteniendo cámaras, reflectores y otros accesorios, todos con la marca de una conocida compañía cinematográfica, y sillas verdes con respaldos de lona, en que había estampados nombres. Por el suelo yacían cables eléctricos. Directores y técnicos se voceaban unos a otros, y alrededor de los principales actores, que se estaban arreglando, alborotaban los caracterizadores. Dos hombres con túnicas de sacerdotes ortodoxos, esperaban a que se les llamara, y unas mujeres vestidas alegremente charlaban y reían. ¡Se estaba rodando una película!

Estábamos sentados en una salita y, por una ventana abierta, el verde césped, brillante bajo el sol matinal, lanzaba un reflejo verdoso sobre el techo blanco. Luciendo costosas joyas, sandalias bien confeccionadas, con tacones altos, y un sari que debía de haber costado bastante dinero, explicó ella que era una de las principales empleadas de una organización consagrada al bienestar de los animales. Decía que el hombre es espantosamente cruel para con los animales, que los maltrata, les retuerce las colas, los aguijonea con palos provistos de una punta en el extremo, y que de otras maneras perpetra sobre ellos toda clase de horrores indecibles. Hay que protegerlos para la legislación y, para este fin, hay que excitar a la opinión pública, tan indiferente, por medio de la propaganda, etcétera.

“He venido a preguntaros si vais a ayudarme en esta importante labor. Se han presentado otras figuras públicas prominentes para ofrecer su ayuda, y sería apropiado el que vos también os sumaseis a nosotros”.

“¿Queréis decir que yo debería ingresar en vuestra sociedad?

“Sería de gran servicio si lo hicierais. ¿Lo haréis?”

¿Creéis que las organizaciones contra la crueldad del hombre harán surgir el amor? ¿Podéis producir la fraternidad humana por medio de la legislación?

“Si no trabajamos a favor de lo que es bueno, ¿de qué otro modo podrá realizarse? Lo bueno no vendrá si abandonamos la sociedad; al contrario, todos debemos colaborar, desde el mayor hasta el menor de entre nosotros, para lograrlo”.

Desde luego que tenemos que trabajar juntos, es muy natural; pero la cooperación no es cuestión de seguir una norma establecida por el Estado, por el jefe de un partido o de un grupo, ni por ninguna otra autoridad. Colaborar por medio o por codicia de recompensa no es cooperación. La cooperación viene, natural y fácilmente, cuando amamos lo que estamos haciendo; y entonces ella es un deleite. Pero, para amar, debe primero extinguirse la ambición, la codicia y la envidia. ¿No es así?

“Se tardarán siglos para eliminar la ambición, y, entre tanto, los pobres animales sufren”.

No hay “entre tanto”, sólo hay ahora. Queréis que el hombre ame a los animales y a sus semejantes, ¿no es esto? Queréis terminar con la crueldad, no en algún tiempo futuro, sino ahora. Si pensáis en términos del futuro, el amor no tiene realidad. Si se permite la pregunta: ¿cuál es el verdadero principio de toda acción: es el amor, o la capacidad para organizar?

“¿Por qué separáis las dos cosas?”

¿Hay separación implicada en la pregunta que acaba de hacerse? Si la acción surge por el hecho de ver la necesidad de cierta obra y tener la capacidad para organizarla, esa acción nos lleva en una dirección muy diferente de aquella que es el resultado del amor, y en el cual también existe la frustración, o del deseo de poder, sus efectos tienen que ser confusos y cargados de dolor, por muy excelente que sea en sí misma dicha acción. La acción del amor no es fragmentaria, contradictoria ni separativa; tiene un efecto total, integrado.

“¿Por qué suscitáis esta cuestión? Yo vine a preguntar si queríais tener la bondad de ayudarnos en nuestra labor, y vos estáis investigando la fuente de la acción. ¿Para qué?”

Si puedo preguntarlo, ¿cuál es el origen de vuestro interés por crear una organización de auxilio a los animales? ¿Por qué sois tan activa?

“Creo que eso es bastante obvio. Veo cuán espantosamente se trata a los pobres animales, y quiero ayudar, por la legislación y por otros medios, a terminar con esta crueldad. No sé si tengo algún motivo que no sea este. Tal vez lo tenga”.

¿No es importante descubrirlo? Entonces podréis ayudar a los animales y el hombre en un sentido más amplio y más profundo. ¿No estáis organizando este movimiento por el deseo de ser alguien, de realizar vuestra ambición o de escapar de un sentimiento de frustración?

“Sois muy serio, queréis ir a la raíz de las cosas, ¿verdad? Puedo también ser franca. En cierto modo, soy muy ambiciosa. Quiero, sí, ser conocida como reformista; quiero tener éxito y no fracasar miserablemente. Todos están esforzándose por subir la escala del éxito y de la fama; creo que ello es normal y humano. ¿Por qué ponéis objeciones a ello?”

No lo objeto. Sólo señalo que si vuestro motivo no es realmente el de ayudar a los animales, entonces los estáis utilizando como medios para vuestro propio engrandecimiento, que es lo que hace el conductor de la carreta de bueyes. Él lo hace en una forma tosca, brutal, mientras que vos y otros sois más sutiles y astutos en ello. Eso es todo. No estaréis deteniendo la crueldad mientras vuestros esfuerzos para lograrlo os beneficien a vos misma. Si al ayudar a los animales no pudierais realizar vuestra ambición ni eludir vuestra frustración y pena, entonces os volveríais hacia algún otro medio de realización. Todo esto indica —¿no es así?— que no estáis nada interesada en los animales, excepto como medios para vuestra propia ganancia personal.

“Pero todo el mundo está haciendo esto de un modo u otro ¿no? Y, ¿por qué no iba a hacerlo yo?”

Desde luego que eso es lo que está haciendo la mayoría de la gente, desde el más importante político hasta el dirigente de la aldea; desde el más alto prelado hasta el párroco local; desde el más grande reformador social hasta el agotado trabajador. Cada uno está utilizando el país, los pobres o el nombre de Dios como medios de realizar sus ideas, sus esperanzas, sus utopías. Él es el centro, de él son el poder y la gloria, pero siempre en nombre del pueblo, en nombre de lo santo, en nombre de los oprimidos. Es por esto que hay en el mundo una confusión tan terrible y dolorosa. Estas no son las personas que van a traer paz al mundo, que van a detener la explotación, a poner fin a la crueldad; al contrario, ellas son responsables de que haya aun mayor confusión y miseria.

“Veo la verdad de esto, muy bien, como lo explicáis; pero hay placer en ejercer el poder, y yo, como otros, sucumbo a él”.

¿No podemos dejar a los demás fuera de nuestra discusión? Cuando os comparáis con otros, es para justificar o condenar lo que hacéis, y entonces ya no estáis pensando en absoluto. Os estáis defendiendo al adoptar una postura, y por ahí no llegaremos a ninguna parte.

Ahora bien, como ser humano que de alguna manera percibe el significado de todo aquello de que hemos estado hablando esta mañana, ¿no os parece que puede haber una actitud diferente ante toda esta crueldad, ante la ambición humana, etc.?

“Señor, he oído hablar mucho sobre vos a mi padre, y vine en parte por curiosidad y en parte porque creía que os uniríais a nosotros si podía yo ser lo bastante persuasiva. Pero me equivoqué”.

“¿Puedo preguntar cómo voy a olvidarme de mí misma, exterior e interiormente, y amar en realidad? Bien mirado, como soy Brahman y todo eso, tengo en la sangre la vida religiosa, pero me he alejado tanto del punto de vista religioso que no creo poder volver a él más. ¿Qué voy a hacer? Tal vez no estoy haciendo esta pregunta con toda seriedad, y probablemente continuaré mi vida superficial; pero ¿no podéis decirme algo que quede en mí como una semilla, para que germine a pesar mío?”

La vida religiosa no es cuestión de reavivamiento; no podéis dar nueva vida a lo que ha pasado y se ha ido. Dejad el pasado enterrado, no tratéis de revivirlo. Daos cuenta de que estáis interesada en vos misma y que vuestras actividades son egocéntricas. No finjáis, no os engañéis, daos cuenta del hecho de que sois ambiciosa, que estáis buscando poder, posición, prestigio, que queréis ser importante. No lo justifiquéis ante vos o ante otro, sed sencilla y directa con respecto a lo que sois. Entonces el amor puede venir sin ser llamado, cuando no lo estéis buscando. Sólo el amor puede librar a los oscuros rincones de la mente de sus astutos empeños. El amor es la única salida de la confusión y el dolor del hombre, y no las eficientes organizaciones que él crea.

“Pero, ¿cómo puede un individuo, aunque ame, afectar el curso de los acontecimientos, sin organización y acción colectivas? Para dar fin a la crueldad hace falta la cooperación de muchísimas personas. ¿Cómo puede lograrse esto?”

Si realmente sentís que el amor es la única fuente verdadera de la acción, hablaréis a otros sobre ello, y entonces reuniréis a unos pocos que tengan el mismo sentimiento. Los pocos pueden volverse los muchos, pero eso no es de vuestra incumbencia. Lo que os incumbe es el amor con su acción total. Es sólo esta acción total por parte de cada individuo lo que hará surgir un mundo del todo diferente.



EL CONDICIONAMIENTO Y EL IMPULSO A SER LIBRE


Era un paseo encantador. El sendero desde la casa conducía a través del viñedo, y las uvas estaban justamente empezando a madurar, eran ricas y llenas, y darían mucho vino tinto. La viña estaba bien atendida y no tenía malezas. Después estaba la bien cuidada parcela de tabaco, larga y ancha. Tras la lluvia, empezaban a abrirse las plantas con flores color rosa, lindas y limpias; su débil aroma de tabaco fresco, tan distinto del repulsivo olor del tabaco quemado, se intensificaba bajo el cálido sol. El largo tallo en que crecían las flores iba a ser cortado, para que las pálidas hojas de un verde plateado, ya muy grandes, se hicieran mayores y más ricas para el tiempo en que debían ser recolectadas. Entonces se las juntaría, clasificaría y ataría en largas cuerdas, y se tenderían en el largo edificio tras la casa, para secarse uniformemente donde el sol no las tocase, recibiendo el soplo de la brisa vespertina. Hombres con bueyes ya estaban, aun entonces, trabajando en aquella parcela tabaquera, trazando un surco entre las largas y rectas filas de plantas, para destruir la maleza. El suelo había sido bien preparado y fuertemente abonado, y los yuyos crecían en él tan ricamente como las plantas del tabaco; pero después de todas aquellas semanas, ya no se veía ni una sola maleza.

La senda seguía por un huerto de melocotoneros, perales ciruelos, ciruelos claudia, nectarinos y otros árboles, todos cargados de frutas en maduración. Al atardecer había un suave aroma en el aire y, durante el día, el zumbido de muchas abejas. Más allá del huerto, la senda bajaba por una larga ladera a la hondura de bosques espesos y acogedores. Aquí la tierra se sentía blanda bajo los pies, con las hojas muertas de muchos veranos. Hacía mucho fresco bajo los árboles, pues el sol apenas podía penetrar por su espeso follaje; el suelo estaba siempre húmedo y de agradable olor, desprendiendo el aroma del rico humus. Había abundancia de hongos, casi todos de la variedad no comestible. Acá y allá se podían encontrar los buenos, pero tenía uno que buscarlos; solían estar más retirados, generalmente ocultos bajo una hoja del mismo color. Los campesinos acudían temprano a recogerlos, para el mercado o para su propio uso.

Apenas había pájaros en aquellos bosques, que se extendían kilómetros y kilómetros por colinas suavemente onduladas. Había mucha calma y ni siquiera una brisa que agitase las hojas. Mas siempre había algún movimiento en los bosques, y ese movimiento formaba parte del inmenso silencio; no perturbaba y parecía hacer aumentar la calma de la mente. Los árboles, los insectos, los amplios helechos, no estaban separados, no eran algo visto desde el exterior; formaban parte de aquella quietud interior y exterior. Aun el apagado ruido de un tren lejano estaba contenido en esa quietud. Había completa ausencia de resistencia, y el ladrido de un perro, insistente y penetrante, parecía acrecentar el silencio.

Más allá del bosque estaba el bello y serpenteante río. No era demasiado ancho o imponente, sino de una anchura que permitía al ojo perspicaz ver a la gente en la orilla opuesta. Todo a lo largo de ambas orillas había árboles, en su mayoría álamos altos y majestuosos, cuyas hojas temblaban bajo la brisa. El agua era profunda y fresca, siempre fluyendo. Era hermoso verla, tan viviente y rica. Había un pescador solitario, sentado en una sillita, con una cesta de merienda al lado y un diario sobre las rodillas. El río suscitaba contento y paz, aunque los peces parecían eludir el cebo. Siempre estada allí el río, aunque hubiera guerras y murieran hombres; siempre estada nutriendo a la tierra y a los hombres. A lo lejos se alzaban los montes cubiertos de nieve y sus elevadas cumbres aparecían como si fueran nubes soleadas, en un claro atardecer, cuando descendía sobre ellos el sol poniente.

Estábamos tres o cuatro en la sala y, frente a la ventana, se extendía una ancha y resplandeciente pradera. El cielo era de un azul pálido, con grandes y ondulantes nubes.

“¿Es realmente posible que alguna vez —preguntaba el hombre— se libre la mente de su condicionamiento? Si es así, ¿cuál es el estado de una mente que se ha descondicionado? He estado escuchando vuestras pláticas durante un período de varios años, y he consagrado mucho pensamiento al asunto, pero mi mente no parece capaz de romper con las tradiciones e ideas que han sido implantadas durante la infancia. Sé que estoy tan condicionado como cualquier otra persona. Desde la niñez se nos enseña a adaptarnos —se nos enseña brutalmente o con afecto y suaves sugerencias— hasta que la adaptación llega a ser instintiva, y la mente teme la inseguridad de no adaptarse”.

Tengo una amiga que creció en un ambiente católico” —siguió diciendo— “y, desde luego, le hablaban del pecado, del fuego del infierno, de los consoladores gozos del cielo y de todo lo demás. Al llegar a la madurez, y después de mucha reflexión, desechó la estructura del pensamiento católico; pero aún ahora, en la edad adulta, se encuentra influida por la idea del infierno, con sus contagiosos temores. Aunque mi trasfondo es superficialmente muy diferente, también yo, como ella, tengo miedo de no adaptarme. Veo lo absurdo de la adaptación, pero no puedo desecharla; y, aunque pudiera, probablemente estaría haciendo lo mismo de otro modo: simplemente adaptándome a un nuevo molde”.

“Esa es también mi dificultad” —añadió una de las señoras—, “veo muy claramente las muchas formas en que estoy atada a la tradición; pero ¿puedo desprenderme de mi actual cautiverio sin caer presa de otro nuevo? Hay personas que van a la deriva, de una organización religiosa a otra, siempre buscando, nunca satisfechas; y cuando al fin quedan satisfechas, llegan a ser terriblemente fastidiosas. Eso es probablemente lo que me pasará si trato de romper con mi actual condicionamiento: sin darme cuenta, seré arrastrada a otra norma de vida”.

“En realidad” —siguió diciendo el hombre— “la mayoría de nosotros nunca hemos pensado muy profundamente sobre la forma en que nuestra mente está casi por completo moldeada por la sociedad y la cultura en que hemos crecido. No nos damos cuenta de nuestro condicionamiento y simplemente seguimos, luchando, logrando, o quedando frustrados dentro del molde de una sociedad dada. Ese es el destino de casi todos nosotros, incluidos los líderes políticos y religiosos. Desgraciadamente para mí, tal vez, vine a oír varias de vuestras pláticas, y entonces empezó la penuria de la duda. Durante algún tiempo, no pensé muy hondamente sobre este asunto, pero de pronto encuentro que me estoy volviendo serio. He estado experimentando, y ahora percibo en mí mismo muchas cosas que nunca había advertido antes. Si se me permite continuar sin que a nadie le parezca que hablo demasiado, quisiera penetrar un poco más en esta cuestión del condicionamiento”.

Cuando los demás le aseguraron que también ellos estaban hondamente interesados en este asunto, prosiguió:

“Después de haber oído o leído casi todas las cosas que habéis dicho, me di cuenta de lo condicionado que estoy; y del mismo modo vi que tiene uno que estar libre de condicionamiento, no sólo del condicionamiento de la mente superficial, sino también del de lo inconsciente; percibí su absoluta necesidad. Pero lo que en realidad está ocurriendo es esto: continúa el condicionamiento recibido en mi juventud, y al mismo tiempo hay un fuerte deseo de descondicionarme. Mi mente está, pues, presa de este conflicto entre el condicionamiento de que me doy cuenta y el impulso a librarme de él. Esta es mi situación efectiva ahora mismo. ¿Cómo procederé partiendo de aquí?”

¿No provoca otra forma de resistencia y condicionamiento el impulso de la mente a librarse de su condicionamiento? Como os habéis dado cuenta de la norma o molde en que habéis crecido, queréis libraros de él. Pero, ¿no condicionará la mente de nuevo, en forma distinta, este deseo de quedar libre? La vieja norma insiste en que os conforméis a la autoridad y ahora estáis desarrollando una nueva que sostiene que no debéis conformaros tenéis pues dos normas, una en conflicto con la otra. Mientras exista esta contradicción íntima, habrá nuevo condicionamiento.

“Ya sé que la vieja norma es completamente absurda y está muerta, y que tiene uno que librarse de ella, porque, si no, mi mente seguirá adelante en la misma forma estúpida”.

Tengamos paciencia y penetremos más en ello. La vieja norma os ha inducido a adaptaros y, por varias razones —miedo a la inseguridad, etc.— os habéis adaptado. Ahora bien, por razones de otra clase, pero en las cuales hay aún miedo y deseo de seguridad, creéis que no debéis adaptaros. Es así ¿verdad?

“Sí, así es, poco más o menos, pero lo viejo es estúpido, y tengo que librarme de la estupidez”.

Permitidme señalar, señor, que no estáis escuchando. Seguís insistiendo en que lo viejo es malo, y que tenéis que tener lo nuevo. Pero tener lo nuevo no es el problema en absoluto.

“Ese es mi problema, señor”.

¿Lo es? Así lo creéis, pero vamos a verlo. Por favor, no sigáis con vuestros propios pensamientos sobre el problema, sino simplemente escuchad, os ruego.

“Trataré de hacerlo”.

Uno se amolda instintivamente por varias razones: por apego, temor, deseo de recompensa, etc. Esa es nuestra primera reacción. Entonces llega alguien y dice que tiene uno que estar libre de condicionamiento, y surge el impulso de no ajustarse. ¿Comprendéis?

“Sí, señor, eso es claro”.

Pero, ¿hay alguna diferencia esencial entre el deseo de adaptarse y el anhelo de estar libre de esta adaptación?

“Parece que debería haberlo, pero realmente no lo sé. ¿Qué decís, señor?”

No debo decirlo yo, ni vos aceptarlo. ¿No tenéis que descubrir vos mismo si hay alguna diferencia fundamental entre estos dos deseos, al parecer opuestos?

“¿Cómo voy a descubrirlo?”

No condenando el uno, ni persiguiendo anhelosamente el otro. ¿Cuál es el estado de la mente que anhela librarse de la adaptación y que la rechaza? Ruego no me respondáis, sino sentidlo, experimentad de hecho ese estado. Las palabras son necesarias para la comunicación, pero la palabra no es la experiencia efectiva. Si no experimentáis y comprendéis realmente ese estado, vuestros esfuerzos para libraros no servirán más que para provocar la formación de otros moldes, ¿no es así?

“No entiendo bien”.

Por cierto, no poner fin por completo al mecanismo que produce normas moldes, ya sean positivos o negativos, es continuar una forma modificada de condicionamiento.

“Puedo comprender esto verbalmente, pero, en realidad, no lo siento”.

Para un hambriento, la mera descripción del alimento carece de valor; lo que quiere es comer.

Hay un impulso que tiende a la adaptación, y el impulso a ser libre. Por diferentes que parezcan estos dos impulsos, ¿no son fundamentalmente semejantes? Y si fundamentalmente lo son, entonces vuestra persecución de la libertad es vana, porque no haréis más que moveros de un molde a otro, incesantemente. No hay un condicionamiento noble o mejor; todo condicionamiento es dolor. El deseo de ser o de no ser condicionado crea condicionamiento, y es este deseo el que tiene que ser comprendido.



EL VACÍO INTERIOR


Llevaba ella una gran canasta en la cabeza, sujetándola con una mano; debía ser muy pesada, pero el peso no alteraba el compás de su marcha. Iba guardando un bello equilibrio, con paso desenvuelto y rítmico. En el brazo lucía grandes brazaletes de metal que producían un ligero tintineo, y en los pies calzaba unas viejas y gastadas sandalias. Su sari estaba rasgado y sucio por el largo uso. En general tenía varios acompañantes, todas ellas con cestas, pero aquella mañana iba sola por el áspero camino. El sol aun no calentaba mucho y, en lo alto del cielo azul, unos buitres volaban en amplios círculos, sin agitar las alas. El río corría en silencio al lado del camino. Era una mañana muy tranquila, y aquella mujer solitaria con la gran canasta en la cabeza parecía ser el foco de la belleza y la gracia; todas las cosas parecían señalar hacia ella y aceptarla como parte de su propio ser. No era una entidad separada, sino parte de vosotros y de mí, y de aquel tamarindo. No caminaba delante de mí, sino que yo iba con aquella canasta sobre mi cabeza. No era una ilusión, una identificación pensada, deseada y cultivada, lo cual sería demasiado feo, sino una experiencia natural e inmediata. Los pocos pasos que nos separaban se habían disipado; habían desaparecido totalmente el tiempo, el recuerdo y la amplia distancia que engendra el pensamiento. Sólo existía aquella mujer, y no yo mirándola. Y estaba lejos la población en que ella iba a vender el contenido de su cesta. Hacia la noche volvería por aquel camino y cruzaría el puentecito de bambú al ir a la aldea, sólo para reaparecer a la mañana siguiente con su cesta llena.

Era muy serio y ya no joven, mas tenía una agradable sonrisa y gozaba de buena salud. Sentado en el suelo con las piernas cruzadas, explicaba en un inglés algo entrecortado —cosa que le volvía algo tímido— que había estudiado y había alcanzado su “M.A”. (título de Maestro en Artes), pero que llevaba tantos años sin hablar el inglés que casi lo había olvidado. Había leído mucha literatura en sánscrito y pronunciaba con frecuencia palabras de aquel idioma. Dijo que había venido a hacer varias preguntas sobre el vacío intimo, el vacío de la mente. Luego empezó a cantar en sánscrito y la sala se llenó instantáneamente de una profunda resonancia, pura y penetrante. Siguió cantando algún tiempo, y era una delicia escuchar. Se le iluminaba el rostro con el sentido que daba a cada palabra y con el amor que sentía por lo que contenía la palabra. Estaba libre de todo artificio, y era demasiado serio para adaptar una “pose”.

“Me complace mucho haber cantado esas slokas en vuestra presencia. Para mí tienen gran significación y belleza; he meditado sobre ellas durante muchos años y han sido para mí una fuente de orientación y fortaleza. Me he adiestrado para no conmoverme fácilmente, pero esas “slokas” me hacen saltar las lágrimas. El sonido mismo de las palabras, con su rico sentido, me llena el corazón, y entonces la vida no es una penuria y una desdicha. Como cualquier otro ser humano, he conocido el sufrimiento; ha habido muerte y el dolor de la vida. Tuve una esposa que murió antes de que yo dejase las comodidades de la casa de mi padre, y ahora sé lo que significa la pobreza voluntaria. Os cuento todo esto meramente a título de explicación. No me siento frustrado, solitario ni nada deseo. Mi corazón se complace en muchas cosas; pero mi padre me contó algo sobre vuestras pláticas, y un conocido me sugirió que venga a veros; y aquí estoy.

“Deseo que me habléis del inmensurable vacío —siguió diciendo— He sentido ese vacío y creo que he llegado a tocar sus lindes en mis andanzas y meditaciones”. Luego citó una sloka, para explicar y corroborar su experiencia.

Si puedo señalarlo, la autoridad de otro, por grande que sea, no es prueba de la verdad de vuestra experiencia. La verdad no necesita ser probada por la acción, ni depende de ninguna autoridad; dejemos, pues, a un lado toda autoridad y tradición, y tratemos de hallar nosotros mismos la verdad de este asunto.

“Esto me resultaría muy difícil, porque estoy impregnado de tradición, no de la tradición del mundo, sino de las enseñanzas del Gita, los Upanishads, etc. ¿Está bien que abandone todo eso? ¿No sería ingratitud por mi parte?”

En esto no están implicadas en forma alguna ni gratitud ni ingratitud; nos interesa descubrir la verdad o la falsedad de ese vacío de que habéis hablado. Si camináis por la senda de la autoridad y la tradición, que es conocimiento, experimentaréis sólo lo que deseáis experimentar, ayudado por la autoridad y la tradición. No será un descubrimiento; será lo ya conocido, una cosa que se reconoce y se experimenta. La autoridad y la tradición pueden ser falsas, pueden ser una consoladora ilusión. Para descubrir si ese vacío es verdadero o falso, si existe o si es sólo otra invención de la mente, ésta tiene que librarse de la red de la autoridad y la tradición.

“¿Puede librarse alguna vez la mente de esa red?”

La mente no puede librarse, porque cualquier esfuerzo suyo para ello, sólo tejerá otra red en que de nuevo quedará presa. La libertad no es un opuesto; estar libre no es librarse de algo, no es un estado de quedar libre de cautiverio. El impulso a librarse crea su propio cautiverio. La libertad es un estado del ser que no es resultado del deseo de librarse. Cuando la mente comprende esto y ve la falsedad de la autoridad y de la tradición, sólo entonces se disipa lo falso.

“Puede ser que yo haya sido inducido a sentir ciertas cosas por mis lecturas y por los pensamientos basados en ellas; pero aparte de todo eso, he sentido vagamente desde la niñez, como en un sueño, la existencia de este vacío. Siempre ha habido una intimación de él, un sentimiento nostálgico por ello; y al avanzar en años, la lectura de varios libros religiosos sólo reforzó este sentimiento, dándole más vitalidad y efectividad. Pero empiezo a comprender lo que queréis decir. He dependido casi enteramente de la descripción de las experiencias de otros, como se da en las escrituras sagradas. Puedo desechar esta dependencia, ya que ahora veo la necesidad de hacerlo; pero, ¿puedo revivir aquel original y no contaminado sentimiento de lo que está más allá de las palabras?”

Lo que revive no es lo vivo, lo nuevo; es un recuerdo, una cosa muerta, y no podéis dar vida a lo muerto. Revivir y vivir en el recuerdo es ser esclavo del estímulo, y una mente que depende del estímulo, consciente o inconsciente, se embotará inevitablemente y se volverá insensible. Reavivar es perpetuar la confusión; volverse hacia el pasado muerto en el momento de una crisis viviente es buscar una norma de vida que tiene sus raíces en la decadencia. Lo que experimentasteis de joven o ayer mismo, ha pasado y se ha ido; y si os aferráis al pasado, impedís la vivificante experiencia de lo nuevo.

“Como creo comprenderéis, señor, hablo realmente en serio, y para mí ha llegado a ser una urgente necesidad comprender y ser ese vacío. ¿Qué he de hacer?”

Tenemos que vaciar la mente de lo conocido, todo el conocimiento que hemos reunido tiene que dejar de tener influencia alguna sobre la mente viva. El conocimiento siempre es del pasado, es el proceso mismo del pasado, y la mente ha de estar libre de este proceso. El reconocimiento forma parte del proceso conocimiento, ¿no es así?

“¿Cómo es eso?”

Para reconocer algo tenéis que haberlo conocido o experimentado anteriormente, y esta experiencia se acumula como conocimiento, memoria. El reconocimiento proviene del pasado. Podéis haber experimentado, en alguna ocasión, este vacío, y, habiéndolo experimentado una vez, lo anheláis ahora. La experiencia original se produjo sin que la buscarais; mas ahora la estáis persiguiendo, y lo que estáis buscando no es el vacío, sino la repetición de un viejo recuerdo. Si ha de ocurrir de nuevo, tiene que desaparecer todo recuerdo, todo conocimiento de ello; tiene que cesar toda búsqueda de eso, porque la búsqueda se basa en el deseo de experiencia.

“¿Queréis decir realmente que no debemos buscarla? Esto, parece increíble”.

El motivo de la búsqueda es de mayor importancia que la búsqueda misma. El motivo impregna, guía y moldea la búsqueda. El motivo de vuestra búsqueda es el deseo de experimentar lo incognoscible, conocer su dicha y su inmensidad. El deseo ha hecho surgir al experimentador que anhela experiencia. El experimentador busca una experiencia más grande, más amplia e importante. Como todas las otras experiencias han perdido su sabor, el experimentador ansía ahora el vacío; existe pues el experimentador y la cosa que ha de ser experimentada. Así se pone en marcha el conflicto entre ambas cosas, entre el que persigue y lo perseguido.

“Esto lo comprendo muy bien, porque es exactamente el estado en que me encuentro. Veo ahora que estoy atrapado en una red de mi propia construcción”.

Como lo está todo buscador, y no sólo el que busca la verdad, Dios, el vacío, etc. Todo hombre ambicioso o codicioso que busque poder, posición, prestigio, todo idealista, todo adorador del Estado, todo constructor de una perfecta Utopía, todos ellos están cautivos de la misma red. Pero si una vez comprendéis el total sentido de la búsqueda ¿seguiréis buscando el vacío?

“Percibo el sentido íntimo de vuestra pregunta y ya he dejado de buscar”.

Si esto es un hecho real, entonces ¿cuál es el estado de la mente que no está buscando?

“No lo sé. Todo esto es tan nuevo para mí, que tendré que recogerme y observar. ¿Puedo disponer de unos minutos antes de que sigamos adelante?”

Tras una pausa, continuó.

“Percibo lo extraordinariamente sutil que es; lo difícil que es para el experimentador, el observador, no intervenir. Parece casi imposible que el pensamiento no cree al pensador; pero mientras haya un pensador, un experimentador, tiene que haber evidentemente separación de lo que ha de experimentarse, y conflicto con ello. ¿Y preguntáis —no es así— cuál es el estado de la mente cuando no hay conflicto?”

El conflicto existe cuando el deseo asume la forma del experimentador y persigue aquello que ha de ser experimentado; porque eso que ha de ser experimentado es concebido, también por el deseo.

“Os ruego tengáis paciencia conmigo y me dejéis comprender lo que estáis diciendo. El no sólo crea al experimentador, al que observa, sino que también hace surgir eso que ha de ser exprimentado, lo observado. Así, el deseo es la causa de la división entre el experimentador y la cosa que ha de ser experimentada, y es esta división lo que sostiene el conflicto. Ahora preguntáis cuál es el estado de la mente que ya no está en conflicto, que no está movida por el deseo. Pero ¿puede ser contestada esta pregunta sin el observador que está observando la experiencia del estado sin deseos?”

Cuando sois consciente de vuestra humildad, ¿no ha terminado ésta? ¿Hay virtud cuando practicáis la virtud deliberadamente? Semejante práctica refuerza la actividad egocéntrica, la cual pone fin a la virtud. En cuanto os dais cuenta de que sois feliz, dejáis de serlo. ¿Cuál es el estado de la mente que no se halla atrapada en el conflicto del deseo? El impulso a descubrir es parte del deseo que ha hecho surgir al experimentador y a la cosa experimentada, ¿no es así?

“Así es. Vuestra pregunta ha sido una trampa para mí, pero os agradezco que me hayáis preguntado. Voy viendo más las intrincadas sutilezas del deseo”.

No ha sido una trampa, sino una pregunta natural e inevitable que os habríais hecho vos mismo en el curso de vuestra indagación. Si la mente no está sumamente alerta, consciente, pronto queda presa de nuevo en la red de su propio deseo.

“Una pregunta final: ¿Es realmente posible que la mente esté totalmente libre del deseo de experiencia, que mantiene esta división entre el experimentador y la cosa que habrá de ser experimentada?”

Descubridlo, señor. Cuando la mente está enteramente libre de esta estructura del deseo, ¿es la mente distinta del vacío?



EL PROBLEMA DE LA BÚSQUEDA


Era muy temprano, en la mañana de un día de sol límpido y claro, y el agitado mar se había aquietado, lamiendo suavemente la blanca orilla. Apenas había movimiento de las inmensas aguas, intensamente azules como si se les hubiera añadido algún color artificial. Había centelleo en el mar, y alegría; era más azul que el azul cielo y era viejo y estaba lleno de gozo. En la semana anterior, las aguas habían estado violetas y amenazadoras, con una fuerte corriente que le habría arrastrado a uno lejos mar adentro; pero ahora estaban casi en calma, con sólo un suave movimiento. El viento se había agotado tras días de fuerte soplar, y no había ni siquiera una brisa. Subía casi derecho en el cielo sin nubes el humo de su vapor que se veía a lo lejos en el mar. Reinaba tal silencio que se podía oír el ruido de un tren a varios kilómetros de allí, al acercarse por el bajo acantilado que se asomaba al mar. La apagada vibración se convirtió en fragor, y pronto se conmovió la tierra cuando pasó velozmente el largo tren de carga, un centenar de vagones de acero arrastrados por una hermosa locomotora Diesel nueva. El maquinista saludó sonriente con la mano. Pronto se perdió de vista el tren y, una vez más hubo calma al lado del mar azul. Kilómetros al Norte, se alcanzaban a ver filas de palmeras cuidadosamente plantadas, con verdes praderas, por donde la ciudad llegaba hasta el borde del agua; pero aquí había mucha paz. En la playa se encontraban centenares de gaviotas. Se veía que una de ellas tenía un ala rota, porque se mantenía aislada, con el ala caída; más allá, una gaviota muerta estaba casi tapada por las movedizas arenas. Llegó un gran perro, bello animal al sol, y toda la bandada de aves voló hacia el mar, describió un amplio semicírculo y se posó de nuevo en la arena, a cierta distancia detrás del perro. Como un chiquillo asustado, la gaviota herida se movió hacia el agua, arrastrando el ala; el perro la vio, pero, sin hacerle caso, siguió su camino, persiguiendo a los cangrejitos que salían de las húmedas arenas.

Era empleado en alguna oficina, muy grave y formal, con olas vivos y serios y una pronta sonrisa. Habían subido los precios, decía, y la vida se había puesto tan cara que era difícil hacer frente a los gastos. Aunque aun muy joven, en la treintena, sentía inquietud sobre el futuro, porque tenía responsabilidades: no hijos, explicó, sino la esposa y la anciana madre que mantener.

“¿Cuál es el objeto de la vida, de esta monótona, rutinaria existencia?” —preguntó de repente—. “Siempre he estado buscando una cosa u otra: buscando un empleo cuando terminé de estudiar, buscando placer con mi esposa, buscando contribuir a crear un mundo mejor ingresando en el partido comunista —del cual pronto salí, dicho sea de paso, porque es simplemente una religión organizada como cualquiera otra—; y ahora estoy buscando a Dios. Por naturaleza no soy pesimista, pero todo en la vida me ha entristecido. He leído los libros que leen la mayoría de las personas instruidas, pero el estímulo intelectual pronto cansa. Tengo que encontrar, y mi vida empieza a acortarse. Quiero hablar con vos muy seriamente, porque me parece que podéis ayudarme en mi búsqueda”.

¿Podemos penetrar despacio y pacientemente en este movimiento llamado búsqueda? Hay los que afirman que han buscado y hallado, y, satisfechos de lo que han encontrado, tienen su recompensa. Decís que estáis buscando: ¿Sabéis por qué buscáis y qué es lo que buscáis?

“Como todos los demás, he buscado muchas cosas, la mayoría de las cuales ya se han desvanecido; pero, como una dolencia que no tiene cura, sigo buscando”.

Antes de entrar en toda la cuestión de saber qué es lo que buscamos, vamos a descubrir lo que queremos decir con la palabra “buscar”. ¿Cuál es el estado de la mente que está buscando?

“Es un estado de esfuerzo en el que la mente trata de escapar de una situación penosa o conflictiva, y de hallar otra placentera, consoladora”.

¿Está realmente buscando una mente así? Lo que la mente busca lo hallará, pero lo que halle será su propia proyección. ¿Hay búsqueda verdadera cuando ésta es resultado de un motivo? ¿Ha de tener motivo toda búsqueda, o hay una búsqueda que no tiene motivo alguno? ¿Puede existir la mente sin el movimiento de buscar? ¿Es la búsqueda, tal como la conocemos, simplemente otro medio por el cual la mente huye de sí misma? Si es así, ¿qué es lo que impulsa a la mente a escapar? Sin comprender el pleno contenido de la mente que está buscando, la búsqueda tiene muy poco sentido.

“Me parece, señor, que todo esto es un poco excesivo para mí. ¿Podéis expresarlo más sencillamente?”

Empecemos por el proceso que conocemos: ¿Por qué buscáis y qué estáis buscando?

“Busca uno tantas cosas: felicidad, seguridad, consuelo, permanencia, Dios, una sociedad que no esté perpetuamente en guerra consigo misma, etcétera”.

El estado en que de hecho os halláis y el fin que buscáis, son ambos creaciones de la mente, ¿no es así?

“Por favor, señor, no lo hagáis demasiado difícil. Sé que sufro y quiero descubrir una salida a eso, quiero avanzar hacia un estado en el que no haya sufrimiento”.

Pero el fin que buscáis sigue siendo la proyección de una mente que no quiere que la perturben, ¿no es así? Y puede ser que no haya tal cosa, puede ser un mito.

“Si eso es un mito, entonces tiene que haber alguna otra cosa que sea real y que yo tengo que encontrar”.

Tratamos de comprender —¿no es así?— el significado total de la búsqueda y no la manera de hallar lo real. Luego podemos llegar a eso. Por el momento nos interesa lo que queremos significar cuando decimos que estamos buscando. Indaguemos pues todo lo implicado en esa palabra.

Como no sois feliz buscáis felicidad, ¿verdad? Un hombre busca la felicidad en el poder, en la posición, el prestigio; otro en la riqueza o en el conocimiento; otro, en Dios; uno más en el Estado ideal, la perfecta Utopía, etc. Como un hombre ambicioso, en el sentido mundano, sigue la senda de su realización, en la cual hay crueldad, frustración, miedo, quizás encubiertos bajo suaves palabras, así también vos tratáis de realizar vuestro deseo, aunque sea de lo más elevado; y, cuando ya sabéis cuál es el fin, ¿existe entonces la búsqueda?

“Desde luego, señor, Dios o la gloria no pueden conocerse de antemano; hay que buscarlos”.

¿Cómo podéis buscar aquello que no conocéis? Sabéis o creéis saber lo que es Dios, y lo sabéis de acuerdo con vuestro condicionamiento, o según vuestra propia experiencia, que se basa en vuestro condicionamiento; y así, habiendo formulado lo que es Dios, procedéis a “descubrir” aquello que ha proyectado vuestra mente. Evidentemente, esto no es buscar; simplemente estáis persiguiendo lo que ya conocéis. Dejáis de buscar cuando sabéis, porque el saber es un proceso de reconocimiento, y reconocer es una acción del pasado, de lo conocido.

“Pero yo estoy realmente buscando a Dios, llámesele como se le llame”.

Estáis buscando a Dios como otros buscan la felicidad por la bebida, por la adquisición de poder, etc. Todos estos son motivos muy conocidos y bien establecidos. El motivo produce el fin deseado. Pero ¿hay búsqueda cuando hay un motivo?

“Creo que empiezo a ver lo que queréis decir. Seguid señor, por favor”.

Si realmente sois serio en cuanto percibís que en toda esta actitud de lo que se llama buscar no hay búsqueda en absoluto, la abandonáis. Pero persiste la causa de vuestra búsqueda. Podéis dejar de lado la norma “A”, que consiste en buscar aquello que la mente ha proyectado; pero entonces os volvéis hacia la norma “B”, que es la idea de que no debéis perseguir la norma “A”. Y, si no es la norma “B”, serán las normas “C, “N” o “Z”. El núcleo de vuestra mente no ha comprendido todo el problema del buscar, y por eso va de una norma a otra, de un ideal a otro, de un gurú o líder a otro. Siempre se está moviendo en la red de lo conocido.

Ahora bien, ¿puede estar la mente sin buscar? ¿Existe la mente, el buscador, cuando no hay este movimiento de búsqueda? La mente oscila de un movimiento de búsqueda a otro, siempre tanteando, siempre buscando, siempre presa en la red de la experiencia. Este movimiento es siempre hacia el “más”: más estímulo, más experiencia, más amplio y profundo conocimiento. El cazador está siempre proyectando lo cazado. ¿Busca la mente una vez que percibe el significado de todo este proceso de buscar? Y cuando la mente no está buscando ¿existe un experimentador que experimente?

“¿Qué queréis decir con el experimentador?”

Mientras haya un buscador y una cosa buscada, tiene que haber el experimentador, el que reconoce, y este es el núcleo del movimiento egocéntrico de la mente. Desde este centro se realizan todas las actividades, sean nobles o innobles: el deseo de riqueza y poder, la compulsión a contentarse con lo que es, el impulso a buscar a Dios, a producir reformas, etcétera.

“Veo en mí mismo la verdad de lo que estéis diciendo. He abordado mal todo el asunto,”

¿Significa esto que vais a abordarlo “bien”, o percibís que cualquier forma de abordar el problema, “buena” o “mala”, es egocéntrica, que no hace más que fortalecer sutil o groseramente al experimentador?

“¡Qué astuta es la mente, qué pronta y sutil en su movimiento para mantenerse a sí misma! Veo esto muy claramente”.

Cuando la mente deja de buscar porque ha comprendido todo el sentido de la búsqueda ¿no se desprenden y cesan las limitaciones que se ha impuesto? Y ¿no es entonces la mente lo inconmensurable, lo desconocido?



REVOLUCIÓN PSICOLÓGICA


Había un gran bullicio y barullo antes de partir el tren. Los largos vagones iban repletos, llenos de gente v de humo, y cada cara oculta tras un diario; pero afortunadamente aún había algún asiento libre. El tren era eléctrico y pronto salió de los suburbios y ganó velocidad en campo abierto, adelantando a los automóviles y autobuses de la carretera, que iba paralela a la vía. Era una bella campiña, con verdes colinas onduladas y antiguas poblaciones históricas. El sol era brillante y suave, porque comenzaba la primavera, y los árboles frutales habían empezado a echar sus flores rosadas y blancas. Todo el campo estaba verde, fresco y joven, con tiernas hojas que brillaban y danzaban bajo el sol. Era un día glorioso, pero el vagón iba lleno de gente cansada y el aire estaba saturado de tabaco. Una niña y su madre estaban sentadas al otro lado del pasillo central. la madre le explicaba que no debía mirar fijamente a los desconocidos; pero la niña no hacía caso y poco después nos sonreíamos uno al otro. Desde entonces se mostró tranquila, levantaba a menudo la vista para ver si yo la miraba, y sonreía cuando nuestros ojos se encontraban. Al poco rato se quedó dormida, acurrucada en el asiento, y la madre la tapó con un abrigo.

Debía ser encantador caminar por aquella senda a través de los campos, en medio de tanta belleza y claridad. La gente saludaba con la mano al pasar nosotros ruidosamente al lado de la bien pavimentada carretera. Grandes bueyes blancos arrastraban despacio, carretas cargadas de abono, y algunos de los hombres que las conducían debían estar cantando, porque iban con las bocas abiertas, y se podía ver por sus rostros que iban contentos bajo aquel fresco aire matinal. Había hombres y mujeres en los campos, ocupados en cavar, plantar y sembrar.

Recorrí el largo pasillo con asientos por ambos lados, hacia la cabeza del tren. Pasados el vagón restaurante y la cocina, empujé una puerta y entré en el furgón de equipajes. Nadie me detuvo. Los muchos equipajes estaban bien colocados en soportes, con sus etiquetas colgantes agitadas por la corriente. Pasé otra puerta y allí estaban los dos maquinistas, completamente rodeados por grandes y amplias ventanas, que les permitían ver sin obstrucciones toda la bella campiña circundante. Uno de los hombres manipulaba el mando que regulaba la corriente, y frente a él estaban los diversos indicadores. El otro, que observaba y fumaba despacio, ofreció su asiento y, tomando un taburete, se sentó directamente detrás de mí. Insistió mucho en que me sentara yo allí, y empezó a hacer innumerables preguntas. En medio de su interrogatorio se detenía para señalar los castillos en las cumbres de las colinas, algunos de ellos en ruinas y otros todavía bien conservados. Explicaba lo que significaban aquellas brillantes luces rojas y verdes, y sacaba el reloj para comprobar si llegábamos a horario a cada estación. Ibamos entre 100 y 110 km. por hora, haciendo curvas, subiendo pendientes suaves, pasando por puentes y largo trechos rectos; pero nunca pasábamos de los 110. “Si Ud. hubiera bajado y tomado otro tren en la estación que acabamos de pasar”, dijo, “habría podido ir a la ciudad que lleva el nombre de un famoso santo”. Rechinando sobre los cambios, pasábamos veloces por estaciones cuyos nombres provenían de antiguos tiempos. Corríamos ahora por las orillas de un brumoso lago azul y se podían divisar las poblaciones de la otra orilla. Se había librado una famosa batalla en este lugar, de cuyos resultados había dependido el destino de todo un pueblo. Pronto pasamos el lago, y, subiendo del valle y contorneando las redondeadas laderas, dejamos atrás los olivos y los cipreses, y nos encontramos en un país más áspero. El hombre que estaba tras de mí dijo el nombre del turbio río a cuyo lado pasábamos, que para ser tan famoso, parecía pequeño y modesto. El otro hombre, que había retirado la mano del mando sólo una o dos veces durante el viaje de dos horas y media, se excusaba, en nombre de los dos, por no saber inglés. “Pero ¿qué importa?” —dijo— “si entendéis nuestra bella lengua”.

Ibamos llegando ahora a los alrededores de la gran ciudad, cuyo humo oscurecía el cielo azul.

Estábamos varios en aquella salita que daba al hermoso lago, y reinaba la calma, aunque las aves producían un placentero ruido. En el grupo había un hombrón lleno de salud y vigor, con ojos penetrantes pero suaves, y de habla lenta y deliberada. Como anhelaba hablar, los otros permanecían callados, aunque intervenían cuando les parecía necesario.

“He actuado en política durante varios años y he trabajado para lo que yo creía genuinamente que era el bien del país. Eso no quiere decir que no buscase poder y posición: los busqué, efectivamente. Por ellos luché contra otros y, como acaso sepáis, los he conseguido. Os he oído por primera vez hace muchos años, y aunque algunas de las cosas que decíais me impresionaron íntimamente, todo vuestro enfoque de la vida sólo era para mí de interés momentáneo; nunca echó raíz profunda. Sin embargo, al correr de los años, con todas sus luchas y penurias, algo ha estado madurando en mí, y recientemente he asistido a vuestras pláticas y discusiones siempre que he podido. Ahora comprendo plenamente que lo que decís es la única salida para nuestras dificultades confusas. He estado por toda Europa y América y, durante cierto tiempo, esperé de Rusia una solución. Trabajé activamente en el partido comunista y, con buenas y serias intenciones, cooperé con sus líderes político-religiosos. Pero ahora estoy renunciando a todo. Todo ello se ha vuelto corrupto e ineficaz, aunque en ciertas direcciones se hizo buen progreso. Habiendo pensado mucho sobre estas cuestiones, quiero ahora examinarlo todo de nuevo y tengo la impresión de estar en condiciones para captar algo nuevo y claro”.

Para examinar, no debe uno empezar con una conclusión con una lealtad o inclinación partidista; es preciso que no haya deseo de éxito ni existencia de acción inmediata. Si uno está envuelto en cualquiera de estas cosas, es totalmente imposible el verdadero examen. Para examinar de refresco toda la cuestión de la existencia, la mente ha de estar despojada de todo motivo personal, de todo sentimiento de frustración, de toda busca de poder, tanto para sí mismo como para el propio grupo, que es lo mismo. Es así ¿no es cierto, señor?

“Os ruego no me llaméis ‘señor’. Claro que es el único modo de examinar y comprender cualquier cosa, pero no sé si soy capaz de eso”.

La capacidad viene con la aplicación directa e inmediata. Para examinar las muchas y complejas cuestiones de la existencia, tenemos que empezar sin estar atados a ninguna filosofía, a ninguna ideología, a ningún sistema de pensamiento ni norma de acción. La capacidad para comprender no es cuestión de tiempo; es una percepción inmediata, ¿no es así?

“Si percibo que algo es venenoso, no será problema el evitarlo, sencillamente no lo toco. Del mismo modo, si veo que cualquier conclusión impide el examen completo de los problemas de la vida, entonces se disipan todas las conclusiones personales y colectiva. No tengo que luchar cara librarme de ella. ¿Es eso?”

Sí; pero una clara exposición de un hecho no es el hecho efectivo. Estar realmente libre de conclusiones es una cuestión completamente distinta. Una vez que percibimos que cualquier tendencia obstaculiza el examen completo, podemos pasar a mirar sin prejuicio. Pero a causa del hábito, la mente tiende a recaer en la autoridad, en la tradición hondamente arraigada; y es también necesario percibir de tal modo esta tendencia que no interfiera el proceso del examen. ¿Vamos a seguir, sobre esta base?

Pues bien, ¿cuál es la necesidad más fundamental del hombre?

“Alimentos, ropas y albergue, mas el logro de una equitativa distribución de estas necesidades básicas llega a ser un problema, porque el hombre es por naturaleza codicioso y exclusivista”.

¿Queréis decir que la sociedad lo estimula y educa para ser lo que es? Ahora bien, otra clase de sociedad, por la legislación y otras formas de compulsión, puede ser capaz de forzarlo a no ser codicioso y exclusivista; pero esto sólo sirve para provocar una contrarreacción, y así hay conflicto entre el individuo y el ideal establecido por el Estado o por un potente grupo religioso-político. Para producir una equitativa distribución de alimentos, ropas y albergues, hace falta una organización social totalmente distinta ¿no es así? Las naciones separadas y sus gobiernos soberanos, los poderosos bloques y estructuras económica en conflicto, así como el sistema de castas y las religiones organizadas, todos proclaman que su camino es el único camino verdadero. Todas estas cosas tienen que cesar, lo que significa que toda la actitud jerárquica, autoritaria hacia la vida, tiene que terminar.

“Me doy cuenta que ésta es la única revolución real”.

Es una revolución psicológica completa, y tal revolución es indispensable, si es que el hombre no ha de carecer en todo el mundo de las necesidades físicas básicas. La tierra es nuestra, no es inglesa, rusa ni norteamericana, ni pertenece a ningún grupo ideológico. Somos seres humanos, no hindúes, budistas, cristianos ni musulmanes. Todas estas divisiones, incluso la última, la comunista, tienen que desaparecer si hemos de producir una estructura económico-social totalmente diferente. Ello tiene que empezar por vos y por mí.

“¿Puedo actuar políticamente para contribuir a provocar tal revolución?”

Si se puede preguntar, ¿qué queréis decir cuando habláis de actuar políticamente? ¿Está la acción política, sea la que fuere, separada de la acción total del hombre, o forma parte de ella?

“Por ‘acción política’ entiendo una acción de carácter gubernamental: legislativo, económico, administrativo, etcétera”.

Por cierto, si la acción política está separada de la acción total, no-acción política, acción religiosa o acción india. La acción psicológica tanto como el física, entonces es dañosa y produce más confusión y desdicha; y esto es exactamente lo que está pasando en el mundo actualmente. ¿No puede el hombre, con todos sus problemas, actuar como un ser humano completo, y no como una entidad política separada de su estado psicológico o “espiritual’? Un árbol es la raíz, el tronco, la rama, la hoja y la flor. Cualquier acción que no sea comprehensiva, total, tiene que conducir inevitablemente al dolor. Sólo hay acción humana total del hombre, si no tiene en cuenta todo su ser, su estado que sea separativa, fragmentaria, siempre conduce al conflicto, tanto interior como exteriormente.

“Esto significa que la acción política es imposible, ¿no es así?”

Nada de eso. La comprensión de la acción total no impide ciertamente la actividad política, educativa o religiosa Estas no son actividades separadas. Todas forman parte de un proceso unitario que se expresará en diferentes direcciones. Lo importante es este proceso unitario, y no una acción política separada, por beneficiosa que parezca.

“Creo ver lo que queréis decir. Si tengo una comprensión total del hombre, o de mí mismo, mi atención puede volverse hacia diferentes direcciones, como sea necesario, pero todas mis acciones estarán en relación directa con el todo. La acción que sea separativa, aislada, sólo podrá producir resultados caóticos, como empiezo a comprender. Viendo todo esto, no como político sino como ser humano, mi visión de la vida cambia por completo; ya no soy de ningún país, de ningún partido, de ninguna religión determinada. Necesito conocer a Dios, como necesito tener alimento, ropa y albergue. Pero si busco una cosa aparte de la otra, mi búsqueda sólo conducirá a diversas formas de desastre y confusión. Si, veo que esto es así. La política, la religión y la educación están todas íntimamente relacionadas entre sí.

“Muy bien, señor, ya no soy político, con una tendencia política en la acción. Como ser humano, no como comunista, hindú o cristiano, quiero educar a mi hijo. ¿Podemos considerar este problema?”

La vida y la acción integrada es educación. La integración no se produce por la adaptación a un modelo, ya sea nuestro propio, o de otro; surge a través de la comprensión de las muchas influencias que inciden sobre la mente; dándonos cuenta de ellas sin que nos aprisionen. Los padres y la sociedad condicionan al niño por sugestión, por sutiles y no expresados deseos y compulsiones, y por la constante reiteración de ciertos dogmas y creencias. Educación es ayudar al niño a darse cuenta de esas influencias, con su íntima significación psicológica, ayudarle a comprender los caminos de la autoridad y a no caer en la red de la sociedad.

La educación no es simplemente cuestión de impartir una técnica que equipe al muchacho para lograr un empleo, sino que es ayudarle a descubrir qué es lo que le gusta hacer. Este gusto no puede existir si está buscando éxito, fama o poder; y ayudar al niño a comprender esto, es educación.

El autoconocimiento es educación. En la educación no existe el que enseña ni el enseñado, sólo existe el aprender. El educador está aprendiendo, como lo está el estudiante. La libertad no tiene principio ni fin; comprender esto, es educación.

Hay que penetrar minuciosamente en cada uno de estos puntos, y ahora no tenemos tiempo de considerar demasiados detalles.

“Creo comprender, en un sentido general, lo que entendéis por educación. Pero ¿dónde están las personas que enseñarán de esta nueva manera? Tales educadores sencillamente no existen.

¿Durante cuántos años dijisteis que habéis trabajado en el campo política?

“Durante más años de los que puedo recordar. Me parece que han sido bastantes más de veinte”.

Por cierto, para educar al educador, tiene uno que trabajar para ello tan arduamente como vos habéis trabajado en política; sólo que ésta es una tarea mucho más esforzada, que requiere profunda penetración psicológica. Infortunadamente, nadie parece interesarse por la verdadera educación, y sin embargo, es mucho más importante que ningún otro factor para producir una fundamental transformación social.

“La mayoría de nosotros, especialmente los políticos, estamos tan interesados en los resultados inmediatos, que sólo pensamos a corto plazo, y no tenemos una amplia visión de las cosas.

“Bueno, ¿puedo hacer ahora una pregunta más? En todo aquello de que hemos estado hablando, ¿qué papel desempeña la herencia?”

¿Qué entendéis por herencia? ¿Os referís a la herencia de la propiedad, o a la herencia psicológica?

“Yo pensaba en la de propiedades. A decir verdad, nunca he pensado en la otra”.

La herencia psicológica condiciona tanto como la de la propiedad; ambas limitan y retienen a la mente en una norma particular de la sociedad, que impide una transformación fundamental de ésta. Si nos interesa producir una cultura totalmente diferente, una cultura no basada en el ambición y la adquisitividad, entonces la herencia psicológica se convierte en un obstáculo.

“ ¿Qué entendéis exactamente por herencia psicológica?”

La impresión del pasado sobre la mente joven; el condicionamiento consciente o inconsciente del estudiante para obedecer, para adaptarse. Esto lo hacen ahora los comunistas muy eficientemente, como lo han estado haciendo los católicos durante generaciones. También lo hacen otras sectas religiosas pero no tan resuelta o eficazmente. Los padres y la sociedad están moldeando las mentes de los niños por la tradición, la creencia, el dogma, la conclusión, la opinión, y esta herencia psicológica impide que surja un nuevo orden social.

“Puedo ver eso; pero es casi una imposibilidad terminar con esta forma de herencia, ¿no es así?”

Si realmente veis la necesidad de acabar con esta clase de herencia, ¿no prestaréis entonces inmensa atención para lograr la verdadera educación para vuestro hijo?

“Como dije, la mayoría de nosotros estamos tan enredados en nuestras propias preocupaciones y temores, que no penetramos muy hondamente, o quizá nada, en estas cuestiones. Somos una generación de hipócritas y charlatanes. La herencia de la propiedad es otro problema difícil. Todos queremos poseer algo, una parcela de terrenos por pequeña que sea, u otro ser humano; y si no es eso, entonces queremos tener ideologías o creencias. Somos incorregibles en nuestra búsqueda de posesiones”.

Mas cuando comprendéis profundamente que heredar propiedades es tan destructivo como la herencia psicológica, entonces os pondréis a la tarea de ayudar a vuestros hijos a liberarse de ambas formas de herencia. Los educaréis para que sean por completo autosuficientes, para que no dependan de vuestro favor o del de otras personas, para que amen su trabajo y tengan confianza en su capacidad para trabajar sin ambición, sin rendir culto al éxito; les enseñaréis a tener el sentimiento de responsabilidad cooperativa, y, por lo tanto, a saber cuándo no hay que cooperar. Entonces no habrá necesidad de que vuestros hijos hereden vuestras propiedades. Serán seres humanos libres desde el principio mismo y no esclavos, ni de la familia ni de la sociedad.

“Este es un ideal que, desgraciadamente, nunca podrá realizarse, creo”.

No es un ideal, no es algo que haya de lograrse en el inasequible país de alguna lejana Utopía. La comprensión existe ahora, no en el futuro. La comprensión es acción. No viene primero la comprensión y después la acción; la acción y la comprensión son inseparables. En el momento mismo de ver una cobra, hay acción. Si se ve la verdad de todo aquello de que hemos estado hablando esta mañana, entonces la acción es inherente a esa percepción. Pero estamos tan enredados en las palabras, de las cosas estimulantes del intelecto, que las palabras y el intelecto se convierten en estorbos para la acción. Lo que se llama comprensión intelectual, sólo consiste en oír explicaciones verbales, o escuchar ideas, y tal comprensión no tiene sentido, como no lo tiene, para un hombre hambriento, la mera descripción del alimento. O comprendéis o no comprendéis. La comprensión es un proceso total, no está separado de la acción, ni es resultado del tiempo.



NO HAY PENSADOR; SOLAMENTE PENSAMIENTO CONDICIONADO


Las lluvias habían dejado limpios los cielos; había desaparecido la neblina que se cernía en el aire, y el cielo estaba claro e intensamente azul. Las sombras eran netas y profundas, y en lo alto de la colina subía derecho una columna de humo. Allá arriba estaban quemando algo y podía uno oír las voces. La casita estaba en una ladera, pero bien resguardada, con un pequeño jardín propio amorosamente cuidado. Pero esta mañana era parte de la existencia entera, y por lo tanto parecía innecesaria la pared en torno del jardín. Por el muro subían plantas trepadoras que ocultaban las piedras visibles acá y allá. Eran bellas piedras, lavadas por muchas lluvias y sobre las que se había desarrollado un musgo verde gris. Más allá de la pared había un trecho de selva, y en cierto modo la selva formaba parte del jardín. Desde la puerta de éste, un sendero llevaba a la aldea, donde había una ruinosa iglesia antigua con un cementerio detrás. Muy pocos iban a la iglesia, ni aun los domingos, salvo los viejos; y durante la semana nadie iba, porque en el pueblo había otros entretenimientos. Dos veces al día, una pequeña locomotora Diesel con dos vagones color crema y rojo iba a la población mayor. Más allá del pueblo, otra senda se encorvaba hacia la derecha, subiendo suavemente por la ladera. En aquel sendero era ocasional encontrarse con algún paisano transportando algo, y que, con un gruñido, seguía de largo. Por la otra parte de la altura, el sendero bajaba a un espeso bosque en el que nunca penetraba el sol; y resultaba como una secreta bendición el pasar de la brillante claridad solar a la fresca sombra del bosque. Nadie parecía pasar por ese camino, y el bosque estaba desierto. El verdor oscuro del esposo follaje refrescaba los ojos y la mente. Podía uno sentarse allí en completo silencio. Hasta la brisa se detenía; no se movía una hoja, y había esa extraña quietud que existe en los lugares no frecuentados por seres humanos. A lo lejos ladraba un perro, y un oscuro venado cruzaba el sendero despacio y tranquilo.

Era aquel un hombre de edad, piadoso y ávido de simpatía y bendición. Explicó que había acudido con regularidad, durante varios años, a cierto instructor en el Norte, para escuchar sus declaraciones explicativas de las Escrituras. Y ahora regresaba para reunirse con su familia en el Sur.

“Un amigo me dijo que estabais dando aquí una serie de pláticas, y me quedé para asistir a ellas. He escuchado con gran atención todo lo que habéis estado diciendo, y estoy enterado de lo que pensáis sobre los guías y la autoridad. No estoy del todo de acuerdo con vos, porque nosotros, los seres humanos, necesitamos ayuda de los que puedan darla, y el hecho de que uno acepte ávidamente tal auxilio no le convierte a uno en seguidor”.

Seguramente, el deseo de ser guiado lleva a la conformidad, y una mente que se conforma es incapaz de hallar lo verdadero.

“Pero yo no me conformo, no soy crédulo ni sigo ciegamente; al contrario, utilizo la mente, pongo en tela de juicio todo lo que dice este maestro al que acudo”.

Esperar de otro la luz, sin conocimiento propio, es seguir ciegamente. Todo seguimiento es ciego.

“No creo ser capaz de penetrar las capas profundas del yo, y por eso busco ayuda. El hecho de que acuda a vos en busca de auxilio no me convierte en vuestro seguidor”.

Si se me permite indicarlo, señor, la creación de la autoridad es una cuestión compleja. Seguir a otro es sólo efecto de una causa más profunda, y sin comprender esa causa, tiene poco sentido que uno siga o no exteriormente. El deseo de llegar, de alcanzar la otra orilla, es el comienzo de nuestra búsqueda humana. Anhelamos éxito, permanencia, consuelo, amor, un estado permanente de paz, y a menos que la mente esté libre de este deseo, tiene que hacer seguimiento, en forma directa o indirecta. El seguir es simplemente síntoma de un profundo anhelo de seguridad.

“Quiero en efecto alcanzar la otra orilla, como decís, y tomaré cualquier barco que me lleve a través del río. Para mí, no es importante el barco, sino la otra orilla”.

Lo importante no es la otra orilla, sino el río y la orilla en que os halláis. El río es la vida, es el diario vivir con su extraordinaria belleza, su alegría y deleite, su fealdad, penuria y dolor. La vida es un vasto complejo de todas estas cosas, y no simplemente un pasaje que ha de atravesarse de alguna manera; y tenéis que comprenderla, y no tener los ojos fijos en la otra orilla. Vos sois esta vida de envidia, violencia, amor pasajero, ambición, frustración, miedo; y sois también el anhelo de escapar de todo ello hacia lo que llamáis la otra orilla, lo permanente, el alma, el Atman, Dios, etc. Sin comprender esta vida, sin estar libre de envidia, de sus placeres y sufrimientos, la otra orilla es sólo un mito, una ilusión, un ideal inventado por una mente asustada en su búsqueda de seguridad. Hay que colocar una correcta fundación, pues, de lo contrario, la casa, por noble que sea, no se sostendrá.

“Ya estoy asustado, y aumentáis mi temor, no me lo quitáis. Mi amigo me dijo que no es fácil comprenderos, y puedo ver por qué. Pero creo que vengo en serio, y quiero algo más que mera ilusión. Estoy del todo conforme en que hay que poner los adecuados cimientos; pero percibir por sí mismo lo que es verdadero y lo que es falso, es otra cuestión”.

Nada de eso, señor. El conflicto de la envidia, con su placer y su penuria, inevitablemente crea confusión, tanto exterior como interiormente. Es sólo cuando se está libre de esta confusión que la mente puede descubrir lo que es verdadero. Todas las actividades de una mente confusa sólo conducen a mayor confusión.

“¿Cómo voy a librarme de la confusión?”

El como implica liberación gradual; pero la confusión no puede disiparse poquito a poco, mientras el resto de la mente sigue contuso, porque esa parte que se aclara, pronto se vuelve confusa de nuevo. La cuestión de cómo disipar esta contusión sólo surge cuando vuestra mente aun se interesa en la otra orilla. No veis el pleno significado de la codicia, de la violencia, o lo que sea; sólo queréis libraros de ello para llegar a alguna otra cosa. Si os interesáis plenamente en la envidia y su resultante desdicha, nunca preguntaríais el modo de libraros de ella. La comprensión de la envidia es una acción total, mientras que el “cómo” implica una consecución gradual de libertad, que es sólo la acción de la confusión.

“¿Qué entendéis por acción total?”

Para comprender la acción total tenemos que explorar la división entre el pensador y su pensamiento.

“¿No hay un observador que está por encima, tanto del pensador como de su pensamiento? Estoy seguro de que lo hay. Durante un dichoso momento, yo he experimentado ese estado”.

Tales experiencias son el resultado de una mente que ha sido moldeada por la tradición, por mil influencias. Las visiones religiosas de un cristiano serán del todo distintas de las de un hindú o musulmán, ya que todas se basan esencialmente en el condicionamiento particular de la mente. El criterio de la verdad no es la experiencia, sino ese estado en que ya no existe ni el experimentador ni la experiencia.

“¿Os referís al estado de ‘samadhi’?”

No, señor; al usar esa palabra, estáis simplemente citando la descripción de la experiencia de otro.

“Pero ¿no hay un observador que está más allá y por encima del pensador y su pensamiento? Yo creo con toda firmeza que lo hay”.

Empezar con una conclusión pone, fin a todo pensar, ¿no es así?

“Pero esto no es una conclusión, señor. Lo sé, yo he sentido su verdad”.

El que dice que sabe no sabe. Lo que sabéis o sentís que es verdadero es lo que se os ha enseñado; otro, que por casualidad haya sido enseñado de otro modo por su sociedad, por su cultura, afirmará con la misma confianza que su conocimiento y experiencia le demuestran que no existe observador final. Tanto el creyente como el descreído estáis en la misma categoría ¿no es así? Ambos empezáis con una conclusión, y con experiencias basadas en vuestro condicionamiento, ¿verdad?

“Cuando lo decís de esta manera, me parece efectivamente estar equivocado; pero aún no estoy convencido”.

Yo no trato de quitaros la razón, no de convenceros de nada; sólo señalo ciertas cosas, para que las examinéis.

“Después de considerable lectura y estudio, me imaginaba que había pensado bastante a fondo esta cuestión del observador y lo observado. Me parece que, como el ojo ve la flor y la mente observa por el ojo, así tiene que haber tras de la mente una entidad que se da cuenta de todo el proceso, es decir, de la mente, del ojo y de la flor”.

Investiguémoslo sin afirmaciones categóricas, sin precipitación ni dogmatismo. ¿Cómo surge el pensar? Hay percepción, contacto, sensación, y luego el pensamiento, basado en la memoria, dice: “Eso es una rosa”. El pensamiento crea el pensador; es el proceso del pensar el que trae al pensador a la existencia. Viene primero el pensamiento, y más tarde el pensador; no es al contrario. Si no vemos que esto es un hecho caeremos en todo clase de confusiones.

“Pero hay una división, una brecha, estrecha o ancha, entre el pensador y su pensamiento; ¿y no indica esto que el pensador vino primero?”

Veamos. Percibiéndose como impermanente, inseguro, y deseando permanencia, seguridad, el pensamiento hace surgir al pensador, y luego coloca a este en niveles de permanencia cada vez más elevados. Hay pues, al parecer, una laguna infranqueable entre el pensador y su pensamiento, entre el observador y lo observado; pero todo este proceso sigue estando aun dentro del área del pensamiento, ¿no es así?

“Queréis decir, señor, que el observador no tiene realidad que es tan impermanente como el pensamiento? Difícilmente puedo creer esto”.

Podéis llamarlo el alma, el Atman, o por el nombre que queráis, pero el observador sigue siendo el producto del pensamiento. Mientras el pensamiento esté relacionado de alguna manera con el observador, o este último esté dirigiendo, moldeando al pensamiento, el observador seguirá estando dentro del campo del pensamiento, dentro del proceso del tiempo.

“¡Cómo se opone a esto mi mente! Y, sin embargo, a pesar de mí mismo, empiezo a ver que ello es un hecho; y si es un hecho, entonces sólo existe un proceso de pensar, y no el pensador”.

Así es, ¿verdad? El pensamiento ha creado al observador al pensador, al consciente o inconsciente censor que eternamente está juzgando, condenando, comparando. Es este observador el que siempre esta en conflicto con sus pensamientos, siempre haciendo un esfuerzo por guiarlos.

“Os ruego vayáis algo más despacio; realmente quiero entender esto. Indicáis —¿no es así?— que toda forma de esfuerzo noble o innoble, resulta de esta artificial e ilusoria división entre el pensador y sus pensamientos. Pero ¿tratáis de eliminar el esfuerzo? ¿No es necesario el esfuerzo para todo cambio?”

En eso entraremos ahora. Hemos visto que sólo existe el pensar, el cual ha concebido al pensador, al observador, al censor, al regulador. Entre el observador y lo observado existe el conflicto del esfuerzo, hecho por el uno para superar, o por lo menos cambiar al otro. Este esfuerzo es vano, jamás puede producir un cambio fundamental en el pensamiento, porque el pensador, el censor, es él mismo parte de lo que desea cambiar. Una parte de la mente no puede transformar otra parte, que sólo es una continuidad de sí misma. Un deseo puede vencer a otro, y muchas veces lo consigue. Pero el deseo que es dominante crea otro deseo más, que a su vez llega a ser el perdedor o el ganador, y así se pone en marcha el conflicto de la dualidad. Este proceso no tiene fin.

“Me parece que decís que sólo por la eliminación del conflicto hay posibilidad de un cambio fundamental. No comprendo bien esto. ¿Queríais hacer el favor de explicarlo un poco más?”

El pensador y su pensamiento son un proceso unitario. Ninguno de ambos tiene una continuidad independiente; el observador y lo observado son inseparables. Todas las cualidades del observador están contenidas en su pensamiento; si no hay pensamiento, no hay observador, ni pensador. Esto es un hecho, ¿no es así?

“Sí, hasta aquí he comprendido”.

Si la comprensión es sólo verbal, intelectual, es de poca importancia. Tiene que haber efectiva vivencia del pensador y su pensamiento como una sola cosa, una integración de los dos. Entonces existe solamente el proceso del pensar.

“¿Qué queréis decir con ‘el proceso del pensar’?”

El camino o la dirección por donde se ha puesto en marcha el pensamiento: personal o impersonal, individualista o colectivo, religioso o mundano, hindú o cristiano, budista o musulmán etc. No hay pensador que sea musulmán, sino sólo pensamiento al que se ha dado un condicionamiento musulmán. El pensar es el resultado de su propio condicionamiento. El proceso o manera de pensar tiene que crear conflicto inevitablemente, y cuando se hace esfuerzo para vencer este conflicto por varios medios, eso sólo crea otras formas de resistencia y conflicto.

“Eso es claro, al menos así lo creo”.

Esta manera de pensar tiene que cesar del todo, porque engendra confusión y desdicha. No hay manera mejor o más noble de pensar. Todo pensar es condicionado.

“Eso significaría que sólo cuando cesa él pensamiento hay cambio radical. Pero ¿es así?”

El pensamiento está condicionado; como la mente es el depósito de las experiencias, de los recuerdos, de los cuales surge el pensamiento, ella misma está condicionada; y cualquier movimiento de la mente, en cualquier dirección, produce sus propios resultados limitados. Cuando la mente hace un esfuerzo para transformarse, simplemente construye otra norma, acaso diferente, pero sin embargo una norma. Todo esfuerzo de la mente para liberarse es la continuidad del pensamiento, puede estar en un nivel más elevado, pero se halla sin embargo dentro de su propio círculo, el círculo del pensamiento, del tiempo.

“Sí, señor, empiezo a comprender. Seguid, os ruego”.

Cualquier movimiento, de cualquier clase, por parte de la mente, sólo sirve para fortalecer la continuidad del pensamiento, con sus empeños envidiosos, ambiciosos, adquisitivos. Cuando la mente se da plena cuenta de este hecho, como se da plena cuenta de una serpiente venenosa, entonces veréis que el movimiento del pensamiento termina. Sólo entonces hay una revolución total, no la continuación de lo viejo en diferente forma. Este estado no puede describirse: el que lo describa no se da cuenta de él.

“Realmente creo haber comprendido, no simplemente vuestras palabras, sino todo lo implicado en lo que habéis estado diciendo. Si he comprendido o no, se verá en mi vida cotidiana”.



“¿POR QUÉ NOS HABÍA DE OCURRIR A NOSOTROS?”


Algo estalló con un estampido de explosión. Eran las cuatro y media de la mañana, y aún muy de noche. Tardaría en amanecer una hora o más. Los pájaros aún dormían en los árboles y el violento ruido no pareció haberlos perturbado, pero ellos iniciarían su alborotador cotorreo enseguida que empezase a aclarar. Había una ligera neblina, pero las estrellas se veían muy claras. Tras la primera explosión, siguieron otras a lo lejos; hubo un rato de calma y luego empezaron a dispararse los fuegos artificiales por todas partes. Había comenzado la fiesta. Aquella mañana los pájaros no continuaron su cháchara tanto tiempo como de costumbre, sino que la acortaron y se dispersaron rápidamente, pues aquellos violentos ruidos los asustaban. Sin embargo, hacia el anochecer se reunirían de nuevo en los mismos árboles, para contarse unos a otros ruidosamente sus diarias andanzas. El sol tocaba ya las copas de los árboles, que resplandecían con una suave claridad; hermosos en su calma, daban forma al cielo. La única rosa del jardín estaba cargada de rocío. Aunque ya empezaba el ruido de los fuegos artificiales, la población despertaba lenta y sosegadamente, porque era una de las grandes fiestas del año. Habría festejos y regocijo, y tanto los ricos como los pobres se harían regalos.

Al oscurecer aquella tarde, la gente empezó a congregarse en las orillas del río. Ponían suavemente sobre el agua unos platillos de barro cocido llenos de aceite con una mecha encendida, recitaban una plegaria y dejaban que las luces se fuesen flotando río abajo. Pronto hubo millares de estos puntos de luz sobre las oscuras y tranquilas aguas. Era un asombroso espectáculo ver los ansiosos rostros iluminados por las llamitas, y el río hecho un milagro de luz. El cielo, con sus millares de estrellas, contemplaba este río de luz, y, con el amor de la gente, la tierra estaba silenciosa.

Estábamos cinco en aquella soleada habitación: un hambre y su esposa, y otros dos hombres. Todos eran jóvenes. La esposa parecía triste y desesperada, y el marido también estaba serio, sin disposición para sonreír. Los dos jóvenes estaban tímidamente sentados en silencio y dejaron que empezasen los otros, pero ellos sin dada hablarían cuando se presentara la ocasión y cuando se hubiera disipado un poco su timidez.

“Pero ¿por qué había de ocurrirnos a nosotros?”, preguntaba ella con tono de resentimiento e irritación; y las lágrimas empezaban a llenarle los ojos y a correr por las mejillas. “Hemos sido buenos con nuestro hijo. Era tan alegre y travieso, siempre dispuesto a reír y nosotros lo amábamos. ¡Lo habíamos criado con tanto cuidado y habíamos proyectado para él una vida tan hermosa...!” Incapaz de seguir hablando, calló y esperó a calmarse un poco. “Perdón, por estar tan trastornada ante vos”, continuó diciendo al poco rato, “pero esto ha sido demasiado para mí. Jugaba y alborotaba, y pocos días después se había ido para siempre. Es algo muy cruel, y ¿por qué había de pasarnos a nosotros? Llevábamos una vida decente; nos queremos, y queríamos aun más a nuestro chico. Pero ahora se ha ido, y nuestra vida ha quedado vacía: mi marido en su oficina y yo en casa. ¡Todo se ha vuelto tan feo y sin sentido!” Habría seguido continuamente en su amargura, pero su esposo suavemente la detuvo. Se puso a sollozar sin consuelo, y luego quedó en silencio.

Esto nos ocurre a todos, ¿no es así? Cuando preguntáis por qué había de ocurriros a vosotros, seguramente que no queréis decir que sólo debiera ocurrirles eso a otros y no a vosotros. Compartís el dolor con los demás.

“Pero ¿qué hemos hecho para merecerlo? ¿Cuál es nuestro Karma? ¿Por qué no vive? ¡Con gusto habría dado mi vida por él!”

¿Llenará ese doloroso vacío alguna explicación, alguna ingeniosa argumentación o creencia racionalizada?

“Naturalmente, quiero ser consolada, pero no por meras palabras, y no por alguna esperanza futura. Por eso justamente es que no encuentro consuelo alguno. Mi marido ha tratado de conformarme con la creencia en la reencarnación, pero en vano. Y él también sufre; aunque cree en la reencarnación, el dolor está ahí. Los dos estamos atrapados y torturados por él. Es como una espantosa y horrible pesadilla”. De nuevo intervino su esposo para calmar su creciente emoción.

“Estaré callada y reflexiva. ¡Perdón!”

“Señor, ¡sabemos tan poco de la vida, de la muerte, tan poco de nuestro propio dolor!”, dijo el marido. “Desde este acontecimiento, me parece haber madurado repentinamente, y ahora puedo hacer preguntas serias. ¡Antes, la vida era alegre, y constantemente reíamos; pero la mayor parte de las cosas que nos hacían dichosos parecen ahora tan tontas, tan triviales! Ha sido como un huracán que desarraiga árboles y arroja arena en nuestro alimento. Nada volverá jamás a ser otra vez lo mismo. De pronto me encuentro terriblemente serio, queriendo saber qué significa todo esto, y desde la muerte de nuestro hijo he leído más libros religiosos y filosóficos que en toda mi vida anterior; pero cuando hay dolor, no es fácil aceptar meras palabras. Sé cuán fácilmente llega la creencia a ser un lento veneno. La creencia embota la agudeza del pensamiento, pero alivia también el dolor, y sin ella la mente llegarle a ser una helada abierta, sensible. La pasada noche vinimos a escucharos. No nos disteis consuelo, lo que creo correcto; pero seguimos deseosos de curar nuestras heridas. ¿Podéis ayudarnos?”

“La herida que todos tenemos”, interpuso uno de los otros dos, “no puede curarse con palabras, con una frase consoladora. Hemos venido aquí, no a recoger otra creencia, sino a investigar la causa de nuestro dolor”.

¿Creéis que el mero conocimiento de la causa os librará del dolor?

“Una vez que yo sepa qué es lo que causa mi íntimo dolor, puedo ponerle fin. No comeré una cosa si sé que me va a envenenar”.

¿Creéis que es una cosa tan sencilla eliminar la herida íntima? Examinemos esto con paciencia y cuidado. ¿Cuál es nuestro problema?

“Mi problema”, respondió la esposa, “es sencillo y claro. ¿Por qué me fue arrebatado mi hijo? ¿Cuál fue la causa?”

¿Os satisfará alguna explicación, por muy consoladora que sea momentáneamente? ¿No tenéis que descubrir vos misma la verdad del asunto?

“¿Cómo voy a hacerlo?”, preguntó la esposa.

“Ese es también uno de mis problemas”, dijo uno de los otros dos. “¿Cómo voy a descubrir lo que es verdadero en esta desconcertante confusión que es el ‘yo’?”

“¿Era nuestro karma sufrir, perder al que más amábamos?”, preguntó el marido.

“Acaso pudiera yo soportar la pena por la muerte de mi hijo”, añadió la esposa, “si sólo pudiera tener el consuelo de saber por qué nos fue arrebatado”.

El consuelo es una cosa, y la verdad otra; van en direcciones contrarias. Si buscáis consuelo, podéis hallarlo en una explicación, una droga o una creencia; pero eso será pasajero, y tarde o temprano tendréis que empezar todo de nuevo. Y ¿existe eso del consuelo? Puede ser que primero tengáis que ver este hecho: que una mente que busca consuelo, seguridad, siempre estará en el dolor. Una explicación satisfactoria, o una consoladora creencia pueden apaciguaros, adormeceros; pero ¿es eso lo que queréis? ¿Eliminará eso vuestro dolor? ¿Hay que adormecerse para librarse del dolor?

“Supongo que lo que realmente quiero”, siguió diciendo la esposa, “es volver al feliz estado que conocí una vez: tener de nuevo su alegría y su placer. Como no puedo lograrlo, estoy desgarrada por el dolor, y por consiguiente busco consuelo”.

¡Queréis decir que no deseáis enfrentar el hecho que creéis causa el dolor, y por eso tratáis de eludirlo?

“¿Por qué no habría de ser consolada?”

Pero ¿podéis hallar un consuelo duradero?’ Puede ser que no exista tal cosa. Al buscar confortación, lo que queremos es un estado en que no haya trastorno psicológico alguno. Y ¿existe semejante estado? Puede uno preparar, de varias maneras, un estado de consuelo, pero la vida viene pronto a llamar a la puerta. Esta llamada a la puerta, este despertamiento, es lo que llamamos dolor.

“Al señalarlo vos, veo que es así. Pero ¿qué voy a hacer?”, insistió la esposa.

No hay que hacer nada sino comprender la verdad de este hecho: que una mente que busca consuelo, seguridad, siempre estará sujeta al dolor. Esta comprensión es su propia acción. Cuando un hombre se da cuenta de que está preso, no pregunta qué hacer, sino que surge entonces toda una serie de acciones, o inacciones. La acción viene de la comprensión misma.

“Pero, señor”, interrumpió el esposo, “nuestras heridas son reales, y ¿no podemos curarlas?, ¿no hay ningún proceso curativo, sino únicamente un estado de amarga desesperación?”

La mente puede cultivar cualquier estado que desee, pero descubrir la verdad de toda esta situación es otra cosa por completo. Ahora bien, ¿qué es lo que perseguís?

“Ningún hombre en su sano juicio querría cultivar la amargura. Hay, desde luego, una filosofía de la desesperación, mas yo no tengo intención de seguir ese sendero. Quiero descubrir, sin embargo, cuál es la causa, el karma, de nuestro dolor”.

¿Queréis los dos indagar también en esta cuestión?

“Ciertamente que sí, señor. Tenemos nuestros propios problemas, que pertenecen a todo el proceso del karma, y también nos ayudaría el que pudiéramos todos estudiarlo juntos”.

¿Qué significa en su raíz la palabra “karma”?

“Significa ‘actuar’”, replicó el marido y los demás asintieron con la cabeza. “Karma, tal como se lo entiende en general —y yo creo que erróneamente— es la acción como causa determinante. El futuro está fijado por la acción pasada; lo que sembráis, eso cosecharéis. He hecho algo en el pasado, que tendré que pagar, o que me reportará ganancia. Si mi hijo muere joven, se debe a alguna causa oculta en una vida pasada. Hay muchas variaciones en esta fórmula general”.

Todas las cosas surgen y existen a través de la cadena de causas y efectos, ¿no es así?

“Eso parece ser un hecho”, replicó una de los otros dos. “Estoy aquí, en este mundo, por causa de mi padre y mi madre, y por otras causas previas. Soy el resultado de causas que se extienden infinitamente hacia el pasado. Tanto el pensamiento como la acción son el resultado de diversas causas”.

¿Está separado el efecto de la causa? ¿Hay un espacio, corto o largo, un intervalo de tiempo, entre ellos? ¿Es fija la causa, lo mismo que el efecto? Si causa y efecto son estáticos, entonces el futuro ya está establecido; y si esto es así, no hay libertad para el hombre, siempre está preso en un curso predeterminado. Pero esto no es así, como podéis observarlo en los acontecimientos cotidianos, que las circunstancias están influyendo continuamente en el curso de las acciones. Siempre hay un movimiento de cambio en marcha, ya sea inmediato o gradual.

“Sí, señor, eso lo veo, y es un inmenso alivio para mí, que me he criado en el condicionamiento de la causa única y el efecto pasado”.

No es forzoso que la mente esté aprisionada por su condicionamiento. El efecto de una causa no sigue forzosamente a la causa, puede ser eliminado. No hay infierno eterno. Causa y efecto no son estáticos, fijos; lo que era el efecto, llega a ser la causa de un efecto ulterior. El hoy está moldeado por el ayer, y el mañana por el hoy. Eso es verdad, ¿no es así? De manera que la causa y el efecto no están separados, son un proceso unitario. Un medio malo no puede utilizarse para un fin bueno porque el medio es el fin; uno contiene al otro. La semilla contiene al árbol entero. Si uno realmente siente la verdad de esto, entonces el pensamiento es acción, no hay primero un pensar, seguido de acción, con el inevitable problema de saber cómo tender un puente entre ambos. La percepción total de causa y efecto como una unidad indivisible, pone fin al hacedor del esfuerzo, al “yo”, que perpetuamente está convirtiéndose en algo por algún medio.

“¿No estáis dando al Karma vuestra propia interpretación?”, preguntó el esposo.

Ello es verdadero o es falso. Lo verdadero no necesita interpretación, y lo que se interpreta no es verdadero. El intérprete llega a ser traidor, porque meramente ofrece su opinión, y la opinión no es la verdad.

“Los libros dicen que cada uno de nosotros empieza esta vida con cierto karma acumulado, que tiene que agotarse”, —siguió diciendo el marido—. “Se nos dice que es en la resolución de este karma acumulado, ya sea en una vida o a través de varias, que funciona el libre albedrío. ¿Es así?”

¿Qué creéis vos, prescindiendo de la autoridad de los libros?

“No me siento capaz de pensarlo por mí mismo”.

Consideremos juntos el asunto. La vida de uno, en esta existencia actual, empieza con cierto condicionamiento, cierto Karma; todo niño es influido por su ambiente para pensar dentro de cierta norma y su futuro tiende a ser determinado por esa norma. O sigue, en cierta medida, los dictados de la norma, o rompe del todo con ella. En este último caso, esa parte de la mente que hace el esfuerzo para romper es también resultado del condicionamiento, del karma; así que, al romper con una norma, la mente crea otra, en la cual queda presa de nuevo.

“Entonces, ¿cómo puede ser jamás libre la mente? Veo muy claro que la parte de la mente que desea librarse de la norma, y la parte que está presa en ella están ambas encerradas, como si dijéramos, en un marco; la primera cree que es diferente de la segunda, pero esencialmente tiene la misma calidad, pues ninguna de ellas es totalmente libre. ¿Qué es entonces la libertad?”

“La mayoría de la gente —interpuso uno de los jóvenes— afirma que hay una superalma, el Atman, que ha de actuar sobre nuestro condicionamiento y eliminarlo, por la devoción y las buenas obras, y por la concentración en lo Supremo”.

Pero la entidad que se consagra, que hace buenas obras, está ella misma condicionada; y lo Supremo en que se concentra es una proyección de su propio condicionamiento, ¿verdad?

“Comprendo —dijo el marido vivamente—. Nuestros dioses, nuestros conceptos religiosos, nuestros ideales, todos están dentro del molde de nuestro condicionamiento. Ahora que lo señaláis, ¡parece tan evidente y efectivo! Pero entonces no hay esperanzas para el hombre”.

Saltar a una conclusión, y empezar a pensar partiendo de esa conclusión, impide comprender y todo descubrimiento ulterior.

¿Qué ocurre cuando la totalidad de la mente comprende que está presa dentro de una norma?

“No comprende bien la pregunta, señor”.

¿Os dais cuenta de que la totalidad de vuestra mente está condicionada incluso la parte que se supone es la superalma, el Atman? ¿Lo sentís, sabéis que es un hecho, o es que solo aceptáis una explicación verbal? ¿Qué es lo que realmente sucede?

“No puedo decirlo concretamente, porque nunca he examinado este asunto a fondo”.

Cuando la mente percibe la totalidad de su condicionamiento —cosa que no puede hacer mientras sólo busque su propio consuelo, o siga perezosamente el camino cómodo— entonces terminan todos sus movimientos; está en completa calma, sin ningún deseo, sin ninguna compulsión, sin ningún motivo. Sólo entonces hay libertad.

“Pero nosotros tenemos que vivir en este mundo, y, hagamos lo que hiciéramos, desde ganarnos la vida hasta la más sutil indagación de la mente, ello tiene un motivo u otro. ¿Puede haber jamás acción sin motivo?”

¿Pensáis que no la hay? La acción del amor carece de motivo, y toda acción lo tiene.



VIDA, MUERTE Y SUPERVIVENCIA


Era un magnífico tamarindo viejo, lleno de fruto y con tiernas hojas nuevas. Plantado al lado de un profundo río, estaba bien regado y daba sombra suficiente para animales y hombres. Siempre había algo de agitación y barullo bajo él, una ruidosa conversación, o un ternero llamando a su madre. Tenía bellas proporciones y era espléndida su forma sobre el fondo azul del cielo. Tenía fresca vitalidad. Debió ser testigo de muchas cosas en los incontables veranos que vigilaba el río y lo que pasaba a lo largo de sus márgenes.

Era un río interesante, ancho y sagrado, y de todas partes del país acudían peregrinos a bañarse en sus sagradas aguas. En él se movían silenciosamente, barcos de oscuras y cuadradas velas. Cuando se alzaba la luna, plena y casi roja, trazando una estela plateada en las danzantes aguas, había regocijo en el pueblo cercano, y en el que estaba al otro lado del río. En los días festivos, bajaban los lugareños hasta la orilla del agua, cantando alegres y regocijadas canciones. Traían comestibles, charlando y riendo mucho, y se bañaban en el río; después ponían una guirnalda al pie del gran árbol, y cenizas rojas y amarillas alrededor el tronco, porque también él era sagrado, como lo son todos los árboles. Cuando por fin cesaban las charlas y las voces, y todo el mundo se retiraba a su casa, una o dos lámparas consistían en una mecha casera colocada en un platillo de barro cocido con aceite, de los que malamente podían proveerse los aldeanos. Entonces el árbol era supremo; todas cosas eran suyas: la tierra, el río, la gente y las estrellas. Poco después se recogería en sí mismo, para dormitar hasta que le tocasen los primeros rayos del sol matinal.

Con frecuencia traían un muerto hasta la orilla del río. Barrían el suelo junto al agua, ponían primero grandes troncos como base de la pira y luego la completaban con leña más menuda; y arriba ponían el cuerpo envuelto en un nuevo y blanco sudario. Entonces el pariente más próximo acercaba la antorcha encendida a la pira, y enormes llamas se alzaban en la oscuridad, iluminando el agua y los callados rostros de los deudos y amigos, que se sentaban en torno de la hoguera. El árbol recogía algo de la luz y daba su paz a las danzantes llamas. El cuerpo tardaba varias horas en consumirse, pero todos ellos permanecían sentados en torno hasta que no quedaban más que ascuas encendidas y pequeñas llamas. En medio de aquel enorme silencio, un bebé rompería de pronto a llorar, y un nuevo día habría comenzado.

Había sido aquel un hombre bastante conocido. Estaba moribundo, en la pequeña casa que había detrás de la tapia, y el pequeño jardín, antes cuidado, ahora estaba desatendido. Estaba él rodeado por su esposa e hijos, y otros parientes cercanos. Podría tardar meses y aun más tiempo en morir, pero todos lo rodeaban, y la pieza estaba cargada de pesadumbre. Cuando entré él pidió a todos que salieran, cosa que hicieron de mala gana; sólo quedó un niño que estaba entretenido con unos juguetes en el suelo. Cuando hubieron salido, me señaló una silla, y quedamos un rato sentados sin decir palabra, mientras llegaban a la pieza los ruidos mezclados de la casa y de la atestada calle.

Hablaba con él con dificultad.

“Mirad, durante algunos años he pensado mucho sobre el vivir, y aun más sobre el morir, porque he padecido una prolongada enfermedad. ¡Parece la muerte una cosa tan extraña! He leído varios libros que tratan de este problema, pero todos ellos eran bastante superficiales”.

¿No son superficiales todas las conclusiones?

“No estoy muy seguro. Si pudiera uno llegar a ciertas conclusiones que fueran hondamente satisfactorias, ellas tendrían alguna importancia. ¿Qué hay de malo en llegar a conclusiones, siempre que éstas satisfagan?

No hay nada malo en ello, ¿pero no presenta eso un horizonte engañoso? La mente tiene el poder de crear toda clase de ilusiones, y parece muy innecesario y falto de madurez estar atrapado en ellas.

“He tenido una vida bastante rica, y he seguido lo que creía ser mi deber; pero por supuesto soy humano. De todos modos, esa vida a pasado ya, y aquí estoy, hecho una cosa inútil; pero por fortuna mi mente no ha sido afectada todavía. He leído mucho y aun anhelo tanto como siempre saber qué pasa después de la muerte. ¿Continúo yo, o no queda nada cuando muere el cuerpo?”

Señor, si puedo preguntarlo, ¿por qué os interesáis tanto en saber lo que pasa después de la muerte?

“¿No quieren todos saberlo?”

Probablemente si; pero no sabemos lo que es vivir, ¿podemos saber jamás lo que es la muerte? Vivir y morir pueden ser la misma cosa, y el hecho de que los hayamos separado puede ser la fuente de gran dolor.

“Sé lo que habéis dicho sobre todo esto en vuestras pláticas, pero todavía quiero saber. ¿No querréis hacer el favor de decirme qué ocurre después de la muerte? No se lo repetiré a nadie”.

¿Por qué os esforzáis tanto en saber? ¿Por qué no dejáis que exista todo el océano de la vida y la muerte, sin tantear con un dedo en él?

“No quiero morir”, dijo él, tomándome la muñeca, “siempre he tenido miedo a la muerte, y aunque he tratado de consolarme con racionalizaciones y creencias, sólo han actuado éstas como un fino revestimiento sobre esta profunda agonía del temor. Todas mis lecturas sobre la muerte han sido un esfuerzo para escapar de este miedo, para hallar una salida de él, y es por la misma razón que pido saberlo ahora”.

¿Librará a la mente del miedo algún escape? ¿No engendra temor el acto mismo de escapar?

“Pero vos podéis decírmelo, y lo que digáis será verdad. Esta verdad me liberará…”

Estuvimos sentados en silencio durante un rato. Después él volvió a hablar:

“Este silencio fue más saludable que todas mis ansiosas preguntas. Quisiera poder permanecer en él y morir tranquilo, pero mi mente no me lo permite. Mi mente ha llegado a ser el cazador tanto como el cazado; estoy torturado. Tengo agudo dolor físico, pero eso no es nada comparado con lo que pasa en mi mente. ¿Existe una continuidad identificada después de la muerte? ¿Continuará este ‘yo’ que ha “gozado, sufrido, conocido?”

¿Qué es este “yo” al que tanto se aferra vuestra mente, y que queréis que continúe? Os ruego no responder, sino que escuchéis tranquilo. ¿Creéis que el “yo” existe sólo por la identificación con la propiedad, con todas las cosas que habéis sido y queréis ser? Sois aquello con lo que os habéis identificado; estáis hecho de todo eso, y sin eso, no sois. Es esta identificación con las personas, con la propiedad y las ideas, lo que queréis que continúe, aun más allá de la muerte; ¿y es eso una cosa viva? ¿O es sólo una masa de contradictorios deseos, empeños, realizaciones y frustraciones, con sufrimientos que exceden a las alegrías?

“Puede ser lo que sugerís, pero es mejor que no saber nada en absoluto”.

Mejor lo conocido que lo desconocido, ¿es eso? ¡Pero lo conocido es tan pequeño, tan mezquino, tan limitador! Lo conocido es dolor, y sin embargo ansiáis que continúe.

“Pensad en mi, tened compasión, no seáis tan inflexible. Con sólo que yo supiera, podría morir contento”.

Señor, no os esforcéis tanto en saber. Cuando cesa todo esfuerzo por saber, entonces existe algo que no es creado por la mente. Lo desconocido es más grande que lo conocido; lo conocido es como una barca en el océano de lo desconocido. Dejad que todas las cosas pasen y sean.

Su esposa entró en aquel instante para darle algo de beber, y el niño se levantó y salió corriendo de la sala sin mirarnos. Él dijo a su esposa que cerrase la puerta al salir y que no dejara que el niño entrase otra vez.

“No me preocupa mi familia; su futuro está asegurado. Lo que me interesa es mi propio futuro. En mi corazón sé que lo que decís es verdad, pero mi mente es como un caballo que galopa sin jinete. ¿Queréis ayudarme, o no hay ayuda posible para mí?”

La verdad es una cosa extraña; cuanto más la perseguís, más os eludirá. No podéis capturarla por ningún medio, por muy sutil y astuto que sea; no podéis retenerla en la red de vuestro pensamiento. Comprended esto y dejad que todo siga su marcha. En el viaje de la vida y de la muerte, tenéis que caminar sólo; en este viaje no puede uno confortarse en el conocimiento, en la experiencia, en los recuerdos. La mente debe depurarse de todas las cosas que ha reunido en su ansia de seguridad; sus dioses y virtudes deben ser devueltos a la sociedad que los engendró. Tiene que haber soledad completa, no contaminada.

“Mis días están contados, me falta el aliento y me pedís una cosa muy difícil: que muera sin saber lo que es la muerte. Pero he sido bien instruido. Dejar que mi vida sea, y que sobre ella caiga una bendición”.

“Emprendamos juntos el viaje del descubrimiento”, dice Krishnamurti a quienes se le acercan procurando su guía.

“Repetir simplemente las palabras de otra persona carece de significación profunda. Es como pasar un disco. La verdad es algo inexplicable en cuanto a su transmisión a otro.

Es preciso estar en condiciones de recibirla y nadie puede prepararnos para eso. La verdad debe llegar franca, libre e impensadamente”.

Así nos invita el Maestro a emprender la inescrutable jornada del autodescubrimiento. En profundos pasajes en los que no falta la magnifica descripción de la Naturaleza ni el bosquejo de la personalidad de sus adherentes, él lanza sus dardos iluminativos directamente hacia el blanco que es el fondo de la situación humana.

Ilusiones, prejuicios y preconceptos se desbaratan ante el infalible enfoque de Krishnamurti quien sólo nos pide liberarnos de toda coraza obstructiva, desembarazarnos de toda niebla que opaque la visión de la verdad.

“Cuando la mente se halla en quietud, sin que se la fuerce, entra en juego un verdadero factor, y este factor es el amor”.

“Escuchar representa en si un acto completo; escuchar implica la propia libertad.

Pero… ¿estáis realmente interesados en escuchar, o en alterar la turbación interna?”

Krishnamurti niega la guía del conductor, libera a quienes lo escuchan de la dependencia de la tradición o del propio interés, y de la subordinación a cualquier líder, incluso a él mismo. Destruida toda forma de escape, el proceso de maduración desemboca necesariamente en la autoconfrontación y en el autoconocimiento.


1 Escuela donde un “gurú” enseña a sus discípulos en materia religiosa, viviendo en comunidad.