EL ESTADO
CREATIVO DE LA MENTE
Pláticas de
J.
KRISHNAMURTI
en Europa
Traducción del inglés:
PEDRO SÁNCHEZ HERNÁNDEZ
SEPTIMA EDICION
EDITORIAL KIER, S.A.
Santa Fe 1260
1059 Buenos Aires
Título
original inglés
Talks
by Krishnamurti in Europe, 1961
Copyright
© Krishnamurti Foundation of America
P.O.
Box 1560. Ojai,
California 93024. U.S.A.
Todos
los derechos de la versión en castellano cedidos a la Fundación
Krishnamurti Hispanoamericana.
Apartado
5351. BARCELONA 08080. España
Ediciones
en español:
lª.
edición argentina: Editorial Ser, 1964
Editorial
Kier, S.A. Buenos Aires
años:
1973. 1975. 1979. 1985. 1987. 1992
Libro
de edición argentina
ISBN
950-17-1136-6
Queda
hecho el deposito que marca la ley 11.723
1992
by Editorial Kier, S.A. Buenos Aires
Impreso
en la Argentina
Printed
in Argentina
I
CREO que desde el
principio debemos ver muy claro cuál es la intención de esta
reunión. Creo que no debería degenerar en modo alguno en un mero
intercambio intelectual de palabras e ideas, ni en una exposición
del propio punto de vista. No estamos ocupándonos de ideas, porque
las ideas sólo son la expresión del propio condicionamiento, de las
propias limitaciones. Argüir sobre ideas quién está en lo
cierto y quién equivocado- es por cierto completamente vano. Más
bien exploremos juntos nuestros problemas. En vez de ser
espectadores, como en un juego que se está desarrollando,
participemos cada uno de nosotros en estas discusiones, y veamos si
podemos penetrar muy profundamente en nuestros problemas no
sólo los problemas del individuo, sino también de lo colectivo.
Creo que nos sería posible ir más allá de las murmuraciones, del
parloteo de la mente, más allá de las exigencias e influencias
mundanas, y descubrir por nosotros mismos lo que es verdad. Y, al
descubrir lo que es verdad, podremos afrontar, estar con los muchos
problemas que tiene cada uno de nosotros
Quizá
podamos así discutir inteligentemente, despacio, tanteando, para
captar de este modo todo el significado de la vida, de nuestra
existencia, qué es todo esto. Y creo que eso es posible sólo si
podemos ser muy honestos con nosotros mismos, cosa que es bastante
difícil. En el proceso de discutir deberíamos estar revelándonos a
nosotros mismos, no a otro, para que por nuestra propia inteligencia,
por nuestro propio pensar preciso, podamos penetrar en algo que
realmente valga la pena.
Creo
que la mayoría de nosotros sabemos, no sólo por los periódicos
sino por nuestra propia experiencia directa, que se está realizando
un tremendo cambio en el mundo. No me refiero al cambio que va de una
cosa a otra, sino a la rapidez del cambio mismo, no sólo en nuestra
propia vida, sino en lo colectivo, lo nacional, en todos los diversos
pueblos del mundo.
Por
lo pronto, las máquinas están haciendo cosas asombrosas; en muchas
esferas, los cerebros electrónicos, las calculadoras, actúan con
mucho mayor precisión y rapidez que nosotros los seres humanos. Y se
está investigando cómo hacer máquinas que a su vez hagan funcionar
a otras máquinas, sin la intervención del hombre. Se va, pues,
eliminando poco a poco al hombre. Esas máquinas funcionan bajo el
mismo principio que la mente humana, el cerebro humano. Quizá con el
tiempo compongan, escriban poemas, pinten tal como se ha
enseñado al mono a pintar cuadros, etc. Hay una extraordinaria
oleada de cambio, y el mundo jamás volverá a ser como ha sido para
nosotros. Creo que todos somos conscientes de eso. Pero de lo que no
estoy nada seguro es de que nos demos cuenta de nuestra relación
individual con todo ese proceso, porque consideramos el conocimiento
como una cosa inmensamente importante; adoramos el conocimiento; pero
las máquinas son capaces de un conocimiento enormemente mayor. Este
es un aspecto del problema.
Luego
tenemos la existencia de todos los tipos de comunismo, fascismo y
todo lo demás. Observa uno la enorme, la aplastante y degradante
pobreza de Asia, y a los seres humanos buscando un sistema que
resuelva el problema. Pero el problema sigue sin resolver, debido a
nuestros puntos de vista limitados, nacionalistas, porque cada país,
cada sistema quiere dominar.
Me
parece, pues, que para hacer frente a todos estos problemas desde un
punto de vista totalmente distinto, es necesaria una revolución
fundamental, no la revolución comunista, socialista, norteamericana
o china, sino una revolución íntima, una mente del todo nueva. Creo
que ésta es la cuestión, no la bomba atómica, ni el ir a la luna,
ni quién ha dado la vuelta a la tierra media docena de veces en un
cohete; el mono lo ha hecho, y cada vez lo hará mas gente.
Seguramente, para hacer frente a la vida como un todo, con todos sus
incidentes y accidentes, tiene uno que tener una mente del todo
distinta; no la mente llamada religiosa, que es el producto de la
creencia organizada, sea de Oriente o de Occidente; una mente así
sólo perpetúa la división y crea cada vez más superstición y
miedo. Todas las absurdas divisiones y limitaciones pertenecer
a un grupo u otro, ingresar en una sociedad u otra, seguir una
particular forma de creen, la o norma de acción- estas cosas, no van
a resolver nuestros inmensos problemas.
Creo
que sólo es posible hacer frente a estas cuestiones, si podemos
penetrar en algo que no es meramente resultado de la experiencia,
porque la experiencia es siempre limitada, siempre coloreada, está
siempre dentro del cautiverio del tiempo. Tenemos que descubrir por
nosotros mismos ¿verdad?- si es posible ir más allá de las
fronteras de la mente, más allá de la barrera del tiempo, y
descubrir la inmensa significación de la muerte, lo que realmente
implica desentrañar lo que es vivir. Para eso, por cierto, es en
absoluto esencial una mente nueva, no inglesa, india, rusa o
norteamericana, sino una mente que pueda captar el significado del
todo, que pueda destruir el nacionalismo, los condicionamientos, los
valores, e ir más allá de las palabras, de las que es esclava.
Esa,
para mí, es la verdadera cuestión, el verdadero reto. Quisiera
discutir con vosotros inteligentemente, con precisión, sin
sentimentalismo, sin parábolas, para descubrir si hay un medio o no
lo hay, de llegar a una nueva mente. ¿Hay un sendero, un método, un
sistema de disciplina que nos conduzca a ello? ¿O hay que echar
completamente por la borda todos los métodos, disciplinas, sistemas
e ideas, eliminarlos, si es que la mente ha de quedar fresca, joven,
inocente?
Como
sabéis, en la India, ese antiguo país con tantas tradiciones, en el
que hay desgraciadamente tanta gente, han tenido varios así
llamados- maestros, que establecieron lo que está bien y lo que está
mal, qué método debería uno seguir, cómo meditar, qué pensar y
qué no pensar; y por eso están atados, sujetos en sus diversas
normas de pensamiento. Y aquí también, en Occidente, el mismo
proceso está en marcha. No queremos cambiar. Más o menos
constantemente buscamos seguridad en todo lo que hacemos: seguridad
en la familia, en las relaciones, en las ideas. Queremos estar
seguros, y este deseo de estar seguros inevitablemente engendra
temor, y este produce sentimiento de culpa y ansiedad. Si miramos en
nosotros mismos, veremos cuán intensamente temerosos estamos de casi
todo y como existe siempre la sombra de la culpabilidad. Como sabéis,
en la India el ponerse una ropa limpia le hace a uno sentirse
culpable; hacer una buena comida también le nace a uno sentirse
culpable, por haber tanta pobreza, suciedad y miseria en todas
partes. Aquí no están las cosas tan mal, porque tenéis el Estado
asistencial, empleos y un considerable grado de seguridad; pero
tenéis otras formas de culpa y ansiedad. Sabemos todo esto, pero
desgraciadamente no sabemos cómo librarnos de todos los feos y
limitantes factores; no sabemos cómo deshacernos de ellos por
completo, de manera que nuestra mente vuelva a ser fresca, inocente y
joven. Por cierto, es sólo la mente que se renueva la que puede
percibir, observar, descubrir si hay una realidad, si hay Dios, si
hay algo más allá de todas estas palabras, frases y
condicionamientos.
Así
pues, considerando todo esto, ¿qué va uno a hacer? Y si hay algo
que hacer ¿qué es y en qué dirección esta? No sé si lo que estoy
diciendo significa siquiera algo para vosotros. Para mí es muy
serio, no en el sentido de cara larga, mal humor, sino en el sentido
de ser intenso, urgente, inmediato; y, si vosotros sentís también
la necesidad de una mente nueva, discutamos dónde va uno a empezar,
qué ha de hacer.
INTERLOCUTOR: La mente
parece estar dando vueltas y más vueltas, pero al parecer nunca va
más allá de sus propias limitaciones.
KRISHNAMURTI:
¿Discutiremos esto un poco?, pues no queremos limitarnos a una
reunión de preguntas y respuestas. Primero, antes de decir que la
mente está dando vueltas y vueltas, tenemos que descubrir, ¿no es
así? qué es el contenido total de la mente, qué entendemos en
realidad por mente. Ahora bien ¿cómo respondemos a una pregunta de
esa clase? ¿Cuál es el proceso que se pone en marcha cuando se hace
esa pregunta? Por favor, observad vuestras propias mentes y no
esperéis mi respuesta. He hecho una pregunta: ¿qué es la mente?
¿Cómo respondéis, y qué es lo que responde? ¿Cómo observáis
cualquier cosa? ¿Cómo observáis un árbol? ¿Le echáis una ojeada
a la superficie, u observáis el tronco, las ramas, las hojas, las
flores, el fruto, la totalidad del árbol? ¿Cómo observáis una
cosa totalmente? Espero que no lo estaré haciendo demasiado
abstracto, pero creo que tiene uno que entrar en todo esto. Cuando
preguntamos qué es la mente, ¿cómo respondéis a ese reto? ¿Desde
que centro, desde qué trasfondo observáis? Y, para observar algo
enteramente, de nuevo, totalmente, ¿qué hacéis?
INTERLOCUTOR: Tiene
uno que mirar con comprensión, no con la mente.
KRISHNAMURTI: ¿Y qué
entendemos por comprensión? Por favor, señor, éstas son simples
argucias, pero sugiero que no introduzcamos otras palabras como
sustitutos. Vamos juntos un poquito. ¿Qué entendemos por observar,
ver, percibir? Cuando digo que veo algo muy claramente, ¿qué
significa eso? Significa que no hemos visto sólo la cosa
físicamente, con los ojos, sino también que hemos ido más allá de
las palabras ¿no es así? Veo que el nacionalismo es una estúpida
forma de emocionalismo, sin nada racional, sin sentido alguno. Por
favor, lo veo yo, no vosotros. Primero hay inmediata percepción de
la falsedad de eso; luego doy las explicaciones: cómo separa a la
gente, su ponzoñosa naturaleza, lo destructivo que es llamarse a sí
mismo indio, inglés, alemán, o lo que sea. No tienen que decírmelo,
no tengo que razonar sobre ello, llegar a una conclusión mediante
una deducción o inducción. Simplemente lo veo todo de una ojeada,
hay percepción inmediata; tal como veo que el pertenecer a cualquier
religión organizada es la más corruptiva y destructora existencia.
Ahora
bien, ¿qué es esta capacidad de ver? Y ¿veo la totalidad de la
mente? No sus segmentos, la parte intelectual, la parte emocional, la
parte que retiene y usa el conocimiento, la parte que es ambiciosa y
que es contradictoria porque quiere no ser ambiciosa, etc. ¿Veo la
totalidad de la cosa, completa, o estoy esperando que alguien me
hable de ello?
Creo
que sería muy interesante y provechoso si se me permite usar
esa palabra comercial- el que pudiéramos, cada uno de nosotros,
descubrir lo que queremos decir con ‘ver’. Ya sabéis: no me
tienen que decir cuándo tengo hambre. Sé que tengo hambre. Ninguna
cantidad de descripciones me daría la experiencia del hambre. Ahora
bien, ¿podemos vosotros y yo tener experiencia directa de la mente
como una cosa total? Y, cuando tenéis en efecto una experiencia de
algo como un todo, como una cosa total, ¿hay entonces un centro
desde el cual ello es experimentado?
Queréis
experimentar ‘la totalidad de la mente’, ¿verdad? Queréis
experimentar lo que significa el sentir total de la vida, el sentir
total de no aferraros a algo. Pero, ¿cómo vais a saber qué es la
totalidad de la mente? La experiencia siempre es en términos de lo
conocido, ¿no es así? Y si nunca habéis experimentado la totalidad
de la mente, ¿cómo vais a conocerla? ¿Veis el problema? Por favor,
no os limitéis a asentir, porque hay mucho implicado en esto.
Como
sabéis, cuando voláis de un sitio a otro en un avión, allí está
la tierra a diez o doce mil metros bajo vosotros; y cuando pasáis a
través del Pakistan, Persia, el Oriente Medio, Creta, Italia,
Francia, Inglaterra, Norteamérica, etc., sabéis que todo está
dividido, con las divisiones artificiales creadas por el hombre; pero
existe el sentir de la totalidad de la Tierra, de toda esta Tierra
que es tan extraordinariamente hermosa.
Ahora
bien, para sentir la naturaleza de esa totalidad, ¿podréis
experimentarla en términos de lo que ya habéis conocido? ¿O es
algo no experimentable en términos de reconocimiento?
Acaso
esté avanzando demasiado rápidamente en la cuestión.
Preguntémonos, pues, de nuevo: ¿Qué es la mente? Entremos en esto,
desarrollémoslo.
La
mente es la capacidad de reconocer, de acumular conocimientos en
forma de memoria; es el resultado de siglos de humano esfuerzo,
experiencia y conflicto y de las actuales experiencias individuales
en relación con el pasado y el futuro; es la capacidad de idear, de
comunicar, de sentir, de pensar racional o irracionalmente. Existe la
mente que se siente afable, tranquila, serena, y también la brutal,
implacable, altanera, arrogante, vana, que se halla en un estado de
autocontradicción, empujada en distintas direcciones. Es la mente
que dice: ‘Soy inglés’ o ‘norteamericano’ o ‘indio’.
Existe la mente subconsciente, lo profundo colectivo, lo heredado; y
existe la mente superficial, que ha sido educada de acuerdo a una
cierta técnica, a un código de conducta, acción y conocimiento. Es
la mente que busca, que solicita, que quiere permanencia, seguridad;
la mente que vive de esperanza, pero que sólo conoce frustración,
fracaso y desesperación; la mente que puede rememorar, recordar; la
mente que es muy aguda, precisa; la que sabe lo que es amar y querer
ser amado.
Seguramente,
todo eso es la totalidad, ¿no es así? Esa es la mente que vosotros
y yo tenemos y los animales también, aunque en mucho menor
grado. Y luego está la mente que dice que tiene que trascender todo
esto, que debe llegar a alguna parte, que debe experimentar una
totalidad, una cosa atemporal, inmensurable.
Así
pues, todo eso es la mente. Nosotros la conocemos en segmentos,
cuando estamos celosos, irritados, llenos de odio; o nos damos cuenta
de ella en la autocontradicción; o hay sueños, insinuaciones,
intimaciones del pasado. Todo esto es la mente. Es ella que dice,
‘Soy el alma, soy el Atman, el yo superior, el yo inferior,
esto, aquello y lo otro’. Es la mente que está atrapada dentro de
los limites del tiempo, porque todo eso es del tiempo. Y es la mente
que es esclava de las palabras, como los ingleses son esclavos de las
palabras ‘la reina’, ‘el Cristo’; y el indio lo es de su
serie de palabras; y el chino, los comunistas, de las suyas y así
sucesivamente.
Así
pues, comprendiendo todo esto, ¿cómo procedéis? ¿Qué es en
realidad la mente?
Abordemos
esto de otra manera. Como veis, señores, tiene que haber cambio; y
un cambio previsto no es cambio en absoluto. El cambio para lograr
cierto resultado, mediante la práctica, la disciplina, el control,
la dominación implacable, todo eso no es más que la continuidad de
la misma cosa en otra forma. Y el cambio progresivo, evolucionarlo,
ese acabose también, hemos terminado con él. El único cambio es el
cambio radical, inmediato. ¿Como hará la mente para llegar a ese
cambio, de manera que haya eliminado su condicionamiento, sus
brutalidades, sus estupideces, sus temores, su culpabilidad, sus
ansiedades, y que sea nueva? Yo digo que ello es posible, no por el
procedimiento analítico, no por la investigación, el examen y todo
eso; digo que es posible dejar limpia la pizarra de golpe, en el
instante. No interpretéis esto como la gracia de Dios. No digáis,
‘no es posible para mí, pero puede serlo para algún otro’,
porque entonces no estaremos haciendo frente a la cuestión, sino
eludiéndola. Por eso dije al principio que necesitamos un pensar muy
claro y preciso, un inquirir implacable.
INTERLOCUTOR: En
cuanto a esta limpieza instantánea, seguramente que en ella no puede
haber pensamiento alguno.
KRISHNAMURTI: Pero ¿cómo
se va a hacer? ¿Cuál es la acción? ¿Comprendéis, señor, lo que
quiero decir? Sabéis muy bien lo que está pasando en el mundo.
Probablemente mejor que yo, porque no leo periódicos, no los
estudio; pero viajo y veo personas, tanto importantes como
insignificantes, y escucho. Sabéis que tiene que haber una tremenda
revolución dentro de uno mismo, para hacer frente al reto de este
caótico y embrollado mundo. Digo que eso es posible, y me gustaría,
si puedo, sin impedir vuestra discusión, continuar inquiriendo en
este sentido. Producir un cambio radical, ¿no es este vuestro
problema, tanto si sois jóvenes como si sois viejos? ¿Cómo vamos,
pues, a abordar este asunto?
INTERLOCUTOR: Eso
parece ser algo que tratamos de captar sin poderlo hacer
KRISHNAMURTI: Cuando
tratamos de comprender, cuando tratamos de captar algo, por cierto
estamos ya traduciendo esto en términos de lo viejo. Señor, ¿no
tenéis que ver muy claramente si éste es vuestro problema? Si os
estoy imponiendo el problema, entonces habrá un estado de
contradicción entre vos y yo. No impongo, no hago más que exponer
el problema; si no lo veis, discutámoslo; pero si lo veis, entonces
es vuestro problema, no el mío. Entonces hay relación entre vos y
yo; entonces estamos en contacto uno con otro para descubrir la
respuesta. Y si no es vuestro problema, entonces digo: ¿por qué no
lo es? Por favor, mirad lo que está ocurriendo en el mundo; hay cada
vez más exterioridad; las cosas exteriores se están volviendo más
y más importantes: ir a la Luna, quién ha de llegar allá primero;
ya sabéis todas las cosas infantiles que se están volviendo
enormemente importantes. Así pues, si éste es un problema para
todos nosotros, entonces ¿cómo respondemos a él, cómo lo
encaramos?
INTERLOCUTOR: Sólo
podemos decir que no sabemos.
KRISHNAMURTI: Cuando
decimos ‘no sé’, ¿qué queremos decir?
INTERLOCUTOR: Quiero
decir eso, justamente.
KRISHNAMURTI: No,
perdonad, no aceréis decir eso. Voy a aclararlo un poquito, porque
hay diferentes estados de ‘saber’ y ‘no saber’. Si se os
hiciera una pregunta familiar, responderíais inmediatamente, ¿no es
así? Como estáis familiarizados con ella, vuestra respuesta es
instantánea. Si se os preguntara algo más complicado, os tomaría
un tiempo responder; y el intervalo entre la pregunta y la respuesta
es el proceso del pensar ¿verdad? Este pensar es un buscar en la
memoria para encontrar la respuesta. Esto es evidente; no es una cosa
complicada esto de que hablo, es muy sencilla. Luego, si se hiciera
otra pregunta aun más complicada, a la que por el momento no
sabríais responder, diríais: ‘no sé’; pero estaríais
esperando, aguardando para descubrir la respuesta, ya sea en las
reservas de vuestra propia memoria, o que algún otro os lo diga. De
modo que, cuando decís, ‘no sé’, ello dignifica que aguardáis,
esperando descubrir. Ahora bien, sólo un momento- ¿podéis
honestamente decir, ‘no sé’, que significa que no hay
expectación, que no recurrís a la memoria? Hay, pues, dos estados
cuando se trata de saber cómo puede haber una mente nueva; podéis
decir, ‘no sé’, queriendo significar que esperáis que yo os lo
diga; o, efectivamente no sabéis, y por lo tanto no hay expectación,
no hay el querer experimentar algo; y esto puede ser lo esencial.
Retrocedamos
un poco, porque creo que es importante comprender qué se entiende
por hablar, percibir, ver, observar. ¿Cómo vemos realmente algo?
INTERLOCUTOR: A mí me
parece que sólo podemos ver a través de palabras.
KRISHNAMURTI ¿Comprendéis
mediante palabras? Desde luego que usamos palabras para comunicarnos,
de modo que me podáis hablar y yo pueda hablaros; mas eso no es
esclavizarse a las palabras. ¿Somos conscientes de lo esclavizados
que estamos a las palabras? las palabras, ‘inglés’,
‘ruso’, ‘Dios’, ‘amor’, ¿no somos esclavos de esas
palabras? Y siendo esclavos de las palabras, ¿cómo podríais
comprender algo que es total, que no está contenido dentro de una
palabra? Como soy esclavo de la palabra ‘amor’ esa palabra
tan mal usada, corrompida, dividida en sexual y divino- ¿puedo
comprender la naturaleza total de lo que él es, que tiene que ser
una cosa asombrosa? Todo el universo está contenido en el sentido,
en el significado de esa palabra.
Muy
infortunadamente, como veis, somos esclavos de las palabras y
tratamos de alcanzar algo que está más allá de las palabras.
Extirpar, destruir las palabras y estar libres de ellas da
extraordinaria percepción, vitalidad, vigor. ¿Y toma tiempo el
libraros de las palabras? ¿Decís, ‘tengo que pensar primero sobre
ello’, o, ‘tengo que practicar la alerta percepción’, o,
‘leeré a Bertrand Russell’? ¿O es que veis efectivamente que
una mente esclava de las palabras es incapaz de mirar, de observar,
de sentir, de ver? y por consiguiente, esa misma claridad, esa
verdad misma destruye el servilismo.
INTERLOCUTOR: Uno
puede ver por un instante, pero luego la mente interviene otra vez.
KRISHNAMURTI: ¿Veis por
un instante que el nacionalismo es venenoso, y luego volvéis a él?
¿Nos
damos cuenta que somos esclavos de la palabra? El comunista es
esclavo de las palabras ‘Marx’, ‘Stalin’, etc. Y el llamado
cristiano es esclavo del símbolo, la cruz, y todo el juego de las
palabras relativas a eso. Id a Roma, id a cualquier parte, y todo lo
que hay es la palabra.
Y
acaso somos esclavos también de la palabra ‘mente’. Rendimos
culto a la mente, y toda nuestra educación es el cultivo de la
mente. Y por cierto, lo que estamos tratando de descubrir es la
totalidad de algo que no es la palabra- el sentir que uno
abarca la totalidad de la cosa sin la barrera de la palabra.
2
de Mayo de 1961
II
DECÍAMOS la última vez
que nos reunimos, que tiene que efectuarse una gran revolución, no
sólo por causa de la espantosa situación del mundo, sino también
porque es imperativo que la mente humana esté libre para descubrir
lo que es verdadero. Me parece que es esencial producir una mente
nueva; una mente que no esté limitada por la nacionalidad, por las
religiones organizadas, por la creencia, por ningún dogma
particular, ni por las limitaciones de la experiencia. Es urgente,
por cierto, producir un estado creativo, que no sea simplemente la
capacidad de inventar, de pintar, escribir, etc., sino creador en un
sentido mucho más profundo y amplio. Nos preguntábamos cómo es
posible producir semejante revolución y qué acción es necesaria, y
espero que podamos continuar en esta línea de investigación.
Hemos
tratado, ¿verdad? de descubrir qué hay que hacer, incorporándonos
a diversos grupos, asistiendo a varias escuelas de pensamiento y
meditación. Sentimos la necesidad de descubrir qué hay que hacer,
no sólo en la vida diaria, sino que también queremos saber si hay
un modo de acción en el sentido mucho más amplio de esta
palabra- de una naturaleza total, no sólo en un momento dado. Creo
que es bastante obvio que la mayoría de nosotros anhelamos descubrir
lo que hay que hacer; y tal vez sea por eso que estáis aquí, y por
lo que pertenecéis a tantos grupos, sociedades y organizaciones
religiosas: para descubrir qué pensar y qué hacer.
Para
mí, ese no es el problema en modo alguno La demanda del ‘qué
hacer’, la demanda de una línea de conducta, de un particular modo
de vida, es realmente muy perjudicial para la acción. Implica, ¿no
es así?, un sistema que podáis seguir día a día, a fin de
alcanzar una meta determinada, un determinado estado de ser. Viviendo
como vivimos en este mundo loco, caótico, despiadado, tratamos de
encontrar, a través de toda la confusión, una manera de vivir, un
modo de acción que no nos cree más problemas. Y cito que para
comprender toda esta cuestión realmente a fondo, tiene uno que
comprender el esfuerzo, el conflicto y la contradicción.
La
mayoría de nosotros vivimos en un estado de contradicción con
nosotros mismos, no sólo colectiva sino también individualmente.
Espero no estar haciendo afirmaciones absolutas; pero creo que es más
o menos exacto que nosotros muy rara vez conocemos momentos en que no
haya conflicto, ni contradicción en nuestro interior; no sabemos de
un estado en que la mente esté por completo en calma, y en que esa
misma calma sea en si acción. La mayoría de nosotros vive en
contradicción, y de esta contradicción viene el conflicto. Y nos
interesa saber cómo estar libres de este conflicto no sólo exterior
sino también interiormente. Si podemos discutir y seguir adelante
desde ahí, quizá podamos encontrar una acción que no es meramente
una reacción.
Para
la mayoría de nosotros, la acción es reacción. Y ¿es posible
actuar sin reacción y, por tanto, no crear contradicción dentro de
nosotros mismos? Espero estar expresándome claramente. Me gustaría
que discutiéramos esto juntos y lo investigásemos a fondo, porque
para mí el conflicto en cualquier forma que sea, es para
decirlo moderadamente- perjudicial para la comprensión, la
penetración, el entendimiento. Se nos cría y educa en el conflicto
y en la competencia. Toda nuestra sociedad adquisitiva se basa en
ello. ¿Es posible, pues, que la mente se libre del conflicto y así
deje al descubierto todo este proceso de autocontradicción? Tal vez
podamos discutir esto inteligentemente, y llegar, por consiguiente, a
esa mente que se halla en un estado de revolución, y comprender así
qué es obrar sin los efectos condicionantes de la experiencia y el
conocimiento.
INTERLOCUTOR: ¿No
sería eso actuar sin pensamiento?
KRISHNAMURTI: Seguramente
que eso sería un poco caótico ¿no es cierto? Tal vez debamos
discutir primero el proceso del pensar, el mecanismo del pensamiento.
Permitidme pues que os haga la pregunta: ¿qué es pensar?
INTERLOCUTOR: Yo diría
que el pensar es una reacción nerviosa frente a lo que uno ha
experimentado. No podemos reaccionar ante algo que no conocemos.
KRISHNAMURTI: Como
sabéis, hay máquinas que piensan: los cerebros electrónicos, las
computadoras. ¿No es nuestro pensar en gran parte una cosa parecida?
¿No es la respuesta de la memoria siendo la memoria las experiencias
acumuladas, individuales y colectivas, en las que están incluidas
las respuestas nerviosas? Os pregunto: ¿qué es el pensar? Os ruego
experimentéis un poquito. Antes de responder, ¿no deberíais daros
cuenta del proceso, del mecanismo de la respuesta? En el intervalo
entre la pregunta y vuestra respuesta, el proceso del pensar está en
marcha ¿verdad? El reto de la pregunta pone en movimiento el
mecanismo del pensamiento, y entonces viene la respuesta ¿no es así?
Si os pregunto cuál es vuestra religión o vuestra nacionalidad,
respondéis ¿no es cierto?- según vuestra educación, según
la creencia o incredulidad. Ahora bien, ¿qué es ese trasfondo desde
el cual respondéis?
INTERLOCUTOR: La
memoria.
KRISHNAMURTI: Así es
¿verdad? Si he nacido en cierto lugar, si me educo allí y me
moldean la sociedad y la tradición en que vivo, entonces tengo
cierto conjunto de experiencias, de recuerdos, y respondo a cualquier
reto desde ese trasfondo. Ese es el mecanismo y eso es lo que
llamamos pensar. Y de acuerdo con esa experiencia heredada y
adquirida, vivo, actúo. De manera que mi pensamiento es siempre muy
limitado; y así no hay libertad en el pensar.
INTERLOCUTOR: ¿No es
posible tener pensar creador, por ejemplo, para hacer nuevos
descubrimientos, en ciencias, en matemáticas? ¿El pensamiento
proviene siempre del condicionamiento?
KRISHNAMURTI: ¿Cuándo
descubrimos realmente cualquier cosa? ¿Cómo percibimos algo nuevo,
interiormente, u objetivamente?
INTERLOCUTOR: Yo
diría: cuando se han agotado los medios conocidos.
KRISHNAMURTI: Veamos esto
un poquito. Tengo un problema de matemáticas y trabajo en él, lo
acometo de muchos modos distintos, hasta que me agoto; y entonces lo
abandono; y a la mañana siguiente o algún tiempo después, de
pronto surge la respuesta. Así, cuando mi mente ha penetrado a fondo
en el problema sin encontrar respuesta, y lo abandona, entonces hay
cierta quietud con respecto a ese problema, y más tarde llega la
respuesta.
INTERLOCUTOR: ¿Decís
que este proceso no es pensar?
KRISHNAMURTI: Tratamos de
descubrirlo, ¿verdad? Hay muchas cosas implicadas en esto. El pensar
no ocurre en un solo nivel de la mente; se tiene que considerar
también todo lo subconsciente. Tratamos de descubrir qué es el
pensar. Y vemos que la mayor parte de nuestro pensar proviene del
trasfondo de la memoria, de la experiencia, del conocimiento, etc. Y
hay momentos en que vemos algo en un destello, al parecer sin
relación con el pasado, y lo que vemos puede ser falso o ser
verdadero, según como lo interpretemos o según sea nuestro
trasfondo. Cuando la mente superficial está quieta, puede haber
descubrimiento, en el sentido de una nueva invención o de una nueva
idea. Pero ¿es todo nuevo descubrimiento de la misma naturaleza?
Porque tenemos que considerar la mente total, ¿no es así? no
sólo la mente superficial, sino también la mente subconsciente.
Funcionamos
en un nivel muy superficial la mayo parte del tiempo, ¿no es cierto?
Las actividades en que estamos empeñados son muy superficiales: no
exigen la respuesta total de nuestro integro ser. Es bastante
evidente que toda nuestra educación y trasfondo están adaptados
pala la respuesta superficial; vivimos en la superficie de la mente.
Pero existe también la mente profunda, inexplorada, inconsciente,
que siempre está dando intimaciones, insinuaciones, sueños, etc.; y
también estos son traducidos por la mente consciente de acuerdo a su
condicionamiento. Y ¿no está condicionada toda la conciencia? El
inconsciente es, por cierto, el depósito de los recuerdos raciales:
las reminiscencias, las reflexiones, las tradiciones y recuerdos, los
conocimientos acumulados del hombre. En cambio la mente consciente,
superficial, está educada para las técnicas de este mundo moderno.
Así, evidentemente, hay una contradicción entre el inconsciente y
el consciente. La mente consciente puede estar educada para no tener
la creencia en Dios, para ser ateo, comunista o lo que queráis, pero
la inconsciente ha sido adiestrada durante siglos en la creencia; y
cuando llega la crisis la mente inconsciente responde mucho más que
la consciente. Todo esto lo sabéis, ¿verdad? De modo que la
totalidad de la conciencia, no sólo la superficial sino
también la inconsciente- está condicionada; y cualquier respuesta
del inconsciente, no es un factor liberador. Por favor, pensad en
esto y discutidlo conmigo, no os limitéis a asentir o disentir. Si
un matemático tiene un problema y, después de explorarlo, de
profundizarlo, lo resuelve sin pensarlo, entonces ¿es esa solución
algo totalmente nuevo, no generado, no surgido desde el inconsciente?
INTERLOCUTOR: Si
proviene del inconsciente es en realidad cosa vieja, no es realmente
nueva, ¿verdad?
KRISHNAMURTI: Si se me
permite decirlo, aquí tiene uno que cuidarse mucho, para no ser
meramente especulativo. O habla uno por comprensión directa después
de explorar todo el asunto, o bien puede uno estar meramente
repitiendo lo que alguien ha dicho o lo que ha leído. Si pudiéramos
por el momento, o aun para siempre, descartar lo que otras personas
han dicho los yoguis, los swamis, los analistas,
los psicólogos, todos ellos entonces estaríamos en
condiciones de descubrir por nosotros mismos, directamente, si es
posible que la conciencia total esté libre del condicionamiento. Si
no es posible, entonces lo único que puede uno hacer es continuar el
viejo proceso de mejorar la conciencia total: hacerla más meritoria,
más buena, noble y todo lo demás. Eso es como vivir en una cárcel
y adornarla. Tanto que el cerebro haya sido condicionado por los
comunistas, como por los católicos, los protestantes, los anglicanos
o por cualquier otra secta, es lo mismo. Y es realmente una cuestión
muy importante y vital considerar si es siquiera posible ir más allá
de la conciencia limitada, condicionada; si la mente puede jamás ser
libre, en el más hondo sentido de la palabra. Hay quienes dicen que
la mente, como es resultado del tiempo y del ambiente, tiene que
seguir siendo siempre esclava de esas influencias; pero nosotros
estamos preguntando si es posible ir más allá de la mente, más
allá del tiempo.
INTERLOCUTOR: ¡Cómo
habría de ser posible semejante cosa!
KRISHNAMURTI: Estamos
penetrando en toda la cuestión ¿no es verdad? O la mente es capaz
de liberarse de todas las influencias, y por lo tanto de todos los
ambientes sean del pasado, del presente o del futuro- o ello no
es posible. Los comunistas no creen que sea posible, ni tampoco los
católicos ni ninguna de las personas religiosas. Ellos hablan de
libertad; pero no creen en ella porque en cuanto los abandonáis, ya
os habéis convertido en herejes: os excomulgan, os queman, os
liquidan y todo lo demás. ¿Es posible, pues, que se produzca una
acción que no surja del campo de la conciencia, de la limitación,
del condicionamiento? ¿Veis la cuestión, señores?
INTERLOCUTOR: La
experiencia de la mayoría de nosotros es que eso no es posible. Y,
sin embargo, tenemos intimaciones de que puede ser posible, pero no
sabemos cómo conseguirlo.
Otro INTERLOCUTOR: Yo
creo que no es posible.
KRISHNAMURTI: ¿Estáis
sólo esperando que yo diga algo? Como veis, no sé hasta qué punto
habéis penetrado vosotros mismos en todo esto.
INTERLOCUTOR: Estoy
seguro de que la mente consciente puede estar libre, pero me parece
que la mente inconsciente es una enorme dificultad.
KRISHNAMURTI: ¿Es
posible, por el análisis, penetrar en el inconsciente paso a paso y
desentrañarlo, y por consiguiente trascenderlo? ¿Es eso posible?
Como
veis, lo inconsciente es un proceso positivo, ¿no es así? Y ¿podéis
abordar un proceso positivo con una demanda positiva? Tanto lo
consciente como lo inconsciente están bajo la misma limitación ¿no
es cierto? La mente consciente tiene sus propios motivos para desear
investigar lo inconsciente. El motivo está ahí; quiere ser libre.
El motivo es positivo; y lo inconsciente no es alguna cosa vaga, es
también positivo. Pero aunque la inconsciente sea positivo, con
todas sus insinuaciones, intimaciones, sueños, etc., no conocéis
por vosotros mismos su contenido, no sabéis lo que es en realidad.
¿Puede, pues, la mente consciente investigar algo que no conoce? Por
favor, no rechacéis esto; es muy importante. ¿Podrá el análisis,
ya sea el de otro o el vuestro, poner al descubierto todo el
contenido de esta cosa llamada el inconsciente, del cual no os dais
cuenta en absoluto?
INTERLOCUTOR: Creo que
el inconsciente es demasiado vasto.
KRISHNAMURTI: No, no; no
os limitéis a decir que es demasiado vasto, porque entonces no
abordáis la cuestión efectiva, sino que os salís por la tangente.
Como veis, no creo que hayáis indagado nunca en todo el proceso del
pensar. ¿Hay un pensar sin la palabra, la imagen, la idea, el
símbolo? Pues el símbolo está en lo inconsciente tanto como en lo
consciente, ¿no es cierto? Y creo que el proceso de investigar lo
inconsciente por medio del análisis es un procedimiento erróneo.
Quiero decir que hay un camino que es la percepción directa.
Veamos
claramente, primero, que todo pensar es mecánico. El pensar es la
respuesta de la memoria, del conocimiento, de la experiencia. Y todo
pensar que parta de este trasfondo está condicionado. Por lo tanto,
el pensar nunca puede ser libre; siempre es mecánico.
INTERLOCUTOR: Sí, lo
veo.
KRISHNAMURTI: ¿Qué
queréis significar cuando decís ‘lo veo’? Por favor, esto es
muy importante.
INTERLOCUTOR: Algo
dentro de mí me lo hace percibir.
KRISHNAMURTI: Entonces,
algo dentro de vos os hace percibir que tenéis que ser nacionalista,
¿no es así? Os hace creer que hay Dios, que debéis tener una
religión. Si dependéis de algo que os habla desde dentro, entonces
estáis también expuesto a tener ilusiones, ¿verdad? ¿Qué
queremos pues decir con ‘veo’? Si digo que el nacionalismo es un
veneno, ¿veis la verdad de eso?
INTERLOCUTOR: Es
evidente.
KRISHNAMURTI: Y cuando
digo que tener cualquier creencia, pertenecer a cualquier sociedad, a
cualquier religión organizada, es perjudicial para el
descubrimiento, ¿veis eso también?
INTERLOCUTOR: No tan
claramente, porque pertenezco a un grupo que está trabajando para
las Naciones Unidas, y creo que ésa es una buena cosa.
INTERLOCUTOR: Quiere
decir las Naciones Desunidas.
KRISHNAMURTI:
Evidentemente, están desunidas, pero estamos desviándonos. Habéis
dicho muy claramente que veis el nacionalismo como un veneno. Todos
habéis asentido. Pero inconscientemente todos sois nacionalistas ¿no
es cierto? Os sentís ingleses, franceses, o lo que sea. Ello está
ahí, hondamente arraigado ¿verdad? Y decís que no veis con la
misma claridad que la creencia es destructiva para el descubrimiento.
Pero, miradlo así: quiero descubrir si hay Dios. Realmente quiero
descubrir por mí mismo si hay o no hay. Primero tengo, pues, que
dejar a un lado todo concepto de Dios, ¿no es así?, no sólo en lo
consciente, sino también en lo inconsciente. Para descubrir de
veras, tengo primero que arrancar todas las raíces de la cultura en
que se me ha criado, educado. No tiene que haber amparo, refugio
alguno, en que crea que estoy haciendo buena obra. Como mi intención
es descubrir, tengo que librarme implacablemente de todo lo que he
aceptado, de modo que no tenga ningún refugio físico, verbal,
intelectual o emotivo; entonces no pertenezco a nada.
Hemos
iniciado esta discusión con la pregunta sobre qué hacer en este
loco mundo. Hace falta una nueva manera de mirar la vida, una mente
del todo nueva; y esa nueva manera tiene que nacer de una revolución
completa, de un corte total con el pasado. Y el pasado es lo
inconsciente tanto como lo consciente. Así, pues, el pertenecer a
cualquier particular grupo organizado de pensamiento es venenoso.
Y
cualquier esfuerzo que hagamos para ser nuevos también pertenece al
pasado ¿no es así? Porque toda la presente estructura de la
sociedad se basa en la adquisividad, que es esfuerzo. Todo el proceso
de ‘tengo que ser esto’, o, ‘no debo ser eso’, implica
esfuerzo, conflicto; esto lo veo. Y cuando digo ‘lo veo’, quiero
decir que lo veo de hecho, no emotiva, sentimental, intelectual o
verbalmente. Lo veo como veo ese micrófono. Y la percepción misma
de ese hecho ha eliminado por completo aquel condicionamiento. Me
pregunto si os estoy trasmitiendo algo. Os ruego que no os limitéis
a estar conformes conmigo. Esto no es un juego social. Porque si lo
veis de la misma manera, entonces también cualquier forma que sea,
es para decirlo moderadamente- vosotros estáis fuera de todo
ello, completamente, en el instante.
INTERLOCUTOR: Creemos
estar atados a nuestro condicionamiento por nuestros deberes para con
la sociedad, para con la familia.
KRISHNAMURTI: El señor
dice, muy acertadamente, que estamos atados por nuestros deberes para
con la familia, la sociedad, nuestro trabajo, el país, la religión
en que nos hemos criado, y todo lo demás. Así, cuando nos
enfrentamos con la necesidad de una mente por completo nueva, ponemos
la familia, la sociedad, en oposición con el hecho. Y por lo tanto,
hay un conflicto entre el hecho y lo que concebís como vuestro
deber, ¿no es eso? Y así, para escapar de este conflicto entra uno
en un monasterio, se hace monje o se aísla interiormente; construye
uno un hábito en torno suyo y vive en él. Como veis, señores,
cuando usáis las palabras ‘deber’ o ‘responsabilidad’, os
habéis colocado en oposición a la libertad. Pero, si habéis
percibido el hecho del cual hemos estado hablando, entonces tendréis
una acción totalmente diferente con respecto a vuestra familia y la
sociedad.
Como
veis, trato de volver a la acción, y tal vez esté forzando el
asunto. Al fin y al cabo, todos queremos hacer algo tocante a la
vida. Conozco gentes de todo el mundo que se han disciplinado
rígidamente, porque quieren descubrir lo que es correcto hacer. Se
han aislado, han renunciado, han obedecido mandatos religiosos y han
hecho tremendos esfuerzos; y, al fin de ello, son seres humanos
muertos, se han secado. Es el constante esfuerzo para ser algo, para
convertirse en algo, que los ha destruido. Y cuando ponéis la
sociedad y la familia en oposición a la libertad, lo único que
habéis hecho es introducir el factor del conflicto. Y yo digo: no
introduzcáis en absoluto el elemento del conflicto. Ved su verdad, y
ese ver cuidará por sí mismo de las relaciones. Veis que, como
decía, para la mayoría de nosotros la acción es mera reacción. Os
adulo y vosotros respondéis; os insulto, y respondéis. Nuestra
acción es siempre reacción. Yo hablo de otra cosa, de la acción
que no es reacción, sino que es acción total. Esto no es alguna
idea mía rara, extraña, fantástica. Pero si habéis penetrado en
todo esto por vosotros mismos, si habéis observado el mundo,
contemplado a las personas, si las habéis estudiado, si realmente
las habéis mirado a los grandes y a los insignificantes, a los
llamados santos y a los llamados pecadores veréis que todos
ellos han edificado sus vidas sobre el conflicto, la lucha, la
represión y el miedo, y veréis el horror de eso. Para estar libre
de todo eso, debéis primero verlo.
INTERLOCUTOR: ¡Hay
tanto condicionamiento que es inconsciente!
KRISHNAMURTI: Os ruego
veáis esto. Todos vivimos en la mente consciente superficial; y
¿cómo voy a descubrir cada estrato, cada detalle del inconsciente,
sin omitir nada? ¿Es posible para la mente consciente penetrar en
algo que es inconsciente, que está oculto? Ciertamente, todo lo que
puedo hacer es observar, estar bien despierto, alerta todo el día:
mientras trabajo, mientras descanso, mientras camino, mientras hablo,
teniendo así una noche sin sueños.
Hemos
empezado hablando sobre una revolución que no es resultado del
cálculo ni del pensamiento; porque éste es mecánico y es una
reacción. El comunismo es una reacción contra el capitalismo; si
dejo el catolicismo y me convierto en alguna otra cosa, también eso
es una reacción. Pero si veo la verdad de que pertenecer a cualquier
cosa, creer en cualquier cosa, es aferrarse a una forma de seguridad
y por lo tanto impedir la percepción efectiva de lo que es
verdadero, entonces no hay conflicto ni esfuerzo.
Veo,
pues, que la acción que es reacción, no es acción en absoluto.
Quiero descubrir qué es la libertad, veo la urgencia imperiosa, la
necesidad de una mente nueva, y no sé qué hacer. Por eso me
interesa el ‘qué hacer’, y por lo tanto se puesto el énfasis en
el ‘qué hacer’ y no en una mente nueva. Y el ‘qué haré’ se
vuelve importantísimo, y digo: ‘por favor, decídmelo’, cosa que
crea autoridad; y la autoridad es la cosa más perniciosa del mundo.
¿Podemos
pues percibir interiormente, ver el hecho real de que toda nuestra
acción es reacción, que toda nuestra acción nace del propósito de
lograr, de llegar, de convertirnos en algo, de alcanzar alguna
posición? ¿Puedo sencillamente percibir ese hecho, sin introducir
el ‘qué haré’, o ‘qué pasará con mi familia, con mi
empleo’, y todo eso? Porque si la mente ve el hecho, sin
interpretarlo en términos de lo viejo, entonces hay percepción
inmediata; entonces comprenderá uno esa acción que no es reacción;
y esa comprensión es una cualidad esencial de la mente nueva
4 de mayo de 1961
III
HEMOS estado hablando
anteriormente sobre la necesidad de tener una mente nueva, fresca.
Por doquiera va uno, hay un terrible desorden y mucho sufrimiento, no
sólo materialmente, sino también en lo interno; y hay interminable
confusión. Y me parece que, en vez de enfrentar el sufrimiento y la
confusión, tratamos de escapar de todo eso, ya sea a la Luna, o
hacia las diversiones, o en varias formas de ilusiones. Pero sea lo
que fuere que hagamos, subsiste la continuidad del sufrimiento y la
confusión; y para trascender todo eso se necesita una mente nueva,
fresca.
Quisiera
pues continuar desde el punto en que quedamos, y considerar si es
acaso posible vivir en este mundo sin conflicto. Porque me parece que
una mente ocupada con el conflicto es una mente entorpecida,
mediocre. Todos estamos en conflicto de una u otra clase, en diversos
niveles, en distintas formas. Y, o bien lo aguantamos, o escapamos de
él con demasiada facilidad en las diversiones, las reformas sociales
y todo lo que ofrecen las iglesias y religiones con sus ritos, sus
extrañas palabras, sus creencias y dogmas, que son románticas
formas de consuelo. Y, a medida que envejecemos y los escapes se
hacen más y más habituales, constantes, la mente se hace más
torpe, pesada, estúpida. Creo que esto es un hecho para la mayoría
de nosotros. Puede haber unos pocos momentos en que, a pesar de toda
esta desdicha del conflicto, haya un claro en las nubes y vea uno
algo con mucha claridad, y tenga un sentimiento de quietud, de
profundidad; pero eso ocurre muy raramente.
Creo
que deberíamos inquirir profundamente en este asunto, y ésta es una
ardua tarea. No es precisamente cuestión de discutir unas pocas
ideas, sino que más bien significa penetrar muy profundamente en
nosotros mismos, ver si es posible desarraigar el conflicto, de
cualquier clase que sea. Requiere una mente viva, aguda, una mente
que no se deje atrapar en una red de palabras. Creo que somos
propensos a escuchar, sólo para oír ciertas palabras, frases e
ideas, cosa que no es más que rasguñar la superficie. Y
probablemente es por esto que venimos a todas estas pláticas, año
tras año, y por lo que todo ello se vuelve al fin un poco estúpido,
porque nos limitamos a jugar con las ideas, sin entrar jamás
hondamente en la cuestión por nosotros mismos y desarraigar de hecho
el conflicto.
Creo,
pues, que debemos concretarnos esta mañana a ver si es realmente
posible no teórica o verbalmente, sino en realidad- comprender
la naturaleza del conflicto y acaso salir de él renovados, frescos,
jóvenes e inocentes. Una mente inocente nunca está en conflicto;
está en estado de acción. Una mente en acción, moviéndose,
renovándose todo el tiempo, jamás puede estar en conflicto. Es sólo
la mente que tiene contradicciones dentro de sí la que está
perpetuamente luchando. Os ruego que, mientras hablo, no escuchéis
solamente las palabras, porque en sí mismas las palabras sólo
tienen un sentido muy común. Y estoy seguro que si miráis en
vosotros mismos hallaréis muchas contradicciones. Así pues, os
ruego que lo sigáis realmente, experimentando de hecho a medida que
avanzamos, y entonces quizá al terminar esta discusión tendréis un
sentimiento de claridad, un sentimiento de libertad con respecto a
esta espantosa carga del conflicto.
Desde
la infancia hemos aceptado el conflicto. En nuestra educación, todas
las escuelas por todo el mundo crean el terreno del conflicto, y hay
constante esfuerzo para competir con otros que son mucho más astutos
que nosotros. Y a medida que envejecemos, seguimos el ejemplo, el
líder, la autoridad, el ideal; y entonces surge esta separación
entre lo que debería ser y lo que de hecho es, y en consecuencia hay
contradicción. Existe no sólo el conflicto exterior, mundano, la
competencia, los ideales, la ambición de lograr, el perpetuo
estímulo de la sociedad moderna para volvernos más hábiles, más
admirables; no sólo la imitación del vecino, sino también la
imitación de Jesús, de Dios; no sólo la imitación de la moda sino
también de la virtud. Todo esto termina en la guerra exterior entre
la gente, las razas, las naciones y los hombres de Estado. Y si uno
rechaza todo eso como demasiado estúpido, entonces se vuelve hacia
dentro, y aquí también está el problema de lograr paz, quietud,
dicha, Dios, el amor, el cielo; la búsqueda interna es una reacción
contra la externa, y por lo tanto sigue siendo el mismo movimiento.
Es como la marea que va y vuelve. Estos con obvios hechos
psicológicos; y si uno se da cuenta de todo eso, entonces no hay
nada que argumentar a su respecto; es así. Podéis disputar sobre si
es posible trascender todo esto; pero el hecho real es que hay
conflicto interior y exterior, y que él engendra un asombroso
sentido de brutalidad, una eficiencia que conduce a la crueldad. El
movimiento externo puede producir cierto progreso, prosperidad, pero
se puede ver lo que está pasando en el mundo: donde hay gran
prosperidad hay cada vez menos libertad. Puede uno observarlo en
América muy claramente: cómo hay esta gran prosperidad, y cómo va
gradualmente desapareciendo el sentido de exploración, de libertad.
Interiormente también, cuanto mayor es la intensidad del conflicto,
tanto mayor es el impulso a la actividad; y por eso tenéis a los
benefactores, a la gente que anda por ahí reformando, a las personas
llamadas santas y a los intelectuales que están siempre escribiendo
libros, etc. Cuanto mayor es la tensión en el conflicto, tanto más
ella busca expresión mediante la capacidad.
Todos
sabemos esto, todos sentimos la presión en diferentes direcciones.
Conocemos el estímulo de la ambición, y donde hay ambición no hay
amor en forma alguna, no hay quietud, no hay simpatía, compasión,
ni afecto. Y la evasión del conflicto, tanto si el conflicto es
entre dos personas como entre las naciones, y tanto si el camino de
la evasión es Dios, la bebida, el nacionalismo o la propia cuenta
bancaria, conduce cada vez más profundamente a un ilusorio sentido
de seguridad. Nuestras mentes viven en mitos, en ideas especulativas.
De
modo pues que el conflicto aumenta, y de ese estado proviene la
acción, y esa acción engendra nueva contradicción. Y así estamos
atrapados en esta rueda de la lucha. No hago más que poner en
palabras lo que sucede en realidad. Esta es la suerte de todos.
Podemos ver por nosotros mismos que la mente está siempre tratando
de escapar mediante la represión, la disciplina por la que abogan
los santos de todo el mundo y que realmente sólo equivale a poner la
tapa sobre todas las cosas. Y si no es a la disciplina que escapamos,
es a alguna forma de actividad: la reforma social, la reforma
política, seguir cursos, promover la fraternidad, ya sabéis de toda
esta actividad, agitación, del impulso a hacer algo con respecto a
algo.
Así
pues, todo lo que sabemos es que nuestra acción engendra más
miseria, más desviaciones, más ilusión y sufrimiento interior y
exteriormente. Toda relación, que empieza siendo tan fresca, tan
nueva, degenera en algo feo, torpe o venenoso. Todos debemos habernos
dado cuenta de este dual proceso de amor y odio. Y nuestra perpetua
plegaria es que podamos taparlo todo; y los dioses responden,
desgraciadamente, porque las evasiones están ahí, a nuestro
alcance.
Ese
es el cuadro: el cuadro de una idea, de un ideal y la acción
resultante hacia esa idea. La mente crea la idea y luego trata de
actuar aproximándose a esa idea. Por eso hay una separación, y
estamos siempre tratando de construir un puente sobre esa brecha.
Pero nunca lo conseguimos, porque la idea es estable, la hemos creado
firmemente, la hemos fijado; pero la acción tiene que ser variada,
cambiante, en constante movimiento, por las exigencias de la vida. Y
así siempre hay conflicto.
Y
aunque nos demos cuenta de todas estas tremendas tensiones, de estas
desquiciadoras exigencias, nunca nos hemos preguntado si es posible
vivir en este mundo sin conflicto. ¿Es posible? Creo que sólo es
creativa la mente que no tiene un sólo movimiento de conflicto. No
me refiero a la creatividad de los poetas, los pintores, los
arquitectos, etc. Pueden ellos tener ciertos dones, cierta capacidad;
ocasionalmente pueden ver un destello de algo y expresarlo en el
mármol, escribir un poema o diseñar un edificio; mas no son
verdaderamente creadores, porque siguen en guerra dentro de sí
mismos y con el mundo; los arrastran sus ambiciones, sus celos, sus
odios y aversiones, como al resto de nosotros. Mientras que, para
encontrar a Dios o como queráis llamarlo, para hallar, para
descubrir realmente si existe tal cosa, la mente ha de estar del todo
libre de conflicto. Todo esto requiere enorme trabajo; y tal vez
algunos de nosotros, los más viejos, estemos ya acabados, agotados.
Podemos estarlo, o no estarlo.
No
sé si habéis visto las pinturas en las cuevas de la Dordoña, de
diecisiete mil años de antigüedad. Los colores son muy vivos,
porque ni el viento ni la lluvia, entran allí nunca. Pintan al
hombre luchando con animales, caballos, toros con bellos cuernos; y
están llenos de un extraordinario movimiento. Pero la lucha es la
misma.
La
cuestión es, pues: ¿qué vamos a hacer con respecto a todo esto? Y
tenéis que responder a esta pregunta porque sois vosotros los que
sufrís, los que estáis en conflicto. No podéis poneros cómodos y
esperar a que responda algún otro. Y esto no tiene realmente nada
que ver con la edad, como sabéis; no es cuestión de si sois viejos
o jóvenes.
Para
presentar el problema de otro modo: vivir es actuar. No podéis vivir
sin acción. Todo gesto, toda idea, toda onda de pensamiento, es
acción; y toda acción hace surgir una reacción, y de esa reacción
viene más acción. De modo que toda nuestra acción es reacción; y
estamos atrapados en esto. Ahora bien, ¿es posible vivir con una
extraordinaria abundancia de acción que no tenga raíz alguna en el
conflicto? Esa es la cuestión, y espero que la estaré exponiendo
claramente
INTERLOCUTOR: Creo que
eso nos sucede ocasionalmente; viene y se va, a pesar de nosotros
mismos, como el viento en los árboles, o la brisa entre las hojas
muertas.
KRISHNAMURTI Es decir,
ocurre ocasionalmente, y queda el recuerdo, y surge el deseo de que
se repita; y así vuelve a haber conflicto. ¿Veis esto? Tengo una
experiencia deliciosa al contemplar una bella nube, un hermoso
rostro, una dulce sonrisa, y ello ha dejado una impresión de placer,
de gozo, de éxtasis. Y quiero que se repita otra vez, y el conflicto
empieza. Por favor, seguid esto hasta el fin, y veréis algo por
vosotros mismos
INTERLOCUTOR: El
conflicto arranca del querer.
KRISHNAMURTI: ¿Es así?
¿Qué hay de malo en querer algo hermoso?
INTERLOCUTOR: Querer
que vuelva otra vez, es lo que quiero decir.
KRISHNAMURTI: Un minuto,
señor. Todo querer es querer de nuevo. No habría querer alguno si
no se hubiera probado previamente, si no hubiera recuerdo previo.
Todo querer es un nuevo reconocimiento de lo anterior.
INTERLOCUTOR: ¿Y qué
hay sobre nuestro deseo de Dios?
KRISHNAMURTI: Es la misma
cosa ¿no es así? Querer una mujer, un niño, ver una bella puesta
de sol o querer a Dios, y querer la repetición de la experiencia,
todo es ciertamente lo mismo. Creo que no veis esto.
INTERLOCUTOR: Es la
resistencia del querer lo que crea la contradicción.
KRISHNAMURTI: El querer
origina conflicto, y toda forma de resistencia lo engendra; pero ¿es
ésa la cuestión? Después de todo, el permanente lamento del
artista es que él ha conocido este destello ocasional de belleza, y
quiere captarlo; lucha pues con eso, se entrega a las mujeres, a la
bebida, etc. Y nosotros hacemos lo mismo; vivimos en el pasado, los
‘felices días que se fueron’, la añoranza de personas y
recuerdos, todas las cosas que queremos volver a captar. Hay el deseo
y hay la resistencia a ese deseo; pero ¿es ésa la cuestión? Todos
los santos han dicho: ‘eliminad el deseo’; os dicen que le
volváis la espalda, que lo ahoguéis, que lo dominéis, que no seáis
apasionados. Mas ¿es ésa la cuestión que estamos tratando?
INTERLOCUTOR: No creo
comprender el deseo.
KRISHNAMURTI: ¿Es ese el
problema? Mirad, señores, cuando habéis tenido una experiencia y
queréis más de ella, continuarla, ¿no habéis creado un problema?
Tanto si resistís como si cedéis ¿no habéis creado un problema?
Hemos creado el problema de cómo mantener cierto estado ¿no es así?
¿Es esto? Ahora bien, ¿qué es un problema? Un problema, por
cierto, es algo que no hemos comprendido. Cuando he comprendido algo,
el problema cesa. Para un mecánico, algún fallo en un automóvil no
es problema real, sabe lo que hay que hacer. Aquí no sabemos qué
hacer, y el no saber es un problema. No podemos destruir el deseo,
eso seria demasiado espantoso, demasiado estúpido; sería la
vulgaridad del santo lamento si esto os choca. Y la resistencia
es una forma de represión, ¿verdad?
Y
¿qué hay que comprender sobre el deseo? No mucho. Sabéis qué son
los deseos y cómo surgen; y conocéis también la resistencia, y
cómo se produce: por nuestra educación, nuestras tradiciones,
nuestro trasfondo, por la actividad de ‘esto es bueno y eso es
malo’, por el sentimiento de que tengo que ser respetable a toda
costa y que mi respetabilidad debe ser reconocida por la sociedad.
Todo eso lo sabéis.
¿Podemos
ahora seguir un poco más? ¿Qué es un problema? ¿Qué es lo que
crea un problema?
INTERLOCUTOR: El
recuerdo de la experiencia.
KRISHNAMURTI No podéis
separar de vosotros la experiencia, ¿verdad? Eso sería morir,
cerrar los ojos a la vida, volveros insensibles. El vivir es
experiencia. Escuchar todo esto, mirar por la ventana, todo ello es
experiencia. Pero en nosotros, cada experiencia deja su residuo como
memoria, la cicatriz del recuerdo. ¿Estáis siguiendo esto? La
memoria es pues el problema, no el deseo ni la resistencia. ¿Puede
pues la mente vivir en un estado de vivencias, sin dejar un residuo
como memoria?
Podéis
comprender esto verbalmente, pero en realidad es una cosa
extraordinaria penetrarlo; requiere una enorme vitalidad y energía.
La mente no puede eludir la experiencia, pero todos tratamos de
escapar de una experiencia vital. Aceptamos las cosas como están;
hacemos más gruesos los muros de la creencia; nos negamos a ver que
el mundo es uno, que la Tierra es vuestra y mía; la hemos dividido
en británica, europea, India, rusa; y permanecemos, paralizados,
dentro de esos muros. Así pues, rehusamos la experiencia porque en
realidad no queremos ningún cambio; cultivamos la memoria,
acrecentándola en vez de vaciarla.
La
cuestión es pues: ¿puede la mente recibirlo todo sin que deje una
huella? No podéis decir si es posible o no lo es. Pensadlo, por
favor. Porque sólo la mente que experimenta, que ve, que observa,
que vibra, está viviendo. Una mente no está viviendo cuando está
cargada de siglos de memoria, que es lo que llamamos conocimiento,
tradición. Y sin embargo, no podemos eliminar el conocimiento; tiene
que estar ahí, porque si no, no sabríais como volver a casa. Pero
¿podemos vivir sin la interferencia del pasado?
INTERLOCUTOR: El
problema es que para impedir que la memoria deje su huella en la
mente, tenemos que estar llenos de un enorme interés por cada una de
nuestras experiencias.
KRISHNAMURTI: Por favor,
señor, fijaos en lo que habéis dicho: ‘tenemos que’. El
‘tenemos que’ ya ha sembrado la semilla del conflicto ¿no es
así?
INTERLOCUTOR: Quizá
debería haber dicho: ¿cómo puede producirse este interés?
KRISHNAMURTI: Para
obtener la respuesta correcta, tenéis que hacer una pregunta
correcta. ¿Es correcta vuestra pregunta?
INTERLOCUTOR: Es más
bien: ¿Por qué no estoy interesado?
KRISHNAMURTI: Ya sabéis,
es como dar el correcto tono en un violín. Sólo podréis lograr el
tono correcto cuando la cuerda tenga la tensión justa. ¿Hacéis
vuestra pregunta con la tensión justa? No me refiero a un estado de
conflicto, sino a la tensión justa. Si lo miráis, vos mismo lo
contestaréis. Tal vez la pregunta misma que hacéis os impide
descubrir por vos mismo. ¿Veis esto? Lo voy a decir de otra manera.
Veo
de hecho, visualmente, el conflicto en el mundo y en mí mismo. Hay
contradicción dentro y fuera. Y el esfuerzo para hacer algo sobre
ello para ser pacífico, para evitar todo sufrimiento- implica
conflicto. Todo mi ser está empujado en distintas direcciones, y así
hay contradicción conmigo mismo. Este es el hecho ineludible.
¿Seguís esto? Y el querer hacer algo con respecto al hecho, es la
reacción de tratar de eludirlo, de repudiarlo, de resistirlo, de
trascenderlo, ¿verdad? Así, el deseo, el apremio, el impulso de
hacer algo sobre ello, es el problema. Pero si el hecho está ahí, y
veis que no podéis hacer nada sobre él, entonces el hecho da la
respuesta. ¿Hay entonces problema?
7 de mayo de 1961
IV
HEMOS estado hablando
sobre la mente nueva, y estoy seguro de que ella no puede producirse
por ninguna forma de voluntad, por ningún deseo o mediante ninguna
intención o designio del pensamiento. Pero me parece que, si podemos
comprender los diversos factores que impiden que este estado se
manifieste, entonces tal vez podamos descubrir por nosotros mismos lo
que es la naturaleza de la mente nueva. Quisiera pues discutir con
vosotros una cuestión que puede ser algo complicada, mas espero que
podamos penetrar en ella plenamente, y si es necesario continuarla la
próxima vez.
No
sé si alguna vez os habréis preguntado por qué existe esta
compulsiva tendencia a comprometerse en cierta clase de pensamiento,
a pertenecer a algo, a identificarse con una idea, a comprometerse en
cierta clase de acción. Se consagra uno por ejemplo al comunismo, y
se identifica por completo con esas ideas, con esas actividades.
Puede uno ver por qué hace esto; es porque uno espera finalmente que
se realice la utopía, y todo lo demás. Pero eso es sólo una
explicación superficial. Creo que hay una razón psicológica mucho
más profunda para que cada uno de nosotros quiera pertenecer a algo:
a cierta persona, a un grupo, a ciertas ideas e ideales. Y acaso
podamos examinar la naturaleza íntima de este impulso. ¿Qué es,
exactamente?
Creo,
ante todo, que existe el deseo de actuar. Queremos producir alguna
clase de reforma, cambiar el mundo de acuerdo con cierto modelo. Hay
el sentir que tenemos que hacer algo juntos, que tiene que haber
acción cooperativa. Y en ciertos niveles para mejorar los
caminos, para lograr mejores instalaciones sanitarias, etc.- es quizá
necesario que nos dediquemos a determinada idea. Pero si uno inquiere
más hondamente, comienza a descubrir ¿no es verdad?,- que
existe este impulso a identificarnos con algo para tener un
sentimiento de certeza, de seguridad.
Estoy
seguro de que todos conocemos mucha gente que se ha comprometido con
un determinado partido político, o a una determinada norma de
acción, o con cierto grupo de pensamiento religioso. Y pasado un
tiempo comienzan a encontrar que eso no les satisface, por lo que lo
dejan y adoptan alguna otra cosa.
Creo
que es importante descubrir por qué existe este impulso. ¿Por qué
es que nos entregamos a algo o a alguien? Pienso que si investigamos
esto podremos abrir la puerta de todo el problema del miedo.
La
mente, por cierto, siempre está buscando seguridad, permanencia.
Busca permanencia en las relaciones con la esposa, con el marido, con
los hijos, en una idea, en el conocimiento y la experiencia. Y cuanto
más experiencia tenemos y más conocimientos acumulamos, mayor es la
sensación de seguridad. Y, si se me permite decirlo así, una cosa
es escuchar las palabras que se están diciendo y otra muy distinta
experimentar lo que esas palabras expresan. Me limito a describir la
naturaleza de nuestras propias mentes; y si uno no se da cuenta de
sus propios pensamientos y actividades, la descripción llega a ser
una cosa muy superficial. Pero si, sobrepasando las palabras, empieza
uno a comprenderse, a ver cómo uno está de hecho buscando
seguridad, y lo que ello implica, entonces eso tendrá extraordinaria
importancia. Satisfacerse meramente con palabras y explicaciones,
como hace la mayoría de nosotros, me parece del todo fútil. Ningún
hombre hambriento se satisface con la palabra ‘alimento’.
¿Podemos
pues entrar en toda esta cuestión del miedo pero no en qué
deberíamos hacer a su respecto? Podemos volver a esto después, y
acaso no sea siquiera necesario. ¿Por Qué surge el temor? ¿Y por
qué está la mente buscando siempre seguridad, no sólo
materialmente, en lo externo, sino interiormente?
Hablamos
sobre ‘lo externo’ y ‘lo interno’; pero, para mí, todo es un
solo movimiento, que se expresa tanto interior como exteriormente. Es
un movimiento que sale y entra, como una marea. No existe eso de un
mundo externo y un mundo interno, y la separación de los dos es
producir una división, un conflicto. Mas, para comprender la marea
hacia dentro, el movimiento interno, hay que comprender también el
movimiento hacia fuera. Y si uno se da cuenta de las cosas
exteriormente, y si no hay reacción para las otras en forma de
resistencia, de defensa o evasión, entonces se podrá ver que el
mismo movimiento va hacia dentro muy honda y profundamente; pero la
mente sólo puede seguirlo si no hay división.
Si
lo pensamos un poco, podemos ver que la mayor parte de las personas
llamadas religiosas separan lo externo de lo interno; la actividad
exterior se considera en gran parte superficial, innecesaria y hasta
mala, y la interior se considera muy importante. Y así hay conflicto
en el que hemos indagado bastante a fondo el otro día. Ahora
investigamos la cuestión del temor, no sólo el miedo causado por
acontecimientos exteriores, sino también por las internas exigencias
y compulsiones, la eterna búsqueda de certeza. Es evidente que toda
experiencia es una búsqueda de certeza. Una experiencia de placer
nos hace querer más de esa experiencia, y el ‘más’ es esta
necesidad de estar seguros en nuestros places. Si amamos a alguien,
queremos estar bien seguros de que el amor es correspondido, y
tratamos de establecer una relación que nosotros por lo menos
esperamos que será permanente. Toda nuestra sociedad se basa sobre
esas relaciones. Pero ¿hay algo que sea permanente? ¿Lo hay? ¿Es
permanente el amor? Nuestro constante deseo es hacer permanente la
sensación ¿no es así? Y lo que no puede hacerse permanente, que es
el amor, nos elude. No sé si me estoy expresando claramente. Tomemos
la cuestión de la virtud. El cultivo de la virtud, el deseo de ser
virtuoso de modo permanente, es en esencia el deseo de estar seguro.
Y ¿es jamás permanente la virtud? Por favor, señores, no os
limitéis a asentir con la cabeza, sino seguid esto efectivamente en
vosotros mismos.
Digamos:
uno está enojado, o siente que carece de bondad, de simpatía, de
afecto. Al cultivar la calma, la tolerancia, espera uno producir un
estado de virtud, siendo entonces la virtud simplemente un artículo
de conveniencia, un medio para alguna otra cosa. Y, por cierto, la
virtud, la bondad, no es en absoluto cultivable. La bondad, como la
humildad, sólo surge cuando hay plena atención, sin tratar de ganar
nada con ella. Tomad la cuestión de ser amado o de amar. ¿Es
posible para la mente ambiciosa amar o ser amada? El empleado que
quiere llegar a gerente, el llamado santo que quiere realizar a Dios,
son ambiciosos, están ocupados en sus propios logros; y una mente
así ciertamente no puede conocer el amor. La mente que quiera
comprender la naturaleza de la palabra que llamamos ‘amor’ tiene
desde luego que estar libre de todo ese sentido de seguridad que
nos hace esencialmente vulnerables. Así pues, ¿es jamás posible
estar realmente libre de miedo?
Queremos
estar seguros en este mundo, materialmente, y queremos estar seguros
en nuestra respetabilidad, en nuestras ideas; queremos que se nos
diga qué nos ocurrirá después de la muerte; y nuestra mente está
siempre persiguiendo si la observáis- este deseo de estar
seguro. Y no veo cómo puede la mente estar libre del temor, con
todas sus frustraciones, mientras esté buscando seguridad. Es
evidente que tiene que haber cierto grado de seguridad física;
tenemos que saber de dónde ha de venir nuestra próxima comida,
saber que tenemos algún sitio en que dormir, algunas ropas y todo lo
demás; y una sociedad medianamente decente trata de proveer todo
eso. Probablemente dentro de unos cincuenta años todo el mundo
tendrá alguna forma de seguridad material. Esperemos que sea así,
pero eso no hace al caso por el momento. Mas nosotros queremos estar
seguros, tanto en nuestras acciones como interiormente; ¿y no es esa
la causa del temor?
El
miedo está siempre con nosotros, ¿no es cierto? Miedo de la
oscuridad, de nuestro vecino, de la opinión pública, miedo de
perder la salud, de no tener capacidad, miedo de ser un nadie en este
mundo monstruoso, adquisitivo, agresivo; miedo de no llegar, de no
alcanzar cierto estado de suprema dicha, de gloria, de no alcanzar a
Dios o lo que sea. Y, desde luego, existe el miedo final de la
muerte. Por el momento, no discutimos la muerte, sino que sólo
tratamos de ver, de poner al descubierto el miedo. Obviamente el
miedo siempre existe en relación con alguna otra cosa. No existe el
miedo por sí mismo, per se. Hay docenas de temores, todos en
relación con algo. Y ¿es posible permanecer completamente solo, es
posible que la mente esté sola por completo sin aislarse, sin
levantar murallas, torres de marfil, en torno suyo? Una mente está
sola cuando ya no busca seguridad. ¿Y puede ella liberarse así por
completo de todo temor?
Como
veis, el tiempo está implicado en el temor. ¿Entraremos un poquito
en esto? El tiempo, como ayer, hoy y mañana, es un factor del miedo.
Voy envejeciendo, y la muerte me aguarda, desde ahora hasta todos los
‘mañana’. Y el pensamiento de la muerte es el del miedo. ¿Habría
miedo a la muerte, a una terminación, si no hubiera pensamiento del
mañana, del futuro? No aceptéis lo que digo, por favor. Aceptar una
explicación carece de valor. Si de hecho habéis penetrado en esta
cuestión del temor por vosotros mismos, tenéis que haber puesto al
descubierto el problema del tiempo, que incluye, no sólo el mañana,
sino también el pasado lo cual significa ¿no es así?
experiencia. ¿Puede la mente estar tan sola, tan totalmente alejada
del pasado y del futuro, que no esté en absoluto encerrada en el
campo del tiempo?
La
mente busca seguridad ¿no es así? mediante la identificación con
una idea, con una creencia, con una determinada clase de acción,
haciéndose partícipe de un grupo, de la cristiandad, del hinduismo,
del budismo, de esto o aquello; y todo esto le impide estar sola. A
la mayor parte de nosotros nos asusta terriblemente estar solos. Por
consiguiente, existe el conflicto que surge de la contradicción, y
la raíz de esta contradicción es el ansia de realización. Hay pues
esta constante ansia de realizar, de ser, de llegar a ser algo
permanente; y allí está la cuestión del tiempo. Todos estos son
los factores del miedo, y no creo que haya ninguna necesidad de
entrar en más detalles.
Ahora
bien, habiendo visto la totalidad del cuadro, su sentido total, surge
la pregunta: ¿puede la mente deshacerse de todo temor? Esto
significa, en realidad, si se lo puede decir así sin ser mal
entendido- ¿puede uno estar solo, sin relaciones? ¿Puede haber una
soledad que no sea meramente un opuesto del conflicto de la
contradicción que crean las relaciones? Creo que es en esa soledad
que hay verdadera relación, y no en lo otro. En la soledad no hay
temor.
Después
de todo, el hombre ha abordado durante siglos este problema del
temor, y no estamos libres de él. Y las formas extremas del miedo
llevan a diversas formas de neurosis, etc. Ahora la cuestión es:
¿podemos, vosotros y yo, viendo todo esto, quedar enteramente libres
del miedo, en el instante, no hipnotizándonos y diciendo: ‘Ahora
estoy libre de temor’? Porque esto sería simplemente tonto. El ver
la totalidad del miedo significa esencialmente ¿no es cierto? un
estado de ‘no ser’.
INTERLOCUTOR: Me
parece estar aterrorizado de verme forzado hacia circunstancias como
la de vivir en alguna gran ciudad o trabajar en una fábrica, donde
no hay nada que yo pueda amar o me parezca que vale la pena.
KRISHNAMURTI: ¿Qué
queréis hacer con respecto a eso, señor? Tengo que trabajar de la
mañana a la noche, por ejemplo, en una oficinita de Londres, con un
jefe desagradable; ir todos los días en autobús o subte al trabajo:
la rutina, la gente extremadamente fastidiosa, lo horroroso de todo
ello. ¿Qué debo hacer? Las circunstancias me fuerzan a hacer
aquello. Tengo una responsabilidad: la esposa, los hijos, la madre y
todo lo demás. No puedo marcharme, escaparme a un monasterio, cosa
que sería otro horror: la rutina de levantarse todas las mañanas a
las dos, de recitar las mismas viejas oraciones a las mismas viejas
divinidades, y todas esas cosas. En este mundo de rutina, de
fastidio, de suciedad y miseria, hacemos todo lo posible para
escapar; todos preguntamos: ‘¿qué puedo hacer para salir de
esto?’
Ante
todo, se nos educa mal: nunca se nos educa para amar lo que hacernos.
Estamos pues atrapados y no podemos escapar; y por eso preguntamos,
‘¿qué haré?’ ¿Es así, señores? Escapar hacia el
romanticismo, hacia las creencias, iglesias, organizaciones, ideas de
utopía, es evidentemente absurdo. Veo lo fútil que es, y por lo
tanto lo desecho. Ya no hay la tentación de escapar y quedo con el
hecho, el hecho brutal, duro. ¿Qué voy a hacer? ¡Decídmelo,
señores!
INTERLOCUTOR:
Ciertamente, no podéis hacer nada sobre ello.
KRISHNAMURTI: Señores
¿hemos vivido alguna vez con algo, sin ninguna resistencia? ¿He
vivido alguna vez con mi cólera, sin resistencia? cosa que no
es lo mismo que aceptarla, ya que esto implica meramente continuarla.
Vivir con el enojo, conocer toda su naturaleza interna; vivir con la
envidia, sin tratar de superarla, de reprimirla o transformarla, ¿lo
habéis intentado alguna vez? ¿Habéis tratado alguna vez de vivir
con algo realmente hermoso, un cuadro, una vista encantadora, una
magnífica montaña con una vista soberbia? Y, ¿qué pasa si vivís
con ello? Pronto os acostumbráis, ¿no es así? Lo veis por primera
vez y os da cierta sensación de libertad, cierta percepción, y os
acostumbráis a eso; después de unos días, se disipa. Mirad los
campesinos en todas partes del mundo, viviendo en medio de
maravillosos paisajes. Se han habituado a ellos. Y la miseria de las
ciudades en todo el mundo, la suciedad, la mugre, la fealdad, la
crueldad, la espantosa brutalidad que implican: a eso también nos
acostumbramos. Vivir con la belleza o con la fealdad, y no caer nunca
en el hábito: eso requiere una asombrosa energía ¿no es así? No
dejarse dominar por la fealdad ni embotar por la belleza, sino poder
vivir con ambas, requiere sensibilidad y energía extraordinarias. Y
¿puede uno hacerlo? Por favor, pensadlo un poco, señores.
El
problema de la energía es muy complicado. El alimento no da la
energía de que estoy hablando. Da una energía de cierta clase; pero
el vivir con algo, vivir con el amor, requiere una clase de energía
del todo diferente. Y ¿cómo conseguirá uno esta energía, que es
en esencia la energía, la naturaleza de la mente nueva? Por cierto,
uno la consigue cuando no hay temor, cuando no hay conflicto, cuando
no queréis ser algo, cuando vivís totalmente, en forma anónima.
Pero
¿de qué sirve que hable de todo esto? Implica una extraordinaria
percepción de la búsqueda externa e interna de seguridad, y la
mayoría de nosotros estamos demasiado cansados, somos demasiado
viejos, estamos comprometidos a vivir en el pasado, o con nuestro
trabajo, o en alguna oscura celda de nuestro ser. ¿Qué vamos pues a
hacer?
Volvamos
a nuestra primera pregunta: ¿puede la mente liberarse, al momento,
de todo el impulso de la búsqueda de seguridad? ¿Puede uno vivir en
un estado de completa incertidumbre, sin volverse loco?
INTERLOCUTOR: Si uno
tiene un trabajo que le agrada mucho, ¿hay miedo también en eso?
KRISHNAMURTI: Sí, señor,
porque podéis perder vuestra capacidad. Ya sabéis, la capacidad es
una cosa terrible; os brinda un excelente escape. Si sois un buen
pintor, un buen orador, si tenéis la capacidad de combinar palabras,
de escribir, si sois un hábil ingeniero o tenéis siquiera algún
don, ello os da un extraordinario sentido de seguridad, de confianza
propia, en este mundo competidor y adquisitivo. Y si no tenéis
confianza en vuestras propias habilidades os sentís completamente
perdidos. Pero por cierto, para hallar a Dios o cualquier nombre que
os guste darle, la mente ha de estar por completo vacía, ¿no es
así? Tiene que estar libre de conocimientos, de experiencia, de
capacidad, y por lo tanto de miedo; debe ser completamente inocente,
fresca y joven.
INTERLOCUTOR: Eso
parece ser el fin total de mí mismo, tal como me conozco.
KRISHNAMURTI:
Ciertamente, señor, eso es así. No sé si habéis tratado de vivir
todo un día tan completamente que no haya ni ayer ni mañana. Eso
requiere mucha comprensión del pasado. El pasado no es sólo la
palabra, el lenguaje, el pensamiento, sino también el mirar
retrospectivamente hacia el ayer con todas sus raíces en el
presente. Dejar al pasado irse por completo los errores
cometidos, las cosas falsas que uno ha dicho, las cosas
perjudiciales, el daño que uno ha hecho- dejar que se vayan todos
los places, dolores y recuerdos: no sé si lo habéis intentado
alguna vez, simplemente dejar eso. Y no se puede dejar eso si hay
pesar o placer en las cosas recordadas. Intentadlo algunas veces, no
porque yo lo diga, ni porque esperéis conseguir una recompensa o
tener alguna maravillosa experiencia: esto sería un intercambio, un
trueque. Pero es realmente muy extraordinario que la mente, que es
resultado del tiempo, quede por completo atemporal.
INTERLOCUTOR: ¿El
hábito constituye gran parte de aquello de que habláis,
seguramente?
KRISHNAMURTI: Como
sabéis, tenemos que descubrir. No estoy tan sólo contestando
preguntas, estamos discutiendo. Y vemos que la mente está siempre
ocupada. En la mayoría de nosotros eso es así. Está ocupada con la
enseñanza, con los bebés, con la casa, con el empleo; está ocupada
con sus propias vanidades y virtudes ya sabéis las cosas
innumerables en que se ocupa. Y la ocupación denota hábito. Ahora
bien, ¿por qué tiene que estar ocupada la mente? Ya sea que esté
ocupada con el sexo, o con Dios, o con la virtud, es exactamente lo
mismo. No hay ocupación noble o innoble, ¿no es así? No sé si
realmente lo veis. La mera sustitución de la ocupación no es
librarse de ella. Así pues, ¿por qué tiene que estar ocupada la
mente?
INTERLOCUTOR: Puede
ser un modo de evadirse.
KRISHNAMURTI: Sí, señor,
es evasión, desde luego; pero, como veis, las explicaciones no nos
llevan muy lejos. Avanzad un poco más, señor. Penetrad en ello.
INTERLOCUTOR: ¿No es
el miedo?
KRISHNAMURTI: Puede uno
seguir indefinidamente añadiendo más y más expiaciones: evasión,
miedo, codicia. Y luego ¿qué? No es que yo me ponga cínico o sea
brutal o rudo. Hemos dado explicaciones: pero la mente no está libre
de ocupación.
INTERLOCUTOR: Porque
la veinte es ocupación.
KRISHNAMURTI: Decís que
la mente es ocupación, lo que significa, ¿verdad? que la mente que
no esté ocupada, activa, pensando, funcionando, inquiriendo,
respondiendo, planteando cuestiones todos estos son síntomas
de la mente- no es una mente, ¿no es así? La palabra ‘puerta’
no es la puerta, y la palabra ‘mente’ no es la mente. ¿La mente
se considera a sí misma como ocupación, o es que hay una mente que
dice, ‘estoy ocupada’?
Quiero
descubrir por qué insiste la mente en estar ocupada. ¿Por qué
decimos que si la mente no está ocupada, activa, buscando,
defendiendo, teniendo ansiedad, miedo, culpa, no es una mente? Si
todas esas cosas no están ahí, ¿no hay entonces mente?
INTERLOCUTOR: Esas
cosas son la mente en un nivel, pero no toda la mente.
KRISHNAMURTI: La
ansiedad, la culpa, el miedo, las reacciones, eso es lo único que
conocemos, ¿verdad? Y ¿qué es la totalidad de la mente, tal como
la conocernos? La totalidad de la mente, como la conocemos, es lo
inconsciente y lo consciente. Retrocedamos un poco. ¿Por qué está
la mente ocupada? Y ¿qué pasaría si la mente no estuviera ocupada?
INTERLOCUTOR: Si la
mente no está ocupada, hay atención profunda.
KRISHNAMURTI: No ‘si’,
porque eso es especulación. Como veis, no penetramos.
INTERLOCUTOR: La mente
está siempre reaccionando a varios estímulos. Ese es el proceso de
estar ocupada.
KRISHNAMURTI: Muy bien,
señor, muy bien. ¿Habéis tratado alguna vez de no tener
pensamiento alguno? Porque todos los pensamientos son ocupación con
una cosa u otra.
INTERLOCUTOR: Es
imposible intentarlo, porque si la mente está vacía no puede uno
hacerlo.
KRISHNAMURTI: ¡No, no,
señor! De nuevo, no es cuestión de ‘si’; y no quiero decir
‘intentar’ en ese sentido. Nos aprisionan las palabras. ¿No os
ha ocurrido alguna vez que el pensamiento ha llegado a terminarse? No
simplemente terminar un pensamiento porque lo habéis arrojado para
que muera. No quiero decir eso. Pero cuando hay pensamiento hay
ocupación. El pensamiento pone en marcha el hábito; cosa que nos
retrotrae al hecho de que el pensamiento es temor ¿Habéis mirado
jamás alguna cosa sin pensamiento? No me refiero a un estado de ‘en
blanco’. Todos estáis ahí, plenamente atentos, todo vuestro ser
está ahí. ¿Habéis mirado alguna vez algo en ese estado, en el
cual no hay pensamiento? ¿Habéis mirado jamás una flor sin
nombrarla, sin decir cuán hermosa es, que precioso color tiene,
etc.? Ya sabéis cómo la mente parlotea. ¿Habéis mirado algo sin
ningún juicio, sin ninguna valoración?
Como
veis, si podemos mirar el miedo sin ninguna resistencia, sin aceptar,
condenar ni juzgar, observando meramente cómo tiene lugar dentro de
uno, y viviendo con él entonces, ¿habría temor? Pero vivir con él
requiere enorme energía, de manera que la mente esté prestando toda
su atención.
Supongamos,
por ejemplo, que alguien me dice: ‘sois un hombre muy arrogante’.
Mucha gente me dice cosas, que soy esto o que soy aquello. Yo vivo
con cada afirmación que ellos hagan. Si me perdonáis por hablar un
minuto sobre mí mismo, yo vivo con eso, no lo resisto; no digo que
está bien ni que está mal. Y vivir con eso requiere atención, para
ver si es verdad. La atención es energía. La atención, la energía,
es todo el universo pero esto no viene al caso por el momento.
¿Puede uno vivir con ello, no desviarse, no falsearlo; no decir, ‘me
han dicho eso antes’, ‘yo no soy así’, o bien, ‘soy así y
tengo que cambiar’? ¿Seguís esto? ¿Acaso no es posible vivir con
lo agradable y lo desagradable, vivir con el sufrimiento tanto
si es un dolor de muelas como otra forma de sufrimiento-, vivir con
el temor, sin desequilibrarse? Como sabemos, queremos vivir con las
cosas agradables, las bellas experiencias que hemos tenido. Han
muerto y se han ido, pero nosotros queremos vivir con ellas por lo
tanto, sólo estamos viviendo con un recuerdo muerto. Con el
sufrimiento no queremos vivir. Queremos encontrar una salida. Pero
¿no es posible vivir con ambos, sin buscar una solución, sin buscar
una respuesta, y sin limitarse a consultarlo con la almohada? Come
veis, esto es meditación.
9 de mayo de 1961
V
HABLÁBAMOS la última
vez sobre el miedo, y si es siquiera posible que la mente se libre
del todo de él; no parcialmente, no de modo gradual, sino eliminarlo
por completo. Me gustaría, esta tarde, seguir investigando esto.
Nuestras
mentes son influidas de muchas maneras: por los libros que leemos,
por el alimento que tomamos, por el clima, la tradición, los
innumerables retos y respuestas. Todas estas impresiones forman el
condicionamiento de la mente. Somos el resultado de las influencias,
las llamadas buenas y las malas, las superficiales y las profundas,
las influencias no examinadas, no reconocidas, ignoradas. Y la
mayoría de nosotros no se da cuenta de este hecho. Cuando utilizo la
expresión ‘influencias ignoradas’, no me refiero a nada
misterioso. De hecho, no nos damos cuenta, cuando vamos en un autobús
o en el subte, de los ruidos, de los anuncios, de la propaganda en
los periódicos y en los discursos de los políticos, de todo lo que
está pasando. Y sin embargo somos moldeados por estas cosas; y
cuando empieza uno a darse cuenta de todo esto, causa un poco de
terror, de perturbación.
La
cuestión es, pues, si la mente es capaz de estar alguna vez
realmente libre de influencia, tanto de las influencias conscientes
como de las inconscientes. Todos sabemos que han estado ensayando,
creo que en Norteamérica, un método de publicidad en los cines, en
la radio y en otros medios el procedimiento de decir las cosas con
tal rapidez que la mente consciente no puede captarlo, pero sí la
inconsciente: la impresión queda. La han llamado publicidad
subliminal, y afortunadamente el gobierno la prohibió. Pero por
desgracia, aun cuando se ha puesto fin a una forma de ella, todos
somos esclavos de esta propaganda inconsciente, subliminal. Se la
transmitimos a nuestros hijos de generación en generación, y
estamos encerrados en el marco de la influencia.
Aquí
no estamos haciendo propaganda: seamos muy claros sobre esto. Para
mí, toda forma de influencia es destructiva para lo que es verdad.
Si la mente ha de ser libre alguna vez para descubrir lo
incognoscible, aquello que no puede medirse, que no es hecho por la
mente del hombre, entonces uno tiene que penetrar a través de todas
estas influencias. El miedo tiene sus raíces en la huella del
tiempo; y la bondad no puede florecer en el campo del tiempo. ¿Puede
uno pues investigar la influencia la de la palabra, de la
palabra ‘comunista’, de la palabra ‘creencia’ y la palabra
‘incredulidad’- y descubrir por sí mismo si la mente puede
liberarse de la palabra, del símbolo?
Creo
que es importante investigar esto, y me pregunto qué queremos decir
con la palabra ‘investigación’ ¿Cómo investigamos? ¿Cómo
penetra uno en las cosas? ¿Qué implica la investigación?
¿Escudriñáis conscientemente en el temor, en las diversas formas
de influencia, en el efecto hipnótico de la palabra? ¿Lo observáis
consciente, deliberadamente? Y cuando en efecto miráis así, ¿revela
ello algo? ¿O existe otra forma de ver, de mirar, de inquirir? Por
el ejercicio de la voluntad, por la incitación, por el deseo, la
compulsión para inquirir, para indagar ¿descubriréis algo sobre el
temor? ¿Descubriréis todas sus implicaciones? ¿Reuniréis
información sobre ello poco a poco, página por página, capítulo
por capítulo? ¿O comprenderéis todo el asunto de un golpe,
totalmente? Seguramente, existen las dos maneras de indagar, ¿no es
así? No sé si habréis pensado siquiera en ello. Existe el llamado
proceso positivo de ponerse deliberadamente a investigar toda forma
de temor, observando cada paso, cada palabra, dándose cuenta de todo
movimiento del pensar. Y es un proceso extraordinariamente
destructivo, ¿verdad?, este constante esfuerzo para descubrir. Es el
proceso analítico, introspectivo
¿Hay
otro modo de inquirir? Por favor, no estoy tratando de haceros pensar
en determinada dirección, que es lo que hace el propagandista. Pero
¿podemos ver por nosotros mismos qué es verdadero y qué es falso,
sin ninguna influencia, sin ninguna directiva verbal? ¿Podemos ver
la verdad en lo falso y ver lo que es verdadero como tal? La cuestión
es: ¿liberará a la mente de toda forma de temor el proceso
analítico de indagación? Y ¿es acaso posible estar libre de temor?
Existe el miedo autoprotector, físicamente, cuando tropezáis con
una serpiente, o un perro rabioso, o un autobús que va a embestiros.
Seguramente, esta forma de miedo autoprotector es saludable. Pero
toda otra forma de reacción protectora se basa en el temor. Y ¿puede
la mente, por medio de este proceso positivo de indagación,
desenredar todos los nudos, las modalidades y los medios del temor?
Creo
que deberíamos ver muy claramente, antes de seguir adelante, que
aquí no se trata de que aceptéis o no aceptéis lo que se está
diciendo. No inquirimos en términos de argumentación, sino que
tratamos de ver lo que es el hecho real. Si uno ve un hecho, no
necesita argüir sobre él o ser convencido.
La
cuestión es pues, si por el examen introspectivo, por la voluntad,
por el esfuerzo, podrá la mente liberarse, desentrañar las causas
del temor y salir de él.
Estoy
seguro de que habréis tratado de disciplinaros contra el temor o
racionalizarlo: el miedo a la oscuridad. miedo de lo que la gente
puede decir, miedo de docenas de cosas. Todos hemos probado la
disciplina, y sin embargo el temor está ahí. La resistencia no lo
eliminará. De modo que si el proceso positivo si es que puedo
usar esa palabra, porque ‘analítico’ no lo describe
suficientemente si el proceso positivo no es eficaz para
liberar la mente, ¿hay entonces otro camino?
No
uso la palabra ‘camino’ en el sentido de un movimiento gradual
que lleve a alguna parte, implicando una distancia de aquí hasta
allí. Es en el llamado camino positivo que existe lo gradual, el
espacio del aplazamiento, el ‘entretanto’, el ‘con el tiempo
llegaré’ y el ‘eso hay que conquistarlo tarde o temprano’, y
así sucesivamente. En ese proceso hay siempre un intervalo entre el
hecho de lo que es y la idea de lo que debería ser. Para mí, eso no
liberará para nada a la mente, porque implica tiempo, y el tiempo se
vuelve importantísimo. Para mí, el tiempo implica temor. Si no
hubiera eso del mañana o del ayer, ni todas las influencias del
ayer, que a través del hoy conducen al mañana cosa que
implica no sólo tiempo cronológico sino también psicológico, que
es la voluntad de alcanzar, de llegar, de conquistar- entonces no
habría temor, porque entonces sólo hay el momento viviente, la
brecha en que el tiempo no existe.
De
modo que el llamado enfoque positivo, la indagación, la actividad
positiva, es esencialmente la prolongación del miedo. No sé si
realmente comprendemos eso, no simplemente las palabras que estoy
diciendo, que no son importantes, sino el hecho real.
Ahora
bien, si el proceso positivo no es el factor que libera, entonces
¿qué es? Pero antes tenemos que comprender que la indagación sobre
qué es el factor que libera, no es meramente una reacción contra el
proceso positivo. Esto hay que verlo muy claramente. Por favor,
aguardad, esperad un minuto y observadlo. Estoy pensando en voz alta.
No he pensado todo esto de antemano. Tenemos que darnos tiempo unos a
otros para observarlo realmente.
Podemos
ver que la indagación que hemos llamado proceso positivo no libera a
la diente del temor, porque mantiene el tiempo: tiempo en forma de
mañana, que está moldeado por las influencias del pasado, actuando
a través del presente. No os limitéis a aceptar esto: vedlo. Si
veis su verdad o su falsedad, entonces vuestra ulterior indagación
no será una simple reacción contra el proceso positivo.
Ya
sabéis lo que quiero decir con la palabra ‘reacción’. No me
gusta el cristianismo por una docena de razones, de modo que me hago
budista. No me gusta el sistema capitalista, porque no puedo adquirir
inmensas riquezas, o por la razón que sea; así que, como una
reacción me hago fascista, comunista o alguna otra cosa. Como tengo
miedo, trato de desarrollar valor; pero esa sigue siendo una reacción
y por lo tanto está dentro del mismo campo del tiempo.
Así,
un hecho emerge de esto: que cuando veis algo como falso, cosa que no
es una reacción, entonces surge un nuevo proceso no un
proceso; nace una nueva semilla.
No
sé si me expreso claramente. Ante todo, para ver algo como falso o
para ver algo como verdadero, hace falta una mente muy alerta; una
mente que esté por completo libre de cualquier motivo.
Ahora
comprendemos qué queremos decir con ‘proceso analítico’; y si
uno ve su falsedad, o su verdad, o si ve la verdad en lo falso,
entonces ¿cómo vais a enfrentar el temor? Si no es ese el camino,
entonces tenéis que volverle la espalda por completo ¿no es así?
El volverle la espalda no es una reacción; carece de motivo; es sólo
que lo habéis visto como falso y por lo tanto os habéis apartado de
ello. Por favor, no sé si comprendéis todo esto. Creo que es muy
importante comprenderlo, porque entonces cortáis las raíces mismas
del esfuerzo y de la voluntad.
Así
pues, ¿cual es el estado de la mente que se ha apartado del proceso
analítico, con todas sus implicaciones? No os limitéis a escuchar
mis palabras, sino observad vuestras propias mentes.
INTERLOCUTOR: La mente
está en completa incertidumbre.
KRISHNAMURTI: Señores,
os ruego que no respondáis. Por favor, no le deis expresión verbal
aún. Esperad, por favor. No lo expreséis, ni aun a vosotros mismos,
porque es algo enteramente nuevo, ¿lo seguís? Y por lo tanto no
tenéis aún palabras para ello. Si ya tenéis las palabras, de hecho
no estáis observando todavía.
Corno
veis, ese estado es la revolución ¿no es así?, la rebelión que no
es una reacción, la rebelión con respecto a toda la tradición
sobre la manera de ser libres, de conseguir, de llegar. No sé si
captáis esto. Vamos a cambiarlo un poquito; dejadlo cocer lentamente
cierto tiempo.
Como
sabéis, la mayoría de nosotros sabemos lo que es sentirse ansioso,
sentirse culpable: ponerse ropas nuevas, cuando hay millones en
Oriente que no tienen ropa alguna; tomar una buena comida cuando
millones están hambrientos. Quizá, viviendo en un país próspero
donde estáis seguros desde antes de nacer hasta la tumba, no sabéis
lo que es ese sentimiento. Existe no sólo la culpa colectiva de la
raza, sino también la culpa de la familia, el nombre, el gran nombre
y el pequeño nombre, la culpa de los personajes muy importantes y la
de los nadie, y la culpa del individuo, las cosas malas que hemos
hecho, las que hemos dicho y pensado, la desesperación por todo
ello. Estoy seguro que todos conocéis esto. Y partiendo de esta
desesperación, hacemos las cosas más extraordinarias. Corremos por
acá y por allá, ingresamos en esto o lo otro, nos hacemos esto y
dejamos aquello, esperando todo el tiempo eliminar la íntima
desesperación. Y la desesperación también tiene sus raíces en el
miedo, y engendra muchas filosofías; y de esa manera pasamos a
través de muchas muertes. No hablo en forma dramática ni romántica.
Éste es el estado común por el que pasan todos, ya sea en forma
intensa o muy superficialmente. Cuando es superficial, acude uno a la
radio, toma un libro, se va a un cine o a una iglesia, o a ver un
desfile. Cuando es muy profundo, se llega a algún extremo y se
vuelve uno neurótico, o se suma a alguno de los movimientos
intelectuales nuevos y de moda.
Esto
es lo que está pasando en todo el mundo. Hemos negado a Dios, las
iglesias han perdido su sentido, la autoridad del sacerdote se ha
terminado. Cuanto más piensa uno, más depura la mente de todos
estos absurdos.
Tenéis,
pues, que hacer frente al temor, tenéis que comprenderlo. ¿Lo
seguís? Tenéis que descubrir. Porque no sólo existe el temor de la
muerte, el de las cosas que habéis hecho y las que no habéis hecho,
sino que está la desesperación, la ansiedad y la culpa que nacen
del temor. Todas éstas son expresiones del miedo. De modo que si la
mente no ha de deteriorarse, si ha de ser viviente, activa, rica,
tiene que eliminar el temor. Hasta que no hagamos eso, no creo que
podamos saber lo que significa amar ni lo que significa tener paz; no
la paz política y todo eso, sino un verdadero sentido de quietud
interna, no afectado por el tiempo, incorruptible; esto no tiene
relación con esa cosa llamada paz, que es concebida por la mente del
hombre.
Es
pues imperativo que la mente esté libre de miedo, porque es sólo la
mente libre la que puede descubrir si hay algo más allá. Podéis
llamarlo verdad, Dios o lo que queráis: eso es lo que el hombre ha
estado buscando por centurias, por milenios.
11 de mayo de 1961
VI
HEMOS estado hablando
sobre la completa liberación del temor; y es evidente que es en
realidad necesario estar libre de él, porque el temor crea tantas
ilusiones, tantas formas de autodecepción. Una mente que de alguna
manera está atada al temor, consciente o inconsciente, nunca podrá
descubrir qué es verdadero o qué es falso. Sin estar libre del
temor, la virtud tiene muy escaso sentido. Y quisiera discutir con
vosotros qué es la virtud: si existe siquiera tal cosa o si es
meramente un convencionalismo social que no tiene nada que ver con la
realidad. Creo que uno debe abordar el asunto comprendiendo la
necesidad de que la mente esté libre del temor. Cuando no hay miedo
en absoluto, ¿hay virtud? ¿Es la moralidad, la virtud, un mero
convencionalismo social que cambia de tiempo en tiempo? Para la
mayoría de nosotros, la virtud es una cualidad, una moralidad que
resulta de la resistencia, del conflicto; pero creo que la virtud
puede tener un sentido muy diferente si podemos dejar al descubierto
su significado.
Podemos
dejar de lado toda la moralidad social, que es más o menos
necesaria: como es el tener arreglada la habitación, el tener ropas
limpias; pero, fuera de esas cosas, la virtud o la moralidad es para
la mayoría de nosotros una máscara de respetabilidad. La mente que
se conforma, que obedece, que persigue la autoridad, los
convencionalismos, no es desde luego una mente libre; es mezquina,
estrecha, limitada. Tenemos pues que preguntar si la mente puede
jamás quedar libre de todas las formas de imitación. Y para
comprender este problema, tiene uno que eliminar realmente de la
propia mente toda clase de temor. La moralidad social se basa
esencialmente en la autoridad y en la imitación. De modo que, si
podemos, consideremos por el momento si la mente puede comprender las
limitaciones de la imitación, del ajuste a una norma. Y ¿es acaso
posible que la mente se ‘descondicione’ a sí misma?
Me
parece que la bondad, el florecimiento de la bondad, nunca puede
tener lugar cuando la mente es sólo respetable, ajustándose al
modelo social, a una norma ideológica o religiosa, ya sea impuesta
desde fuera o cultivada desde dentro. La cuestión es pues: ¿por qué
imita uno? ¿por qué se sigue, no sólo la norma social, sino
también la que uno ha establecido para sí mismo por la experiencia,
por la constante repetición de ciertas ideas, de ciertas formas de
conducta? Existe la autoridad del libro, la autoridad de alguien que
dice que sabe, la autoridad de la iglesia, y la autoridad de la ley;
¿y dónde va uno a trazar la línea que separe lo que se puede
seguir y lo que no debe seguirse?
Obedecer
la ley es evidentemente necesario, en el sentido de mantener la
derecha o la izquierda en la carretera, según el país en que uno
esté, etc.; pero ¿cuándo se vuelve la autoridad perjudicial, de
hecho un mal?
Al
entrar en todo esto puede uno ver ¿no es cierto? que la mayoría de
nosotros busca poder. En lo social, político, económico, religioso,
estamos buscando poder; el poder que da el conocimiento, el poder que
da la técnica; el poder extraordinario que uno siente cuando tiene
dominio completo sobre su cuerpo; el poder que da el ascetismo. Todo
esto, por cierto, es un proceso imitativo; es ajustarse a una norma
con el fin de obtener cierto poder, posición, vitalidad. Me parece
pues que, sin comprender toda la anatomía del poder, del anhelo, del
deseo de poder, la mente nunca podrá hallarse en ese estado de
humildad que no es la humildad inventada por el hombre.
Así
pues, ¿por qué sigue uno de alguna manera? ¿Por qué me seguís a
mí, al que habla, si es que seguís? Y ¿estáis siguiendo o
escuchando? Esos son dos estados por completo diferentes, ¿no es
así? Seguís si queréis lograr, llegar, o ganar algo que creéis
ofrece el que habla. Pero si el que habla ofrece algo, entonces en
realidad es un propagandista, no un, buscador de la verdad. Y si
seguís a alguien, ello significa evidentemente que estáis medrosos,
inciertos: queréis que se os anime, que se os diga como llegar, cómo
tener éxito.
Mientras
que si escucháis en realidad cosa que es enteramente diferente
de seguir la autoridad o buscar poder- entonces estáis escuchando
para descubrir lo que es verdadero y lo que es falso, y ese
descubrimiento no depende de la opinión, del conocimiento. Ahora
bien ¿cómo descubrís qué es falso y qué es verdadero, si estáis
escuchando? Desde luego, una mente que sólo arguye consigo misma o
con una persona que expone ciertas cosas, no está descubriendo lo
que es verdadero o falso. Uno no está escuchando en absoluto cuando
ese escuchar sólo provoca una reacción una reacción según
su conocimiento, la experiencia, la opinión, la educación, que
constituyen su propio condicionamiento. Tampoco escucháis cuando
hacéis un esfuerzo para descubrir lo que está diciendo la otra
persona, porque todo vuestro interés entonces está absorbido por el
esfuerzo. Pero si todos estos estados pueden dejarse de lado,
entonces existe el estado de escuchar, que es atención.
Atención
no es absoluto lo mismo que concentración. La concentración es
enfocar la mente sobre un punto determinado mediante el proceso de la
exclusión, mientras que la atención es plena comprensión. Hay
atención cuando no sólo escucháis al orador, sino también la
música sacra que están tocando en la vecindad, y el tráfico
afuera; hay atención cuando la mente está totalmente atenta, sin
frontera, y por lo tanto sin centro. Una mente así está escuchando;
y una mente así ve inmediatamente lo verdadero y lo falso, sin
reacción, sin ninguna forma de deducción, inducción y otros trucos
mentales. Está de hecho escuchando, y por lo tanto en ese mismo acto
de escuchar hay una revolución, hay una transformación fundamental.
Esa
atención, para mí, es virtud; es sólo en esa atención que la
sencilla bondad florece, la bondad que no es producto de la
educación, de la sociedad Y de todos los ajustes intelectuales de la
influencia. Y quizá, también, esa atención es amor; el amor no es
una virtud, tal como conocemos la virtud. Y donde hay tal amor no hay
pecado; entonces uno puede hacer lo que quiera; entonces está uno
más allá de las garras de la sociedad y de todos los horrores de la
respetabilidad.
De
modo que tiene uno que descubrir por sí mismo por qué sigue, por
qué acepta esta tiranía de la autoridad: la del sacerdote, la
autoridad de la palabra impresa, de la Biblia, de las escrituras
indias, y todo eso. ¿Puede uno rechazar por completo la autoridad de
la sociedad? No me refiero al rechazo producido por los ‘beatniks’1
del mundo; eso es meramente una reacción. Pero ¿puede uno ver
realmente que esta conformidad exterior a una norma es fútil,
destructiva para la mente que quiera descubrir lo que es verdadero,
lo real? Y si uno rechaza la autoridad exterior, ¿es posible también
rechazar la interior, la autoridad de la experiencia? ¿Puede uno
prescindir de ésta? Para la mayoría de nosotros, la experiencia es
la guía del conocimiento. Decimos: ‘sé por experiencia’, o, ‘la
experiencia me dice que tengo que hacer esto’; y la experiencia se
convierte en la propia autoridad interna. Y quizá ésta es mucho más
destructiva, mucho peor que la externa. Es la autoridad del propio
condicionamiento, y conduce a toda clase de ilusiones. El cristiano
ve visiones de Cristo y el hindú ve visiones de sus propios dioses,
cada cual según su propio condicionamiento. Y el hecho mismo de ver
esas visiones y de experimentar esas ilusiones, hace que él sea
altamente respetado y se convierta en un santo.
Ahora
bien, ¿puede la mente eliminar por completo el condicionamiento de
siglos? Después de todo, el condicionamiento es del pasado. Las
reacciones, el conocimiento, las creencias, las tradiciones de muchos
miles de ayeres, han contribuido a moldear la mente. Y ¿puede todo
ello ser eliminado? Considerad por favor seriamente esto, y no os
limitéis a rechazarlo diciendo simplemente: ‘no es posible’, o,
‘sí es posible, ¿cómo voy a hacerlo?’ El ‘cómo’ no
existe. El ‘cómo’ implica ‘mientras tanto. . .’; y una mente
que está interesada en el ‘mientras’ está realmente difiriendo.
Podéis creer que si bien la mente puede ser ‘reeducada’ para que
sea comunista o capitalista o lo que fuere cosa que sólo
implica una forma distinta de condicionamiento- es imposible estar
libre de todo condicionamiento. No sé si estáis siguiendo todo
esto, y si sois conscientes de vuestro propio condicionamiento, de lo
que implica, y si es posible estar libre o no de él. Mirad, el
condicionamiento es la raíz misma del temor; y donde hay temor no
hay virtud.
Para
entrar en esto realmente a fondo hace falta mucha inteligencia, y por
inteligencia quiero decir la comprensión de todas las influencias, y
el estar libre de ellas. La influencia es la causa del
condicionamiento. Se os ha educado para creer en Dios, en Cristo,
repitiendo cosas día tras día, mientras que en la India descartan
todo eso, porque han sido criados con sus propios santos y
dioses. La cuestión es pues si la mente, que ha sido influida por el
fuerte peso de la tradición, siglo tras siglo, podrá dejar de lado
todo eso sin esfuerzo. ¿Podéis salir de todo ello, de todo ese
trasfondo, tan libremente como podéis salir de este salón? Y, ¿no
es este trasfondo la mente misma? La historia de la mente es la
mente. No sé si me expreso con claridad.
La
mente es el trasfondo; la mente es la tradición; la mente es el
resultado del tiempo. Y al ver que no hay esperanza en sus propias
actividades, dice finalmente que existe la gracia de Dios y que debe
esperarla, aceptarla, recibirla lo que es otra forma de
influencia- y una mente así no es inteligente.
Así
pues, ¿qué va uno a hacer? Estoy seguro de que tenéis que haber
pasado por todo esto. Tenéis que haber experimentado con ello: no
aceptar, no confiar en la autoridad, no dejaros influir. Tenéis que
haber comprendido que la mente misma no puede hacer nada. Es su
propia esclava, ha creado su propio condicionamiento. Y toda reacción
a ese condicionamiento no hace más que aumentarlo. Todo movimiento,
todo pensamiento, toda acción que se desarrolla dentro de la mente,
está aún en el campo limitado de sus propios valores. Si uno ha
penetrado hasta ahí no teórica, no intelectual, no
verbalmente, sino de hecho- ¿qué pasa entonces? Espero
comprenderéis la cuestión. La cuestión es que para la mente que
quiera descubrir lo que es verdad y si existe algo que es
inmensurable e innombrable, tiene que cesar toda autoridad: la de la
ley tanto como la autoridad de la experiencia. Esto no significa que
yo conduzca el coche por el lado no permitido del camino. Significa
que la mente rechaza la autoridad de toda experiencia, que es el
conocimiento, que es la palabra; y que rechaza las formas
extraordinariamente sutiles de la influencia, la ‘expectativa para
recibir’, las esperanzas. Entonces la mente es en realidad
inteligente.
Penetrar
en uno mismo tan honda y completamente, es muy ardua tarea. Aplicarse
a cualquier cosa requiere energía, no esfuerzo. Y si uno ha llegado
hasta ahí, entonces ¿queda algo de la mente tal como la conocemos?
¿Y no es necesario llegar a ese estado? Porque ese, por cierto, es
el único estado creativo. Escribir un poema, pintar cuadros,
levantar un edificio, y todo eso, seguramente, no puede llamarse
creador en el verdadero sentido de la palabra.
Como
veis, percibe uno que la creación, eso que llamamos Dios, o verdad,
o como queráis llamarlo, no es para una minoría selecta. No es para
los que meramente tienen capacidad, un talento, como Miguel Angel,
Beethoven, o los modernos arquitectos, poetas y artistas. Creo que es
posible para todos, ese extraordinario sentimiento de inmensidad, de
algo que no tiene barreras, que no tiene límites, que no puede ser
medido por la mente ni expresado en palabras. Creo que es posible
para todos. Pero no es un resultado. Surge cuando la mente empieza
con la cosa mas próxima, que es ella misma, no cuando persigue lo
más lejano, lo inimaginable, lo desconocido. Lo que se lo va a
revelar es el autoconocer, la comprensión de sí misma; id a eso,
ved lo que es, no busquéis algo externo. La mente es cosa realmente
extraordinaria. Tal como la conocemos, es el resultado del tiempo; y
el tiempo es la autoridad: la autoridad de lo bueno y de lo malo, de
lo que se debe y de lo que no se debe hacer, de la tradición, de las
influencias, del condicionamiento.
¿Puede
pues la mente, vuestra mente, no hablo en forma personal-
descubrir por completo su condicionamiento, tanto el consciente como
el inconsciente, y salir de él? ‘Salir’ es sólo una expresión
verbal. Mas cuando la mente ve su condicionamiento y comprende toda
su operación, todo su mecanismo, entonces, de golpe, la mente está
en la otra orilla.
INTERLOCUTOR: ¿Percibe
uno el propio condicionamiento por las provocaciones, los retos de la
vida?
KRISHNAMURTI: ¿Veis
realmente algo por una provocación? Si reaccionáis ante una
provocación, ¿llamaríais a eso ver?
INTERLOCUTOR: Sugiero
que la clase de alerta o elevada percepción de que habléis se
experimenta a veces cuando uno está presenciando un accidente.
KRISHNAMURTI: ¿Acaso la
repentina impresión, el aguzamiento de la atención, os hace ver,
‘ver’ en el sentido que estamos discutiendo? Hablamos sobre el
condicionamiento y la percepción de ese condicionamiento. ¿Qué
significa esta percepción? ¿Tratáis de ver vuestro
condicionamiento sólo porque digo que si vuestra mente está
condicionada no podréis ver lo verdadero? ¿Esperáis que por el
hecho de ver vuestro condicionamiento habrá gloria eterna, y todo
eso? Ya sabéis: la experiencia es una cosa extraordinaria. O tratáis
de experimentar porque alguien os habla sobre algo, o bien estáis
experimentando efectivamente la cosa misma, por vosotros mismos.
Nadie tiene que hablaros sobre el hambre, o la envidia, o la cólera.
El descubrimiento de vuestro condicionamiento debido a que alguien os
habla de él, no es vuestro descubrimiento. No sé si seguís esto.
Tomad una cosa muy sencilla. El nacionalismo es una forma de
condicionamiento. La mente nacionalista es localista, mediocre. ¿Veis
el hecho, la verdad de eso, por vosotros mismos? ¿O es que decís:
‘puede ser así, tengo que descubrirlo. Es muy posible que él
tenga razón’?
Lo
diré de otra manera. Veo muy claramente que el pertenecer a
cualquier religión organizada es muy destructivo para el
descubrimiento de Dios, o como lo queráis llamar. La mente no puede
entregarse a ninguna forma de pensamiento, creencia o dogma
organizado. Veo eso muy claramente, nadie tiene que decírmelo. Para
mí es así y lo digo. Entonces, como tengo cierta reputación, etc.,
os decís: ‘tengo que abandonar eso’. Entonces estáis atrapados:
queréis pertenecer y sin embargo algo os dice que no pertenezcáis.
No es pues vuestra experiencia. En la percepción directa no hay
conflicto. Una mente que ve la efectividad de algo, sea falso o
verdadero, percibe inmediatamente, sin ningún conflicto, sin ninguna
causa, sin buscar ningún resultado. La cualidad de la percepción es
pues muy distinta de la experiencia imitativa de copiar, que tiene un
motivo ulterior.
Así,
hemos estado hablando del miedo, de la autoridad, de la virtud y el
condicionamiento. ¿Ve uno el hecho de su propio condicionamiento,
‘el hecho’? Y, cuando de veras lo veis, ¿lo veis totalmente o
sólo una parte del todo? ¿Veis todo el libro o sólo una página
del libro? Si no veis la totalidad sino sólo una página, entonces
habrá una batalla, una guerra en vuestro interior.
INTERLOCUTOR: ¿Cómo
sabe uno si está viendo todo el libro o sólo una página?
KRISHNAMURTI: ¿Queréis
que se os asegure que veis el todo y no la parte? Si queréis estar
asegurados, ¿no estáis buscando autoridad? Es una pregunta errónea,
si me perdonáis el decirlo. La pregunta es ésta: ‘¿es posible
ver el todo?’
INTERLOCUTOR: ¿Se me
permite sugerir que, para hallar la correcta respuesta, uno no debe
hacer preguntas ni esperar respuestas?
KRISHNAMURTI: ¿No es eso
citar el budismo Zen? Ya veis, señor, tratar de descubrir por sí
mismo es mucho más vital, real, que leer un libro.
INTERLOCUTOR: Todos
tenemos momentos en que hay un darse cuenta de todo, y entonces
quiere uno atraparlo y mantenerlo constantemente.
KRISHNAMURTI: ¿Podéis
captar la comprensión? ¿Y podéis retenerla continuamente? Lo que
tiene continuidad no es lo real, es meramente un hábito. Todos
decimos: ‘debo tener esto continuamente, debo tener vuestro amor,
vuestro afecto, para siempre’. Decimos eso al marido, a la esposa,
y se lo decimos a Dios. Lo que tiene continuidad no es nuevo; no es
el estado de creación. Es sólo cuando se muere a cada minuto que
existe lo nuevo.
Volvamos
al tema: ¿Cuál es el estado de la mente que ve el todo, lo total?
Por favor, no tratéis de responder. Estáis tratando de descubrir
por vosotros mismos. ¿Veis jamás algo totalmente? Tomad un árbol;
ya sé que es una cosa muy sencilla, muy común; pero ¿veis la
totalidad del árbol, la ‘naturaleza del árbol’2,
si puedo usar tal palabra? Cuando veis un río, ¿es sólo ‘el
Támesis’, o veis la totalidad de los ríos, la ‘naturaleza del
río’1?
Como
veis, señores, quiero descubrir ahora, antes de salir de esta sala,
qué es lo que significa el ver totalmente, y si he visto algo
totalmente. Y estamos hablando de algo, y quizá no sabemos aún lo
que significa. ¿Habéis observado alguna vez una flor no
simplemente haberle dado un nombre y pasar de largo, sino haberla
observado- lo que significa ver, escuchar, sentir con todo vuestro
ser? Por cierto, el observar, el ver una flor, el río, la persona,
los árboles, el condicionamiento, implica ¿no es así? el darse
cuenta sin un centro, sin la palabra.
Mirad,
cuando uno está irritado, excitado, en eso no hay centro, ¿verdad?
En el momento mismo de la cólera no hay centro. Sois por completo la
colora, ¿no es así? Y al minuto siguiente viene el centro, que
dice: ‘no debía haberme encolerizado. Tonto de mí’.
INTERLOCUTOR: ¿No es
esa cólera un estado de egocentrismo?
KRISHNAMURTI: Disculpad,
pero me parece que no comprendéis esto. En el estado efectivo de
cólera, no hay la reacción condenatoria de llamarlo egocentrismo;
eso viene después. Estamos preguntando si la mente puede ver la
totalidad de su propio condicionamiento, las influencias conscientes
e inconscientes de la tradición, de los valores, de las creencias,
de los dogmas, del nacionalismo, de la palabra ‘británico’, todo
eso.
INTERLOCUTOR: Yo diría
que nunca vemos nada.
KRISHNAMURTI:
Probablemente estáis muy en lo cierto, señor. Pero ahora estamos
haciendo la pregunta.
INTERLOCUTOR: Sólo
podemos sentir totalmente.
KRISHNAMURTI: Y cuando
sentís totalmente ¿hay un centro que diga: “siento totalmente’?
Os ruego que no respondáis, seguid esto hasta el fin. Es muy
importante estar libre de este condicionamiento, evidentemente,
porque de cualquier manera que lo miréis es completamente estúpido.
Estar condicionado como católico, protestante, hindú, comunista,
como esto o aquello, estar condicionado por un rótulo, una palabra y
todo el contenido tras el rótulo y la palabra, es muy necio. Ahora
bien, ¿puede la mente eliminar todo esto de un golpe? Como veis, la
virtud reside en esa percepción. El único hombre virtuoso es el que
ve la totalidad de su condicionamiento y lo elimina. Los demás no
son virtuosos; meramente juegan con los juguetes de la llamada
civilización.
Esto
significa realmente: ¿puede la mente estar del todo atenta? ¿Podéis
daros plena cuenta con todos vuestros sentidos, con todo vuestro
cuerpo, con toda vuestra mente? Aun si os dais cuenta así durante un
fugaz segundo, nunca preguntaréis entonces: ‘¿cómo voy a darme
plena cuenta? ¿Es ello posible?’ Ya veis, creo que perdemos tanta
belleza y amor y tan profundo sentido de inmensidad cuando nos
rodeamos de todas nuestras palabras, querellas, creencias, dogmas y
todas esas cosas. No las expulsamos; y así somos esclavos del
tiempo.
14 de mayo de 1961
VII
DURANTE las últimas
veces que nos hemos reunido, hemos estado hablando sobre el temor, y
quizá podamos abordarlo desde un punto de vista distinto. El temor
engendra toda forma de ilusión y autoengaño, y me parece que, si
nuestra mente no está por completo libre de toda clase de temor,
cada pensamiento, cada acción, son coloreados por aquél. Aunque
hayamos hablado sobre esto con algún detalle, creo que valdría
acaso la pena abordarlo de otra manera. Creo que sería bueno el que
uno pudiera descubrir por sí mismo cómo penetrar en una cosa como
el temor, cómo desentrañarlo, no sólo en el nivel consciente, sino
en las capas más profundas, los ocultos rincones de nuestra
conciencia. ¿Cómo penetra uno, por ejemplo, en el deseo? Porque el
deseo, con su urgencia, su incesante demanda de autorrealización,
crea temor y provoca autocontradicción.
Ahora
bien, ¿Qué significado tiene el deseo? Y, en el proceso de dejarlo
al descubierto, ¿puede uno llegar a comprender el afán de realizar,
con sus frustraciones y desdichas? Y ¿puede uno comprender el
proceso de la comparación? Porque me parece que donde hay
comparación hay también afán de poder. Todas estas cosas están
entrelazadas, y acaso esta tarde podamos penetrar en ello bastante
profundamente.
Mirad,
creo que hay un estado de la mente, que está por encima y más allá
del sentimiento y del pensamiento; pero, para llegar a eso, hace
falta enorme comprensión del proceso del sentimiento y también del
pensamiento. Lo único que tenemos es nuestro sentimiento y
pensamiento. El sentimiento es provocado por el deseo, es fortalecido
y mantenido por el impulso del deseo; y el deseo siempre es en
términos de promover el placer y eludir el dolor y el sufrimiento.
Por consiguiente, tras del deseo siempre está la sombra del temor.
Me parece, pues, que una mente que quiera pensar con precisión, sin
ninguna perversión, ninguna tergiversación, tiene que inquirir
sobre toda la cuestión del deseo.
Mas,
¿cómo inquiere uno? ¿Como se pone uno a desentrañar esta cosa
extraordinariamente sutil llamada deseo, que es la base de todos los
impulsos psicológicos? El afán de realizar trae invariablemente
frustración, temor y tristeza; y por eso las personas llamadas
religiosas han dicho que tenemos que renunciar al deseo; tratamos
pues de dominarlo, reprimirlo, sublimarlo o eludirlo mediante las
diversas formas de identificación con algo. El deseo implica
conflicto. Quiero ser algo, y en el proceso mismo de tratar de ser
algo hay conflicto, y entonces vierte la demanda, el esfuerzo para
escapar del conflicto. Exteriormente, el deseo se expresa en la
sociedad como adquisividad, la persecución del ‘más’; e
interiormente se expresa como progreso hacia la certidumbre.
Y
¿puede dominarse el deseo? ¿Debe someterse a control? ¿O tiene uno
que darle plena salida, plena expresión? Ese es el problema. Si le
da uno plena expresión, siempre hay la incertidumbre de cual puede
ser el resultado, y, por lo tanto, hay una sensación de frustración
y miedo. Si uno lo disciplina, lo domina, lo moldea, eso también
implica conflicto entre lo que es y lo que debería ser. Y, desde
luego, si uno lo reprime, lo sublima, mediante varias formas de
identificación con un determinado grupo, una determinada serie
de ideas, una creencia, etc.- todavía habrá conflicto. El deseo
parece engendrar conflicto, y creo que la mayoría de nosotros nos
damos cuenta de esto. Si somos acaso intelectuales, buscamos una
válvula de seguridad con el fin de no darle rienda suelta, y
nuestros deseos toman la forma de engreimientos, vanidades y
propósitos intelectuales, la adquisición de conocimientos, astucia.
Y el
deseo, esperando lograr, realizar, siempre está comparando. No sé
si habéis observado cómo está uno perpetuamente comparando:
comparándose con algún otro, comparando el propio traje, el propio
aspecto, las propias experiencias, comparando ideas, cuadros, etc.
¿Comprendemos realmente cosa alguna por la comparación? Y ¿puede
la mente dejar por completo de comparar? ¿Puede uno, acaso, empezar
a comprender qué es el deseo y no tratar de suprimirlo? Creo que es
bastante obvio que la represión es fútil, aunque prevalece
extraordinariamente en todo el mundo, especialmente entre las
personas que tratan de hacer constar su propia santidad. Tanto si uno
reprime un poco como si lo hace por completo, el deseo sigue allí,
sólo que toma una diferente forma de expresión.
Ahora
bien, la pasión y la sensualidad son dos cosas distintas, aunque
ambas son formas del deseo. Tenéis que tener pasión. Para vivir con
algo hermoso o con algo feo tiene que haber pasión, porque si no la
belleza embota la mente y la cosa fea la falsea. La pasión es
energía; y la mera represión del deseo no produce ese
extraordinario sentido de intensidad, de pasión. Desde luego, si el
deseo se identifica con una idea, con un símbolo, con una filosofía,
produce cierta clase de intensidad. Conocéis a las personas que
trotan por el mundo haciendo toda clase de buenas obras, tratando de
decir a la gente lo que deberían y lo que no deberían ser. No me
refiero a esa clase de intensidad; porque si llegasen a dejar de
hablar, de hacer buenas obras y todo lo demás, se verían atrapadas
en sus propias miserias, en sus propias tribulaciones. Pero hay una
intensidad que surge cuando comprendéis el deseo y cuando veis el
significado completo de toda represión, sublimación, sustitución,
escape.
Espero
que no escucharéis sólo las palabras, sino que os daréis cuenta de
vuestras propias formas de deseo, y que percibiréis rápida,
velozmente, el camino que sigue y adónde conduce, y cómo habéis
reprimido el deseo, lo habéis identificado con algo. Después de
todo, el propósito de estas discusiones no es meramente que me
escuchéis, sino el escuchar para descubrir, para ver todo el mapa de
uno mismo, la extraordinaria complejidad propia, las
tergiversaciones, las estrechas sendas, las ambiciones, los afanes,
las compulsiones, las creencias, los dogmas. Al fin y al cabo, si uno
no ve todo eso, si no se da cuenta de todo eso, estas reuniones son
absolutamente inútiles; llegan a ser simplemente otra forma de
entretenimiento, acaso un poco más intelectual, pero al final se
quedará uno con cenizas. Las palabras son cenizas, y el vivir de
explicaciones, de palabras, da lugar a una vida vacua, a una
existencia árida.
Creo
pues que valdría la pena que pudiéramos, durante el curso de estas
discusiones, contender realmente con nosotros mismos, desentrañar
las cosas, y luego tal vez ir más allá y por encima de este proceso
de sentimiento y pensamiento. Me gustaría que esta tarde llegásemos
a eso; pero no puede uno llegar a eso si no comprende de veras no
sólo en lo verbal o intelectual- lo extenso que es el deseo y todo
su significado.
Creo
que puede uno ver que toda forma de disciplina, control, represión,
sustitución o sublimación, pervierte la belleza del deseo y por lo
tanto vuelve a la mente y el corazón incapaces de ser jóvenes,
ágiles. Creo que debe percibirse eso muy claramente. Y ¿es posible
ver realmente esto, adiestrado como uno lo ha sido en una sociedad
cuyos valores son adquisitivos, cuyos dogmas y creencias religiosas
implican toda clase de desviaciones, de represiones del deseo? Es
evidente que el deseo implica comparación; y la comparación, si uno
entra en ello más profundamente, conduce al afán de poder.
Como
veis, hablamos mucho sobre paz y amor y cosas semejantes. Todos los
políticos, en todo el mundo, hablan continuamente sobre su Dios, su
paz, su amor. Y ¿puede saber lo que es el amor una mente que no haya
comprendido todo el significado del deseo? Y las personas religiosas
consideran el deseo como cosa mala, excepto el deseo de Dios, de
Jesús, o algún otro; y los monasterios están llenos de personas
así ¿Pueden tales mentes ver la inmensidad de esa cosa a la que
designamos con la palabra ‘amor’?
Así
pues, si ve uno el significado de la represión, y por consiguiente
ya no existe el impulso a reprimir, transmutar y todo lo demás, ¿qué
va uno a hacer entonces con el deseo? Está allí, ardiente,
urgiéndonos a realizar, a seguir adelante, a conseguir el automóvil,
una casa más grande, etc. Está ahí. ¿Qué va uno, pues, a hacer?
No sé si alguna vez nos habremos hecho esa pregunta. Estamos muy
acostumbrados a controlarlo, a moldearlo, a refrenarlo, a lastrarlo,
o a acercarlo a alguna otra cosa; lo cual es comparación. Y ¿podemos
acaso detener ese proceso? Como veis, es sólo cuando ese proceso ha
cesado por completo que puede uno preguntar qué ha de hacer con el
deseo. No sé si habréis llegado a ese punto.
Ello
quiere en realidad decir: ¿puede uno vivir en este mundo sin
ambición? ¿Podéis ir a la oficina y trabajar sin ambición? Y, si
lo hicierais, ¿no os barrería vuestro competidor? ¿Y no existe el
miedo de que, si no hubiera ambición, sería uno simplemente
eliminado? Si puedo sugerirlo, planteaos el siguiente interrogante:
cuando preguntáis qué hacer con el deseo ¿tenéis que pasar
primero por todas las formas de realización con sus frustraciones,
desdichas, temores, delitos y ansiedad? O quizá nunca os hayáis
planteado siquiera esa cuestión, sino que sólo estáis reprimiendo
todo el tiempo. Tal vez, si no habéis hallado felicidad, posición,
prestigio, en cierta dirección, os volváis hacia otra; éstas son
sus expresiones exteriores e interiores. Cuando uno es un nadie en
este mundo en desintegración, se vuelve hacia la realización
interior. Nunca os hacéis esa pregunta cuando estéis justamente
detrás de ella, ¿verdad?
Para
una mente que esté realmente inquiriendo, que de veras quiera
descubrir si hay Dios, verdad, algo más allá de todas las palabras,
es por cierto muy importante comprender esto que se llama deseo.
¿Está bien no tener deseos? Y si matáis el deseo, ¿no matéis
también todo sentimiento, con todas sus cual dados de sensibilidad?
El sentimiento es una parte del deseo, ¿no es así?
De
modo que, si uno ha entrado en todas las implicaciones de la
represión, ¿no habrá entonces dejado de reprimir, de sustituir? No
se trata simplemente de que os hipnoticéis verbalmente; es una cosa
muy ardua, si es que habéis llegado hasta ahí. Porque una parte de
este deseo es el descontento, el descontento con lo que somos; y tras
de este descontento está el ansia de poder, de ser algo? de realizar
de alguna manera. La mayoría de nosotros estamos enredados en esta
rueda de la realización y la frustración; y en la perpetua batalla
de la autocompasión, finalmente pasa uno la puerta de la
desesperación.
Ahora
bien, ¿puede uno ver esto de hecho, sin pasar en ello días, meses,
años? ¿Puede uno ver esta eterna búsqueda de realización, que
proseguimos, a pesar de que sabemos que va a traernos desdicha?
¿Podemos ver todo esto como el contenido total de nuestra vida, y
cortarlo de raíz? Y entonces, si uno ha llegado o más bien,
si se ha aproximado- hasta ahí, ¿qué va a hacer con el deseo? ¿Hay
alguna necesidad, entonces, de hacer algo con respecto al deseo? ¿Me
seguís?
Hasta
ahora, siempre hemos hecho algo con el deseo, le hemos dado el justo
cauce, la justa dirección, el justo propósito’ la justa
finalidad. Y si la mente que está condicionada, que siempre
está pensando en términos de logro, por medio del adiestramiento,
de la educación, etc.- ya no trata de moldear el deseo como algo que
esté aparte de sí misma, si la mente ya no interfiere con el deseo,
si puedo usar esa palabra, entonces ¿qué hay de malo en el deseo?
¿Es esto entonces lo que hemos conocido siempre como deseo? Por
favor, señores, seguid esto conmigo.
Como
veis, siempre hemos pensado del deseo en términos de realización,
de logro, de ganancia, de hacerse rico interior o exteriormente, en
términos de eludir, en términos de ‘el más’ Y cuando veis todo
eso, y lo dejáis de lado, entonces el sentimiento que hasta ahora
hemos llamado deseo tiene un significado totalmente distinto, ¿no es
así? Entonces podéis ver un hermoso automóvil, una preciosa casa,
un bonito vestido, sin ninguna reacción de querer, de identificaros.
Conocéis
todo el criterio social sobre la existencia en que se os ha criado,
se os ha educado desde la infancia; toda la ideación, la busca de
realización, la incitación a ser mejores que el vecino, etc. Cuando
veis todo el contenido de este conflicto, y cuando él se ha separado
de vosotros desde dentro, cuando se ha escurrido de vuestra mano, ¿es
entonces el deseo eso que era antes?
Después
de todo, sentir es pensar, ¿verdad? Los dos son inseparables. Cuando
veo un niño en la miseria, hambriento, entonces quiero romper con la
sociedad, con el político y todos los demás, y hacer algo acerca de
ello. El sentimiento siempre va con el pensamiento. Y el sentimiento
es percepción, sensación, contacto y todo lo demás Sentir es ser
sensible; y cuando más sensibles sois, más sentís las heridas.
Empezáis, pues, a construir una defensa, una protección. Todo esto
es una forma de deseo. Dejar de ser sensible es evidentemente
volverse íntimamente paralítico, morir. Tal vez estemos paralizados
la mayoría de nosotros; eso es lo que nos acaece por nuestra
educación, por las relaciones y los contactos sociales, por los
conocimientos cosas todas que nos embotan, nos vuelven
estúpidos, insensibles. Y viviendo en una tumba, tratamos de sentir.
Comprendiendo
todo esto, ¿hay entonces un límite para el deseo? No sé qué otra
palabra usar para eso que hemos llamado deseo. ¿Veis lo que ha
pasado, si es que habéis penetrado en ello? Ya no es sentimiento o
pensamiento; es algo enteramente diferente, en lo que el sentimiento
y el pensamiento están incluidos. Penetrad en ello. Nuestras vidas
son en su mayor parte terriblemente insípidas, llenas de rutina, de
fastidio conocéis muy bien los horrores de vuestra existencia,
su mediocridad- y no habremos comprendido ni un día, ni un minuto
siquiera de nuestra vida, si no hemos comprendido algo de todo esto.
Y es por eso quizá que somos todos tan terriblemente ‘espirituales’,
mediocres.
Llegamos,
pues, a esta cuestión, que es realmente muy interesante’ si habéis
entrado en ella. Lo que habíamos llamarlo deseo, con todas sus
corrupciones, sus luchas, sus miserias, su sufrimiento, su
impotencia, su entusiasmo, sus intereses, etc., todo ello lo ha visto
uno plenamente, a fondo; de una ojeada puede uno verlo. Así como no
necesitáis emborracharos para saber lo que es la sobriedad, de la
misma manera, si uno ve el proceso de la realización por completo,
éste habrá terminado; toda forma de realización, toda forma de ser
o llegar a ser algo, habrá terminado.
INTERLOCUTOR: Creo que
uno necesita embriagarse para saber lo que es la embriaguez.
KRISHNAMURTI: Seguramente
que eso es bastante rebuscado, ¿no es así? eso de que necesite uno
saber lo que es emborracharse, y que para eso tenga que beber. ¿Tiene
uno que pasar por el asesinato para saber qué es el asesinato?
Señores, no tratemos de ser astutos, apliquemos de veras nuestras
mentes a todo esto.
INTERLOCUTOR: Son las
contradicciones en el deseo lo que hace tan imposible habérselas con
él.
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
hay contradicciones, señor? Seguid esto, por favor. Quiero ser rico,
poderoso, importante; y sin embargo veo la futilidad de ello, porque
veo que los personajes, con todos sus títulos y las demás cosas, no
son más que nadie. Hay pues una contradicción. Pero ¿por qué?
¿Por qué hay este tironeo en distintas direcciones, por qué no es
todo en una dirección? ¿Seguís lo que quiero decir? Si quiero ser
político, ¿por qué no serlo y seguir adelante con eso? ¿Por qué
esta retirada? Por favor, discutámoslo unos pocos minutos.
INTERLOCUTOR: Tememos
lo que podría ocurrir si nos entregáramos enteramente a un deseo.
KRISHNAMURTI: ¿Os habéis
entregado a algo alguna vez, total, completamente?
INTERLOCUTOR: Una vez
o dos, por pocos minutos.
KRISHNAMURTI: ¿ Habéis
estado completamente en ello? Acaso sexualmente; pero fuera de eso,
¿sabéis cuándo os habéis entregado a algo totalmente? Lo pongo en
duda.
INTERLOCUTOR: Tal vez
al escuchar música.
KRISHNAMURTI: Mirad,
señor. Un juguete lo absorbe a un niño. Dais al niño un juguete, y
él es completamente feliz; no está inquieto, está entregado a él,
está allí por completo. ¿Es eso entregaros a algo? Los políticos,
las personas religiosas, se entregan a algo. ¿Por qué? Porque ello
significa poder, posición, prestigio. La idea de ser un alguien los
absorbe como un juguete. Cuando os identificáis con algo ¿es eso
entregaros a algo? Hay personas que se identifican con su país, con
su reina, con su rey, etc., cosa que es otra forma de absorción ¿Es
eso entregarse a algo?
INTERLOCUTOR: ¿Es
posible entregarse jamás a alguna cosa de hecho, habiendo, como hay
siempre, un cisma interpuesto?
KRISHNAMURTI: Eso es,
señor. Es eso exactamente. Como veis, no podemos entregarnos a algo.
INTERLOCUTOR: ¿Es
posible entregarse a alguien?
KRISHNAMURTI: Tratamos de
hacerlo. Tratamos de identificarnos con el marido, con la esposa, con
el hijo, con el nombre, pero sabéis mejor que yo lo que pasa; y así,
¿a qué hablar de ello? Ya veis que nos vamos desviando de aquello
de que hablábamos.
INTERLOCUTOR: Un deseo
es justo y bueno cuando no perjudica a ningún otro.
KRISHNAMURTI: ¿Es que
hay deseo malo y deseo bueno? Ya veis, estáis retrocediendo al
principio; hemos recorrido todo el campo, seguramente. ¿Veis cómo
lo hemos traducido ya?: el deseo que es bueno y el malo, el que vale
y el que no vale la pena, el noble y el innoble, el donoso y el
beneficioso. Miradlo profundamente. Lo habéis dividido. ¿no es así?
Esa misma división es la causa del conflicto. Habiendo introducido
el conflicto por la división, habéis introducido un problema más:
cómo desembarazarse del conflicto.
Como
veis, señores, hemos estado hablando durante cincuenta minutos esta
tarde, para ver si uno puede realmente percibir el significado del
deseo. Y cuando en realidad ve uno el significado del deseo, que
incluye tanto al bueno como al malo, cuando uno ve el sentido total
de este conflicto, de esta división no sólo verbalmente, sino
comprendiéndolo plenamente, echándole los dientes, por decirlo así-
entonces sólo hay deseo. Pero, como veis, insistimos en valorarlo
como bueno y malo, beneficioso y no beneficioso. Pensé al principio
que podríamos eliminar esta división, pero no es tan fácil;
requiere aplicación, percepción, penetración.
INTERLOCUTOR: ¿Es
posible librarse del objeto y quedarse con la esencia del deseo?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
voy a desembarazarme del objeto? ¿Qué hay de malo en un bello
automóvil? Como veis, os estáis creando conflicto cuando hacéis
esta división entre la esencia y el objeto. La dirección de la
esencia cambia el objeto continuamente, y ésa es la desgracia.
Cuando uno es joven, quiere el mundo: y, a medida que envejece, se
harta del mundo.
Veis
que estábamos tratando de comprender el deseo y haciendo de esa
manera que el conflicto se extinga, se consuma. Hemos tocado muchas
cosas esta tarde. El ansia de poder es muy fuerte en todos nosotros,
está muy incrustado, e incluye el dominio sobre el sirviente, el
marido, la esposa, ya sabéis todo eso. Acaso algunos de vosotros, en
el curso de la discusión de esta tarde, hayáis penetrado en esto,
hayáis visto que donde la mente está buscando realización, hay
frustración y por consiguiente desdicha y conflicto. El mismo hecho
de verlo equivale a abandonarlo. Quizá algunos de vosotros no hayáis
seguido meramente las palabras, sino que hayáis comprendido las
implicaciones del sentimiento de querer realizar, de ser algo: lo
innoble que es. El político busca realización, como el sacerdote y
todos los demás, y uno ve la vulgaridad de todo esto, si puedo usar
esa palabra. ¿Puede uno realmente dejarlo? Si lo veis como veríais
una cosa venenosa, entonces es como sacaros una tremenda carga de las
espaldas. Os habéis librado de ella; de un golpe, se ha ido.
Entonces llegaréis a ese punto que es en verdad extraordinariamente
significativo. No sólo esto todo esto tiene su propia
importancia- sino algo más, que es una mente que ha comprendido el
deseo, el sentimiento y el pensamiento, y va por consiguiente más
allá y por encima de ellos. ¿Comprendéis la naturaleza de una
mente así, no su descripción verbal? La mente, entonces, es
altamente sensible, capaz de intensas reacciones sin conflicto,
sensible a toda forma de demanda; una mente así está más allá de
todo pensamiento y sentimiento, y su actividad ya no está dentro del
campo de lo que llamamos deseo.
Para
la mayoría de nosotros, me temo que esto no sea más que un montón
de espuma, un estado que es de desear, o de crear. Pero no podéis
llegar a él de esa manera ni por ningún medio. Surge cuando uno
realmente comprende todo esto; no tenéis nada que hacer.
Como
veis si no habéis de malentender lo que se está diciendo- si
podéis dejar solo el deseo, sea para que se vuele o para que se
disipe, simplemente dejarlo solo, esa es la verdadera esencia de una
mente que no está en conflicto.
16 de mayo de 1961
VIII
ME parece que, cuando
pensamos sobre el temor, tenemos que considerar su relación con el
conflicto. Para mí, cualquier forma de conflicto, externo o interno,
es muy destructiva; pervierte el pensar de uno mismo. Cuando hay
conflicto, todo problema deja su huella en la mente; ésta llega a
ser el suelo en que crece la raíz del problema. Para la mayoría de
nosotros el conflicto parece tan natural e inevitable que lo
aceptamos sin reparo. Pugnamos contra él, decimos que no debemos
estar en conflicto, pero invariablemente lo estamos. Así pues, tal
vez esta tarde podamos entrar en esto y ver si acaso es posible,
viviendo en este mundo de locura, que la mente esté por completo
libre de él
Pues
bien, antes de entrar en eso, quisiera hablar sobre si hay un modo de
pensar que no sea positivo; porque me parece que todo nuestro pensar
positivo es en realidad sólo una reacción. Con la palabra
‘positivo’ me refiero a cuando decimos: ‘tengo que’, ‘no
tengo que’, ‘yo debería ser’, ‘yo no debería ser’; y este
pensar positivo produce su propia reacción de resistencia, de
rechazo. No sé si puedo comunicar esto fácilmente; se requiere
mucha comprensión para entender lo que está involucrado en lo que
llamamos la manera positiva de acometer nuestros problemas.
El
enfoque positivo busca una explicación del problema, su
racionalización, tratando de escapar de él, tratando de hacer algo
concreto para no quedar atrapado en él. Eso es lo que hacemos en la
vida diaria. A ese proceso lo llamo pensar positivo: es una reacción
frente al problema.
El
problema es el conflicto. Parecemos estar perpetuamente en conflicto
acerca de tantas cosas: en nuestra relación con el marido, con la
esposa, con los hijos, con la sociedad, y en nuestra relación con
las ideas, las creencias, los dogmas. Estamos en conflicto en la
busca de realización y en la frustración que ello trae, en la busca
de la verdad, de Dios, de lo que hay que hacer, de qué pensar, cómo
comportarse, cómo corregir algo que ha ido mal: existe esta
constante guerra interior en marcha. Y nuestro enfoque para todo
ello, me parece, es siempre positivo esto es, hacer algo con
respecto a ello, eludirlo, ingresar en sociedades, buscar alguna
clase de droga, ya sea una droga religiosa, un tranquilizante o lo
que fuera. Y esta actitud positiva es realmente una reacción frente
al problema, ¿no es así?
Ahora
bien, creo que hay una actitud negativa que no es una reacción, y
que no es el opuesto del enfoque positivo. Actualmente, cuando tengo
un problema como conflicto, no sé cómo resolverlo; y por eso
recurro a diversas formas de escape: mediante el recuerdo,
ponderándolo, combatiendo conmigo mismo, esperando lograr alguna
especie de resultado, esperando que algo ocurra. Para mí, semejante
actitud no nos ayuda a estar libres de conflicto, y creo que hay un
enfoque que no es el positivo, tal como conocemos lo positivo, sino
que es un proceso negativo de comprensión, no una reacción. Me
gustaría entrar en esto un poquito.
Como
veis, la mente debe estar del todo vacía para ver algo nuevo. Y lo
nuevo no se produce por la investigación del problema, por su
análisis. Si sois un matemático, un hombre de ciencia, un
ingeniero, etc., y tenéis un problema, tratáis de analizarlo, de
mirarlo desde todos los ángulos, hasta que la mente queda exhausta y
lo deja dormir, o lo olvida por un tiempo; y en ese intervalo,
después de una hora o cosa así, o unos días, puede aparecer la
solución. Todos sabemos esto. Pero esa respuesta no proviene de una
mente nueva, fresca, vacía. Una mente nueva está del todo libre de
conflicto. No tiene problemas. Y cualquier problema que surja,
cualquier reto que le llegue, no deja huella, ni por un segundo;
porque la impresión que persiste aunque sea un segundo deja una
huella, y por eso condiciona a la mente. Como veis, sólo la mente
vacía, no la mente en blanco, sino la que está plenamente viva,
respondiendo a todos los retos no como una reacción, no como
un problema, sino absorbiéndolos por completo- puede sondearlos en
un instante y acabar con ellos de inmediato. Y es sólo una mente
vacía con esa calidad, dé esa naturaleza, la que puede estar libre
de conflicto. Sólo una mente así es apasionada. Para mí, esa
palabra, ‘apasionada’, tiene un sentido muy distinto de la
acepción común. Creo que uno tiene que ser apasionado, que tiene
que ser intenso, pero no con respecto a algo. Esta intensidad es
diferente del entusiasmo, que es solo temporario. Una mente que está
en conflicto nunca puede ser apasionada; y es sólo una mente
apasionada la que ve la belleza de la vida, la belleza de todas las
cosas: y esa belleza es algo extraordinario.
De
modo que la cuestión es ésta: ¿es posible estar libre de conflicto
no de manera teórica, intelectual, verbal, no en un estado
hipnótico, sugestionándose a sí mismo para decir que es o que no
es posible- sino estar de hecho libre? ¿Es realmente posible,
viviendo en este mundo, teniendo relaciones, yendo a la oficina,
pensando, sintiendo, siendo brutalizado por la sociedad, estar libre
de conflicto? No se si os habréis hecho esa pregunta. ¿O es que os
la estoy imponiendo? Tal vez hayamos aceptado el conflicto como
inevitable y hayamos convertido a Dios en el último refugio de paz,
de calma, y todo lo demás.
Pero
si uno se ha preguntado si la mente puede estar en realidad libre de
conflicto, entonces creo que tiene uno que penetrar mucho más
profundamente en el problema, cosa que espero podamos hacer esta
tarde. ¿Por qué surge el conflicto? ¿Por qué surge un conflicto
con mi esposa, mi marido, mi prójimo, con una idea? Responderé a mi
manera; pero si podéis descubrir por vosotros mismos por qué estáis
en conflicto, entonces creo que mi explicación y vuestro propio
sentir concordarán. De lo contrario la comunicación es imposible.
Espero comprenderéis lo que quiero decir.
Quiero,
pues, saber por qué estoy en conflicto, no meramente la explicación
superficial, sino que realmente quiero llegar a su raíz. Hay
conflicto consciente y también inconsciente, enterrado en lo
profundo de los mas íntimos rincones de mi mente, los conflictos
secretos de los que nadie se entera; y quiero indagar esto hasta el
fondo mismo. Ahora bien, ¿va uno a analizarlo, va a indagar en las
razones, o es que lo ve como en un relámpago?
Como
sabéis, aun los freudianos, los junguianos y los analistas están
empezando a cambiar sus ideas. Creen que no tienen ya que tardar
meses y años para desenredar al pobre individuo. Es demasiado
costoso; sólo los ricos pueden permitírselo, de modo que tratan de
encontrar un medio mas rápido. En lugar de tener al paciente
hablando día tras día, mes tras mes, algunos de ellos están
ensayando drogas, productos químicos, y una manera directa,
personal, de enfrentarse con él. No es que yo haya leído libros
sobre esto, pero tengo amigos, analistas y no analistas, que vienen y
hablan conmigo de todo esto. En el proceso del análisis, a menos que
seáis muy, muy cuidadosos, observando minuciosamente y sin falsear
nunca lo que observáis, omitiréis algo, interpretaréis niel alguna
cosa, y en el siguiente examen se reforzará el error. Seguid esto,
por favor, y comprended que el análisis, la disección, la
descomposición en partes, no es el camino. Ni lo es el control, la
evasión.
Quiero
saber por qué hay conflicto, este cúmulo de contradicciones. Ahora
bien, ¿cómo vais a descubrir la raíz misma del asunto? Porque, si
uno puede hallar su raíz, entonces ese mismo descubrimiento traerá
un enfoque negativo, y no creará una reacción que tenga una acción
positiva sobre lo que se descubre. ¿Comprendéis? Voy a penetrar más
en ello.
Quiero
saber cuál es la causa del conflicto, del conflicto total: las
contradicciones, los deseos tiroteando en diferentes direcciones y el
temor que surge. Pero saber es una cosa, y vivencias de hecho es
otra, ¿no es así? Saber implica un observador que mira, y vivenciar
es un estado en que no hay experimentador. Esto es, yo puedo deciros
verbalmente cuál es la causa radical del conflicto, y vosotros
podéis convenir conmigo o no, o aceptarlo y añadirlo a vuestras
ulteriores explicaciones; o hay una cosa enteramente distinta, que es
que, al escuchar la descripción misma, estáis vivenciando al propio
tiempo la cuestión central que crea conflicto. ¿Lo estoy aclarando?
Mirad:
saber es una cosa, y vivencias es otra. Saber sobre Dios o la verdad
es una cosa, pero vivenciar efectivamente algo de esa inmensidad es
muy diferente. La mayoría de nosotros somos conscientes de que
estamos funcionando desde un centro, el centro que ha llegado a ser
conocimiento, el centro que es experiencia, el centro desde el cual
se producen todas las compulsivas ansias y las resistencias, el
centro que siempre está buscando seguridad. Os ruego que no aceptéis
mis palabras, sino que experimentéis de hecho el centro desde el
cual pensáis, el ‘yo’. Y donde hay un centro tiene que haber una
circunferencia; y la batalla se entabla para alcanzar la
circunferencia, lo que debería ser. La circunferencia es
siempre cosa diferente de lo que es. ¿No es eso así?
Todo
esto lo sabemos. Sabemos que, habiendo experimentado eso, todas
nuestras actividades, pensamientos y sentimientos son moldeados,
proyectados, condicionados por el centro, y el centro inmediatamente
dice: ‘tengo que librarme de ello’. Hay pues una división entre
el centro y la cosa que debería ser o la cosa que ha sido. Siempre
hay esta división, y el conflicto es esencialmente la guerra entre
lo que debería ser y lo que es. Lo que es, que
es el centro, siempre está tratando de amoldarse a lo que debería
ser, y de esa dualidad surge el conflicto.
Ahora
bien, el centro está formado por los recuerdos acumulados de la
experiencia, el resultado del conflicto con lo opuesto, con lo que
debería ser. Soy un hombre sensual, y creo que no debería serlo, y
el conflicto entre las dos cosas crea la memoria, que forma el
centro, ¿no es así? El centro es memoria. Ahora bien, la memoria no
tiene realidad, no es un hecho; es algo muerto, ido, terminado,
aunque en un cierto nivel pueda ser utilizada cuando es necesario.
Pero eso está muerto; y sin embargo nuestra vida está guiada por
esta cosa muerta, por algo que no es real. Partiendo de esto
funcionamos, y así crece el temor; y por eso existe la contradicción
del deseo.
Dejémoslo
ahí por el momento y considerémoslo de otra manera.
Creo
que la mayoría de nosotros sabemos lo que es sentirse solo.
Conocemos ese estado en que todas las relaciones han sido cortadas,
en que no hay sentimiento del futuro ni del pasado, una sensación de
completo aislamiento. Podéis estar con muchísimas personas, en un
autobús repleto, o simplemente sentado junto a vuestro amigo, marido
o esposa, y de pronto viene sobre vosotros esta ola, esta sensación
de un vacío espantoso, una vacuidad, un abismo. Y la reacción
instintiva es escapar de eso. Acudís pues a la radio, charláis, o
ingresáis en alguna sociedad, o predicáis sobre Dios, la verdad, el
amor y todo lo demás. Podéis escapar por medio de Dios, o por medio
del cine; todas las evasiones son lo mismo. Y la reacción es el
miedo de esta sensación de completo aislamiento y la evasión.
Conocéis todas las evasiones: por el nacionalismo, por vuestro país,
vuestros hijos, vuestro nombre, vuestras propiedades, por todo lo
cual estáis dispuestos a combatir, a luchar, a morir.
Ahora
bien, si uno se da cuenta de que todas las evasiones son lo mismo, y
si ve realmente el significado de una sola de las evasiones ¿podéis
entonces seguir escapando? ¿O es que no hay evasión? Y si no
escapáis, ¿hay todavía conflicto? ¿Me seguís? El escapar de lo
que es, el esfuerzo para llegar a alguna otra cosa que lo que
es, esto es lo que crea conflicto. Por eso una mente que quiera
trascender este sentimiento de soledad esta cesación repentina
del recuerdo de todas las relaciones, en las que están involucrados
los celos, la envidia, la adquisividad, el tratar de ser virtuoso y
todo eso- tiene primero que hacerle frente pasar por ello, de modo
que el temor, en cualquier forma que sea, se extinga. ¿Puede, pues,
la mente, ver la futilidad de todos los escapes, a través de uno de
ellos? Entonces no habrá conflicto, ¿verdad? Porque no hay
observador de la soledad: hay la vivencia de ella ¿Me seguís? Esta
soledad es la cesación de toda relación; las ideas ya no importan;
el pensamiento ha perdido su significado. Lo estoy describiendo, pero
por favor no os limitéis a escuchar; porque entonces, cuando dejéis
esta sala quedaréis sólo con cenizas. Al fin y al cabo, el
propósito de estas discusiones es liberarse de hecho de todos estos
terribles enredos, tener en la vida alguna otra cosa que el
conflicto, el temor y el cansancio y fastidio de la existencia
Donde
no hay temor, hay belleza, no la belleza de que hablan los poetas y
que pintan los artistas, etc., sino algo completamente diferente. Y
para descubrir la belleza, tiene uno que pasar por este aislamiento
completo o más bien, no tenéis que pasar por él, está ahí.
Habéis escapado de él, pero ahí está, siempre siguiéndoos. Está
allí, en vuestro corazón y vuestra mente, en las profundidades y
rincones mismos de vuestro ser. Lo habéis encubierto, eludido,
habéis huido; pelo ahí está. Y la mente tiene que pasar a través
de él, como si pasara por un purgatorio de fuego. Ahora bien, ¿puede
la mente pasar por ello sin reacción, sin decir que es un estado
horrible? En cuanto tengáis reacción, habrá conflicto. Si lo
aceptáis, tendréis todavía su carga; y si lo rechazáis,
tropezaréis aun con él a la vuelta de la esquina. La mente tiene
pues que pasar por ello. ¿Estáis siguiendo todo esto? Entonces la
mente es esa soledad, no tiene que pasar por ella; es ella. Desde el
momento en que penséis en términos de pasar por algo y de llegar a
otra cosa, de nuevo estaréis en conflicto. En cuanto digáis: ‘¿cómo
voy a pasar por ello, cómo voy a mirarlo realmente?’ estaréis de
nuevo atrapados en el conflicto.
Hay
pues vacío, existe esta extraordinaria soledad, que ningún Maestro,
ningún gurú, ninguna idea, ninguna actividad puede alejar.
Os habéis entretenido, habéis jugado con todos ellos; pero ellos no
pueden llenar este vacío, es un pozo sin fondo. Pero deja de ser un
pozo sin fondo en cuanto lo estéis vivenciando, ¿comprendéis?
Como
veis, si la mente ha de estar del todo libre de conflicto,
totalmente, completamente sin aprensión, temor ni ansiedad, tiene
que vivenciarse este extraordinario sentimiento de no tener
relaciones con nada; y de eso proviene un sentido de unitotalidad.
Por favor, no imaginéis que lo tenéis, es una cosa muy ardua. Es
sólo entonces, en ese sentimiento de unitotalidad en que no hay
temor, que existe un movimiento hacia lo inconmensurable; porque
entonces no hay ilusión, no hay creador de ilusión, no hay poder de
crear ilusión. Mientras hay conflicto, existe el poder de crear
ilusión; y con la total cesación del conflicto, todo temor habrá
cesado, y, por lo tanto, ya no hay más búsqueda.
Me
pregunto si comprendéis. Después de todo, estáis aquí porque
estáis todos buscando. Y, si lo examináis, ¿qué es lo que
buscáis? Buscáis algo más allá de este conflicto, de esta
miseria, de este sufrimiento, agonía, ansiedad. Estáis buscando un
camino de salida. Pero si comprendéis aquello de que hemos estado
hablando, entonces toda búsqueda cesa, cosa que es un extraordinario
estado de la mente.
Sabéis
que la vida es un proceso de reto y respuesta, ¿no es así? Hay el
reto exterior el reto de la guerra, de la muerte, de docenas de
cosas diferentes- y nosotros respondemos. Y el reto siempre es nuevo,
pero todas nuestras respuestas son siempre viejas, condicionadas. No
sé si esto está claro. Para responder al reto tengo que
reconocerlo, ¿no es así? Y si lo reconozco, es en término del
pasado; es, pues, lo viejo, evidentemente. Vedlo, por favor, porque
quiero avanzar un poco más.
A un
hombre que está muy vuelto hacia dentro, los retos exteriores ya no
le importan; pero tiene todavía sus propios retos y respuestas
interiores. Mas yo estoy hablando de una mente que ya no busca, y,
por consiguiente, ya no tiene reto y respuesta. Y éste no es un
estado satisfecho, contento, como el de una vaca. Cuando habéis
comprendido el significado del reto y la respuesta exterior, y el
significado del reto interior que uno se presenta a sí mismo, y su
respuesta, y habéis pasado por todo eso velozmente sin tardar
meses ni años en ello- entonces la mente ya no está moldeada por el
medio ambiente; ya no es influenciable. La mente que ha pasado por
esta extraordinaria revolución puede enfrentar todo problema, sin
que el problema deje ninguna huella, ninguna raíz. Entonces, todo
sentimiento de temor ha desaparecido.
No
sé hasta qué punto habréis seguido todo esto. Como veis, escuchar
no es simplemente oír; escuchar es un arte. Todo esto forma parte
del autoconocimiento; y si uno ha escuchado en realidad, y ha
penetrado en sí mismo profundamente, ello es una purificación. Y lo
que se purifica recibe una bendición que no es la bendición de las
iglesias.
18 de mayo de 1961
IX
ESTA mañana quisiera, si
se me permite, hablar sobre el tiempo y la muerte; y como es un tema
bastante complejo, creo que valdría la pena comprender qué
significado tiene el aprender. La vida es un vasto complejo, con toda
su inquietud, sufrimiento, angustias, amor, celos y acumulaciones; y
aprendemos mediante penoso esfuerzo. Este aprender es un proceso de
acumulación. Para nosotros, todo aprender es un proceso aditivo; y
cuando hay adición, acumulación, ¿se aprende algo acaso? ¿Es
aprender el acumular? ¿O es que sólo se aprende cuando la mente es
del todo inocente? Creo que deberíamos investigar esto un poco, pues
para comprender el tiempo y la muerte tiene uno que aprender, tiene
que experimentar; y experimentar no es en modo alguno un proceso
acumulativo.
Así
también, el amor nunca es acumulación. Es algo siempre nuevo. No es
cosa que nazca del recuerdo. No tiene ninguna relación con el cuadro
que está sobre la repisa de la chimenea. De modo que tal vez si
podemos, por tanteos pero bastante inteligentemente, comprender lo
que significa aprender, entonces podremos explorar la cuestión del
tiempo y la muerte, y quizá descubrir también lo que significa
amar.
Para
mí, el aprender implica un estado de mente que nunca está
acopiando, nunca acumulando. Si uno aprende con una mente que ya ha
acopiado, entonces tal aprender sólo es mera adquisición de más
conocimiento ¿no es así? La acumulación de conocimiento no es
aprender. Las máquinas electrónicas lo están haciendo, adquieren
cada vez más conocimiento; pero son incapaces de aprender. La
adquisición de conocimiento es un proceso mecánico, y el aprender
nunca puede ser una cosa mecánica. Una mente tiene que estar siempre
fresca, ser joven, inocente, para aprender, y una mente que esté
aprendiendo siempre estará, por cierto, en un estado de humildad no
la humildad cultivada por el monje, el santo, o la persona erudita.
Una mente que esté aprendiendo tiene su propia dignidad, porque se
encuentra en un estado de humildad.
Utilizo
la palabra ‘aprender’ en un sentido muy diferente, no como un
proceso de adquirir conocimiento. Vivir con una cosa, y adquirir
conocimiento sobre ella, son dos estados distintos. Para aprender
sobre algo tenéis que vivir con ello; y si ya tenéis conocimiento
sobre ello, no podéis vivir con eso, porque entonces sólo estáis
viviendo con vuestro propio conocimiento. Para descubrir por nosotros
mismos acerca del problema extraordinariamente complejo del tiempo y
de la muerte, tiene uno que aprender, y por lo tanto vivir con él; y
esto es por completo impedido si lo abordamos con la acumulación de
lo que ya conocemos, con conocimiento Ahondaré en esto un poco y tal
vez podamos comunicar unos con otros.
El
otro día estábamos hablando sobre el deseo. Entramos en ello
bastante hondamente, pero creo que omitimos algo: que el deseo está
íntimamente relacionado con la voluntad. Esta última implica
seguramente, no sólo deseo, sino también elección. Donde haya
elección, hay voluntad, y por lo tanto surge el problema del tiempo.
Por
favor, si se me permite sugerirlo, escuchad todo esto hasta el fin.
No os aferréis a partes de ello con las que estáis de acuerdo o en
desacuerdo, sino consideradlo en su totalidad, en todo su contenido.
Es cuestión de percepción, de ver algo directamente; y cuando veis
algo muy directamente, entonces ni estáis de acuerdo ni en
desacuerdo: es así.
De
modo que, como decía, por el conflicto exterior e interior
desarrollamos voluntad. Y la voluntad es una forma de resistencia,
evidentemente, tanto si es la voluntad de logro como la voluntad de
ser, el impulso a negar o la determinación de sostener algo. La
voluntad está constituida por los muchos hilos del deseo, y con eso
vivimos. Y cuando indagamos el tiempo, necesitamos una percepción
que es del todo diferente de la voluntad de comprender. No sé si
esto está claro, pero seguiré adelante con ello quizá lo veáis.
Esta es una plática informal, no preparada; es más o menos un
inquirir en uno mismo; y entrar en ello en una charla pública es una
cosa, pero penetrar uno solo en todo esto es muy distinto. Lo que
estamos tratando de hacer es comunicarnos mutuamente este viaje en el
tiempo. El inquirir implica también tiempo, y el reunir palabras
implica tiempo, y toda comunicación se basa en el tiempo. Y tal vez
haya comprensión de lo que es el tiempo, y qué es lo atemporal, no
por medio de palabras ni por comunicación verbal o intelectual, sino
acaso pasando por alto todo el proceso. Pero desgraciadamente tenemos
primero que indagar el tiempo verbalmente, intelectualmente. Mas esta
indagación es en el sentido de aprender sobre ello, que no es
recordar lo que habéis leído, ni simplemente oír las palabras que
estoy diciendo, sino su percepción, el verlo directamente por
vosotros mismos. Y creo que esto puede tener un inmenso valor.
El
tiempo es a la vez cronológico y psicológico, exterior e interior.
Y el conflicto surge cuando se introduce el tiempo en nuestra vida en
forma de ‘seré’, ‘no seré’, ‘tengo que llegar’, ‘tengo
que realizar’. Y si la mente pudiera eliminar todo ese proceso,
entonces podríamos hallar que la mente ya no es medible, carece de
frontera, y sin embargo puede vivir en este mundo totalmente,
completamente, con todos sus sentidos.
Para
la mayoría de nosotros, el tiempo cronológico, en forma de hoy,
mañana y ayer, es esencial. Aprender una técnica, ganarse la vida,
implica tiempo. Está ahí, y no podéis evitarlo; es una realidad.
Necesitáis tiempo para llegar aquí; necesitáis tiempo para
aprender un idioma; existe el tiempo en el avance de la juventud a la
vejez; se tarda tiempo, que implica distancia y espacio, en ir desde
aquí a la luna. Todos estos son hechos, y sería absurdo e insensato
negarlo.
Ahora
bien, ¿existe acaso cualquier otro tiempo, como un hecho? ¿O es que
la mente ha inventado el tiempo psicológico como medio de logro,
como medio de llegar a ser algo? Soy envidioso, adquisitivo, brutal;
pero con el tiempo me libraré gradualmente de la envidia, seré no
violento. ¿Es eso una realidad, es un hecho como lo es la distancia
de Londres a París? ¿Existe cualquier otro hecho tan definido y
real corno el espacio y la distancia? En otras palabras: ¿existe
siquiera el tiempo psicológico? Aunque lo hemos inventado, aunque
vivimos con él, aunque es un hecho para nosotros, ¿existe semejante
cosa? Aceptamos el tiempo cronológico y aceptamos también el tiempo
psicológico, y de los dos decimos: son hechos. Uno, el tiempo
cronológico, es un hecho; pero pongo en duda que el otro lo sea ¿Es
necesario el tiempo para ver algo claramente, inmediatamente? Para
ver la adquisividad, la envidia, todas las cosas, el sufrimiento
implicado en la envidia, para ver la verdad de ello, ¿es necesario
el tiempo? ¿O es que la mente inventa el tiempo psicológico para
gozar de los frutos de la envidia y eludir su dolor? De modo que el
tiempo puede ser el refugio de una mente indolente. Es la mente
perezosa la que dice: ‘no puedo ver eso inmediatamente, déme
tiempo, voy a mirarla durante un período más largo; más adelante
haré algo sobre ello’; o: ‘sé que soy violento; pero
gradualmente, cuando ya no me guste, cuando eso ya no me beneficie,
cuando ya no goce con ello, lo abandonaré’. Por lo tanto, nace el
ideal: la idea de ‘lo que debería ser’ se coloca a distancia,
lejos del hecho de ‘lo que es’. Hay, pues, un espacio entre el
hecho y ‘lo que debería ser’. Y yo pregunto: ¿es un hecho el
ideal de ‘lo que debería ser’? ¿ O es una conveniente invención
de la mente para poder seguir adelante con los placeres y dolores,
con la indolencia de la postergación?
Ahora
bien, para ver algo de inmediato lo absurdo de la envidia, de
la competencia, de la moralidad social- para ver de inmediato la
falsedad de eso, ¿se requiere tiempo? Para transformar la mente,
para que ésta se libere de su propio condicionamiento ¿hace falta
tiempo? Como sabéis, tal como se entiende generalmente, una
revolución implica poner en práctica una norma económica, social,
política o de otra clase, como reacción contra lo que ha sido
antes. Para mí, una reacción no es una revolución. Una revolución
es instantánea y no tiene relación alguna con una reacción.
La
mente, después de todo, es el resultado de muchos miles de ayeres; y
siendo ella misma el resultado del tiempo, siempre piensa en términos
del ayer, el hoy y el mañana. Y para descubrir si existe una
atemporalidad, para descubrir realmente, para aprender sobre ello,
tiene que haber una revolución completa en la mente misma. ¿Estoy
trasmitiendo algo, o nada en absoluto?
Mirad:
sois un inglés, un italiano, un francés, un hindú, o lo que sea, y
con ello van todas las actitudes hacia la vida que condicionan, que
separan, que dividen. Y este condicionamiento se ha producido a
través del tiempo, por la educación, la propaganda; durante dos mil
años la iglesia os ha adoctrinado para que seáis cristianos. Y este
condicionamiento de la religión, del nacionalismo, de la
separatividad, tiene evidentemente que ser destruido por completo,
porque todas esas cosas son fronteras, limitaciones de la mente. ¿Y
es cuestión de tiempo la destrucción de todo esto?
Mirémoslo
de manera distinta. ¿Dónde existe el tiempo, no sólo el del reloj,
sino el tiempo interno? ¿Dónde existe? Por favor, no es esta una
pregunta retórica o de argumentación, ni una pregunta hecha sólo
para estimular vuestra mente eso es todo demasiado tonto.
Pregunto esto porque el espacio, el tiempo y la distancia tienen que
existir en un estado en el que no hay tiempo en absoluto. Ese estado
debe existir primero, y cualquier otro entra en él. Sin
atemporalidad, no hay espacio ni distancia. Os ruego que no aceptéis
ni neguéis esto: tenemos que tentar nuestro camino en ello. Todavía
no os he comunicado su sentido, de modo que no podéis decir que sea
así o no, o que lo que digo no significa nada para vosotros.
Mirad,
existís en el espacio. Sin espacio no existiríais. Sin el espacio
entre dos palabras, éstas carecen de sentido; sin el espacio entre
dos notas, no habría música. El espacio es la cosa desconocida, en
la que lo conocido existe. Sin lo desconocido, no existe lo conocido.
No sé si os lo estoy trasmitiendo. Por favor, esto no es algo
sentimental, que pueda ser motivo de risa o de aceptación. Voy a
seguir para entrar en alguna otra cosa. Si cualquier cosa que uno
dice muere, no hay vida.
La
mayoría de nosotros queremos una vida que tenga continuidad, la cual
es tiempo y espacio. Por consiguiente, para nosotros la muerte es un
horror que hay que evitar, y la vida es algo que hay que prolongar,
mediante la medicina, los médicos, etc. O bien, frente a lo
inevitable de la muerte, decimos, ‘quiero creer en algo: que yo
continuaré y que vosotros continuaréis siempre en el espacio’.
De
modo que, si puede uno decirlo así, en el seno de lo desconocido,
existen el tiempo y el espacio. Pero, sin tentar el propio camino en
lo desconocido, la mente se hace esclava del tiempo y del espacio.
Hemos tardado tiempo en llegar aquí, pero ¿se emplea tiempo para
percibir algo, para ver algo que no es cuestión de tiempo? El ver
que algo es falso, ¿lleva tiempo?
¿Lleva
tiempo el ver lo falso del nacionalismo, lo ponzoñoso que es? Por
favor, aguardad un minuto, no digáis que sí. No me refiero al ver
intelectual, verbal, sino al ver real, a la percepción efectiva de
ello, de modo que jamás volváis a tocarlo eso, seguramente,
no requiere tiempo ¿verdad? Uno sólo depende del tiempo cuando la
mente es ineficaz, indolente.
Y la
muerte. . . ¿por qué hay tal miedo a la muerte? No sólo para los
viejos, sino para todos existe este miedo. ¿Porqué ? Y como tenemos
miedo, hemos inventado todas las bellas teorías consoladoras: la
reencarnación, el karma, la resurrección y todo lo demás.
Es el temor lo que hay que comprender; pero no volvamos al temor;
estamos tratando de comprender lo que significa morir.
La
mayoría de nosotros queremos continuidad física el recuerdo
de las cosas que hemos sido, las esperanzas, las satisfacciones, las
realizaciones- la mayoría vivimos con los recuerdos, las
asociaciones, los cuadros sobre la repisa, los retratos. Y todo eso
puede interrumpirse cuando cesa el cuerpo físico; y eso es algo muy
perturbador. He vivido tanto tiempo, cincuenta o sesenta años; me he
esforzado en cultivar ciertas virtudes, en adquirir conocimiento; y
¿cuál es el valor de la vida, si voy a ser separado de todo ello,
si voy a cesar en el instante? Por consiguiente, el tiempo espacio
interviene. ¿Me seguís? Digo tiempo, como espacio y distancia. Para
nosotros, pues, la muerte es cuestión de tiempo. Pero aquello que
tiene continuidad, que no conoce terminación, nunca puede renovarse,
nunca puede ser joven, fresco, inocente. Sólo aquello que muere
tiene la posibilidad de creación, de renovación, de frescura. ¿Es,
pues, posible morir mientras se vive, conocer la vitalidad, la
energía de la muerte, con todos los sentidos plenamente despiertos?
¿Qué significa la muerte? No la muerte de vejez, enfermedad y
accidente, sino la muerte de una mente que está en plena actividad,
que ha probado, ha experimentado, y ha adquirido conocimientos; lo
cual significa, en realidad, la muerte del ayer. ¿Comprendéis?
No
sé si alguna vez habréis probado, por divertiros, a morir para todo
lo que habéis conocido. Entonces diréis: ‘si muero para todos mis
recuerdos, para mi experiencia, mis conocimientos, mis fotografías,
mis símbolos, mis apegos y ambiciones, ¿qué queda? Nada. Mas, para
aprender sobre la muerte, la mente ha de hallarse, por cierto, en un
estado en que es como nada. Tomemos un ejemplo: ¿habéis tratado
alguna vez de morir, no sólo para el sufrimiento, sino para el
placer? Queremos morir para el sufrimiento, para los recuerdos
desagradables; pero morir también para el placer, para los gozos,
para las cosas que os dan una enorme sensación de vitalidad, ¿lo
habéis ensayado? Si es así, veréis que podéis morir para el ayer;
morir para todo, de modo que cuando vais a la oficina, al trabajo,
vuestra mente esté nueva. Eso, por cierto, es amor ¿no es así?, no
las cosas recordadas.
De
modo que la mente se ha formado a través del tiempo; la mente es
tiempo. Todo pensamiento moldea la mente en el tiempo. Y para no ser
moldeado por el tiempo, el pensamiento debe terminar por completo; no
de manera forzada, no en forma mecánica, no eliminándolo, sino la
terminación que resulta de ver la verdad de que debe terminar.
Así
pues, si uno ha de aprender sobre la muerte, tiene que vivir con la
muerte. Si queréis aprender con respecto a un niño, tenéis que
vivir con el niño, y no asustaros de él. Pero la mayoría de
nosotros muere un millar de muertes antes de la verdadera muerte.
Vivir con la muerte es morir para el ayer, de modo que el ayer no
deje huella en el hoy. Probadlo. Cuando existe la percepción de lo
que es verdad sobre esto, entonces el vivir tiene otro sentido muy
diferente; entonces no hay división entre la vida y la muerte. Pero
nosotros nos asustamos de vivir y también de morir; y no
comprendemos ni la vida ni la muerte. Para vivir con algo, tenemos
que amarlo; y amar es morir para el ayer. Entonces podéis vivir.
Vivir no es la continuidad de la memoria, ni retroceder al pasado y
decir: ‘¡qué maravillosamente lo pasé cuando era muchacho!’
No
conocemos la muerte ni conocemos la vida. Conocemos los trastornos,
las ansiedades, la culpabilidad, los temores, las espantosas
contradicciones y conflictos; pero no sabemos lo que es vivir. Y sólo
conocemos la muerte como algo espantoso, temible; lo apartamos y no
hablamos de ello. Y huimos hacia alguna forma de creencia, como la de
los platos voladores, o la reencarnación, o alguna otra cosa.
Hay,
pues, un morir, y por lo tanto un vivir, cuando se comprenden el
tiempo, el espacio y la distancia en términos de lo desconocido.
Mirad, nuestras mentes siempre actúan en términos de lo conocido, y
nos movemos de lo conocido a lo conocido, y no sabemos ninguna otra
cosa; y cuando la muerte interrumpe esta continuidad de lo conocido
con lo conocido, nos asustamos. Y no hay consuelo. Lo que queremos es
consuelo, no la comprensión de algo, el vivir con algo que no
conocemos.
De
modo que lo conocido es el ayer. Eso es lo único que conocemos. No
sabemos lo que es el mañana. Proyectamos el pasado a través del
presente hacia el futuro; y por ello nacen la esperanza y la
desesperación. Pero para comprender realmente eso que se llama
muerte, que tiene que ser algo extraordinario, incognoscible,
impensable, inimaginable, tiene uno que aprender sobre ello, vivir
con ello, llegar a ello sin conocimiento y sin miedo. Y yo digo que
es posible, que uno puede morir para los muchos ayeres. Al fin y al
cabo, los muchos ayeres son placer y dolor. Y cuando morís para el
ayer, la mente está vacía; y se asusta de ese vacío, por lo cual
empieza de nuevo, pasando de una cosa conocida a otra. Pero si puede
uno morir para el placer y el dolor no un placer o un dolor
determinados- entonces la mente está sin tiempo ni espacio, y una
mente así tiene entonces tiempo y espacio sin el conflicto del
tiempo y el espacio. No sé si seguís esto. Creo que el lenguaje es
muy limitado. Podríamos discutir esto.
INTERLOCUTOR: Siempre
he creído que donde hay espacio tiene que haber tiempo, y parece que
vos lo presentéis de modo algo distinto. ¿No es tiempo el espacio
entre dos palabras?
KRISHNAMURTI: Tenor,
conocemos a la vez el tiempo psicológico y el del reloj, y ¿cómo
va a descubrir, la mente que está atada a estos dos tiempos en
que están involucrados espacio y distancia- cómo va a descubrir si
hay un tiempo sin espacio y distancia? ¿Me seguís? Quiero descubrir
si hay una atemporalidad, en la cual no existe ninguna medida en
forma de tiempo y espacio. Ante todo, ¿es posible descubrir una cosa
así? Podría no serlo. Si no es posible, entonces la mente es
siempre esclava del tiempo y del espacio, entonces es cosa terminada.
Entonces es una mera cuestión de ajuste, de tratar de tener un poco
menos de sufrimiento, etc. Comprendiendo todo esto, ¿puede la mente,
sin autoridad, descubrir por sí misma si existe una atemporalidad? Y
¿cómo va a descubrirlo? Sólo puede descubrirlo abandonando el
tiempo psicológico, como cuando ve algo inmediatamente. Lo que
significa ¿no es así? que la mente se libera del centro alrededor
del cual se mueve, y que hay un morir para el centro que ha acumulado
placer y rechazado el dolor. Y creo que eso tiene una relación
directa con nuestra vida diaria.
INTERLOCUTOR: ¿No es
el tiempo cronológico lo mismo que el psicológico?
KRISHNAMURTI: En cierto
sentido los dos son lo mismo. ¿No existe para la mente el apremio de
hallarse en un estado de algo permanente? Para nosotros la
permanencia es muy importante ¿no es así? Pero no hay tal
permanencia, porque hay guerra, hay muerte, mi esposa se escapa con
alguien, etc. El ansia de tener permanencia es el deseo de estar
seguro. Pero la mente se opone a la inseguridad, de modo que inventa
esperanzas y la idea de un dios permanente. Un dios que hacemos
permanente en el tiempo y el espacio, no puede ser Dios; de modo que
si la mente pudiera ver de manera inmediata la verdad, el hecho de
que no hay nada permanente, entonces creo que el tiempo, la muerte y
el amor tendrán un significado del todo diferente.
INTERLOCUTOR: Después
de detenerse el corazón, ¿hay pensamiento como persona?
KRISHNAMURTI: ¡Oh, cómo
anhelamos descubrir acerca de esto! ¡Cómo nos incorporamos en el
asiento y atendemos!
Veamos.
¿Hay pensar personal y pensar colectivo? ¿O es que todo pensar es
colectivo, sólo que nosotros lo personalizamos? Todos sois
británicos: eso es pensar colectivo. Todos sois cristianos: también
es pensar colectivo. Hay pensamiento individual sólo cuando
trascendéis lo colectivo, cuando ya no estéis confinados,
limitados, condicionados. Así, somos ciertamente individuos sólo en
el sentido de que un organismo está separado de otro, en el sentido
de que hay un espacio y una distancia entre nosotros. ¿No es
colectivo todo nuestro pensar lo cual es una idea bastante
horrible-, pero no es así?
INTERLOCUTOR: Si se os
dijera que vais a morir mañana tendría eso algún efecto sobre vos
personalmente?
KRISHNAMURTI: Ninguno en
absoluto, seguiría adelante. Pero la cuestión es: ¿hay pensar
individual aparte del colectivo? Lo que trato de decir es esto. Se me
ha educado como hindú, como cristiano, budista, o lo que sea,
creyendo en todas las cosas en que cree la sociedad y formando parte
de todo ello. ¿Hay pensamiento separado de eso? Todo pensamiento
aparte de eso sólo puede ser una reacción ¿no es así? Puedo
romper con el marco de lo colectivo y decir que estoy separado, pero
en realidad eso es sólo una reacción dentro del marco, ¿verdad? Yo
hablo de rechazar totalmente el marco. ¿Es posible? Si lo es,
entonces hay un pensar individual que no es simplemente una reacción
contra lo colectivo.
Después
de todo, la muerte es la ruptura con lo colectivo. La muerte es la
ruptura con el marco, en el que existe el pensar colectivo y la
reacción contra lo colectivo que llamáis pensar individual, pero
que sigue formando parte de lo colectivo. Morir para todo eso puede
ser, y tiene que ser algo enteramente diferente, algo que no puede
medirse en términos de lo colectivo ni en términos de lo
individual, algo incognoscible, desconocido. Y yo digo que si no
existe lo desconocido, y si lo conocido no existe dentro de lo
desconocido, entonces no somos más que esclavos de lo conocido, y no
hay ninguna salida. Lo incognoscible sólo es posible cuando uno
muere para lo conocido.
21 de mayo de 1961
X
ME gustaría hablar esta
tarde sobre la calidad de la mente meditativa. Puede ser bastante
complejo y abstracto, pero si entra uno a fondo en ella no
tanto en detalle, sino para descubrir su naturaleza, su sensibilidad,
su esencia- entonces tal vez valga la pena; entonces, acaso sin
esfuerzo consiente ni propósito deliberado, podremos penetrar a
través de la mente superficial, que vuelve nuestras vidas tan
vacuas, tan superficiales y tan dominadas por los hábitos
Y
creo que valdría la pena, ante todo, el que pudiéramos darnos
cuenta por nosotros mismos de lo superficiales que somos. Me parece
que cuanto más superficiales somos, más activos nos volvemos, más
vulgares nos hacemos, y más nos entregamos a reformas sociales.
Coleccionamos obras de arte, charlamos sin cesar, tenemos actividades
sociales, conciertos, libros, vamos a galerías de pintura y tenemos
la infaltable oficina y negocios. Estas cosas nos embotan; y cuando
percibimos este embotamiento tratamos de agudizarnos con palabras,
con el intelecto, con las cosas de la mente. Y siendo superficiales,
también tratamos de escapar de esa vacuidad hacia las actividades
religiosas, las oraciones, la contemplación, la persecución del
conocimiento; nos volvemos idealistas, colgamos cuadros en las
paredes, y así sucesivamente. Creo que sabemos muy bien, si acaso
somos conscientes, cuán superficiales somos, y cómo una mente que
sigue un hábito o practica una disciplina para llegar a ser algo, se
vuelve más y más pesada, estúpida, de modo que pierde su agudeza,
su sensibilidad. Es muy difícil que una mente superficial destruya
su propia estrechez, sus limitaciones, su pequeñez. No sé si
habréis pensado siquiera sobre todo esto.
Aquello
de que voy a hablar esta tarde, reclama, no sólo cierta actividad de
la mente, del intelecto, sino también un darse cuenta de la palabra
y sus limitaciones. Y si podemos comunicarnos unos con otros, no sólo
verbalmente, sino más allá de los símbolos que las palabras evocan
en nuestras mentes, y también tentar nuestro camino juntos, entonces
empezaremos a descubrir por nosotros mismos lo que es meditar, cuál
es la calidad de la mente capaz de meditación.
Me
parece que, sin la comprensión de la extraordinaria belleza de la
meditación, por muy aparentemente inteligente, bien dotado, capaz y
perspicaz que uno pueda ser, una vida así es muy superficial y tiene
poco sentido. Y al darnos cuenta de que nuestras vidas tienen muy
poco sentido buscamos entonces un propósito en la vida; y cuanto mas
grande es el propósito que se nos ofrece, más nobles creemos que
son nuestros empeños. Creo que es una actitud completamente errónea
la de buscar un propósito. No hay propósito; sólo hay un vivir más
allá de todo cálculo. Y, para descubrir ese estado que está más
allá de todo cálculo, se requiere una mente muy cautelosa, aguda,
clara, precisa, no una mente que haya sido embotada por el hábito.
Creo
que es bastante claro que nuestras vidas son vacías, superficiales.
Y una mente superficial se satisface con facilidad. Tan pronto como
se siente descontenta, toma un curso estrecho, establece un ideal,
persigue ‘lo que debería ser’. Y una mente así, haga lo que
hiciere sentarse con las piernas cruzadas, concentrarse sobre
su ombligo o pensar sobre lo Supremo- seguirá siendo superficial,
porque su esencia misma es superficial. Una mente estúpida nunca
puede convertirse en una mente grande. Lo que puede hacer es darse
cuenta de su propia estupidez; y en cuanto se dé cuenta por sí
misma de lo que es, sin imaginar lo que debería ser, entonces hay un
derrumbamiento de la estupidez. Cuando uno percibe esto, toda
búsqueda termina, lo que no significa que la mente se estanque, se
eche a dormir. Al contrario, ella hace frente a ‘lo que es’
efectivamente, cosa que no es un proceso de búsqueda, sino de
comprensión.
Al
fin y al cabo, la mayor parte de las personas están buscando
felicidad, Dios, verdad, amor perpetuo, una permanente morada en el
cielo, una virtud, un amor permanentes. Y me parece que una mente que
busca es muy superficial. Creo que debemos ser un poco claros sobre
este punto, que tenemos que investigarlo, debemos ver lo absurdo de
una mente superficial y sus actividades, porque no podremos penetrar
en lo que estamos explorando esta tarde si estamos pensando todavía
en términos de buscar, de hacer un esfuerzo, tratando de descubrir.
Por el contrario, necesitamos una mente extraordinariamente aguda,
quieta, tranquila. Una mente superficial, cuando hace un esfuerzo
para volverse silenciosa, seguirá siendo sólo un charco
superficial. Una mente insignificante, que es muy instruida, muy
astuta, muy llena de la adquisitiva búsqueda de Dios, de la verdad,
o de algún santo, porque quiere llegar a alguna parte, sigue siendo
superficial, porque todo esfuerzo es superficial, es el resultado de
una mente limitada, estrecha. Una mente así jamás puede ser
sensible; y creo que uno tiene que afrontar la verdad de eso. El
esfuerzo para ser, para devenir, para rechazar, para resistir, para
cultivar la virtud, para suprimir, para sublimar, todo eso es en
esencia la naturaleza de una mente superficial. Probablemente la
mayor parte de las personas no estarán conformes con esto, pero no
importa. Me parece un hecho psicológico evidente.
Ahora
bien, cuando uno comprende esto, cuando se da cuenta de esto y de
hecho ve su verdad, no de manera verbal o intelectual, y no deja que
la mente haga innumerables preguntas sobre cómo cambiarlo, cómo
salir de esta superficialidad todo lo cual implica esfuerzo-,
entonces la mente comprende que no puede hacer nada acerca de sí
misma. Todo lo que puede hacer es percibir, ver las cosas
inflexiblemente, como son, sin falseamiento, sin aducir opiniones
sobre el hecho; tan sólo observar. Y es sumamente difícil limitarse
a observar, porque tenemos las mentes adiestradas para condenar, para
comparar, para competir, para justificar, o para identificarnos con
lo que vemos. Por eso ella nunca ve las cosas exactamente como son.
Vivir con un sentimiento tal como es ya se trate de celos,
envidia, codicia, ambición o lo que queráis , vivir con él
sin falsearlo, sin tener ninguna opinión o juicio sobre él, exige
una mente que tenga energía para seguir todos los movimientos de ese
hecho. Un hecho real nunca está quieto; está en movimiento, vive.
Pero nosotros queremos fijarlo para captarlo con una opinión, con un
juicio.
Así,
pues, una mente alerta, sensible, ve la futilidad de todo esfuerzo.
Aun en nuestra educación, el niño, el estudiante que hace un
esfuerzo para aprender, nunca aprende realmente. Puede adquirir
conocimientos, puede obtener un grado; pero el aprender es algo que
está más allá del esfuerzo. Acaso esta noche podamos aprender
juntos, sin esfuerzo y sin quedar atrapados dentro de los campos del
conocimiento.
Darse
cuenta del hecho sin distorsión, sin coloración, sin darle ninguna
tendencia, mirarnos a nosotros mismos tal como somos con todas
nuestras teorías, esperanzas, desesperaciones, sufrimientos,
fracasos y frustraciones agudiza la mente de manera asombrosa.
Lo que la embota es la creencia, los ideales, los hábitos, el tratar
de ampliarla, de hacerla crecer, de devenir o ser. Y, como he dicho,
para seguir el hecho hace falta una mente precisa, sutil, activa,
porque el hecho nunca está quieto.
No
sé si habéis mirado alguna vez la envidia como un hecho y la habéis
seguido. Todas nuestras sanciones religiosas se basan en la envidia,
desde el arzobispo hasta el más bajo clérigo; y toda nuestra
moralidad social, todas nuestras relaciones, se basan en la
adquisividad y comparación, que también es envidia. Y requiere una
mente muy alerta seguir todo eso hasta el fin, en todos sus
movimientos, en todas nuestras diarias actividades. Es muy fácil,
¿no es así? reprimirla, decir: ‘veo que no debo ser envidioso’,
o, ‘como estoy atrapado en esta corrupta sociedad, tengo que
aceptarla’. Pero el seguir su movimiento, seguir cada curva, cada
línea, los matices, su sutileza, ese proceso mismo de seguir el
hecho hace a la mente sensible, sutil.
Ahora
bien, si uno hace eso, si uno sigue el hecho sin tratar de cambiarlo,
entonces no hay contradicción entre ‘el hecho’ y ‘lo que
debería ser’, y por lo tanto no hay esfuerzo. No sé si realmente
veis esto: que si la mente sigue el hecho, entonces no está enredada
tratando de alterar el hecho, tratando de volverlo diferente. Esto
también es una verdad psicológica. Y este seguir el hecho tiene que
hacerse todo el tiempo, día y noche, aun durmiendo. Porque la
actividad de la mente cuando el cuerpo está dormido es mucho más
deliberada, resuelta, y esas actividades las descubre la mente
consciente a través de símbolos, insinuaciones, sueños.
Pero
si la mente está alerta todo el día, vigilando continuamente cada
palabra, cada gesto, cada movimiento del pensamiento, entonces no hay
sueños; la mente puede entonces trascender su propia conciencia. No
proseguiremos con esto por el momento, porque lo que queremos mostrar
es la necesidad de una mente sensible. Si uno quiere descubrir acerca
de la verdad, Dios o como queráis llamarlo, es absolutamente
necesario tener una buena mente, no en el sentido de ser
astuta, intelectual, argumentadora-, sino una mente que sea capaz de
razonar, de discutir, de dudar, de preguntar e inquirir para
descubrir. Una mente que tiene fronteras, que está condicionada, no
es sensible; un nacionalista, un creyente, es obvio que no tiene
mente sensible porque su creencia, su nacionalismo, la limitan. Por
eso al seguir el hecho la mente se vuelve sensible. El hecho la
vuelve sensible, no tenéis vosotros que volverla sensible.
Si
esto es bastante claro, entonces ¿cuál es la naturaleza de la
belleza que descubre una mente así? La belleza, para la mayoría de
nosotros, está en las cosas que vemos objetivamente: un edificio, un
cuadro, un árbol, un poema, un río que fluye, una montaña, una
sonrisa en un rostro bonito, el niño en la calle. Y para nosotros
existe también la negación de la belleza, la reacción frente a
ella, que es decir: ‘eso es feo’. Mas una mente sensible, es
sensible tanto para lo feo como para lo bello, y por lo tanto no va
en pos de lo que llama bello ni elude lo feo. Y con una mente así
descubrimos que hay una belleza del todo distinta de las valoraciones
de una mente limitada. Sabéis que la belleza exige sencillez. Y la
mente en verdad sencilla que ve los hechos como son, es
verdaderamente bella. Pero no puede uno ser sencillo si no hay
abandono; y no hay abandono si no hay austeridad. No me refiero a la
austeridad del taparrabo, de la barba, del monje, de una sola comida
al día, sino a la austeridad de una mente que se ve como es, y que
persigue sin cesar lo que ve. Y el perseguir eso es abandono, porque
no hay fondeadero al cual pueda aferrarse la mente. Tiene que
abandonarse por completo para ver ‘lo que es’.
Así,
la percepción de la belleza reclama la pasión de la austeridad. Uso
deliberadamente las palabras ‘pasión’ y ‘austeridad’. He
explicado esta última; y para ver la belleza, evidentemente debéis
tener pasión. Tiene que haber intensidad y tiene que haber agudeza.
Una mente torpe no puede ser austera, no puede ser sencilla, y por
consiguiente no tiene pasión. Es en la llama de la pasión que
percibís la belleza, y que podéis vivir con belleza.
Quizá
todo esto sea para vosotros palabras para recordar, para invocar,
para sentir después. No hay ‘después’, no hay ‘entretanto’.
Tiene que realizarse ahora, mientras discutimos, mientras estamos en
comunión uno con otro. Y esta percepción de la belleza no es sólo
en las cosas en vasos, estatutos y en los cielos- sino que
también empieza uno a descubrir la belleza de la meditación y la
intensidad, de la pasión, de la mente meditativa.
Ahora
quisiera indagar la meditación, porque la meditación es necesaria,
y estamos poniendo sus cimientos. Para la meditación se requiere una
mente capaz de estar en silencio no que haya sido silenciada
por medio de tretas, por la disciplina, por persuasión, por
represión, sino una mente que esté en completa quietud. Eso es
absolutamente indispensable para una mente que se halle en estado de
meditación. Por lo tanto, la mente ha de estar libre de todos los
símbolos y palabras. La mente es esclava de las palabras ¿no es
así? Los británicos son esclavos de la palabra ‘reina’, y la
persona religiosa es esclava de la palabra ‘Dios’, etc. Una mente
que esté atiborrada de símbolos, palabras, ideas, es incapaz de
estar en silencio, quieta. Y si está atrapada en el pensamiento no
puede estar quieta. Esa quietud no es estancamiento, no es un estado
en blanco ni de hipnosis; pero uno llega a ella oscura,
inesperadamente, sin volición ni deseo, cuando se comprende el
proceso del pensamiento.
El
pensamiento es, después de todo, la reacción de la memoria; y ésta
es el residuo de la experiencia, que a su vez es el centro, el ‘yo’.
Allí está pues la formación del centro, del ‘yo’, del ‘ego’,
que es esencialmente la acumulación de experiencia, pasada y
presente, en relación con lo colectivo tanto como con lo individual.
De ese centro, que es el residuo de la memoria, surge el pensamiento.
Y hay que comprender por completo ese proceso, cosa que es el
conocimiento propio. Por eso, sin conocerse a sí mismo, consciente
tanto como inconscientemente, la mente nunca puede estar quieta. Sólo
puede provocar quietud hipnotizándose, cosa que es demasiado
infantil, falta de madurez.
Así
pues, el autoconocer es inmediato, es necesario, y es urgente, porque
la mente, conociéndose y conociendo todas sus tretas, fantasías y
actividades, llega entonces sin esfuerzo, sin buscarlo, sin
premeditación, a ese estado de completa quietud. Conocerse a sí
mismo es conocer la totalidad del pensamiento y saber cómo se divide
a sí mismo en el yo superior y el yo inferior; es ver todo este
movimiento de la experiencia, la memoria, el pensamiento y el centro
centro que se convierte en pensamiento, memoria y experiencia;
y experiencia que a su vez vuélvese memoria, condicionando aún más
la experiencia.
Espero
que estaréis siguiendo todo esto, porque si os observáis
atentamente, lo veréis. El centro jamás es estático. Lo que era el
centro se convierte en la experiencia, y ésta en el centro; y el
centro se transforma en memoria. Es como la causa y el efecto. Lo que
era la causa llega a ser el efecto, y el efecto se convierte en
causa. Y este proceso no es sólo consciente, sino también
inconsciente. Lo inconsciente es el residuo de la raza, del hombre,
ya sea del Este como del Oeste; esas tradiciones heredadas, al unirse
a lo presente se transforman en otra tradición. Darse cuenta de las
muchas capas de lo inconsciente y de su movimiento requiere una mente
que sea extraordinariamente aguda y viva, que ni por un momento
busque jamás seguridad, consuelo. Porqué en cuanto buscáis
seguridad, consuelo, estáis acabados, empantanados, aprisionados.
Una mente anclada a la seguridad, al consuelo, a una creencia, a una
norma o a un hábito, no puede ser veloz.
De
modo que todo esto es el conocerse a sí mismo; y conocerse a sí
mismo es descubrir el hecho y seguirlo sin el impulso de cambiarlo. Y
eso exige atención. La atención es una cosa y la concentración es
otra muy distinta. La mayor parte de las personas que quieren meditar
esperan lograr concentración. Cualquier niño de escuela sabe qué
es la concentración. El quiere mirar por la ventana y el maestro le
dice: ‘mira tu libro’, y hay una batalla interna entre el deseo
de mirar hacia fuera y el impulso del miedo, de la competencia, que
le hace mirar al libro. De modo que la concentración es una forma de
exclusión, ¿no es así? Y, en ese proceso, aunque podáis
agudizaros, estaréis limitando le mente. Os ruego sigáis todo esto
sin aceptar ni negar, sino simplemente observándolo.
Una
mente que sólo se está concentrando conoce la distracción; pero la
que está atenta, no sujeta por la concentración, no conoce
distracción. Entonces todo es un movimiento viviente. Por favor,
observad esto con todo corazón y veréis que os desprendéis de
todas las cargas de los edictos religiosos que se os han impuesto, y
que mirareis la vida de modo distinto; la vida entonces se vuelve
algo asombroso, de enorme importancia: el vivir mismo, y no el
escapar.
Como
sabéis, cuando le dais un juguete a un niño, se calma toda su
agitación y se queda quieto, absorto en el juguete. Y lo mismo es
con nosotros; tenemos nuestros juguetes, nuestros Maestros,
Salvadores, imágenes; y la mente se absorbe en ellos y se aquieta.
Pero esa absorción es la muerte para la mente.
Ahora
bien, la atención no es lo opuesto de la concentración; no tiene
relación con ésta, y por lo tanto no es una reacción con respecto
a ella. Hay atención cuando vuestra mente se da cuenta de cada
movimiento que se produce dentro y fuera de sí misma. Implica, no
sólo oír todos los ruidos de los autobuses, de los coches, sino
también lo que se dice, y daros cuenta de vuestra reacción ante lo
que se dice, sin elección, de modo que la mente no tiene entonces
fronteras. Cuando la mente está así atenta, entonces la
concentración tiene un significado muy diferente; entonces la mente
puede concentrarse, pero esa concentración no es un esfuerzo, no es
una exclusión, sino parte de esta alerta percepción. No sé si
estáis siguiendo esto.
Una
atención así es bondad, es virtud; y en esa atención hay amor, y
por lo tanto, hagáis lo que hiciereis, no hay mal. El mal surge sólo
cuando hay conflicto. Una mente atenta, que se da plena cuenta de sí
misma y de todas las cosas dentro de sí, una mente semejante es
entonces capaz de ir más allá de sí misma.
La
meditación no es, pues, un proceso de saber cómo meditar, de que se
nos enseñe a meditar. Eso carece por completo de madurez; se
convierte en un hábito, y el hábito embota la mente. Una mente
presa de su propio condicionamiento puede tener visiones de Cristo o
de los dioses indios o de lo que sea, pero sigue estando
condicionada. Un cristiano sólo verá visiones de Cristo, y el indo
verá sólo sus propios dioses favoritos. Una mente meditativa no es
imaginativa; por consiguiente no tiene visiones.
Así
pues, cuando la mente, que ha estado agitándose dentro de sus
propios movimientos, persigue la actividad de sus pensamientos, está
enamorada de su centro, de su movimiento, de sus experiencias, sólo
entonces puede ella seguir, sólo entonces está quieta.
Ahora,
esperad un minuto. El que habla puede deciros verbalmente lo coque
entonces ocurre, polo eso es de muy poca importancia, porque tenéis
que descubrirlo vosotros. Tenéis que llegar al estado en que
vosotros abrís la puerta; si otro abre la puerta por vosotros, o
trata de hacerlo, entonces el otro se vuelve vuestra autoridad y
vosotros sus seguidores. Por lo tanto, hay muerte para la verdad. Hay
muerte para la persona que dice que sabe, y hay muerte para la
persona que dice: ‘decidme’. El anhelo de saber engendra
autoridad; de modo que el líder y el seguidor están atraparlos en
la misma red.
Ahora
bien, el que habla indaga esto, no para convenceros, no para
induciros, no para enseñaros ni nada de eso, sino porque cuando
comprendáis esto veréis qué relación tienen el tiempo y el
espacio.
Sabéis
que cuando la mente está por completo sin barreras, sin limitación,
está plena; y, estando plena, está vacía; y estando vacía puede
contener el tiempo tiempo como espacio y distancia, tiempo como
ayer, hoy y mañana. Pero sin ese vacío no hay tiempo, no hay
espacio, no hay distancia. Por ese vacío existe el tiempo, y por
consiguiente la distancia y el espacio. Y cuando la mente descubre
esto, cuando lo experimenta no verbalmente sino de hecho, no
como una cosa recordada entonces esa mente sabe lo que es
creación; creación, no la cosa creada. Y entonces veréis que
cuando dais la vuelta a la esquina, cuando camináis por un bosque o
por alguna calle sucia, dondequiera que sea, os enfrentaréis con lo
eterno.
Así,
la mente ha viajado dentro de sí misma, en lo más profundo de sí
misma, sin reservas. No es como el viaje a la Luna, en un cohete,
cosa que es bastante fácil, mecánica; sino que es el viaje
interior, la mirada interna que no es una simple reacción a lo
exterior. Es el mismo movimiento, el externo y el interno. Y cuando
existe esta profunda mirada interna, esta interna persecución, este
empeño, este interno fluir, esta marcha interior, entonces la mente
no es nada aparte de aquello que es sublime. Por lo tanto, termina
toda indagación, toda búsqueda, toda ansiedad.
Por
favor, no os dejéis hipnotizar, influir, por lo que se está
diciendo. Si sois influidos no sabréis por vosotros mismo lo que es
el amor. La meditación es el descubrimiento de esto cosa
extraordinaria llamada amor.
28 de mayo de 1961
XI
LA última vez hablábamos
sobre la meditación y la belleza, y creo que si pudiéramos volver a
esto un poco, podríamos luego seguir con aquello de que quiero
discutir esta vez.
Decíamos
que hay belleza, un sentimiento de belleza que trasciende los
sentidos, un sentimiento no provocado por las cosas producidos por el
hombre o por la naturaleza. Está más allá de estas cosas; y si
fuéramos a proseguir la indagación sobre lo que es belleza que
no es meramente subjetiva ni objetiva-, llegaríamos a esa misma
intensa percepción del sentimiento de belleza a que se llega por la
meditación. Creo que la meditación, la mente meditativa, es
absolutamente esencial. Hemos indagado eso bastante a fondo y vimos
que una mente meditativa es inquisitiva, sigue todo el proceso del
pensamiento y es capaz de trascender las limitaciones de éste.
Tal
vez para algunos de nosotros sea sumamente difícil meditar, y puede
ser que no hayamos pensado siquiera sobre el asunto. Pero si uno ha
indagado cuidadosamente esta cuestión de la meditación que no
es autohipnosis, ni imaginación, ni el provocar visiones y toda esa
cuestión sin madurez- llega invariablemente, creo, a ese mismo
sentimiento, a esa misma intensidad a que llega cuando la mente es
capaz de percibir lo que es bello, no provocado. Y una mente que es
silenciosa, que está en calma y en esa intensidad, descubre un
estado que no está limitado por el tiempo y el espacio.
Me
gustaría esta vez hablar sobre lo que es la mente religiosa. Como
hemos estado diciendo desde el principio de estas improvisadas
pláticas, estamos tratando de comunicarnos mutuamente, estamos
haciendo un viaje juntos. Por consiguiente no estáis escuchando al
que habla con prejuicio, con benevolencia, con agrado o desagrado;
escucháis para descubrir por vosotros mismos qué es verdadero. Y
para descubrir lo verdadero, preso como uno está en tanto
pensamiento, esperanza y desesperación falsos, sin madurez, no tiene
que aceptar nada en absoluto de lo que está diciendo el que habla.
Debe uno investigar, explorar; y eso requiere una mente libre, no la
mera reacción de una mente con prejuicios, obstinada, sino una mente
en realidad libre, que no está anclada a ninguna creencia, dogma o
experiencia particular, sino que es capaz de seguir un hecho con
mucha claridad y precisión. Y para seguir los hechos se requiere una
mente muy sutil. Como decíamos el otro día, un hecho jamás es
estático, nunca está quieto; siempre se está moviendo, tanto si es
el hecho que uno observa dentro de sí mismo como si es un hecho
objetivo. La observación de un hecho exige una mente capaz, precisa,
lógica, y sobre todo, libre para proseguir.
Me
parece que en este mundo actual, con todas sus confusiones, miseria y
agitación, la mente científica y la mente religiosa son necesarias.
Esos, por cierto, son los dos únicos estados reales de la mente no
la mente creyente, ni la mente condicionada, tanto si está
condicionada por el dogma del cristianismo como por el del hinduismo,
o por cualquier otra creencia o religión. Después de todo, nuestros
problemas son inmensos, y el vivir se ha vuelto mucho más completo;
tal vez exteriormente haya mayor sensación de seguridad, la
impresión de que acaso no haya guerras atómicas, por causa del gran
miedo a ellas. Cree uno que aunque tal vez haya una guerra lejana, no
será en Europa; y así puede uno sentirse más seguro, física e
interiormente. Pero me parece que una mente que busque seguridad se
vuelve torpe, mediocre; y una mente así es incapaz de resolver sus
propios problemas.
Así
pues, viviendo en este mundo con su rutina, su fastidio, con la
superficial existencia de su clase media, alta o baja-, para resolver
nuestros problemas, para trascenderlos, para profundizar
interiormente, sólo hay dos caminos: un enfoque científico, o un
enfoque religioso. El enfoque religioso incluye al científico, pero
éste no contiene dentro de sí al enfoque religioso. Pero nosotros
necesitamos el espíritu científico, porque éste es capaz de
examinar inexorablemente todas las causas que traen la desdicha del
hombre; el espíritu científico puede producir paz en el mundo,
objetivamente, puede alimentar a la humanidad, darle casas, ropas,
etc. no sólo para los ingleses o los norteamericanos, sino
para todo el mundo. No puede uno vivir en la prosperidad en un
extremo de la Tierra, habiendo en el otro extremo degradación,
enfermedades, hambre y miseria. Probablemente la mayoría de vosotros
no sabéis nada de todo eso, pero deberíais saberlo. Hace falta el
espíritu científico para resolver todos estos inmensos problemas,
para desbaratar por completo todas las estupideces del nacionalismo,
todos los acomodos políticos, las ambiciones, la codicia del poder.
Pero desgraciadamente, como vemos, el espíritu científico se
interesa más que nada en ir a la Luna y más allá, en mejorar
nuestras comodidades, tener mejores refrigeradores, mejores
automóviles, etc. Eso está bien hasta cierto punto, pero me parece
un punto de vista muy limitado.
Sabemos
qué es el espíritu científico: el espíritu de la investigación,
que nunca está satisfecho con lo que se ha hallado, que siempre está
cambiando, que nunca permanece estático. Es el espíritu científico
el que ha construido el mundo industrial; pero un mundo industrial
sin una revolución íntima produce un modo de vida mediocre. Sin una
revolución interna, todas las llamadas glorias y bellezas de la vida
intelectual sólo hacen a la menté más torpe, más contenta,
satisfecha, segura. El progreso en cierto modo es esencial, pero el
progreso también destruye la libertad. No sé si habéis observado
que cuantas más cosas tenéis menos libres estáis. Y por eso las
personas religiosas de Oriente han dicho: ‘desechemos las cosas
materiales, no tienen importancia. Busquemos las otras cosas’; pero
a éstas tampoco ellos las han encontrado. Sabemos, pues, mas o
menos, qué es el espíritu científico: el que existe en el
laboratorio. No hablo del hombre de ciencia; él está probablemente
como vosotros y yo, aburrido de su diaria existencia, es avaricioso,
busca poder, posición, prestigio y todo eso.
Ahora
bien, es mucho más difícil descubrir qué es el espíritu
religioso. ¿Cómo procede uno cuando quiere descubrir algo
verdadero? Queremos descubrir qué es el verdadero espíritu
religioso no el extraño espíritu que prevalece en las
religiones organizadas, sino el verdadero espíritu. ¿Cómo emprende
uno eso?
Creo
que uno comienza a descubrir qué es el verdadero espíritu
religioso, sólo a través del pensar negativo, porque, para mí, el
pensar negativo es la más elevada forma de pensar. Por pensar
negativo entiendo el descartar, el desprenderse por completo de las
cosas falsas, el destruir las cosas que el hombre ha establecido para
su propia seguridad, para su propia protección íntima, todas las
diversas defensas y el mecanismo del pensamiento que construye esas
defensas. Creo que uno tiene que destruirlas, pasar por ellas rápida
y velozmente, y ver si hay algo más allá. Y desprenderse de todas
estas cosas falsas no es una reacción frente a lo que existe. Por
cierto, para descubrir qué es el espíritu religioso y para abordar
esto negativamente, tiene uno que ver qué es aquello en que cree,
por qué cree, por qué acepta todos los innumerables
condicionamientos que imponen sobre la mente humana las religiones
organizadas en todo el mundo. ¿Por qué creéis en Dios? ¿Por qué
no creéis en Dios? ¿Por qué tenéis tantos dogmas, creencias?
Pues
bien, podéis decir que si uno pasa por todas estas estructuras
llamadas positivas, tras de las cuales se refugia la mente, si pasa
por ellas sin tratar de hallar algo más, entonces no quedará nada,
sólo desesperación. Pero creo que tiene uno que pasar también por
la desesperación. La desesperación solo existe cuando hay esperanza
la esperanza de estar seguro, de estar permanentemente cómodo,
perpetuamente mediocre, perpetuamente feliz. Para la mayoría de
nosotros la desesperación es la reacción frente a la esperanza.
Pero para descubrir qué es el espíritu religioso, me parece que la
indagación debe surgir sin ninguna provocación, sin ninguna
reacción. Si vuestra búsqueda no es más que una reacción porque
queréis encontrar más seguridad interna- entonces lo que buscáis
es meramente mayor confortación, ya sea en una creencia, en una
idea, o en el conocimiento, en la experiencia. Y me parece que un
pensamiento así, nacido de reacción, sólo puede producir más
reacciones, y por lo tanto no hay liberación del proceso de la
reacción que impide el descubrimiento. No sé si me explico
claramente.
Creo
que tiene que haber un enfoque negativo, lo que significa que la
mente ha de darse cuenta del condicionamiento impuesto por la
sociedad con respecto a la moralidad, darse cuenta de las
innumerables sanciones que impone la religión, y percibir también
cómo, al rechazar estas imposiciones externas, ha cultivado uno
ciertas resistencias internas, las creencias conscientes e
inconscientes que se basan en la experiencia, en el conocimiento, y
que se convierten en normas directivas.
Así,
pues, la mente que quiera descubrir qué es el verdadero espíritu
religioso tiene que estar en un estado de revolución, lo que
significa la destrucción de todas las cosas falsas impuestas sobre
ella, ya sea por presiones exteriores o por ella misma; porque la
mente siempre está buscando seguridad.
Me
parece, pues, que el espíritu religioso tiene en sí este constante
estado de una mente que nunca construye, que nunca edifica para su
propia seguridad. Porque si construye, por el ansia de estar segura,
entonces vive detrás de sus propias murallas, y así no es capaz de
descubrir si hay algo nuevo.
Por
eso la muerte, la destrucción de lo viejo, es necesaria la
destrucción de la tradición, librarse totalmente de lo que ha sido,
la remoción de las cosas que ella ha acumulado como memoria, a
través de los siglos, de muchos ayeres. Entonces, podríais decir:
‘¿qué queda? Todo lo que soy es esta novela, esta historia, las
experiencias. Si todo eso se ha ido, se ha eliminado, ¿qué queda?’
Ante todo, ¿es posible eliminar todo eso? Podemos hablar sobre ello,
pero, ¿es realmente posible? Yo digo que lo es no por
influencia, no por coerción; eso es demasiado tonto, falto de
madurez. Mas yo digo que puede hacerse si uno indaga en ello muy
profundamente, dejando de lado toda autoridad. Y ese estado en que
queda limpia la pizarra lo que significa morir cada día y de
instante en instante para las cosas que uno ha acumulado- requiere
mucha energía y honda penetración; y eso forma parte del espíritu
religioso.
Otra
parte del espíritu religioso es el espíritu de poder, en que están
incluidos la ternura y el amor. Estoy tratando de expresarlo en
palabras; os ruego que no os quedéis con las palabras. He dicho que
otra parte del espíritu religioso es el poder que viene por el amor.
Y con la palabra ‘poder’ me refiero a algo enteramente distinto
del impulso a ser poderoso, del sentimiento de conminación, de
ejercer control; del poder que viene por la abstinencia, o el poder
de una mente perspicaz que es ambiciosa, que tiene codicia, envidia,
qué quiere lograr: semejante poder es pernicioso. El dominio de una
persona sobre otra, el poder del político, el poder de influir sobre
las personas para qué piensen de cierto modo, tanto si lo hacen los
comunistas como las iglesias, los sacerdotes o la prensa, ese poder,
para mí, es maligno por completo. Me refiero a algo enteramente
diferente, no sólo en grado sino en calidad, algo sin ninguna
relación con el poder de la dominación. Existe tal poder, un algo
exterior, no provocado por nuestra voluntad o nuestro deseo. Y en ese
poder hay esa cosa extraordinaria que es el amor; y eso forma parte
del espíritu religioso.
El
amor no es sensual; no tiene nada que ver con la emoción; no es la
reacción ante el temor; no es el amor que tiene la madre por su
hijo, o el marido por la esposa, etc.
Por
favor, seguid esto, entrad en ello, no aceptéis ni rechacéis,
porque estamos haciendo un viaje juntos. Podéis decir: ‘tal amor,
tal estado de mente que no se basa en un reconocimiento, en un
recuerdo, en una asociación, no es posible’. Pero yo creo que lo
encontraremos. Llega uno a él oscuramente cuando empieza a
investigar todo este proceso del pensamiento, los caminos de la
mente. Es un poder que tiene en sí mismo su propio ser; es energía
sin causa. Es enteramente diferente de la energía que es engendrada
por el yo, el ‘ego’, en la persecución de las cosas que desea. Y
tal energía exista; pero sólo puede encontrarse cuando la mente
está libre, no atada al tiempo ni al espacio. Esa energía surge
cuando el pensamiento como experiencia, como conocimiento, como
el ego, el centro, como el yo el ‘mí’ que está picando su
propia energía, su volición con sus pesares, sus miserias, etc.-,
se ha disuelto. Cuando ese centro se ha disipado, entonces existe esa
energía, ese poder que es el amor.
Hay
aún otro estrato de la mente religiosa que es un movimiento un
movimiento que no está dividido en lo externo y lo interno. Seguid
esto un poco, por favor. Conocemos el movimiento externo, los
movimientos objetivos; y de éste per te una reacción contra ello
que llamamos el movimiento interno, un alejamiento de lo externo, una
renunciación a ello, o bien su aceptación como lo inevitable, que
ha de aguantarse; y se cultiva como reacción un movimiento hacia
dentro, con sus creencias, experiencias, etc. Existe el movimiento
hacia fuera, el volverse hacia fuera, el ser ambicioso, agresivo, y
así sucesivamente; y cuando eso falta, entonces hay un volverse
hacia dentro. Nunca buscamos la verdad cuando la mente es feliz.
Cuando la mente está satisfecha, deleitada, tiene en sí misma tal
vitalidad que no quiere ni aun musitar el nombre de Dios. Sólo nos
volvemos a lo interior, como hacen los viejos, cuando somos
desdichados, cuando las cosas exteriores han fallado, cuanto ya no
tenemos éxito, cuando tenemos trastorno en la familia, cuando hay
muerte, conflicto, etc. Nunca acudimos a la religión cuando somos
jóvenes, porque todas nuestras glándulas funcionan óptimamente.
Estamos satisfechos con el sexo, la posición, el prestigio, el
dinero, la fama, y todo eso. Cuando esas cosas empiezan a fallarnos,
entonces nos volvemos hacia dentro; o si aún somos jóvenes, nos
volvemos ‘beatniks’. Todo eso es una reacción; y la revolución
no es una reacción.
Ahora
bien, si uno ve la verdad de todo eso muy claramente, entonces hay un
movimiento que es tanto lo exterior como lo interior; no hay
división. Es un movimiento movimiento que ve las cosas
exteriores con precisión, con claridad, objetivamente, como son; y
es el mismo movimiento que se vuelve hacia dentro, no como una
reacción, sino como la ola que va y que vuelve, siendo la misma
agua. El ir hacia fuera, es mantener abiertos y vivos los ojos, los
sentidos, todo; y el ir hacia dentro es cerrar los ojos. Uso estas
expresiones como medio de decíroslo, no tenéis que tener los ojos
cerrados. El ir hacia dentro es la mirada interna; habiendo
comprendido lo exterior, los ojos se vuelven hacia dentro; pero no
como una reacción. Y la mirada interna, la comprensión interior, es
completa quietud, calma; porque ya no hay nada más que buscar, nada
más que comprender.
No
me gusta tener que usar la expresión ‘interno’, mas espero que
hayamos comprendido. Es este estado interno que es creación. No
tiene nada que ver con el poder de inventar, de producir cosas, etc.,
que tiene el hombre. Es el estado de creación. Este estado de
creación surge sólo cuando la mente ha comprendido la destrucción,
la muerte. Y cuando la mente ha vivido en ese estado de energía, que
es el amor, sólo entonces existe tal estado de creación.
Ahora
bien, la parte jamás es el todo. Hemos descrito las partes; pero el
rayo de una rueda no es la rueda, aunque ésta contiene los rayos. No
podéis abordar el todo a través de la parte. El todo se comprende
sólo cuando tenéis el sentimiento de la totalidad de lo que se ha
dicho sobre las diversas partes de la mente religiosa. Cuando
conseguís el sentimiento total de ello, entonces en ese sentir total
están incluidos la muerte, la destrucción, el sentido de poder por
el amor, y la creación. Y esta es la mente religiosa. Mas, para
llegar a esa mente religiosa, la mente tiene que ser precisa, pensar
clara y lógicamente, sin aceptar nunca las cosas exteriores ni las
interiores que ha creado para sí, como conocimiento, experiencia,
opinión y todo eso.
De
modo que la mente religiosa contiene dentro de sí la científica,
pero ésta no contiene a aquella. El mundo trata de unir las dos,
pero es imposible; por eso tratará de condicionar al hombre para que
acepte la separación. Pero nosotros estamos hablando de algo
enteramente distinto. Estamos tratando de hacer un viaje de
descubrimiento, lo que significa que tenéis que descubrir. Aceptar
lo que se dice no tiene valor alguno; en ese caso estáis de nuevo en
la vieja rutina, sois esclavos de la propaganda, de la influencia, y
todo lo demás.
Pero
si vosotros habéis emprendido también el viaje, y si sois capaces
de descubrir, hallaréis que podéis vivir en este mundo; entonces
los trastornos de este mundo tienen sentido. Porque en este contenido
total, en este sentimiento total, hay orden y desorden, ¿no es así?
¿Comprendéis? Tenéis que destruir para crear. Pero no es la
destrucción de los comunistas. El desorden si puedo usar esa
palabra- que existe en la mente religiosa, no es lo opuesto del
orden. Ya sabéis cómo nos gusta el orden. Cuanto más burgueses,
limitados, mediocres somos, más nos gusta el orden. La sociedad
quiere orden; cuanto más corrompida está, más ordenada quiere ser.
Eso es lo que quieren los comunistas: un mundo perfectamente
ordenado. Y los demás lo queremos también; tenemos miedo del
desorden. Por favor, comprended: no estoy recomendando un mundo
desordenado. No utilizo la palabra ‘desorden’ en fin sentido
reaccionario, en absoluto. La creación es desorden; pero ese
desorden, siendo creativo, tiene orden en sí. Esto es difícil
transmitirlo. ¿Lo captáis?
Así,
la mente religiosa no es esclava del tiempo. Donde existe el tiempo
esto es, el ayer con todos sus recuerdos, moviéndose a través
del hoy y creando así el futuro y condicionando la mente- este
desorden creativo no existe. Por eso la mente religiosa no tiene
futuro, no tiene pasado, ni está viviendo en el presente como un
opuesto del ayer y el mañana, porque en esa mente religiosa no está
incluido el tiempo. No sé si comprendéis.
La
mente puede, pues, llegar a ese estado religioso. Y utilizo la
palabra ‘religioso’ para transmitir algo enteramente nuevo, sin
relación con las religiones del mundo, que están todas muertas,
moribundas, decayendo. Así pues, mente religiosa es la que sólo
puede vivir con la muerte, con esa extraordinaria energía de poder,
de amor. No lo interpretéis. No preguntéis acerca de amar al uno o
a los muchos; eso es pueril. Es sólo la mente religiosa la que puede
ir hacia dentro; y el ir hacia dentro no es en términos de tiempo y
espacio. El ir hacia dentro es sin límites, sin fin, no puede ser
medido por una mente que está atrapada en el tiempo. Y la mente
religiosa es la única que va a resolver nuestros problemas, porque
no tiene problemas. Cualquier problema que exista es absorbido y
disuelto en el instante; por lo tanto no tiene problemas. Y es sólo
la mente que no tiene problemas, que es en verdad religiosa, la que
puede resolver todos los problemas. Y esa mente tiene, por
consiguiente, una intima relación con la sociedad; pero la sociedad
no tiene relación con ella.
Así
pues, en ese sentido de la palabra ‘religiosa’, es necesaria una
revolución en cada uno de nosotros una revolución total, no
parcial. Toda reacción es parcial; y la revolución de que hablamos
no es parcial, es una cosa total. Y sólo una mente así puede estar
en intimidad con la verdad. Sólo una mente así puede estar en
amistad con Dios, o como queráis llamarlo. Sólo una mente así
puede jugar con la realidad
PREGUNTA: ¿Crea la
mente misma el desorden y el orden?
KRISHNAMURTI: Me temo,
señor, que no hayáis emprendido el viaje. Tiene que haber muerte
para que haya algo nuevo. Palabras, frases, la formulación
intelectual de preguntas, estas cosas no tienen relación con aquello
de que hemos estado hablando. Como sabéis, cuando veis algo muy
bello, inmenso las montañas, los ríos- la mente se vuelve
silenciosa, ¿no es así? La belleza de lo que se ve barre de vuestra
mente toda indagación, todo sentimentalismo, todo susurro del
pensamiento; durante ese segundo quedan eliminados, porque la cosa
vista es demasiado grande. Pero si la eliminación es hecha por algo
exterior a vosotros, entonces es una reacción; entonces volvéis
después a vuestros recuerdos. Pero si en realidad habéis emprendido
el viaje, vuestra mente se halla entonces en ese estado en que no
hace preguntas, en que no tiene problemas. Señor, una mente que está
muriendo, que está muerta, tiene problemas; no la mente que es
vital, vigorosa, en movimiento como un río, intensa
PREGUNTA: Creo que
convendréis en que el estado de la sociedad humana deja mucho que
desear. ¿Es posible que una persona religiosa actúe sobre esa
sociedad en forma eficaz, contra todas las demás personas que están
actuando de modo distinto?
KRISHNAMURTI: Iba a
hablar sobre eso la próxima vez. ¿Qué valor tiene todo esto para
la sociedad? ¿De que sirven los pocos, uno o dos que comprendan
esto? ¿Qué es la sociedad, y qué es lo que la sociedad quiere?
Quiere posición, prestigio, dinero, sexualidad; su estructura misma
se basa en la adquisividad, en la competencia, en el éxito. Si decís
algo contra todo eso, no os quieren. No podéis evitarlo. Si algunas
de estas llamadas personas espirituales, los sacerdotes y todos los
demás, empezasen a hablar de no ser ambiciosos, de no tener ninguna
guerra, ninguna violencia en absoluto, ¿creéis que tendrían
seguidores? Nadie escucharía. Y estoy seguro de que no escucharéis
lo que se está diciendo, porque vais a continuar vuestras propias
vidas; vais a seguir por la senda de la ambición, la frustración y
la seguridad, que es realmente el sendero de la muerte. Sacaréis
trocitos de esto, para añadirlos a lo que ya conocéis. Aquello de
que hablamos es algo enteramente distinto, algo realmente
extraordinario en su belleza, en su profundidad. Pero para llegar a
ello, para comprenderlo, para vivir con ello, se requiere enorme
trabajo, el trabajo de ir hacia dentro, de desentrañar la mente
inconsciente y la consciente, y el mundo que os rodea. O bien podéis
ver todo ello en un relámpago, y eliminarlo. Ambas cosas requieren
asombrosa energía.
25 de mayo de 1961
XII
ESTA es la última
plática de la presente serie, y hemos estado considerando durante
todas las reuniones en que hemos estado juntos, qué actitud o acción
es necesaria para hacer frente al reto de un mundo que es a tal
extremo confuso y destructivo. Está en marcha por todas partes un
proceso de destrucción, de degeneración, no sólo dentro de la
sociedad, sino también dentro del individuo. Hay una ola de
deterioro que siempre parece alcanzarnos. Hay muchas divisiones entre
la gente, no sólo económicamente sino también racial y
religiosamente. Hay terrible sufrimiento y miseria por todo el
Oriente, no sólo en lo material sino también en lo emocional, en lo
psicológico; hay tensión, conflicto, confusión por todas partes.
Considerando
todo esto, me parece que es necesaria una mente por completo nueva;
no una mente reacondicionada, no una mente que haya sido reeducada
por los comunistas, los capitalistas, los cristianos o los hindúes,
sino una mente del todo nueva. Y hemos estado considerando la manera
de crear esta mente nueva.
Hemos
abordado esto virtualmente desde todos los puntos de vista, exterior
e interiormente, y hemos visto, creo, que cuanto más tratamos de
cambiar la mente desde fuera por la propaganda, que es lo que
son la mayoría de las religiones, o por la presión económica o
social- más condicionada está la mente, tanto más superficial,
vacía, torpe, insensible se vuelve. Es bastante evidente, creo, para
cualquiera que haya observado siquiera estas cosas, que una mente que
esté condicionada, consciente o inconscientemente, una mente
influida, por muy sutilmente que sea, es del todo incapaz de hacer
frente a los muchos problemas que surgen en la moderna civilización.
Creo
que la mayoría de nosotros, en lo interior, psicológicamente, somos
muy insignificantes y estrechos, estamos atiborrados de información
y conocimientos. Y tenemos tantos problemas los de las
relaciones, los que surgen en nuestras vidas diarias, qué hacer y
qué no hacer, qué creer y qué no creer, la eterna búsqueda de
comodidad, de seguridad y de una evasión del sufrimiento que
cuando uno ha contemplado ampliamente todas estas cosas, parece
quedar muy poca esperanza. Por eso, es obvio que lo necesario, lo
eminentemente deseable y esencial, es la calidad de una mente del
todo nueva; porque ahora, cualquier cosa que toquemos suscita un
nuevo problema.
Así
pues, como decíamos en nuestra última reunión, es necesaria una
mente religiosa. Y podemos ver ¿no es así? que una mente religiosa
es la que se ha purgado de todas las creencias, de todos los dogmas,
que es capaz de una percepción interna, de una comprensión que
produce cierta calma, quietud. Y, estando quieta interiormente, hay
una intensa percepción de todo lo exterior a ella. Esto es, como ha
comprendido todos los conflictos, frustraciones, perturbaciones,
inquietudes, sufrimiento, dentro de sí misma, y está por lo tanto
en calma, se vuelve intensamente activa en lo exterior, en cuanto
todos los sentidos están vitalmente despiertos, capaces de observar
sin ninguna distorsión, de seguir todos los hechos sin parcialidad.
Así,
la mente religiosa, no sólo es capaz de observar las cosas
exteriores con claridad, lógica y precisión, sino que, por el
autoconocimiento, se ha calmado interiormente, con una calma que
tiene movimiento propio. Y dijimos que esa mente religiosa esta, por
consiguiente, en un estado de constante revolución. No hablamos de
ninguna forma de revolución parcial, de revolución comunista,
socialista o capitalista. En general, los capitalistas no quieren
revolución alguna, pero los otros sí; y su clase de revolución es
siempre parcial: económica, etc. En tanto que una mente religiosa
produce una revolución total, no sólo por dentro sino también por
fuera; y creo que es la revolución religiosa, y no otra, la que
puede resolver los muchos problemas de la existencia humana.
Y
¿qué puede hacer una mente así? ¿Qué podemos vos y yo, como dos
individuos, hacer en este mundo monstruoso, loco? No sé si habéis
pensado alguna vez sobre esto. ¿Qué puede hacer una mente
religiosa?
Hemos
explicado con toda claridad que una mente religiosa no es cristiana,
hindú o budista, ni pertenece a alguna vana secta, ni a alguna
sociedad con fantásticas creencias e ideas; sino que una mente
verdaderamente religiosa ha percibido interiormente su propia
validez, la verdad de sus propias percepciones, sin distorsión, y
por lo tanto es capaz de pensar lógica, racional, cuerdamente los
problemas que surgen, sin dejar nunca que arraigue ningún problema.
Desde el momento en que se deja que un problema eche raíces en la
mente, hay conflicto; y donde hay conflicto está en marcha el
proceso del deterioro, no sólo exteriormente, en el mundo de las
cosas, sino también interiormente, en el de las ideas, de los
sentimientos, los afectos.
¿Qué
puede, pues, hacer la mente religiosa? Probablemente muy poco, porque
el mundo, la sociedad, están compuestos de personas que son
ambiciosas, codiciosas, adquisitivas, que son fácilmente
influenciables, que quieren pertenecer a algo, que quieren creer, y
que se han comprometido a ciertas formas de pensamiento y normas de
acción. No podéis cambiarlas, salvo mediante la influencia, la
propaganda, ofreciéndoles nuevas formas de condicionamiento. Pero la
mente religiosa les está diciendo que se despojen por completo,
interiormente, de todo. Porque es sólo en la libertad que puede uno
descubrir lo que es verdadero y si hay verdad, Dios. La mente
creyente jamás puede descubrir lo que es verdadero ni si hay Dios;
sólo la mente libre es la que puede descubrir. Y para ser libre
tiene uno que traspasar todas las servidumbres que la mente se ha
impuesto y que la sociedad ha creado en su derredor. Esta es una
ardua tarea; requiere gran penetración, exterior e interiormente.
Después
de todo, la mayoría de nosotros somos presa del sufrimiento. Todos
sufrimos de uno u otro modo, en lo física en lo intelectual e
interiormente. Somos torturados, y no torturamos a nosotros mismos.
Conocemos la desesperación y la esperanza, y todas las formas del
miedo; y en este vórtice de conflictos y contradicciones,
realizaciones y frustraciones, anhelos, celos y odio, la mente está
presa. Como está presa, sufre, y todos sabemos lo que es ese
sufrimiento: el sufrimiento que trae la muerte, el sufrimiento de una
mente insensible, el sufrimiento de una mente que es muy racional,
intelectual, que conoce la desesperación porque todo lo ha
desmenuzado y no queda nada. Una mente que sufre da nacimiento a
diversos tipos de filosofías de la desesperación; escapa hacia
diversas avenidas de esperanza, seguridades, confortación, hacia el
patriotismo, la política, la argumentación verbal y las opiniones.
Y para una mente que sufre siempre hay una iglesia, una religión
organizada, ya preparada, esperando recibirla y volverla aún más
embotada por el consuelo que le ofrece.
Todo
esto lo sabemos; y cuanto más pensamos sobre todo ello, tanto más
tensa se vuelve la mente, y no hay camino de salida. Materialmente
podréis hacer algo con respecto al sufrimiento, tomar una píldora,
ir a un médico, tomar mejor alimentación; mas, al parecer, no hay
salida de todo ello más que por la evasión. Pero la evasión embota
mucho la mente. Puede ella ser aguda en sus argumentaciones, en su
actitud defensiva; pero la mente que escapa es siempre miedosa,
porque tiene que proteger aquello hacia lo cual ha escapado, y todo
lo que protegéis, lo que poseéis, evidentemente engendra miedo.
El
sufrimiento, pues, sigue; conscientemente podremos deshacernos de él,
pero inconscientemente está ahí, ulcerando, corrompiendo. Y ¿puede
uno librarse de él del todo, por completo? Creo que ésa es la
pregunta correcta; porque si preguntamos cómo se libra uno del
sufrimiento, entonces el ‘cómo’ crea una norma de lo que hay que
hacer y lo que no hay que hacer, lo cual significa seguir la ruta de
la evasión en vez de hacer frente a toda la cuestión, a la causa y
el efecto del sufrimiento mismo. Me gustaría, pues, antes de empezar
a discutir, entrar en esta cuestión.
El
sufrimiento pervierte y desvía la mente. El sufrimiento no es el
camino hacia la verdad, la realidad, Dios o el nombre que os guste
darle. Hemos tratado de ennoblecer el sufrimiento, diciendo que es
inevitable, que es necesario, que trae comprensión, y todo eso. Pero
la verdad es que cuanto mas intensamente sufrís, tanto más anheláis
escapar, crear una ilusión, hallar una salida. Me parece pues que
una mente cuerda, sana, tiene que comprender el sufrimiento y estar
por completo libre de él. ¿Y es esto posible?
Ahora
bien, ¿cómo va uno a comprender la totalidad del sufrimiento? No
nos estamos ocupando meramente de una clase de sufrimiento por el que
podáis estar pasando, o esté pasando yo; hay, como sabemos, muchas
clases de sufrimiento. Pero nosotros estamos hablando del sufrimiento
como un todo, hablamos de la totalidad de algo; y, ¿cómo comprende
o siente uno el todo? Espero estar explicándome con claridad. Por la
parte nunca puede uno sentir el todo, pero si uno comprende el todo
entonces la parte puede ocupar su lugar, entonces la parte tiene
sentido.
Pero,
¿cómo siente uno el todo? ¿Comprendéis lo que quiero decir?
Sentir, no simplemente como ingles, sino sentir el total de la
humanidad; sentir, no sólo la belleza del campo inglés, que es
hermoso, sino la belleza de toda la tierra; sentir el amor como un
todo, no sólo el amor por mi esposa e hijos, sino su sentimiento
total; conocer el sentimiento total de la belleza, no la de un cuadro
enmarcado en la pared, o la sonrisa de una bonita cara, o una flor o
un poema, sino ese sentimiento de la belleza que está más allá de
todos los sentidos, de todas las palabras, más allá de todas las
expresiones. ¿Cómo lo siente uno?
No
sé si os habréis hecho alguna vez esa pregunta. Porque, como
sabéis, nos satisfacemos muy fácilmente con un cuadro en la pared,
con nuestro jardín particular, con un árbol que hemos escogido en
el campo. Y, ¿cómo llega uno a sentir esta totalidad de la tierra y
los cielos, y la belleza de la humanidad? Sabéis lo que quiero
decir: el sentido hondo de esto.
Voy
a profundizar en esto, si tenéis la bondad de seguirlo; pero
dejémoslo a un lado por el momento. Dejaremos que la pregunta se
cocine, se resuma lentamente, que siga desarrollándose, y la
abordaremos de otra manera distinta.
Una
mente que está en conflicto, en combate, en guerra consigo misma, se
embota; no es una mente sensible. Ahora bien, ¿qué es lo que la
hace sensible, no sólo para una o dos cosas, sino sensible como un
todo? ¿Cuándo es sensible, no sólo para la belleza, sino para la
fealdad, para todo? Sólo lo es, seguramente, cuando no hay
conflicto, es decir, cuando; la mente está en quietud interior y es,
por lo tanto, capaz de observar todo lo exterior, con todos sus
sentidos. Pero ¿qué es lo que crea conflicto? Y hay conflicto, no
sólo en la mente consciente, superficial la que es
terriblemente consciente de sus propios razonamientos, de su propio
conocimiento, de sus realizaciones técnicas, etc.- sino también en
la mente; recóndita, subconsciente, que probablemente, si acaso uno
se da cuenta, está a punto de ebullición todo el tiempo. ¿Qué
crea pues conflicto? Os ruego que no respondáis, porque el mero
análisis mental o investigación psicológica no resuelve el
problema. El examen verbal puede mostrar intelectualmente las causas
del sufrimiento, pero nosotros estamos hablando de estar totalmente
libres de él. Tenemos pues que experimentar mientras estamos
hablando, y no permanecer en el nivel verbal.
Lo
que crea conflicto es obviamente el tironeo en diferentes
direcciones. Un hombre completamente entregado a algo, está por lo
general perturbado, desequilibrado; no tiene conflicto: él es eso.
Un hombre que cree completamente en algo, sin una duda, sin una
pregunta, que está por completo identificado con aquello en que
cree, no tiene conflicto, no tiene problema. Ese es más o menos el
estado de una mente enferma. Y a la mayoría de nosotros nos gustaría
poder identificarnos así con nosotros mismos, estar tan entregados a
algo que no haya más problema. La mayoría de nosotros, por no haber
comprendido todo el proceso del conflicto, sólo querernos eludirlo.
Pero, como lo hemos señalado, el eludirlo sólo trae nueva desdicha.
Así
pues, comprendiendo todo eso, me hago esta pregunta, y por lo tanto
os la hago a vosotros también: ¿qué es lo que crea conflicto? Y el
conflicto implica no sólo los deseos contradictorios, las
contradictorias voluntades, temores y esperanzas, sino toda
contradicción.
¿Por
qué existe, pues, la contradicción? Por favor, espero que estéis
atendiendo, a través de mis palabras, a vuestras propias mentes y
corazones. Espero que estéis utilizando mis palabras como una puerta
por la que estáis mirando, escuchándoos a vosotros mismos.
Una
de las mayores causas de conflicto es que hay un centro, un ego, el
yo, que es el residuo de toda memoria, de toda experiencia, de todo
conocimiento. Y ese centro está siempre tratando de ajustarse a lo
presente, o de absorber el presente en sí mismo siendo el
presente el hoy, todos los momentos del vivir, en que están
incluidos reto y respuesta. Está perpetuamente traduciendo todo
aquello con que se encuentra, en términos de lo que ya ha conocido.
Lo que ha conocido es todo el contenido de los muchos millares de
ayeres, y con ese residuo trata de enfrentar el presente. Por
consiguiente modifica el presente, y en el proceso mismo de la
modificación, lo ha cambiado, y así crea el futuro. Y, en este
proceso del pasado que interpreta el presente y así crea el futuro,
el yo, el ‘sí mismo’, el centro queda atrapado. Eso es lo que
somos.
De
modo que la fuente del conflicto es el experimentador, y lo que él
está experimentando ¿no es así? Cuando decís, ‘os amo’, u ‘os
odio’, siempre existe esta división entre vosotros y aquello que
amáis u odiáis. Mientras haya una separación entre el pensador y
el pensamiento, el experimentador y la cosa experimentada, el
observador y lo observado, tiene que haber conflicto. División es
contradicción. Ahora bien, ¿puede esta división ser salvada, de
modo que seáis lo que veis, que seáis lo que sentís?
Veamos
antes muy claramente que, mientras haya división entre el pensador y
el pensamiento, tiene que haber conflicto, porque el pensador siempre
trata de hacer algo con respecto al pensamiento, trata de cambiarlo,
de modificarlo, de controlarlo de dominarlo; trata de volverse bueno,
de no ser malo, etc. Mientras exista esta división, que engendra
conflicto, tiene que haber este trastorno de la existencia humana, no
sólo dentro, sino también fuera.
Pero,
¿hay un pensador aparte del pensamiento? ¿Estoy exponiendo la
cuestión con claridad? ¿Es el pensador una entidad separada, algo
distinto, algo permanente, separado del pensamiento? ¿O es que sólo
hay pensamiento, el cual crea al pensador, porque entonces puede dar
a éste permanencia? ¿Me seguís? El pensamiento es impermanente, se
halla en constante estado de flujo; y a la mente no le gusta estar en
estado de flujo, quiere crear algo permanente, en que pueda estar
segura. Pero, si no hay pensamiento, no hay pensador ¿verdad? No sé
si habéis experimentado alguna vez con esto, si habéis pensado
siquiera en esta dirección, o investigado todo el proceso del pensar
y quién es el pensador. El pensamiento ha dicho que el pensador es
supremo, que existe el alma, el yo superior, y así ha dado al
pensador una morada permanente; pero todo eso sigue siendo resultado
del pensamiento.
Así
pues, si uno observa ese hecho, si uno realmente lo percibe, entonces
no hay centro.
Mirad,
esto puede ser bastante sencillo de decir verbalmente; pero es muy
difícil indagarlo, verlo, vivenciarlo. Creo que la fuente del
conflicto es esta división entre el pensador y el pensamiento. Esta
división crea conflicto; y una mente en conflicto no puede vivir, en
el más alto sentido de esa palabra; no puede vivir totalmente.
No
sé si habéis observado alguna vez que, cuando tenéis un
sentimiento muy intenso, de belleza o de fealdad, provocado desde
fuera o despertado interiormente, en ese inmediato estado de intenso
sentimiento no hay, en el instante, ningún observador, ninguna
división. El observador aparece sólo cuando ese sentimiento ha
disminuido. Entonces se produce todo el proceso de la memoria;
decimos entonces: ‘tengo que repetirlo’ o ‘tengo que evitarlo’,
y el proceso del conflicto empieza. ¿Podemos ver la verdad de esto?
Y ¿qué entendemos por ‘ver’? ¿Cómo veis la persona que está
sentada en la plataforma? No sólo veis visualmente, sino también
intelectualmente; estáis viendo esa persona a través de vuestra
memoria, de vuestro agrado y desagrado, a través de vuestras
diversas formas de condicionamiento; y por lo tanto no estáis
viendo, ¿verdad? Cuando realmente veis algo, veis sin nada de eso.
¿No es posible mirar una flor sin nombrarla, sin ponerle un rótulo:
simplemente mirarla? Y, cuando oís algo bello no sólo música
organizada, sino la nota de un pájaro en un bosque- ¿no es posible
escucharlo con todo vuestro ser? Y del mismo modo, ¿no puede uno
percibir realmente algo? Porque si la mente es capaz de percibir, de
sentir de hecho, entonces sólo hay el experimentar, y no el
experimentador; entonces hallaréis que el conflicto, con todas sus
desdichas, esperanzas, defensas, etc., termina.
Cuando
veis toda la verdad de algo, cuando veis la verdad de que el
conflicto cesa solamente cuando no hay división entre el observador
y lo observado, cuando de hecho experimentáis ese estado, sin
introducir en él todas las huestes de la memoria, todos los ayeres,
entonces el conflicto cesa. Entonces estáis siguiendo los hechos, y
no estáis enredados en la división que la mente hace entre el
observador y el hecho.
El
hecho es que soy estúpido, que estoy aburrido, atado a la torpe
rutina de la existencia diaria. Eso es un hecho, pero no me gusta; de
modo que hay una división. Aborrezco lo que estoy haciendo, de modo
que se pone en marcha el mecanismo del conflicto, con todas las
defensas, las evasiones y las desdichas que implica. Pero el hecho es
que mi vida es una cosa fea, que es superficial, vacía, brutal,
dominada por el hábito.
Ahora
bien, sin crear este sentimiento de división, y, por tanto,
conflicto, ¿puede la mente limitarse a seguir el hecho; seguir toda
la rutina, los hábitos; seguirlo sin tratar de cambiarlo? Eso es
percepción, en el sentido en que estamos usando esa palabra. Y
hallaréis que el hecho nunca es estático, nunca está quieto. Es
una cosa en movimiento, viviente; pero la mente querría volverlo
estático, y por lo tanto surge el conflicto. Os amo, quiero
aferrarme a vos, poseeros; pero vos sois una cosa viva, os movéis,
cambiáis, tenéis vuestro propio ser; y así, hay conflicto, y de
esto viene sufrimiento. Y ¿puede ver la mente el hecho y seguirlo?
Lo cual implica, en realidad, una mente muy activa, viva e intensa
exteriormente, y sin embargo quieta por dentro. Una mente que no esté
absolutamente quieta por dentro no puede seguir un hecho, porque éste
es muy rápido. Y sólo una mente así es capaz de este proceso,
capaz de seguir todo hecho sin cesar tal como se presenta, sin decir
que el hecho debería ser esto o que debería ser aquello, sin crear
la división, el conflicto y la desdicha. Sólo una mente así corta
de raíz todo sufrimiento.
Entonces
veréis, si habéis ido hasta ahí no en espacio y tiempo sino
en comprensión- que la mente llega a un estado en que está
completamente sola.
Como
sabéis, para la mayoría de nosotros, estar sólo es una cosa
terrible. No estoy hablando ahora del sentimiento de soledad, que es
cosa diferente. Caminar solo, estar solo con alguien o con el mundo,
estar solo con un hecho. Solo, en el sentido de una mente que no está
influida, una mente que ya no está presa en el ayer, una mente que
no tiene futuro, que ya no está buscando, que ya no tiene miedo:
sola. Una cosa que es pura está sola; una mente que está sola
conoce el amor, porque ya no está enredada en los problemas del
conflicto, de la desdicha y la realización. Unicamente una mente así
es nueva, religiosa. Y quizá sólo una mente así pueda curar las
heridas de este mundo caótico.
INTERLOCUTOR: ¿Queréis
hablarnos un poco más sobre lo que es el amor?
KRISHNAMURTI: Hay dos
cosas implicadas en esto, ¿no es cierto? Hay la definición verbal
según el diccionario, cosa que no es el amor, obviamente. La palabra
‘amor’ no es el amor, como tampoco la palabra ‘árbol’ es el
árbol. Eso es una cosa, y en eso están incluidos todos los
símbolos, las palabras, las ideas sobre el amor. La otra es que
únicamente podéis hallar el amor por la negación, sólo podéis
descubrirlo a través de la negación. Y para descubrir, la mente
tiene antes que librarse de la esclavitud a las palabras, las ideas y
los símbolos. Esto es, para descubrir, tiene uno que eliminar todo
lo que ha conocido sobre el amor. ¿No tenéis que eliminar todo lo
conocido si queréis descubrir lo desconocido? ¿No tenéis que
barrer todas vuestras ideas, por bellas que sean, todas vuestras
tradiciones, por nobles que sean, para descubrir qué es Dios, para
descubrir si hay Dios? Dios, esa inmensidad, tiene que ser
incognoscible, no medible por la mente. De modo que el proceso de
medición, comparación y reconocimiento debe ser descartado por
completo, si uno quiere descubrir.
Del
mismo modo, para saber, vivenciar, sentir lo que es el amor, la mente
ha de estar libre para descubrir. Debe estar libre para sentirlo,
para estar con él, sin la división del observador y lo observado.
La mente ha de destruir por completo las limitaciones de la palabra;
debe ver toda la implicación de la palabra: el amor pecaminoso y el
amor divino; el amor que es respetable y el que es impuro; todos los
edictos sociales, las sanciones y los tabúes que hemos puesto en
torno a esa palabra. Y hacer eso amar a un comunista, amar a la
muerte es una labor enormemente ardua, ¿no es así? Y el amor no es
lo opuesto del odio, porque lo que es opuesto forma parte de su
opuesto. Amar, comprender la brutalidad que existe en el mundo, la
brutalidad del rico y del poderoso; ver una sonrisa en el rostro de
un pobre hombre mientras vais por el camino, y ser feliz con esa
persona: probad a hacerlo alguna vez, y veréis. Amar requiere una
mente que esté siempre purgándose de las cosas que ha conocido,
experimentado, acopiado, reunido, a las que se ha apegado. Así que
no hay descripción de esa palabra; sólo hay su sentimiento, su
totalidad.
INTERLOCUTOR: En otras
paladas, en ese momento uno es amor.
KRISHNAMURTI: Me temo que
no, señor, porque no existe un momento conocido, que sea ‘ese
momento’. No existe el proceso de reconocer que sois amor. ¿No
habéis estado alguna vez irritado; no habéis odiado jamás a
alguien? ¿Decís, en ese momento: ‘soy eso’? No hay un momento
reconocible, ¿verdad? Sois eso por completo.
INTERLOCUTOR: Cristo
nos enseñó cómo amar, en sus palabras: ‘ama a tu prójimo como a
ti mismo’.
KRISHNAMURTI: Por favor,
señor, espero poder decirlo de manera que no comprendáis mal. Para
descubrir qué es verdadero, no puede haber autoridad, no puede haber
maestro, ni seguidor. La autoridad del libro, del profeta, del
salvador, del gurú, tiene que terminar por completo,
totalmente, si uno ha de descubrir cómo amar al prójimo. No hay
enseñanza, y si la hay y la seguís, entonces la enseñanza ha
dejado de serlo. ¿Qué diferencia hay entre el dictador y el
sacerdote que está lleno de poder y autoridad?
INTERLOCUTOR: Ninguna.
KRISHNAMURTI: No es bueno
limitarse a responderme, señor. Esa no era una pregunta retórica.
Al fin y al cabo, todos tenemos autoridades: la del profesor que
sabe, la del médico, la del policía, la del sacerdote o la
autoridad de nuestra propia experiencia. Se requiere una mente
inteligente para ver dónde es mala la autoridad; y evitar la
autoridad es sumamente difícil. Ello significa percibir la autoridad
completa, su totalidad, la malignidad del poder, ya sea en el
político como en el sacerdote, en el libro, o vuestra propia
autoridad sobre la esposa, el marido. Y cuando lo veis, cuando lo
sentís en realidad por completo, entonces ya no sois un seguidor.
Sólo una mente así es capaz de descubrir qué es verdadero, porque
estando libre puede percibir el hecho. Para percibir el hecho de que
odiáis, no necesitáis autoridad; lo que necesitáis es una mente
que esté libre de temor, libre de la opinión, y que no condene.
Todo esto requiere arduo trabajo. Vivir con algo hermoso o con algo
feo requiere intensa energía. ¿Habéis observado que el aldeano, el
montañés que vive en una magnifica montaña, ni siquiera la ve? Se
ha acostumbrado a ella. Pero, para vivir con algo sin acostumbrarse
nunca a ello, tiene uno que ser muy intenso, para tener aquella
energía. Y esa energía viene cuando la mente está libre, cuando no
hay temor ni autoridad.
INTERLOCUTOR: ¿Es un
proceso de pensamiento el proceso de depurar la mente
KRISHNAMURTI: ¿Puede
jamás ser puro el pensamiento? ¿No es todo pensamiento impuro? Como
el pensamiento nace de la memoria, está ya contaminado. Por lógico
y racional que sea, está contaminado, es mecánico. Por consiguiente
no hay tal pensamiento puro, o pensamiento ‘libre’. Mas, para ver
la verdad de eso, se requiere indagar todo el proceso de la memoria,
lo que implica ver que la memoria es mecánica, basada en muchos
ayeres. El pensamiento nunca puede hacer pura a la mente; y ver ese
hecho es la purificación de la mente. Por favor, no aprobéis ni
desaprobéis. Penetrad en ello, id tras de ello, como vais tras el
dinero, la posición, la autoridad y el poder: Poned el diente en
ello; de eso sale una mente maravillosa, una mente depurada,
inocente, fresca, una cosa que es nueva, y por eso en estado de
creación, y por lo tanto, en revolución.
INTERLOCUTOR: ¿Queréis
decirnos qué ocurre en el momento de percibir ‘lo que es’?
KRISHNAMURTI: Puedo daros
una descripción de ello, pero ¿os ayudará? Veámoslo. El hecho es
que odiamos, que somos celosos, envidiosos. Y vosotros lo condenáis,
diciendo: ‘no debo’, de modo que hay una división. Ahora bien,
¿qué es lo que crea división? Ante todo, la palabra. La palabra
‘celos’ es en sí misma separativa, condenatoria. La palabra es
invención de la mente enredada en el conocimiento de siglos, e
incapacitada por consiguiente para mirar el hecho sin la palabra.
Pero cuando la mente mira el hecho sin condenación esto es,
sin la palabra- entonces el sentimiento no es lo mismo que la
descripción verbal, no es la palabra. Tomad la palabra ‘belleza’
¡Todos parecéis susurrar cuando esa palabra se menciona! Para la
mayoría de nosotros la belleza es cosa de los sentidos. Es además
descriptiva: ‘es un hombre de agradable aspecto’, ‘¡qué feo
edificio!’ Hay comparación: ‘esto es más hermoso que aquello’.
Siempre se usa la palabra para describir algo que percibimos a través
de los sentidos, lo manifestado, como el cuadro, el árbol, el cielo,
una estrella, una persona.
Ahora,
¿hay belleza sin la palabra, más allá de la palabra, más allá de
los sentidos? Si preguntáis al artista dirá que sin la expresión,
la belleza no existe; pero ¿es así? Para descubrir lo que es la
belleza, su inmensidad, su totalidad, tienen que vivificarse los
sentidos, hay que ir más allá de las cosas que hemos rotulado como
belleza y fealdad. No sé si estáis siguiendo todo esto. De la misma
manera, seguir un hecho como los celos requiere una mente que le
conceda plena atención. Cuando ve uno el hecho, en la percepción
misma de él, en el instante en que lo veis, los celos han
desaparecido, se han ido por completo. Pero nosotros no queremos la
desaparición total de los celos. Se nos ha enseñado a gustar de
ellos, a vivir con ellos, y creemos que si no hay celos no hay amor.
De
modo que se necesita atención, observación, para seguir un hecho. Y
¿qué pasa después? Lo que ocurre cuando estáis efectivamente
observando es mucho más importante que el resultado final.
¿Comprendéis? El observar mismo es mucho más importante que estar
libre del hecho.
INTERLOCUTOR: ¿Puede
haber pensar sin memoria?
KRISHNAMURTI: Dicho de
otro modo: ¿Hay pensamiento sin la palabra? Como sabéis, esto es
muy interesante si penetráis en ello. ¿Está utilizando el
pensamiento el que habla? El pensamiento, como la palabra, es
necesario para la comunicación, ¿no es así? El que habla tiene que
usar palabras: palabras inglesas para comunicarse con vosotros los
que entendéis el inglés. Y las palabras provienen de la memoria,
evidentemente. Pero, ¿cuál es la fuente? ¿Qué es lo que está
detrás de la palabra? Voy a decirlo de otro modo.
Hay
un tambor; da un tono. Cuando el parche está tenso en el grado
debido, lo golpeáis y da el tono correcto, que podéis reconocer. El
tambor, que está vacío, en la debida tensión, es como puede ser
vuestra mente. Cuando hay la debida atención y hacéis la debida
pregunta, entonces da la respuesta correcta. La respuesta puede ser
en términos de la palabra, de lo reconocible; pero lo que sale de
ese vacío es seguramente creación. La cosa que se crea partiendo
del conocimiento es mecánica; pero la que sale del vacío, de lo
desconocido, eso es el estado de creación.
28 de mayo de 1961
XIII
CREO que desde el
principio debemos ver muy claramente por qué hemos venido aquí.
Para mí estas reuniones son muy serias, y utilizo esa palabra con un
significado especial. ‘Seriedad’, para la mayoría de nosotros,
implica el adoptar cierta línea de pensamiento, una determinada
manera de vivir, seguir una norma escogida de conducta; y esa norma,
ese modo de vivir, gradualmente llega a ser la ley que guía nuestra
vida. Para mí, eso no constituye seriedad, y creo que sería muy
provechoso y que valdría la pena el que pudiéramos, cada uno de
nosotros, tratar de descubrir qué es lo que tomamos en serio.
Quizá
la mayoría de nosotros, consciente o inconscientemente, estamos
buscando seguridad en una u otra forma; seguridad en la propiedad, en
las relaciones y en las ideas. Y consideramos que estos empeños son
muy serios. Para mí, repito, eso no es seriedad.
Para
mí, la palabra ‘seriedad’ implica cierta purificación de la
mente. Empleo la palabra ‘mente’ en sentido general, no
especifico, y más adelante veremos el significado de esa palabra.
Una mente seria se está dando cuenta constantemente, y por ello se
está purificando; y en ella no existe ninguna clase de búsqueda de
seguridad. No persigue una particular fantasía, no pertenece a
ningún grupo determinado de pensamiento ni a ninguna religión,
dogma, nacionalidad o país; y no se interesa por los problemas
inmediatos de la existencia, aunque uno tenga que cuidar de las
cotidianas eventualidades. Una mente en realidad seria tiene que ser
extraordinariamente sensible, aguda, de modo que no tiene ilusiones y
no se enreda en experiencias que parecen provechosas, útiles o
placenteras.
Sería
pues juicioso que pudiéramos, desde el principio mismo de estas
reuniones, ver muy claramente, por nosotros mismos, hasta qué punto
y a qué profundidad somos serios. Si nuestras mentes son agudas,
inteligentes y serias, entonces creo que podemos considerar toda la
estructura de la existencia humana a través del mundo, y de esa
comprensión total venir a lo particular, al individuo. Veamos pues
todo lo que está sucediendo en el mundo, no meramente a titulo de
información, ni investigando algún problema particular de un
país o de una determinada secta o sociedad, ya sea democrática,
comunista o liberal- sino más bien veamos lo que de hecho ocurre en
el mundo. Y de ahí, después de ver el todo, después de asir el
significado de los acontecimientos externos, (no como información,
como opinión, sino viendo el hecho efectivo de lo que está
pasando), podemos entonces venir al individuo. Esto es lo que
quisiera hacer.
Como
sabéis, la opinión, el juicio y la valoración son absolutamente
fútiles frente a un hecho. Lo que penséis, la opinión que tengáis,
la religión o secta a que pertenezcáis, las experiencias que hayáis
tenido, estas cosas carecen de todo sentido ante un hecho. El hecho
es mucho más importante que vuestro pensamiento sobre el hecho;
tiene un significado mucho mayor que vuestra opinión, que se basa en
vuestra educación, religión, cultura y condicionamiento
particulares. No vamos, pues, a tratar de opiniones, ideas, juicios;
vamos, si podemos, a ver los hechos como son. Eso requiere una mente
libre, una mente que sea capaz de mirar.
Me
pregunto si habéis pensado alguna vez sobre la cuestión de lo que
significa mirar, ver. ¿Es meramente cuestión de percepción visual,
o es que el ver, el mirar, es algo mucho más profundo que la mera
acción de ver? Para la mayoría de nosotros, el ver implica lo
inmediato; lo que pasa hoy y lo que va a pasar mañana; y lo que va a
pasar mañana está coloreado por el ayer. Nuestro mirar es, pues,
muy estrecho, muy miope, confinado, y nuestra capacidad de mirar es
muy limitada. Creo que si quiere uno mirar, ver más allá de
las colinas, de las montañas, de los ríos y de los verdes campos,
más allá del horizonte- debe haber cierta clase de libertad.
Requiere una mente muy firme; y una mente no es firme cuando no es
libre. Y me parece muy importante que tengamos esta capacidad de ver,
no meramente lo que queremos ver, no lo que es agradable según
nuestras estrechas y limitadas experiencias, sino el ver las cosas
como son; ver las cosas como son libera a la mente. Es por cierto una
cosa extraordinaria el percibir de manera directa, sencilla, total.
Pues
bien, con esa generalización, sigamos adelante y veamos todas las
cosas que están pasando en el mundo; y vosotros sabréis
probablemente mucho más sobre ello, porque leéis los diarios, las
revistas, los artículos, que son producidos todos de acuerdo con los
prejuicios del autor, del editor, del partido. La palabra impresa es
muy importante para la mayoría de nosotros. Ocurre que yo no leo
periódicos, pero he viajado mucho y he visto a muchísimas personas;
he estado en las estrechas callejuelas en que viven los muy pobres, y
he hablado con los políticos, las personas muy importantes (por lo
menos ellas creen que son importantes); y vosotros sabéis lo que
está pasando. Hay hambre, miseria, degradación, pobreza, en
Oriente. Ellos harían cualquier cosa para tener una comida completa,
abundante; y por eso quieren romper las fronteras del pensamiento, de
la costumbre, de la tradición. Y luego existe el otro extremo,
lugares en que hay inmensa prosperidad, una prosperidad como el mundo
nunca ha conocido, y en que abunda el alimento, hay profusión de
ropas, casas limpias, confortables, como en este país. Y observa uno
que estas comodidades engendran cierta satisfacción, una
mediocridad, cierta actitud de aceptar las cosas y no querer ser
molestados.
El
mundo está dividido en fragmentos, en lo político, lo religioso, lo
económico, en el pensamiento y en la filosofía. Y los
acontecimientos del mundo son fragmentarios. Las religiones y los
gobiernos tratan de ganar las mentes de los hombres; quieren
dominarlos, convertirlos en técnicos, soldados, ingenieros, físicos,
matemáticos, porque entonces serán útiles a la sociedad. Y se está
extendiendo la religión o creencia organizada, en forma de
catolicismo o de comunismo. Tenéis que saber todo esto muy bien. La
creencia organizada está plasmando la mente del hombre, tanto si es
la creencia organizada de la democracia, como la del comunismo, del
cristianismo o del islam. Considerad todo esto y no digáis, ‘perdéis
el tiempo repitiendo todo esto’. No lo pierdo, porque primero
quiero ver lo que efectivamente ocurre, y luego, si es posible,
destruir todo eso dentro de nosotros mismos, destruirlo totalmente.
Porque el movimiento exterior, lo que llamamos el mundo, es la misma
marea que vuelve hacia dentro. El mundo exterior no es diferente del
mundo interior, y sin comprender el mundo exterior carece de todo
sentido el volverse hacia dentro. Creo que es esencial comprender el
mundo exterior, la brutalidad, la crueldad, la tremenda ansia de
éxito, cuán intensamente quiere uno pertenecer a algo, ligarse a
ciertos grupos de ideas, pensamientos y sentimientos. Si podemos
comprender todos los acontecimientos exteriores, no en detalle, sino
abarcar su totalidad, viéndolo todo sin prejuicios, sin miedo, sin
buscar seguridad, sin refugiarse tras las propias teorías,
esperanzas y fantasías favoritas, entonces el movimiento interno
tiene un sentido muy distinto. Es el movimiento interno que ha
comprendido lo externo, a lo que yo llamo seriedad.
Veis,
pues, que por todo el mundo la mente del hombre está siendo moldeada
y dominada: por las religiones, en nombre de Dios, en nombre de la
paz, de la vida eterna, etc.; y también por los gobiernos, mediante
interminable propaganda, mediante imposiciones económicas, el
empleo, la cuenta bancaria, la educación, etc. De modo que al fin
sois simplemente una máquina, aunque no tan buena en algunos
aspectos como las computadoras electrónicas; estáis llenos de
información. Eso es lo que nuestra educación hace por nosotros. Nos
volvemos, pues, gradualmente más y más mecánicos. Sois un suizo,
un norteamericano, un ruso, un inglés, un alemán, y así
sucesivamente. Se os plasma para toda la vida en un molde, y sólo
muy pocos escapan de este horror, salvo para caer en alguna
caprichosa religión o fantástica creencia.
Esa
es, pues, la vida, el ambiente en que vivimos; puede haber una
ocasional esperanza, un breve deleite; pero detrás de todo eso hay
miedo, Desesperación y muerte. Y ¿cómo hacemos frente a esa vida?
¿Qué es la mente que se enfrenta con esa vida? ¿Comprendéis la
pregunta? Nuestras mentes aceptan estas cosas como inevitables; se
ajustan a ese molde y lenta pero definitivamente se deterioran. El
problema real es, pues, cómo destruir todo esto: no en el mundo
exterior; no lo podéis, el proceso histórico continúa. No podéis
impedir que los políticos tengan guerras. Probablemente habrá
guerras; espero que no, pero probablemente las habrá, no aquí ni
allí, quizá, sino en algún pobre e infortunado país lejano No
podemos detener eso. Pero creo que podemos destruir en nuestro
interior todas las estupideces que la sociedad nos ha inculcado; y
esta destrucción es creatividad. Lo que es creativo siempre es
destructivo. No estoy hablando de la creación de un nuevo molde, de
una nueva sociedad, de un nuevo orden, de un nuevo Dios o una nueva
iglesia. Digo que el estado de creación es destrucción. No crea una
forma de conducta, un modo de vivir. Una mente creativa no tiene
normas. A cada momento destruye lo que ha creado. Y es sólo una
mente así la que puede enfrentarse con los problemas del mundo; no
la mente astuta, ni la informada, no la que piensa en su propio país,
ni la que funciona fragmentariamente.
Así
pues, lo que nos interesa es la destrucción de la mente, para que
pueda tener lugar algo nuevo. Y eso es lo que vamos a discutir en
todas estas reuniones: cómo producir una revolución en la mente
Tiene que haber una revolución, tiene que haber una destrucción
total de todos los ayeres; de otro modo no estaremos en condiciones
para enfrentar lo nuevo. Y la vida es siempre nueva, como el amor. El
amor no tiene ayer ni mañana, es siempre nuevo. Pero la mente que ha
probado la saciedad, la satisfacción, guarda ese amor como recuerdo
y lo adora, o pone la fotografía en el piano o sobro la chimenea
como símbolo del amor.
De
modo que, si estáis dispuestos, y si también es vuestra intención,
entraremos en la cuestión de cómo transformar la perezosa, cansada
y asustada mente, que está cargada de dolor, que ha conocido tantas
luchas, tantas desesperaciones, tantos placeres, la mente que ha
llegado a ser tan vieja y que nunca ha sabido lo que es ser joven. Si
queréis, entraremos en eso; al menos trataré de hacerlo, queráis o
no. La puerta está abierta y sois libres de venir y de marcharos.
Éste no es un auditorio cautivo; por eso, si no os gusta, es mejor
no oírlo, porque lo que oís sin quererlo oír llega a ser vuestra
desesperación, vuestro veneno. Conocéis, pues, desde el principio
mismo cuál es la intención del que habla: que no vamos a dejar
piedra por mover, que todos los secretos rincones de la mente van a
ser explorados, van a ser abiertos, y su contenido destruido, y que
de esa destrucción va a salir la creación de algo nuevo, algo
enteramente diferente de cualquier creación de la mente.
Para
esto necesitáis seriedad, fervor. Debemos ir despacio, tanteando,
pero sin cejar. Y quizá al fin de todo esto o al principio
mismo, porque no hay principio ni fin en el proceso destructor- pueda
uno encontrar aquello que es inmensurable, pueda uno repentinamente
abrir la puerta de la percepción, la ventana de la mente, y recibir
aquello que es innombrable. Tal cosa existe, más allá del tiempo,
más allá del espacio, más allá de la medida; no puede ser
descripta ni expresada en palabras. Sin descubrirla, la vida resulta
enteramente vacua, superficial, estúpida, un desperdicio de tiempo.
Así
pues, acaso podamos ahora discutirlo un poco, hacer preguntas. Pero
antes tenemos que descubrir qué significa discutir, qué entendemos
por una pregunta. Una pregunta equivoca recibe una respuesta errónea.
Sólo una pregunta correcta recibe una correcta respuesta; y es
extraordinariamente difícil hacer una pregunta correcta. Para hacer
una pregunta justa no sólo a mí, sino a vosotros mismos y a
todos nosotros se requiere una mente penetrante, astuta,
alerta, vigilante, dispuesta a descubrir. Os ruego, pues, que no
hagáis preguntas que no sean apropiadas a lo que estamos
discutiendo. Y al discutir, no discutamos como escolares, poniéndoos
vosotros de una parte y yo de la otra cosa que está bien en
los colegios o en las sociedades para debates- sino discutamos para
descubrir, lo cual es la actitud de la mente científica y de la que
no tiene miedo. Entonces tal discusión llega a valer la pena;
entonces avanzaremos y descubriremos por nosotros mismos qué es lo
verdadero y qué lo falso. Por lo tanto, cesa la autoridad del que
habla, porque no hay autoridad en el descubrimiento. Es sólo la
mente embotada, perezosa, la que busca autoridad. Pero una mente que
quiere averiguar, experimentar algo total y completa mente, tiene que
descubrir, tiene que penetrar. Y espero que estas reuniones nos
ayudarán a cada uno de nosotros a ver por nosotros mismos no
por los ojos de alguna otra persona- aquello que vale la pena, lo que
es verdad y lo que es falso.
INTERLOCUTOR: ¿Por
qué nos resulta difícil hacer una pregunta acertada?
KRISHNAMURTI: ¿Encontráis
difícil hacer una pregunta correcta? ¿O queréis hacer una
pregunta? ¿Veis la diferencia? A nosotros no nos interesa hacer una
pregunta justa, ¿verdad? Fui yo quien dijo que sólo una pregunta
correcta recibe una respuesta correcta. Seguramente, os interesa
presentar un problema que tenéis; por eso que no os interesa para
nada lo relativo a una ‘pregunta correcta’. Pero si queréis
comprender vuestro propio problema, entonces tenéis que averiguar
qué es realmente el problema; y la investigación misma de lo que
efectivamente es vuestro problema, traerá la pregunta correcta,
¿comprendéis? No es que tengáis que hacer una pregunta correcta.
No podéis, no sabéis. Pero si el problema es intenso, si ha sido
estudiado, entonces no podéis menos que hacer la pregunta justa. Por
lo general no estudiamos el problema, no lo miramos de cerca; rozamos
su superficie, y desde la superficie hacemos una pregunta. Y la
pregunta superficial sólo traerá una respuesta superficial. Y la
respuesta superficial es todo lo que queremos saber. Si sentimos
temor, preguntamos: ‘¿cómo voy a librarme del temor?’ Si no
tenemos dinero, preguntamos: ‘¿cómo voy a conseguir mejor empleo
o tener éxito?’ Pero si comenzáis a investigar todo el problema
del éxito, tras del que va todo ser humano, y si entráis en ello,
si descubrís lo que significa, por qué existe esta ansia, por qué
existe este miedo de no tener éxito y espero que penetremos en
esto- entonces, en el proceso mismo de entrar en ello, forzosamente
haréis la pregunta correcta.
INTERLOCUTOR: ¿Qué
es lo que nos impide entrar a fondo en un problema?
KRISHNAMURTI: ¿ Qué es
lo que nos contiene? Muchas cosas, ¿verdad? ¿Queréis de veras
entrar muy a fondo en el problema del temor? ¿Sabéis lo que ello
significa? Significa explorar todos los rincones de la mente,
eliminar todos los refugios, quebrantar toda forma de evasión en que
se haya refugiado la mente. ¿Y queréis hacer eso? ¿Queréis
revelaros a vosotros mismos? Por favor, no digáis ‘sí’, con
tanta facilidad. Ello implica abandonar tantas cosas a que estáis
aferrados. Puede significar el abandono de vuestra familia, vuestros
empleo, vuestras iglesias, vuestros dioses, y todo el resto. Muy
pocas personas quieren hacer esto. Por eso hacen preguntas
superficiales, tales como el modo de librarse del temor, y creen que
han resuelto el problema. O preguntan si existe Dios. Pensad un poco
en la estupidez de hacer semejante pregunta. Para descubrir si existe
Dios, ciertamente tenéis que dejar todos los dioses; tenéis que
estar completamente desnudos para descubrir; hay que quemar todas las
necedades que el hombre ha erigido acerca de Dios. Eso quiere decir
no tener miedo, rodar solo, y hay muy poca gente que quiera hacer
eso.
INTERLOCUTOR: Es muy
penoso penetrar en un problema.
KRISHNAMURTI: No, no,
señora. Es difícil, pero no es penoso. Como veis, utilizamos la
palabra ‘penoso’, y la palabra misma os impide ir al problema. De
modo que primero, si queremos penetrar en un problema, debemos
comprender como la mente es esclava de las palabras. Por favor,
escuchad esto. Somos esclavos de las palabras. Como sabéis, la
palabra ‘suizo’ hace estremecer al suizo, como al cristiano la
palabra ‘Cristo’, y al inglés la palabra ‘Inglaterra’. Somos
esclavos de palabras, de símbolos, de ideas. ¿Y cómo puede una
mente así penetrar en un problema? Antes de que pueda hacerlo tiene
que descubrir lo que la palabra significa. No es precisamente una
cosa fácil; requiere una mente que comprenda totalmente, que no
piense en forma fragmentaria.
Mirad,
señores, el problema es sencillo. Hay hambre en el mundo;
probablemente no mucha en Suiza o en Europa, pero sí en Oriente; no
tenéis idea de la pobreza, la inanición, la degradación y los
horrores de todo eso. No se está resolviendo el problema, porque
todos quieren resolverlo de acuerdo con su propia norma, la norma
comunista o la democrática, o con arreglo a sus propios conceptos
nacionales. Lo abordan en forma fragmentaria, y por lo tanto nunca
será resuelto. Sólo podrá resolverse cuando se acometa totalmente,
sin tener en cuenta las nacionalidades, la política de los partidos
y todo lo demás.
INTERLOCUTOR: Entonces,
para hacer frente a esta confusión del mundo necesitamos orden.
KRISHNAMURTI: Un momento,
señor. ¿Queremos orden en el mundo? Por favor, pensadlo. Al fin y
al cabo, orden es lo que ofrecen los comunistas. Primero producir un
desorden, confusión, miseria; y luego crear orden con arreglo a
cierto tipo de ideas. ¿Queréis orden en vuestra vida, señor?
Pensadlo, por favor.
INTERLOCUTOR: ¿Qué
precio tenemos que pagar por eso?
KRISHNAMURTI: No es ese
el problema. Podéis tener orden y pagar el precio por medio de una
dictadura militar, por el sometimiento de vuestra mente, ajustándoos
a la autoridad, etc. Y estáis pagando el precio cuando pertenecéis
a cierto grupo, a cierta sociedad religiosa, ¿no es así? Tenéis a
Jesús, a Mahoma, tenéis algún otro en la India, y seguís; y hay
orden; habéis pagado el precio durante siglos. Ahora bien, ¿queréis
orden? Pensadlo y ved sus implicaciones. ¿O es que en la acción
misma de vivir, que es destructiva, hay orden?
INTERLOCUTOR: El miedo
es sin duda uno de nuestros mayores tropiezos e impide el progreso.
Pero nosotros no podemos destruirlo todo desde el principio mismo.
¿No deberíamos contentarnos por el momento con medidas a medias?
KRISHNAMURTI: Decís que
destruir todo a fin de liberaron del miedo es demasiado difícil para
gente ordinaria como nosotros; ¿y, no hay una manera más suave, más
lenta de hacer las cosas? Me temo que no. Ya veis, habéis usado la
palabra ‘progreso’ y la palabra ‘miedo’. El progreso exterior
crea temor ¿no es cierto? Cuanto más tenéis más coches,
lujos, salas de baño, etc.- más miedo tenéis de perderlo. Pero si
os interesa comprender el miedo, entonces el progreso no embota ni
satisface a la mente. ¿Y existe progreso interiormente? Para mí,
no. Sólo existe el ver inmediatamente, y para ver de inmediato la
mente no debe ser perezosa. No, por favor, no estéis de acuerdo
conmigo, porque es muy difícil. Sólo seguidlo. Para ver claramente,
lo cual ocurre siempre de inmediato, la mente ya no ha de tener la
capacidad de elegir. Para ver las cosas como son, inmediatamente, la
mente debe dejar de condenar, de evaluar, de juzgar. Eso no requiere
progreso, no exige tiempo. Señor, cuando hay algo peligroso veis las
cosas inmediatamente, vuestra respuesta es inmediata. En eso no hay
progreso. Cuando amáis algo con todo vuestro ser, la percepción es
inmediata.
INTERLOCUTOR: Pero
para alcanzar esa posibilidad de ver inmediatamente . . .
KRISHNAMURTI: Mirad,
señor, la palabra “alcanzar de nuevo implica tiempo y distancia.
La mente es pues esclava de la palabra ‘alcanzar’. Si la mente
puede librarse de las palabras ‘conseguir’, ‘alcanzar’,
‘llegar’, entonces el ver puede ser inmediato.
25 de Julio de 1961
XIV
PIENSO que es muy
importante, especialmente durante estas discusiones, descubrir cómo
escuchar. Muy pocos de nosotros escuchamos: meramente oímos. Oímos
superficialmente, como oímos ese ruido ahí fuera, en la calle, y
eso que así oímos entra muy poco en el cerebro. Lo que oímos sólo
superficialmente, lo desechamos a la menor provocación. Pero hay
otra diferente manera de escuchar en la cual el cerebro está alerta
sin esfuerzo, interesado, serio, queriendo descubrir lo que es verdad
y lo que es falso, sin adelantar ninguna opinión, ningún juicio, y
sin traducir ni comparar lo que se dice con lo que ya conoce. Por
ejemplo, la última moda es ahora interesarse en el Zen; esa es la
manía. Y si durante estas pláticas tratáis de comparar lo que se
está diciendo con lo que habéis leído, en ese proceso no estáis
escuchando en absoluto, ¿verdad? Sólo estáis comparando, y esta
comparación es una forma de pereza. Mientras que, si escucháis sin
el intermedio de lo que habéis aprendido, oído o leído, entonces
estáis escuchando y respondiendo directamente, sin ningún
prejuicio. Estáis viendo la verdad o la falsedad de lo que se está
diciendo, y eso es mucho más importante que limitarse a comparar,
valorar, juzgar.
Espero,
pues, que no os molestará que siga repitiendo que es muy difícil
aprender el arte de escuchar; es tan difícil como ver. Y tanto el
ver como el escuchar son necesarios
Decíamos
la última vez que hay mucho caos en el mundo. Exteriormente hay
pobreza, hambre y corrupción; e interiormente también hay
confusión, dolor y pobreza del ser. Hay contradicción en el mundo.
Los políticos hacen declaraciones a favor de la paz y preparan la
guerra; se habla de la unidad del hombre y al mismo tiempo se la
destruye. Y partiendo de este caos, de este desorden, todos queremos
orden. Tenemos pasión por el orden. Lo mismo que tenemos pasión por
tener nuestras habitaciones limpias, ordenadas, tenemos también
pasión por producir orden en el mundo. Me pregunto si hemos pensado
alguna vez profundamente en esa palabra, lo que implica. Queremos
orden interiormente, queremos estar sin contradicción, sin lucha,
sin confusión, de modo que no haya sensación de desarmonía y
lucha; y por eso acudimos a lideres espirituales, para que nos den el
orden, o nos unimos a grupos, o seguimos cierta serie de ideas,
ciertas disciplinas. Así erigimos autoridades; queremos que se nos
diga lo que tenemos que hacer. Tratamos de producir orden mediante la
conformidad, la imitación.
De
la misma manera queremos también tener orden externo, en la
política, en el mundo de los negocios. Por eso hay dictadores,
tiranos, gobiernos totalitarios que prometen orden total, en el que
no se os permite pensar para nada. Se os dice lo que hay que pensar,
del mismo modo que se os dice lo que tenéis que pensar cuando
pertenecéis a una iglesia o a un grupo que cree en cierta serie de
ideas. La tiranía de la iglesia es tan brutal como la de los
gobiernos. Pero nos gusta porque queremos orden a cualquier precio. Y
tenemos orden. La guerra produce un extraordinario orden en el
Estado. Todos cooperan para destruirse unos a otros.
Así
pues, esta obsesión por el orden debe ser comprendida. ¿Produce
orden la sumisión de la propia confusión a la autoridad, interna o
externa? ¿Comprendéis la pregunta?
Estoy
confuso, no sé qué hacer. Mi vida es estrecha, insignificante,
confusa, miserable; me encuentro en un estado de contradicción y no
se qué hacer. Acudo pues a alguien, a un maestro, a un gurú,
a un santo, a un salvador; y probablemente algunos de vosotros
también venís aquí con esa actitud. De modo que, partiendo de
vuestra confusión, escogéis vuestro líder, y cuando actuáis desde
la confusión, vuestra elección sólo crea nueva confusión. Os
entregáis a la autoridad, lo que significa que no queréis pensar en
absoluto, no queréis descubrir por vosotros mismos lo que es verdad
y lo que es falso. Descubrir qué es verdad y qué es falso es tarea
ardua; tenéis que estar vigilantes, tenéis que estar alertas. Pero
la mayoría de nosotros somos perezosos, torpes, no somos
profundamente serios, más bien queremos que nos digan qué hay que
hacer; y por eso tenemos los santos, los salvadores, los maestros,
para nuestra conducta interna; y exteriormente están los gobiernos,
los tiranos, los generales los políticos, los especialistas. Y
esperamos que siguiéndolos, gradualmente terminarán todos nuestros
trastornos y que de ese modo tendremos orden.
Por
cierto, la palabra ‘orden’ implica todo eso ¿no es así? Pero
¿produce orden la demanda de orden? Os ruego que consideréis esto,
porque quiero entrar en ello. Pienso que la autoridad y el poder de
cualquier clase son destructivos. El poder en cualquier forma es
pernicioso. Y sin embargo anhelamos mucho aceptar ese mal, porque
estamos confusos; como no sabemos, queremos que se nos dirija.
Por
eso pienso que desde el principio mismo de estas pláticas deberíamos
comprender que el que habla no tiene autoridad alguna; ni vosotros,
los que estáis escuchando, sois seguidores de lo que se está
diciendo. Tratamos de investigar, de descubrir juntos. Si habéis
venido con la idea de que se os dirá lo que hay que hacer, os iréis
de aquí con las manos vacías.
Para
mí, lo importante es ver que hay desorden exterior e interiormente,
y que la demanda de orden es tan sólo la demanda de seguridad,
protección, certeza. Y desgraciadamente no hay seguridad, ni
exterior ni interiormente. Los bancos pueden quebrar, puede haber
guerra, hay muerte, los valores de bolsa pueden derrumbarse, puede
ocurrir cualquier cosa, y están sucediendo cosas terribles. De modo
que la demanda de orden es la demanda de seguridad, protección; y
eso es lo que todos queremos, ya seamos viejos o jóvenes. No nos
preocupamos tanto de la seguridad interior porque no sabemos cómo
empezar para conseguirla; pero esperamos que por lo menos podremos
tener seguridad exterior mediante buenos bancos, buenos gobiernos,
mediante una tradición que ha de continuar indefinidamente. Así la
mente llega gradualmente a quedar satisfecha, embotada, segura, atada
a la tradición. Y es evidente que una mente así nunca podrá
descubrir lo que es verdad o lo que es falso; es incapaz de hacer
frente al tremendo reto de la existencia.
Espero
que no os estaré hipnotizando con mis palabras, sino que estaréis
escuchando para descubrir efectivamente por vosotros mismos si existe
o no tal cosa como la seguridad. Este es un enorme problema. Vivir en
un mundo exterior en el que no hay seguridad, y vivir en un mundo
interior en el que no hay tradición, no hay ayer ni mañana,
significa que, o uno se vuelve desequilibrado, totalmente loco, o
llega a ser extraordinariamente despierto y cuerdo.
No
es cuestión de elección. No podéis elegir entre la seguridad y la
inseguridad; mas uno puede ver el hecho de que no existe seguridad
interior, psicológicamente. Ninguna relación está segura; y por
mucho que os aferréis a cierta doctrina, a una creencia, con ella
siempre va la duda, la sospecha, y por lo tanto el miedo. Investigar
esto es necesario cuando hay pasión por el orden.
Tampoco
es cierto lo opuesto: que uno tenga que vivir en el desorden, en el
caos. Eso es sólo una reacción. Sabéis que vivimos y actuamos por
reacción. Todas nuestras acciones son reacciones. No sé si lo
habéis notado. Y si vemos que el orden no es posible, entonces
invariablemente creemos que tiene que haber lo opuesto, el desorden,
la reacción al orden. Pera si uno ve la verdad de que la demanda de
orden implica todo lo que acabamos de indicar, entonces, de ese
descubrir, miento de lo que es verdad, viene el orden real. ¿Me
expreso con claridad? Voy a exponerlo de manera diferente.
La
paz, por cierto, no es el estado en que no hay guerra. La paz es algo
diferente. No es el intervalo entre dos guerras. Para descubrir lo
que es la paz uno debe estar totalmente libre de violencia. Estar
libre de violencia requiere un tremendo examen de la violencia.
Significa de hecho que en la violencia está implícita la
competencia, la ambición, el deseo de éxito, el ser enormemente
eficiente el disciplinarse y seguir ciertas ideas e ideales. Es
evidente que forzar la mente a adaptarse que el modelo sea
noble o innoble no viene al caso- implica violencia.
Decimos
que si no nos adaptamos habrá caos, mas esta afirmación es una
reacción, ¿no es cierto? La violencia no es una cosa superficial;
para sondearla hace falta mucha investigación. Enojo, celos, odio,
envidia, son todas expresiones de violencia. Estar libre de violencia
es estar en paz, no hallarse en un estado de desorden. Es por esto
que el conocerse a sí mismo no es sólo cuestión de examinar las
cosas por casualidad una mañana y olvidarse de ello por el resto de
la semana. Es una cuestión muy seria.
Así
pues, comprender el orden es mucho más importante que reaccionar
diciendo: ‘si no hay orden habrá caos’ ¡Como si el mundo en que
estamos viviendo fuera maravilloso, hermoso, amable, sin caos ni
miseria! Basta con mirarse a sí mismo para ver cuán pobre es uno
interiormente. No tenemos afecto, simpatía, amor, somos feos y se
nos persuade muy fácilmente; y existe toda esta búsqueda de
compañía, jamás somos capaces de estar solos.
Es
pues importante ver la totalidad del orden, y no tomar sólo de él
pequeñas partes que nos convengan. Y es muy difícil ver algo
totalmente, como veis el árbol entero. He hablado un poquito sobre
el orden, la autoridad y la conformidad; y si podéis ver la
totalidad de eso, entonces veréis que el cerebro, la mente, está
libre de esta demanda de orden, y libre por consiguiente de
seguimiento, tanto si se trata de seguir a un héroe nacional, la
leyenda y todo ese absurdo, como si se trata de vuestro particular
maestro, gurú, santo y todo lo demás.
Ahora
bien, ¿qué es ‘ver totalmente’? Ante todo, ¿qué es ver? ¿Es
sólo la palabra? Por favor seguid esto con un poco de cuidado; si no
tenéis inconveniente. Cuando decís ‘veo’, ¿qué entendéis por
eso? No me respondáis, por favor, sólo seguid conmigo. No me estoy
erigiendo en vuestra autoridad, y vosotros no sois mis seguidores. No
la tengo, gracias a Dios. Estamos investigando juntos esta cuestión
de ver, porque es muy importante, como descubriréis por vosotros
mismos.
Cuando
decís, ‘veo ese árbol’, ¿lo veis de hecho, o estáis sólo
satisfechos con las palabras ‘yo veo’? Pensadlo. Considerémoslo
despacio. ¿Decís ‘ese es un roble, un pino, un olmo’, lo que
sea, y seguís adelante? Si es así, ello indica que no veis el
árbol, porque estáis atrapados en la palabra. Es sólo cuando
comprendéis que la palabra no es importante, y podéis dejar de lado
el símbolo, el vocablo, el nombre, que podéis mirar. Es una cosa
muy ardua mirar, porque ello significa que el nombre, la palabra, con
todos los recuerdos, las reminiscencias asociadas con la palabra,
deben dejarse de lado. Vosotros no me miráis a mí. Tenéis ciertas
ideas sobre mí; tengo cierta reputación y todo eso, y esto os
impide ver. Si podéis despojar a la mente de todo ese absurdo,
entonces podéis ver; y ese ver es enteramente diferente del ver a
través de la palabra.
Ahora
bien, ¿podéis mirar vuestros dioses, vuestros placeres favoritos,
vuestros sentimientos de nobleza, de espiritualidad, y todas esas
cosas, despojados de la palabra? Eso es muy arduo, y muy pocas
personas están dispuestas a mirar realmente. Ese ver es total,
porque ya no está asociado con la palabra y los recuerdos, con los
sentimientos que la palabra evoca. El ver alguna cosa totalmente
implica, pues, que no hay división, que no hay reacción con
respecto a lo que se ve: no hay más que el ver. Y ver el hecho en sí
mismo produce una serie de acciones que están disociadas de la
palabra, de la memoria, de las opiniones e ideas. Esto no es una
hazaña intelectual, aunque lo parezca. Ser intelectual o ser
emocional es más bien estúpido. Pero ver totalmente el miedo libra
a la mente del miedo.
Mas
no vemos nada totalmente porque estamos siempre mirando las cosas a
través del cerebro. Esto no quiere decir que no deba usarse el
cerebro; al contrario, debemos utilizar nuestro cerebro hasta su
mayor capacidad. Pero es la función del cerebro dividir las cosas;
ha sido educado para observar en partes, para aprender por partes, no
totalmente. Darse cuenta del mundo, de la tierra, totalmente, implica
no tener ningún sentimiento de nacionalidad, ni tradiciones, dioses,
iglesias, ni la división del suelo y delimitación de la tierra en
coloreados mapas. Y ver a la humanidad como seres humanos, implica no
estar segregados como europeos, norteamericanos, rusos, chinos o
indios. Pero el cerebro rehusa ver totalmente la tierra y el hombre
que está sobre ella, porque el cerebro ha sido condicionado a través
de siglos de educación, tradición y propaganda. Por eso el cerebro,
con todos sus hábitos mecánicos, sus instintos animales, su impulso
a permanecer a salvo, en seguridad, jamás puede ver nada totalmente.
Y sin embargo es el cerebro que nos domina; es el cerebro que está
funcionando todo el tiempo.
Os
ruego no saltéis hacia la idea de que tiene que haber algo además
del cerebro, que tiene que haber en nosotros un espíritu con el que
tenemos que ponernos en contacto, y todos esos disparates. Voy paso a
pasó; de modo que os ruego lo sigáis, si queréis.
El
cerebro está pues condicionado: por el hábito, la propaganda, la
educación, por todas las influencias diarias, la mezquindad de vida
y por su propio eterno parloteo. Y con ese cerebro miramos. Ese
cerebro, cuando escucha lo que se dice, cuando mira un árbol, un
cuadro, cuando lee un poema o escucha un concierto, es siempre
parcial; siempre reacciona en términos de ‘me gusta’ o ‘no me
gusta’, de lo que es provechoso y lo que no lo es. Es la función
del cerebro reaccionar, pues de otro modo seríais destruidos de la
noche a la mañana. Es, por lo tanto, el cerebro, con todas sus
reacciones, recuerdos, impulsos y compulsiones conscientes
tanto como inconscientes- el que mira, ve, escucha y siente. Mas el
cerebro, siendo en sí mismo parcial, siendo en sí mismo el producto
del tiempo y del espacio, de toda la educación como lo hemos
descripto- no puede ver totalmente. Está siempre comparando,
juzgando, evaluando; pero es función del cerebro reaccionar y
valorar, de modo que, para ver las cosas totalmente el cerebro debe
estar en expectativa, quieto. Espero estarme explicando con claridad.
Así
pues, el ver totalmente algo sólo puede tener lugar cuando el
cerebro es altamente sensible, cuando responde agudamente a la razón,
a la duda, a la interrogación, y sin embargo reconoce las
limitaciones del razonamiento, de la duda, de la interrogación; y,
por lo tanto, no se permite a sí mismo interferir con lo que está
viendo. Si realmente queréis descubrir otra cosa que el producto del
cerebro, éste tiene primero que llegar a su límite, dudando,
argumentando, discutiendo, queriendo descubrir y conocer su propia
existencia limitada, parcial; y esa experiencia misma de conocer la
limitación, aquieta la mente, el cerebro. Entonces existe el ver
total.
Cuando
puede uno ver la totalidad del orden con todas las
implicaciones en que más o menos hemos entrado- entonces verá que
de esa total comprensión viene un orden enteramente distinto. Desde
luego, el verdadero orden sólo puede venir cuando se produce la
destrucción de la mente que reclama orden para su propia
satisfacción, para su seguridad. Cuando el cerebro ha destrozado su
propia creación, cuando ha destruido el suelo en que se crían toda
clase de fantasías, ilusiones, deseos, anhelos, entonces de esa
destrucción surge un amor que crea su propio orden.
PREGUNTA: Creo que una
mayor actividad creativa en el aula contribuiría a descondicionar la
mente.
KRISHNAMURTI: Debemos
comprender lo que se entiende por creatividad. Como veis, usamos la
palabra ‘creativo’ muy descuidadamente, muy fácilmente. Un
pintor, un poeta, un inventor, un maestro en la clase, todos ellos
dicen que son creativos. ¿Sabéis cuándo sois creadores, y podéis
usar la creatividad en una clase? Es como esto: un pintor tiene un
momento de lucidez en que ve, vivencia, y luego lo expresa en el
lienzo. Por favor seguid esto un poco. Y al expresarlo en el lienzo,
empieza a notar que ha perdido ese momento de lucidez; y cuando no
puede captarlo de nuevo, lo persigue por medio de la bebida, de las
mujeres, los entretenimientos, las diversiones, esperando que
volverá. Y, cuando ha abandonado todo eso y camina tranquilamente al
lado de algún arroyo o por una senda, de repente tiene otra vez el
mismo sentimiento, que una vez más expresa en la tela. Y la
expresión llega a ser una cosa vendible; se vende. Y él se vuelve
ambicioso, quiere producir, quiere crear más.
Ahora
bien, un hombre ambicioso, un hombre que quiere popularidad, fama ya
sea en el aula, o en el mundo de los negocios, o por medio de la
invención o el arte- ¿es creativo? En cuanto quiere hacer algo con
la ‘creatividad’, en cuanto se vuelve ambicioso por utilizarla,
por ayudar a otros con ella, etc., en ese momento, ¿no ha destruido
toda creatividad? Como veis, queremos poner la creatividad, o Dios, o
lo que sea, en uso; queremos sacar provecho de ello; y me temo que
eso no se pueda hacer. Podéis tener una capacidad, un don, en cierta
dirección; mas no lo llaméis acción creativa, pensar creativo.
Ningún pensar es creativo, porque el pensar no es más que una
reacción. Y, ¿puede la creación ser una reacción?
PREGUNTA: ¿Cómo
podemos ver la totalidad del miedo?
KRISHNAMURTI: Temo que no
podamos entrar en esto ahora porque tenemos que terminar, pero lo
consideraremos durante el curso de nuestras pláticas. Mirad: lo
importante es comprender lo que se quiere decir con ‘ver
totalmente’, y no sólo el ver totalmente una cosa, como el miedo,
el amor, el odio, esto o aquello. Al querer ver totalmente el miedo,
queréis desembarazaros de él, ¿no es verdad? Y el deseo mismo de
‘desembarazarse’ o de ‘lograr’ impide el ver total. Ya
sabéis, todo esto implica mucho conocimiento propio, conocer todas
las cosas acerca de vosotros mismos, cada rincón de vosotros mismos.
Cuando miráis vuestro rostro en el espejo lo conocéis muy bien,
cada curva, cada línea, cada ángulo; y del mismo modo tiene uno que
conocer muy profundamente acerca de sí mismo, no sólo el yo
consciente sino también las ocultas capas del inconsciente.
Sólo
hay una cosa que quiero transmitir esta mañana, si se me permite: no
ideas, no sentimientos, no alguna cosa ‘espiritual’
extraordinaria, sino cuán importante es ver totalmente. Y ver
totalmente implica ver sin juzgar, sin condenar, sin evaluar. Implica
también que el cerebro no reacciona ante lo que ve, sino que tan
sólo observa en ese estado en que no hay pensador separado de la
cosa observada. Esto es enormemente difícil, de modo que no creáis
que lo conseguiréis simplemente jugando con las palabras; implica
comprender toda la cuestión de la contradicción, porque nos
encontramos en un estado de contradicción.
27 de julio de 1961
XV
COMO dije al principio de
estas discusiones, creo que es muy importante el ser serios. Aquí no
hablamos de ideas; e infortunadamente la mayoría de nosotros
parecemos estar en comunión con las ideas y no con ‘lo que es’.
Me parece muy importante seguir ‘lo que es’, el hecho, el estado
efectivo de nuestro propio ser; seguir lo ‘factual’ hasta el fin
mismo y descubrir la esencia de las cosas es, después de todo,
seriedad. Nos gusta discutir, argüir y estar en contacto con las
ideas, pero me parece que las ideas no conducen a ningún parte, son
muy superficiales, son sólo símbolos; y el estar atados a símbolos
conduce a una existencia muy superficial. Es una muy ardua tarea la
de dejar de lado o ir más allá de las ideas y estar en contacto con
lo que es, con el estado real de nuestra propia mente, de nuestro
propio corazón; y para mí, el penetrar en eso muy profundamente,
completa y acabadamente, constituye seriedad. Mediante el proceso de
llegar hasta el mismo fin, se descubre la esencia, de modo que
experimenta uno la totalidad; y entonces nuestros problemas tienen un
sentido del todo diferente.
Quisiera
esta mañana entrar en la cuestión del conflicto, y llegar a su fin
mismo, si podemos, no meramente como una idea, sino experimentar de
hecho por nosotros mismos si la mente es capaz de estar completa y
totalmente libre de todo conflicto. Para descubrir uno mismo eso
realmente, no es posible permanecer en el nivel de las ideas.
Es
evidente que no puede uno hacer nada con respecto al conflicto en el
mundo exterior; es generado por unas pocas personas sin freno, en
todo el mundo, y podemos ser destruidos por ellas, o seguir,
viviendo. Rusia, Norteamérica u otros pueden sumirnos a todos en una
guerra, y no podemos hacer gran cosa sobre esto. Pero creo que puede
uno hacer algo muy radical con respecto a nuestros propios conflictos
internos, y eso es lo que me gustaría discutir. ¿Por qué estamos
en tales conflictos dentro de nosotros mismos, bajo nuestra piel,
psicológicamente? ¿Es ello necesario? ¿Y es posible vivir una vida
en que no haya conflicto alguno, sin vegetar, sin echarse a dormir?
No sé si habéis pensado sobre ello y si para vosotros es un
problema. Para mí, el conflicto destruye toda forma de sensibilidad,
falsea todo pensamiento; y donde hay conflicto no hay amor. El
conflicto es esencialmente ambición, el culto del éxito. Y nos
hallamos interiormente en estado de conflicto, no sólo en el nivel
superficial, sino también a mucha hondura en nuestra conciencia. Me
pregunto si nos damos cuenta de esto; y si es así, ¿qué hacemos
acerca de ello? ¿Lo eludimos mediante las iglesias, los libros, la
radio, mediante las diversiones, los entretenimientos, el sexo y todo
lo demás, incluyendo los dioses que adoramos? ¿O sabemos cómo
afrontarlo, cómo contender con ese conflicto, cómo llegar a su fin
mismo y descubrir si la mente puede estar por completo libre de todo
conflicto?
El
conflicto implica, desde luego, contradicción: contradicción en el
sentimiento, en el pensamiento, en la conducta. Existe contradicción
cuando uno quiere hacer algo pero se ve forzado a hacer lo opuesto.
En la mayoría de nosotros, si hay amor, hay también celos, odio; y
eso también es una contradicción. En el apego hay aflicción y
pena, con su contradicción y conflicto. Me parece que cualquier cosa
que toquemos trae conflicto, y ésa es nuestra vida de la mañana a
la noche; y aun cuando dormimos nuestros suenas son los perturbadores
símbolos de nuestras vidas diarias
Así
pues, cuando consideramos el estado total de nuestra conciencia,
vemos que nos hallamos en el conflicto de la contradicción con
nosotros mismos, el perpetuo intento de ser buenos, de ser nobles, de
ser esto y no ser aquello. Me pregunto por qué ocurre esto. ¿Es
acaso necesario? Y ¿es posible vivir sin este conflicto?
Como
dije, vamos a entrar en esto, no ideológicamente sino de hecho, lo
que significa percibir nuestro estado de conflicto, comprender sus
implicaciones y estar en efectivo contacto con él, no a través de
las ideas, de las palabras, sino realmente en contacto. ¿Es eso
posible? Como sabéis, puede uno estar en contacto con el conflicto a
través de la idea; y efectivamente estamos más en contacto con la
idea del conflicto que con el hecho mismo. Y la cuestión es si la
mente puede desechar la palabra y estar en contacto con el
sentimiento. Y ¿podemos descubrir por qué existe este conflicto si
no nos damos cuenta de todo el proceso del pensar no del
proceso de alguna otra persona, sino del nuestro?
Por
cierto hay división entre el pensador y el pensamiento, tratando
eternamente el pensador de dominar, de ajustar el pensamiento.
Sabemos que esto ocurre, y mientras exista esta división tiene que
haber conflicto; mientras exista un experimentador y la experiencia,
como dos estados diferentes, tiene que haber conflicto. Y el
conflicto destruye la sensibilidad, destruye la pasión, la
intensidad; y sin pasión, sin intensidad, no podéis ir hasta el fin
mismo de ningún sentimiento, de ningún pensamiento ni acción.
Para
ir hasta el fin mismo y descubrir la esencia de las cosas, necesitáis
pasión, intensidad, una mente muy sensible no una mente
informada, atiborrada de conocimientos. No podéis ser sensibles sin
pasión; y la pasión, ese impulso a descubrir, se embota por la
constante batalla interior. Desgraciadamente aceptamos la lucha y el
conflicto como inevitables, y cada día nos volvemos más insensibles
y embotados Las formas extremas de esto llevan a la enfermedad
mental; pero ordinariamente hallamos un escape en las iglesias, en
las ideas y en toda clase de cosas superficiales. ¿Es posible, pues,
vivir sin conflicto? ¿O es que estamos tan hondamente condicionados
por la sociedad, por nuestras propias ambiciones, codicia, envidia, y
por la busca de éxito, que aceptamos el conflicto como bueno, como
una cosa noble y que tiene un propósito? Sería provechoso, creo,
que cada uno de nosotros pudiera descubrir lo que realmente piensa
sobre el conflicto. ¿Lo aceptamos, o estamos atrapados en él y no
sabemos cómo escapar? ¿O es que estamos satisfechos con nuestras
muchas evasiones?
Esto
significa, en realidad, entrar en toda la cuestión de la
autorrealización y del conflicto de los opuestos, y ver si hay
alguna realidad para el pensador, el experimentador que está
eternamente anhelando más experiencia, más sensación, horizontes
más amplios.
¿Es
que sólo existe el pensar, y no el pensador; sólo un estado de
experimentar, y no el experimentador? En cuanto surge el
experimentador a través de la memoria, tiene que haber conflicto.
Creo que eso es bastante sencillo, si lo habéis pensado. Es la raíz
misma de la autocontradicción. Para la mayoría de nosotros, el
pensador ha llegado a ser de máxima importancia, y no el
pensamiento; el experimentador, y no el estado de experimentar.
Esto
involucra en realidad la cuestión que estábamos discutiendo el otro
día, de lo que entendemos por ver. ¿Vemos la vida, otra persona, un
árbol, a través de las ideas, de las opiniones, de los recuerdos?
¿O es que estamos en directa comunión con la vida, la persona o el
árbol? Creo que nosotros vemos a través de ideas, de los recuerdos
y juicios, y que por lo tanto jamás vemos. De la misma manera ¿me
veo a mí mismo corno ‘realmente soy’, o es que me veo como
‘debería ser’, o como ‘he sido’? En otras palabras, ¿es
divisible la conciencia? Hablamos muy fácilmente de la mente
inconsciente y consciente, y de las muchas capas distintas que hay en
ambas. Existen tales capas, tales divisiones, y están en oposición
unas con otras. ¿Tenemos que pasar por todas esas capas una por una
y desecharlas o tratar de comprenderlas lo que es una forma muy
fatigosa e ineficaz de encarar el problema- o es posible dejar de
lado todas las divisiones, todo aquello, y darse cuenta de la
conciencia total?
Como
decía el otro día, para darse cuenta de algo totalmente, tiene que
haber una percepción, una visión que no esté teñida por una idea.
No es posible ver algo entera y totalmente si hay un motivo, un
propósito. Si nos interesa el cambio, no estamos viendo lo que
realmente es. Si estamos interesados en la idea de que tenemos que
ser diferentes, que debemos cambiar lo que vemos en algo mejor, más
bello y todo eso, entonces no somos capaces de ver la totalidad de
‘lo que es’. Entonces la mente se interesa simplemente en el
cambio, en la modificación, en la mejora, en el perfeccionamiento.
¿Me
puedo ver, pues, como soy, como una conciencia total, sin quedar
atrapado en las divisiones, las capas, las ideas opuestas dentro de
la conciencia? No sé si alguna vez habréis practicado alguna
meditación, -y no voy a discutir esto ahora; pero si lo habéis
hecho tenéis que haber observado el conflicto dentro de la
meditación: la voluntad tratando de dominar el pensamiento, y el
pensamiento divagando lejos. Esa es una parte de nuestra conciencia,
esa ansia de controlar, de moldear, de estar satisfecho, de tener
éxito, de hallar seguridad, y ver al mismo tiempo lo absurdo, lo
inútil, lo fútil de todo ello. La mayoría de nosotros trata de
desarrollar una acción, una idea, una voluntad de resistencia que
actúe como una muralla en torno a nosotros mismos y dentro de la
cual esperamos permanecer en un estado sin conflicto
Ahora
bien, ¿es posible ver la totalidad de este conflicto y estar en
contacto con esa totalidad? Esto no significa estar en contacto con
la idea de la totalidad del conflicto, ni que os identifiquéis con
las palabras que estoy usando, sino que significa estar en contacto
con el hecho de la totalidad de la existencia humana, con todos sus
conflictos de dolor, miseria, aspiración y lucha. Significa hacer
frente al hecho, vivir con él
Como
sabéis, vivir con algo es extraordinariamente difícil. Vivir con
esas montañas circundantes, con la belleza de los árboles, con las
sombras, la luz de la mañana y la nieve, vivir realmente con ello es
muy arduo. Todos nosotros lo aceptamos, ¿no es verdad? Viéndolo día
tras día, nos embotamos para ello, como les pasa a los campesinos, y
nunca volvemos a mirarlo realmente de nuevo. Pero vivir con ello,
verlo cada día con frescura, con claridad, con sensibilidad, con
aprecio, con amor, eso requiere mucha energía. Y vivir con una cosa
fea sin que lo feo pervierta, corroa la mente, eso también requiere
mucha energía. Vivir tanto con lo bello como con lo feo, como tiene
uno que hacerlo en la vida, requiere enorme energía; y ésta se
malogra, se destruye cuando estamos en perpetuo estado de conflicto.
¿Puede,
pues, la mente mirar la totalidad del conflicto, vivir con él, sin
aceptarlo ni rechazarlo, sin dejar que el conflicto desvíe nuestras
mentes, sino observando realmente todos los movimientos internos de
nuestros propios deseos, que crean el conflicto? Creo que eso es
posible; no sólo posible, sino que así sucede cuando hemos
penetrado muy hondamente en ello, cuándo la mente sólo observa y no
resiste, no rechaza, no escoge. Entonces, si ha llegado uno hasta
ahí, no en términos de tiempo y espacio sino en efectiva
experiencia de la totalidad del conflicto, entonces descubriréis por
vosotros mismos que la mente puede vivir mucho más intensamente, con
más pasión y vitalidad; y una mente así es esencial para que surja
ese algo inmensurable. Una mente en conflicto jamás puede descubrir
lo que es verdadero. Puede charlar perpetuamente sobre Dios, la
bondad, la espiritualidad y todo lo demás, pero es sólo una mente
que haya comprendido por completo la naturaleza del conflicto y está
por consiguiente fuera de él, la que puede recibir lo innombrable,
lo que no puede ser medido.
Quizá
podamos discutir o hacer preguntas sobre todo esto. Hacer una
pregunta correcta es muy difícil, y en el hecho mismo de hacer una
pregunta correcta creo que encontraremos por nosotros mismos la
respuesta. Hacer una pregunta adecuada implica que uno tiene que
estar en contacto con el hecho, con lo que es, y no con ideas y
opiniones.
INTERLOCUTOR: ¿Cuál
es la naturaleza de la creación?
KRISHNAMURTI: Señor,
¿cuál es la naturaleza de la belleza? ;Cuál es la naturaleza del
amor? ¿Cuál es la naturaleza de una mente que no está en
conflicto? ¿Es que queréis una descripción? Y si la descripción
os satisface, y la aceptáis, entonces sólo estáis aceptando las
palabras, no estáis de hecho experimentando por vos mismo. Ya veis,
nos contentamos muy fácilmente con explicaciones, con ideas
intelectuales; pero todo ese proceso es simplemente jugar con
palabras; y de eso surge la pregunta errónea. Señor, ¿no queréis
descubrir vos mismo si es posible vivir sin conflicto en este mundo?
INTERLOCUTOR: Tiene
uno la impresión de que debe adoptar una actitud contra el mundo
exterior, y, en el acto mismo de oponernos al mundo, hay conflicto.
KRISHNAMURTI: Me pregunto
si realmente hacemos alguna cosa sólo porque nos guste hacerlo.
¿Sabéis lo que quiero decir? Amo lo que estoy haciendo; no es que
tenga una gran sensación por sentarme en una plataforma y hablar a
mucha gente; no es por esto que lo hago. Lo hago porque me gusta, aun
cuando no hubiera más que una persona o ninguna. Y si ello crea
conflicto ¿qué importa? Al fin y al cabo, ninguno de nosotros
quiere que se le moleste. Gustamos crear una plácida posición y
vivir en ella cómodamente con nuestras ideas, nuestros maridos,
nuestras esposas, nuestros hijos y nuestros dioses. Y viene alguien o
algo la vida, una tempestad, un terremoto, una guerra- a
sacudirnos. Y reaccionamos, tratamos de construir murallas más
fuertes, creamos mayor resistencia para no ser perturbados; y Dios es
nuestro último refugio, en el cual esperamos que no habrá más
perturbación. Si somos perturbados, y esa perturbación provoca
inquietud, ¿qué mal hay en eso? No os estoy forzando para que
escuchéis; la puerta está allí, abierta. Lo que estamos tratando
de hacer aquí es comprender el conflicto. ¿Y qué hay de malo en
estar contra el mundo? Después de todo, el mundo contra el que
estamos es el mundo de la respetabilidad, de los innumerables y
falsos dioses, iglesias e ideas; estamos contra el odio, la envidia,
la codicia y todas esas cosas que hemos inventado para protegernos.
Si hacéis eso y ello crea perturbación, ¿qué mal hay en ello?
INTERLOCUTOR: Creo que
no hay conflicto si vivimos de momento a momento,
KRISHNAMURTI: Un momento.
Ya veis cómo nos desviamos hacia ideas. Eso de ‘si vivimos de
momento a momento’ es condicional, es una idea, lo que significa
que nunca hemos muerto para nada, nunca hemos muerto para el placer,
para el dolor, para nuestras exigencias y ambiciones. ¿Podéis morir
realmente para todo ello?
INTERLOCUTOR: ¿Cómo
vamos a saber si hacemos frente al hecho real o a la idea sobre el
hecho?
KRISHNAMURTI: Pues, éste
es un problema vuestro, ¿verdad? ¿Y cómo haréis para descubrirlo?
¿Habéis mirado alguna vez algo, o habéis tenido un sentimiento sin
una idea? Suponed que tengo un sentimiento de odio. ¿Conozco ese
sentimiento sólo por la palabra? ¿Sentimos por medio de ideas?
Diciendo que soy indo, cosa que es una idea, tengo cierta emoción de
nacionalidad; de modo que es la idea que crea la emoción, ¿no es
así? Como se me ha educado para que me considere indo y me he
identificado con un determinado trozo de la Tierra, con un
determinado color, eso me da ciertas sensaciones; y con esas
sensaciones estoy satisfecho. Pero si se me hubiera educado de otro
modo, para ser simplemente un ser humano, no identificado con una
raza o grupo determinado, mi sentimiento sería del todo distinto ¿no
es así? Las palabras tienen pues para nosotros ciertas connotaciones
comunista, creyente, incrédulo, cristiano- y por medio de esas
palabras tenemos ciertos sentimientos, ciertas sensaciones. Para la
mayoría de nosotros, las palabras son muy importantes. Trato de
descubrir si la mente puede alguna vez estar libre de la palabra; y
cuando está libre, ¿cuál es el estado de la mente que siente? ¿Me
explico con claridad?
Mirad,
señor, hemos estado hablando esta mañana sobre el conflicto, y
quiero descubrir, sin jugar con palabras, si la mente es capaz de
estar libre de conflicto. Quiero descubrir, llegar hasta el mismo fin
de ello, lo que significa que tengo que estar realmente en contacto,
no con ideas, sino con el conflicto mismo, ¿no es así? De modo que
no debo ser desviado por ideas, debo tentar mi camino en todo esto,
estar en contacto con el dolor, el sufrimiento, la frustración, todo
el conflicto, sin buscar excusas ni justificaciones, sino penetrando
honda, profundamente en ello. ¿Hago esto verbalmente, con palabras?
¿Comprendéis lo que quiero decir? Por eso pregunté esta mañana
cómo vemos algo, si es por la pantalla de las palabras o por el
contacto efectivo. ¿Es posible sentir sin la palabra? Después de
todo, un hambriento quiere alimento; no se satisface con la
descripción del alimento. ¿Y queréis vosotros, de la misma manera,
descubrir con respecto al conflicto y llegar directamente hasta el
fin de la cuestión? ¿O es que os satisfacéis con una descripción
verbal del estado de la mente que no está en conflicto? Si queréis
agotar esta cuestión tenéis que experimentar el conflicto, saberlo
todo con respecto a él. Un solo conflicto, si podéis vivir con él,
estudiarlo, dormir con él, soñarlo, comerlo, revelará la totalidad
de todos los conflictos. Pero eso requiere pasión, intensidad. Vivir
en la superficie y discutir no lleva a ninguna parte y disipa la poca
energía que uno tenga.
INTERLOCUTOR: Si vais
hasta el fin del conflicto por vos mismo, ¿tenéis entonces que
aceptar el conflicto que hay en el mundo?
KRISHNAMURTI: ¿Podéis
separar el mundo tan neta y definitivamente de vos mismo? ¿Es el
mundo tan diferente de vosotros? Como veis, señores, creo, si puedo
decirlo así, que hay algo que no hemos comprendido. Para mí el
conflicto es una cosa muy destructora, interior lo mismo que
exteriormente; y quiero averiguar si hay una forma de vivir sin estar
en conflicto. No me digo, pues, que es inevitable, y no me doy la
explicación de que mientras yo sea adquisitivo tiene que haber
conflicto. Quiero comprenderlo, penetrarlo, ver si puedo destruirlo,
ver si es posible vivir sin él. Tengo ‘hambre’ de hacer eso, y
no hay descripciones ni explicaciones que me vayan a satisfacer. Lo
que significa que tengo que comprender todo este proceso de la
conciencia, que es el ‘yo’, y al comprender eso, estoy
comprendiendo al mundo. Las dos cosas no están separadas. Mi odio es
el odio del mundo; mis celos, mi adquisividad, mi ansia de éxito,
todo esto pertenece también al mundo. ¿Puede, pues, mi mente
destruir todo esto? Si digo: ‘indicadme cómo destruirlo’,
entonces estoy meramente usando un método para dominar el conflicto;
y eso no es la comprensión del conflicto.
Veo,
pues, que tengo que mantenerme despierto para el conflicto, darme
cuenta de él, espiar todos sus movimientos en mis ambiciones, mi
codicia, mis compulsivos apremios, etc. Y si me limito a vigilarlos,
acaso descubra, pero no hay garantía. Creo que sé muy bien lo que
es esencial si quiero descubrir: esto es, pasión, intensidad,
desentenderse de las palabras y las explicaciones, de modo que la
mente llegue a ser muy aguda, alerta, atenta a toda forma de
conflicto. Ese es el único camino, por cierto, para ir hasta el fin
mismo del conflicto.
30 de julio de 1961
XVI
LA última vez que nos
reunimos, decíamos que la seriedad es esa necesidad, esa intención
de ir hasta el fin mismo de las cosas, y descubrir la esencia; y, si
no existe esa compulsiva energía que le mueve a uno a descubrir lo
que es verdadero, entonces me temo que estas pláticas tengan muy
poca significación. Parece una lástima hablar en una hermosa mañana
como ésta, pero me gustaría penetrar en la cuestión de la humildad
y del aprender.
Al
decir humildad no me refiero, claro está, a esa pretenciosa vanidad
que se oculta bajo el nombre de humildad. La humildad no es una
virtud; porque cualquier cosa que sea cultivada, disciplinada,
controlada, sacada de uno mismo, es una cosa falsa; la humildad no es
cosa para sembrar y cosechar; debe surgir. Y la humildad no es la
subyugación de ese deseo que busca realización en el éxito.
Tampoco es la humildad religiosa de los monjes, los santos, los
sacerdotes, ni la producida por una austeridad cultivada. Es algo por
completo diferente. Para experimentarla en realidad, creo que uno
tiene que ir hasta el fin mismo, para que todos los rincones de la
propia mente, todos los lugares oscuros, secretos, ocultos del propio
corazón y de la mente, queden expuestos a esta humildad, empapados
en ella. Y si queremos descubrir la esencia misma de la humildad,
creo que tenemos que considerar qué es aprender.
¿Es
que acaso aprendemos nunca? ¿No es mecánico todo nuestro aprender?
Para nosotros, el aprender es un proceso aditivo ¿no es así? El
proceso aditivo forma un centro, el ‘yo’, y ese centro
experimenta; y la experiencia se convierte en memoria, es memoria; y
esa memoria colorea toda nueva experiencia. Ahora bien, ¿es el
aprender un proceso acumulativo, como lo es el conocimiento? Y si
existe el proceso acumulativo de la experiencia, del conocimiento,
del ser y devenir, ¿hay entonces humildad? Si la mente esta
atiborrada do conocimientos, de experiencia, de recuerdos, no puede
en manera alguna recibir lo nuevo. Así pues, ¿no es necesario
vaciar del todo la mente para que surja aquello que esta fuera del
tiempo? ¿Y no implica esto el sentido total, completo de la
humildad, un estado en el que la mente no está deviniendo,
acumulando, ni está ya buscando o procurando aprender?
Me
pregunto si tino ha aprendido algo. Ha acumulado; ha tenido muchas
experiencias, muchos incidentes que han dejado su marca y se han
acumulado como recuerdos. Puedo aprender un nuevo idioma, aprender
una nueva manera de explorar los cielos; pero todos esos son procesos
acumulativos, mecánicos, a los qué llamamos aprender. Ahora bien,
este proceso mecánico de aprender deja un centro, ¿no es así? Y
este centro, que acumula conocimiento, experimenta, resiste, desea
ser libre, afirma, acepta y desecha, está siempre en lucha, en
conflicto. Y es este centro el que está siempre acumulando y
vaciándose; hay el movimiento positivo de adquirir y el movimiento
negativo de rechazar. A este proceso lo llamamos aprender.
Si
me perdonáis que lo diga, estoy seguro de que algunos de vosotros
estáis tratando de aprender algo del que habla. Pero no vais a
aprender nada de mí, porque vosotros sólo podéis aprender algo que
sea mecánico, como las ideas. No estamos ocupándonos de las ideas,
ni de la descripción de alguna otra cosa; nos interesa el hecho, ‘lo
que es’. Y comprender lo que es, no es un proceso mecánico, no es
cuestión de considerar algo con el fin de juntar, ni un proceso por
medio del cual podáis agregar al centro o sustraerle. Es desde este
centro, acumulado a través de los siglos, condicionado por la
sociedad, por la religión, por las experiencias, por la educación,
que estamos siempre tratando de cambiar. Actuando desde este centro
tratamos de cambiar nuestras cualidades, de cambiar nuestra manera de
pensar, de implantar una nueva serie de ideas y descartar las
anteriores. De modo que este centro está siempre tratando de
reformarse, o de destruirse, para conseguir algo más; y ese es lo
que estamos haciendo continuamente.
Por
favor, escuchad esto. Este centro es lo que llamamos el ego, el yo, o
cualquier nombre que queráis darle. El nombre no importa, pero el
hecho sí es importante, ‘lo que es’. Y en este proceso de cambio
hay violencia. Todo cambio implica violencia, y por la violencia no
puede haber nada nuevo. Cuando uno dice, ‘tengo que dominarme,
tengo que subyugarme’, lo que significa ajustarse a una
norma- ello implica violencia. Los santos, los líderes, los
maestros, los profetas, todos hablan del cambio y del control. Y es
evidente que el proceso del centro, disciplinándose para ajustarse a
una norma, implica violencia. Y cuando hablamos de no violencia, ello
significa lo mismo.
De
modo que el cambio implica, ¿no es así?, violencia dentro del campo
del tiempo: ‘soy esto y voy a esforzarme para ser aquello’. El
‘aquello’ está a la distancia: el ideal, el ejemplo, la norma.
En este proceso de tratar de convertir la violencia en paz está todo
el conflicto de los opuestos. Así, cuando decimos, ‘tengo que
aprenderlo todo acerca de mí mismo’, estamos todavía atrapados en
el proceso acumulativo, que solamente refuerza el centro. Por
consiguiente puede uno ver, no en forma meramente verbal,
intelectual, sino experimentándolo efectivamente, el hecho de que
donde existe un centro que busca cambio en el que está
involucrado la violencia- jamás puede haber paz.
De
manera que para mí no existe el aprender; sólo hay el ver. El ver
no es acumulativo; no es un proceso de reunir o de rechazar. Ver ‘lo
que es’, es destructivo; y en la destrucción hay paz, no
violencia. La violencia, la revolución o el cambio existen en el
proceso de acumular, de mantener el centro. Pero cuando uno ve el
conjunto de ese proceso, en forma total, completa, con todo su ser,
entonces el hecho, aquello que es, resulta completamente destructivo:
y lo que es destrucción es creación.
Por
consiguiente, la humildad es el estado de la mente que ha descartado
por completo todo el proceso acumulativo y su opuesto, y que de
instante en instante se da cuenta de lo que es. Por lo tanto no tiene
opinión, no juzga; y una mente así sabe lo que es la libertad. Una
mente atrapada en la violencia no tiene libertad; y la que está
buscando libertad nunca puede ser libre, porque para ella la libertad
es una nueva acumulación.
La
humildad implica destrucción total, no de las cosas exteriores,
sociales, sino completa destrucción del centro, de uno mismo, de las
propias ideas, experiencias, conocimientos, tradiciones, vaciando la
mente por completo de todo lo que ha conocido. Por eso, una mente así
ya no piensa en términos de cambio. Es realmente una cosa
maravillosa, si puede uno sentir eso. Como veis, esto es parte de la
meditación
De
modo que primero tenemos que comprender a fondo el proceso del
cambio; porque eso es lo que queremos la mayoría de nosotros:
cambiar. El mundo está cambiando muy rápidamente en las cosas
exteriores. Van a ir a la Luna, inventan cohetes y todo eso; los
valores están cambiando; la Coca Cola se ha extendido por
todo el mundo; las antiguas civilizaciones se derrumban. La rapidez
del cambio sobrepasa al hecho mismo. Todos los antiguos dioses, las
tradiciones, los salvadores, los Maestros, se van o se han ido ya.
Unos cuantos se aferrar a ellos, alzando en torno suyo un muro
defensivo, pero todo se marcha. Y la mente no se interesa en la
destrucción, no se interesa en la creación, sino sólo en
defenderse, buscando siempre una nueva protección, un nuevo refugio.
Así
pues, si entráis muy honda y seriamente en la cuestión de la
humildad, tendréis que poner en duda todo este proceso del aprender
el aprender en el nivel de la palabra, que le impide a uno ver
las cosas como realmente son. Una mente que ya no se interesa por el
cambio no tiene miedo, y por lo tanto es libre. Y me parece que una
mente que haya comprendido aquello de que hemos estado hablando es
absolutamente esencial. Entonces ya no está tratando de cambiarse
según otra norma, ya no se está exponiendo a nuevas experiencias,
ya no pide ni reclama, porque una mente así es libre; por tanto,
puede estar quieta, tranquila; y entonces, quizá, aquello que es
innombrable pueda surgir. La humildad, pues, es esencial, pero no esa
clase de libertad cultivada, artificial. Como veis, tiene uno que
estar sin capacidades, sin talentos; debe ser interiormente como
nada. Y creo que si uno ve esto, sin tratar de aprender la manera de
ser como nada cosa que es demasiado estúpida y necia- entonces
verlo es vivenciarlo. Y entonces quizá pueda surgir lo otro.
¿Podemos
hablar sobre esto sólo sobre esto, y no de cómo vamos a
cambiar el mundo, ni de lo que algún gran político se propone
hacer?
INTERLOCUTOR: ¿Es la
comprensión una capacidad?
KRISHNAMURTI: ¿Es la
comprensión una capacidad? ¿Algo que se ha de cultivar, que se ha
de alimentar lentamente? La capacidad implica un proceso de tiempo;
¿y comprendo yo algo por medio del tiempo, a través de muchos días?
¿O es que comprendo algo, lo veo, inmediatamente? ¿Comprendo que
ser nacionalista, identificarse con un determinado grupo, secta o
creencia, es de hecho estúpido? ¿Veo por completo todo el
significado de pertenecer, de comprometerse a algo? Como sabéis,
todos queremos pertenecer a un particular grupo, sociedad, raza,
familia o nombre; queremos entregarnos a una forma de acción:
comunista, socialista, religiosa o moral. Y, ¿por qué es así? Hay
varias cosas implicadas en ello, ¿no es verdad? Nos gusta actuar
juntos, ‘cooperativamente’. Eso puede estar bien en cierto nivel;
pero el estar interiormente comprometido a algo por cierto le impide
a uno comprender y alcanzar iluminación. ¿Lleva tiempo el ver eso?
Toma tiempo porque soy perezoso, porque me he comprometido y temo que
si dejo mis compromisos ello me causará trastornos. Y así, digo,
‘dedicaré algún tiempo para pensarlo’. Una mente perezosa se
inhibe para ver de manera directa, clara, efectiva. Por cierto, ver
la propia estupidez no requiere tiempo. Yo puedo verlo, nadie tiene
que decírmelo. Pero cuando quiero cambiar eso, cuando quiero
volverme inteligente, cuando quiero ser más esto y menos aquello,
entonces ello implica tiempo y también violencia. Mas el ver que soy
entupido, verlo realmente y estar por completo en ello, no sólo
exige comprensión, sino que el propio acto de ver destruye por sí
solo todo lo que he erigido en mí y en torno mío. Y eso es lo que
me da miedo.
Así
pues, para ver que soy estúpido, estrecho, de mente mezquina,
burguesa, mediocre y para vivir con eso, sin tratar de cambiarlo, sin
tratar de pulirlo ni de darle un nuevo nombre, un nuevo título y
todo lo demás; para vigilar todos sus movimientos, sus pretensiones,
para ver la estupidez de tratar de volverse inteligente, para todo
eso no hace falta tiempo, no hace falta capacidad. Lo que requiere es
seriedad para ir hasta el fin mismo de ello.
Ya
sabéis, señores, cuando hay peligro actuamos inmediatamente,
sentimos inmediatamente, vemos inmediatamente. Todos nuestros
instintos, todos nuestros sentidos están plenamente despiertos, y no
hablamos de tiempo.
INTERLOCUTOR: A uno le
parece ver la necedad del deseo y queda libre de él, pero después
viene otra vez.
KRISHNAMURTI: Nunca he
dicho que una mente libre no tenga deseo. Después de todo, ¿qué
mal hay en el deseo? El problema se presenta cuando él crea
conflicto, cuando quiero ese bonito coche que no puedo tener. Pero
ver el coche, la belleza de sus líneas, el color, la velocidad que
puede alcanzar, ¿qué mal hay en ello? Ese deseo de observarlo, de
mirarlo ¿es malo? El deseo sólo se vuelve apremiante, compulsivo,
cuando quiero poseer la cosa. Vemos que el ser esclavo de cualquier
cosa, del tabaco, de la bebida, de un particular modo de pensar,
implica deseo, y que el esfuerzo para romper con la costumbre también
implica deseo. Y así, decimos que hay que llegar a un estado en que
no haya deseo. ¡Ved cómo amoldamos la vida a nuestra pequeñez! Y
en consecuencia nuestra vida llega a ser una cosa mediocre, llena de
oscuros rincones y temores ignorados. Mas si comprendemos todo eso de
que hemos estado hablando, por verlo efectivamente, entonces creo que
el deseo tiene un sentido del todo distinto.
INTERLOCUTOR: ¿Es
posible distinguir entre estar identificado con lo que vemos y vivir
con lo que vemos?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
queremos estar identificados con cualquier cosa? Para llegar a ser
algo más grande, más noble, que valga más la pena, ¿no es así?
Queremos dar importancia a la vida porque la vida no tiene
importancia para nosotros. ¿Por qué hemos de identificarnos con la
familia, con el amigo, con una idea, con un país? ¿Por qué no
deshacerse de toda identificación y vivir todo el tiempo con ‘lo
que es’, que siempre está cambiando, nunca quieto?
INTERLOCUTOR: Si uno
no se identifica con las cosas, entonces supongo que podrá vivir
fuera de todo aquello.
KRISHNAMURTI: El hecho
es, ¿no es así?, que nosotros vivimos dentro de nuestro propio
estrecho circulo, con nuestros mezquinos celos, nuestras vanidades,
nuestras estupideces. Esa es nuestra vida, y tenemos que enfrentarnos
con eso y no identificarnos con los dioses, las montañas, etc. Es
mucho más arduo, exige mayor intensidad e inteligencia vivir con la
cosa que es, sin tratar de cambiarla, que vivir con Jesús, que sólo
es una evasión.
INTERLOCUTOR: Al
descubrir, hay gozo y placer; y ¿no es aprender el descubrir?
KRISHNAMURTI:
¿Descubrimos nuestro dolor y vivimos con él en gozo y deleite? Uno
puede descubrir las bellezas de la Tierra y regocijarse en ellas, o
descubrir las estupideces del político y rechazarlas: pero descubrir
todo el significado del dolor es cosa muy diferente ¿no es cierto?
Eso quiere decir que tengo que descubrir el dolor propio y el del
mundo. Estudiar el libro del dolor, aprender acerca de él, significa
que estáis tratando de saber qué hacer y qué no hacer, para poder
salvaguardaros. Por favor, hablemos de esto; yo no soy una autoridad.
No creo que podáis aprender sobre el dolor. En tal caso el aprender
se vuelve mecánico. Mas una mente que vea el peligro de la
acumulación mecánica no intenta aprender; observa, ve, percibe,
cosa del todo distinta del aprender. Estar con el dolor, vivir con
él, sin aceptar ni justificar, conocer su movimiento como una cosa
viva, requiere mucha energía y penetración.
INTERLOCUTOR: Me
parece que una de las primeras cosas es saber de qué está hecha la
mente.
KRISHNAMURTI: ¿De qué
está hecha la mente? El cerebro, los sentidos, la capacidad, el
juicio, la duda, la superstición, el temor; hay la mente que se
divide a sí misma, que niega, que anhela, que tiene aspiraciones,
que busca seguridad, permanencia, toda esta conciencia que es
heredada, y que ha impuesto sobre ella lo presente, con su educación,
experiencia, etc.; por cierto la mente es todo eso. Es el centro que
ve, evoluciona, cambia, lucha, sufre; es el pensador y el
pensamiento, tratando siempre el pensador de dominar el pensamiento.
Y
¿es posible que la mente se vacíe de todo eso? No podéis decir que
sí ni que no. Todo lo que puede uno hacer es descubrir si es posible
o no ver las fronteras de la conciencia y sus limitaciones, si es
necesario que haya una frontera, y si es posible ir más allá de
todo eso.
Una
mente seria conoce sus propias limitaciones, se da cuenta de su
propia mediocridad, estupidez, cólera, celos, ambiciones; y,
habiéndolas comprendido, se queda quieta, sin buscar, sin desear,
sin tratar de alcanzar nada más. Sólo una mente así ha producido
orden en sí misma y está por eso quieta; y sólo una mente así
puede tal vez recibir algo que no es producto de la mente.
INTERLOCUTOR: Conocerse
a sí mismo requiere cierto esfuerzo.
KRISHNAMURTI: Lo dudo.
Señores, ¿no estáis haciendo esfuerzos ya? Siempre estamos
haciendo un esfuerzo para ser algo, para adquirir, para hacer algo.
¿Requiere esfuerzo el ver? Estoy interesado en mirar esa montaña y
la verde ladera, simplemente en mirarla; y ¿requiere eso esfuerzo?
Lo requiere cuando no estoy interesado, cuando se me dice que tengo
que mirar. Y si no me interesa y no se me fuerza para mirar ¿para
qué preocuparme?
INTERLOCUTOR: ¿Cómo
consigue uno la energía para todo esto?
KRISHNAMURTI: Dije que
requiere energía vivir con ‘lo que es’; y se pregunta cómo
adquiere uno energía. Os ruego que investiguéis esto. Obtenéis
energía cuando no tenéis conflicto, cuando no hay contradicción en
vuestra mente, ni lucha, ni violencia; cuando no estáis arrastrados
en opuestas direcciones por innumerables deseos. Disipáis esa
energía adorando el éxito, queriendo ser algo, queriendo ser
famoso, queriendo realizar ya conocéis las innumerables cosas
que hacemos, que producen contradicción. Disipamos nuestra energía
yendo al psiquiatra, a las iglesias, en las innumerables evasiones
que buscamos. Si no hay contradicción, si no hay temor de los
dioses, de lo último3
o de vuestro prójimo, de lo que otro diga, entonces tenéis energía,
no en escasa cantidad sino abundante. Y es necesario que tengáis esa
energía, esa pasión, para seguir hasta el fin mismo cada
pensamiento, cada sentimiento, cada sugerencia, cada intimación.
1 de agosto de 1961
XVII
QUISIERA hablar con
vosotros esta mañana sobre una cuestión bastante compleja; pero
antes de empezar con eso, creo, como he dicho anteriormente, que es
necesaria cierta seriedad. No la seriedad de una cara larga, ni de la
excentricidad, sino esa compulsiva insistencia para ir hasta el fin
mismo, cediendo donde sea necesario, pero sin embargo continuando.
Quiero tratar esta mañana de algo que necesita toda vuestra seriedad
y atención; el Oriente lo llama meditación, y no estoy nada seguro
de que Occidente comprenda plenamente lo que se indica con esa
palabra. No estamos representando a Occidente ni a Oriente; pero
tratamos de descubrir qué es meditar, porque para mí eso es muy
importante. Ello abarca la totalidad de la vida y no simplemente un
fragmento. Concierne a la totalidad de la mente y no sólo a una
parte de ella. Desgraciadamente, la mayoría de nosotros cultiva la
parte y llega a ser muy eficiente en esa parte. Entrar en todo ese
proceso que es el desentrañar y revelar los oscuros rincones de
nuestra propia mente; explorar sin tener un objeto, sin buscar un
fin; llegar a la completa comprensión de toda la mente y, quizá, ir
más allá, es para mí meditación.
Me
gustarla entrar en ello bastaste cuidadosamente, porque cada paso
revela algo. Y espero que nosotros. todos nosotros, no nos quedaremos
simplemente en el nivel verbal, ni en el nivel del análisis
intelectual, y que no separemos meramente algunos trozos escogidos de
manera emocional o sentimental, sino que, siendo un poco serios,
lleguemos hasta el fin mismo de esto. Y quizá sea necesario
continuar con ello la próxima vez.
Todos
estamos buscando algo, no sólo en el nivel físico, sino también en
el nivel intelectual, y en los niveles más profundos de la propia
conciencia. Siempre estamos buscando felicidad, comodidad, seguridad,
prosperidad, y ciertos dogmas, creencias, en los cuales pueda la
mente mantenerse y estar cómoda. Si observáis vuestra propia mente,
vuestro propio cerebro, veréis que siempre está buscando y que
nunca está satisfecho, sino que siempre espera de algún modo quedar
satisfecho de manera permanente, perpetua. Buscamos bienestar
material, y la mayoría de nosotros, desgraciadamente, nos
contentamos con las comodidades materiales, un poco de prosperidad,
un poco de conocimiento, con mediocres relaciones, etc. Si estamos
descontentos, como quizá lo estemos algunos de nosotros, con las
cosas materiales, entonces buscamos los consuelos y las seguridades
psicológicas interiores, o queremos más grandes desahogos
intelectuales, más conocimiento. Y este buscar, este inquirir es
explotado por todas las religiones por todo el mundo. Los cristianos,
los hindúes y los budistas ofrecen sus dioses, sus creencias, sus
seguridades, que la mente acepta; y, quedando así condicionada, ya
no busca más. De modo que nuestra búsqueda es canalizada,
explotada. Si somos completamente desdichados, si estamos
descontentos del mundo y de nosotros mismos, de nuestra falta de
capacidad, entonces tratamos de identificarnos con algo más grande,
algo más vasto; y cuando encontramos algo que nos satisface
momentáneamente, pronto lo perdemos, sólo para seguir buscando.
Este
proceso de descontento, de aferrarnos a algo hasta que una sacudida
nos desprende de ello, engendra efectivamente ¿no es cierto? el
hábito de seguir, el hábito de creas una autoridad para nosotros
mismos: la autoridad de las iglesias y de los diversos sacerdotes, de
los santos, de las sanciones, etc., lo cual existe en todo el mundo.
Ahora
bien, una mente que esté paralizada por la autoridad ya sea la
autoridad de una religión, la de la capacidad, de la experiencia o
del conocimiento- nunca puede estar libre para descubrir. Desde luego
que la mente tiene que estar libre para descubrir. Y uno de los
inmensos problemas es el de librar la mente de toda autoridad. No me
refiero a la autoridad del policía y de la ley. Ir de contramano en
el camino obviamente conducirá a accidentes, y si violáis la ley os
veréis en la cárcel. Es demasiado necio y absurdo eludir la
autoridad a ese nivel, no pagar impuestos, etc. Estoy hablando de la
autoridad que es autocreada o impuesta por la sociedad, por la
religión, por los libros, etc., debido a nuestro deseo de hallar, de
buscar.
Me
parece, pues, que una de las cosas indispensables, una absoluta
necesidad, es que la mente se libere de todo sentido de autoridad.
Ello es dificilísimo, porque cada palabra, cada experiencia, cada
imagen, cada símbolo, deja su huella en forma de conocimiento, que
se convierte en nuestra autoridad. Podéis eludir la autoridad
externa, pero cada uno de nosotros tiene su propia autoridad secreta,
la autoridad que dice, ‘yo sé’. La autoridad, el seguimiento de
una norma, engendra acción fragmentaria.
Puede
uno ser muy buen músico o alguna otra cosa, pero sea lo que fuere,
sigue siendo ello acción fragmentaria. Y estamos hablando de una
acción total, en la que el fragmento está incluido. Esta acción
total cubre la totalidad de la vida: lo físico, lo emocional, lo
intelectual. Es la acción que surge cuando uno ha penetrado hondo en
el inconsciente y ha dejado al descubierto todos los oscuros secretos
de la propia mente, y ésta queda entonces purificada. Esa acción
total es meditación.
Requiere
pues muy arduo trabajo, una percepción interna, el dejar al
descubierto todas las sendas y veredas de la autoridad que hemos
establecido para nosotros mismos a lo largo de los siglos, y en las
que deambulamos constantemente. Es una de las cosas más difíciles
ser libre: olvidar todas las cosas interiores que uno ha conocido del
ayer; morir para todas las experiencias que uno ha tenido,
placenteras o penosas. Pero sólo entonces está la mente libre para
vivir, para actuar totalmente.
Para
realizar esto hace falta darse cuenta sin elección, un darse cuenta
pasivo, en el cual se revelan todos los secretos anhelos, los
apremios, las compulsiones, las apetencias y los deseos; en el que la
mente no escoge, sino que sólo observa. Desde el momento en que
escojáis, ya habréis establecido sutilmente autoridad, y por eso la
mente ya no está libre. Darse cuenta internamente de todo movimiento
del pensar, las implicaciones de cada palabra, el significado de cada
deseo, de cada anhelo, y no negar ni aceptar, sino perseguir,
vigilar, sin escoger, esto libera a la mente de la autoridad. Es sólo
cuando la mente está libre que puede descubrir lo que es verdad y lo
que es falso, y no antes; y esta libertad no está al final sino al
principio. Por lo tanto, la meditación no es un proceso de dominar,
disciplinar, moldear la mente por el deseo, por el conocimiento.
Espero
que estaréis siguiendo todo esto. Probablemente parte de ello es
nuevo para vosotros, y puede ser que lo rechacéis. Como sabéis, el
aceptar o rechazar indica la incapacidad para seguir hasta el fin
mismo lo que otro está diciendo; y, como os habéis tomado la
molestia de venir hasta aquí, me parece que sería absurdo el que os
limitarais a decir: ‘tiene razón’, o ‘no está en lo cierto’.
Escuchad, pues, para descubrir, no lo que cree vuestra mente, sino si
el que habla está diciendo alguna falsedad o verdad; para ver de
hecho lo falso en la verdad o la verdad como verdad. Esto es
imposible si habéis leído algún libro sobre la meditación o sobre
psicología y estáis comparando lo que se dice con lo que sabéis
Entonces os habéis desviado, no estáis escuchando. Pero si
escucháis, no con esfuerzo sino porque queréis descubrir, hallaréis
que hay cierto rozo en escuchar. Creo que la clave está en el acto
mismo de escuchar lo que es verdadero. No tenéis que hacer nada
excepto participar efectivamente en el acto de escuchar, que no es
identificar. En la meditación no hay identificación, no hay
imaginación.
Así
pues, cuando la mente empieza a comprender todo el proceso de su
propio pensar, veréis entonces cómo el pensamiento se convierte en
autoridad; hallaréis que el pensamiento, basado en la memoria, en el
conocimiento, en la experiencia, y el pensador que guía al
pensamiento, se convierten en la autoridad. Por eso la mente tiene
que darse cuenta de sus propios pensamientos, de los motivos de los
cuales han surgido, de su causa. Y si inquirís muy profundamente,
encontraréis que la autoridad del pensamiento cesa por completo.
De
modo que para construir la casa de la meditación, debe uno poner la
adecuada fundación. Evidentemente toda forma de envidia, que es
esencialmente comparación vosotros tenéis alguna cosa bella
que no tengo yo; sois inteligentes y yo no; tenéis un don que yo no
poseo todo esto tiene que desaparecer. La mente que es
envidiosa envidiosa de posesiones, envidiosa de capacidad- no
puede llegar muy lejos, ni tampoco lo puede una mente ambiciosa. La
mayoría de nosotros somos ambiciosos; y la mente ambiciosa está
siempre esperando tener éxito, esperando realizar, no sólo en este
mundo sino también en lo interior. Una mente madura no conoce éxito
ni fracaso.
Por
eso la mente debe estar completamente libre, no apenas libre por
casualidad, en forma fragmentaria, sino totalmente libre. Y eso
también es muy arduo. Significa purificar la mente que ha sido
educada durante siglos para competir, para buscar el éxito.
Como
sabéis, estar libre de la envidia no es una cuestión de tiempo. No
es cuestión de desembarazarse gradualmente de la envidia, o de crear
lo opuesto e identificarse con ese opuesto o de tratar de producir
una integración con lo opuesto, todo lo cual implica un proceso
gradual. Si sois ambiciosos y establecéis el ideal de la no
ambición, entonces, para recorrer la distancia, para lograr el
ideal, habéis de tener tiempo. Para mí, ese proceso carece por
completo de madurez. Si veis algo claramente, se os desprende. Ver la
envidia totalmente, con todas sus implicaciones cosa que no es
por cierto muy difícil- no requiere tiempo. Si miráis si os dais
cuenta, se os muestra rápidamente; y por el hecho de verla, ella os
abandona.
Es
obvio que una mente que es envidiosa, ambiciosa, egocéntrica, no
puede ver la plenitud de la belleza; no puede saber lo que es el
amor. Puede uno estar casado, puede tener hijos, tener casas y
perpetuar el propio nombre; pero una mente que es envidiosa y
ambiciosa no puede conocer el amor. Conocerá el sentimiento, el
emocionalismo, el apego; pero el apego no es el amor.
Y,
si habéis visto eso, no meramente en forma intelectual o verbal,
notaréis que existe la llama de la pasión. La pasión es necesaria.
Y con esa llama de pasión puede uno ver las montañas y las largas
laderas con verdes árboles, puede uno ver la desdicha por todas
partes, las espantosas divisiones que el hombre ha creado en su afán
de seguridad; puede uno sentir con intensidad, mas no
egocéntricamente. Así, pues, éstos son los cimientos; y puestos
los cimientos, la mente está libre; puede seguir adelante, y tal vez
no, haya ulterior avance. A menos, pues, que esta totalidad esté
completamente establecida en la mente, toda búsqueda, toda
meditación, todo seguimiento de la palabra, sea el que fuere que la
haya dicho, sólo conduce a la ilusión, a falsas visiones. Una mente
que esté condicionada en el cristianismo puede evidentemente tener
visiones de Jesús, pero una mente así vive en ilusiones basadas en
la autoridad; y una mente semejante es muy limitada y estrecha.
Así
pues, si uno ha visto todo esto íntimamente, tiene que ‘ser’, de
inmediato esto no es para pasado mañana, o para el mes que
viene, sino de hecho para este momento presente. Las palabras que
estoy usando no expresan la cosa efectiva; las palabras no son la
cosa, y si os limitáis a seguir al que habla, no os estaréis
siguiendo interiormente a vosotros mismos. De modo que la meditación
es esencial. La meditación no es sentarse con las piernas cruzadas,
respirar de cierta manera, repetir una frase o seguir una fórmula;
todos esos son trucos, aunque podáis conseguir lo que el sistema
ofrece. Pero lo que consigáis será un fragmento, y por lo tanto
inútil. Por cierto, uno puede ver de una ojeada todo el proceso de
la disciplina, del seguimiento y de la conformidad, y dejarlo en el
instante, porche lo comprende por completo. Pero la comprensión
inmediata es imposible cuando la mente es perezosa. Y la mayoría de
nosotros somos perezosos; por eso preferimos métodos, sistemas que
nos dicen qué hay que hacer.
Hay
una cierta forma de pereza que es muy buena: es cierta pasividad. Ser
pasivo es bueno, porque entonces veis las cosas muy claramente, con
agudeza. Pero ser física o mentalmente perezoso embota la mente y el
cuerpo, de modo que es incapaz de mirar, de ver.
Así,
habiendo puesto los cimientos lo que en realidad es negar la
sociedad y la moralidad de la sociedad- puede uno ver que la virtud
es una cosa maravillosa, una cosa bella, pura. No podéis cultivarla,
lo mismo que no podéis cultivar la humildad. Sólo el hombre vano
cultiva la humildad; y hacer un esfuerzo para ser humilde es
sumamente estúpido. Mas uno llega a la humildad fácilmente,
descuidadamente, cuando la mente empieza a comprenderse, a comprender
todos los oscuros e inexplorados rincones de la propia conciencia. En
el conocimiento de vosotros mismos llegáis a la humildad; y esa
humildad es la base misma, los ojos mismos, el aliento mismo por el
que veis, decís, comunicáis. No podéis conoceros si condenáis,
juzgáis, evaluáis; pero vigilar, ver ‘lo que es’ sin
distorsión, observar como observaríais una flor sin dividirla en
partes, eso es conocerse a sí mismo. Sin autoconocimiento, todo
pensamiento conduce a la perversión y a la ilusión. De modo que,
con el autoconocimiento, empieza uno a echar los cimientos de la
verdadera virtud, que no es reconocible por la sociedad o por otra
persona. Desde el momento en que la sociedad u otro la reconozca,
estáis dentro de su molde, y por consiguiente vuestra virtud es la
virtud de la respetabilidad, y ya no es, pues, virtud.
El
autoconocimiento es, pues, el comienzo de la meditación. Hay mucho
más que decir sobre la meditación; esto es sólo una introducción,
como si dijéramos, es sólo el primer capítulo. Y el libro jamás
termina; no hay terminación, no hay llegar. Y la maravilla de todo
esto, la belleza de todo esto es que, cuando la mente en la
cual está incluido el cerebro, todo- ha visto y se ha vaciado de
todos los descubrimientos que ha hecho, cuando está enteramente
libre de lo conocido, sin motivo de ninguna clase, entonces quizá
surja lo incognoscible, aquello que no puede medirse.
INTERLOCUTOR: No
comprendo bien que la libertad haya de existir al principio y no al
fin, porque al principio está todo el pasado, y no la libertad.
KRISHNAMURTI: Mirad,
señor, esto involucra una cuestión de tiempo. ¿Seréis libre al
fin? ¿Seréis libre después de muchos días, de muchos siglos? Por
favor, no se trata de argüir con vos, o de que aceptéis lo que
digo; tenemos que verlo. Estoy condicionado como hindú, como
cristiano, como comunista, o lo que queráis; estoy moldeado por la
sociedad, por los acontecimientos, por innumerables influencias. ¿Es
el descondicionamiento una cuestión de tiempo? Haced el favor de
pensar sobre ello. Si decís que es cuestión de tiempo, entonces
estáis añadiendo entretanto más y más condicionamiento, ¿no es
así?
Señor,
mirad esto: toda causa es también un efecto ¿no es cierto? Causa y
efecto no son dos cosas estáticas separadas, ¿verdad? Lo que fue el
efecto se convierte de nuevo en la causa; es una cadena, que sufre
continua modificación, que es influida, que madura, disminuye o
aumenta a lo largo del tiempo, y así sucesivamente. Estáis
condicionado como inglés, judío o suizo, o lo que sea, ¿y queréis
decir que lleva tiempo ver lo absurdo que es eso? Y si veis lo
absurdo que es, ¿lleva tiempo desprenderse de eso? Como veis, no
queremos notar su perniciosa naturaleza porque nos gusta, nos hemos
educado con esa base. La bandera significa algo para nosotros porque
sacamos beneficio de eso. Si decís: ‘ya no soy suizo’ o esto o
aquello, podríais perder vuestro empleo, la sociedad podría
rechazaros, acaso no pudierais casar en forma respetable a vuestro
hijo o hija. Por eso nos aferramos a todo ello, y eso es lo que nos
impide verlo inmediatamente y desprendernos de la cosa.
Fijaos
señor. Si he estado trabajando toda la vida para alcanzar, para
llegar a ser famoso, para tener éxito, ¿creéis que voy a
deshacerme de eso? ¿Creéis que voy a desprenderme del provecho, del
prestigio, del nombre, de la posición? Uno puede dejarlo
inmediatamente si ve realmente el absurdo de todo ello, la
brutalidad, la crueldad de eso, en lo cual no hay afecto no hay amor,
sino sólo acción especulativa. Mas no queremos verlo, y por eso
inventamos excusas, diciendo: ‘lo haré quizá, con el tiempo, pero
por favor no me perturbéis justamente ahora’. Esto es lo que me
parece que estamos diciendo la mayoría de nosotros, no solamente los
talentosos, sino nosotros, los que somos personas corrientes,
mediocres: todos estamos haciendo esto. Cortar la cuerda no lleva
tiempo. Lo que requiere es percepción inmediata, inmediata acción,
como cuando veis un precipicio, una serpiente.
INTERLOCUTOR: ¿Cómo
podemos ver con esa claridad, y olvidar cada experiencia?
KRISHNAMURTI: ¿No debéis
tener una mente inocente para ver cualquier cosa con claridad? Es
evidente que cada experiencia moldea la mente, aumenta su
condicionamiento; y, a través de todo ese condicionamiento, tratamos
de ver algo nuevo. No digo que haya algo nuevo; no se trata de eso.
Pero si la mente desea ver si existe algo enteramente nuevo, algo que
es creación, por cierto tiene que ser una mente inocente, una mente
joven, fresca. No digo que debemos olvidar toda experiencia; es
evidente que no podéis olvidar toda experiencia. Pero puede uno ver
que el proceso aditivo de la experiencia vuelve mecánica a la mente,
y una mente mecánica no es creativa
3 de agosto de 1961
XVIII
HEMOS hablado mucho de
afrontar el hecho, observándolo sin condenarlo ni justificarlo,
abordándolo sin ninguna opinión. Especialmente en el caso de hechos
psicológicos, tendemos a introducir nuestros prejuicios, nuestros
deseos, nuestros impulsos, que falsean ‘lo que es’ y suscitan
cierto sentimiento de culpa, de contradicción, una negación de lo
que es. Hemos estado hablando también de la importancia de la
destrucción completa de todas las cosas que hemos construido como
refugio, como defensa. La vida nos parece demasiado vasta, demasiado
vertiginosa para nosotros, y nuestras perezosas mentes, nuestra lenta
manera de pensar, los hábitos a que nos hemos acostumbrado, crean
invariablemente una contradicción dentro de nosotros; y tratamos de
dictar condiciones a la vida. Y gradualmente, al continuar y aumentar
esta contradicción y conflicto, nuestras mentes se vuelven más y
más embotadas. Desearía, pues, esta mañana, si se me permite,
hablar sobre la sencilla austeridad de la mente, y sobre el
sufrimiento.
Es
muy difícil pensar directamente, ver las cosas con claridad y seguir
lo que vemos hasta el fin mismo, con lógica, razonadamente, con
cordura. Es muy difícil ser claros y por lo tanto sencillos. No me
refiero a la sencillez de las vestiduras exteriores, de las pocas
posesiones; sino que me refiero a una sencillez interior. Creo que es
indispensable el que abordemos con sencillez un problema muy
complejo, como el del sufrimiento. De modo que, antes de abordar el
dolor, tenemos que ver muy claramente lo que queremos decir con la
palabra ‘sencillo’.
La
mente, tal como la conocemos ahora, es muy compleja, infinitamente
astuta y sutil. Ha tenido muchos mas experiencias, y tiene dentro de
sí todas las influencias del pasado, de la raza, el residuo de todo
el tiempo. Es muy difícil reducir toda esta vasta complejidad a la
sencillez; pero creo que hay que hacerlo, de lo contrario no podremos
trascender el conflicto y dolor.
Por
eso la pregunta es: dada toda esta complejidad del conocimiento, de
las experiencias, de la memoria, ¿es acaso posible contemplar el
dolor y estar libre de él?
Ante
todo, creo que para descubrir por uno mismo la manera de pensar
sencilla y directamente, las definiciones y las explicaciones son
realmente perjudiciales. La definición en palabras no hace sencilla
a la mente, y las explicaciones no producen claridad de percepción.
Por eso, me parece que tiene uno que darse cuenta cabalmente de la
esclavitud a las palabras, aunque tenga también que darse cuenta de
que es necesario utilizar palabras para la comunicación. Pero lo que
se comunica no es meramente la palabra; la comunicación está más
allá de la palabra; es un sentir, un ver, que no puede ponerse en
palabras. Una mente en realidad sencilla no significa una mente
ignorante. Mente sencilla es la que está libre para seguir todas las
sutilezas, los matices, los movimientos de un hecho dado. Y para
hacer esto, la mente tiene, por cierto, que estar libre de la
esclavitud a las palabras. Semejante libertad produce una austeridad
de sencillez. Cuando existe esa sencillez de enfoque, creo que
entonces podemos percibir directamente y tratar de comprender lo que
es el dolor.
Creo
que la sencillez de la mente y el dolor están relacionados. Por
cierto, vivir en el dolor a lo largo de nuestros días es, para
decirlo con suavidad, la cosa más insensata que se puede hacer.
Vivir en conflicto, en frustración, siempre enredados en el temor,
en la ambición, presos del afán de realizar, de tener éxito, vivir
toda una vida en ese estado me parece inútil e innecesario por
completo. Y para estar libres del dolor, creo que debemos abordar muy
sencillamente este complejo problema.
Hay
varias clases de dolor, físico y psicológico. Hay el dolor físico
de la enfermedad un dolor de muelas, la pérdida de un miembro,
por tener vista defectuosa, etc.; y está el dolor interno que viene
cuando perdéis a alguien a quien amáis, cuando no tenéis capacidad
y veis personas que la tienen, cuando carecéis de talento y veis
gente que lo tiene y que tiene dinero, posición, prestigio, poder.
Existe siempre el afán de realizar; y, en la sombra de la
realización, siempre hay frustración, y con ella llega el dolor.
Hay,
pues, estas dos clases de dolor: el físico y el psicológico. Puede
uno perder un brazo, y entonces viene todo el problema del dolor. La
mente vuelve al pasado, recuerda lo que ha hecho, que ya no puede
jugar al tenis, que ya no es capaz de hacer muchas cosas; compara, y
en ese proceso se engendra el dolor. Estamos familiarizados con esta
clase de cosas. El hecho es que he perdido mi brazo, y que, por
muchas que sean las teorías, las explicaciones, las comparaciones,
por mucha lástima que tenga de mí mismo, no recuperaré ese brazo.
Pero la mente se entrega a la compasión de sí misma, retrocede al
pasado. Por eso el hecho del presente está en contradicción con lo
que ha sido. Esta comparación trae conflicto invariablemente, y de
ese conflicto proviene el dolor. Esa es una de las clases de dolor.
Luego
tenemos el dolor psicológico. Mi hermano, mi hijo, ha muerto, se ha
ido. Ninguna teorización, explicación, creencia o esperanza me lo
devolverá jamás. La implacable e inflexible realidad es el hecho de
que se ha ido. Y el otro hecho es que yo me siento solo, porque él
se ha ido. Éramos amigos, conversábamos, retamos, disfrutábamos
juntos, y la compañía ha cesado y he quedado solo. La soledad es un
hecho, y la muerte es un hecho. Me veo obligado a aceptar el hecho de
su muerte, mas no acepto el hecho de estar solo en el mundo. Empiezo,
pues a inventar teorías, esperanzas, explicaciones, como una evasión
del hecho, y son las evasiones las que producen dolor, no el hecho de
que yo esté solo, no el hecho de que mi hermano haya muerto. El
hecho nunca puede traer dolor, y creo que es muy importante
comprender esto, si es que la mente ha de quedar real y totalmente,
por completo, libre de dolor. Creo que sólo es posible estar libre
del dolor cuando la mente ya no busca explicaciones y escapes, sino
que se enfrenta con el hecho. No sé si alguna vez habréis intentado
hacer esto.
Sabemos
lo que es la muerte y el miedo extraordinario que ella evoca. Es un
hecho que moriremos, cada uno de nosotros, nos guste o no. Por eso
racionalizamos la muerte o escapamos hacia las creencias karma,
reencarnación, resurrección, etc.- y por lo tanto mantenemos el
miedo y huimos del hecho. Y la cuestión es si la mente está de
veras interesada en llegar hasta el fin mismo y en descubrir si es
posible estar total y completamente libre de dolor, no con el tiempo,
sino en el presente, ahora.
Así
pues, ¿puede cada uno de nosotros hacer frente al hecho, con
inteligencia y sensatez? ¿Puedo hacer frente al hecho de que mi
hijo, mi hermano, mi hermana, mi marido o esposa, quien fuere, ha
muerto, y que yo estoy solo, sin escapar de esa soledad hacia las
explicaciones, las ingeniosas creencias, las teorías, etc.? ¿Puedo
yo observar el hecho, sea el que fuere: que carezco de talento, que
soy una persona torpe y necia, que estoy solo, que mis creencias, mis
estructuras religiosas, mis valores espirituales, son simplemente
otras tantas defensas? ¿Puedo ver estos hechos sin buscar modos y
medios de escapar? ¿Es ello posible?
Creo
que sólo es posible cuando a uno no le interesa el tiempo, el
mañana. Nuestras mentes son perezosas y por eso siempre estamos
pidiendo tiempo tiempo para vencer esto, tiempo para mejorar.
El tiempo no disipa el dolor. Puede ser que olvidemos un particular
sufrimiento, pero allí está siempre el dolor, en lo profundo. Y
creo que es posible eliminar enteramente el dolor en si, no mañana,
no en el transcurso del tiempo, sino ver la realidad en el presente,
y trascenderla.
Al
fin y al cabo, ¿por qué tenemos que sufrir? El sufrimiento es una
enfermedad. Acudimos a un médico y nos libramos de la enfermedad.
¿Por qué hemos de aguantar dolor alguno? Mirad, no estoy hablando
retóricamente, cosa que sería demasiado tonta. ¿Por qué habríamos
de tener, cada uno de nosotros, dolor alguno? Y ¿es posible librarse
de él por completo?
Como
veis, esa pregunta implica: ¿por qué hemos de estar en conflicto?
El dolor es conflicto. Decimos que el conflicto es necesario, que
forma parte de la existencia, que en la naturaleza y en todo lo que
nos rodea hay conflicto, y que estar sin conflicto es imposible.
Aceptamos pues el conflicto como inevitable, en nuestro interior y
fuera, en el mundo.
Para
mí, el conflicto, de cualquier clase que sea, no es necesario.
Podéis decir: ‘Esa es una peculiar idea vuestra y carece de
validez. Soís solo, no estáis casado, y ello es fácil para vos;
pero nosotros tenemos que estar en conflicto con nuestros vecinos,
por nuestros empleos; todo lo que tocamos engendra conflicto’.
Mirad,
creo que la acertada educación entra en esto; y nuestra educación
no ha sido correcta; se nos ha enseñado a pensar en términos de
competencia, en términos de comparación. Me pregunto si uno
realmente comprende, si en realidad ve directamente al comparar. ¿O
es que uno sólo ve claramente, con sencillez, cuando la comparación
ha cesado? Por cierto, uno sólo puede ver con claridad cuando la
mente ya no es ambiciosa, ya no está tratando de ser o de llegar a
ser algo lo que no quiere decir que uno haya de estar
satisfecho de lo que uno es. Creo que se puede vivir sin comparación,
sin compararse uno con otro, sin comparar lo que somos con lo que
deberíamos ser. El hacer frente a ‘lo que es’ sin cesar, barre
por completo todas las evaluaciones comparativas, y creo que de ese
modo puede uno eliminar el dolor. Creo que es muy importante que la
mente esté libre del dolor, porque entonces la vida tiene un sentido
totalmente diferente.
Como
sabéis, otra de las infortunadas cosas que hacemos es buscar
bienestar, no sólo físico, sino también psicológico. Queremos
refugiarnos en una idea, y cuando esa idea falle nos desesperamos, lo
que también engendra dolor. La cuestión, pues, es ésta: ¿Puede la
mente vivir, funcionar, estar sin ningún amparo, sin ningún
refugio? ¿Puede uno vivir de día en día, enfrentando cada hecho
como surge y sin jamás buscar un escape, haciendo frente todo el
tiempo a lo que es, a cada reputo del día? Porque entonces creo que
encontraremos que no sólo termina el dolor, sino que la mente se
vuelve asombrosamente sencilla y clara; es capaz de percibir
directamente, sin palabras, sin el símbolo.
No
sé si alguna vez habéis pensado sin palabras. ¿Hay algún pensar
sin verbalización? ¿O es que todo pensar consiste en meras
palabras, símbolos, descripciones, imaginación? Como veis, todas
estas cosas las palabras, los símbolos, las ideas- perjudican
la clara visión. Creo que, si uno quiere llegar hasta el fin mismo
del dolor para descubrir si es posible estar libre del dolor no
eventualmente, sino viviendo libre cada día- tiene uno que entrar
muy profundamente en sí mismo y desembarazarse de todas estas
explicaciones, palabras, ideas y creencias, de modo que la mente esté
de veras depurada y capacitada para ver lo que es.
INTERLOCUTOR: Cuando
hay dolor, seguramente es inevitable el querer hacer algo al
respecto.
KRISHNAMURTI: Señor,
como decíamos el otro días queremos vivir con el placer, ¿no es
así? No tratamos de cambiar el placer; queremos que continúe todo
el día y toda la noche, perpetuamente. No deseamos alterarlo, ni
siquiera tocarlo, ni aun rozarlo con el aliento, por temor de que se
vaya; queremos aferrarnos a él, ¿verdad? Nos adherimos a lo que nos
deleita, que nos da gozo, placer, sensación a cosas como ir a
la iglesia, ir a ‘misa’, etc. Estas cosas nos producen mucha
excitación, sensación, y no queremos cambiar ese sentimiento; él
hace que uno se sienta cerca de la fuente de las cosas, y nosotros
queremos esa sensación, ¿no es cierto? ¿Por qué no podemos vivir
igualmente con el dolor, con la misma intensidad, sin querer hacer
nada con respecto a él? ¿Lo habéis intentado alguna vez? ¿Habéis
tratado alguna vez de vivir con un dolor físico? ¿Habéis intentado
vivir con el ruido?
Vamos
a simplificarlo. Cuando un perro está ladrando por la noche y
queréis dormir, y sigue ladrando y ladrando, ¿qué hacéis? Lo
resistís, ¿no es así? Le arrojáis objetos, lo maldecís, hacéis
lo que podáis contra él. Pero si en lugar de eso estuvierais con el
ruido, si escucharais el ladrido sin ninguna resistencia, ¿habría
fastidio? No sé si alguna vez lo habréis intentado. Deberíais
intentarlo alguna vez: no resistir. Así como no rechazáis el
placer, ¿no podéis de la misma manera vivir con el dolor sin
resistencia, sin elección, sin tratar nunca de escapar, sin
entregaros nunca a la esperanza e invitar por ello la desesperación:
simplemente vivir con él?
Mirad,
vivir con algo significa amarlo. Cuando amáis a alguien, queréis
vivir con esa persona, estar con ella, ¿no es así? De la misma
manera puede uno vivir con el dolor, no púdicamente, sino viendo
todo su cuadro, sin tratar nunca de eludirlo, sino sintiendo su
fuerza, su intensidad, y también su completa superficialidad, lo que
significa que no podéis hacer nada con respecto a él. Después de
todo, no queréis hacer nada respecto de aquello que os da intenso
placer; no queréis cambiarlo, queréis dejarlo fluir. De la misma
manera, vivir con el dolor significa, realmente, amar el dolor, y eso
requiere mucha energía, mucha comprensión; significa vigilar
continuamente para ver si la mente está escapando del hecho. Es
terriblemente fácil escapar; puede uno tomar una droga, tomar una
bebida, encender la radio, tomar un libro, charlar, etc. Pero vivir
con algo enteramente, de manera total, tanto si es placer como si es
dolor, requiere una mente que esté intensamente alerta. Y cuando la
mente está tan alerta, crea su propia acción; o más bien, la
acción viene del hecho y la mente no tiene que hacer nada con
respecto a él.
INTERLOCUTOR: En el
caso del dolor físico, ¿no debemos acudir a un médico?
KRISHNAMURTI: Por
supuesto, si tengo un dolor de muelas, voy al dentista. Si tenéis
alguna dolencia física, ¿no iréis al médico? ¿No somos bastante
superficiales cuando hacemos semejante pregunta? No estamos hablando
sólo del dolor físico sino también del sufrimiento psicológico,
de todas las torturas mentales por las que uno pasa por causa da
alguna idea, de alguna creencia, de alguna persona; y nos estamos
preguntando si es posible estar totalmente libres del dolor interno.
Señor, el organismo físico es una maquina y se desarregla, y tenéis
que hacer lo mejor que podáis y seguir adelante con él; pero uno
puede cuidar de que el organismo mecánico no interfiera con la
mente, que no la pervierta, que no la desvíe, y que permanezca sano
a pesar de la enfermedad física. Y nuestra pregunta es si la mente,
que es la fuente de toda lucidez, así como de todo conflicto,
desdicha y dolor, puede estar libre de éste, no contaminada por
nuestras dolencias físicas y todo lo demás.
Al
fin y al cabo, vamos envejeciendo cada día, pero seguramente es
posible mantener la mente joven, fresca, inocente, no abrumada por la
enorme carga de la experiencia, de los conocimientos, de la desdicha.
Creo que una mente joven, inocente, es absolutamente necesaria si
quiere uno descubrir lo que es verdad, si hay Dios, o como queráis
llamarlo. Una mente vieja, una mente torturada, llena de sufrimiento,
jamás puede hallarlo. Y es absurdo convertir el dolor en algo
necesario, algo que eventualmente os llevará al cielo. En el
cristianismo se exalta el sufrimiento como un camino hacia la
iluminación. Tiene uno que estar libre del sufrimiento, de la
oscuridad; sólo entonces puede existir la luz.
INTERLOCUTOR: ¿Me es
posible estar libre de dolor cuando veo tanto sufrimiento en torno
mío?
KRISHNAMURTI: ¿Qué
pensáis al respecto? Id al Oriente, a la India, a Asia, y veréis
mucho dolor, dolor físico, hambre, degradación, pobreza. Esa es una
clase de dolor. Venid al mundo moderno, y todos están ocupados
decorando la prisión exterior, enormemente ricos, prósperos, pero
también ellos son muy pobres interiormente, muy vacíos; ahí
también hay dolor. ¿Qué podéis hacer sobre ello? ¿Qué podéis
hacer sobre mi dolor? ¿Podéis ayudarme? Pensadlo, señores.
He
estado hablando esta mañana más o menos media hora sobre el dolor y
la manera de librarse de él. ¿Os ayudo? ¿Realmente os ayudo en el
sentido de que os libráis de él, de no llevarlo con vosotros un día
más, de estar totalmente libres de dolor? ¿Es que os ayudo? No lo
creo. Por cierto tenéis que hacer todo el trabajo vosotros mismos.
Yo sólo estoy señalando. El poste indicador no tiene valor, en el
sentido de que no sirve de nada el sentarse allí a leer eternamente
el letrero. Tenéis que hacer frente a la soledad y llegar hasta el
fin mismo de ella, de todo lo implicado en ella. ¿Puedo yo ser de
ayuda para el dolor del mundo? No sólo conocemos nuestra propia
angustia y desesperación, sino que también la vemos en los rostros
de otros. Podéis señalar la puerta por la que hay que pasar para
estar libres, pero la mayoría de las personas quieren ser llevadas a
través de esa puerta. Adoran a aquel de quien creen que los llenará;
lo convierten en un salvador, un Maestro, cosas todas que son pura
necedad.
INTERLOCUTOR: ¿Para
qué le sirve a otro una persona libre si ésta no puede ayudarle?
KRISHNAMURTI: Cuán
terriblemente utilitarios somos ¿verdad? Queremos utilizarlo todo
para nuestro propio beneficio, o para beneficiar a algún otro. ¿De
qué utilidad es una flor a la vera del camino? ¿Para qué sirve una
nube que está más allá de las montañas? ¿Cuál es la utilidad
del amor? ¿Lo podéis utilizar? ¿Sirve de algo la caridad? ¿Sirve
de algo la humildad? No ser ambicioso en un mundo lleno de ambición,
¿tiene eso alguna utilidad? Ser bondadoso, ser amable, ser generoso:
estas cosas no son de ninguna utilidad para un hombre que carezca de
generosidad. Una persona libre es completamente inútil para un
hombre que esté dominado por la ambición. Y como la mayor parte de
nosotros estamos enredados en la ambición, en el deseo de éxito,
esa persona es de muy escasa significación. Puede hablar de
libertad, pero lo que nos interesa a nosotros es el éxito. Lo único
que os puede decir es que paséis a la otra orilla del río, y que
veáis la belleza del cielo, el encanto de ser sencillo, amar, ser
bondadoso, ser generoso, carecer de ambición. Muy poca gente quiere
venir a la otra orilla; por eso el hombre que se encuentra en ella es
de muy poca utilidad. Probablemente lo pondréis en una iglesia y lo
adoraréis. Eso es todo, poco más o menos.
INTERLOCUTOR: Vivir
con el dolor implica su prolongación, y nosotros rehuimos prolongar
el dolor.
KRISHNAMURTI: Por cierto,
no es eso lo que he expresado. Para vivir con algo, ya sea la fealdad
o la belleza, tiene uno que ser muy intenso. Vivir con estas montañas
día tras día, si no sois sensibles a ellas, si no las amáis, si no
veis sin cesar su belleza, sus cambiantes colores y sombras, sería
llegar a ser como los campesinos que se han vuelto indiferentes para
todo ello. La belleza corrompe lo mismo que la fealdad, si no sois
sensibles para ella. Vivir con el dolor es como vivir con las
montañas, porque el dolor embota la mente, la atonta. Vivir con el
dolor implica vigilar sin cesar, y eso no prolonga el dolor. En el
momento en que lo veis por completo, ya ha desaparecido. Cuando se ve
algo totalmente, ha terminado. Cuando vemos toda la construcción del
dolor, su anatomía, su intimidad, no teorizando sobre él, sino
viendo efectivamente el hecho, su totalidad, entonces él se
desprende. La rapidez, la celeridad de la percepción, depende de la
mente. Pero si ésta no es sencilla, directa, si está atiborrada de
creencias, esperanzas, temores, desesperaciones, queriendo cambiar el
hecho, ‘lo que es’, entonces estáis prolongando el dolor.
INTERLOCUTOR: Nuestros
preconceptos se interponen en el camino, y tenemos que encararnos con
ellos, y eso puede llevar tiempo.
KRISHNAMURTI: Señor,
percibir que uno se siente solo y también darse cuenta de que quiere
escapar de eso, las dos cosas son instantáneas, ¿no es así? El
hecho de que me siento solo y el hecho de que quiero escapar, los
puedo percibir inmediatamente, ¿verdad? Puedo ver también
instantáneamente que cualquier forma de escape es una evasión del
hecho de la soledad, que yo tengo que comprender. No puedo deshacerme
de ella.
Como
veis, nuestra dificultad es, creo, que estamos tan apegados a las
cosas en que nos refugiamos, que ellas son muy importantes para
nosotros, se han vuelto extraordinariamente respetables. Creemos que
si dejásemos de ser respetables, Dios sabe lo que pasaría. Por
consiguiente nuestro apego a la respetabilidad se convierte en lo
importante, y no el hecho de querer comprender la soledad, o
cualquier otra cosa, totalmente.
INTERLOCUTOR: Si no
tenemos la intensidad, ¿qué podemos hacer al respecto?
KRISHNAMURTI: Dudo que
queramos esa intensidad. Ser intenso implica destrucción, ¿no es
así? Significa destruir todas las cosas que hemos considerado tan
importantes en la vida. Por eso, quizá, el miedo nos impide ser
intensos.
Como
sabéis, todos queremos ser terriblemente respetables, ¿no es así?,
los jóvenes tanto como los viejos. La respetabilidad significa
reconocimiento por parte de la sociedad; y la sociedad sólo reconoce
a los que tienen éxito, a los que son importantes, a los famosos, e
ignora a los demás. Adoramos, pues, el éxito y la respetabilidad. Y
cuando no os preocupa que la sociedad os crea o no respetables,
cuando no buscáis éxito, no queréis llegar a ser alguien, entonces
hay intensidad lo que significa que no hay miedo y que no hay
conflicto, ni interna contradicción y consiguiente tenéis abundante
energía para seguir el hecho hasta el fin mismo.
6 de agosto de 1961
XIX
SI se me permite,
continuaremos con aquello de que hablamos anteayer, que era todo el
contenido de lo que es la meditación. En Oriente, la meditación es
un hecho diario muy importante para las personas que han ahondado
mucho en esta cuestión; y quizá ella no sea tan urgente o seria en
Occidente. Pero como involucra el proceso total de la vida, creo que
debemos considerar lo que está implicado en ella.
Como
decía, sería por completo fútil y vacuo el que os limitaseis a
seguir las palabras o frases y os quedarais meramente en el nivel
verbal. Cuando seguís esta cuestión sólo intelectualmente, es como
seguir a un ataúd hasta la tumba. Pero Si entráis en ello muy
profundamente, revelará las cosas más extraordinarias de la vida.
Como dije, no nos estamos ocupando del primer capitulo de un libro
completo, porque no hay fin para el proceso total del vivir. Pero
tenernos que considerar las cuestiones a medida que surgen.
Vamos
a entrar en ello bastante más profunda y comprensivamente, como
veréis; pero antes creo que es necesario comprender qué es pensar
negativo y qué es pensar positivo. No utilizo estas dos palabras,
‘negativo’ y ‘positivo’, en el sentido de opuestos. La
mayoría de nosotros pensamos positivamente, acumulamos, añadimos;
o, cuando es conveniente, beneficioso, sustraemos. El pensar positivo
es imitativo, conformista, se ajusta al molde de la sociedad o a lo
que ella desea; y la mayoría de nosotros estamos satisfechos con ese
pensar positivo. Para mí, ese pensar positivo no conduce a ninguna
parte.
Ahora
bien, el pensar negativo no es lo opuesto del pensar positivo; es un
estado completamente diferente, un proceso distinto; y creo que uno
tiene que comprender esto claramente antes de que podamos seguir más
allá. El pensar negativo es desnudar la mente por completo; es hacer
que el cerebro, que es el repositorio de las reacciones, esté
quieto.
Tenéis
que haber notado que el cerebro es muy activo, está constantemente
reaccionando; el cerebro tiene que reaccionar, pues de lo contrario
muere. Y, en su reacción, crea procesos positivos, a los que llama
pensar positivo; y estos son todos defensivos, mecánicos. Si habéis
observado vuestro propio pensar, habréis visto que aquello de que
estoy hablando es muy sencillo, no es complicado.
Me
parece que lo primordial es que el cerebro sea plenamente consciente,
que sea sensible, sin reaccionar; y por lo tanto creo que es
necesario pensar negativamente. Podemos discutir esto después, mas,
si lo captáis, veréis que el pensar negativo no implica esfuerzo,
mientras que el pensar positivo sí lo implica siendo el
esfuerzo conflicto, en el que está involucrada la realización, la
represión, la negación.
Os
ruego que observéis vuestras propias mentes según funcionan,
vuestros cerebros actuando; no os limitéis a escuchar mis palabras.
Las palabras no tienen hondo significado, se utilizan sólo para
transmitir, para comunicar. Si os quedáis en el nivel verbal, no
podéis llegar muy lejos.
Así
que todos nosotros por la educación, por la cultura, por la
influencia de la sociedad, de la religión, etc.- tenemos cerebros
muy activos; pero la totalidad de la mente es muy torpe. Y el hacer
que el cerebro esté quieto y sin embargo sea plenamente sensible,
activo, pero sin cultivar defensas, es una tarea muy ardua, como
sabréis si habéis entrado en todo esto. Y no implica esfuerzo
alguno el hacer que el cerebro sea enormemente activo, y esté no
obstante totalmente quieto.
Para
la mayoría de nosotros, el esfuerzo parece formar parte de nuestra
existencia; al parecer, no podemos vivir sin él: esfuerzo para
levantarnos por la mañana, esfuerzo para ir a la escuela, a la
oficina, para sostener una actividad continuada, esfuerzo para amar a
alguien. Toda nuestra vida, desde que nacemos hasta que entramos en
la tumba, es una serie de esfuerzos. Esfuerzo significa conflicto; y
no hay esfuerzo alguno si observáis las cosas como son, el hecho
como es. Pero nosotros nunca nos hemos observado como somos,
consciente o inconscientemente. Siempre cambiamos, sustituimos,
transformamos, reprimimos lo que vemos en nosotros mismos. Todo eso
implica conflicto; y una mente, un cerebro que esté en conflicto
nunca está quieto. Y para pensar profundamente, para ir muy a lo
hondo, necesitamos, no un cerebro torpe, no un cerebro que se eche a
dormir, que esté dopado por la creencia, por las defensas, sino un
cerebro que sea intensamente activo, y que sin embargo esté en
calma.
El
conflicto es lo que entorpece la totalidad de la mente; de modo que,
si hemos de entrar en esta cuestión de la meditación, si hemos de
penetrar profundamente en la vida, tenemos que comprender desde el
principio el conflicto y el esfuerzo. Si lo habéis observado,
sabréis que nuestro esfuerzo siempre es para lograr, para llegar a
ser algo, para tener éxito; y por lo tanto, hay conflicto y
frustración, con su desdicha, esperanza y desesperación. Y los que
están sin cesar en conflicto, se vuelven torpes. ¿No conocemos a
personas que están continuamente en conflicto, y lo torpes que son?
De modo que para llegar muy lejos y muy profundamente, tiene uno que
comprender por completo la cuestión del conflicto y del esfuerzo. El
esfuerzo, el conflicto, se producen cuando hay pensar positivo; no
hay esfuerzo ni conflicto cuando hay pensar negativo, que es la más
elevada forma de pensar.
Ahora
bien, todo pensar es mecánico, porque todo pensar viene como una
reacción desde el trasfondo de la experiencia, de la memoria. Y,
como el pensar es mecánico, nunca puede ser libre; puede ser
razonable, sano, lógico, según su trasfondo, su educación, su
condicionamiento; pero nunca puede ser libre.
No
sé si acaso habéis experimentado para descubrir qué es pensar. No
me refiero a su definición en el diccionario, ni a la idea del
filósofo sobre ello, sino, si habéis observado que el pensar es una
reacción.
Os
ruego sigáis esto, porque tiene uno que entrar en ello. Si os hago
una pregunta familiar, respondéis inmediatamente, porque estáis
familiarizado con la respuesta. Si se hace una pregunta algo más
complicada, habrá un espacio de tiempo durante el cual el cerebro
estará funcionando, buscando en la memoria para hallar una
respuesta. Si se hace una pregunta aún más complicada, es más
largo el intervalo de tiempo mientras el cerebro piensa, busca, trata
de descubrir. Y si se os hace una pregunta con la cual no estáis
familiarizados, entonces decís: ‘No lo sé’. Pero en ese estado
de: ‘no lo sé’, el cerebro aguarda para encontrar la respuesta,
ya sea mirando en libros o preguntando a alguien; pero espera la
respuesta. Creo que todo este proceso del pensar se puede ver muy
sencillamente; es lo que estamos haciendo todo el tiempo; es la
reacción del cerebro partiendo del depósito de la experiencia, del
conocimiento que hemos acumulado.
Ahora
bien, el estado de la mente que dice ‘no sé’, y espera la
respuesta, es enteramente diferente del estado de la mente que dice,
‘no sé’, pero que no aguarda una respuesta. Espero que seguiréis
esto, porque si no se aclara, creo que no podréis seguir lo que
viene después. Aun estamos hablando sobre la meditación y
explorando todo el problema del cerebro y la mente. Si no comprende
uno la raíz de todo pensamiento, es imposible ir más allá del
pensamiento.
Hay
pues dos estados: existe el cerebro que dice ‘no sé’ y que busca
una respuesta, y existe el otro estado de no saber porque no hay
respuesta. Si vemos esto claramente, entonces podemos seguir adelante
e investigar la cuestión de la atención y la concentración.
Todo
el mundo sabe lo que es la concentración. El niño de escuela lo
sabe cuando quiere mirar hacia fuera por la ventana y el maestro le
dice: ‘mira al libro’. El muchacho fuerza su mente para mirar al
libro, cuando lo que en realidad quiere es mirar por la ventana. Y
así, hay conflicto. La mayoría de nosotros estamos familiarizados
con el proceso de forzar el cerebro a concentrarse. Y este proceso de
la concentración es excluyente, ¿no es cierto? Elimináis, apartáis
cualquier cosa que perturbe la concentración. Por lo tanto, cuando
hay concentración, hay distracción. ¿Me seguís? Porque se nos ha
enseñado a concentrarnos, que es un proceso de exclusión, de
eliminación, y por consiguiente hay distracción, y por ello,
conflicto.
Ahora
bien, la atención no es el proceso de concentración, y en ella no
hay distracción. La atención es algo enteramente diferente, y voy a
entrar en ello.
Por
favor, es una cuestión muy seria ésta de que estamos hablando; y el
venir aquí no es como ir a un concierto, esperando que se nos
entretenga. Requiere una enorme labor por vuestra parte; significa
penetrar en lo interior, sin ningún sentimiento de querer o no
querer. Si no podéis seguirlo seriamente, entonces limitaos a
escuchar tranquilamente, oíd las palabras y olvidadlo. Pero si
entráis en ello profundamente; las implicaciones son muy grandes,
porque veréis, a medida que yo penetre en ello un poco más, que la
libertad es necesaria. Cuando una mente está en conflicto, haciendo
un esfuerzo, no hay libertad; y donde haya concentración y
resistencia a la distracción tampoco habrá libertad. Pero si
comprendemos lo que es la atención, entonces comenzaremos a darnos
cuenta también que todo conflicto ha cesado, y por lo tanto hay la
posibilidad de que la mente esté totalmente libre no sólo la
mente superficial, sino también la subconsciente, en la cual están
ocultos los secretos pensamientos y deseos
Sabemos
ahora lo que es la concentración. ¿Qué es, pues, la atención?
Hago esa pregunta, y la reacción instintiva de cada uno de nosotros
es hallar una respuesta, dar una explicación, definirla; y cuanto
más hábil sea la definición, más satisfecho queda uno. No estoy
dando una definición; estamos inquiriendo negativamente. Si lo
hacéis con pensar positivo, entonces nunca encontraréis la belleza
de la atención. Mas, si habéis comprendido lo que es el pensar
negativo que es no pensar en términos de reacción, que el
cerebro no busque una respuesta-, entonces descubriréis lo que es la
atención. Voy a ahondar en esto un poco.
La
atención no es concentración; en ella no hay distracción; en la
atención no hay conflicto, no se persigue un fin; por lo tanto, el
cerebro está atento, lo que significa que no tiene fronteras; está
quieto. La atención es un estado de la mente en que ha cesado todo
conocimiento, y en el que sólo existe la indagación.
Ensayad
alguna vez una cosa sencilla. Cuando salís a dar un paseo, estad
atento. Entonces encontraréis que oís, que veis mucho más que
cuando el cerebro está concentrado; porque la atención es un estado
de ‘no conocer’, y por lo tanto de inquirir. El cerebro está
inquiriendo sin ninguna causa, sin ningún motivo, cosa que es
investigación pura, la cualidad de la mente realmente científica.
Puede tener conocimientos, pero ese conocimiento no estorba a la
investigación. Por lo tanto, una mente atenta puede concentrarse;
pero la concentración no es resistencia, exclusión. ¿Seguís esto
alguno de vosotros?
Así,
para seguir adelante partiendo de esto- este estado de atención
es el de una mente que no está atiborrada de información,
conocimientos, experiencias; es un estado mental que vive en el ‘no
conocer’. Esto significa que el cerebro, la mente, ha descartado
por completo toda influencia, toda norma, toda sanción; ha
comprendido la autoridad, ha disuelto la ambición, la envidia, la
codicia, y es totalmente opuesta a la sociedad y a toda moralidad. Ya
no sigue a nada. Una mente así puede entonces proceder a inquirir.
Ahora
bien, inquirir profundamente requiere silencio. Si quiero mirar esas
montañas y escuchar el arroyo que corre por ahí, no sólo tiene que
estar tranquilo el cerebro, sino que toda la mente, la consciente y
la subconsciente, tiene también que estar en completa calma para
percibir. Si el cerebro está parloteando, si la mente quiere asir,
retener, entonces, no está viendo, no está atendiendo a la belleza
del rumor de la corriente. Así que la indagación implica libertad y
silencio.
Como
es sabido, se han escrito libros sobre la manera de conseguir una
mente tranquila por medio de la meditación y la concentración. Se
han escrito volúmenes al respecto y no es que yo haya leído
ninguno de ellos. Han venido a mí personas que han hablado sobre
esto. Adiestrar la mente para que esté en silencio es pura tontería.
Si adiestráis la mente para que esté en silencio, entonces os
halláis en un estado de decadencia, del mismo modo que todas las
gentes que se ajustan por el temor, por la codicia, la envidia o la
ambición son mentes muertas, embotadas, estúpidas. Una mente torpe,
estúpida, puede estar en calma, pero seguirá siendo pequeña y
mezquina, y nada nuevo puede nunca llegar a ella.
De
modo que una mente atenta no tiene conflicto, y por lo tanto, es
libre; y una mente así está en calma, en silencio. No sé si habéis
llegado hasta ahí; si es así, sabréis que aquello de que estamos
hablando es meditación.
En
este proceso de autoconocimiento hallaréis que la mente silenciosa
no es una mente muerta, que es extraordinariamente activa. No es la
actividad de la realización, no es la actividad que agrega y que
quita, la que va, viene y que llega a ser; porque ese estado
intensamente activo ha surgido sin buscarlo en forma alguna, sin
ningún esfuerzo; constantemente lo ha comprendido todo, todas las
fases de su ser. No ha habido represión de ninguna clase ni, por lo
tanto, temor, imitación, conformidad. Y si la mente no ha hecho
todas estas cosas, no puede haber silencio.
Ahora
bien, ¿qué ocurre después? Hasta ahora ha usado uno palabras para
comunicar; pero la palabra no es la cosa. La palabra ‘silencio’
no es el silencio. Os ruego, pues, comprendáis esto: que para que el
silencio exista, la mente tiene que estar libre de la palabra.
Pues
bien, cuando la mente está realmente en calma, y de hecho es activa
y libre y no está preocupada con la comunicación, la expresión, la
realización, entonces hay creación. Esa creación no es una visión.
Los cristianos tienen visiones de Cristo; y los hindúes tienen
visiones de sus propios pequeños o grandes dioses. Reaccionan según
su condicionamiento; proyectan sus visiones, y lo que ven nace de su
trasfondo; lo que ven no es el lecho, sino que es proyectado por sus
deseos, sus anhelos, sus esperanzas. Mas una mente que esté atenta y
silenciosa no tiene visiones, porque se ha librado de todo
condicionamiento. Por consiguiente, una mente así sabe lo que es la
creación siendo ésta enteramente diferente de la llamada
creatividad del músico, del pintor, del poeta.
Entonces,
si habéis llegado hasta ahí, veréis que hay un estado de mente que
es sin tiempo y sin espacio y que, por lo tanto, ve o recibe aquello
que no tiene medida; y lo que se ve y siente, y el estado de
vivencia, son del momento, y no para ser acumulados.
Así
pues, esa realidad que no se puede medir ni nombrar, que no tiene
palabra alguna, surge solo cuando la mente está por completo libre y
silenciosa, en un estado de creación El estado de creación no es
precisamente alcohólico, estimulado; pero cuando uno ha comprendido
y pasado por este autoconocimiento, y está libre de todas las
reacciones de la envidia, de la ambición y la codicia, entonces
veréis que la creación es siempre nueva y, por consiguiente,
siempre destructiva. Y la creación nunca puede estar dentro del
armazón de la sociedad, dentro del marco de una limitada
individualidad. Por eso carece de sentido la individualidad limitada
que busca la realidad. Y cuando existe esa creación, hay la
destrucción completa de todo lo que tino ha acumulado. y por
consiguiente existe siempre lo nuevos Y lo nuevo siempre es
verdadero, inmensurable.
PREGUNTA: ¿Son lo
mismo el estado de atención total el deseo sin motivo?
KRISHNAMURTI: Señores,
el deseo es una cosa muy extraordinaria, ¿no es cierto? Para
nosotros, el deseo va acompañado de mucha tortura; conocemos el
deseo como conflicto, y por eso le atribuimos esas limitaciones. Y
nuestros deseos son tan limitados, tan estrechos, tan mezquinos, tan
mediocres: queremos un coche, queremos ser más bellos, queremos
lograr ¡Mirad lo mezquino que es todo esto! No creo que exista un
deseo sin ninguna tortura, sin ninguna esperanza ni desesperación.
Lo hay, mas no puede ser comprendido mientras el deseo engendre
conflicto. Pero cuando hay la comprensión total del deseo, de los
motivos, de las torturas, las renunciaciones, la disciplina, los
afanes por los que uno pasa, cuando todo eso es comprendido, disuelto
de manera que desaparezca por completo, entonces acaso el deseo sea
alguna otra cosa. Puede ser amor. Y el amor puede tener su expresión.
El amor no tiene mañana, ni piensa en el pasado, lo que significa
que el cerebro no actúa sobre el amor. No sé si alguna vez lo
habéis observado: cómo el cerebro interfiere con el amor, cómo
dice que tiene que ser respetable, lo divide en divino y pecaminoso,
lo está siempre ajustando, sometiendo a control, guiando, haciéndolo
adaptar a la norma de la sociedad o de su propia experiencia.
Pero
existe un estado de afecto, de amor, en el cual el cerebro no
interfiere; y quizá pueda encontrarse ese amor. Pero, ¿por qué
comparar? ¿Por qué decir que es como eso o como aquello?
Mirad,
señores, no sé si alguna vez habéis contemplado una gota de lluvia
al caer del cielo. Esa gota única tiene la naturaleza de todos los
ríos, de todos los océanos, de todos los arroyos, y del agua que
bebéis. Pero esa gota única no está pensando que será el río:
sencillamente cae, completa, total. Del mismo modo, cuando la mente
ha pasado por todo este autoconocimiento, es completo. En ese estado
no hay comparación. Lo que es creación no es comparativo; y, como
es destructivo, no hay nada de lo viejo dentro de él.
De
modo que, no verbal ni intelectualmente, sino de hecho tiene uno que
pasar por este proceso de conocimiento propio, desde ahora y
eternamente, porque no hay terminación para el conocimiento propio.
Y no teniendo fin no tiene comienzo, y por lo tanto es ahora.
Hay
otra cosa de la que quisiera hablar, y es: por qué quiere uno
adorar. Como sabéis, todos queremos adorar un símbolo, un Cristo,
un Buda. ¿Por qué? Puedo daros muchas explicaciones: queréis
identificaros con algo que sea más grande; queréis ofreceros a algo
que creéis es verdadero; queréis estar en la presencia de algo
sagrado, etc. Pero una mente que adora es una mente moribunda, que
decae. Tanto si adoráis al héroe que va a la Luna, al héroe del
pasado o del presente, o al que está sentado en el estrado, todo es
lo mismo. Si adoráis, entonces la creación no puede surgir, nunca
se os acercará. Y una mente que no conoce ese extraordinario estado
está sufriendo perpetuamente. De modo que, cuando uno, ha
comprendido este problema de la adoración, entonces este muere y se
desprende como cae una hoja en el otoño. Entonces la mente puede
seguir adelante sin barrera alguna.
8 de agosto de 1961
XX
HABLÁBAMOS ayer sobre la
manera de meditar, y cómo, si hay libertad, la mente puede ahondar
mucho en sí misma. Y quisiera esta mañana, si es posible,
considerar varias cosas: en primer lugar, el temor, y después el
tiempo y la muerte. Creo que están relacionadas entre sí y que, sin
comprender uno, no es posible en modo alguno que comprendamos los
otros. Sin comprender todo el proceso del temor, no podremos percibir
lo que es el tiempo; y en el proceso de comprender el tiempo,
podremos penetrar en esta extraordinaria cuestión de la muerte. La
muerte tiene que ser un hecho muy extraño. Tal como es la vida, con
su abundancia, su riqueza, sus variedades, su plenitud, así tiene
que ser la muerte. Por cierto, la muerte debe traer consigo novedad,
frescura, inocencia. Mas, para comprender esa vasta cuestión, es
evidente que la mente ha de estar libre de miedo.
Cada
uno de nosotros tiene muchos problemas, no solamente externos sino
también internos, y estos pesan más que aquellos. Si comprendemos
los problemas internos, si penetramos en ellos profundamente,
entonces los exteriores se tornan muy sencillos y claros. Pero el
problema exterior no es diferente del problema interior. Es el mismo
movimiento, como la marea oceánica que va y vuelve de nuevo. Y si
sólo seguimos el movimiento hacia fuera y nos quedamos ahí, no
podremos comprender el movimiento hacia dentro de esa marea; ni
comprenderemos el movimiento interno si meramente eludimos, si
abandonamos la comprensión de lo externo. Es el mismo movimiento,
que llamamos exterior e interior.
La
mayoría de nosotros estamos preparados para ver la marea exterior,
el movimiento que va hacia fuera; y en esa dirección los problemas
aumentan cada vez mas. Y sin comprender esos problemas, no es posible
el movimiento interno, la mirada hacia dentro.
Desgraciadamente,
tenemos a la vez problemas externos: sociales, económicos,
políticos, religiosos, y también los internos, sobre lo que hay que
hacer, cómo comportarse, cómo responder a los diversos retos de la
vida. Parece que, sea lo que fuere que toquemos, en lo externo o en
lo interno, se producen más problemas, más desdichas, más
confusión. Creo que es bastante claro para la mayoría de los que
vigilarnos, observamos, vivimos, que cualquier cosa que toquemos con
las manos, las mentes o los corazones, aumenta nuestros problemas:
hay mayor miseria, mayor confusión. Y creo qué todos nuestros
problemas pueden comprenderse cuando comprendemos el temor.
No
estoy usando esa palabra, ‘comprender’, en forma intelectual ni
verbal, sino que hablo de ese estado de comprensión que surge cuando
percibimos, cuando vemos el hecho, no sólo visualmente, sino en lo
interno. Ver el hecho implica un estado en que no hay justificación
ni condenación, sino sólo una observación, el ver una cosa sin
interpretación. Porque toda interpretación falsea. La comprensión
es instantánea cuando no hay justificación, condenación ni
interpretación.
Para
la mayoría de nosotros esto es difícil, porque creemos que la
comprensión es cuestión de tiempo, cuestión de comparar, de
acumular más información, mas conocimiento. Pero la comprensión no
requiere ninguna de esas cosas. Requiere sólo esto: la percepción
directa, el ver recto, sin ninguna interpretación ni comparación.
De modo que, sin comprender el temor, se acrecientan invariablemente
nuestros problemas.
Ahora
bien, ¿qué es el temor? Cada cual tiene su propia serie de temores.
Puede uno tener miedo de la oscuridad, miedo de la opinión pública,
de la muerte, de no tener éxito en la vida; miedo de la frustración,
de no poder realizar, da no tener capacidad, de sentirse inferior. A
cada giro de la mente, existe el temor; cada susurro del pensamiento,
consciente o inconscientemente crea esa cosa terrible llamada el
temor.
¿Qué
es, pues, el temor? Y os ruego que os hagáis esta pregunta a
vosotros mismos. ¿Es algo aislado, separado, sin relación, o está
siempre relacionado con algo? Espero que comprenderéis lo que quiero
decir, porque no estamos haciendo psicoanálisis. Tratamos de
descubrir si es posible liberar por completo a la mente del temor, no
poco a poco, sino entera y completamente. Y, para descubrir eso,
tenemos que averiguar qué es el temor, cómo surge; y para descubrir
a su vez esto, tenemos que inquirir sobre el pensamiento, no sólo el
pensar consciente, sino también el inconsciente, las profundas capas
de nuestro propio ser. Por cierto, el indagar en lo inconsciente no
es un proceso de análisis; porque, cuando analizáis u otro analiza,
siempre está el observador, el analista que analiza, y por lo tanto
hay división, disimilitud, y por eso hay conflicto.
Quiero
descubrir cómo surge el temor. No sé si nos damos cuenta de
nuestros propios temores, y de cómo Bordamos cuenta de ellos. ¿Somos
conscientes meramente de una palabra, o es que estamos en contacto
directamente con lo que causa el temor? ¿Es fragmentaria la cosa que
produce el temor? ¿O es una cosa total, que tiene diversas
expresiones de temor? Yo puedo temer la muerte; vosotros podéis
temer a vuestro vecino, a la opinión pública; otro puede temer ser
dominado por la esposa, o ella por el marido; pero la causa tiene que
ser una sola. Por cierto, no hay varias causas distintas que
produzcan diversos tipos de temor. Y ¿librará a la mente del temor
el descubrir la causa de este? Saber, por ejemplo, que tengo miedo de
la opinión pública, ¿libra eso del miedo a la mente? El
descubrimiento de la causa del temor no nos libera del temor.
Por
favor, comprended esto un poquito; no tenemos tiempo de entrar en
ello con gran detalle, porque esta mañana tenemos que abarcar un
vasto campo.
El
conocer la causa, o las innumerables causas que engendran temor,
¿vaciará eso la mente de temor? ¿O es que hace falta algún otro
elemento?
Al
indagar sobre lo que es el temor, no sólo tiene uno que darse cuenta
de las reacciones externas, sino también de lo inconsciente. Utilizo
esa palabra, ‘inconsciente’, de una manera muy sencilla, no
filosófica, psicológica ni analítica. Lo inconsciente son los
motivos ocultos, los pensamientos sutiles, los secretos deseos, las
compulsiones, impulsos, exigencias. Pero ¿cómo examina u observa
uno lo inconsciente? Es bastante sencillo observar lo consciente a
través de sus reacciones de agrado y desagrado, pena y placer; pero
¿cómo investiga uno lo inconsciente, sin la ayuda de otro? Porque
si tenéis la ayuda de otro, ese otro puede tener prejuicios, estar
limitado, de modo que él falsea lo que interpreta. Así pues, ¿cómo
va uno a examinar esta cosa enorme llamada la mente oculta, sin
interpretación; mirarla, observarla, abarcarla totalmente, y no por
partes? Porque si la examináis por partes, cada examen deja su
propia marca, y con esa marca examináis la parte siguiente,
produciendo así aún mayor distorsión. Por consiguiente, no hay
ninguna claridad mediante el análisis. Me pregunto si captáis
aquello de que estoy hablando.
Podemos
ver, seguramente, que el descubrimiento de la causa del temor no
libera a la mente del tensor, y que tampoco el análisis nos libera
de él. Tiene que haber una total comprensión, una completa
revelación de la totalidad de lo inconsciente; y ¿cómo se pone uno
a ello? ¿Veis el problema?
Seguramente,
lo inconsciente no puede examinarse a través de la mente consciente.
La mente consciente es una cosa reciente reciente en el sentido
de que ha sido condicionada para ajustarse al medio ambiente; ha sido
recientemente moldeada por la educación para adquirir ciertas
técnicas con el fin de vivir, de lograr ganarse la vida; ha
cultivado recuerdos y puede hacer, por lo tanto, una vida superficial
en una sociedad intrínsecamente corrupta y estúpida. La mente
consciente puede ajustarse, y su función es hacerlo. Y cuando no es
capaz de ajustarse al ambiente, hay una neurosis, un estado de
contradicción, etc. Pero la mente educada, reciente, no puede en
modo alguno inquirir en lo inconsciente, que es viejo, que es el
residuo del tiempo, de todas las experiencias raciales. Lo
inconsciente es el repositorio del infinito conocimiento de las cosas
que han sido. Así pues, ¿cómo va a examinarlo la mente consciente?
No lo puede, por estar tan condicionada, tan limitada por el
conocimiento reciente, por los recientes incidentes, experiencias,
lecciones, ambiciones y ajustes. Esta mente consciente no puede en
manera alguna ver lo inconsciente, y creo que esto es bastante fácil
de comprender. Por favor, esto no es cuestión de asentir o disentir;
si empezamos con eso de ‘tenéis razón’ o ‘estáis muy
equivocado’, entonces eso carecerá de sentido, estaremos perdidos.
Si ve uno inmediatamente el significado de esto, entonces no hay
asentimiento ni disentimiento, porque está uno indagando.
Ahora
bien, ¿qué es necesario si ha de examinar uno lo
inconsciente- para sacar todo el residuo, para limpiar el
inconsciente totalmente, de manera que él no cree todas las
contradicciones que engendran conflicto? ¿Cómo va uno a proceder
para indagar en lo inconsciente, sabiendo que una mente instruida no
es capaz de examinarlo, ni tampoco el analista, cuyo examen es
fragmentario? ¿Cómo va uno a examinar esta mente extraordinaria que
tiene tan vastos tesoros, que es el depósito de las experiencias, de
las influencias raciales y climáticas, de la tradición, de las
incesantes impresiones? ¿Cómo va uno a sacar todo ello a luz? ¿Lo
sacaréis fragmentariamente, o ha de extirparse totalmente? Si no
comprendéis el problema, entonces carece de sentido seguir
inquiriendo. Lo que digo es que si lo inconsciente ha de examinarse
por partes, entonces eso no tiene fin, porque el hecho mismo de
examinar e interpretar fragmentariamente refuerza las capas de la
mente oculta. Hay que examinarlo como un cuadro completo. Por cierto,
el amor no es fragmentario; no puede dividirse en divino y profano,
ni ponerse en diversas categorías de respetabilidad. El amor es algo
total, y una mente que divide el amor, jamás puede saber lo que él
es. Para sentir, para comprender el amor, es preciso no abordarlo
fragmentariamente.
De
modo que si eso está realmente claro que la totalidad no puede
ser comprendida a través de las partes-, entonces se sabrá
producido un cambio, ¿no es verdad? No sé si veis lo que quiero
decir.
Ahora
bien, la mente inconsciente debe ser abordada negativamente, porque
no sabéis qué es. Sabemos lo que otras personas han dicho sobre
ella, y ocasionalmente sabemos de ella a través de las intimaciones,
las insinuaciones. Pero no conocemos todas sus vueltas y revueltas,
la extraordinaria calidad de lo inconsciente, todas las raíces. Por
tanto, para comprender algo que no conocemos, tiene uno que abordarlo
negativamente, con una mente que no esté buscando una respuesta.
El
otro día hablamos sobre el pensar positivo y el pensar negativo.
Dije que el pensar negativo es la más elevada forma de pensar; y
que todo pensar, tanto positivo como negativo, es limitado. El pensar
positivo nunca es libre; pero el negativo puede serlo. Por lo tanto,
la mente negativa, mirando a lo inconsciente, que no conoce, está en
relación directa con él.
Mirad,
esto no es alguna cosa extraña, un nuevo culto, una nueva manera de
pensar; todo eso es falto de madurez, infantil. Mas cuando uno quiere
descubrir por sí mismo con respecto al temor, y librarse totalmente
de él, no en partes sino por completo, entonces tiene que indagar
las profundidades de la propia mente. Y esa indagación no es un
proceso positivo. No hay instrumento alguno que la mente pueda crear
o fabricar para excavar. Todo lo que la mente superficial puede hacer
es estar quieta, dejar de lado voluntariamente, con facilidad, todo
su conocimiento, sus capacidades, sus dones, ser independiente de
todas sus técnicas. Cuando hace eso, se encuentra en un estado
negativo. Para hacerlo, tiene uno que comprender el pensamiento.
¿No
engendra temor el pensamiento, la totalidad del pensamiento, y no
simplemente uno o dos pensamientos? Si no hubiera ningún mañana, o
el próximo minuto ¿habría temor? Morir para el pensamiento es la
terminación del temor. Y toda conciencia es pensamiento.
Llegamos,
pues, a lo que se llama el tiempo. ¿Qué es el tiempo? ¿Existe el
tiempo? Hay tiempo según el reloj, y nosotros creemos que hay
también tiempo interno, psicológico. ¿Pero hay tiempo aparte del
tiempo cronológico? Es el pensamiento que crea el tiempo; porque el
pensamiento mismo es producto del tiempo, de muchos ayeres: ‘He
sido aquello, soy esto, y seré eso’. Para ir a la Luna, hace falta
tiempo; toma muchos días, muchos meses, construir el cohete; y
también requiere tiempo adquirir el conocimiento sobre la manera de
construirlo. Pero todo eso es tiempo mecánico, tiempo medido por el
reloj. El ir a la Luna implica distancia, y la distancia está
también dentro del campo del tiempo, dentro del campo de las horas,
los días, los meses; pero fuera de este tiempo ¿existe acaso el
tiempo? Seguramente, es el pensamiento que ha creado el tiempo.
Existe el pensamiento: tengo que volverme más inteligente, tengo que
descubrir cómo competir, tengo que tratar de alcanzar éxito; ¿cómo
voy a ser respetable, cómo voy a subyugar mis ambiciones, mi cólera,
mis brutalidades? Y este incesante proceso del pensar, que forma
parte del cerebro mecánico, engendra el tiempo. Pero ¿existe el
tiempo si cesa el pensamiento? ¿Seguís esto? Si el pensamiento
cesa, ¿hay temor? Digamos que temo la opinión pública lo que
la gente diga sobre mí, lo que piensen de mí. Ese pensar acerca de
ello engendra temor. Si no hubiera pensamiento, no me importaría un
bledo la opinión pública, y por lo tanto no habría temor. Empiezo,
pues, a descubrir que el pensamiento crea temor, que el pensamiento
es el resultado del tiempo. Y el pensamiento, que es el resultado de
muchos ayeres, modificado por todas las experiencias del presente,
crea el futuro, que sigue siendo pensamiento.
De
modo que todo el contenido de la conciencia es un proceso de
pensamiento; por consiguiente está confinado dentro del tiempo.
Espero que estéis siguiendo todo esto.
Ahora
bien, ¿puede la mente estar libre del tiempo? No digo estar libre
del tiempo cronológico eso sería estar loco, ser mentalmente
desequilibrado. Hablo del tiempo como logro, como éxito, ser algo
mañana, llegar o no llegar a ser; como realización y frustración,
el desprenderse de alguna cosa y adquirir otra. Lo cual significa que
la cuestión es: ¿puede el pensamiento que es la totalidad de
la conciencia, lo revelado y lo no revelado- morir por completo,
dejar de ser? Cuando ello ocurra, habréis comprendido la totalidad
de la conciencia.
Así
pues, morir para el pensamiento para el pensamiento que conoce
placeres, que sufre, para el pensamiento que conoció la virtud, la
relación personal, que había llegado a ser y se había expresado de
varios modos, siempre dentro del campo del tiempo-, es ciertamente,
muerte total. No hablo de la muerte mecánica, orgánica, corporal.
Los médicos pueden acaso inventar alguna droga que haga posible la
continuación de la existencia orgánica durante 150 ó 200 años.
¡Dios sabe para qué! Pero esto no hace al caso. Lo que importa es
el morir en el cual no hay temor.
¿Puede,
pues, la mente morir para todo lo que ha conocido, para el pasado ya
que eso es la muerte? Eso es lo que nos amedrenta a todos: la muerte,
la cesación repentina, en la que no hay argumentación. No podéis
argüir con la muerte: es el fin. Y cesar significa morir para el
pensamiento, y por lo tanto para el tiempo.
No
sé si habéis acaso experimentado con esto. Es bastante fácil morir
para el sufrimiento; todos quieren eso. Pero ¿no es posible morir
para los placeres, para las cosas que habéis acariciado, los
recuerdos que os dan estímulo, que os dan un sentimiento de
bienestar, morir para todo aquello que está dentro del tiempo? Si
habéis intentado, si lo habéis hecho, entonces veréis que la
muerte tiene un sentido por completo distinto de la muerte por
decadencia.
Como
sabéis, no morimos para todo ello; en vez de esto, de momento a
momento decaemos, nos corrompemos, nos deterioramos, nos consumimos.
Morir implica no tener continuidad de pensamiento. Podéis decir:
‘eso es muy difícil de hacer, y, si uno lo ha hecho, ¿para qué
sirve?’ No es difícil, pero requiere enorme energía. Requiere una
mente que sea joven, fresca, sin miedo, y, por lo tanto, libre del
tiempo. Y ¿qué valor tiene esto? Acaso ningún valor utilitario;
morir para el pensamiento y por tanto para el tiempo significa
descubrir la creación creación que es destruir y crearlo todo
de nuevo; a cada instante. En eso no hay deterioro, no hay un
consumirse. Es sólo el pensamiento el que se marchita, el
pensamiento que crea el centro del ‘yo’ y del ‘no yo’- sólo
eso es lo que conoce decadencia.
Así
pues, morir para todo lo que la mente ha acumulado, reunido,
experimentado, cesar en el instante, es creación, en la que no hay
continuidad. Lo que tiene continuidad está siempre decayendo. No sé
si habéis observado este perpetuo anhelo de continuidad, que tenemos
la mayoría de nosotros, el deseo de que tenga continuidad una
relación particular entre el marido y la esposa, el padre y el hijo,
y todo lo demás. La relación, cuando es continua, es decadente,
muerta, sin valor. Pero cuando uno muere para la continuidad hay algo
nuevo, una frescura.
De
modo que la mente puede experimentar de manera directa lo que es la
muerte, cosa que es muy extraordinaria. La mayoría de nosotros no
sabemos lo que es el vivir; y por eso no conocemos el morir. ¿Sabemos
lo que es el vivir? Sabemos lo que es luchar, lo que es la envidia,
conocemos las brutalidades de la existencia, la vulgaridad de todo
eso, los odios, las ambiciones, las corrupciones, los conflictos.
Todo eso es lo que nosotros conocemos; esa es nuestra vida. Pero no
conocemos la muerte, y por eso ella nos espanta. Tal vez si
supiéramos lo que es el vivir, sabríamos también lo que es morir.
Vivir es ciertamente un movimiento atemporal, en el cual la mente ya
no está acumulando. Desde el momento en que hayáis acumulado, ya
estaréis en un estado de decadencia. Porque tanto si se trata de una
vasta experiencia, o de una pequeña experiencia, alrededor de ella
construís el muro de la seguridad.
Así,
saber qué es el vivir, significa morir a cada minuto para las cosas
que uno ha adquirido, las satisfacciones intimas, los dolores
internos; no en el proceso del tiempo, sino morir para ello a medida
que surge. Entonces hallareis, si habéis llegado hasta ahí, que la
muerte es como la vida. Entonces el vivir no está separado del
morir, y eso da un extraordinario sentido de belleza. Esa belleza
está más allá del pensamiento y del sentimiento; y no puede ser
concebida y utilizada para pintar un cuadro, para escribir un poema o
tocar un instrumento. No tiene aplicación. Hay una belleza que surge
cuando la vida y la muerte son lo mismo, cuando vivir y morir son
sinónimos; porque entonces la vida y la muerte dejan la mente
completamente rica, total, íntegra
INTERLOCUTOR: ¿Podernos
hacer preguntas sobre esto?
KRISHNAMURTI: Parece que
unos pocos están tan listos para preguntar, que no sé si habréis
escuchado al que habla. ¿Estabais escuchando, o estabais ocupados en
formular vuestras preguntas? ¿Comprendéis? Ya estabais formulando
vuestras preguntas y por consiguiente no escuchabais. Por favor, no
es que sea rudo, creedme. Sólo lo señalo. Si uno hubiera escuchado
esta plática, sus preguntas estarían contestadas.
INTERLOCUTOR: Por la
exploración del temor; ¿no habrá peligro de desorden mental?
KRISHNAMURTI: ¿Podría
haber un peligro de desorden mental mayor que el que hay en la
mentalidad en que estamos viviendo ahora? ¿No estamos todos, si me
perdonáis que lo señale, un poquito desequilibrados mentalmente? No
estoy siendo rudo; no es mi intención o pensamiento el juzgaros.
Pero existe esta extraordinaria preocupación sobre el peligro
acrecentado de enfermedad mental. ¿Sabéis qué es lo que nos hace
enfermar? No es la investigación sobre el temor. Las guerras, el
comunismo, el fanatismo religioso, la ambición, la competencia, el
esnobismo, estas cosas son los indicios de una persona mentalmente
enferma. Ciertamente, la indagación sobre el temor y el liberar de
él por completo a la mente es de la más alta cordura. La pregunta
indica ¿no es así, señores? que creemos que la actual sociedad es
una cosa maravillosa. Probablemente aquellos de entre nosotros que
tengan una buena cuenta bancaria y estén cómodos, creerán que las
cosas van muy bien, y no querrán que se les moleste. Pero la vida es
una cosa muy perturbadora, algo muy destructivo; y es de eso que
tenemos miedo. No estamos interesados en el vivir, en estar libres de
miedo; sino que queremos encontrar un rincón donde estemos seguros y
cómodos, y que se nos deje en paz para vegetar. Señor, esto no es
retórica; ese es nuestro deseo intimo, secreto. Buscamos esta
seguridad en todas las relaciones. ¡Qué celos y que envidia hay en
las relaciones! ¡Qué odio cuando la esposa se separa del marido, o
el marido se va con otra! ¡Cómo buscamos la aprobación de la
sociedad y la bendición de la iglesia! Por cierto, son todas estas
muchas cosas las que traen deterioro, la destrucción de la cordura.
INTERLOCUTOR: Estas
cosas son completamente nuevas para nosotros, y creo que tenemos que
continuar con ellas.
KRISHNAMURTI: Señor, no
podéis continuar con ellas. Si continuáis con ellas, serán meras
ideas, y las ideas no van a crear nada nuevo. He estado hablando
sobre la destrucción total de las cosas que la mente ha construido
íntimamente. No podéis continuar con la destrucción; si lo hacéis,
será simplemente construcción, edificar de nuevo aquello que tiene
que ser destruido.
Necesitamos
una mente nueva, fresca, un nuevo corazón, una mente inocente,
joven, decisiva; y para tener una mente así, tiene que haber
destrucción; tiene que haber una creación que siempre es nueva.
10 de agosto de 1961
XXI
ESTA es la última
plática de esta reunión. Durante estas pláticas hemos abarcado
muchísimas cuestiones, y creo que esta mañana deberíamos
considerar qué es una mente religiosa. Quisiera profundizarlo
bastante, porque creo que sólo una mente así puede resolver todos
nuestros problemas, no sólo los problemas políticos y económicos,
sino los mucho más fundamentales de la existencia humana. Antes de
entrar en esto, creo que debemos repetir lo que ya hemos dicho: que
una mente seria es la que está dispuesta a ir a la raíz misma de
las cosas y descubrir lo que es verdad y lo que es falo en ellas; que
no se detenga a medio camino y no se deje distraer por ninguna otra
consideración. Espero que esta reunión haya demostrado
suficientemente que hay al menos unos pocos bastante capaces y serios
para hacer esto.
Creo
que todos estamos muy familiarizados con la actual situación del
mundo, y no necesitamos que se nos diga de los regaños, la
corrupción, las desigualdades sociales y económicas, la amenaza de
guerras, la constante amenaza de Oriente contra Occidente, etc. Para
comprender toda esta confusión y producir claridad, me parece que
tiene que haber un cambio radical en la mente misma, y no sólo
reformas de remiendos o un mero ajuste. Para pasar a través de toda
esta confusión, que no está sólo fuera de nosotros, sino también
dentro, para contender con todas las crecientes tensiones y
exigencias, uno necesita una revolución radical en la psiquis misma,
necesita tener una mente enteramente distinta.
Para
mí, revolución es sinónimo de religión. Con la palabra
‘revolución’ no me refiero a los cambios económicos o sociales
inmediatos, sino que quiero decir una revolución en la conciencia
misma. Todas las demás formas de revolución, sea comunista,
capitalista o lo que queráis, son sólo reaccionarias. Una
revolución en la mente, que significa la destrucción completa de lo
que ha sido, de modo que la mente sea capaz de ver lo que es verdad
sin distorsión, sin ilusión, esa es la vía de la religión. Creo
que la mente real y verdaderamente religiosa existe, puede existir.
Creo que, si uno lo profundiza, puede descubrirlo por sí mismo. Una
mente en verdad religiosa es la que ha derribado, destruido todas las
barreras, todas las mentiras que le han impuesto la sociedad, la
religión, el dogma, la creencia, y que ha ido más allá para
descubrir lo que es verdad.
Entremos,
pues, ante todo en la cuestión de la experiencia. Nuestros cerebros
son el resultado de la experiencia de siglos; el cerebro es el
depósito de la memoria. Sin esa memoria, sin la experiencia y el
conocimiento acumulados, no podríamos funcionar en absoluto como
seres humanos. La experiencia, la memoria, es evidentemente necesaria
en un cierto nivel. Pero creo que es también bastante obvio que toda
experiencia basada en el condicionamiento del conocimiento, de la
memoria, tiene que ser limitada, y por lo tanto la experiencia no es
un factor de liberación. No sé si habréis siquiera llegado a
pensar en esto.
Toda
experiencia está condicionada por la experiencia pasada. No hay pues
experiencia que sea nueva; siempre está ella coloreada por el
pasado. En el proceso mismo de experimentar, existe la distorsión
que surge del pasado, siendo el pasado el conocimiento, la memoria,
las diversas experiencias acumuladas, no sólo del individuo, sino
también de la raza, de la comunidad. Ahora bien, ¿es posible negar
toda esa experiencia?
No
sé si habéis indagado la cuestión de la negación, qué significa
negar algo. Significa la capacidad de negar la autoridad del
conocimiento, negar la autoridad de la experiencia, de la memoria, de
los sacerdotes, de la iglesia, todo lo que ha sido impuesto sobre la
psiquis. Sólo hay dos medios de negación para la mayoría de
nosotros: por el conocimiento o por la reacción. Negáis la
autoridad del sacerdote, de la iglesia, de la palabra escrita, del
libro, ya sea porque habéis estudiado, indagado, acumulado otros
conocimientos, o bien porque no os gusta y reaccionáis contra ello.
Sin embargo, la verdadera negación implica ¿no es así? que negáis
sin saber lo que va a pasar, sin ninguna futura esperanza. Decir, ‘no
sé lo que es verdad, pero esto es falso’ es, por cierto, la única
negación verdaderas porque esa negación no parte del conocimiento
calculado, no parte de la reacción. Después de todo, si sabéis a
lo que os conduce vuestra negación, entonces es meramente un
intercambio, una cosa del mercado; y, por lo tanto, no tiene nada de
verdadera negación.
Creo
que uno tiene que comprender esto un poco para penetrar en ello
bastante profundamente, porque quiero descubrir, mediante la
negación, qué es la mente religiosa. Me parece que por la negación
puede uno descubrir lo que es verdadero. No podéis descubrir lo que
es verdadero por la afirmación. Tenéis que dejar la pizarra
completamente limpia de lo conocido antes de poder descubrir.
Vamos,
pues, a averiguar qué es la mente religiosa mediante la denegación,
es decir, por la negación, por el pensar negativo. Y es obvio que no
hay indagación negativa si la negación se basa en el conocimiento,
en la reacción. Espero que esto sea bastante claro. Si niego la
autoridad del sacerdote, del libro, de la tradición, porque no me
gusta, esa no es más que una reacción, porque entonces sustituyo lo
que he negado por alguna otra cosa; y si niego porque tengo
suficientes conocimientos, hechos, información, etc., entonces mi
conocimiento se convierte en mi refugio. Pero hay una negación que
no es resultado de la reacción ni del conocimiento, sino que viene
de la observación, de ver una cosa como es, lo que de hecho ella es;
y esa es verdadera negación, porque deja la mente limpia de todas
las suposiciones, de todas las ilusiones, autoridades, deseos.
¿Es,
pues, posible negar la autoridad? No me refiero a la autoridad del
policía, de la ley del país, y todo eso; eso es tonto, falto de
madurez, y nos llevaría a la cárcel; sino que me refiero a la
negación de la autoridad impuesta profundamente por la sociedad
sobre la psiquis, sobre la conciencia; negar la autoridad de toda
experiencia, de todo conocimiento, de manera que la mente se halle en
un estado de no saber lo que será, sino sólo saber lo que no es
verdadero.
Sabréis,
si habéis seguido esto hasta aquí, que ello os da un asombroso
sentido de integración, de no estar desgarrado entre conflictivos y
contradictorios deseos; ver lo que es verdadero, lo que es falso, o
ver lo verdadero en lo falso, os da un sentido de real percepción,
de claridad. Habiendo destruido todas las seguridades, los temores,
las ambiciones, vanidades, visiones, propósitos, todo, la mente se
encuentra entonces en un estado de completa soledad, libre de
influencias.
Ciertamente,
para descubrir la realidad, para hallar a Dios o como queráis
llamarlo, la mente ha de estar sola, no influenciada, porque una
mente así es entonces pura, y una mente pura puede seguir adelante.
Cuando hay completa destrucción de todas las cosas que ha creado
dentro de sí como seguridad, como esperanza y como resistencia
contra la esperanza lo que es desesperación-, etc., entonces
viene ciertamente un estado libre de temor, en el que no hay muerte.
Una mente que esta sola, vive por completo, y en ese vivir hay un
morir a cada minuto; y por lo tanto, para esa mente no hay muerte. Es
realmente extraordinario si habéis penetrado en esto; descubrís por
vosotros mismos que no existe eso de la muerte; sólo hay ese estado
de pura austeridad de la mente que está sola.
Esta
soledad no es aislamiento, no es encerrarse en alguna torre de
marfil; no es el sentirse solo. Todo eso ha sido dejado atrás,
olvidado, disipado y destruido. Una mente así conoce, pues, lo que
es destrucción; y tenemos que conocer la destrucción, porque de lo
contrario no podremos hallar nada nuevo. Y ¡cómo nos espanta
destruir todas las cosas que hemos acumulado!
Hay
un proverbio sánscrito que dice: ‘Las ideas son las hijas de
mujeres estériles’. Y creo que la mayoría de nosotros se
satisface con ideas. Podéis considerar las pláticas que hemos
tenido como un intercambio de ideas, como un proceso de aceptar
nuevas ideas y desechar las viejas, o como un proceso de negar ideas
nuevas y aferrarse a las antiguas. No estamos ocupándonos en
absoluto de ideas. Tratamos de hechos; y cuando a uno le interesan
los hechos, no hay ajuste; o lo aceptáis o lo rechazáis. Podéis
decir: ‘no me gustan esas ideas, prefiero las antiguas, voy a vivir
a mi manera’; o bien podéis marchar con el hecho. No podéis
comprometeros, no podéis ajustaros; la destrucción no es ajuste. El
ajustarse, el decir: ‘tengo que ser menos ambicioso, no tan
envidioso’, no es destrucción. Y, ciertamente, tiene uno que ver
la verdad de que la ambición, la envidia, es fea, estúpida, y tiene
uno que destruir todos esos absurdos. El amor nunca se ajusta. Es
sólo el deseo, el miedo, la esperanza, los que se ajustan. Es por
eso que el amor es cosa tan destructora, porque rehusa adaptarse o
conformarse a una norma.
Empezamos,
pues, a descubrir que cuando hay destrucción de toda la autoridad
que, en su deseo de estar seguro interiormente, el hombre ha creado
por sí mismo, entonces hay creación. La destrucción es creación.
Entonces,
si habéis abandonado las ideas, y no os estáis ajustando a vuestra
propia norma de existencia, o a una nueva norma que a vuestro juicio
está creando el que habla si habéis llegado hasta ahí-
hallaréis que el cerebro puede y tiene que funcionar sólo con
respecto a las cosas exteriores, responder sólo a las demandas
exteriores; por lo tanto, el cerebro se aquieta por completo. Esto
significa que la autoridad de sus experiencias ha terminado, y por lo
tanto no puede ya crear ilusión. Y para descubrir lo que es verdad
es esencial que cese el poder de crear ilusión en cualquier forma. Y
el poder de crear ilusión es el poder del deseo, el poder de la
ambición, de querer ser esto y no querer ser aquello.
Así,
el cerebro tiene que funcionar en este mundo con la razón, con
cordura, con claridad; pero interiormente ha de estar completamente
en calma.
Nos
dicen los biólogos que el cerebro ha tardado millones de años en
llegar a su actual etapa de desarrollo, y que seguirá
desarrollándose por millones de años. Ahora bien, la mente
religiosa no depende del tiempo para su desarrollo. Desearía que
pudierais seguir esto. Lo que quiero significar es que cuando el
cerebro que debe funcionar respondiendo a la existencia
exterior- se vuelve tranquilo interiormente, entonces ya no existe el
mecanismo de la acumulación de experiencia y conocimiento, y, por lo
tanto, interiormente está completamente quieto, pero lleno de vida,
y entonces puede saltar los millones de años.
Para
la mente religiosa, pues, no hay tiempo. El tiempo sólo existe en
ese estado de una continuidad que se mueve hacia otra continuidad y
realización. Cuando la mente religiosa ha destruido la autoridad del
pasado, las tradiciones, los valores impuestos sobre ella, entonces
es capaz de estar sin tiempo. Entonces está por completo
desarrollada. Porque, después de todo, cuando habéis negado el
tiempo habéis negado también todo desarrollo a través del tiempo y
del espacio. Mirad, esto no es una idea; no es una cosa para jugar
con ella. Si habéis pasado por esto, sabéis lo que es, os halláis
en ese estado; pero si no habéis pasado por ello, entonces no podéis
simplemente recoger estas ideas y jugar con ellas.
Veis,
pues, que destrucción es creación; y en la creación no hay tiempo.
La creación es ese estado en que el cerebro, habiendo destruido todo
el pasado, está completamente quieto, y por lo tanto en ese estado
en que no hay tiempo ni espacio en que crecer, expresar, devenir. Y
ese estado de creación, no es la creación de las pocas personas
dotadas: los pintores, los músicos, escritores, arquitectos. Sólo
la mente religiosa es la que puede hallarse en un estado de creación.
Y la mente religiosa no es la que pertenece a alguna iglesia, alguna
creencia, algún dogma: esto sólo condiciona la mente. Ir a la
iglesia todas las mañanas y adorar esto o aquello no os convierte en
una persona religiosa, aunque la sociedad respetable pueda aceptaros
como tal. Lo que hace religiosa a una persona es la destrucción
total de lo conocido.
En
esta creación hay un sentido de belleza; una belleza no compuesta
por el hombre; una belleza que está más allá del pensamiento y del
sentimiento. Después de todo, pensamiento y sentimiento no son más
que reacciones; y la belleza no es una reacción. Una mente religiosa
tiene esa belleza que no es la mera apreciación de la
naturaleza, de las encantadoras montañas y del rumoroso arroyo, sino
un sentido de belleza del todo diferente-, y con ella va el amor. No
creo que podáis separar la belleza y el amor. Ya sabéis, para la
mayoría de nosotros, el amor es una cosa penosa, porque con él
siempre vienen los celos, el odio y los instintos posesivos. Pero
este amor de que hablamos es el estado de la llama sin el humo.
A
sí, la mente religiosa conoce esta destrucción completa, total, y
lo que significa hallarse en un estado de creación el cual no
es comunicable. Y con él existe el sentido de belleza y amor, que
son indivisibles. El amor no puede dividirse en divino y físico. Es
amor. Y con él va naturalmente no es necesario decirlo- un
sentido de pasión. No puede uno llegar muy lejos sin pasión, siendo
la pasión intensidad. No es la intensidad de querer cambiar algo, de
querer hacer algo, la intensidad que tiene una causa, de modo que
cuando elimináis la causa desaparece la intensidad. No es un estado
de entusiasmo. La belleza sólo puede existir cuando hay una pasión
que es austera; y la mente religiosa, hallándose en este estado,
tiene una peculiar cualidad de fuerza.
Como
sabéis, para nosotros la fuerza es resultado de la voluntad, de
muchos deseos entretejidos en la trama de la voluntad. Y esa voluntad
es, en la mayoría de nosotros, una resistencia. El proceso de
resistir algo o de perseguir un resultado desarrolla la voluntad, y
esa voluntad suele llamarse fuerza. Pero la fuerza de que hablamos no
tiene nada que ver con la voluntad; es una fuerza sin causa. No puede
ser utilizada, pero sin ella nada puede existir.
De
modo que, si uno ha ido así profundamente descubriendo por sí
mismo, entonces existe la mente religiosa; y ella no pertenece a
ningún individuo. Es la mente, la mente religiosa, aparte de todos
los esfuerzos humanos, demandas, afanes individuales, compulsiones,
etc. Hemos estado describiendo sólo la totalidad de la mente, que
puede parecer dividida por el uso de palabras diferentes; mas es una
cosa total, en la cual todo esto está contenido. Por consiguiente,
una mente religiosa semejante puede recibir aquello que no es medible
por el cerebro. Eso es innombrable; no puede contenerlo ningún
templo, ningún sacerdote, ninguna iglesia, ningún dogma. Es mente
en verdad religiosa la que niega todo eso y vive en aquel estado.
PREGUNTA: ¿Puede
adquirirse la mente religiosa por la meditación?
KRISHNAMURTI: Lo primero
que hay que comprender es que no podéis adquirirla, no podéis
obtenerla, no puede ella producirse por medio de la meditación.
Ninguna virtud, ningún sacrificio, ninguna meditación, nada del
mundo puede comprar esto. Para que eso sea, tiene que cesar
totalmente este sentido de alcanzar, de realizar, de ganar, de
comprar. No podéis utilizar la meditación. Aquello de que he estado
hablando es meditación. La meditación no es un medio para algo.
Descubrir en todos los momentos de la vida cotidiana qué es
verdadero y qué es falso, es meditación. La meditación no es algo
por cuyo medio escapáis, algo en lo que conseguís visiones y toda
clase de grandes emociones eso es autohipnosis, cosa sin
madurez, pueril. Mas el vigilar todos los momentos del día, ver cómo
opera vuestro pensamiento, ver funcionar el mecanismo de la defensa,
ver los temores, las ambiciones, las codicias y envidias, vigilar
todo esto, indagarlo todo el tiempo, eso es meditación, o parte de
la meditación. Sin poner el buen cimiento no hay meditación, y
poner el buen cimiento es estar libre de ambición, de codicia, de
envidia y todas las cosas que hemos creado para nuestra autodefensa.
No tenéis que acudir a nadie para que os diga qué es la meditación
o para que os dé un método. Lo puedo descubrir muy sencillamente
vigilándome, lo ambicioso que soy o que no soy. No me lo tiene que
decir otro; lo sé. Arrancar la raíz, el tronco, el fruto de la
ambición, verla y destruirla totalmente es absolutamente necesario.
Como veis, queremos llegar muy lejos sin dar el primer paso. Y
hallaréis que si dais el primer paso, ese es el último. No hay otro
paso.
PREGUNTA: ¿Es verdad
que no podemos utilizar la razón para descubrir lo que es verdadero?
KRISHNAMURTI: Señor,
¿qué entendemos por razón? La razón es pensamiento organizado,
como la lógica es ideas organizadas ¿no es así? Y el pensamiento,
por muy ingenioso, por amplio y bien informado que sea, es limitado.
Todo pensamiento es limitado. Vos mismo lo podéis observar, esto no
es alguna cosa nueva. El pensamiento nunca puede ser libre; es una
reacción, una respuesta de la memoria; es un proceso mecánico.
Puede ser razonable, cuerdo, lógico, pero es limitado. Es como las
computadoras electrónicas. Mas el pensamiento nunca puede descubrir
lo que es nuevo. El cerebro, a través de los siglos, ha adquirido,
ha acumulado experiencias, respuestas, recuerdos; y cuando esa cosa
piensa, está condicionada, y portero no puede descubrir lo nuevo.
Pero cuando ese cerebro ha comprendido todo el proceso de la razón,
de la lógica, del inquirir, del pensar no rechazando eso sino
comprendiéndolo entonces queda en calma. Ese estado de quietud
puede entonces descubrir lo que es verdadero.
Señor,
la razón os dice que debéis tener líderes. Habéis tenido lideres
políticos o religiosos. Ellos no os han llevado a ninguna parte,
excepto a mayor miseria, más guerras, mayor destrucción y
corrupción.
PREGUNTA: Uno ve lo
absurdo de condenar exterior e interiormente, pero sigue condenando.
¿Qué va uno, pues, a hacer?
KRISHNAMURTI: Cuando
decimos: ‘veo que no tengo que condenar’, ¿qué queremos decir
con esa palabra ‘veo’? Por favor, seguid esto algo despacio.
Estoy examinando la palabra ‘veo’. ¿Qué queremos significar con
ella? ¿Cómo vemos una cosa? ¿Vemos el hecho a través de las
palabras? Cuando digo ‘veo que es absurdo condenar’, ¿lo veo? ¿O
es que estoy viendo las palabras ‘no debo condenar’? No veo el
hecho real de que el condenar no lleva a ninguna parte ¿verdad? No
sé si me estoy expresando claramente. La palabra ‘puerta’ no es
la puerta ¿verdad? La palabra no es la cosa; y si confundimos la
cosa con la palabra, entonces no la vemos. Mas si podemos apartar la
palabra, podremos mirar la cosa misma. Si veo todo lo que implica el
catolicismo, el comunismo si veo la cosa no la palabra ,
entonces la he comprendido, he terminado con ella. Pero si me aforra
a la palabra, entonces la palabra es un impedimento para ver.
La
mente, pues, debe estar libre de la palabra, para ver el hecho. Tengo
que ver el hecho de que la condenación, de cualquier clase que sea,
impide a la mente el ver realmente algo. Si sólo condeno la
ambición, no veo toda la anatomía, la estructura de la ambición.
Si la mente quiere comprender la ambición, tiene que cesar de
condenar; tiene que haber la percepción del hecho, sin resistirlo,
sin negarlo. Entonces el ver el hecho tiene su propia acción. Si veo
el hecho de toda la estructura de la ambición, entonces el hecho
mismo revela a la mente lo absurdo, la dureza, la naturaleza
infinitamente destructiva de la ambición; y la ambición se
desprende; no tengo que hacer nada al respecto.
Y si
veo, íntimamente, la plena significación de la autoridad, si la
estudio, si la vigilo, si penetro en ella, jamás rechazando, jamás
aceptando, sino viendo, entonces la autoridad se extingue.
13 de agosto de 1961
XXII
SIEMPRE es difícil,
creo, comunicar a otro cosas serias, y ello es así más
especialmente en estas reuniones en que vosotros habláis francés y
yo, infortunadamente, tengo que hacerlo en inglés. Pero creo que
podemos comunicarnos con suficiente claridad, si no nos quedamos
meramente en el nivel verbal. Las palabras son medios para comunicar,
para transmitir algo, y en sí mismas no son importantes. Pero la
mayoría de nosotros, creo, permanecemos en el nivel verbal, y por lo
tanto la comunicación se hace mucho más difícil, porque aquello de
que queremos hablar está igualmente en el nivel intelectual y en el
emocional. Queremos comunicarnos uno con otro en forma comprensiva,
como un todo; y para eso necesitarnos un enfoque total verbal,
emocional e intelectual. Emprendamos, pues, juntos el viaje, vayamos
juntos, y miremos comprensivamente nuestros problemas, aunque esto es
extremadamente difícil.
Ante
todo, el orador no habla como hindú y no representa el Oriente,
aunque haya nacido en cierto lugar y tenga cierto pasaporte. Los
nuestros son problemas humanos, y como tales carecen de fronteras; no
son hindúes, franceses, rusos ni americanos. Tratamos de comprender
todo el problema humano, y estoy usando la palabra ‘comprender’
de una manera muy definida. El mero uso de las palabras no da
comprensión, y la comprensión no es una cuestión de conformidad o
disconformidad. Si queremos comprender lo que se está diciendo,
debemos considerarlo sin prejuicio, sin dudar ni aceptar, sino
escuchando efectivamente.
Ahora
bien, al escuchar, que es todo un arte, tiene que haber cierto
sentido de quietud del cerebro. En la mayoría de nosotros, nuestros
cerebros están activos sin cesar, respondiendo siempre al reto de
una palabra, una idea o una imagen; y este proceso constante de
responder a un reto no produce comprensión. Lo que trae comprensión
es tener el cerebro que esté muy quieto. El cerebro, después de
todo, es el instrumento que piensa, que reacciona; es el depósito de
la memoria, el resultado del tiempo y de la experiencia, y no puede
haber comprensión si ese instrumento está continuamente agitado,
reaccionando, comparando lo que se esta diciendo con lo que ya ha
almacenado. Escuchar, si puedo decirlo así, no es un proceso de
estad de acuerdo, condenar o interpretar, sino de mirar un hecho
totalmente, comprensivamente. Para eso el cerebro debe estar quieto,
pero también muy despierto, capaz de seguir acertada y
razonablemente, no de manera sentimental o emotiva. Sólo entonces
podemos acometer los problemas de la existencia humana como un
proceso total, y no fragmentariamente.
Como
la mayoría de nosotros sabemos, los políticos del mundo están
dirigiendo, desgraciadamente, nuestros asuntos. Probablemente,
nuestras mismas vidas dependen de unos pocos políticos: franceses,
ingleses, rusos norteamericanos o indos; y eso es una cosa muy
triste; pero es un hecho. Y al político sólo le interesa lo
inmediato de las cosas: su país, su posición, su política, sus
ideales nacionalistas. Y como resultado, existen los problemas
inmediatos de la guerra, del conflicto entre el Este y el Oeste, el
comunismo combatiendo al capitalismo y el socialismo contra cualquier
otra forma dé autocracia. De modo que el problema apremiante,
inmediato, es de guerra y paz, y de cómo manejar nuestras vidas para
no ser aplastados por estos enormes procesos históricos.
Mas
creo que seria una lástima muy grande que nos ocupáramos meramente
de lo inmediato: de la actitud francesa en Argelia, de lo que va a
pasar en Berlín, de si habrá guerra y cómo nos arreglaremos para
sobrevivir. Esos son los problemas con que nos apremian los diarios,
la propaganda; pero creo que es mucho más importante considerar lo
que le va a ocurrir al cerebro humano, a la mente humana. Si nos
preocupamos sólo de los acontecimientos actuales y no de la
totalidad del desarrollo de la mente y cerebro humanos, entonces
nuestros problemas no harán más que aumentar y multiplicarse.
Podemos
ver, ¿verdad?, que nuestras mentes, nuestros cerebros, se han vuelto
mecánicos. Se influye sobre nosotros en todas direcciones. Cualquier
cosa que leamos deja su huella, y toda propaganda deja su señal; el
pensamiento es siempre repetidor y por eso el cerebro y la mente se
han vuelto mecánicos, como una máquina. Funcionamos en nuestros
empleos mecánicamente, nuestras relaciones mutuas son mecánicas, y
nuestros valores son meramente tradicionales. Las computadoras
electrónicas son muy parecidas a la mente del hombre, si bien
nosotros tenemos un poco más de inventiva, ya que las hemos hecho;
pero ellas funcionan como nosotros, mediante la reacción, la
repetición y la memoria. Y todo lo que nos preocupa es cómo hacer
que el mecanismo, que está enraizado en el hábito y la tradición,
funcione más suavemente, sin ninguna perturbación; y puede ser que
eso sea el fin de la vida humana. Todo esto implica, ¿verdad?, no
libertad, sino tan sólo una búsqueda de seguridad. Los prósperos
reclaman seguridad; y los pobres de Asia, que apenas comen una vez al
día, también quieren seguridad. Y la respuesta de la mente humana a
toda esta miseria es tan sólo mecánica, habitual, indiferente.
De
modo que la cuestión que urge es por cierto cómo liberar el cerebro
y la mente. Porque si no hay libertad no hay creatividad. Hay
invención mecánica, ir a la luna, descubrir nuevos medios de
locomoción, etc.; pero eso no es creación, eso es invención. Hay
creación sólo cuando hay libertad. La libertad no es una mera
palabra; la palabra es por completo distinta del estado real. Ni
puede la libertad ser convertida en un idea, porque el ideal es sólo
una postergación. Lo que quiero discutir durante estas pláticas es
pues si es posible liberar la mente y el cerebro. El limitarse a
decir que es posible o que no lo es, es inútil; pero lo que podemos
hacer es descubrir por nosotros mismos a través del ensayo, del
autoconocerse, de la indagación, de la intensa búsqueda. Y eso
requiere la capacidad de razonar, de sentir, de romper con la
tradición y destruir los muros que uno ha construido para su
seguridad. Si no estáis dispuestos a hacer eso, desde la primera
plática hasta la última, entonces creo que perdéis el tiempo
viniendo aquí. Los problemas que abordamos son muy serios: son los
problemas del miedo, de la muerte, la ambición, la autoridad, la
meditación, etc. Cada problema debe ser encarado objetivamente, no
en forma emotiva, intelectual o sentimental. Y ello requiere un
pensar preciso, gran energía, para poder proseguir cada
investigación hasta el fin mismo y descubrir la esencia de las
cosas. Eso parece ser esencial.
Si
observamos, no sólo los acontecimientos exteriores del mundo, sino
también lo que está pasando dentro de nosotros mismos, descubrimos
¿no es verdad?- que somos esclavos de ciertas ideas, esclavos
de la autoridad. Durante siglos hemos sido moldeados por la
propaganda para ser cristianos, budistas, comunistas o lo que sea.
Pero, por cierto, para descubrir la verdad no tenemos que pertenecer
a ninguna religión en absoluto. Es una cosa muy difícil no
comprometerse en absoluto a ninguna norma de acción o de
pensamiento. No sé si habréis tratado alguna vez de no pertenecer a
nada, si habéis rechazado por completo la tradicional aceptación de
Dios lo cual no significa hacerse ateo, cosa tan tonta como el
creer, sino rechazar la influencia de la iglesia, con toda su
propaganda de dos mil años.
Ni
es fácil tampoco negar que sois francés, hindú, ruso o americano;
quizá sea eso aún más difícil. Es bastante fácil negar algo si
sabéis a dónde os lleva la negación; eso es simplemente pasar de
una cárcel a otra; pero si rechazáis todas las prisiones sin saber
adónde os va ello a conducir, entonces estáis solo. Y me parece que
es absolutamente esencial estar solo por completo, sin influencia;
porque es únicamente entonces que podemos descubrir por nosotros
mismos lo que es verdad, no sólo en este mundo de la consistencia
diaria, sino también más allá de los valores de este mundo, más
allá del pensamiento y el sentimiento, más allá de la medida. Tan
sólo entonces sabremos si hay una realidad que está más allá del
espacio y del tiempo; y ese descubrimiento es creación. Mas, para
descubrir lo verdadero, tiene que haber este sentido de soledad, de
libertad. No podéis viajar lejos si estáis atado a algo: a vuestro
país, a vuestras tradiciones, a vuestro habitual modo de pensar. Es
como estar atado a una estaca.
Si
queréis pues descubrir lo que es verdad, tenéis que romper todas
las ataduras e inquirir no sólo en lo exterior, en vuestra relación
con las cosas y las personas, sino también interiormente, que es
conocerse a sí mismo; no sólo superficialmente, en la conciencia de
vigilia, sino también en lo inconsciente, en los ocultos rincones
del cerebro y la mente. Eso requiere constante observación; y si
observáis así, veréis que no hay verdadera división entre lo
exterior y lo interior; pues el pensamiento, como una marea, fluye
tanto hacia dentro como hacia fuera. Todo es el proceso único del
autoconocerse. No podéis simplemente rechazar lo externo, porque no
sois algo que está aparte del mundo. El problema del mundo es
vuestro problema, y lo exterior e interior con las dos caras de la
misma moneda. Los ermitaños, los monjes y las llamadas personas
religiosas que rechazan el mundo, están meramente escapando, con
todas sus disciplinas y supersticiones, hacia sus propias ilusiones.
Podemos
ver que exteriormente no somos libres. En nuestros empleos, en
nuestras religiones, en nuestros países, en nuestra relación con
nuestras esposas, nuestros maridos, hijos, en nuestras ideas,
creencias y actividades políticas, no somos libres. Interiormente
tampoco lo somos, porque no sabemos lo que son nuestros motivos,
nuestras ansias, nuestras compulsiones, las exigencias inconscientes.
No hay, pues, libertad ni exterior ni interiormente, y eso es un
hecho. Mas primero tenemos que ver ese hecho, y la mayoría de
nosotros nos negamos a verlo; lo explicamos, lo recubrimos de
palabras, de ideas, etc. El hecho es que tanto psicológica como
exteriormente queremos seguridad. En lo exterior queremos estar
seguros de nuestro empleo, de nuestra posición, de nuestro
prestigio, de nuestras relaciones; y en lo interior queremos la misma
seguridad; y, si un baluarte se destruye, acudimos a otro.
Así
pues, percibiendo esta situación extraordinariamente compleja en que
funcionan el cerebro y la mente, ¿cómo es posible trascender todo
esto? Espero que estaré transmitiendo hasta qué callejón sin
salida hemos llegado. La cuestión es: ¿nos enfrentamos alguna vez
de veras con el hecho? El hecho es que el cerebro y la mente buscan
seguridad en cualquier forma, y donde hay esta ansia de seguridad hay
miedo. Nunca hacemos frente realmente a este hecho; decimos que es
inevitable, o bien preguntamos cómo nos libraremos del miedo.
Mientras que, si podemos encararnos de frente con el hecho, sin
tratar de escapar, de interpretarlo o transformarlo, entonces el
hecho actúa por sí mismo.
No
sé si, psicológicamente, habréis llegado, experimentando hasta
ahí, porque me parece que la mayoría de nosotros no nos damos
cuenta hasta qué punto se han vuelto mecánicas nuestras mentes,
nuestros cerebros; y no nos hemos preguntado si es posible hacer
frente a ese hecho completamente, con intensidad.
Por
favor, aclaremos bien que no estoy tratando de convenceros de nada;
eso sería demasiado falto de madurez. Aquí no estamos haciendo
propaganda, eso podemos dejarlo a los políticos, a las iglesias y a
las otras gentes que venden cosas. No estamos vendiendo nuevas ideas,
porque las ideas no tienen sentido; podemos jugar con ellas
intelectualmente, pero no llevan a ninguna parte. Lo importante, lo
que tiene vitalidad, es enfrentarse con un hecho; y el hecho es que
la mente, todo nuestro ser, se ha mecanizado durante siglos. Todo
pensamiento es mecánico; y para percibir ese hecho y trascenderlo,
tiene primero uno que ver que es así.
Ahora
bien, ¿cómo se pone uno en contacto, emocionalmente, con un hecho?
Intelectualmente puedo decir que sé que bebo y que es muy malo beber
tanto en lo físico como en lo emocional y psicológico- y sin
embargo sigo bebiendo. Pero entrar en contacto emocionalmente con el
hecho es una cosa muy distinta; entonces el contacto emocional con el
hecho tiene una acción propia. Sabéis que, si lleváis largo tiempo
conduciendo un coche, os adormecéis y decís: ‘tengo que
despertar’, pero seguís conduciendo. Y entonces, más tarde,
cuando pasáis peligrosamente cerca de otro coche, hay repentinamente
un inmediato contacto emocional, y al punto despertáis y os desviáis
a un lado para descansar un poco. ¿Habéis visto alguna vez un hecho
repentinamente de la misma manera y entrado en contacto con él
totalmente, por completo? ¿Habéis visto alguna vez en realidad una
flor? Lo dudo, porque realmente no miramos una flor; lo que hacemos
inmediatamente es ponerla en una categoría, darle un nombre,
llamarla ‘una rosa’, tomarle el perfume, decir cuán hermosa es y
dejarla a un lado como a lo ya conocido. El nombrar, la
clasificación, la opinión, el juicio, la elección, todas esas
cosas os impiden verla realmente.
Del
mismo modo, para ponerse en contacto emocional con un hecho, es
preciso no nombrar, no ponerlo en una categoría, no juzgarlo; tiene
que cesar todo pensamiento, toda reacción. Sólo entonces podéis
mirar. Tratad, alguna vez, de mirar una flor, un niño, una estrella,
un árbol, o lo que queráis, sin todo el proceso del pensar, y
entonces veréis mucho más. Entonces no habrá ninguna pantalla de
palabras entre vosotros y el hecho, y por consiguiente habrá un
contacto inmediato con el. Valorar, condenar, aprobar, poner en una
categoría, ha sido nuestro ejercicio durante siglos; Y darse cuenta
de todo esto es comenzar a ver un hecho.
Actualmente
toda nuestra vida está confinada por el tiempo y el espacio, y nos
inundan los problemas inmediatos. Nuestros empleos, nuestras
relaciones personales, los problemas de los celos, del temor, la
muerte, la vejez, etc., estas cosas llenan nuestras vidas. ¿Es capaz
la mente, el cerebro, de trascender todo eso? Yo digo que sí, porque
he experimentado con esto, lo he seguido hasta la mayor profundidad,
lo he trascendido. Pero no es posible que aceptéis lo que dice el
que habla, porque la aceptación carece de valor. Lo único que tiene
valor es el que vosotros también emprendáis el viaje; mas para eso
tiene que haber libertad al principio mismo, tiene que haber
intención de descubrir, no de aceptar ni de dudar, sino de
descubrir. Entonces veréis, al penetrar a fondo en la cuestión, que
la mente puede ser libre; y sólo una mente libre así es la que
puede descubrir lo verdadero.
Tal
vez algunos de vosotros queráis hacer preguntas sobre lo que hemos
estado diciendo. Ya sabéis, es muy difícil discutir, hacer
preguntas. Para hacer la pregunta correcta tenéis que conocer
vuestro problema. La mayoría de nosotros no conocemos nuestros
problemas; nos movemos en la superficie, pero no encaramos de hecho
el problema, y por eso hacemos preguntas erróneas. Si podemos
discutir bien, entonces creo que ello será muy entretenido; se
aprende mucho más jugando con el justo problema que siendo
mortalmente serios acerca de cosas superficiales, como hacen la
mayoría de las personas
INTERLOCUTOR: ¿Cómo
hace uno para ponerse en contacto con un hecho emocionalmente?
KRISHNAMURTI: Estar en
contacto directo con algo exige un enfoque total, no meramente
intelectual, emocional o sentimental. Requiere una comprensión total
INTERLOCUTOR: ¿No
tiene uno que estar atento al dual proceso que se desarrolla dentro
de nosotros todo el tiempo? Y ¿no es eso autoconocimiento?
KRISHNAMURTI: Hemos usado
las palabras ‘atento’, ‘dualidad’ y ‘autoconocimiento’.
Observemos estas tres palabras, una por una, porque si no
comprendemos esas tres palabras no podremos comunicarnos.
Pues
bien, ¿qué significa estar ‘atento’? Escuchad esto, por favor,
porque no es una mera sutileza; quiero dejar claro que ambos
comprendemos las palabras que usamos. Podéis vosotros darle un
significado y yo otro. Para mí, cuando uno pone plena atención, en
eso no hay concentración; no hay exclusión. Sabéis cómo se ve
forzado a mirar su libro un escolar que quiere mirar por la ventana;
pero eso no es atención. Atención es ver por la ventana lo que
ocurre fuera y también lo que tenéis delante. Observar sin
exclusión es una cosa bastante difícil de hacer.
Luego,
¿qué queréis decir con ‘proceso dual’? Sabemos que hay un
proceso dual, lo bueno y lo malo, odio y amor, etc. Y es muy difícil
estar atento a estas cosas, ¿no es así? Y, ¿por qué establecemos
este proceso dual? ¿Existe en realidad o es una invención cerebral
para eludir el hecho? Soy violento, por ejemplo, o celoso, y eso me
molesta, no me gusta; digo, pues, que no tengo que ser celoso,
violento; lo cual es escapar del hecho, ¿verdad? El ideal es una
invención del cerebro para escapar de ‘lo que es’; y así hay
dualidad. Mas, si me enfrento por completo con el hecho de que soy
celoso, entonces no hay dualidad. Afrontar el hecho implica que yo
penetro en toda la cuestión de la violencia y los celos; y, o
encuentro que me gusta, en cuyo caso el conflicto ha de continuar, o
bien veo todas sus implicaciones y quedo libre del conflicto.
Ahora,
¿qué entendemos por ‘autoconocimiento’? ¿Qué significa
‘conocerse a sí mismo’? ¿Me conozco? ¿Es el yo una cosa
estática, o está siempre cambiando? ¿Puedo conocerme? ¿Conozco a
mi esposa, a mi marido, a mi hijo, o sólo conozco el cuadro creado
por mi mente? Después de todo, no puedo conocer una cosa viviente,
no puedo reducir una cosa viviente a una fórmula; lo único que
puedo hacer es seguirla, sea donde fuere que ello pueda conducirme; y
si la sigo, nunca puedo decir que la conozco. De modo que conocer el
yo es seguirlo, seguir todos los pensamientos, los sentimientos, los
motivos, y no decir ni por un momento ‘lo conozco’. Sólo podéis
conocer algo que es estático, muerto.
Veis,
pues, la dificultad de las tres palabras involucradas en esta
pregunta: ‘atención’, ‘dualidad’ y ‘conocerse a sí
mismo’. Si podéis comprender todas estas palabras, e ir aún más
allá de ellas, entonces sabréis plenamente lo que significa hacer
frente a un hecho.
INTERLOCUTOR: ¿Hay un
medio para aquietar la mente?
KRISHNAMURTI: Ante todo,
cuando hacéis esa pregunta, ¿os dais cuenta de que vuestra mente
está agitada? ¿Os dais cuenta de que nuestra mente jamás está
quieta, que está constantemente parloteando? Ese es un hecho. La
mente está hablando sin cesar, ya sea sobre algo o hablándose a sí
misma; está activa todo el tiempo. ¿Por qué hace uno esa pregunta?
Pensadlo conmigo por favor. Si es porque os dais cuenta parcialmente
del parloteo y queréis escapar de ello, entonces lo mismo podríais
tomar una droga, una píldora para adormecer la mente. Pero si estáis
inquiriendo y realmente queréis descubrir por qué parlotea la
mente, entonces el problema es enteramente distinto. Lo primero es
una evasión; lo otro es seguir a ese parloteo hasta el fin.
Ahora bien, ¿por qué
parlotea la mente? Por ‘parloteo’ queremos decir, ¿no es así?,
que siempre está ocupada con algo: con la radio, con sus problemas,
con su empleo, sus visiones, sus emociones, sus mitos. Pero ¿por qué
está ocupada, y qué pasaría si no estuviera ocupada? ¿Habéis
tratado alguna vez de no estar ocupado? Si lo habéis hecho,
hallaréis que en el momento en que el cerebro no está ocupado hay
temor. Porque ello significa que estáis solo. Si os encontráis sin
ocupación, la experiencia es muy dolorosa, ¿verdad? ¿Habéis
estado solo alguna vez? Lo dudo. Podéis caminar solo, estar sentado
solo en el autobús, o solo en vuestro cuarto, pero vuestra mente
está siempre ocupada, vuestros pensamientos siempre os acompañan.
Cuando cesa la ocupación descubrió que estáis completamente solo,
aislado, y ello es una cosa que amedrenta; y por eso la mente
continúa parloteando, parloteando, parloteando.
5 de septiembre de 1961
XXIII
ME gustaría discutir con
vosotros la cuestión de la autoridad y la libertad. Y quisiera
penetrar en ello muy hondamente, porque creo que es muy importante
comprender toda la anatomía de la autoridad.
Ante
todo, quisiera señalar que no estoy discutiendo en forma académica,
superficial, verbal; mas, si somos realmente serios, entonces creo
que, por el mismo hecho de escuchar correctamente, se produce, no
sólo comprensión, sino también inmediata liberación de la
autoridad. Después de todo, el tiempo no libera a la mente de nada.
La libertad sólo es posible cuando hay percepción directa,
comprensión completa, sin esfuerzo, sin contradicción, sin
conflicto. Semejante comprensión libera a la mente de modo inmediato
de cualquier problema que la agobie. Si seguimos el problema y vemos
hasta qué punto puede la mente penetrar en él, a fondo, totalmente,
entonces quedaremos libres de esta carga.
No
sé si habéis pensado muy profundamente sobre la cuestión de la
autoridad. Si lo habéis hecho, sabréis que la autoridad destruye la
libertad, coarta la creación, engendra temor y de hecho paraliza
todo pensamiento. La autoridad implica conformidad, imitación ¿no
es así? No sólo existe la autoridad exterior del policía, de la
ley que hasta cierto punto es comprensible sino existe la
autoridad interior del conocimiento, de la experiencia, de la
tradición, del seguimiento de una norma establecida por la sociedad,
por un maestro, sobre cómo comportarse, cómo conducirse, etc.
Vamos
a ocuparnos enteramente de la comprensión de la autoridad interna,
psicológica; de la psiquis que establece una norma de autoridad para
su propia seguridad.
¿Os
habéis preguntado alguna vez por qué, a través de las edades, los
seres humanos han estado confiando en otros para su norma de
conducta? Queremos ¿no es verdad?, que se nos diga qué hay que
hacer, cómo comportarse, qué pensar, cómo actuar bajo ciertas
circunstancias. La búsqueda de autoridad es constante, porque la
mayoría de nosotros tenemos miedo de errar, miedo de fracasar.
Rendís culto al éxito, y la autoridad ofrece éxito. Si seguís
cierto modo de conducta, si os disciplináis de acuerdo a ciertas
ideas, os dicen, con el tiempo hallaréis salvación, realización,
libertad. Para mí es totalmente absurda la idea de que la
disciplina, el control, la represión, la imitación y la conformidad
puedan jamás llevarnos a la libertad. Es obvio que no podéis
paralizar la mente, moldearla, retorcerla, y hallar libertad en ese
proceso. Las dos cosas son incompatibles, se niegan mutuamente.
Ahora
bien, ¿por qué buscan siempre, la mente y el cerebro humanos, una
norma a la cual conformarse? Y puedo decir aquí que mi explicación
carece de valor, que no tiene sentido alguno si cada uno de vosotros
no os dais cuenta de vuestra propia inclinación a seguir: a seguir
una idea o un maestro. Pero si la explicación despierta realmente
vuestra propia percepción del estado de vuestra mente, entonces las
palabras tienen significación. ¿Por qué hay, pues, este impulso a
seguir? ¿No es el resultado del deseo de estar seguro, de estar a
salvo? Por cierto, el deseo de seguridad es el motivo, el fondo de
esta tendencia a seguir. Lo cual implica ¿verdad?, la creencia de
que por medio del éxito, de la conformidad, evitará uno todo temor.
Mas ¿existe eso de la seguridad interior? Es evidente que la
búsqueda misma de seguridad es temor. Exteriormente tal vez sea
necesario tener cierto grado de seguridad: una casa, tres comidas al
día, ropas, etc.; pero interiormente ¿existe acaso eso que se llama
seguridad? ¿Estáis seguro en vuestra familia, vuestras relaciones?
No os atrevéis a dudarlo, ¿verdad? Aceptáis que es así, se ha
convertido ello en una tradición, en un hábito; pero, en el momento
en que realmente inquirís sobre vuestra relación con vuestro
marido, esposa, hijo, vecino, esa misma indagación se vuelve
peligrosa.
Todos
nosotros, en una u otra forma, estamos buscando seguridad; y para eso
tiene que haber autoridad. Y así decimos que hay Dios, el cual,
fallando todo lo demás, será nuestra última seguridad. Nos
aferramos a ciertos ideales, esperanzas, creencias, que nos
garantizan una permanencia, aquí y en el más allá. ¿Pero existe
tal seguridad? Creo que cada uno de nosotros tiene que descubrir,
batallar consigo y comprender claramente si hay o no eso que llamamos
seguridad.
Exteriormente,
apenas hay ninguna seguridad hoy día. Las cosas están cambiando muy
rápidamente; en lo mecánico, hay nuevos inventos, bombas atómicas;
y en lo social hay revoluciones exteriores, especialmente en Asia, la
amenaza de guerra, comunismo, etc. Pero las amenazas a nuestra
seguridad interna crean en nosotros una resistencia mucho mayor.
Cuando creéis en Dios o en alguna forma de permanencia interna, es
casi imposible romper esa creencia. Ninguna bomba atómica destruirá
vuestra creencia, porque en esa esperanza os habéis arraigado Nos
hemos entregado, cada uno, a cierta manera de pensar, y tanto que sea
verdadera o falsa, que tenga o no alguna realidad o razón, parece no
tener importancia; la hemos aceptado y a ella nos asimos
Ahora
bien, romper con todo eso, descubrir la verdad de todo el asunto,
significa una revolución mucho mas grande que ninguna revolución
comunista, socialista o capitalista; significa empezar a librarse de
la autoridad y descubrir de hecho que no existe eso de la permanencia
interna, de la seguridad. Por lo tanto, significa descubrir que en
todo momento la mente ha de hallarse en estado de incertidumbre. Y a
nosotros nos atemoriza la incertidumbre, ¿no es verdad? Creemos que
un cerebro que se halla en estado de incertidumbre tiene que
descomponerse, tiene que enfermar mentalmente. Por desgracia, hay
muchísimos casos mentales porque la gente no puede encontrar
seguridad. Se han soltado de su amarradero, de sus creencias,
ideales, fantasías, mitos, y así enferman mentalmente. Una mente
que esté de veras incierta no tiene miedo. Sólo la mente miedosa es
la que sigue y requiere autoridad. Y ¿es posible ver todo esto y
dejar de lado la autoridad y el miedo del todo, por completo?
Y
¿qué entendéis por ‘ver’? ¿Es el ver una mera cuestión de
explicación intelectual? ¿Os ayudarán las explicaciones, el
razonamiento, la recta lógica, a ver el hecho de que toda autoridad,
obediencia, aceptación, conformidad, paraliza la mente? Para mí
ésta es una cuestión muy importante. El ver no tiene relación
alguna con las palabras, con las explicaciones. Creo que podéis ver
algo directamente, sin ninguna persuasión verbal, argumentación ni
razonamiento intelectual. Si prescindís de la persuasión, de la
influencia cosas todas carentes de madurez, pueriles- entonces,
¿qué es lo que os impide ver, y por lo tanto estar libres
inmediatamente? Para mí, ‘ver’ es una acción de lo inmediato;
no es del tiempo. Y por consiguiente, el liberarse de la autoridad no
es del tiempo; no es cuestión de: ‘seré libre’. Pero mientras
os agrade la autoridad y halléis atractivo el proceso del seguir, no
permitiréis que lo inmediato del problema llegue a ser urgente,
vital.
El
hecho es que a la mayoría de nosotros nos gusta el poder el poder de
la esposa sobre el marido, del marido sobre la esposa, el poder de la
capacidad, el sentimiento de que uno es hábil, el poder que dan la
austeridad y el dominio sobre el cuerpo. Cualquier forma de poder es
autoridad, tanto si es el poder del dictador, el poder político, el
poder religioso, o el dominio de uno sobre otro. Ello es totalmente
pernicioso, ¿y por qué no podemos ver eso sencilla y directamente?
Por ‘ver’ quiero significar una comprensión total, en la cual no
hay vacilación sino sólo una respuesta completa. ¿Qué impide esa
respuesta completa?
Esto
suscita la cuestión de la autoridad de la experiencia, del
conocimiento, ¿verdad? Después de todo, para ir a la luna, para
construir un cohete, tiene que haber conocimiento científico; y a la
acumulación de conocimiento la llamamos experiencia. Para lo
exterior tenéis que tener conocimientos; tenéis que saber dónde
vivís, tenéis que saber edificar, construir cosas y desmontarlas.
Tal conocimiento externo es superficial, mecánico, meramente
aditivo, descubrir cada vez más y más. Pero lo que ocurre es que el
conocimiento y la experiencia llegan a ser nuestra autoridad interna.
Podemos rechazar por pueril la autoridad externa, tal como el
pertenecer a una determinada nación, grupo, familia, el adherirnos a
una particular sociedad con sus especiales maneras, códigos y todo
ese absurdo- pero es sumamente difícil dejar de lado la experiencia
que uno ha reunido, la autoridad del conocimiento que uno ha
acumulado.
No
sé si habéis penetrado siquiera en este problema; pero si es así,
veréis que una mente que esté cargada, agobiada de conocimientos y
experiencia, no es una mente inocente, una mente joven; es vieja,
decadente, y jamás puede hallar una cosa viviente en forma libre,
plena, total. Y, en el mundo presente, tanto en lo interior como en
lo exterior, para acometer todos nuestros problemas se necesita con
urgencia una mente nueva, fresca, joven; no un problema especifico de
ciencia, medicina, política, etc., sino el problema humano total. La
mente vieja está cansada, entorpecida, pero la mente joven ve
rápidamente, sin distorsión, sin ilusión; es aguda, decisiva, no
aprisionada dentro de las fronteras del conocimiento acumulado, ni
atada por la experiencia pasada.
Después
de todo, ¿qué es esa experiencia que nos da tal sentimiento de
nobleza, de sabiduría, de superioridad? La experiencia es,
seguramente, la respuesta de nuestro trasfondo a un reto. La
respuesta está condicionada por el trasfondo, y así cada
experiencia refuerza el trasfondo. Si frecuentáis la iglesia, si
sois devoto de cierta secta, de cierta religión, entonces tenéis
experiencias, visiones, de acuerdo con ese trasfondo, cosa que sólo
fortalece el trasfondo, ¿no es así? Y este condicionamiento, esta
propaganda religiosa tanto si es de hace dos mil años como si
es muy reciente-, nos está moldeando las mentes, influyendo sobre la
respuesta de nuestros cerebros. No podéis negar estas influencias;
están ahí: la comunista, la socialista, la católica, la
protestante, la hindú, docenas y centenas de influencias están
incidiendo de continuo, consciente o inconscientemente, y moldeando
la mente, dominándola. De modo que la experiencia no libera a la
mente, no la vuelve joven, fresca, inocente. Lo que es necesario es
la destrucción de todo el trasfondo.
La
comprensión de esto no es cuestión de tiempo. Si os ponéis a
comprender cada influencia separadamente, habréis muerto antes de
llegar a comprenderlas a todas. Pero si podéis comprender una sola
plenamente, por completo, entonces rompéis toda forma de influencia.
Mas para comprender una influencia tenéis que entrar en ella total,
completamente. El decir simplemente que es buena o mala, noble o
innoble, es del todo inoperante. Y para entrar en ello completamente
no tiene que haber temor. Penetrar en toda esta cuestión de la
autoridad es muy peligroso, ¿verdad? Estar libre de autoridad es
invitar al peligro, porque nadie quiere vivir en la incertidumbre.
Pero la mente segura es una mente muerta; sólo la mente insegura es
joven, fresca.
De
modo que comprender la autoridad, tanto la interna como la externa,
no es cuestión de tiempo. Es uno de los más grandes errores, de los
mayores impedimentos, el confiar en el tiempo. El tiempo es realmente
una postergación. Esto significa que estamos disfrutando con la
seguridad, con la imitación, el seguimiento, y que lo único que
decimos es: ‘por favor, que no me molesten. Todavía no estoy
preparado para que me molesten’. No veo por qué no habría de ser
uno perturbado. ¿Qué hay de malo en que se nos perturbe? En
realidad, cuando no queréis que se os moleste, estáis de hecho
invitando a la perturbación. Pero el hombre que quiere descubrir,
sea ello perturbador o no, está libre del miedo a la perturbación.
Sé que algunos sonreís de esto, pero es una cuestión demasiado
grave para ello. Es un hecho que ninguno de nosotros quiere ser
molestado. Hemos caldo en una rutina, un estrecho surco, intelectual,
emocional o ideológico, y no queremos que se nos perturbe. Lo único
que queremos, en nuestras relaciones y en todo lo demás, es hacer
una vida cómoda, sin molestias, respetable, burguesa. Y el no querer
ser burgués, respetable, equivale a lo mismo.
Pues
bien; si estáis escuchando con autoaplicación, hallaréis que el
liberarse de la autoridad no es cosa temible. Es como el desprenderse
de una gran carga. La mente experimenta enseguida una enorme
revolución. Para un hombre que no está buscando seguridad de
ninguna clase, no hay perturbación; hay un continuo movimiento de
comprensión. Si no ocurre eso, no estéis escuchando, no estáis
viendo. Simplemente consentís en la aceptación o el rechazo de
cierta serie de explicaciones. De modo que sería muy interesante que
descubrierais por vosotros mismos cuál es vuestra respuesta actual.
PREGUNTA: ¿Lleva la
mente en sí misma los elementos de su propia comprensión?
KRISHNAMURTI: Creo que si
¿no es verdad? ¿Qué es lo que impide la comprensión? ¿No son
creadas las barreras por la mente misma? Por lo tanto, la
comprensión, lo mismo que las barreras, son elementos de la mente.
Mirad,
señor, el vivir con un sentido de incertidumbre sin enfermar
mentalmente requiere mucha comprensión. Una de las principales
barreras es ¿verdad?, que yo insisto en que debo estar seguro
interiormente. En lo exterior veo que no hay seguridad; por eso en lo
interior la mente crea su propia seguridad en una creencia, un dios,
una idea. Esto impide do hecho descubrir si hay o no seguridad
interna. Así la mente crea su propia esclavitud, y también tiene
los elementos de su propia liberación.
PREGUNTA: ¿Por qué
no sufre perturbación un hombre libre?
KRISHNAMURTI: ¿Es ésta
una pregunta correcta? Como no sabéis nada sobre el hombre libre, la
pregunta es sólo una cuestión especulativa. Si me perdonáis el
decirlo, esa pregunta no tiene sentido, ni para mí ni para vos; pero
si hacéis la pregunta al revés: ‘¿Por qué soy yo perturbado?’
entonces tiene validez y puede contestarse correctamente. Así pues
¿por qué sufre uno perturbación: si mi marido me deja, cuando
muere alguien, o en el fracaso, al sentir que mi vida no tiene éxito?
Si realmente penetraseis en esto, hasta el fin mismo, veríais toda
su esencia
PREGUNTA: ¿Se basa
siempre es el temor la creencia en Dios?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
creéis en Dios? ¿Cuál es la necesidad? ¿Os preocupáis de la
creencia en Dios cuando sois muy feliz, o sólo cuando hay una
aflicción por delante? ¿Creéis porque habéis sido condicionados
para hacerlo así? Después de todo, durante dos mil años se nos ha
dicho que hay Dios; y en el mundo comunista se les condiciona la
mente para no creer en Dios. Es la misma cosa; en ambos casos la
mente ha sido influida. La palabra ‘Dios’ no es Dios; y el
descubrir realmente por vosotros mismos si hay eso que se llama Dios
es mucho más importante que el ataros a una creencia o incredulidad.
Y el descubrir por sí mismo requiere enorme energía la
energía para romper con todas las creencias-, lo que no significa un
estado de ateísmo o duda. Pero la creencia es una cosa muy cómoda,
y muy pocas personas están dispuestas a destruirla interiormente. La
creencia no os lleva a Dios. Ningún templo, iglesia, dogma ni rito
os llevará a la realidad. Existe esa realidad; mas para descubrir
eso debéis tener una mente inmensurable. Una mente mezquina,
pequeña, sólo puede hallar sus propios mezquinos y pequeños
dioses. Por consiguiente debemos estar dispuestos a perder toda
nuestra respetabilidad, todas nuestras creencias, para descubrir lo
que es real.
No
creo que podáis escuchar más. Si lo habéis hecho perezosamente,
oyendo simplemente las palabras, entonces sin duda podríais seguir
durante otro par de horas. Pero si habéis escuchado correcta,
atentamente, con un sentido de penetración profunda, entonces diez
minutos serían suficientes, porque en ese período habríais podido
destrozar las barreras que ha creado por sí misma la mente’ y
habríais podido descubrir lo que es verdadero.
7 de septiembre de 1961
XXIV
ME parece que la mayoría
de nosotros queremos alguna clase de paz. Los políticos hablan mucho
sobre ello; por todo el mundo esa es su jerga, su palabra favorita.
También cada uno de nosotros quiere paz. Pero me parece que la clase
de paz deseada por los seres humanos es más bien una evasión;
queremos encontrar algún estado en el cual pueda refugiarse la
mente, y nunca hemos considerado si es posible de hecho trascender
nuestros conflictos y llegar así a la paz real. Quisiera, pues,
hablar sobre el conflicto, porque me parece que si éste pudiera
eliminarse de manera fundamental, profunda, interiormente, más
allá del nivel de la mente consciente-, entonces tal vez tuviéramos
paz.
La
paz de que hablo no es la que buscan la mente y el cerebro; es algo
enteramente distinto. Creo que será un factor muy perturbador esa
paz, porque es muy creativa y por tanto muy destructora. Para llegar
a esa comprensión de la paz, me parece esencial que comprendamos el
conflicto, porque sin penetrar de manera fundamental, básica,
radical, en el problema del conflicto, no podremos tener paz, ni
exterior ni interiormente, por mucho que la busquemos o anhelemos.
Para
hablar sobre algo unos con otros no como un orador y un
auditorio, relación que es absurda- se requiere que vosotros y yo
pensemos y sintamos al mismo nivel y que investiguemos desde el mismo
punto de vista. Si vosotros y yo pudiéramos entrar juntos en esta
cuestión del conflicto, con tremenda avidez y vitalidad, entonces
acaso llegásemos a una paz que es del todo diferente de la paz que
tratamos de hallar la mayoría de nosotros.
El
conflicto existe cuando hay un problema ¿no es así? Un problema
implica un conflicto; un conflicto de adaptación, de tratar de
comprender, de tratar de librarse de algo, de encontrar una
respuesta. Y la mayoría de nosotros tenemos problemas de muchas
clases: sociales, económicos, problemas de parentela, del conflicto
de ideas, etc. Y esos problemas permanecen sin resolverse ¿no es
así? Nunca los pensamos realmente hasta el fin mismo y los libramos
así de ellos, sino que seguimos día tras día, mes tres mes a lo
largo de toda la vida, llevando toda clase de problemas como una
carga en nuestra mente y corazón. Parecemos incapaces de disfrutar
de la vida, de ser sencillos, porque todo lo que tocamos: amor, Dios,
relaciones, o lo que queráis, queda reducido al fin a un feo y
perturbador problema. Si me siento ligado a una persona, ello se
vuelve problema, y entonces quiero saber cómo desligarme. Y si amo,
veo que en ese amor hay celos, ansiedad y miedo. Y no pudiendo
resolver nuestros problemas, los llevamos con nosotros y nos sentimos
incapaces de dar con una solución.
Luego
hay la competencia, que también hace surgir problemas. La
competencia es imitación, tratar de ser como algún otro. Hay el
modelo de Jesús, el del héroe, del santo, del vecino que está en
mejor posición,- y existe el modelo interno, que habéis establecido
vosotros mismos y que tratáis de seguir, de vivir según él. La
competencia suscita pues muchos problemas.
Existe
también, el empeño de la realización. Cada uno quiere realizarse
de una u otra manera, mediante la familia, la esposa, el marido o el
hijo. Y si uno va un poco más allá de eso, hay el deseo de
realizarse socialmente, escribiendo un libro, haciéndose famoso de
alguna manera. Y cuando existe este afán de realizarse, de llegar a
ser algo, hay también frustración, y con ella viene el dolor.
Entonces surge el problema de cómo evitar el dolor, y poder sin
embargo realizarse. Y así estamos atrapados en este circulo vicioso,
de modo que todo se vuelve un problema, conflicto.
Y
hemos aceptado el conflicto como inevitable; hasta es considerado
respetable y neceser o para la evolución, para el desarrollo, para
llegar a ser algo. Pensamos que si no hubiera competencia ni
conflicto, nos estancaríamos, decaeríamos; por eso, mental y
emocionalmente siempre estamos haciéndonos más perspicaces,
luchando. perpetuamente en conflicto con nosotros mismos, con
nuestros semejantes y con el mundo. Esto no es una exageración; es
un hecho. Y creo que todos sabemos cuán terrible carga es este
conflicto.
Me
parece, pues, que la cuestión urgente es la de si veis la
importancia real de estar libre de conflicto; pero no para conseguir
otra cosa. ¿Es acaso posible ser libre, per se, por sí
mismo, de modo que la mente ya no esté en conflicto bajo ninguna
circunstancia en absoluto? Actualmente, no sabemos si es posible o
no. Lo único que sabemos es que estamos en conflicto, y conocemos su
tormento, el sentimiento de culpa, de desaliento, la desesperación y
la amargura de la existencia moderna; eso es todo lo que conocemos.
¿Cómo
va uno, pues, a descubrir, no de manera verbal, intelectual o
meramente emocional, sino descubrir de hecho, si es posible ser
libre? ¿Cómo lo intentaremos? Por cierto, sin comprender por
completo este conflicto en todos los diferentes niveles de la
conciencia, no es posible que nos liberemos de él y comprendamos qué
es la verdad. Una mente en conflicto es una mente confusa. Y cuanto
mayor es la tensión del conflicto, mayor es la productividad de la
acción. Debéis haber observado cómo los escritores, los oradores,
los llamados intelectuales están siempre produciendo teorías,
filosofías, explicaciones. Si tienen algún talento siquiera,
entonces cuanto mayor es la tensión y la frustración, tanto más
producen; y el mundo los llama grandes autores, grandes oradores,
grandes líderes religiosos, etc.
Ahora
bien, si uno observa de cerca, puede ver seguramente que el conflicto
desvía, pervierte; es, en su esencia, confusión, y es destructivo
para la mente. Si podemos ver esto de hecho sin decir que el
conflicto de la competencia es inevitable, que la estructura social
se ha levantado sobre él y que tenéis que tenerlo, etc.- entonces
creo que nuestra actitud ante el problema será del todo diferente.
Creo que eso es lo primero: ver, no intelectual o verbalmente, sino
estar en contacto real con ese hecho. Desde el momento en que nacemos
hasta aquel en que morimos, hay esta incesante batalla interna y
externa; y ¿podemos ver, de modo efectivo, el hecho de que este
conflicto no es inteligente? ¿Qué es lo que nos da la energía, la
vitalidad, para entrar en contacto emocional con un hecho?
Sabéis
que por centurias se nos ha educado para vivir en conflicto, para
aceptarlo o para encontrar algún modo de eludirlo. Y sabéis que hay
interminables evasiones: entregarse a la bebida, a las mujeres, a las
iglesias, a Dios, volverse terriblemente intelectual, lleno de
conocimiento, encender la radio, comer en exceso. Y también sabemos
que ninguna de estas evasiones resuelve el problema del conflicto;
sólo sirven para aumentarlo. Pero ¿afrontamos nosotros
deliberadamente el hecho de que no hay evasión alguna? Creo que
nuestra dificultad primordial es que hemos establecido tantas
evasiones que nos hemos incapacitado para ver el hecho directamente.
Tenemos,
pues, que entrar a fondo en al cuestión de estas evasiones
conscientes o inconscientes. Creo que es bastante fácil descubrir
las evasiones conscientes. Sois conscientes, ¿no es así?, cuando
encendéis la radio o cuando vais a la iglesia el domingo, de haber
hecho durante toda la semana una vida brutal, ambiciosa, envidiosa,
fea. Pero es mucho más difícil descubrir lo que son las evasiones
ocultas, inconscientes.
Quisiera
entrar un poco en todo este problema de la conciencia. Esta, en su
totalidad, se ha constituido a través del tiempo, ¿no es así? Es
el resultado de millares de años de experiencia; está hecha de las
influencias raciales, culturales, sociales, del pasado, y es
transferida mediante la familia, el individuo, mediante la educación,
etc. La suma de todo eso es la conciencia; y si queréis examinar
vuestra propia mente, hallaréis que en la conciencia hay siempre una
dualidad, el observador y lo observado. Espero que esto no sea
demasiado difícil. Esta no es una clase de psicología ni una
diversión analítica, intelectual. Estamos hablando de una efectiva
experiencia viviente, en la que tenemos que penetrar deliberadamente
vosotros y yo, si es que no vamos a quedarnos meramente en el nivel
verbal.
Tiene
que haber conflicto en la totalidad de la conciencia mientras haya en
ella una división entre el pensador y el pensamiento. Esta división
implica contradicción; y donde hay contradicción tiene que haber
conflicto. Sabemos ¿no es cierto?, que estamos en la contradicción,
tanto exterior como interiormente. Exteriormente hay contradicción
en nuestras acciones, al querer vivir de cierta manera y estar
enredados en actividades diferentes; e interiormente hay
contradicción en nuestros pensamientos, sentimientos y deseos. El
sentimiento, el pensamiento, el deseo, la voluntad y la palabra
componen la totalidad de nuestra conciencia, y en esa totalidad hay
contradicción, porque siempre hay en ella una división: el censor,
el observador, que está siempre vigilando, aguardando, cambiando,
reprimiendo, y el sentimiento o pensamiento sobre el cual se actúa.
Si
uno ha penetrado por sí mismo en este problema no por medio de
libros, filosofías y leyendo todas las cosas que han dicho otros,
que son todas palabras vacías, sino si habéis entrado en ello muy a
fondo, con insistencia, sin elección, sin negar ni aceptar- entonces
tiene uno que descubrir el hecho de que la totalidad de la conciencia
es, en sí misma, un estado de contradicción, porque siempre está
el pensador actuando sobre el pensamiento, y esto hace surgir
incesantes problemas.
Surge,
pues, la cuestión de si es inevitable esta división en la
conciencia. ¿Existe acaso un pensador separado, o es que el
pensamiento ha creado al ‘pensador’, para tener un centro de
permanencia desde el cual pensar y sentir?
Como
veis, si queremos comprender el conflicto, tenemos que penetrar en
todo esto. No basta decir simplemente, ‘quiero escapar del
conflicto’. Si eso es todo lo que queremos, lo mismo podríamos
tomar una droga, un tranquilizante, cosa bastante fácil y barata.
Mas si uno desea entrar en ello realmente a fondo y eliminar de raíz
todas las fuentes de conflicto, tiene que investigar la totalidad de
la conciencia: todos los oscuros rincones de su mente y corazón, los
secretos escondrijos en que la contradicción se oculta. Y sólo
puede uno comprender a fondo cuando empieza e inquirir por qué hay
esta división entre el pensador y el pensamiento. Tenéis que
averiguar si existe siquiera un pensador, o sólo el pensamiento. Y
si sólo hay pensamiento, ¿por qué existe este centro del cual
viene todo pensamiento?
Puede
uno ver ¿no es cierto?, por qué el pensamiento ha creado un centro
como el yo, el ego; el nombre que uno le dé no hace al caso,
mientras reconozca uno que hay un centro del que surge todo
pensamiento. El pensamiento ansía permanencia; y viendo que sus
expresiones son impermanentes. crea el ‘yo’ como un centro.
Entonces aparece la contradicción.
Para
ver efectivamente todo esto y no limitarse a aceptarlo
verbalmente- tenemos ante todo que rechazar por entero todos los
escapes, cortar como un cirujano toda forma de evasión. Eso requiere
intensa percepción, en que no haya elección ni el aferrarse a las
evasiones placenteras y evitar las dolorosas. Esto requiere energía,
constante vigilancia, porque el cerebro se ha acostumbrado tanto a
escapar, que el escape se ha vuelto más importante que el hecho
efectivo del cual está huyendo. Pero sólo cuando hay una negación
total, de todos los escapes, puede uno encarar, hacer frente al
conflicto.
Entonces,
cuando uno ha llegado hasta ahí, cuando física, emocional e
intelectualmente ha rechazado toda forma de evasión, ¿qué pasa?
¿Hay entonces un problema? Por cierto, es la evasión lo que crea el
problema. Cuando ya no estáis compitiendo con vuestro prójimo,
cuando ya no tratáis de realizaros, de cambiar lo que sois en alguna
otra cosa, ¿hay conflicto? Entonces podéis encarar efectivamente el
hecho de lo que sois, sea lo que fuere; ya no hay juicio en forma de
‘bueno’ o ‘malo’. Entonces sois lo que sois, y el hecho mismo
actúa; no hay un ‘vos’ que actúe sobre el hecho.
Todo
esto es realmente muy interesante si de hecho lo indagáis.
Considerad los celos. La mayoría de nosotros somos celosos,
envidiosos, en forma aguda o atenuada. Cuando veis realmente que sois
celosos, sin negarlo, sin condenarlo, ¿qué ocurre? ¿Son entonces
los celos una mera palabra, o son un hecho? Espero estéis siguiendo
esto, porque, como veis, la palabra tiene una extraordinaria
importancia para la mayoría de nosotros. Las palabras ‘Dios’, la
palabra ‘comunista’, la palabra ‘negro’, tienen un inmenso
contenido emocional, neurológico. De la misma manera, la palabra
‘celos’ está ya recargada. Ahora bien, cuando la palabra se deja
de lado, hay entonces un sentimiento que queda: ese es el hecho, no
la palabra. Y para percibir el sentimiento sin la palabra se requiere
estar libre de condenación, de justificación.
Alguna
vez, cuando estéis celosos, irritados, o más especialmente cuando
estéis disfrutando de algo, mirad a ver si podéis distinguir la
palabra del sentimiento, si lo de mayor importancia es la palabra, o
el sentimiento. Entonces descubriréis que al mirar el hecho sin la
palabra, hay una acción que no es un proceso intelectual; el hecho
mismo actúa, y por consiguiente no hay contradicción, no hay
conflicto
Es
realmente muy extraordinario descubrir por sí mismo que solo existe
el pensar, y no el pensador. Entonces hallaréis que podemos vivir
sin contradicción en este mundo, porque entonces necesitamos muy
poco. Si uno necesita mucho sexual, emocional, psicológica, o
intelectualmente-, hay el depender de otro; y en cuanto hay
dependencia, hay contradicción y conflicto. Cuando la mente se
libera del conflicto, de esta libertad surge un movimiento totalmente
diferente. La palabra ‘paz’, tal como la conocemos, no es
aplicable a ello, porque para nosotros la palabra tiene muchos
significados diferentes, según la persona que la use, ya sea un
político o un sacerdote o algún otro. No es la paz en los cielos
que se promete para cuando estéis muertos; no se halla en ninguna
iglesia, en ninguna idea, ni en la adoración de ningún Dios. Surge
cuando cesa por completo todo conflicto interior; y eso sólo es
posible cuando no se siente necesidad. Entonces no hay necesidad ni
aun de Dios; sólo hay un inmensurable movimiento que no puede ser
corrompido por ninguna acción.
PREGUNTA: ¿Cómo es
posible, sin destruir o reprimir el deseo, darle libertad?; y ¿lo
hace desaparecer el considerarlo sin condenarlo?
KRISHNAMURTI: Ante todo,
tenemos una idea de que el deseo es cosa mala, porque produce varias
formas de conflicto y contradicción. Hay en nuestro interior muchos
deseos, pugnando en diferentes direcciones. Ese es un hecho: tenemos
deseos, y ellos crean conflicto. La pregunta es: ¿cómo vivir con el
deseo intensamente, sin destruirlo? Si cedemos al deseo, cuando lo
realizamos, en ese mismo hecho de ceder existe también el dolor de
la frustración. No quiero dar un ejemplo, porque el explicar por
medio de un ejemplo determinado pervierte la comprensión de la
totalidad del deseo.
Primero
tenemos que ver muy claramente que toda forma de condenación del
deseo no es más que el eludir la comprensión de éste. Si se ve
claramente este hecho, surge entonces la cuestión de qué haremos
con el deseo. Él está ahí, ardiente. Hasta ahora lo hemos
condenado, o aceptado, o disfrutado; y en su mismo disfrute hay
dolor. En su represión, en su control, también hay dolor. Pero si
no lo condenamos ni lo evaluamos, entonces está ahí, ardiente; ¿y
qué tenemos que hacer? Pero ¿es que llegamos alguna vez a ese
estado? Porque en ese estado sois el deseo, ya no hay ‘vosotros y
el deseo’, como dos cosas separadas
Lo
que siempre ocurre es ¿verdad?, que queremos hacer desaparecer los
deseos penosos y aferrarnos a los placenteros. Yo digo que esa es una
actitud del todo falsa. Pregunto: ¿podéis mirar el deseo sin
condenar, sin juzgar, sin escoger entre los diversos deseos? ¿Lo
habéis hecho alguna vez? Lo dudo.
Para
comprender el significado del deseo, para vivir con él, para
comprenderlo, para verlo efectivamente, sin juicio de ninguna clase,
para eso se necesita inmensa paciencia íntima. No creo que lo hayáis
hecho nunca. Pero si queréis intentarlo, hallaréis que entonces no
hay contradicción, no hay conflicto. Entonces el deseo tiene un
sentido muy distinto; entonces el deseo puede ser la vida.
Mas,
en tanto digamos ‘el deseo es malo’ o ‘el deseo es bueno’, o
‘¿debo ceder?’, ‘¿no debo ceder?’, en todo ese proceso
estáis creando una división entre vosotros y el deseo, y por lo
tanto tiene que haber conflicto. Lo que da comprensión es entrar en
vosotros mismos tranquilamente, penetrar profundo en vosotros mismos
inquiriendo, investigando por qué condenáis, qué es lo que estáis
buscando. Entonces, partiendo de esa indagación interna, en la cual
no hay nada de elección, descubriréis que podéis vivir con el
deseo y que este tiene un sentido muy diferente. Para vivir con
cualquier cosa necesitáis energía, vitalidad; y no queda energía
cuando estáis todo el tiempo condenando y juzgando. Vivir con el
deseo es descubrir un estado en el que no hay contradicción alguna.
Eso significa que entonces hay amor, sin celos, sin odio, sin ninguna
forma de corrupción; y descubrir eso por uno mismo es realmente una
cosa maravillosa.
PREGUNTA: ¿Qué
queráis significar cuando dijisteis el otro día que tenemos que ser
perturbados?
KRISHNAMURTI: Por favor,
no me consideréis como autoridad; eso sería terrible. Sin embargo,
podéis ver vos mismo que el deseo de no ser perturbado es una de
nuestras principales exigencias. Y puede ser que la mente, el
cerebro, cuando cesa en su incesante parloteo, descubra que hay una
gran perturbación interior. Podéis ver vos mismo que tenéis todo
el tiempo ocupada la mente: con la esposa, el marido, el sexo, con la
nacionalidad, con Dios, con la búsqueda de la próxima comida, etc.
Y ¿habéis tratado alguna vez de descubrir por qué está ella
ocupada, y qué pasaría si no estuviera ocupada? Entonces os
enfrentáis con algo que nunca habéis pensado; y ese puede ser un
factor extraordinariamente perturbador. Y lo es. Esta constante
ocupación de la mente puede ser mera evasión del hecho que es la
tremenda soledad, la vacuidad. Y tenéis que hacer frente a esa
perturbación, y penetrar en ella.
10 de septiembre de 1961
XXV
HABLÁBAMOS el otro día
sobre el deseo y el conflicto que de él surge; y desearía seguir
con esto, y hablar también de la necesidad, la pasión y el amor,
porque creo que todos están relacionados. Si podemos indagar todo
esto honda y fundamentalmente, entonces quizá podamos comprender el
significado total del deseo. Pero antes de que podamos comprender el
deseo, con todos sus conflictos y torturas, creo que debemos
comprender la cuestión de la necesidad.
Necesitamos,
por supuesto, ciertas cosas exteriores superficiales, como ropas,
albergue y alimento. Ellas son absolutamente indispensables para
todos. Pero me pregunto si en verdad necesitamos alguna otra cosa.
¿Hay en realidad alguna necesidad, psicológicamente, del sexo, de
la fama, del apremio compulsivo de la ambición, de la perpetua
exigencia interior de más y cada vez más? ¿Qué necesitamos,
psicológicamente? Creemos necesitar muchísimas cosas, y de eso
proviene toda la tristeza de la dependencia. Mas si en realidad
penetramos en ello hondamente e inquirimos, ¿hay acaso alguna
necesidad esencial psicológica o íntima? Creo que valdría la pena
que nos hiciéramos seriamente esta pregunta. La dependencia
psicológica en las relaciones, la necesidad de estar en comunión
con otro, la necesidad de entregarse a alguna forma de pensamiento y
actividad, la necesidad de realizarse, de llegar a ser famoso: todos
conocemos tales necesidades y estamos perpetuamente cediendo a ellas.
Y creo que sería importante que pudiéramos, cada uno de nosotros,
tratar de descubrir lo que son efectivamente nuestras necesidades y
hasta qué punto dependemos de ellas. Porque, sin comprender la
necesidad no podremos comprender el deseo, ni la pasión, ni por lo
tanto el amor. Sea uno rico o pobre, es evidente que necesita
alimento, ropas y albergue, si bien aun en eso la necesidad puede ser
limitada, pequeña, o expansiva. Pero, fuera de eso, ¿hay acaso
alguna necesidad? ¿Por qué se han vuelto tan importantes nuestras
necesidades psicológicas una fuerza tan compulsiva, tan apremiante?
Y ¿son mera mente una evasión de algo mucho más profundo?
Al
indagar todo esto, no hablamos en términos de análisis. Tratamos de
enfrentarnos con el hecho, de ver exactamente lo que es; y eso no
necesita ninguna forma de análisis, de psicología, ni el rodeo de
ingeniosas explicaciones. Lo que tratamos de hacer es ver por
nosotros mismos lo que son nuestras necesidades psicológicas, no
despacharlas con explicaciones, no racionalizarlas, no decir, ‘¿qué
haré sin ellas? Tengo que tenerlas’. Todas esas cosas cierran la
puerta a la indagación. Y es evidente que la puerta está igualmente
bien cerrada cuando la indagación es meramente verbal, intelectual o
emocional. La puerta está abierta cuando realmente queremos hacer
frente al hecho, y eso no necesita un gran intelecto. Para comprender
un problema muy complejo necesitáis una mente clara, sencilla; pero
la sencillez y la claridad no existen cuando tenéis muchas teorías
y tratáis de evitar enfrentaros con la cuestión.
La
cuestión es, pues: ¿por qué tenemos una necesidad tan apremiante
de realizar? ¿Por qué somos tan implacablemente ambiciosos? ¿Por
qué tiene el sexo tan extraordinaria importancia en nuestra vida? No
se trata de la calidad ni del número de las necesidades de uno, ni
de si tiene uno el máximo o el mínimo; sino de por qué existe este
tremendo afán de realizarse, en la familia, en un nombre, en una
posición, etc., con toda su ansiedad, su frustración, su desdicha,
estimulado ello por la sociedad y bendecido por la iglesia.
Ahora
bien, cuando lo examináis, dejando de lado la reacción superficial
de decir: ‘¿qué me pasaría si no tuviera éxito en la vida?’,
creo que hallaréis que hay en ello una cuestión mucho más honda,
que es el temor de ‘no ser’, del aislamiento completo, del vacío
y de la soledad. Está ahí, profundamente oculta, esta tremenda
sensación de ansiedad, este miedo de quedar apartado de todo. Es por
eso que nos aferramos a toda clase de relaciones. Es por eso que hay
está necesidad de pertenecer a algo, a un culto, a una sociedad; de
entregarse a ciertas actividades, de aferrarse a alguna creencia;
porque de ese modo escapamos de esa realidad que este efectivamente
ahí, hondamente adentro. Es ese temor por cierto, el que fuerza la
mente, el cerebro, todo el ser, a entregarse a alguna forma de
creencia o relación, que luego llega a ser la necesidad, lo
necesario.
No
sé si habéis llegado hasta ahí en esta indagación, no verbalmente
sino de hecho. Significa ello descubrir por vosotros mismos y encarar
el hecho de que uno es completamente nada que interiormente está uno
tan vacío como una cáscara, recubierta de muchas joyas de
conocimiento y experiencia que realmente no son más que palabras,
explicaciones. Ahora bien, para encarar ese hecho sin desesperación,
sin el sentimiento de cuán terrible es, sino simplemente estar con
él, es necesario comprender primero la necesidad. Si comprendemos la
significación de la necesidad, entonces no tendrá ella tal poder
sobre nuestras mentes y corazones.
Volveremos
luego sobre ello, pero sigamos considerando el deseo. Conocemos ¿no
es cierto?, el deseo que es contradictorio, que es torturante, que
empuja en distintas direcciones; el dolor, la confusión, la ansiedad
del deseo, y el disciplinarlo, el someterlo a control. Y en la eterna
batalla con él, lo torcemos, dejándolo desfigurado e irreconocible;
pero él está ahí, constantemente vigilando, aguardando, empujando.
Hagáis lo que hiciereis: sublimarlo, huir de él, rechazarlo o
aceptarlo, darle rienda suelta, siempre está ahí. Y sabemos cuanto
han dicho, los maestros religiosos y otros, que no debemos desear,
que debemos cultivar el desapego, estar libres de deseo, cosa que es
realmente absurda, porque el deseo tiene que ser comprendido, no
destruido. Si lo destruís, podéis destruir la vida misma. Si
pervertís el deseo, si lo moldeáis, si lo sometéis a control, si
lo domináis o reprimís, podéis estar destruyendo algo
extraordinariamente bello.
Tenemos
que comprender el deseo; y es muy difícil comprender algo que es tan
vital, tan exigente, tan apremiante, porque en la realización misma
del deseo se engendra la pasión, con su placer y su dolor. Y si uno
ha de entender el deseo, es evidente que no tiene que haber elección.
No podéis juzgar el deseo como bueno o malo, noble o innoble, ni
decir: ‘mantendré este deseo y negaré ese otro’. Todo eso hay
que dejarlo de lado, si hemos de descubrir la verdad del deseo: su
belleza, su fealdad o lo que sea. Es una cosa muy curiosa de
considerar, pero aquí, en el Oeste, en Occidente, pueden realizarse
muchos deseos. Tenéis automóviles, prosperidad, mejor salud, la
capacidad de leer libros, de adquirir conocimientos y acumular
diversas clases de experiencia; mientras que si vais a Oriente, allí
aun carecen de alimentos, ropas y albergue, están todavía sumidos
en la miseria y la degradación de la pobreza. Pero, en Occidente
tanto como en Oriente, el deseo está ardiendo continuamente, en
todas direcciones está ahí: en lo exterior y en la profundidad
interior. El hombre que renuncia al mundo está tan invalidado por su
deseo de buscar a Dios como el que persigue la prosperidad. Está
pues ahí todo el tiempo, ardiente, contradictorio, creando
confusión, ansiedad, sentimientos de culpabilidad y desesperación.
No
sé si habéis experimentado alguna vez con todo esto. Mas, ¿qué
pasa si no condenáis el deseo, si no lo juzgáis como bueno o malo,
sino que simplemente os dais cuenta de él? Me pregunto si sabéis lo
que significa darse cuenta de algo. La mayoría de nosotros no nos
damos cuenta por habernos acostumbrado tanto a condenar, a juzgar, a
valorar, identificar, escoger. La elección evidentemente impide
darse cuenta, porque siempre se escoge como resultado del conflicto.
Darse cuenta, cuando entráis en una habitación, de todo el
mobiliario, de la alfombra o de su ausencia, etc. simplemente
verlo, darse cuenta de todo ello, sin ningún sentida de juicio es
muy difícil. ¿Habéis tratado alguna vez de mirar una persona, una
flor, una idea, una emoción, sin ninguna elección, ningún juicio?
Y si
uno hace lo mismo con el deseo, si vive uno con él sin negarlo
ni decir ‘¿qué haré con este deseo que es tan feo, tan
dominante, tan violento?’, sin darle un nombre, un símbolo, sin
encubrirlo con una palabra- entonces ¿no deja ya de ser causa de
perturbación? ¿Es entonces el deseo algo que haya que eliminar,
destruir? Queremos destruirlo porque un deseo se opone a otro,
creando conflicto, desdicha y contradicción; y puede uno ver cómo
trata de escapar de este perpetuo conflicto. ¿Podemos, pues, darnos
cuenta de la totalidad del deseo? Lo que quiero decir con ‘totalidad’
no es puramente un deseo o muchos, sino la cualidad total del deseo
mismo. Y puede uno darse cuenta de la totalidad del deseo sólo
cuando no hay opinión sobre él, ni palabra, ni juicio, ni elección.
Dándose cuenta de todo deseo según surge, no identificándose con
él ni condenándolo, en ese estado de alerta, ¿hay entonces deseo,
o es una llama, una pasión que es necesaria? La palabra ‘pasión’
se reserva generalmente para una cosa: el sexo. Mas, para mí, la
pasión no es el sexo. Debéis tener pasión, intensidad, para vivir
realmente con cualquier cosa; para vivir plenamente, para mirar una
montaña, un árbol, para mirar realmente un ser humano, debéis
tener una apasionada intensidad. Pero esa pasión, esa llama, no
existe cuando estáis cercados por diversos apremios, exigencias,
contradicciones, temores. ¿Cómo puede subsistir una llama cuando
está sofocada por tanto humo? Nuestra vida no es sino humo. Estamos
buscando la llama, pero la rechazamos al reprimir, al dominar, al
moldear la cosa que llamamos deseo.
Sin
pasión, ¿cómo puede haber belleza? No me refiero a la belleza de
cuadros, de edificios, de mujeres pintadas y todo lo demás. Esas
cosas tienen su propia forma de belleza, pero no estamos hablando de
la belleza superficial. Una cosa hecha por el hombre, como una
catedral, un templo, un cuadro, un poema o una estatua, puede o no
ser bella. Pero hay una belleza que está más allá del sentimiento
y el pensamiento y que no puede percibirse, comprenderse o conocerse
si no hay pasión. No comprendáis mal, pues, la palabra ‘pasión’.
No es una fea palabra; no es cosa que podáis comprar en el mercado o
hablar de ella en forma romántica; no tiene nada que ver con la
emoción, con el sentimiento. No es una cosa respetable; es una llama
que destruye todo lo falso. Y tenemos siempre mucho miedo de dejar
que esa llama devore las cosas que nos son queridas, las cosas que
llamamos importantes.
Después
de todo, las vidas que hacemos ahora, basadas en las necesidades, los
deseos y los medios de dominar el deseo, nos hacen más superficiales
y vacíos que nunca. Podemos ser muy sagaces, muy instruidos, capaces
de repetir lo que hemos acumulado; pero eso lo hacen las máquinas
electrónicas, y ya en algunos campos las máquinas son más capaces
que el hombre, más exactas y veloces en sus cálculos. Volvemos,
pues, siempre a lo mismo, que es que la vida, tal como la vivimos, es
muy superficial, estrecha, limitada, y todo porque en lo hondo
estamos vacíos, solitarios, y siempre tratando de ocultarlo, de
llenar ese vacío; por consiguiente la necesidad, el deseo, llegan a
ser una cosa terrible. Nada puede llenar ese profundo vacío
interior, ni los dioses, ni los salvadores, ni el conocimiento, ni
las relaciones, los hijos, el marido ni la esposa; nada. Pero si la
mente, el cerebro, la totalidad de vuestro ser puede ver eso, vivir
con ello, entonces veréis que, psicológicamente, íntimamente, no
hay necesidad de nada. Esa es la verdadera libertad.
Mas
eso requiere muy honda penetración, profunda indagación, vigilancia
incesante; y, partiendo de eso, tal vez conoceremos qué es el amor.
¿Cómo puede haber amor cuando hay apego, celos, envidia, ambición,
y toda la ficción que va con esas palabras? Entonces, si hemos
pasado por ese vacío que es un hecho, no un mito, no una idea-
hallaremos que el amor y el deseo y la pasión son la misma cosa. Si
destruís uno, destruís los otros; si corrompéis uno, corrompéis
la belleza. Para penetrar en todo esto, hace falta no una mente
desligada, no una mente consagrada, o religiosa, sino una mente que
esté indagando, que nunca esté satisfecha, que siempre esté
mirando, vigilando, observándose, conociéndose. Sin amor, nunca
descubriréis qué es la verdad.
PREGUNTA: ¿Cómo
puede uno descubrir cuál es su principal problema?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
dividir los problemas en mayores y menores? ¿No es todo un problema?
¿Por qué hacerlos pequeños o grandes, esenciales o no esenciales?
Si pudiéramos comprender uno solo, penetrar en él muy hondamente,
por pequeño o grande que sea, entonces dejaríamos al descubierto
todos los problemas. Esta no es una respuesta retórica. Tomad
cualquier problema: cólera, celos, envidia, odio, todos ellos los
conocemos muy bien. Si indagáis en la cólera muy profundamente, sin
limitaros a apartarla a un lado ¿qué está implicado entonces? ¿Por
qué está uno encolerizado? Porque se siente herido, porque alguien
ha dicho algo ofensivo. Y cuando alguien dice una cosa aduladora, os
sentís complacidos. ¿Por qué os ofendéis? Amor propio, ¿no es
así? ¿Y por qué existe el amor propio? Es porque tenemos una idea,
un símbolo, una imagen de nosotros mismos, de lo que deberíamos
ser, de lo que somos o de lo que no deberíamos ser. ¿Por qué
creamos una imagen de nosotros mismos? Porque jamás hemos estudiado
lo que de hecho somos. Creemos que deberíamos ser esto o aquello, el
ideal, el héroe, el ejemplo. Lo que suscita cólera es que se ataque
nuestro ideal, que tenemos de nosotros mismos. Y nuestra idea de
nosotros mismos es nuestra evasión del hecho de lo que somos. Pero
cuando observáis el hecho real de lo que sois, nadie puede heriros.
Entonces, si uno es un mentiroso y le dicen que lo es, ello no
significa que lo ofenden a uno; es un hecho. Pero cuando pretendéis
no ser mentiroso, y se os dice que lo sois, entonces os irritáis, os
violentáis. Estamos, pues, viviendo siempre en un mundo de ideas, un
mundo de mitos, y jamás en un mundo de realidad. Para observar lo
que es, para verlo, para estar familiarizado efectivamente con ello,
es necesario que no haya juicio, ni valoración, ni opinión, ni
temor.
PREGUNTA: ¿Podemos
liberarnos siguiendo alguna religión determinada?
KRISHNAMURTI: Ciertamente
que no. Como sabéis, dos mil o cinco mil años de enseñanza que os
persuade para creer en ciertas cosas, no es religión. Es propaganda.
Durante siglos se os ha dicho que sois francés, inglés, católico,
hindú, budista o musulmán, y repetís sin cesar esas palabras. ¿Y
queréis decir que una mente que ha sido así condicionada, así
influenciada, y que se ha hecho tan esclava de la propaganda, de la
ceremonia y el espectáculo de la religión, puede ser liberada
dentro de ese condicionamiento?
PREGUNTA: Habéis
dicho que, no por creer en Dios, encuentra uno a Dios; pero ¿podemos
encontrarlo por revelación?
KRISHNAMURTI: ¿Por qué
queréis que os revelen cosas, cuando no conocéis vuestro propio yo?
Vuestro propio yo os ha sido revelado esta tarde; vuestra manera de
pensar, de obrar, vuestros motivos, ambiciones, impulsos, vuestras
incesantes batallas con vosotros mismos, os han sido revelados, pero
no sabéis nada sobre ello. Sólo conocéis vuestras teorías,
vuestras visiones. Y si no conocéis lo que es inmediato, cercano y a
la mano, ¿cómo podéis conocer algo que es inmenso? Es, pues, mucho
mejor empezar por lo que está muy cerca, que es vosotros mismos. Y,
cuando hayan sido eliminados todos los engaños, las ilusiones,
descubriréis vosotros mismos qué es lo real. No tenéis entonces
que creer en Dios, no necesitáis tener una doctrina; está ahí, eso
que es sublime, innombrable.
PREGUNTA: ¿Por qué
sentimos temor criando llegamos a tener conciencia de nuestra propia
vacuidad?
KRISHNAMURTI: El temor
sólo surge cuando escapáis de la cosa que es; cuando la estáis
eludiendo, rechazando. Cuando os enfrentáis de hecho con la cosa,
cuando le hacéis frente, ¿hay entonces temor? El escapar, alejarse
del hecho, produce temor. El temor es el proceso del pensamiento, y
el pensamiento es del tiempo; y sin comprender todo el proceso del
pensamiento y del tiempo, no comprenderéis el temor. Mirar el hecho
sin eludirlo es la terminación del miedo.
PREGUNTA: Habéis
dicho que nuestras necesidades esenciales son el alimento, ropas y
albergue, mientras que el sexo pertenece al mundo de los deseos
psicológicos. ¿Podéis explicar esto algo más?
KRISHNAMURTI: ¡Estoy
seguro de que ésta es una cuestión sobre la cual todos quieren
descubrir! ¿Qué es el sexo? ¿Es el acto, o las imágenes
placenteras, el pensamiento, los recuerdos en torno a todo ello? ¿O
es sólo tan hecho biológico? ¿Y hay recuerdo, imagen, excitación,
necesidad, cuando hay amor, si puedo usar esta palabra sin
estropearla? Creo que tenemos que comprender el hecho físico,
biológico. Eso es una cosa. Todo el romanticismo, la excitación, la
sensación de que uno se ha entregado a otra persona, la
identificación de uno mismo con otro en esa relación, el sentido de
continuidad, la satisfacción: todo eso es otra cosa. Cuando nos
interesamos realmente en el deseo, en la necesidad, ¿hasta qué
profundidad desempeña un papel el sexo? ¿Es una necesidad
psicológica, tal como lo es biológica? Hace falta una mente, un
cerebro, muy claros, agudos, para distinguir entre la necesidad
física y la necesidad psicológica. Muchas cosas están implicadas
en el sexo y no simplemente el acto. El deseo de olvidarse de sí
mismo mediante otra persona, la continuidad de una relación, los
hijos, y el tratar de encontrar inmortalidad a través de los hijos,
de la esposa, del marido; el sentimiento de entregarse a otro, con
todos los problemas de los celos, del apego, del temor, la agonía de
todo eso, ¿es amor todo eso? Si no hay comprensión de la necesidad,
básicamente, en lo profundo, por completo, en los oscuros rincones
de la propia conciencia, entonces el sexo, el amor y el deseo hacen
estragos en nuestras vidas.
PREGUNTA: ¿Pueden
todos alcanzar la liberación?
KRISHNAMURTI:
Ciertamente. Ella no es para los pocos. La liberación no es una
forma de esnobismo, está ahí, para cualquiera que desee inquirirla.
Está ahí, con una belleza y fuerza cada vez más amplia y profunda,
cuando existe conocimiento propio. Y cualquiera puede empezar a
descubrir sobre sí mismo observándose, como os observáis en un
espejo. El espejo no miente; os muestra exactamente cómo es vuestro
rostro. Del mismo modo podéis observaros a vosotros mismos sin
distorsión. Entonces empezáis a descubrir acerca de vosotros
mismos. El conocerse, el aprender acerca de sí mismo, es una cosa
extraordinaria. El camino hacia la realidad, hacia esa desconocida
inmensidad, no pasa por la puerta de una iglesia, ni a través de
ningún libro, sino por la puerta del conocerse a sí mismo.
12 de septiembre de 1961
XXVI
CREO que sería bueno el
que pudiéramos experimentar de hecho aquello de que voy a hablar.
Para la mayoría de nosotros, la experiencia es cosa muy casual.
Respondemos en forma tímida, lánguida, a cualquier reto; hay
vacilación, miedo de lo que pueden ser las consecuencias. Nunca
respondemos a un reto completamente, con todo nuestro ser. Hay pues
siempre una falta de atención total cuando hay un reto, y por
consiguiente nuestras respuestas son muy limitadas, restringidas;
nunca son libres, completas. Tenemos que haber notado esto, y creo
que es muy importante considerarlo cuidadosamente, porque tenemos
muchísimas experiencias a lo largo del día, pasan por nosotros
muchas influencias, dejando cada una su señal. La palabra casual, un
gesto, una idea, una frase o mirada pasajera, todas estas cosas dejan
su marca, y nunca prestamos toda nuestra atención a ninguna de
ellas. Para experimentar cualquier cosa completamente tiene que haber
atención total; y podemos ver que la atención es muy diferente de
la concentración. La concentración es un proceso de exclusión, una
reducción, una eliminación, mientras que la atención incluye todo.
Como
voy a hablar de algo que es bastante complejo, creo que deberíamos
darnos cuenta de que el experimentar reclama atención total; no
solamente escuchar las palabras, sino experimentar efectivamente la
cosa. Escuchar es muy difícil. Apenas escuchamos nunca nada: un
pájaro, una voz, al marido, a la esposa o al hijo; sólo recibimos
descuidadamente unas pocas palabras y desechamos el resto, siempre
interpretando, cambiando, condenando y escogiendo. Escuchar reclama
cierta cualidad de plena atención, en que no pasa nada de eso, y en
que ponéis todo vuestro ser para descubrir.
De
modo que, para examinar el temor, de lo que voy a hablar ahora con
vosotros, para indagarlo bastante profundamente, hace falta sostenida
atención, no escuchar unas pocas frases solamente y luego desviaros
para pensar sobre vuestras propias ideas y problemas, sino pasar de
hecho por todo el problema del temor, hasta el mismo fin. Ser
realmente serio es tener la capacidad de ir hasta el fin mismo de
cualquier cuestión, sean las que fueren las consecuencias o el
resultado final.
Deseo
hablar sobre el miedo, porque el miedo falsea todos nuestros
sentimientos, nuestros pensamientos y nuestras relaciones. Es el
temor el que nos hace acudir, a la mayoría de nosotros, a lo que se
llama espiritual; es el temor el que nos empuja hacia las soluciones
intelectuales ofrecidas por tanta gente; es el temor el que nos hace
hacer toda clase de cosas raras o peculiares. Y me pregunto si jamás
hemos experimentado de hecho el temor, no el sentimiento que surge
antes o después de un acontecimiento. ¿Existe el temor, en sí
mismo? ¿O es que sólo existe el temor cuando se piensa en el mañana
o el ayer, en lo que ha pasado o en lo que pasará? ¿Existe jamás
temor en el presente activo, viviente? Cuando os enfrentáis con la
cosa de la cual decís que tenéis miedo, ¿hay temor en ese efectivo
momento?
Para
mí, es muy importante esta cuestión del temor; porque a menos que
la mente esté total, completa, absolutamente libre de toda clase de
temor temor de la muerte, de la opinión pública, de la
separación, de no ser amado, ya conocéis los muchos tipos y
variedades de temor a menos que la totalidad de la conciencia
esté libre de temor, es imposible llegar muy lejos. Puede uno
esforzarse ansiosamente en el encierro del propio cerebro; pero para
penetrar muy, muy profundo en sí mismo y ver lo que hay ahí y más
allá, no tiene que haber miedo de ninguna clase; ni el miedo a la
muerte, ni a la pobreza, ni el de no lograr algo.
El
temor, por su misma naturaleza, inevitablemente impide la indagación;
y a menos que la mente, todo el ser, esté libre de temor, no sólo
de los temores conscientes, sino de los temores hondos, secretos,
ocultos, de los que apenas se da uno cuenta, no habrá posibilidad de
descubrir qué es realmente eso, lo que es verdadero, lo ‘factual’,
y si de hecho existe ese sentido de lo sublime, de lo inmenso, de que
ha estado hablando el hombre durante siglos y más siglos.
Creo
que es posible estar enteramente libre de temor, no durante un
periodo, no de manera fortuita, sino estar literalmente libre de él
por completo. La experiencia de ese estada total sin temor es lo que
quiero indagar con vosotros.
Quiero
aclarar que no estoy hablando de memoria, no he pensado de antemano
la cuestión del temor para venir aquí a repetir lo que he ensayado.
Eso sería horriblemente fastidioso para mí y para vosotros. También
yo estoy indagando. Tiene que ser cada vez nuevo, y espero que
vosotros emprendáis el viaje de la indagación conmigo, y no os
intereséis sólo en vuestra particular clase de temor, ya se trate
de la. oscuridad, del médico, del infierno, de la enfermedad, de
Dios, de lo que puedan decir vuestros padres, de lo que diga la
esposa, el marido, o de cualquiera de las docenas de clases de temor.
Estamos investigando la naturaleza del temor y no alguna expresión
particular de él.
Ahora
bien, el lo examináis, veréis que sólo hay temor cuando el
pensamiento se detiene en el ayer o el mañana, en el pasado o el
futuro. El verbo activo nunca es temeroso, pero en el pasado o el
futuro del verbo siempre hay temor. No hay miedo en el efectivo
presente; y es una cosa extraordinaria descubrir esto por nosotros
mismos. No hay miedo de ninguna clase cuando existe el real momento
viviente, el presente activo. De manera que el pensamiento es el
origen del miedo, el pensamiento del mallara o del ayer. La atención
está en el presente activo. El pensamiento de lo que pasó ayer o de
lo que sucederá mañana es desatención, y la desatención engendra
temor, ¿no es así? Cuando puedo poner toda mi atención en
cualquier cosa, sin reservas, sin negarla, sin juzgarla ni evaluarla,
en ese catado de atención no hay miedo. Pero si hay desatención,
esto es, si digo: ‘¿qué pasará mañana?’, o si estoy atrapado
en lo que pasó ayer, entonces eso engendra temor. La atención
es el presente activo. El temor es el pensamiento aprisionado en el
tiempo. Cuando os veis enfrentado con algo real, efectivo, cuando hay
peligro, en ese momento no hay pensamiento, actuáis. Y esa acción
puede ser positiva o negativa.
El
pensamiento es, pues, tiempo; no tiempo según el reloj, sino el
tiempo psicológico del pensamiento. El tiempo engendra pues temor:
el tiempo como distancia de aquí allí, que es el proceso de llegar
a ser algo; el tiempo como las cosas que he dicho y hecho ayer, las
cosas ocultas que no quiero que sepa nadie; el tiempo como lo que
ocurrirá mañana, lo que será de mí cuando muera.
El
pensamiento es pues tiempo. Y en el presente activo ¿hay tiempo, y
hay pensamiento? Podemos ver ¿no es así?, que el miedo sólo existe
cuando el pensamiento se proyecta hacia adelante o hacia atrás, y
que el pensamiento es resultado del tiempo: tiempo como devenir o no
devenir; tiempo como realización o frustración. No estamos hablando
del tiempo cronológico; es evidente que sería desequilibrado y
tonto el tratar de prescindir de este. Estamos hablando del tiempo
como pensamiento. Si eso está claro, entonces tenemos que entrar en
la cuestión de qué es el pensamiento, qué es pensar. Y espero que
no estéis meramente escuchando las palabras, sino que escuchéis
realmente el reto de lo que se está diciendo, y respondáis por
vosotros mismos. Pregunto qué es el pensar. A menos que conozcáis
el mecanismo del pensar y que hayáis penetrado en él muy
profundamente, no podréis contestar, vuestra respuesta será
inadecuada. Y si vuestra respuesta es inadecuada habrá conflicto, y
al tratar de eludir el conflicto, se elude el hecho el hecho de
que no sabéis. En cuanto comprendéis que no tenéis respuesta, que
no sabéis, hay miedo. Me pregunto si segáis todo esto.
¿Qué
es, pues, el pensar? Obviamente, el pensar es la reacción entre reto
y respuesta ¿no es así? Os pregunto algo, y hay un intervalo de
tiempo antes de responder: En ese intervalo el pensamiento está
activo, buscando una respuesta. Es bastante sencillo escuchar esta
explicación; pero experimentar de hecho por vosotros mismos el
proceso del pensar, entrar en la cuestión de cómo responde el
cerebro a un reto y qué es el proceso de producir la respuesta,
requiere activa atención ¿no es así? Por favor observad vuestra
respuesta a la pregunta: ¿qué es pensar?. ¿Qué es lo que sucede?
No podéis responder; nunca lo habéis observado para descubrir;
estáis esperando alguna respuesta de vuestra memoria. Y en ese
lapso, en el intervalo entre la pregunta y la respuesta está el
proceso del pensar, ¿no es así? Si os pregunto algo con lo que
estáis familiarizado, como vuestro nombre, respondéis
instantáneamente, porque tras constante repetición sabéis la
respuesta muy bien. Si uno pregunta algo un poco más serio, hay un
intervalo de tiempo de varios segundos, ¿verdad?, durante el cual se
pone el cerebro en movimiento y busca la respuesta en la memoria. Si
se hace una pregunta mucho más compleja, el intervalo de tiempo es
mayor, pero el proceso es el mismo: mirar en la memoria, buscar las
palabras acertadas, hallarlas y luego responder. Seguid esto
despacio, por favor, porque es realmente muy entretenido e
interesante observar cómo se desarrolla este proceso. Todo ello
forma parte del conocerse a sí mismo.
Se
puede también hacer una pregunta tal como ‘¿cuántos kilómetros
hay de aquí a Nueva York?’, a la cual, después de rebuscar en la
memoria, tenéis que decir: ‘no sé, pero puedo averiguarlo’.
Esto lleva más tiempo. Y puede uno hacer una pregunta a la cual
tenéis que decir. ‘no sé la respuesta’; pero, al mismo tiempo,
estáis esperándola, esperando que os la digan. Hay pues la pregunta
familiar y la inmediata respuesta; la pregunta menos familiar, que
lleva un poco de tiempo; aquella en que hay algo de que no estáis
seguros, pero que podéis descubrir, lo que también lleva tiempo; y
la que tiene algo que no sabéis, pero pensáis que si esperáis
tendréis una respuesta.
Ahora
bien, si se hace la pregunta: ‘¿hay Dios, o no?’, ¿qué ocurre?
No se encuentra respuesta en la memoria, ¿verdad? Aunque os guste
creer, aunque se os haya dicho, tenéis que dejar de lado todos esos
disparates. No nos sirve la investigación en la memoria; no sirve de
nada esperar a que se os diga, porque nadie puede decíroslo, y el
intervalo de tiempo no es ya útil. Sólo hay el hecho en el presente
activo, la certeza absoluta de que no sabéis. Este estado de no
saber es atención completa, ¿no es así? Y todas las demás formas
de saber o no saber provienen del tiempo y del pensamiento, y son
inatención.
Al
seguir todo esto, ¿estáis aprendiendo? Por cierto, el aprender
implica no saber. El aprender no es aditivo, no podéis acumularlo.
En el proceso de reunir, de acumular, meramente estáis añadiendo
conocimiento, lo cual es estático. Mientras que el aprender está
constantemente cambiando, moviéndose, viviendo.
Por
consiguiente, ¿qué ocurre si estáis aprendiendo con respecto al
temor? Estáis persiguiendo al temor, ¿no es así? Vais tras del
temor, y no el temor tras de vosotros. Y entonces encontráis que no
existe eso de ‘vosotros y el temor’; no hay tal división. Así,
la atención es el presente activo, en el cual la mente, el cerebro,
dice: ‘no lo sé en absoluto’. Y en ese estado no hay miedo. Pero
hay miedo cuando decís: ‘no sé, mas lo espero’. Creo que este
es un punto muy decisivo para la comprensión. Vamos a verlo de otro
modo.
Después
de todo, el temor surge cuando estáis buscando seguridad, exterior o
interior; cuando queréis un estado que sea permanente, duradero,
estable, en las relaciones, en las cosas de este mundo, en la certeza
que da el conocimiento, en la experiencia emocional. Y finalmente
decimos que existe Dios, que es absoluta, eternamente permanente, y
que en él podemos hallar una paz, una seguridad imperturbable. Cada
uno está buscando seguridad en una u otra forma, y ya sabéis cómo
juega uno con todo ello: buscando seguridad en el amor, en la
propiedad, en la virtud, prometiéndose ser bueno, no ser sexual.
Todos conocemos los horrores involucrados en la abierta o secreta
busca de seguridad. Y eso es temor, porque nunca habéis descubierto
si hay seguridad. No lo sabéis. Uso estas palabras en el sentido de
que es un hecho que absoluta y completamente no lo sabéis. No sabéis
si hay Dios o no. No sabéis si habrá otra guerra o no. No sabéis
lo que va a ocurrir mañana. No sabéis si existe algo permanente
interiormente. No sabéis lo que va a pasar en vuestras relaciones,
con vuestra esposa, con vuestro marido, con vuestros hijos. No lo
sabéis, pero tenéis que averiguar, ¿verdad? Tenéis que descubrir
por vosotros mismos que no sabéis. Y ese estado de no saber, ese
estado de completa incertidumbre no es temor; es plena atención, en
la cual podéis descubrir
Vemos,
pues, que la totalidad de la conciencia, toda ella que incluye
lo superficial, lo consciente, lo oculto, y las mayores profundidades
del residuo racial, los motivos, todo lo que es pensamiento- es
esencialmente temor. Aunque pueda haber ciertas formas de placer, de
dolor, diversión, alegría y todo lo demás, veréis que es
resultado del tiempo. La conciencia es tiempo, es el resultado de
muchos días, meses, años y siglos. Vuestra conciencia como francés,
históricamente ha requerido muchas generaciones de propaganda. El
hecho de que seáis cristiano, católico o lo que sea, ha requerido
dos mil años de propaganda, durante los cuales se os ha hecho creer,
pensar, funcionar y actuar dentro de cierta norma que llaméis
cristiana. Y no tener ninguna creencia, el ser como nada, parece muy
temible. De modo que la conciencia total es temor. Eso es un hecho y
no podéis estar meramente de acuerdo o en desacuerdo con un hecho.
Ahora,
bien, ¿qué ocurre cuando os enfrentáis con un hecho? o tenéis
opiniones sobre el hecho, o sólo lo observáis. Si tenéis
opiniones, juicios, evaluaciones del hecho, entonces interviene el
tiempo, porque vuestra opinión es del tiempo, del ayer, lo que
habéis sabido anteriormente. El ver de hecho es el presente activo,
y en ese ver no hay temor. No os estoy hipnotizando al decir que no
hay temor. Este es un hecho real. Es la vivencia de un hecho efectivo
que libera del temor la conciencia total. Espero no estéis demasiado
cansados y estéis vivenciando esto, porque no podéis llevarlo a
casa para pensarlo; entonces no tiente valor. Lo que tiene valor es
encararlo directamente y penetrar en ello. Entonces veréis que todo
vuestro mecanismo pensante, con sus conocimientos, sutilezas,
defensas y negaciones, todo eso es pensamiento y la causa efectiva
del temor. Y vemos también que cuando hay total atención, no hay
pensamientos; hay mera percepción, ver.
Cuando
hay atención, hay completa quietud; porque en esa atención no hay
exclusión. Cuando el cerebro puede estar en completa quietud, no
dormido sino activo, sensible, vivo, en ese estado de atenta quietud,
no hay temor. Entonces hay una calidad de movimiento que no es
pensamiento en absoluto, ni es impresión, emoción o sentimiento. No
es una visión, una ilusión; es una clase de movimiento totalmente
distinta, que lleva a lo Innombrable, a lo Inconmensurable, a la
Verdad.
Pero
infortunadamente no estáis realmente escuchando, vivenciando, porque
no habéis penetrado de hecho en ello; no habéis llegado a inquirir
hasta ahí. Por tanto, pronto el miedo os invadirá de nuevo y os
abrumará. Tenéis, pues, que penetrar en él; y a medida que
penetréis, él se irá disolviendo. Esa es la base. Y cuando hayáis
puesto los cimientos, nunca buscaréis, porque toda busca de la
realidad se basa en el temor. Cuando la mente, el cerebro, esté
libre de temor, entonces descubriréis.
PREGUNTA: He leído un
libro vuestro sobre educación. ¿No podríamos fundar una escuela de
esa clase mientras estéis aquí en París?
KRISHNAMURTI: Ante todo,
señores, hemos estado hablando del temor, no de fundar escuelas. Si
queréis fundar una escuela de esa clase, es cosa vuestra, no mía,
porque yo me iré a fines de la semana próxima. Y las escuelas no se
fundan tan fácilmente. Tiene que haber fuego tras de ello. Esta
pregunta es correcta en su propio lugar; pero tal vez podamos hacer
preguntas más pertinentes.
PREGUNTA: ¿Por qué
tienen temor los niños?
KRISHNAMURTI: ¿No es la
pregunta: por qué tenéis temor vosotros? Es bastante evidente por
qué tienen miedo los niños: Están rodeados por una sociedad que se
basa en el miedo. Los padres están atemorizados; y el niño necesita
esencialmente seguridad, y cuando se ve privado de ella, tiene temor.
Como veis, no estáis enfrentando el hecho de que tenéis temor.
PREGUNTA: ¿Es posible
hallarse siempre en el estado de plena atención que excluye el
miedo?
KRISHNAMURTI: En la
atención no hay exclusión; no es un proceso de resistencia. Hemos
entrado en la cuestión del temor y vimos que no hay temor cuando
estáis atendiendo. En la atención no hay un proceso de pensamiento
excluyente. Podéis utilizar el pensamiento, pero no hay
exclusivismo. No sé si veis lo que digo. Estoy atendiendo; en el
momento estoy ahí completamente. Pero estoy utilizando palabras para
comunicar. El uso de las palabras se limita a eso solamente, a la
comunicación, y no a la vivencia del hecho mismo.
Y
hay la cuestión de si podemos mantener plena atención. ‘Mantener’
implica tiempo, y por lo tanto ya habéis destruido la atención. Si
cesa la atención, dejadla, y dejad que surja. No digáis: ‘tengo
que mantenerla’; pues eso significa esfuerzo, tiempo, pensamiento,
y todo lo demás.
PREGUNTA: ¿Está
relacionada toda la memoria con el conocimiento, o es ese silencio
una memoria de distinta clase?
KRISHNAMURTI: Todo el
proceso de conocer de reunir experiencia, se convierte en memoria,
que es tiempo. Conocemos el proceso mecánico de acumular memoria.
Cada experiencia incomprendida, incompleta, deja su huella, a la que
llamamos memoria.
Y
¿es esa quietud una memoria de clase diferente? No tiene nada que
ver en absoluto con la memoria. Esta implica ¿no es así?,
continuidad: el pasado, el presente y el futuro. La quietud no tiene
continuidad; y es importante comprender esto. Puede uno inducir,
disciplinar el cerebro para que esté quieto, y esa disciplina tiene
continuidad; pero la quietud que es resultado de la disciplina, de la
memoria, no es quietud en absoluto.
Hablamos
de una quietud que llega sin invitación, cuando no hay miedo de
ninguna clase, manifiesto o secreto. Y cuando existe esa quietud, que
es una absoluta necesidad, y que no es de la memoria, entonces hay
una clase de movimiento del todo diferente.
14 de septiembre de 1961
XXVII
QUISIERA hablar de algo
que me parece importante; es la cuestión de la mutación y el
cambio. ¿Qué entendemos por cambio? Y ¿a qué nivel, a qué
profundidad cambiamos? Evidentemente, el cambio es necesario; no sólo
tiene que cambiar el individuo, sino también lo colectivo. No creo
que haya ninguna mente colectiva, excepto los instintos raciales
heredados y el conocimiento almacenado en el subconsciente; pero
obviamente, la acción colectiva es necesaria. Mas para que esa
acción colectiva sea completa, no discordante, el individuo tiene
que cambiar en su relación con lo colectivo. En la acción misma del
individuo que cambia, seguramente lo colectivo también cambiará. No
son dos cosas separadas, opuestas entre sí, el individuo y lo
colectivo, aunque ciertos grupos políticos tratan de separarlas y de
forzar al individuo a ajustarse a lo llamado colectivo.
Si
pudiéramos aclarar juntos todo el problema del cambio, cómo
producir un cambio en el individuo y lo que ese cambio implica,
entonces tal vez, en el acto mismo de escuchar, participando en la
indagación, podría producirse un cambio sin vuestra volición. Para
mí, un cambio deliberado, un cambio que es compulsivo,
disciplinario, por conformidad, no es cambio en absoluto. La fuerza,
la influencia, alguna nueva invención, la propaganda, un temor, un
motivo, os compelen a cambiar; mas eso no es ningún cambio. Y aunque
intelectualmente podáis asentir con facilidad a esto, os aseguro que
es muy extraordinario el sondear la verdadera naturaleza del cambio
sin motivo.
La
mayoría de nosotros tenemos hábitos de pensamiento, de ideas, de
inclinaciones físicas, tan fijos, tan profundamente arraigados, que
parece casi imposible abandonarlos. Hemos establecido ciertos modos
de comer, insistimos en ciertos alimentos, varias formas de vestir,
hábitos físicos, hábitos emocionales y hábitos de pensamiento,
etc.; y resulta realmente muy difícil producir un cambio profundo,
radical, sin alguna amenaza compulsiva. El cambio que conocemos en
siempre muy superficial. Una palabra, un gesto, una idea, un invento,
pueden hacer que rompamos un hábito y nos ajustemos a una nueva
norma, y creemos que hemos cambiado. Dejar una iglesia e incorporarse
a otra, dejar de llamarse francés para llamarse europeo o
internacionalista, esa clase de cambio es muy superficial; es mera
cuestión de comercio, de intercambio. Un cambio en la manera de
vivir, el emprender un viaje alrededor del mundo, el cambiar de
ideas, de actitudes, de valores, todo este proceso me parece muy
superficial, porque es resultado de alguna fuerza compulsiva,
exterior o interior.
Podemos,
pues, ver muy claramente que el cambiar debido a cualquier influencia
exterior, por temor, o debido al deseo de lograr un resultado, no es
un cambio radical. Y nosotros necesitamos un cambio completo, una
tremenda revolución. Lo que necesitamos no es un cambio de ideas, de
normas, sino romper, destruir por completo todas las normas. Podemos
ver, históricamente, que todas las revoluciones, por muy
prometedoras, por muy violentas que hayan sido al principio, terminan
invariablemente en la repetición del viejo modelo; y que todos los
cambios producidos por la compulsión del temor o de la recompensa,
de la ganancia, son simplemente otra adaptación. Y tiene que haber
un cambio, porque no podéis seguir viviendo con estas actitudes,
creencias y dogmas mezquinos, estrechos, limitados. Tienen que ser
destruidos, quebrantados. Y ¿cómo van a ser quebrantados? ¿Cuáles
son los procesos que romperán totalmente la formación de hábitos?
¿Es posible no tener norma alguna, no dejar un hábito para
establecer otro?
Si
hasta aquí se ha comprendido toda la cuestión, entonces podemos
proceder a descubrir si es posible obtener una cualidad de la mente o
el cerebro que sea siempre fresca, siempre joven, nueva, que jamás
cree un hábito de pensamiento, ni se aferre a un dogma o creencia.
Me parece, pues, que tenemos que inquirir acerca de todo el armazón
de la conciencia en que funcionamos. El total de nuestra conciencia,
la oculta y la superficial, funciona dentro de un marco, un límite;
y la cuestión con que nos enfrentamos es la destrucción de los
límites. No es simplemente cuestión de cambiar de modo de pensar;
porque podéis pensar de una nueva manera, como el más reciente
comunista, o adoptar una nueva creencia; pero ello estará aún
dentro del marco de la conciencia, del pensamiento; y el pensamiento
es siempre limitado. De modo que un cambio en la norma de pensamiento
no es la destrucción de las limitaciones de la conciencia.
La
mayoría de nosotros estamos muy satisfechos con un ajuste
superficial y creemos que es un progreso el aprender una nueva
técnica, un nuevo idioma, conseguir un nuevo empleo, hallar otra
manera de ganar dinero, o entablar una nueva relación cuando la
antigua se vuelve fastidiosa. Para la mayoría de nosotros la vida
está en ese nivel: adaptación, compulsión, romper con las viejas
normas y quedar presos en otras nuevas. Pero eso no es cambio en
absoluto, y las presentes circunstancias humanas reclaman una
completa revolución, una mutación total. Tenemos pues que penetrar
mucho más hondo en la conciencia para descubrir si es posible
producir un cambio radical, de modo que se rompan las limitaciones
del pensamiento y quede libre la conciencia.
Tal
vez superficialmente, conscientemente, podáis borrar un poco lo que
está sobre la pizarra; pero limpiar los profundos recovecos del
propio corazón y mente, lo oculto, lo inconsciente, parece casi
imposible ¿no es verdad? Porque no sabéis lo que hay allí; la
mente superficial no puede penetrar en el oscuro depósito de la
memoria. Pero ello tiene que ser hecho.
Espero
que no os limitaréis a seguir todo esto verbal, intelectualmente,
porque ese sería un estúpido juego; sería como jugar con cenizas.
Mas, si seguís experimentalmente, ‘factualmente’ no al que
habla, sino el experimento que vosotros mismos estáis realizando-
entonces creo que ello tendrá gran valor. Así que ¿cómo podemos
entrar en lo inconsciente, en los ocultos rincones del propio
corazón, mente y cerebro? Los psicólogos y los analistas tratan de
retrotraeros a la infancia y todo lo demás; pero esto no resuelve en
absoluto el problema fundamental, porque existe el intérprete, el
que evalúa, y os estaréis ajustando simplemente de nuevo a una
norma. Hablamos de destruir las normas por completo, porque las
normas son sencillamente las experiencias de millares de años,
forzadas sobre el cerebro, que es fantásticamente sensible y
adaptable, por repetición.
¿Cómo
haremos, pues, para romper las normas? Ante todo, tenemos que estar
seguros de que el proceso analítico seguido por el psicólogo, el
analista o por vosotros mismos, carece de valor cuando lo que nos
interesa es la completa transformación, la mutación completa. Puede
tener algún valor al capacitar a una persona mentalmente enferma
para adaptarse más a la presente malsana sociedad; pero no estamos
hablando de eso. Antes de poder seguir adelante, tenemos que estar
completamente seguros de que el análisis no puede producir una
revolución total en la conciencia. ¿Qué está implicado en el
análisis? Tanto si os lo hace otra persona como si lo hacéis
vosotros mismos, siempre hay el observador y lo observado ¿no es
verdad? Existe el observador, que vigila, critica, censura; y él
está interpretando lo que observa de acuerdo con una serie de
valores que ya tiene. Hay pues una división entre el observador y lo
observado, un conflicto; y si el observador no observa con precisión,
hay un falseamiento, y este falseamiento se lleva en adelante
indefinidamente, causando más profunda incomprensión. No termina
pues nunca el error de cálculo en el análisis. De eso podéis estar
absolutamente seguros; seguros en el sentido de que podéis ver que
ese no es el buen camino para liberar la conciencia.
De
modo que si, no sabiendo cuál es el correcto enfoque, podemos sin
embargo rechazar el enfoque falso, entonces la mente se halla en un
estado de negación ¿no es así? Me pregunto si habréis ensayado
alguna vez el pensar negativo. La mayor parte de nuestro pensar es
positivo, que también incluye cierta forma de negación. Nuestro
pensar se basa actualmente en el miedo, en la ganancia, en la
recompensa, en la autoridad; pensamos de acuerdo a una fórmula, y
ese pensar es positivo, con sus propias negaciones. Pero nosotros
estamos hablando de negar lo falso sin saber qué es verdadero.
¿Podemos decirnos: ‘sé que el análisis es falso, que no
destruirá las limitaciones de la conciencia ni producirá una
mutación, de modo que no lo consentiré’? O bien, ‘sé que el
nacionalismo es un veneno, tanto si es el de Francia como el de Rusia
o la India, de modo que lo rechazo. Sin saber qué otra cosa puede
haber, puedo ver que el nacionalismo es un mal’. Y para ver que los
dioses, los salvadores, las ceremonias que el hombre ha inventado,
tanto si son de hace diez mil años, de dos mil años, o de los
últimos cuarenta años, para ver que carecen de validez y para
rechazarlos por completo, para eso hace falta una mente, un cerebro,
muy claros, que no tengan miedo en su negación. Y entonces, al negar
lo que es falso, estáis ya empezando a ver lo que es verdadero ¿no
es así? Para ver lo verdadero tiene que haber primero negación, la
negación de lo que es falso. No sé si estáis siguiendo todo esto.
Para
descubrir qué es la belleza, tenéis que negar toda la belleza que
el hombre ha creado. Para experimentar la esencia de la belleza,
tiene que haber primero la destrucción de todo lo que se ha creado
hasta ahora; porque la expresión, por muy maravillosa que sea, no es
belleza. Para descubrir qué es la virtud, que es cosa
extraordinaria, tiene que eliminarse por completo la moral social de
la respetabilidad, con todos sus necios tabúes sobre lo que debéis
y no debéis hacer. Cuando veis y rechazáis lo que es falso, sin
saber de antemano lo que es verdadero, entonces en eso está el
auténtico estado de negación. Sólo la mente y el cerebro vacíos
de lo falso pueden descubrir lo verdadero.
De
modo que si el proceso analítico no rompe el marco dentro del cual
funciona la conciencia, si habéis rechazado ese proceso, entonces
tenéis que preguntaros cuáles son las demás cosas falsas que hay
que negar. Espero estéis siguiendo todo esto.
Seguramente,
la otra cosa que hay que negar es la de manda de un cambio. ¿Por qué
queremos un cambio? Nunca reclamáis un cambio si las condiciones
actuales os convienen, os satisfacen. No queréis una revolución si
tenéis un millón de dólares. No queréis una revolución si estáis
cómodos, si sois burgueses, establecidos en la sociedad con vuestra
esposa, vuestro marido, vuestros hijos. Decís entonces: ‘¡por
Dios, dejadlo todo en paz!’ Sólo queréis un cambio cuando estáis
molestos, descontentos, cuando queréis más dinero, una casa mejor.
De modo que si penetráis en ello muy hondamente, veis que nuestra
demanda de cambio es la exigencia de una vida más cómoda, más
ventajosa. Se basa en un motivo, adquirir una nueva clase de confort,
de seguridad. Ahora bien, si consideréis falso ese proceso, como
debéis considerarlo, si queréis descubrir qué es verdadero ¿existe
entonces la búsqueda de un cambio? ¿Existe siquiera una búsqueda?
Al
fin y al cabo, todos los que estáis aquí queréis descubrir ¿no es
así? ¿Qué buscáis y por qué buscáis? Si entráis en ello a
fondo, hallaréis que estáis descontentos de las cosas como están,
y queréis algo nuevo. Y lo nuevo tiene que ser siempre
satisfactorio, consolador, tranquilizante, seguro. Las personas
llamadas religiosas buscan a Dios. Por lo menos ellas así lo dicen.
Pero la busca implica seguramente algo que habéis perdido, algo que
habéis conocido y que queréis recobrar. ¿Cómo podéis buscar a
Dios? No sabéis nada sobre Dios, excepto lo que se os ha dicho, que
es propaganda. La iglesia sigue por la propaganda, y los comunistas
también. Pero no sabéis nada sobre Dios; y para descubrir tenéis
primero que negar totalmente, dejar de lado toda forma de propaganda,
todos los engaños que las iglesias y otros han urdido.
Así
pues, para que se produzca la completa mutación en la conciencia,
tenéis que rechazar el análisis y la búsqueda, no estar más bajo
ninguna influencia, lo cual es enormemente difícil. La mente, viendo
lo que es falso, lo ha dejado de lado por completo, sin saber qué es
verdadero. Si ya conocéis lo verdadero, entonces estáis meramente
cambiando lo que consideráis falso por lo que imagináis verdadero.
No hay renunciación si sabéis lo que vais a recibir a cambio. Sólo
hay renunciación cuando dejáis algo sin saber lo que va a pasar.
Ese estado de negación es completamente necesario. Os ruego sigáis
esto con cuidado, porque, si habéis llegado hasta aquí, veréis que
en ese estado de negación descubrís lo que es verdadero; porque la
negación consiste en vaciar la conciencia de lo conocido.
Después
de todo, la conciencia se basa en el conocimiento, la experiencia, la
herencia racial, la memoria, en las cosas que uno ha experimentado.
Las experiencias siempre son del pasado, actuando sobre el presente,
son modificadas por el presente y continúan en el futuro. Todo eso
es la conciencia, el vasto depósito de siglos. Tiene su utilidad
solamente en el vivir mecánico. Sería absurdo negar todo el
conocimiento científico adquirido a lo largo del dilatado pasado.
Pero para producir una mutación en la conciencia, una revolución en
toda esta estructura, tiene que haber vacío completo. Y ese vacío
únicamente es posible cuando hay descubrimiento, cuando de hecho se
ve qué es falso. Entonces veréis, si habéis llegado hasta ahí,
que el vacío mismo produce una revolución completa en la
conciencia; se ha realizado.
Como
sabéis, muchos de nosotros tenemos miedo, nos espanta estar solos.
Siempre queremos una mano en qué apoyarnos, una idea a que asirnos,
un Dios que adorar. Nunca estamos solos. En nuestro cuarto, en un
ómnibus, tenemos la compañía de nuestros pensamientos, de nuestras
ocupaciones; y cuando estamos con otras personas, nos adaptamos al
grupo, a la compañía. Realmente nunca estamos solos, y para la
mayoría de las personas, sólo pensar en ello es espantoso. Mas la
mente, el cerebro que están completamente solos, vacíos de toda
exigencia, de toda forma de ajuste, de toda influencia, vaciados por
completo, sólo una mente así descubre que ese mismo vacío es
mutación.
Os
aseguro que todo nace de lo vacío; todo lo nuevo surge de esta
vasta, inconmensurable, insondable sensación de vacuidad. Esto no es
romanticismo, no es una idea, no es una imagen, no es una ilusión.
Cuando negáis por completo lo falso sin saber lo que es verdadero,
entonces hay una mutación en la conciencia, una revolución, una
transformación total. Acaso entonces ya no exista la conciencia tal
corno la conocemos, sino algo enteramente distinto; esa conciencia,
ese estado, puede vivir en este mundo, porque no estamos negando el
conocimiento mecánico. De modo que, si habéis penetrado en ello,
ahí está.
Pero
la mayoría de nosotros queremos un cambio que es sólo una
continuidad modificada. En eso no hay nada nuevo. En eso no hay mente
fresca, joven. Y sólo la mente fresca, inocente, joven, es la que
puede descubrir lo que es verdadero; y sólo a una mente así, libre
de lo conocido, puede llegar lo Innombrable, lo Incognoscible.
PREGUNTA: Si unto
percibe lo falso como falso, y lo deja, ¿es eso negación, o hay
algo más en ella?
KRISHNAMURTI: Creo que
hay algo más que eso en la negación. ¿Qué es lo que os hace
negar, cuál es la razón, el motivo? Lo que os impulsa a rechazar
algo es el miedo o bien el provecho. Si ya no os consuela vuestra
iglesia, ingresáis a otra, o a alguna estúpida secta. Pero si
rechazáis toda clase de iglesia, toda forma de aferrarse a algo que
os dé consuelo, sin saber a dónde os va a llevar, en ese estado de
incertidumbre, en ese estado de peligro, entonces eso es negación.
Eso requiere una percepción muy clara de que cualquier organización
religiosa es perjudicial, es algo feo, que mantiene al hombre en
cautiverio; y, cuando negáis eso, negáis todas las organizaciones
espirituales. Y eso significa que tendréis que estar solo ¿no es
así? En cambio, todos vosotros queréis pertenecer a una u otra
cosa, llamaros franceses, ingleses, alemanes, católicos,
protestantes, y todas las demás cosas. Instar completamente fuera de
todo eso es negación.
PREGUNTA: ¿Cómo
podemos vivir prácticamente en este mundo, cuando llegamos a ese
sentimiento de vacuidad?
KRISHNAMURTI: Ante todo,
¿llegáis a eso? Y además, nosotros no hemos negado el conocimiento
mecánico, ¿verdad? Debéis tener conocimiento mecánico para vivir
en este mundo, para ir a vuestra oficina, para funcionar como
ingeniero, como electricista, violinista o lo que queráis. Estamos
hablando de una revolución en la conciencia, en la psiquis, en el
ser entero. El conocimiento técnico superficial, la maquinaria
mecánica del funcionamiento del empleo diario, eso lo debéis tener.
Pero si la mente que utiliza este conocimiento técnico no es
completamente libre, no se halla en estado de mutación, entonces el
mecanismo superficial se vuelve destructivo, nocivo, feo, brutal; y
eso es lo que está pasando en el mundo.
PREGUNTA: ¿Podéis
decirnos otra vez por qué es erróneo el análisis? No lo he
comprendido bien.
KRISHNAMURTI: Vamos a
considerarlo de otro modo. ¿Qué son los sueños? ¿Por qué
soñamos? No me estoy desviando de la cuestión. Soñáis porque
durante el día tenéis el cerebro tan ocupado, que no tiene la
quietud en la cual y con la cual pueda profundizar. Y ya sabéis cómo
está ocupado: con el empleo, la competencia, con mil cosas. De modo
que, mientras estáis dormidos, hay insinuaciones, intimaciones de lo
inconsciente, que se convierten en símbolos, sueños; y, al
despertar, los recordáis y tratáis de interpretarlos o de que os
los interprete otro. Ya conoceis todo este proceso. Pero ¿por qué
soñáis siquiera? ¿Por qué habéis de soñar? ¿No es acaso el
sonar si puedo usar la palabra- falso? Porque, si sois
observadores, si os dais cuenta de todo lo que pasa alrededor y
dentro de vosotros en todas las horas de vigilia, entonces, en esa
vigilancia dejáis al descubierto todo a medida que avanzáis, todos
los motivos inconscientes salen a la mente consciente y son
comprendidos, deseos, impulsos. Entonces, cuando dormís, no es
posible soñar; entonces el dormir tiene otro significado
completamente distinto. Lo mismo pasa con el análisis. Si podéis
percibir el proceso total del análisis de una ojeada y
efectivamente podéis- entonces veis muy bien que mientras haya un
observador, un censor que interpreta, el análisis tiene siempre que
ser falso. Porque la condenación o la aprobación que formula el
censor se basa en su condicionamiento.
PREGUNTA: Habláis de
librarse de toda influencia; pero, ¿no están influyendo sobre
nosotros estas reuniones?
KRISHNAMURTI: Si el
orador os está influenciando, entonces lo mismo podríais ir al
cine, a la iglesia, o a ‘misa’. Si sois influido por el que
habla, entonces estáis creando autoridad; y cualquier forma de
autoridad os impide comprender lo real, lo verdadero. Y si sois
influenciados por el que habla, no habéis comprendido lo que él ha
estado diciendo durante la hora pasada, o los últimos treinta años.
Estar libre de toda influencia de los libros que leéis, los
periódicos, el cine, la educación que habéis tenido, la sociedad a
que pertenecéis, la influencia de la iglesia-, darse cuenta de todas
las influencias y no quedar atrapado en ninguna de ellas, eso es
inteligencia. Eso requiere estar alerta, vigilante, darse cuenta de
todo lo que pasa dentro, de toda reacción, lo cual significa no
dejar pasar un sólo pensamiento sin conocer el contenido, el
trasfondo, el motivo de ese pensamiento.
17 de septiembre de 1961
XXVIII
SI se me permite,
quisiera hablar con vosotros sobre un asunto bastante complejo, que
es la muerte. Pero antes de comenzar, desearía sugerir a quienes
están tomando notas, que no lo hagan. El que habla no está dando
una conferencia de la que tomáis apuntes y más tarde vosotros u
otros interpretáis lo que se ha dicho. Los intérpretes son
explotadores, tanto si son bien intencionados como si sólo buscan
darse importancia. Por eso propondría seriamente que escuchéis, que
experimentéis, en vez de reflexionar sobre ello luego, o escuchar
los comentarios de otros sobre lo mismo, todo lo cual es tan inútil.
Quisiera
también señalar que las palabras en sí, tienen muy poco sentido.
Son símbolos, usados con objeto de comunicarse. Tengo que usar
ciertas palabras, pero las empleo con el fin de conversar; y a través
de ellas uno tiene que tentar su camino hacia cosas que no son
explicables con palabras; y en eso hay un peligro, porque somos
propensos a interpretar las palabras de acuerdo a nuestro agrado o
desagrado, y perder por lo tanto el significado de lo que en realidad
se ha dicho. Estamos tratando de descubrir qué es falso y qué es
verdadero, y para hacer esto, tiene uno que ir más allá de las
palabras. Y al ir más allá de las palabras está ese peligro de
nuestra propia interpretación personal, individual, de esas
palabras. De manera que si deseamos penetrar de veras profundamente
en este problema de la muerte, como intento hacerlo, tenemos que
darnos cuenta de las palabras y de su significado y cuidarnos de no
interpretarlas de acuerdo con lo que nos gusta o no nos gusta. Si
nuestras mentes están libres de la palabra, del símbolo, entonces
podremos estar en comunión unos con otros más allá de las
palabras.
La
muerte es un problema bastante complejo, si es que realmente hemos de
experimentar y penetrar en él profundamente. Nosotros, o lo
racionalizamos, lo explicamos intelectualmente y nos desentendemos de
él, o bien tenemos creencias, dogmas, ideas, a que recurrimos. Pero
los dogmas, creencias y racionalizaciones no resuelven el problema.
La muerte está allí, siempre está ahí. Aunque los médicos y
científicos puedan prolongar la maquinaria física por cincuenta o
más años, la muerte está esperando. Y para comprenderla tenemos
que penetrarla, no verbalmente, intelectual o sentimentalmente, sino
de veras encarar el hecho y penetrar en él. Eso requiere mucha
energía, gran claridad de percepción; y la energía y la claridad
faltan cuando hay miedo.
A la
mayoría de nosotros, seamos jóvenes o viejos, nos asusta la muerte.
Aunque vemos pasar la carroza fúnebre todos los días, la muerte nos
espanta; y donde hay miedo, no hay comprensión. De modo que para
entrar en el problema de la muerte, el requisito primero, esencial,
es estar libre de miedo. Y por ‘entrar’ entiendo vivir con la
muerte no verbalmente, no intelectualmente, sino de hecho saber
lo que se siente al vivir con algo tan drástico tan definitivo, con
lo que no podéis discutir, no podéis regatear. Pero para hacer
esto, primero tiene uno que estar libre de miedo; y eso es
extraordinariamente difícil.
No
sé si alguna vez habéis ensayado estar libres del miedo de
cualquier cosa: de la opinión pública, de perder vuestro empleo, de
estar sin una creencia. En tal caso sabréis que es extremadamente
difícil deshacerse por completo del miedo. ¿Conocemos el miedo de
hecho, o es que siempre hay un intervalo entre el proceso de
pensamiento y el hecho? Si temo la opinión pública, qué dirá la
gente, ese temor es sólo un proceso de pensamiento, ¿no es así?
Pero cuando se presenta efectivamente el momento de enfrentar el
hecho de lo que está diciendo la gente, en ese momento mismo no hay
temor. En el total darse cuenta no hay experimentador. No sé si
jamás habéis ensayado estar completamente atento sin ninguna
elección, estar enteramente perceptivo sin nada que limite la
atención. Si uno está así consciente, puede ver que siempre está
huyendo, siempre está escapando de las cosas a las cuales tiene
miedo. Y es ese huir de las cosas que la mente considera temibles lo
que crea el miedo, lo que es el miedo. Lo que significa en realidad
que el miedo es causado por el tiempo y el pensamiento.
Y
¿qué es el tiempo? Aparte del tiempo cronológico del reloj en
el sentido de mañana, de ayer- ¿hay tiempo, interiormente,
psicológicamente? ¿O es que el pensamiento ha inventado el tiempo
como medio de llegar, como medio de ganar, para cubrir el intervalo
entre lo que es y lo que debería ser? Lo que
debería ser es sólo una afirmación ideológica; no tiene
validez, es sólo una teoría. Lo efectivo, lo ‘factual’, es lo
que es. Frente a frente con lo que es no hay miedo. Uno
tiene miedo de saber lo que en verdad uno es, pero al enfrentar
realmente lo que es, no hay miedo. Es el pensamiento, es el
pensar acerca de lo que es, lo que crea el miedo. Y el
pensamiento es un proceso mecánico, una respuesta mecánica de la
memoria; de manera que la cuestión es: ¿puede el pensamiento morir
para sí mismo? ¿Puede uno morir para todos los recuerdos, las
experiencias, los valores, los juicios que ha acumulado?
¿Habéis
ensayado alguna vez morir para algo? ¿Morir, sin argumento, sin
elección, para un dolor, o más especialmente para un placer? En el
morir no hay argumento; no podéis argüir con la muerte; es
definitiva, absoluta. Del mismo modo tiene uno que morir para un
recuerdo, para un pensamiento, para todas las cosas, para las ideas
que ha acumulado, reunido. Si lo habéis ensayado, sabréis cuán
extraordinariamente difícil es eso; cómo la mente, el cerebro, se
aferra, se apega a un recuerdo. Abandonar algo totalmente,
completamente, sin pedir nada en cambio, requiere una clara
percepción, ¿verdad?
Mientras
haya continuidad de pensamiento como tiempo, como placer y dolor,
tiene que haber miedo; y donde hay miedo, no hay comprensión. Creo
que esto es bastante sencillo y claro. Tiene uno miedo de tantas
cosas; pero si tomáis una de esas cosas y morís para ella por
completo, entonces hallaréis que la muerte no es lo que habíais
imaginado que era; es algo totalmente diferente. Pero nosotros
queremos continuidad. Hemos tenido experiencias, reunido
conocimientos, acumulado diversas formas de virtud, formado un
carácter, etc.; y tenemos miedo de que eso termine; y así
preguntamos ‘¿qué me pasará cuando venga la muerte?’ Y ese es
en realidad el problema. Conociendo la inevitabilidad de la muerte,
recurrimos a la creencia en la reencarnación, la resurrección y
todas las fantasías involucradas en la creencia lo que en
realidad es una continuación de lo que sois. Y de hecho ¿qué sois?
Dolor, esperanza, desesperación, diversas formas de placer; estáis
atados por el tiempo y la tristeza. Tenemos unos pocos momentos de
alegría pero el resto de nuestra vida es vacío, superficial, una
constante batalla, lleno de lucha y miseria. Esto es todo lo que
conocemos de la vida y esto es lo que queremos que continúe. Nuestra
vida es la continuidad de lo conocido; nos movemos y actuamos de lo
conocido a lo conocido; y cuando lo conocido se destruye, surge toda
la sensación del miedo, miedo de hacer frente a lo desconocido. La
muerte es lo desconocido. Así pues, ¿puede uno morir para lo
conocido y hacerle frente? Es ésta la cuestión.
No
estoy hablando de teorías. No estoy traficando con ideas. Estamos
tratando de descubrir qué significa vivir. Vivir sin miedo puede ser
inmortalidad, estar libre de muerte. Morir para los recuerdos, para
el ayer y el mañana, es por cierto vivir con la muerte; y en ese
estado no hay miedo de la muerte y de todas las absurdas invenciones
que el miedo crea. ¿Y qué significa morir interior mente? El
pensamiento es una continuidad del ayer hacia el futuro, ¿verdad? El
pensamiento es la respuesta de la memoria. La memoria es el resultado
de la experiencia y ésta es el proceso del reto y la respuesta.
Podéis ver que el pensamiento funciona siempre en el terreno de lo
conocido; y en tanto esté funcionando la maquinaria del pensamiento,
tiene que haber miedo. Porque es el pensamiento que impide inquirir
en lo desconocido.
Mirad,
estamos tratando de examinar esto juntos. No os estoy hablando como
una persona que ha descubierto algo nuevo y os lo está refiriendo
simplemente para que sólo lo sigáis verbalmente. Debéis seguirlo y
escudriñar vuestra propia mente y corazón. Debe haber conocimiento
propio; porque el conocerse a sí mismo es el comienzo de la libertad
del miedo.
Nos
preguntamos si es posible vivir con la muerte, no a último momento
cuando la mente está enferma o hay vejez o un accidente, sino de
hecho descubrirlo ahora. Vivir con la muerte debe ser una experiencia
extraordinaria, algo totalmente nuevo, no pensado, y que el
pensamiento no puede descubrir. Y para descubrir qué significa vivir
con la muerte, debéis tener inmensa energía, ¿no es así? Para
vivir con vuestra esposa, con vuestro esposo, con vuestros hijos, con
vuestros vecinos y no ser pervertido, desviado; para vivir con un
árbol, con la naturaleza, para hacer frente a eso necesitáis tener
energía. Para vivir con una cosa fea debéis tener energía; de lo
contrario la cosa fea os torcerá, o llegaréis a acostumbraros a
ella mecánicamente; y lo mismo vale para lo bello. A menos que
viváis intensamente, completamente, con plenitud en un mundo de esta
clase, donde hay todo tipo de propaganda, de influencia, de presión,
de control, de falsos valores, llegaréis a acostumbraros a todo
ello, y eso embota la mente, el espíritu. Y para tener energía no
debe haber miedo; lo que significa que no se debe pedir nada en
absoluto a la vida. No sé si podéis llegar hasta eso: no pedir nada
a la vida.
El
otro día hemos discutido sobre la ‘necesidad’. Necesitamos
ciertas comodidades físicas, alimento y techo; pero tener exigencias
psicológicas para la vida significa que estáis mendigando, que
tenéis miedo. Requiere una intensa energía estar solo. Comprender
esto no es cuestión de pensar sobre ello. Sólo hay comprensión
cuando no hay elección, ni se juzga, sino que únicamente hay
observación. Morir cada día significa no arrastrar todas vuestras
ambiciones de ayer, vuestros agravios, vuestros recuerdos de
realizaciones, vuestros rencores, vuestros odios. La mayoría de
nosotros de caemos, pero eso no es morir. Morir es saber qué es el
amor. El amor no tiene continuidad, ni mañana. El retrato de una
persona en la pared, la imagen en vuestra mente, eso no es amor, es
sólo recuerdo. Como el amor es lo desconocido, así también la
muerte es lo desconocido. Y para penetrar lo desconocido, que es la
muerte y el amor, tiene uno que morir primero para lo conocido. Solo
entonces la mente es fresca, joven e inocente; y en eso no hay
muerte.
Sabéis,
si os observáis a vosotros mismos como en un espejo, que no sois más
que un haz de recuerdos, ¿verdad? Y todos esos recuerdos son del
pasado; todos han terminado, ¿verdad? ¿No puede uno, pues, morir
para todo eso de golpe? Esto puede hacerse, sólo que exige mucha
autoinvestigación, y darse cuenta de cada pensamiento, de cada
gesto, de cada palabra, de manera que no haya acumulación. Por
cierto, uno puede hacer esto. Entonces sabréis qué es morir cada
día; y tal vez sepamos también entonces qué es amar cada día, y
no simplemente conocer el amor como recuerdo. Todo lo que ahora
conocemos es el humo del apego, el humo de los celos, de la envidia,
de la ambición, de la codicia, y todas estas cosas. No conocemos la
llama tras el humo. Pero si uno puede apartar el humo completamente,
entonces encontraremos que vivir y morir son la misma cosa, no
teóricamente, sino de hecho. Después de todo, lo que continúa, lo
que no llega a un término, no es creativo. Lo que tiene continuidad
jamás puede ser nuevo. Es sólo en la destrucción de la continuidad
que existe lo nuevo. No me refiero a la destrucción social o
económica; eso es muy superficial. Y si habéis penetrado en esto
muy profundamente, no sólo al nivel consciente sino mucho más
hondo, más allá del alcance del pensamiento, más allá de toda
conciencia la cual está aún dentro del marco del pensamiento-
entonces hallaréis que morir es algo extraordinario. Entonces morir
es creación. No el escribir poemas, pintar cuadros o inventar nuevos
artefactos eso no es creación. La creación viene sólo cuando
habéis muerto para todas las técnicas, para todo conocimiento, para
todas las palabras.
La
muerte, pues, tal como la concebimos, es miedo. Y cuando no hay
miedo, porque estáis invitando a la muerte cada minuto, entonces
cada minuto es algo nuevo; es nuevo porque interiormente lo viejo ha
sido destruido. Y para destruir no debe haber miedo, sino sólo el
sentido de completa soledad; poder estar completamente solo, sin
Dios, sin familia, sin nombre, sin tiempo. Y esto no es
desesperación. La muerte no es desesperación. Al contrario, es
vivir cada instante completamente, totalmente, sin la limitación del
pensamiento. Y entonces encontraréis que la vida es muerte, y que la
muerte es creación y amor. La muerte, que es destrucción, es
creación y amor; ellos siempre van juntos; los tres son
inseparables. Al artista sólo le interesa su expresión, lo que es
muy superficial, y él no es creativo. La creación no es expresión,
está más allá del pensamiento y del sentimiento, está libre de
técnica, libre de palabra y color. Y esa creación es amor.
PREGUNTA: ¿Cómo van
a existir las generaciones futuras si morimos a cada minuto?
KRISHNAMURTI: Creo, si
puedo decirlo así, que habéis entendido mal todo esto. ¿Os
interesa realmente qué ocurrirá a las próximas generaciones? ¿Es
incompatible el amor con la procreación de los hijos? ¿Sabéis lo
que significa amar realmente a alguien? No hablo de la lujuria. No
estoy hablando de esa identificación completa uno con el otro, de
manera que os sentís arrastrados. Eso es relativamente fácil cuando
estáis impulsados por la emoción. No hablo de eso. Estoy hablando
de esa calidad de la llama que existe cuando vos o el otro cesáis
por completo. Pero creo que muy pocos han conocido eso; muy pocos han
cesado, ni aún por un momento. Si realmente sabéis lo que eso
significa, entonces no es cuestión de futuras generaciones. Después
de todo, si en verdad os interesaran las generaciones futuras,
tendríais diferentes escuelas, una clase de educación totalmente
distinta, ¿no es así?, sin la competencia y todas las demás cosas
entorpecedoras.
PREGUNTA: Si uno no
sabe qué es la verdad mientras vive, ¿lo sabrá cuando esté
muerto?
KRISHNAMURTI: Señor,
¿qué es la verdad? La verdad no es algo que os ha dicho la iglesia,
el sacerdote, vuestro vecino o un libro; no es una idea o una
creencia. Es algo vital, nuevo; tenéis que descubrirlo; está allí
para que lo descubráis. Y para descubrirlo tenéis que morir para
las cosas que ya conocéis. Para ver algo muy claramente, para ver la
rosa, la flor, para ver a otra persona sin interpretación, debéis
morir para la palabra, para los recuerdos sobre esa persona. Entonces
sabréis qué es la verdad. La verdad no es algo lejano, algo
misterioso que sólo puede descubrirse cuando estáis físicamente
muertos, en el cielo o en el infierno. Si estuvierais de veras
hambrientos, no os satisfarías con explicaciones sobre el alimento.
Querríais alimento, no la palabra ‘alimento’. Del mismo modo, si
queréis descubrir acerca de la verdad, entonces la palabra, el
símbolo, las explicaciones, son sólo cenizas, carecen de
significado.
PREGUNTA: Veo que
tenemos que estar libres de miedo para tener esa energía, y sin
embargo me parece que en cierta manera el miedo es necesario. ¿Cómo
vamos, pues, a salir de este circulo vicioso?
KRISHNAMURTI:
Seguramente, cierta medida de miedo físico es necesaria, de otra
manera terminaríais bajo un ómnibus. Hasta cierto punto la propia
advertencia de la autoprotección es necesaria. Pero más allá de
eso no debe haber miedo de ninguna clase. Utilizo la palabra ‘debe’,
no como una orden, sino porque es inevitable. No creo que veamos la
importancia, la necesidad de estar total e íntimamente libres de
miedo. Una mente temerosa no puede proceder a descubrir en ninguna
dirección. Y la razón de que no veamos esto, es que hemos erigido
muchos muros de seguridad alrededor nuestro y estamos atemorizados
por lo que pasaría, si esas garantías, esas resistencias, fuesen
destruidas. Todo lo que conocemos es la resistencia y la defensa.
Decimos, ‘¿qué me pasará si no tengo resistencia contra mi
esposa, mi esposo, mi vecino, mi jefe?’ Puede no pasar nada, o
puede pasar todo. Para descubrir la verdad acerca de ello, debemos
estar libres de resistencia, de miedo.
PREGUNTA: Mientras os
estamos escuchando, tal vez vivamos en ese estado; pero, ¿por qué
no vivimos en él continuamente?
KRISHNAMURTI: Me
escucháis, ¿verdad?, porque soy bastante insistente, porque soy
enérgico y amo aquello de que estoy hablando. No es que me guste
precisamente hablar a un auditorio eso no tiene sentido alguno para
mí. Descubrir qué significa vivir con la muerte es amar la muerte,
comprenderla, penetrar en ella por completo, totalmente, a cada
minuto del día. De manera que me escucháis porque os estoy
arrinconando para que os veáis a vosotros mismos. Mas después
olvidaréis todo esto. Volveréis a la vieja rutina, y luego diréis,
‘¿cómo puedo salir de esta rutina?’ Por eso es realmente mucho
mejor no escuchar en absoluto, antes que hacer un nuevo problema de
cómo continuar en otro estado. Tenéis bastantes problemas: guerras,
vuestros vecinos, vuestros esposos o esposas, vuestros hijos,
vuestras ambiciones. No agreguéis otro. O morid completamente,
conociendo la necesidad, la importancia, la urgencia de ello, o
seguid sin más. No creéis otra contradicción, otro problema.
PREGUNTA: ¿Qué
podéis decir de la muerte física?
KRISHNAMURTI: ¿No se
desgasta toda maquinaria? La máquina, por precisamente que esté
construida, por bien aceitada que esté, debe finalmente desgastarse.
Comiendo correctamente, haciendo ejercicio, encontrando la droga
adecuada, podéis vivir ciento cincuenta años, pero al fin la
máquina se derrumbará, y entonces tendréis este problema de la
muerte. Tenéis el problema al principio y lo tenéis al final. Por
lo tanto es mucho más sabio, más cuerdo, más racional, resolver el
problema ahora y terminar con él.
PREGUNTA: ¿Cómo
responderemos al niño que nos pregunta acerca de la muerte?
KRISHNAMURTI: Sólo
podéis responder al niño si vosotros mismos sabéis qué es la
muerte. Podéis decir al niño que el fuego quema porque vosotros
mismos os habéis quemado. Pero no podéis decir al nido qué es el
amor, ¿verdad?, o qué es la muerte. Ni podéis decir al niño qué
es Dios. Si sois católico, cristiano, con creencias y dogmas,
responderéis al niño en concordancia; pero eso es sólo vuestro
condicionamiento. Si vosotros mismos habéis entrado íntimamente en
la casa de la muerte, entonces sabréis realmente qué decir al niño.
Pero si jamás habéis probado lo que significa morir, de hecho,
íntimamente, entonces cualquier respuesta que deis al niño carecerá
de valor, será sólo un conjunto de palabras.
19 de septiembre de 1961
XXIX
EN esta plática
necesitamos abarcar mucho terreno, y puede ser algo difícil, o tal
vez la palabra acertada sea ‘extraño’. Voy a usar ciertas
palabras que pueden significar una cosa para vosotros y otra muy
diferente para mí. Para entrar realmente en comunión uno con otro
en todos los niveles, debemos tener una comprensión mutua de las
palabras que usamos y su significado. La meditación, que me propongo
indagar con vosotros, tiene para mí una enorme importancia, mientras
que tal vez para vosotros sea una palabra de esas que utiliza uno más
bien ocasionalmente. Quizá para vosotros signifique un método para
lograr un resultado, para llegar a alguna parte; y puede implicar la
repetición de palabras y frases para calmar la mente, y la actitud
de la súplica. Mas, para mí, la palabra ‘meditación’ tiene un
significado extraordinario; y para penetrar en él plenamente, que es
lo que pienso hacer, tenemos primero que comprender, creo, el poder
que crea ilusión.
La
mayoría de nosotros vivimos en un mundo de meras apariencias. Todas
nuestras creencias son ilusiones; carecen de toda validez. Y para
desnudar la mente de toda clase de ilusión y del poder de crearla,
hace falta una percepción realmente clara, aguda, la capacidad de
razonar bien, sin ninguna evasión, ninguna desviación. Un cerebro
que no tenga temor, que no se oculte tras secretos deseos, un cerebro
que esté muy quieto, sin ningún conflicto, una mente así es capaz
de descubrir lo verdadero, de descubrir si hay Dios. No me refiero a
la palabra ‘Dios’, sino a lo que esa palabra representa, algo no
medible en términos de palabras o de tiempo, si es que existe tal
cosa. Para descubrir, por cierto tiene que terminar toda forma de
ilusión y el poder de crearla. Y el despejar la mente de toda
ilusión es, para mí, la vía de la meditación. Creo que por la
meditación se llega a un vasto campo de inmenso descubrimiento: no
invención, no visiones, sino algo enteramente distinto que está de
hecho más allá del tiempo, más allá de las cosas que han sido
concebidas por la mente del hombre a través de siglos de búsqueda.
Si uno quiere realmente descubrir eso por sí mismo, tiene que poner
la adecuada fundación, y el poner la acertada base es la meditación.
Copiar un modelo, ir tras un sistema, seguir un método de
meditación, todo eso es demasiado infantil, demasiado falto de
madurez, es tan sólo imitación y no conduce a ninguna parte, aunque
produzca visiones.
La
correcta base para descubrir si existe una realidad detrás de las
creencias que la propaganda ha impuesto sobre la mente de cada uno,
solo se produce por el autoconocerse. El propio hecho de conocer
acerca de uno mismo es meditación. Saber sobre sí mismo no es saber
lo que uno debería ser; eso no tiene validez ni realidad, es
simplemente una idea, un ideal. Pero comprender lo que es, el hecho
efectivo de lo que uno es, de instante en instante, eso requiere que
la mente se libere del condicionamiento. Entiendo por
‘condicionamiento’, todas las imposiciones que ha hecho sobre
nosotros la sociedad, la religión, a través de la propaganda, de la
insistencia, de la creencia, del miedo, del cielo y el infierno.
Incluye el condicionamiento de la nacionalidad, del clima, de la
costumbre, de la tradición, de la cultura como francés, hindú o
ruso, y las innumerables creencias, supersticiones, experiencias, que
forman todo el trasfondo en que vive la conciencia y que se ha
establecido por el propio deseo de estar seguro. Y la investigación
de ese trasfondo y su destrucción es lo que constituye la colocación
de la correcta base para la meditación.
Sin
libertad, no podemos ir muy lejos; sólo deambulamos dentro de la
ilusión, que no tiene sentido alguno. Si queremos descubrir si hay o
no realidad, si queremos de veras ir hasta el fin mismo de ese
descubrimiento no meramente jugar con ideas, por muy
agradables, intelectuales, razonables o aparentemente sanas que sean-
tiene que haber primero libertad, liberación del conflicto. Y eso es
sumamente difícil. Es bastante fácil eludir el conflicto; podemos
seguir algún método, tomar una píldora, un sedante, una bebida, y
ya no somos conscientes del conflicto. Pero para entrar a fondo en
toda la cuestión del conflicto, hace falta atención.
Atención
y concentración son dos cosas diferentes. La concentración es
exclusión, estrechar la mente o el cerebro para enfocar aquello que
se desea estudias, observar. Eso se comprende con bastante facilidad.
Y la concentración excluyente crea distracciones ¿no es así?
Cuando deseo concentrarme y la mente divaga sobre alguna otra cosa,
esa otra cosa es una distracción, y por tanto hay un conflicto. Toda
concentración implica distracción, conflicto y esfuerzo. Por favor,
no os limitéis a seguir mis palabras, mis explicaciones, sino seguid
en realidad vuestros propios conflictos, vuestras distracciones,
vuestros esfuerzos. El esfuerzo implica conflicto ¿no es así?; y
sólo hay esfuerzo cuando queréis ganar, alcanzar, evitar, seguir o
negar.
Este,
si puedo decirlo así, es un punto muy importante que hay que
comprender: que la concentración es exclusión, resistencia,
reducción del poder del pensamiento. La atención no es en absoluto
el mismo proceso. La atención es inclusiva. Sólo podemos atender
cuando la mente no tiene barreras. Es decir, puedo ver ahora los
muchos rostros que tengo enfrente, escuchar las voces de afuera, oír
el funcionamiento o no funcionamiento del ventilador eléctrico, ver
las sonrisas, las cabezas que se mueven asintiendo; la atención
incluye socio eso y más. Mientras que si meramente os concentráis,
no podéis incluir todo eso; ello se convierte en distracción. En la
atención no hay distracción; en ella puede haber concentración,
pero ésta no es excluyente. En cambio la concentración excluye la
atención. Quizá esto pueda ser algo nuevo para vosotros; pero si
queréis experimentara por vosotros mismos, hallaréis que existe una
cualidad de atención que puede escuchar, ver, observar, sin ningún
sentido de identificación; hay un ver, un observar completo, y por
lo tanto sin exclusión.
Estoy
hablando un poco sobre todo esto, porque creo que es muy importante
comprender que una mente en conflicto sobre cualquier cosa con
respecto a sí misma, a sus problemas, su prójimo, su seguridad- una
mente, un cerebro así, jamás puede ser libre. Tenéis pues que
descubrir por vosotros mismos si es posible, viviendo en este mundo,
teniendo que ganarse la vida, haciendo una vida de familia con todo
el fastidio diario de la rutina, las ansiedades, el sentimiento de
culpabilidad, penetrar muy profundamente, trascender la conciencia, y
vivir sin conflicto interno.
El
conflicto existe, seguramente, cuando queréis llegar a ser algo;
existe cuando hay ambición, codicia, envidia. Y ¿es posible vivir
en este mundo sin ambición, sin codicia? ¿O es el destino final del
hombre ser eternamente codicioso, ambicioso, buscar realización y
sentirse frustrado, ansioso, culpable y todo lo demás? ¿Y es
posible barrer todo eso? Porque sin eliminarlo no podéis ir muy
lejos; eso ata el pensamiento. Y el eliminar de la conciencia todo
este proceso de ambición, envidia, codicia, es meditación. Una
mente ambiciosa no puede saber lo que es el amor; una mente que está
paralizada por deseos mundanos no puede ser libre. No es que tengamos
que estar sin albergue, alimento, vestido, sin un cierto grado de
bienestar físico; pero una mente ocupada con la envidia, el odio, la
codicia tanto si es codicia de conocimientos, de Dios o de más
ropas- una mente así, como está en conflicto, jamás puede ser
libre. Sólo la mente libre es la que puede llegar lejos.
De
modo que el conocerse a sí mismo es el principio de la meditación.
Sin conoceros a vosotros mismos, carece de todo sentido repetir una
serie de palabras de la Biblia, del Gita o de cualquiera de los
llamados libros sagrados. Puede pacificaros la mente, pero podéis
hacer eso con una píldora. Repitiendo una frase una y otra vez,
vuestro cerebro naturalmente se aquieta, se adormece y embota; y en
ese estado de insensibilidad, de embotamiento, podéis tener alguna
clase de experiencia, lograr ciertos resultados. Pero seguiréis
siendo ambiciosos, envidiosos, codiciosos, y creando enemistad. De
modo que el aprender sobre uno mismo lo que uno es en realidad, es el
comienzo de la meditación. Uso la palabra ‘aprender’ porque,
cuando estáis aprendiendo en el sentido en que hablo, no hay
acumulación. Lo que llamáis aprender es el proceso de añadir cada
vez más a lo que ya sabéis. Mas, para mí, desde el momento en que
hayáis adquirido, acumulado, esa acumulación se vuelve
conocimiento, y el conocimiento no es aprender. El aprender jamás es
acumulativo; mientras que el adquirir conocimiento es un proceso de
condicionamiento.
Si
quiero aprender acerca de mí mismo, descubrir lo que en realidad
soy, tengo que vigilar todo el tiempo, cada minuto del día, para ver
cómo me expreso. Observar no es condenar ni aprobar, sino ver lo que
soy de instante en instante. Porque lo que soy está cambiando
continuamente, ¿no es así?, nunca es estático. El conocimiento es
estático; mientras que el proceso de aprender sobre el movimiento de
la ambición nunca es estático, está viviendo, avanzando. Espero
que estaré explicándome. De modo que aprender y adquirir
conocimiento son dos cosas diferentes. El aprender es infinito, es un
movimiento en libertad; el conocimiento tiene un centro que está
acumulando, y el único movimiento que conoce es una nueva
acumulación, una nueva esclavitud.
Para
seguir esta cosa que llamo el ‘yo’, con todos sus matices, sus
expresiones, desviaciones, sutilezas, su astucia, la mente ha de
estar muy clara, alerta, porque lo que soy está cambiando
constantemente, está siendo modificado ¿no es eso? No soy el mismo
que ayer, ni siquiera el mismo que hace un minuto, porque cada
pensamiento y sentimiento está modificando, moldeando la mente. Y si
sólo os interesa condenar o juzgar partiendo de vuestro conocimiento
acumulado, de vuestro condicionamiento, entonces no estáis
siguiendo, avanzando con la cosa, observando. Así es que el aprender
acerca de vosotros mismos tiene un significado mucho más grande que
el adquirir conocimiento sobre vosotros mismos. No podéis tener
conocimiento estático sobre una cosa viva. Podéis tenerlo sobre
algo que ha pasado, porque todo conocimiento está en el pasado; es
estático, ya está muerto. Pero una cosa viviente está siempre
cambiando, sufriendo modificación; es diferente a cada minuto, y
tenéis que seguirla, aprender sobre ella. No podéis comprender a
vuestro hijo si estáis todo el tiempo condenando, justificando o
identificándoos con el niño; tenéis que vigilarlo sin juzgarlo,
cuando duerme, cuando llora, cuando juega, en todo momento.
El
aprender sobre vosotros mismos es pues el comienzo de la meditación;
y cuando aprendéis con respecto a vosotros mismos, se elimina toda
ilusión. Y eso es absolutamente indispensable, pues para descubrir
lo que es verdadero si existe la verdad, algo sin medida- no
tiene que haber engaño. Y hay engaño cuando existe el deseo de
placer, de consuelo, de satisfacción. Ese proceso, desde luego, es
muy sencillo. En vuestro deseo de satisfacción creáis la ilusión,
y ahí permanecéis enredados durante el resto de vuestra vida. Ahí
estáis satisfecho; y la mayoría de las personas se satisfacen
cuando creen en Dios. Están atemorizadas de la vida, de la
inseguridad, de la inquietud, de la agonía, de la culpabilidad, de
la ansiedad, de la miseria y la tristeza de la vida; establecen pues
algo al fin, que llaman Dios, y van a ello. Y habiéndose entregado a
la creencia tienen visiones y se convierten en santos, y todo lo
demás. Eso no es tratar de descubrir si hay realidad o no. Puede que
la haya o no la haya; tenéis que descubrió lo. Y para descubrir
tiene que halar libertad al principio y no al fin; libertad de todas
esas cosas como la ambición, la codicia, la envidia, la fama, el
querer ser importante, y todas esas cosas pueriles.
Así
que, cuando estáis aprendiendo sobre vosotros mismos, entráis en
vosotros, no sólo al nivel consciente, sino en el nivel profundo,
inconsciente, sacando todos los secretos deseos, los secretos
empeños, impulsos, compulsiones. Entonces el poder de crear ilusión
se destruye, porque habéis puesto los buenos cimientos. Cuando la
mente, el cerebro, se autoexamina, se vigila en el movimiento del
vivir, sin dejar nunca que escape un solo pensamiento o sentimiento
sin ser mirado, comprendido, entonces la totalidad de todo eso es el
darse cuenta. Es el daros cuenta de vosotros mismos enteramente, sin
condenación, sin justificación, sin escoger, como os mirabais la
cara en el espejo. No podéis decir: ‘desearla tener otra cara
distinta’; está ahí.
Y
por esta comprensión propia, el cerebro que es mecánico, que
está perpetuamente charlando, respondiendo a todas las influencias-
se vuelve muy tranquilo, pero sensible y vivo. No es un cerebro
muerto, sino activo, dinámico, alerta, pero muy quieto, silencioso,
porque no tiene conflicto. Es silencioso porque ha desechado, ha
comprendido todos los problemas que habla creado por sí mismo.
Después de todo, un problema surge sólo cuando no habéis
comprendido la cuestión. Cuando el cerebro ha comprendido por
completo, cuando ha examinado la ambición, entonces ya no hay más
problema acerca de ésta: ella ha terminado. Y así el cerebro queda
en calma.
Pues
bien, desde este punto podemos seguir adelante, ir juntos, ya sea
verbalmente, o haciendo realmente el viaje juntos y experimentando,
lo que significa desechar por completo la ambición. Como sabéis, no
podéis desechar la ambición o la codicia poco a poco; no se trata
de ‘mas tarde’ ni de ‘entretanto’. O la desecháis totalmente
o no la desecháis en absoluto. Pero, si habéis llegado hasta ahí,
de modo que ya no hay codicia, envidia, ambición, entonces el
cerebro está sumamente quieto, sensible, y por lo tanto, libre todo
lo cual es meditación. Y entonces, mas no antes, podéis seguir
adelante. El seguir adelante, si no habéis llegado hasta ahí, es
mera especulación y no tiene sentido. Para seguir más allá hay que
establecer esta base, que es realmente virtud. No es la virtud de la
respetabilidad, la moralidad social de una comunidad, sino una cosa
extraordinaria, una cosa limpia y verdadera, que surge sin esfuerzo,
y que en sí misma es humildad. La humildad es esencial, pero no
podéis cultivarla, desarrollarla, practicarla. Decirse ‘seré
humilde’ es demasiado tonto; es vanidad encubierta con la palabra
‘humildad’. Pero hay una humildad que surge naturalmente, en
forma inesperada, sin buscarla; y entonces no hay conflicto en ella,
porque esa humildad nunca está trepando, deseando.
Y,
cuando uno ha llegado hasta ahí, cuando hay completo silencio,
cuando el cerebro esta por completo en calma y por lo tanto libre,
entonces hay un movimiento del todo distinto.
Ahora
bien, os ruego comprendáis que para vosotros cate estado es
especulativo. Estoy diciendo algo sobre lo cual no sabéis, y por
consiguiente para vosotros tiene muy escasa significación. Pero lo
digo porque tiene importancia en relación con el todo, con la
existencia total de la vida. Porque, si no hay descubrimiento de lo
que es verdadero y de lo que es falso, si hay o no verdad, la vida se
vuelve extraordinariamente superficial. Tanto si os llamáis
cristianos, como budistas, hindúes o lo que queréis, la mayoría de
nuestras vidas son muy superficiales, vacuas, torpes, mecánicas. Y,
con esa mente torpe tratamos de hallar algo que no se puede poner en
palabras. Una mente mezquina que busque lo que es inconmensurable
seguirá siendo mezquina. Por lo tanto, la mente torpe tiene que
transformase. Hablo, pues, de algo que podéis haber visco o no; pero
es importante aprender sobre ello, porque esa realidad incluye la
totalidad íntegra de la conciencia, incluye toda la acción de
nuestra vida. Para descubrir eso, la mente ha de estar por completo
quieta, no por la autohipnosis, no por la disciplina, la represión,
ir conformidad; todo eso es tan sólo sustituir un deseo por otro.
No
sé si os habrá ocurrido alguna vez tener una mente muy en calma. No
la clase de calma que lográis en una iglesia, ni el sentimiento
superficial que tenéis cuando vais caminando por la calle, o en un
bosque, o cuando estáis ocupado con la radio, con la cocina. Estas
cosas exteriores pueden absorberos y os absorben efectivamente, y hay
una temporaria forma de quietud. Eso es como un muchacho qué se
divierte con un juguete; el juguete es tan interesante que absorbe
toda su energía, su pensamiento; pero eso no es quietud. Yo me
refiero a la quietud que surge cuando se ha comprendido la totalidad
de la conciencia y ya no se busca, ya no se indaga, no se desea, no
se anda a tientas; y, por lo tanto, hay completa quietud. En esa
quietud hay un movimiento del todo diferente; y ese movimiento es sin
tiempo. No tratéis de retener estas frases, porque como tales
carecen de sentido. Nuestros cerebros, nuestros pensamientos, son el
resultado del tiempo; de modo que pensar sobre lo que es atemporal no
tiene sentido Sólo cuando el cerebro se ha aquietado, cuando ya no
busca, no indaga, no elude, no resiste, sino que está en completa
quietud, porque ha comprendido todo este mecanismo, sólo entonces,
en esa quietud, viene una diferente clase de vida, un movimiento que
trasciende al tiempo.
PREGUNTA: ¿No existe
una correcta clase de esfuerzo?
KRISHNAMURTI: Para mí,
no hay esfuerzo correcto y esfuerzo erróneo. Todo esfuerzo implica
conflicto ¿no es así? Cuando amáis algo, en eso no hay esfuerzo,
no hay conflicto ¿verdad? Veo que tiene que haber un enorme cambio
en este mundo. Con todos los líderes políticos, los comunistas, los
capitalistas, los autoritarios en todas partes, es indispensable en
el mundo un cambio fundamental, interiormente. Tiene que haber
mutación; y quiero descubrir exactamente lo que significa el cambio.
¿Puede lograrse por el esfuerzo? Cuando usáis la palabra
‘esfuerzo’, ello implica ¿verdad?, un centro desde el cual
hacéis un esfuerzo para cambiar en alguna otra cosa. Quiero cambiar
mi ambición, destruirla. Pero ¿qué es la entidad que quiere
destruir la ambición? ¿Es la ambición algo separado de la entidad?
La entidad que observa la ambición y quiere cambiarla, transformarla
en alguna otra cosa, sigue siendo pues ambiciosa; luego no hay cambio
alguno. Lo que produce mutación es simplemente observar, ver; no
juzgar, valorar, sino sólo observar. Mas ese ver, esa observación,
es impedida porque nosotros estamos tan condicionados para condenar,
para justificar, para comparar. Lo que produce mutación es el
descondicionamiento del cerebro.
Tenemos
que ver todo el absurdo de estar condicionado, influenciado: por los
padres, la educación, la sociedad, la iglesia, la propaganda de diez
mil o de dos mil años. Hay un centro, interiormente, que se ha
formado alrededor de todo eso; el centro es eso. Y cuando ese centro
encuentra que algo no es beneficioso, quiere entonces ser alguna otra
cosa que cree de mayor provecho. Pero no podemos ver esto a causa de
nuestro condicionamiento como cristianos, franceses, ingleses,
alemanes, o por las influencias de otras personas, por la de nuestra
propia elección, la del ejemplo, la de los héroes, etc. Todo esto
impide la mutación. Pero comprender que estáis condicionados, ver
el hecho, sin astucia, sin deseo de beneficio sólo ver, no
verbalmente, en forma intelectual, sino entrar en efectivo contacto
emocionalmente con ese condicionamiento- es escuchar lo que se está
diciendo. Si escucháis ahora, cuando la cosa se está diciendo,
estáis emocionalmente en contacto con el hecho; y entonces no hay
elección: es un hecho, como una sacudida eléctrica. Mas vosotros no
recibís esa sacudida emocional, porque os resguardáis, verbalmente
os protegéis; decís: ‘¿qué me va a pasar si pierdo todo,
psicológicamente?’ Pero un hombre que quiere realmente descubrir,
que tiene hambre de esto, debe liberar la mente de todas las
influencias y de la propaganda.
Como
sabéis, es muy sorprendente lo importante que se ha vuelto la
propaganda en nuestras vidas. Ha estado ahí durante siglos, pero
ahora se va volviendo cada vez más desenfrenada: la doblez de
palabra, la venta; se os pide que compréis; las iglesias repiten sus
palabras incesantemente. Y estar libre de todo eso es observar todos
los pensamientos, todas las emociones a medida que surgen de momento
a momento, para aprenderlo todo sobre ello. Entonces veréis, al
observar por completo, que no hay ningún proceso que dilate
expresamente el periodo de descondicionamiento; él está ahí
inmediatamente, y, por lo tanto, no hace falta esfuerzo alguno.
PREGUNTA: ¿Cómo
puede la gente, incluyéndome yo mismo, tener este amor por la
realidad?
KRISHNAMURTI: No podéis
tenerlo, señor; no podéis comprarlo. Para los que no conocen el
amor, ningún sacrificio ni intercambio lo traerá ¿Cómo conseguís
el amor? ¿Por la práctica, por el esfuerzo, porque se os diga día
tras día, año tras año, que améis? La mera bondad no es amor;
pero el amor incluye la bondad, la amabilidad, el interés por otro.
Como veis, el amor no es un resultado final; y en el amor no hay
apego. El amor sólo viene cuando no hay temor. Puede uno estar
casado, vivir con una familia y amar sin apeno. Pero eso es
increíblemente arduo; eso requiere vigilar todo el tiempo.
PREGUNTA: ¿Es
distinta la energía que se necesita para descubrir acerca de la
muerte, de la que se requiere para la meditación?
KRISHNAMURTI: El otro día
explicaba que, para vivir con la muerte o para vivir con cualquier
cosa con vuestra esposa, con vuestro marido, vuestros hijos,
vuestro prójimo- necesitáis energía. La necesitáis para vivir con
una cosa bella o con una cosa fea. Si no tenéis energía para vivir
con la belleza, os habituáis a ella; y si no tenéis energía para
vivir con algo feo, esa fealdad os corrompe, os corroe. Y del mismo
modo, para vivir con la muerte, que es morir para todo, cada día,
cada minuto, hace falta energía. Y entonces no hay miedo de la
muerte, cosa que examinamos el otro día. Y esa misma energía se
necesita en la comprensión de sí mismo. ¿Cómo podéis
comprenderos a vosotros mismos si no tenéis la energía para ello? Y
esta energía surge cuando no hay temor, ni apego a vuestra
propiedad, a vuestro marido, esposa, hijos, país, dioses y
creencias. Esta energía no es algo que pueda medirse poco a poco;
tenéis que tenerla por completo para penetrar en esto. No hay
diferencia entre energías: sólo hay energía.
PREGUNTA: ¿Cuál es
la diferencia entre concentración y atención?
KRISHNAMURTI: Este señor
quiere saber qué diferencia hay entre concentración y atención.
Entraré en ello muy sucintamente. Donde hay concentración hay un
pensador, y el pensador se separa a sí mismo del pensamiento, y por
consiguiente tiene que concentrarse en el pensamiento para producir
en este último un cambio. Pero el pensador mismo es resultado del
pensamiento. El pensador no es diferente del pensamiento. Si no hay
pensar, no hay pensador.
Ahora
bien, en la atención no hay pensador, no hay observador; la atención
no es desde un centro. Experimentad con esto; escuchad todo lo que os
rodea; oíd los diversos ruidos, el movimiento de las personas
mientras uno está hablando, sacando un pañuelo, mirando un libro,
todo lo que está pasando ahora. En esa atención no hay pensador, y
por o tanto no hay conflicto, ni contradicción, ni esfuerzo.
Observar exteriormente es bastante fácil, pero estar atento
interiormente a cada pensamiento, cada gesto, cada palabra y
sentimiento, requiere energía. Y cuando estáis tan atento, habéis
terminado con todo el mecanismo del pensar; y sólo entonces es
posible ir más allá de la conciencia.
21 de septiembre de 1961
XXX
ESTA es la última
plática. Quisiera hablar esta mañana sobre el dolor y sobre la
mente religiosa. Hay dolor por todas partes, exterior e
interiormente. Lo vemos en las capas superiores y en las bajas. Ha
existido durante miles de años. Se han hilado muchas teorías en
torno a él, y sobre él han hablado mucho todas las religiones; pero
continúa. ¿Es posible poner fin al dolor, estar libre realmente del
dolor interiormente, por completo? No sólo hay el dolor de la vejez
y la muerte, sino el del fracaso, de la ansiedad, de la culpa, del
miedo, el dolor de la continuada brutalidad, la crueldad del hombre
contra el hombre. ¿Es acaso posible desarraigar la causa de este
dolor, no en otro, sino en uno mismo? Por cierto, si ha de realizarse
alguna transformación, tiene que empezar por uno mismo. Después de
todo, no hay separación entre uno mismo y la sociedad. Somos la
sociedad, somos lo colectivo. Como francés, ruso, inglés, hindú,
somos el resultado de reacciones y respuestas, retos e influencias
colectivas. Y al transformar este centro, el individuo, acaso podamos
cambiar la conciencia colectiva
Creo
que no se trata tanto de una crisis en el mundo exterior como de una
crisis en la conciencia, en el pensamiento, en todo nuestro ser. Y
creo que es sólo la mente religiosa la que puede disolver este
dolor, la que puede disipar por entero, totalmente, el proceso
integro del pensamiento y el resultado que este produce en forma de
dolor, de miedo, de ansiedad y sentimiento de culpa.
Hemos
ensayado muchos medios para librarnos del dolor: ir a la iglesia,
escapar hacia creencias, dogmas, entregarnos a diversas actividades
sociales y políticas, y otros innumerables medios de escapar de este
perpetuo roer del miedo y el dolor. Creo que es sólo la mente
verdaderamente religiosa la que puede resolver el problema. Y por
mente religiosa quiero significar algo del todo distinto de la mente,
del cerebro que cree en la religión. No hay religión donde hay
creencia. No hay religión donde hay dogma, donde existe la eterna
repetición de palabras, palabras, palabras, ya sea en latín,
sánscrito o cualquier otra lengua. Ir a ‘misa’ es simplemente
otra forma de entretenimiento; no es religión. La religión no es
propaganda. Tanto si vuestro cerebro es depurado por la gente de
iglesia como por los comunistas, es lo mismo. La religión es algo
enteramente diferente de la creencia o la no creencia. Y deseo entrar
en toda la cuestión de lo que es la mente religiosas. Veamos pues
muy claramente que la religión no es la fe en que creéis: eso es
demasiado falto de madurez. Y donde falta madurez tiene que haber
dolor. Se requiere gran madurez para descubrir lo que es una
verdadera mente religiosa. No es la que cree, por cierto; no es la
que sigue a la autoridad, de cualquier clase que sea, tanto si es la
del mas grande maestro como la del jefe de determinada secta. Así,
es obvio que una mente religiosa está libre de todo seguimiento y,
por lo tanto, de toda autoridad.
¿Puedo
aquí hacer una pequeña disgresión para hablar de otra cosa?
Algunos de vosotros habéis estado escuchando estas nueve platicas
durante las tres semanas pasadas con bastante regularidad. Y si os
marcháis con un conjunto de conclusiones, con una nueva serie de
ideas y frases, os iréis con las manos vacías, o las llevaréis
llenas de ceniza. Las conclusiones e ideas de cualquier clase no
disuelven el dolor. Espero pues terminantemente que no os aferraréis
a las palabras, sino que más bien viajaréis juntos conmigo, de modo
que podamos trascender las palabras y descubrir por nosotros mismos,
a través del conocimiento propio, lo que son hechos reales, y, desde
ahí, emprender el nuevo viaje. El descubrimiento de lo que hay, de
hecho, ‘factualmente’, en uno mismo’ produce una respuesta y
acción muy diferentes. Espero pues que no os llevaréis las cenizas
de las palabras, de los recuerdos.
Como
decía, una mente religiosa está libre de toda autoridad. Y es
extremadamente difícil estar libre de autoridad, no sólo de la
impuesta por otro, sino también de la autoridad de la experiencia
que hemos acumulado, que es del pasado, que es tradición. Y la mente
religiosa no tiene creencias, ni dogmas, se mueve de hecho a hecho, y
por tanto es la mente científica. Pero la mente científica no es la
mente religiosa. Esta última incluye a aquella; pero la mente que
esta entrenada en el conocimiento de la ciencia no es una mente
religiosa.
Una
mente religiosa se interesa en la totalidad, no en una función
particular, sino en el funcionamiento total de la existencia humana.
Al cerebro le concierne una función determinada; se especializa. En
la especialización actúa como científico, médico, ingeniero,
músico, artista, escritor. Estas técnicas especializadas,
circunscriptas, son las que crean división, no sólo interior sino
también en lo exterior. Probablemente el hombre de ciencia es
considerado como el más importante de los que requiere la sociedad
ahora, como pasa con el médico. De modo que la función se vuelve
importantísima; y con ella va la categoría, que es prestigio. Así
que, donde hay especialización, tiene que haber contradicción y
estrechez, y esa es la función del cerebro.
Por
cierto, cada uno de nosotros funciona por un estrecho canal de
reacciones autoprotectoras. Ahí es donde surge el ‘ego’, el
‘yo’, en el cerebro con sus defensas, sus agresiones sus
ambiciones, frustraciones y sufrimientos.
Hay
pues una diferencia entre el cerebro y la mente. El cerebro es
separativo, funcional, no puede ver el todo, funciona dentro de un
molde. Y la mente es la totalidad, que puede ver el todo. El cerebro
está contenido en la mente pero no la contiene a ella. Y por mucho
que el pensamiento se purifique, se refine y someta a control, no
puede en modo alguno concebir, formular o comprender lo que es el
total. Es la capacidad de la mente la que ve el todo, y no el
cerebro.
Pero
nosotros hemos desarrollado el cerebro en grado asombroso. Toda
nuestra educación es el cultivo del cerebro, porque hay utilidad en
el cultivo de una técnica, en la adquisición de conocimiento. La
capacidad de ver el todo, la totalidad de la existencia, esa
percepción carece de motivo utilitario; por consiguiente la
descuidamos. Para nosotros la función es mucho más importante que
la comprensión. Y sólo hay comprensión cuando existe la percepción
de lo total. Por mucho que el cerebro investigue la razón, el
efecto, la causa. Sólo termina el dolor cuando la mente percibe la
causa, el efecto, el proceso íntegro, total, y va más allá de las
cosas, nunca podrá el pensamiento disolver el dolor.
Para
la mayoría de nosotros la función se ha vuelto muy importante,
porque ella implica categoría, posición, clase; y cuando mediante
la función surge el prestigio, hay contradicción y conflicto. ¡Cómo
respetamos al científico y despreciamos al cocinero! ¡Cómo
apreciamos al primer ministro, al general, y no hacemos caso del
soldado! Hay, pues, contradicción cuando la categoría está
relacionada con la función; hay la diferenciación de clases, la
lucha de clases. Una sociedad puede tratar de eliminar las clases,
pero mientras exista la categoría acompañando a la función, tiene
que haber clases. Y eso es lo que todos queremos. Todos queremos
prestigio, categoría, que es poder.
Como
sabéis, el poder es una cosa extraordinaria. Todo el mundo lo
persigue: el ermitaño, el general, el hombre de ciencia, el ama de
casa, el marido. Todos queremos poder: el poder que da el dinero, el
de dominar, el del conocimiento, el de la capacidad. Nos da posición,
prestigio, y eso es lo que queremos. Y el poder es malo, tanto si es
el del dictador, el de la esposa sobre el marido o de éste sobre
aquella. Es malo porque fuerza a otros a conformarse, a ajustarse; y
en ese proceso no hay libertad. Y lo queremos, en forma muy sutil o
muy cruda; y es por eso que buscamos el conocimiento. Los
conocimientos son muy importantes para la mayoría de nosotros, y
admiramos a los sabios con sus tretas intelectuales, porque con el
conocimiento va el poder.
Por
favor, escuchad, no simplemente a mí, sino a vuestras propias
mentes, cerebros y corazones. Vigiladlos y veréis cuán ávidamente
queremos este poder la mayoría de nosotros. Y si se busca el poder
no se aprende. Sólo una mente inocente puede aprender; sólo una
mente joven, fresca, se deleita en aprender, no la mente, el cerebro
cargados de conocimientos, de experiencia. Por eso una mente
religiosa está siempre aprendiendo, y no hay fin para el aprender.
Aprender no es acumular conocimiento. Al aferraros al conocimiento y
acrecentarlo, estáis cesando de aprender. Os ruego sigáis esto
hasta el fin mismo.
Cuando
observáis todas estas cosas, os dais cuenta de una extraordinaria
sensación de aislamiento, de soledad, de estar sin comunicación. La
mayoría de nosotros hemos experimentado en uno u otro momento esta
sensación de estar completamente solo, encerrado, sin relación con
nada ni con nadie. Y al percibir eso, hay miedo; y, cuando hay miedo,
existe inmediatamente el impulso, el ansia de eludirlo. Por favor
seguid todo esto interiormente, porque esto no es una conferencia;
estamos efectivamente haciendo juntos el viaje. Y si podéis
emprender el viaje, saldréis de aquí con una mente del todo
distinta, con una calidad cerebral muy diferente.
Hay
que pasar por esta sensación de soledad, y no podéis pasar por ella
si tenéis miedo. Esta soledad es efectivamente creada por la mente a
través de sus reacciones autoprotectoras y actividades egocéntricas.
Si observáis vuestro propio cerebro y vuestra propia vida, veréis
cómo os estáis aislando en todo lo que hacéis y pensáis. Todo eso
de ‘mi nombre, mi familia, mi posición, mis cualidades, mis
capacidades, mi propiedad, mi trabajo’, todo eso os está aislando.
Hay, pues, soledad, y no podéis evitarla. Tenéis que pasar por ella
tan de hecho como tenéis que pasar por una puerta. Y para pasar por
ella tenéis que vivir con ella. Y vivir con la soledad, pasar por
ella, es llegar a una cosa mucho más grande, a un estado mucho más
profundo, que es la ‘unitotalidad’ (aloneness): estar
completamente solo, sin conocimientos. Con eso no quiero decir estar
sin el conocimiento mecánico superficial, que es necesario para la
existencia diaria; el cerebro no necesita que se lo depure; sino que
quiero decir que el conocimiento que uno ha adquirido y acumulado no
debiera utilizarse para la propia expansión y seguridad psicológica.
Al decir ‘unitotalidad’ me refiero a un estado invulnerable a
toda influencia. Ya no es un estado de aislamiento, porque al
aislamiento se lo ha comprendido, y se ha comprendido todo el proceso
mecánico del pensar, de la experiencia, del reto y la respuesta.
No
sé si habéis pensado alguna vez en este problema del reto y la
respuesta. El cerebro está siempre respondiendo a toda clase de
retos, conscientes o inconscientes. Todo influencia deja su impresión
sobre el cerebro, y este responde. Podéis comprender con bastante
facilidad los retos exteriores, que son muy mezquinos; y, si
profundizáis bastante, podéis comprender los retos y las respuestas
interiores. Os ruego sigáis esto, porque cuando ahondáis aún más
no hay reto ni respuesta, lo que no significa que la mente esté
dormida. Al contrario, está por completo despierta, tanto, que no
necesita ningún reto, ni hay necesidad alguna de respuesta. Ese
estado en que la mente está sin reto ni respuesta porque ha
comprendido todo el proceso, ese estado es ‘unitotalidad’. Así,
la mente religiosa comprende todo esto, pasa a través de esto, no en
el curso del tiempo, sino percibiéndolo inmediatamente.
¿Trae
comprensión el tiempo? ¿Tendréis comprensión mañana? ¿O es que
hay comprensión solamente en el presente activo, ahora? Comprender
es ver algo de manera total, inmediata. Pero esa comprensión es
impedida por cualquier forma de evaluación. El verbalizar, condenar,
justificar, etc., impide la percepción. Decís: ‘Se necesita
tiempo para comprender. Necesito muchos días para ello’. Y cuando
tardéis muchos días, el problema arraiga más hondo en la mente, y
es mucho más difícil librarse de él, sea el que fuere el problema.
La comprensión está, pues, en el presente inmediato, y no en
término de tiempo. Cuando veo algo de modo muy claro, inmediato, hay
comprensión. Es la ‘inmediaticidad’ lo importante, no la
postergación. Si veo claramente el hecho de que soy colérico,
celoso, ambicioso, etc., sin ninguna opinión, valoración ni juicio,
entonces el hecho mismo empieza a actuar inmediatamente.
Veis,
pues, que la cualidad de ‘unitotalidad’ es el estado de una mente
completamente despierta. Es no pensar en términos de tiempo. Y eso
es realmente extraordinario si penetráis en ello. Por consiguiente
la mente religiosa no es una mente evolutiva; porque la realidad está
más allá del tiempo. Es realmente importante comprender esto, si
habéis llegado hasta este punto en el descubrimiento.
Veis
que el tiempo cronológico y el psicológico son dos cosas distintas.
Estamos hablando del tiempo psicológico, del interno reclamo de más
días, más tiempo, para conseguir lo que significa el ideal,
el héroe, la brecha entre lo que sois y lo que deberíais ser. Decís
que para salvar esta brecha, para tender un puente sobre ella,
necesitáis tiempo; pero esa actitud es una forma de pereza, porque
podéis ver estas cosas inmediatamente si les concedéis toda vuestra
atención.
La
mente religiosa no se interesa, pues, en el progreso, en el tiempo;
se halla en un estado de constante actividad, mas no en términos de
ser o de llegar a ser. Podéis entrar en él ahora, aunque
probablemente nunca lo hagáis. Porque veréis, a medida que
penetráis, que la mente religiosa es la mente destructiva, pues sin
destrucción no hay creación. La destrucción no es cuestión de
tiempo. Se produce la destrucción cuando la totalidad de la mente ha
puesto su atención a ‘lo que es’. Ver lo falso por completo como
falso, es la destrucción de lo falso. Esta no es la destructividad
del comunismo, del capitalismo, y todas esas cosas carentes de
madurez. La mente religiosa es destructora, y, al serlo, es creadora.
Lo que es creación es destrucción.
Y no
hay creación sin amor. Como sabéis, para nosotros el amor es una
cosa extraña. Lo hemos dividido en pasión, sensualidad, en profano
y sagrado, carnal y divino; en amor familiar, amor al país, etc.,
dividiéndolo una y otra vez. Y en la división hay contradicción,
conflicto y dolor.
El
amor, para la mayoría de nosotros, es pasión, lujuria; y, en el
proceso mismo de !a identificación con otro hay contradicción,
conflicto y el principio del dolor. Y, para nosotros, el ardor se va.
Su humo los celos, el odio, la envidia, la codicia-, destruye
la llama. Pero cuando hay amor, hay belleza y pasión. Debéis tener
pasión. Pero no interpretéis inmediatamente esa palabra como pasión
sexual. Con la palabra ‘pasión’ me refiero a la pasión de
intensidad, esa energía que inmediatamente ve las cosas con claridad
ardientemente Sin pasión no hay austeridad. La austeridad no es mera
negación: el tener solo pocas cosas, el dominarse, cosas todas que
son demasiado pequeñas y mezquinas. La austeridad viene por el
autoabandono; y con este hay pasión y, por lo tanto, hay belleza. No
la belleza concebida por el hombre, no la que crea el artista aunque
no digo que no haya belleza en eso. Mas yo hablo de una belleza que
está mas allá del pensamiento y del sentimiento. Y eso sólo puede
existir cuando hay alta sensibilidad del cerebro, así como del
cuerpo y de la mente. Y no puede haber sensibilidad de ese naturaleza
y calidad cuando no hay completo abandono, cuando el cerebro no se
entrega por completo a la totalidad que la mente ve. Entonces hay
pasión.
Así
pues, la mente religiosa es destructiva, y es creadora porque se
interesa en la totalidad de la existencia. No es la creatividad del
artista, porque este sólo se interesa en cierto sector de la vida y
trata de expresar en este lo que siente, como el hombre mundano trata
de expresarse en los negocios aunque el artista cree que es
superior a cualquier otro. Así es que la creación sólo surge
cuando hay comprensión completa de la vida total, no de una parte de
ella.
Ahora
bien, si el cerebro ha llegado hasta ahí y ha comprendido todo el
proceso de la existencia, y ha desechado todos los dioses fabricados
por el hombre, sus salvadores, sus símbolos, su infierno y su cielo,
entonces, cuando hay completa ‘unitotalidad’, hay una jornada muy
distinta que emprender. Pero es necesario llegar a eso antes de poder
negar o afirmar si hay Dios o no lo hay. A partir de entonces, hay
verdadero descubrimiento porque la mente, el cerebro, ha destruido
por completo todo lo que ha conocido. Solo entonces es posible entrar
en lo desconocido; entonces allí está lo Incognoscible. No es el
dios de las iglesias, de los templos, de las mezquitas; ni el dios de
vuestros temores y creencias. Hay una realidad que puede hallarse
solamente en la comprensión completa del proceso total de la
existencia, y no de una parte de él.
Hallaréis
entonces que la mente se vuelve extraordinariamente quieta y serena,
y también el cerebro. Me pregunto si os habréis fijado alguna vez
en vuestro propio cerebro en funcionamiento, si el cerebro se ha dada
cuenta alguna vez de sí mismo en acción. Si os habéis dado cuenta
en esa forma, sin elección, negativamente, veréis que está
perpetuamente parloteando, hablándose a sí mismo o hablando sobre
algo, acumulando conocimiento y guardándolo. Está actuando todo el
tiempo, conscientemente en los niveles superiores y también
profundamente en los sueros, insinuaciones, intimaciones de ideas,
etc. Está constantemente moviéndose, cambiando, actuando; pero
nunca está quieto. Y es necesario que la mente, el cerebro, estén
por completo, totalmente, en calma y quietud, sin contradicción, sin
conflicto. De lo contrario, tiene que haber proyección de ilusiones.
Pero cuando mente y cerebro están en completa quietud, sin ningún
movimiento cuando se ha eliminado en absoluto toda forma de
visión, influencia e ilusión- entonces, en esa quietud, la
totalidad proseguirá en la jornada para recibir aquello que no es
medible por el tiempo, aquello que no tiene nombre, lo Eterno, lo
Perenne.
PREGUNTA: ¿No es todo
el problema una cuestión de eliminar algo que no es, con el fin de
recibir aquello que es?
KRISHNAMURTI: Seguramente
que el buscar confirmación es bastante absurdo, si se me permite
decirlo. Aquello de que hemos estado hablando no necesita ninguna
confirmación. O es así, lo cual está bien; o no es así lo cual
está bien igualmente. Mas no podéis buscar confirmación por parte
de otro, tenéis que descubrir.
PREGUNTA: ¿Es lo
mismo que la meditación el estado mental en que no hay reto ni
respuesta?
KRISHNAMURTI: Con mucho
cuidado dije que no hay meditación si no existe el autoconocerse.
Establecer la correcta base cosa que es meditación- es estar
de hecho libre de ambición, de envidia, de codicia, y de la
veneración del éxito. Y si, después de establecer la adecuada
base, va uno más allá, más hondamente, no hay reto ni respuesta.
Pero ese es un largo viaje, no en el tiempo, no en días y años,
sino en un implacable conocerse a sí mismo.
PREGUNTA: ¿No existe
un temor que no es resultado del pensamiento?
KRISHNAMURTI: Hemos dicho
que hay miedo instintivo, físico. Cuando os encontráis con una
serpiente, o cuando pasa a vuestro lado estrepitosamente un autobús,
os apartáis, cosa que es protección natural, sana, cuerda. Pero
toda forma de autoprotección psicológica lleva a la enfermedad
mental.
PREGUNTA: ¿No hay, en
el morir, una nueva existencia?
KRISHNAMURTI: En el
morir, como hemos estado viendo, no hay devenir, y no hay ser. Hay un
estado del todo distinto.
INTERLOCUTOR: ¿Por
qué no nos hallamos siempre en ese maravilloso estado?
KRISHNAMURTI: El hecho
real es que no estáis. Todo lo que sois es resultado de vuestro
condicionamiento. Llegar a fondo en la comprensión total de lo que
sois es poner la correcta base para un ulterior descubrimiento.
Como
veis, me parece que lo que ha ocurrido es que no habéis estado
escuchando para nada aquello de que hemos estado hablando. Esta es la
última plática, y sería una lástima el que escogierais las partes
que os convienen y trataseis de llevaros a casa esas cenizas. Lo que
se ha dicho, desde la primera plática hasta la última, es todo uno.
En ello no puede haber elección o preferencia. O habéis de tomar la
totalidad o nada en absoluto. Pero si habéis puesto la correcta
base, podéis llegar muy lejos; no, como dije, en términos de
tiempo, sino lejos en el sentido de la comprensión de una inmensidad
que no se puede poner jamás en palabras, en pintura, en mármol. Sin
ese descubrimiento nuestra vida es vacía, superficial, sin sentido.
24 de septiembre de 1961
ÍNDICE
I.
1ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES............3
II
2ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES ............14
III
3ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES ............26
IV.
4ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES 35
V.
5ª PLATICA EN LONDRES 47
VI.
6ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES...........54
VII
7ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES ............65
VIII
8ª PLÁTICA EN LONDRES ............76
IX.
9ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES 85
X.
10ª PLATICA EN LONDRES 96
XI.
11ª PLÁTICA EN LONDRES............107
XII.
12ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN LONDRES ............119
XIII.
1ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN SAANEN ........ 134
XIV.
2ª PLÁTICA EN SAANEN 145
XV.
3ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN SAANEN 155
XVI.
4ª PLATICA Y DISCUSIÓN EN SAANEN 165
XVII.
5ª PLÁTICA EN SAANEN 174
XVIII.
6ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN SAANEN 183
XIX.
7ª PLÁTICA EN SAANEN 195
XX.
8ª PLÁTICA EN SAANEN 205
XXI.
9ª PLÁTICA EN SAANEN 216
XXII.
1ª PLÁTICA Y DISCUSIÓN EN PARÍS 226
XXIII.
2ª PLÁTICA EN PARÍS 236
XXIV.
3ª PLÁTICA EN PARÍS 245
XXV.
4ª PLÁTICA EN PARÍS 255
XXVI. 5ª
PLÁTICA EN PARÍS 265
XXVII. 6ª
PLÁTICA EN PARÍS 275
XXVIII.7ª
PLÁTICA EN PARÍS .............. 285
XXIX. 8ª
PLÁTICA EN PARÍS 295
XXX. 9ª
PLÁTICA EN PARÍS 307
1
Especie de jóvenes
existencialistas. N. del Tra.
2
Tree-ness - River-ness: La
existencia de un árbol o un río como expresión de la Totalidad o
Dios. N. del Trad.
3
of the ultimate.